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El cuello de

botella
externo

Economía
Argentina

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El cuello de botella externo.
La inflación. Los cambios en la
política económica
Juan Domingo Perón asumió su primer mandato en 1946 y, durante los
siguientes 3 años, aplicó medidas destinadas principalmente a mejorar la
distribución del ingreso a favor de los asalariados y fomentar el desarrollo
del sector industrial.

Tal como vimos al final de la lectura anterior, las políticas implementadas


derivaron en dos grandes problemas: inflación y cuello de botella externo.
Por esto a partir de 1949 se revirtieron algunas de las medidas, cuyos
cambios se profundizaron con la asunción de su segunda presidencia en
1952.

Surgimiento de la inflación

La economía argentina empezó a mostrar síntomas inflacionarios a partir de


la Segunda Guerra Mundial, pero se consideraba que era un problema
coyuntural que se solucionaría cuando volviera la paz. Sin embargo, durante
la época de posguerra, Argentina mantuvo una inflación consistentemente
más alta que la de los países más avanzados.

En 1935 se creó el Banco Central de la República Argentina (BCRA) como una


sociedad mixta entre el sector privado y el Gobierno para reemplazar a la
Caja de Conversión. En 1946, se decidió su nacionalización en conjunto con
la nacionalización de todo el sistema bancario, ya que así el Estado pasaba a
tener el monopolio de la emisión monetaria porque no habría una creación
secundaria de dinero.

Gerchunoff y Llach (2018) consideran que esta decisión tenía como objetivo
que la política monetaria sirviera para alcanzar y mantener el pleno empleo.

A través de los bancos comerciales, el BCRA desplegó una política de créditos


que le permitió a la industria financiar sus inversiones y pagar los elevados
salarios. Una parte de los créditos volvía al sistema bancario en forma de
depósitos, que, medidos como porcentaje del producto bruto, aumentaron
en los primeros años de Perón. Sin embargo, el aumento en los créditos

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siempre fue mayor al aumento de los depósitos, lo que expandía la cantidad
de dinero en circulación y generaba inflación.

A la dicha expansión crediticia, le seguía la que recibía el Estado nacional


para cubrir su creciente déficit presupuestario. Durante los primeros años
del peronismo, ese financiamiento no fue tan grande porque el Gobierno
tuvo otras maneras de cubrir sus gastos. Hubo en esos primeros tiempos dos
fuentes extraordinarias de recursos: las ganancias del IAPI (Instituto
Argentino de Promoción del Intercambio) y el superávit del nuevo sistema
de seguridad social. Con el paso del tiempo, esas fuentes se agotaron y la
emisión monetaria comenzó a derivar en mayor inflación.

La teoría económica indica que, cuanto más alta sea la inflación, los
individuos más perderán el poder de compra y se desprenderán
rápidamente de los billetes. Sin embargo, durante el primer trienio
peronista, ocurrió al revés: la gente no sentía la necesidad de desprenderse
de las crecientes cantidades de dinero que recibía porque no sentía que ese
dinero estuviera perdiendo valor.

El cuello de botella externo

Los problemas de balanza comercial tuvieron varias causas; la reducción del


nivel de exportaciones se debía a aspectos externos y otros de índole
interna. Los temas internacionales que afectaron a Argentina fueron:

1) Los términos del intercambio disminuyeron un 11 % con respecto a los


años anteriores.
2) El impedimento de poder participar en el Plan Marshall: Argentina tuvo
solo una participación del 3 % en el esquema de reconstrucción europea.
3) El supuesto con el cual especulaba el equipo económico de una nueva
guerra mundial que sostuviera la demanda de productos agropecuarios
no se produjo.

Sin embargo, los problemas más importantes fueron internos:

1) La política agropecuaria discriminatoria que aplicó el IAPI derivó en


una reducción de la superficie sembrada.
2) La sequía que azotó al campo durante los años 1951/52.

La Argentina exportó en 1949 por un valor de 933 millones de


dólares, contra 1600 del año anterior. Esa drástica reducción
en las divisas disponibles, combinada con el aumento de los
precios de los artículos que el país obtenía del exterior, obligó

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a comprimir aún más las importaciones, ya bastante
restringidas. (Gerchunoff y Llach, 2018, p. 238).

Para reducir el nivel de importaciones, se intensificaron los controles a la


industria, que tenía dificultades para importar materias primas y
maquinarias. A esto se sumaba una contracción de la política crediticia.

