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Individualismo posmoderno

Lo que nuestros sentidos registran no son la cosa en sí. Vemos, oímos, olemos,
etc. y nuestro sistema receptor procesa de modo específico, diferenciado del de
otras especies y de la nuestra misma, la fenomenología que nos circunda. No se
accede a la cosa en sí directamente, sino indirectamente a través de los procesos
específicos que nuestros órganos sensoriales transmiten a diversas partes del
cerebro que reprocesan la información del entorno, que siempre es aquel que
no excede nuestros límites de percepción, es decir, siempre estamos insertos en
una porción determinada de lo real a partir de nuestra percepción. Pero
entonces es un sub-entorno, dado que el entorno, no finaliza dónde finaliza
nuestra percepción, ya que según a lo que apunta la ciencia es que el Universo
es infinito, y, tomando como base esta hipótesis, el sub-entorno que percibimos
es parte de un conjunto de sub-entornos delimitados por nuestra percepción ad
infinitum.

Para esclarecer un poco lo antedicho, veamos lo que afirma Bertrand Russell en


su libro “Los problemas de la Filosofía” (p. 16) -con su habitual y brillante
claridad expositiva- refiriéndose a la percepción sobre algo tan corriente como
una simple mesa: “... concentremos la atención en la mesa. Para la vista es
oblonga, oscura y brillante; para el tacto pulimentada, fría y dura; si la
percuto, produce un sonido de madera. Cualquiera que vea, toque la mesa u
oiga dicho sonido, convendrá en esta descripción, de tal modo que no parece
pueda surgir dificultad alguna; pero desde el momento en que tratamos de ser
más precisos empieza la confusión. Aunque yo creo que la mesa es
«realmente» del mismo color en toda su extensión, las partes que reflejan la
luz parecen mucho más brillantes que las demás, y algunas aparecen blancas
a causa de la luz refleja. Sé que si yo me muevo, serán otras las partes que
reflejen la luz, de modo que cambiará la distribución aparente de los colores
en su superficie. De ahí se sigue que si varias personas, en el mismo momento,
contemplan la mesa, no habrá dos que vean exactamente la misma
distribución de colores, puesto que no puede haber dos que la observen desde
el mismo punto de vista, y todo cambio de punto de vista lleva consigo un
cambio en el modo de reflejarse la luz.”

Se puede conocer el sub-entorno y los restantes de manera más o menos directa


cuánto más o menos seamos capaces de percibir sus propiedades intrínsecas (la
percepción del propio Yo -a los efectos de la postura epistémica no somos entes
separados sino elementos integrantes del entorno, es decir, subsistema-) y
extrínsencas (todos los elementos que actúan y se transforman fuera del Yo y
sobre él). El hecho de que podamos enfocar éste conocimiento desde diferentes
perspectivas (matemáticas, antropológicas, físicoquímicas, biológicas, sociales,
históricas, etc.) es debido a la incapacidad de resolver la totalidad circundante
desde un lenguaje omniabarcativo que nunca está en relación directa con la
totalidad, sino que es un sistema simbólico mediatizador siempre en relación
consigo mismo, a partir de sus resintetizaciones de las relaciones entre sistema
receptor y efector. Somos agentes mediatizadores. Nuestra única alternativa
como especie, dadas las características invariantes o universales, es pensar
sobre lo que nos rodea a través de conceptos y categorías que siempre, en el
momento que son nombradas o pensadas, apuntan a una determinada sucesión
de eventos que nuncan llegan a asemejarse del todo a la realidad denominada
por nuestra forma innata de representarla, aparte del permanente cambio de
dicha sucesión espaciotemporal. Según nuestras capacidades biopsicosociales
podemos acercarnos más, o menos, a la realidad empírica. Como dijo Demócrito
(460 a.C. - 370 a.C.), “en realidad no aprehendemos nada con exactitud, sino
sólo en sus cambios según la condición de nuestro cuerpo y de las cosas que
sobre él percuten o le ofrecen resistencia.”

