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Mercedes Borges Bartutis en “Cuarenta años de danza en Cuba” (Inédito)
coreógrafo invitado Morris Donalson, quienes, respectivamente, aseguran al
Conjunto el no ignorar las técnicas Graham, Limon, Humphrey, etc. y el
establecer una identidad con ciertos modos de la creación danzaria
latinoamericana, así como la confrontación con la llamada vanguardia
norteamericana.
Al camino abierto por Ramiro Guerra, llegó uno de sus discípulos: Eduardo
Rivero, un coreógrafo que ha creado importantes obras para la danza
cubana, entre ellas Súlkary, Okantomí, Tributo, etc. Importantes por haber
situado a nuestra danza en un dominio creativo superior de los fundamentos
estéticos-formales que caracterizan los diferentes estilos danzarios, así
como en la reformulación de los códigos del movimiento aunque se parta de
postulados simétricos de la composición escénica. Estas coreografías
ofrecen una imagen integral, en ellas todo es coherente: sus intérpretes, sus
movimientos, la música, los diseños de vestuario, escenográficos y de luces,
todo responde a una intención precisa, nada es ineficaz.
Víctor Cuellar, un autor que fuera recurrente en la compañía, estrenó su
primera obra, Juegos poliformes, el 18 de junio de 1971, en el teatro Principal
de Camagüey. Sus obras se caracterizan por un serio y atinado dominio de
la teatralidad, de la historia que es recreada por movimientos generados a
partir de la fábula coreográfica y su mixtura con la música y el baile. Por ello
la danza cubana no podrá prescindir de su memoria los títulos Panorama de
la Música y la Danza Cubanas, Michelangelo, Diálogo, Escena para
bailarines (Fausto. Ellos definieron el momento y centraron pautas para la
posterioridad de la danza contemporánea cubana.
Surgen nuevos espectáculos que demandan una técnica interpretativa más
exigente. Yerma, de 1980, dirigida por el director teatral Roberto Blanco, fue
un espectáculo integrador que demostró las capacidades actorales de los
bailarines de la compañía. El baile se convierte en acciones operantes dentro
de la historia lorquiana. Se abren otros caminos, etapa para que intérpretes
de excelencia exploren en la creación coreográfica. Isidro Rolando crea
Ireme, Nereida Doncell estrena Estatuilla, surge Isadora de Jesús López.
Pero según la crítica de aquellos años, fueron Marianela Boán y Neri
Fernández, quienes marcaron con especial huella y distintos modos de
concebir la composición, la creación en la danza contemporánea.
Neri Fernández explota lo magnético del cuerpo humano y las relaciones
entre proyección dramática y baile, se recuerdan sus obras Amanda, Marina,
Cubanísima, pero sobre todo Sacra, obra que cristalizó sus principios.
Marianela Boán creó coreografías como Danzaria, Mariana, Con Silvio, Con
Pablo, Guernica, Teoría de Conjunto, Un elefante se balanceaba sobre la
tela de una araña y Cruce sobre el Niagara, donde anunciaba sus nuevos
presupuestos coreográficos y de movimiento.
Otros bailarines votan por la creación coreográfica. Nombres como los de
Narciso Medina, con su Metamorfosis, un clásico ya de la danza cubana y
Rosario Cárdenas, con Dédalo y El ángel interior, engrosarán la lista de los
creadores de la compañía más importante e iniciadora de danza moderna en
Cuba. Compañía desde donde se desprenden otras agrupaciones que
constituyen hoy el centro de la danza contemporánea cubana.
Ya son otros los tiempos, otros los protagonistas, otras las preocupaciones.
Desde finales de la década de los ochenta, la danza cubana comenzó a
atrapar nuevos caminos creativos. También en esa etapa, el discurso crítico y
teórico comienza a dirigir su mirada hacia la danza contemporánea.
2
Jean-Georges Noverre, Cartas sobre la danza y los ballets. Edit. Arte y Literatura, La Habana, 1985
3
Paul Bourcier, Historia de la danza en Occidente. Edit. Blume, Caracas, 1977
reformadores de la futura danza escénica Beauchamp, Molière, Lully, más allá
de la contingencia de la corona?
