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UNA HORA DE CHARLA cor•4

TERESA WILMS MONTT

Un 'Mito IotC0%, cult, admiracla por alguno» y

desconocida por "01 co mpl el centona rio del

Montt

Nació en Viña del Mar en familia. A la usanza de la


época, «e casó a lo» 17 con (GilBtnvoBallnacecla Valdés, Tuvieron dos

hijas y In experiencia clo fracaso matritnonial. Escribe y lee

entosicat•sesegún hasta la según otros.


Fclió ror el Buenos Aireo,Maclricl,Londres y un fugaz
por York gusto.

Acoge el cle cle la m. En Argentina publica sus


pero estableceen París. Allí la encuentra Sara
poco antes que el veronal le quitará la vida el 24 de diciembre de
1021después de una terrible agonía.
Sara Hubner-otra nutjer chilena de la (lite sería bueno ocuparse-describe
luego este encuentro. Este texto se publicó en 1922y fue leído por un país
ignpactado por la trágica y temprana muerte de Teresa a los 28 años.
Con ea rácter práct ica mente inédito por tanto, reproducirnos la entrevista
C0tno homenaje a estos personajes que a veces quedan en la vera de
la historia, injustatnente.

Y.

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ace frío penetrante, no en mi pieza de hotel,pero sí en la calle. Lo advierto a través de los
cristales, en donde elfrío viene a estrellarse enforma de niebla leve que me impide mirar, y me
obliga, para conseguirlo, a borrar con el puño cerrado el vaho de mi respiración
Tengo una cita con Teresa... ¿Iré? Debo ir. Quiero volvera ver en esta nueva vida a la mujer valiente
que lo abandonó todo por seguir tras sus sueños locos... Iré a pie y el frío me hará menos daño, no me
hará daño alguno. Una excitabilidad sin causa hace circular rápida mi sangre. Hace frío, pero yo no lo
sentiré.
Rue "Donou". En el "Hotel Donou" ... No está muy lejos. Tan cerca está, que me pongo allí en un cuarto
de hora. El "Hotel Donou" , lo he averiguado, es un hotel bien, no de lo más caro, pero confortable, casi
aristocrático.
Envío mi tarjeta y espero en un pasillo oscuro largo rato, media hora, sin ninguna impaciencia. Al darme
cuenta por mi reloj que Teresa me hace esperar demasiado, pienso retirarme, en el mismo momento en
que una mano fina abre la puerta frente a mí, y un lindo rostro de mujer sonríe.
Es ella, pero la miro deslumbrada.iTan hermosísimase ha vuelto!Me recibe con gentil alegría, con
naturalidad, sin pose. Su figura, sin embargo, resulta prodigiosamentebella porque lo es de suyo, y
porque la realza a maravilla el exotismofino de su traje. Ha engruesadomucho,pero la gordura no la
perjudica, ial contrario! Recuerdo la tanagra delicada que era de adolescente; hoy, en plena madurez de
belleza, es una estatua griega. Todo su traje consisteen una camisa negra de algo así comojersey de
seda muy gruesa, atada bajo los senos con un cordón de oro. Lleva desnudas las piernas y los pies, estos
últimos metidos en chinelas de raso, cuajadas de piedras. Sobre los hombros una capa de color coral
encendido, adornada con plumas de avestruz, pone reflejos defuego en su hermoso semblante bañado de
una palidez intensa, casi lívida.Los ojos verdeso azules, no sé bien, tienen una expresión tranquila,
mientras que los labios teñidos de púrpura se contraen en imperceptiblegesto amargo de Pierrot que
cantase a la luna.
Lleva el pelo corto en melena, que se riza en torno de su frente, como una aureola de oro o de sol.
Hablamos de cosas vagas, mientras yo la miro. Accionapoco y tiene modalesfinos de gran dama, a
pesar de quefuma sin cesar. Unopor uno van siendo consumidoslos cigarrillos, que van a parar al
cenicero de plata puesto al alcance de su mano. Lleva diez o doce pulseras en cada uno de sus brazos
blancos, que la capa roja no alcanza a cubrir.
Desde que iniciamos la conversación,su inteligenciame parece equilibrada, lógica, perfecta. Se me
ocurre que tiene especial interés en mostrarse satisfecha,optimista.No podría afirmarlo con certeza,
pero me imagino que su orgullo se revela al pensamiento de inspirar piedad, y aunque estoy cerca de que
la verdad saldrá pocas veces de sus labios, comienzoa interrogarla.
—Digausted, Teresa, y fíjese bien en lo que dice, porque hay muchas mujeres a quienes quizás les
interese la veracidad de su respuesta. ¿Le ha compensadoa usted esta vida que lleva de su destierro
voluntario, de la ausencia de los suyos, y de... la ausencia de sus hijas.
La últimafrase la pronuncio con miedo. Temo que salte, roto en pedazos, el cristal magnífico de su
serenidad. Pero ni uno solo de los finos músculos de su cara se agita, sino es para consumir más y más
cigarrillos. cuyo perfume de opio y de tabaco aspira con fruición.