Las cuentas fiscales

Los registros oficiales de ingresos, gastos y financiamiento del período


peronista solo reflejan una parte de los que se efectuaron por medio del
Gobierno. La estadística oficial no solo ocultó gastos, sino que una parte muy
significativa del déficit de las empresas del Estado, entes descentralizados y
gastos del Gobierno se financió con créditos que nunca se recuperaron. En
este caso están los créditos del IAPI, que no fueron recuperados y que debían
ser agregados al déficit de cada uno de esos años; el hecho de que esto
último no sucediera hizo que se incrementara la deuda del Gobierno. Los
principales gastos fuera del presupuesto se habían realizado para cubrir con
adelantos o subvenciones al IAPI, al Banco Hipotecario y a Ferrocarriles del
Estado.

En el año 1946, el 61 % del financiamiento estuvo destinado al Banco


Hipotecario Nacional. En cambio, entre 1947 y 1949, el IAPI fue el principal
destinatario, lo que coincidió con el período más intenso de nacionalización
de servicios públicos. Entre 1950 y 1952, el Banco Hipotecario Nacional fue
el principal destinatario. A partir de 1953, el IAPI volvió a ser el principal
destinatario de los fondos. En 1945 los ingresos del sistema de previsión
representaban un 19,9 % de los gastos y, en 1955, un 29 %, pero más
relevante que ello fue que el superávit neto del sistema previsional en 1945
representó un 7,6 % y, en 1955, un 10 % de los ingresos.

Los ingresos y gastos subieron fuertemente todo el período y más o menos


al mismo ritmo, algo más de un 8 % por año en términos reales. Sin embargo,
desde el principio los gastos fueron mayores que los ingresos: 17,5 % por
arriba en 1946 y 16,7 % en 1955. En esa circunstancia el déficit fue
permanente, tanto el primario como el total.

El Gobierno estableció varios impuestos nuevos (coparticipables): beneficios


extraordinarios, ganancias eventuales y el sustitutivo a la transmisión
gratuita de bienes aumentó las tasas en el impuesto a las ventas, que pasó
del 1,25 % al 8 %.

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Aunque el Gobierno sostenía que la política del gasto tenía como objetivo
promover las obras de infraestructura previstas en el Primer Plan
Quinquenal (entre otras, la construcción del oleoducto Comodoro Rivadavia-
Buenos Aires), se sostuvo que una parte muy importante, incluyendo a los
diputados como gastos en obra pública, fueron gastos de funcionamiento
que en parte importante pagaron el aumento de una enorme burocracia.

La productividad

Perón sabía que, para mantener una economía dinámica que permitiera un
aumento progresivo del ingreso salarial, era necesario incentivar la
producción y la inversión, garantizando las ganancias de los empresarios.
Aumentar la cantidad de bienes para repartir, ahí estaba la clave del nuevo
enfoque de la política económica del peronismo.

Los empleadores reclamaban la imposición de medidas contra el


ausentismo. Si no se mantuvo el statu quo, fue por la mayor importancia que
se acordó dar a las consideraciones de productividad en las negociaciones
salariales y por cierta libertad que consiguieron los empleadores para
reubicar personal y premiar la eficiencia.

El Gobierno peronista actuó vigorosa y deliberadamente en favor de la


industria sustitutiva de importaciones. No fue el nacionalismo el único
argumento en pro de la industrialización. Perón veía en el crecimiento
industrial la posibilidad de mantener un alto nivel de empleo y de consumo.

Los medios elegidos por el Gobierno para llevar a cabo este proyecto fueron
básicamente dos: la restricción de las importaciones y la generosa política
crediticia. Ya en 1944 el régimen para la protección y la promoción de la
industria había mostrado la voluntad oficial de proteger la producción de
manufacturas de “interés nacional”. Se elevaban los aranceles para las
importaciones de los productos que competían con esas industrias, se
reforzaban los permisos previos para la obtención de cambio y se establecía
un sistema de preferencias para la importación de materias primas y bienes
de capital.

Tan decisiva como la protección a través de barreras arancelarias y


cambiarias fue la política de crédito industrial, que se canalizó a través de
dos bancos oficiales. El Banco Industrial, fundado en 1944, inició sus
actividades con una capacidad de préstamos equivalente a seis veces el
volumen negociado en la bolsa de Buenos Aires. El Banco Central, por su
parte, fue nacionalizado en 1946 junto al sistema bancario, lo que le
permitió al Gobierno manejar el crédito a voluntad. Así es como, entre 1946
y 1948, la industria se encontró con fondos abundantes a su disposición,
redimibles en plazos largos y con tasas de interés muy favorables. De hecho,

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muchas veces las tasas de interés reales fueron negativas, ya que la tasa de
inflación superó a las exiguas tasas nominales. Se estima que los créditos
tomados por el sector industrial pasaron de un 2,6 % del producto bruto en
1944 a 4,4 % en 1948, y continuaron su ascenso en los años siguientes, luego
de una pausa en 1949.