El problema es que ésta realidad empírica es tan hipercompleja,


multidimensional, inter-retro-activa, que es necesario un sistema coherente de
proposiciones teoréticas para interpretarla coherentemente. La coherencia
deviene de la utilidad y la efectividad con que realizamos nuestras inducciones
y deducciones; por ejemplo, una investigación científica divulgada a científicos
que se apropian de aquel determinado sistema categórico, posibilita la acción
de por ejemplo, realizar una operación quirúrgica, respecto a la ciencia médica
puesta en práctica por el cirujano. De la transformación, ya sea ésta positiva o
negativa, se comprueba o rechaza la efectividad de la aproximación a lo real o
empírico. Es una cuestión bastante sencilla y mecánico-utilitarista de ver cómo
nuestras percepciones son o no correctas, en el sentido de ser socialmente
aceptadas según el cánon ético y moral de la época. Es una posibilidad de vencer
el hiperrelativismo posmoderno para el cuál no existe ningún tipo de verdad,
cuando la verdad como concepto es insulso a los efectos de resolver problemas
prácticos que es lo que nos caracteriza como especie eminentemente social que
tiende a buscar el equilibrio de los propios sistemas sociales que desarrolla,
compone y recompone en tanto individuos o en tanto individuos asociados a
fines determinados como el grupo de cirujanos que intentan salvar una vida,
entre tantos otros ejemplos de fines asociativos que buscan primordialmente la
preservación de la vida.
De ésto se concluye que, quién niega ésta parcial definición de verdad en tanto
producto de la utilidad para afrontar las contingencias, se vuelve
ideológicamente, ya sea consciente o inconscientemente, un ser antisocial
cuanto más esté convencido de las características de su percepción limitadas
más hacia adentro de sub-entorno y no percibe las conexiones de la
multidimensionalidad de lo infinito y las inter-retro-acciones de los
componentes de la totalidad. Ésto es característico del pensamiento
posmoderno, que disfrazado en muchas ocasiones de simbología
pseudoprogresista tiende a direccionar caracterológicamente al sujeto a un
individualismo exacerbado, contrariamente a su creencia de que influye en un
sistema dónde quiénes lo componen efectúan cambios más radicales cuańto
más conscientes son de las relaciones de los elementos de su contexto
inmediato, que en nivel de complejidad es menos costoso de discernir, y de las
relaciones abstractas que aumentan en complejidad en tanto se alejan de la
inmediatez y en cuanto trata de captarse la relación entre innumerables y
direntes contextos de acción hipotéticamente posibles.

Concluyendo, no abarca más posiblidades de acción y conocimiento el


openmind, el mente abierta, sino el que tiene una elaborada y sofisticada
capacidad de discernimiento, trabajada y sostenida en el tiempo de manera
sistemática, lo que por lógica indica un gran esfuerzo de tamización de la
información proveniente de la diversificación informacional (medios de
comunicación, think-thanks, organizaciones políticas, educativas, la familia, los
amigos, etc.). Como dijo Bunge en alguna entrevista; “estamos cerrados, sí,
pero a la basura”. Discernir es por definición “distinguir por medio del intelecto
una cosa de otra o varias cosas entre ellas.” Por lo cuál no todo es válido ni
relativo en extremo. Requiere de un ordenamiento conceptual interior, una
sofisticación de percepción e intelección que sepa rechazar las inmundicias
mercantilizadas que profesan un valor cuasi-mesiánico de resolución de
problemas orientadas principalmente al individuo (libros de autoayuda, dietas
mágicas, soluciones estériles homeopáticas de enfermedades graves, grafología,
acupuntura, numerología, parapsicología, psicoanálisis, quiromancia, terapia
sinergética, y muchas otras) y no a la producción tecnocientífica éticamente
controlada, que no sólo interviene de la mejor manera posible para con la
comunidad, dentro de las posibilidades de juegos de poder globales
(acaparamiento monopólico mercadotécnico, competencia de corporaciones
farmacéuticas, uso perverso de la industria militar, etc.), sino que intenta
dilucidar también aquello que aún escapa a nuestra comprensión racional.
Aunque hablando de mercado, la pseudociencia genera tanto igual o más lucro
que lo éticamente sostenible (dejando de lado la persecución únicamente por el
lucro con la salud de los individuos). Tal es así que en una entrevista a al
profesor Edzard Ernst, gran desenmascarador de la chatarra salutífera
respondía a una pregunta de la siguiente manera:

“La Universidad de Barcelona decidió, hace pocos días, cancelar un


máster en homeopatía, argumentando que no hay datos de apoyen
la eficacia de ésta. La pregunta es: ¿cómo es posible que en una de
las mejores universidades de España ofreciera este tipo de máster
durante años?

Siéndole sincero, la verdad es que no conozco muy bien el sistema universitario


español, pero le contaré algo sobre el británico: allí las universidades
funcionan como una fábrica de coches, solo que no tan eficientemente. Quiero
decir que ¡el dinero manda! Es por ello que, si la universidad ve oportunidad
de negocio con la homeopatía, entonces ofrecen el curso. Llevándolo al
extremo, podría pasar que las universidades ofrecieran algún día másteres en
bungee o speed-dating, imagínese…” (La entrevista completa es
interesantísima y puede verse aquí https://bit.ly/2FLNBeV)

Lo más lamentable a nivel de la ciudad donde resido, en tanto partícipe de dicha


institución, es que la Universidad Nacional de Córdoba está ofreciendo
actualmente varios cursos de pseudociencia, como la PNL, por poner un
ejemplo. El virus pseudocientum abscesus está atacando a las instituciones más
prestigiosas y se propaga a gran velocidad. Deberíamos, a mi parecer,
enfrentárnosle mediante algún mecanismo de control institucionalizado.

La conflagración contra la enorme fuerza de la mano invisible smithiana, que


no distingue calidad de bisutería esnob, recién comienza.

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