Revista Universitaria Y41,1993 55


yEnltevi$ld<

—Sí,me ha compensado. Esta vida también me aburre, pero otra cualquiera me aburriría más.
—¿Haamado usted mucho?
—Nohe amado nunca.
—Teresa,¿por qué miente usted?
—Nomiento. iPero sí!, espérese usted. He amado a ese hombre, después que se mató por mí.
Me señala un retrato colocado entre los de sus hijas, junto a su velador. Parece que la ha açompañado
en todos sus viajes, y aún más, parece que hubiera llorado sobre él, porque el papel está marchito, algo
estrujado, un poco amarillento, tal vez de besos y de lágrimas.
—¿Yquién es? —lepregunto.
—Anuarí.
Miro en silencio el rostro joven que muestra el retrato, y evoco lo que sé de la historia del suicida.
Se enamoró de Teresa con locura y la persiguió en vano. Ella se le negó con tenacidad inquebrantable,
hasta que, loco de desesperación, el muchacho se suicidó en su presencia, en su propia casa, cuando
Teresa vivía en Buenos Aires.'
Callamos las dos un largo instante sin saber por qué, hasta que Teresa interrumpe el silencio:
—iHáblemede Chile! ¿Es verdad que allí me odian, me desprecian y me calumnian?
Que es verdad. Que el fariseísmo de los "buenos" de mi país les hace vivir en perpetua admiración de
sus virtudesy en perpetua repugnanciahacia los vicios ajenos. No quiero, sin embargo, amargarla,
aunque estoy cierta de que si le dijese la verdad, no se atormentaríapor ello gran cosa.
—Enlos círculgs intelectuales se la juzga a usted cómo artista uomb tal, se la cree un temperamento
muy interesante. De os demás, nos .
-iAh!...
—¿Engu paísde los recorridoseor usted se ha encontrado mejor?
—En" codos al Principio; después me aburren; luego me desesperan. Sin embargo, Nueva"ork y España
han sido para mí excepcionales en este sentido. En el primero siempre me encontré anal, en el segundo
siempre bien. En España estuve un tiempopobre, perofuifeliz. Había amigos, buenos camaradas, amor,
sinceras simpatías.
—¿Seescribe usted con sus hermanas?
—Nohablemos de esos. No le interesa a usted, ni a mí tampoco.
—¿Nolas recuerda usted nunca con ternura?
Sonríe apacible.
—Esusted indiscreta. Mi familia debe sentir por mí conmiseración y desdén. Yo siento por ellos desdén y
conmiseración.
—Dice usted que sólo ha amado la memoria de un muerto. Luego, ¿el amor de los vivos no le interesa?
—iMeinteresa muy poco! Pero hay algo que en el amor me agrada y es iniciar espiritualmente a los
hombres jóvenes que se me acercan. Cerca de todos, me siento maternal.
—¿Quéhubiera usted querido ser?
—Loque soy.
Ha respondido confirmeza y como sospecha que dudo de su veracidad, sonríe vagamente.
—Yale he dicho que de ¿ualquier otro modo me habría aburrido más.
—iCuántofuma!—ledigo—,¿no le hace daño la nicotina, el opio?
—Nosé, pero en todo caso no me importa. El médico dice que mi corazón y mi pulmón no andan bien,
pero creo que nQtengo cara de enferma, ¿no es verdad?