Y es que, la danza contemporánea cubana de este preciso momento debería
resolverse (también) fuera de la musicalización de una consecución de pasos
codificados y preestablecidos dentro de la estructura de la coreografía. Tal
como le ocurre a uno de los personajes que quiere burlar el cerco, la norma, la
regla, etc., que en Chorus Perpetuus, lo condena a permanecer junto a la
masa, mientras él insiste en salirse del coro zafándose de la atadura (vuelve la
máscara) o en la recreación de tipos sociales que usa Ernesto Alejo (de la
Compañía Danza del Alma, de Santa Clara) para incidir sobre la realidad de su
ciudad en Machos, obra cortante, también áspera, pero verosímil, etc. En ellas,
el baile trasciende las peripecias curadoras de la más ortodoxa danzabilidad
para transitar en otras vectorizaciones. Ya el rol del danzante se lía al del
personaje desde una perspectiva distinta (mas no diferente. El posible espejo
que le sirviera a Jean Dauverbal (paradigma coreográfico del ballet d’action)
para reflejar los conflictos sociales de una Francia decadente en sus relaciones
políticas, económicas y sociales dieciochescas en La fille mal gardée o el
virtuosismo técnico de una bailarina como Pierina Legnani que le sirviera a
Petipa-Ivanov para perpetuar en los treinta y dos fouetées del personaje Cisne
Negro en el ballet El lago de los cisnes, una partitura coreográfica entre el
absoluto dramatismo, la perfección técnica y la intensidad lírica; constituyen
hoy (más allá de la tradición) una posible trayectoria-vector para que el
danzante, el coreógrafo y el espectador sitúen su mirada desde su condición de
seres de este momento concreto. Momento donde hay que insistir en
cuestionamientos acerca del poder, la mentira, el aniquilamiento, las
márgenes, la pertenencia, la pertinencia, la voluntad, la exclusión, etc. Pues,
ante la realidad del arte cubano actual, el comportamiento de la danza
contemporánea tiene que desplazarse de la cocina de Cenicienta a los
espacios legitimados (festivales, plazas, publicaciones especializadas,
intercambio de artistas, etc.) Hecho que solo se logra desde una política de
gestión cultural (concerniente a todos) conocedora del “producto”. En la danza
contemporánea cubana de hoy, o sea, de este momento, no puede haber sitio
para la titubeo. Prisioneros somos de una realidad social y económica que nos
supera en tanto artistas preocupados por una creación y una teoría que procura
establecerse sobre determinadas realidades (academia, intuición, talento,
maestría, posibilidad, oportunidad, carencia, alternatividad, institución,
promoción, azar, etc.) para luego escarbar, husmear, penetrar, fabular, etc.,
actos que cobran sentido mientras que no se hagan con fórmulas exactas, fijas,
inamovibles. Más, cuando hablamos de una teoría que se “pinta” como
incompleta, delicada, defectuosa, insuficiente, dubitativa.
Solo nos queda un camino: hay que saber de la TRADICION para la
INVENCION. Ante la obra creativa de “monstruos” universales como
Balanchine, Robbins, Béjart, Petit, Ek, Neumeier, Kenneth McMillan, Pina
Bausch, etc., la danza cubana de este momento no le puede quedar dudas: el
arte dancístico del siglo XXI se define como un espejo del hombre del presente,
por ello nace del legado del ditirambo griego, del embrujo de la macabra danza,
de la intriga palaciega del ballet de cour, de sílfides, de cisnes y también de
nuestras realidades en tanto nacionalidad postcolonial y subalterna, en tanto
suelo de calibanes, corsarios, soles, calores, ligereza, musicalidad, mezcla,
dolor y gozor; pérdidas y conquistas; caídas y resurrecciones. Por ello tendrá
que seguir hablando de willis y también de príncipes, por ser desde el cuerpo
donde nacen todas las escrituras y, por supuesto, desde donde se hacen todas
las lecturas. Por ello, la escritura coreográfica no puede desprenderse del
cuerpo del danzante, de ese "trozo de carne transcurrida". Transcurrida de
anhelos, venturas, deseos, dolores, gozo, frustraciones, quietud, maldad,
profecías desde donde emergerán las mágicas historias...
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Dominique Dupuy en: “Parles dansés”, Étre emsemble. Edit. CND, Paris, 2003