La industria bajo el peronismo

Del período 1945-1958, que abarca apenas tres años más que el peronismo,
se ha escrito que la performance industrial argentina fue peor que la de
Brasil, pero que se compara favorablemente con Chile y México. El
desarrollo de la industria durante la época de Perón solo puede calificarse,
en el mejor de los casos, como un éxito parcial.

En los episodios de restricción crediticia solo se les


aconsejaba contraer los créditos a las industrias productoras
de bienes “no esenciales”. Se ha estimado que, de las noventa
y un industrias favorecidas por la protección, Argentina solo
tenía ventajas en aproximadamente la mitad. (Gerchunoff y
Llach, 2018, p. 252).

Si bien la tasa de crecimiento de las distintas ramas industriales fue


despareja, ello no fue el resultado de las políticas, que intentaron favorecer
al sector industrial en conjunto. El resultado fue una producción
manufacturera al costo y con pocas posibilidades de exportación. Un
cuidadoso estudio comparativo entre las industrias metalúrgicas argentina y
norteamericana ha estimado diferencias de costos de hasta 300 % en 1955.

El alto nivel salarial seguiría siendo una característica del mercado de trabajo
argentino, mientras que el empleo industrial avanzaría menos que en otros
países.

La evolución de la economía

El crédito total hacia la industria cayó en 1949 y asumió un nuevo equipo


económico, encabezado por Alfredo Gómez Morales.

El Gobierno por fin parecía reaccionar ante las presiones inflacionarias, que
de todos modos llegarían al récord de 31 % de aumentos anual de precio al
consumidor en 1949, el mayor desde la crisis de 1880.

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Los nuevos conductores de la política económica aún no veían en la inflación
un peligro incontrolable. En 1949 se derribó el último obstáculo para el
desarrollo de una política monetaria, independiente y expansiva, al anularse
una cláusula que obligaba al BCRA a respaldar con reservas internacionales
por lo menos un 25 % de la base monetaria.

En su curso de política económica peronista dictado a principio de 1951,


Gómez Morales se definía a favor de una suerte de pragmatismo heterodoxo
en cuestión de moneda.

En 1950 aún pudo alentarse alguna esperanza de mantener el rumbo sin


correcciones sustanciales: el salario real aumentó levemente y los precios
agropecuarios recibieron un inesperado impulso, asociado al conflicto de
Corea. Así y todo, el gobierno peronista tuvo que actuar contra lo que, se
suponía, eran sus principios, al tomar un préstamo exterior del Eximbank por
125 millones dólares.

En 1951 la inflación superó la tasa de aumento salarial. Por última vez desde
que Perón estaba en el poder, el modelo de superávit comercial de 1950 se
trasformaba en un cuantioso déficit en 1951. La restricción del crédito
estaba golpeando sobre algunos sectores industriales.

El mayor conflicto fue el de los ferrocarriles, con una huelga que duró nueve
meses e incluyó entre sus avatares la recorrida de Eva Perón por las
estaciones arengando a los ferroviarios para que volvieran al trabajo.

El plan económico de 1952

El estancamiento económico ya venía prolongándose durante tres largos


años y la escasez de energía eléctrica obligó a reglamentar su consumo, lo
que también impactó sobre la industria. El plan de estabilización económica
de 1952 compartía el objetivo de detener la inflación.

La inversión pública se redujo bastante a partir de 1952. El gasto del


Gobierno bajó entre 1950 y 1953 un 23 % y el déficit fiscal disminuyó
considerablemente. La tasa de crecimiento de la cantidad de dinero
descendió abruptamente a partir de 1952 y la inflación había pasado a ser
una preocupación gubernamental de primer orden. Se intentó combatir la
inflación con el retraso deliberado de las tarifas públicas y el aumento de los
subsidios a los bienes básicos. Eso tuvo un costo fiscal de un 20 % a un 30 %
del gasto público total entre 1952 y 1955.