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—Enefecto, parece gozar de buena salud, a pesar de su extremada palidez. En sus ojos azules, un poco
esqgivos, hay mucha luz, hay vida.
De nuevo aludo a Io que me interesa, aquello que no puedo interrogar sin que mi corazón palpite con
violencia.
—¿Desdecuándo no ve usted a sus hijas?
Se animan sus ojos visiblementey abandona en el cenicero, a medio consumir, su último cigarrillo.
—Desdehace dos días.
—iCÓmo!
—Casualmentese encuentran en París y me las envían los jueves y los domingos a pasar el día conmigo.
Mañana las espero.
—iEstará ustedfeliz!
Elude la respuesta, pero todo su hermoso cuerpo se agita para decirme con calor:
—Sedice de mí que no amo a mis hijas, imentira!, las adoro. Lo que hay es que no tengo espíritu
doméstico, que no puedo...
Se interrumpe y continúa sin transición:
—Unade ellas se parece a mí, tanto, que me da miedo, ime inspira pavor!
Ya no está serena, pero advierto en ella el deseo violentode dominarse.Le repugna inspirar piedad,
pobrecilla!, y simula un optimismo más amargo que su desesperación.
Yoquisiera decirle que puede contármelo todo, que puede, si eso le agrada, llorar en mis brazos, pero
ella busca otra conversación,y para continuar siendo impenetrable,no quiere hablar siquiera de sus
hijas, de las dos hijas a quienes adora y en quienes piensa siempre.
Lo sé, porque me lo ha dicho un caballero, vecino de su cuarto de hotel:

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—Todoslos días que preceden a aquellos en que deban visitarla sus hijas, la siento agitarse, ir y venir
cargada de paquetes: flores, dulces, juguetes, y cuando están con ella, ríe, grita, juega, llora de
entusiasmo,
Lo sé, pero no quiero insistir sobre ello y le pregunto:
—¿llansido buenos amigos para usted los chilenos que están o vienen a París?
—Muyraras veces. Generalmente han sido mis peores enemigos y por colgarse aventuras, me calumnian.
-¿Se interesa usted por la literatura chilena?
—Laignoro casi enteramente. Aparte de los nombres de Prado, Magallanes y Gabriela Mistral, no
admiro otros. En cambio, me preocupo mucho del movimientointelectual argentino. Buenos Aires tiene
un interés vivísimopor la renovación constante de gentes de valer qug se efectúa allí. Los chilenos
debían interesarse más por Argentina, ir más frecuentemente...
Interrumpennuestra charla dos individuosque consultan a Teresa sobre cierta casa que tiene en
construcción.
Me pongo en pie para marcharse. Amablemente intenta retenerme, pero no accedo. Es tarde y ella tiene
seguramentecosas que hacer, Al despedirme,estrecho sus manos con ternura. Es hermosísima,es
buena... y no esfeliz.
En la calle hace un frío horrible. Marcho con rapidez, tanto como puedo, para calentarme y para
desechar la ola de amargura que me ha subido al corazón.

SARA HÜBNER (lb

MEDICINA DEL FUTURO PARA SALUD DE HOY

HOSPITAL CLINICO
50AÑOS
FACULTAD DE MEDICINA

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