Se creó una comisión nacional de precios y salarios y se instauró un sistema


de negociaciones salariales bianuales. Los productores agropecuarios

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comenzaron a recibir precios más favorables, superiores incluso a los
vigentes en el exterior.

La expansiva política salarial dejó paso a un sistema de negociaciones


bianuales que empezó con una drástica caída de los salarios reales, la liberal
política de crédito para la industria fue moderada en nombre de la
estabilidad monetaria y el virtual impuesto a las exportaciones
agropecuarias, que estaba implícito en la política del IAPI hasta 1948, fue
remplazado por una deliberada política de aliento al sector rural. El plan
debe considerarse exitoso porque la inflación bajó hasta tocar un mínimo de
3,1 % en 1954. Después de descender en 1951 y 1952, los salarios reales
comenzaron una firme recuperación.

En 1955 reapareció el déficit comercial, ya que las importaciones


comenzaron a recuperarse de su deprimido nivel de 1953 y 1954. El
problema no era que los mayores ingresos estimularan directamente la
importación de bienes de consumo. El mecanismo era más indirecto: la
recuperación de la demanda por productos industriales locales se traducía
en mayores necesidades de insumo, de los cuales una buena parte era
importada.

Argentina exportó en el primer lustro de los años 50 apenas la mitad de lo


que había exportado entre 1920 y 1924.

Los controles cambiaron y los préstamos exteriores (como el de Eximbank


norteamericano en 1950) eran solo una solución temporaria al problema
externo argentino. Los dos o tres años posteriores a la guerra constituyeron
una época de oportunidades perdidas, ya que podría haberse encarado con
decisión la capitalización del país en ciertas industrias básicas. Por otro lado,
no era fácil imaginar en 1945 los problemas que se manifestaban con
claridad recién ocho o diez años después. Cuando este efecto se hizo
patente, el peronismo esbozó algunas respuestas, aunque siempre
vacilantes y poco efectivas.

El Segundo Plan Quinquenal

El Segundo Plan Quinquenal, aplicado a partir de 1953, fue de mediano y


largo plazo y complementaba al plan de estabilización de 1952.

La distribución de la inversión pública entre 1952 y 1955 fue bastante


distinta a la del quinquenio anterior, con aumentos en el porcentaje
correspondiente a transportes, energía y comunicaciones.

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Recién en 1955 pudo incorporar el alto horno luego de otro crédito del
Banco de Exportación e Importación norteamericano.

La inversión pública disminuyó entre 1948 y 1955 alrededor de un 35 %. El


Segundo Plan Quinquenal puede entenderse como una corrección que fue,
de todos modos, insuficiente.

El equipo económico reconocía tanto el trato inicial desfavorable al agro


como la nueva tendencia de la política hacia el sector rural, que se consolidó
con el cambio de década.
La política de estímulo a las exportaciones agropecuarias descansó
solamente en los subsidios del IAPI y no en una devaluación. El tipo de
cambio se mantuvo a niveles considerados francamente bajos. Se lograban
“precios remunerativos” para el campo sin que los precios internos
aumentaran tanto como lo hubieran hecho con una devaluación, que
también encarece las importaciones.

El acuerdo Paz-Edwards en 1951 suprimió los detalles innecesarios de


arreglos anteriores y llegó a una solución de compromiso en la fijación de
precios tanto de los productos argentinos como del carbón y el petróleo
provisto por Inglaterra. El nuevo trato del gobierno de Perón al sector rural
no se agotó en las políticas de crédito y subsidios, aunque estas fueron las
más importantes. La importación de tractores fue casi el doble en el
quinquenio 1950-1954 que en el anterior. La industrialización empezaba a
mostrarse problemática.

Los dos instrumentos clave de esa orientación fueron la política y la


protección a través de mecanismos cambiarios y comerciales. Además, las
tasas de interés reales pagadas por los prestatarios resultaron negativas
hasta principios de los años 50. Las dificultades que el importador
encontraba para obtener divisas se acentuaron entre 1948 y 1949, cuando
se limitó la concesión de permisos para importar.

Mientras que en 1929 se importaba el 45 % de las manufacturas consumidas,


veinte años después la proporción era tan solo del 15 %. Por esa vía, los años
del peronismo fueron de vigoroso crecimiento industrial.

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Referencias
Gerchunoff, P. y Llach, L. (2018). Del paraíso peronista a la crisis del desarrollo
(1949 - 1958). En Autores, El ciclo de la ilusión y el desencanto. Un siglo de políticas
económicas argentinas (pp. 233-282). Buenos Aires, AR: Paidós.

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