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Profesión o política.

Pensando una ciencia política no despolitizadora.

Ensayo final.
Prácticas Pre-profesionales.

Julián Franco
Año académico: 2018.
Presentación

Las preocupaciones sobre a la utilidad y el reconocimiento del profesional de la ciencia


política giran, fundamentalmente, en torno a la indiferencia hacia aquél por parte de
quienes toman decisiones en el Estado. Así, la pregunta por la necesidad de encontrar
una función propia del quehacer del politólogo aparece en términos de un reclamo, de una
exigencia que nadie escucha.

El presente ensayo intenta reflexionar sobre la profesión politológica a través de dos ejes.
El primero, aborda la dificultad de consolidar una profesión de este tipo. Sostengo que,
antes de reprochar y despotricar por la falta de reconocimiento, es necesario realizar un
análisis sobre las condiciones que hacen posible el surgimiento y consolidación de una
profesión en términos modernos. El segundo eje, de carácter más normativo, propone
pensar otro tipo de perfil profesional, donde se reconozca el carácter eminentemente
político de la ciencia política.

La ciencia política como profesión: supuestos y obstáculos.

Las exposiciones que tratan sobre la construcción de la profesión politológica y las


dificultades que tal empresa presenta, proyectan una imagen de la profesión más o
menos parecida a la que tiene la medicina, por citar el ejemplo más claro. Nos gustaría
que haya tipos de problemas que solo un o una profesional de la ciencia política pueda
resolver y que, por ese motivo, seamos convocados allí para brindar nuestro servicio. Si
una persona tiene una gripe lo más probable es que vaya a un médico; si quiere tratar
problemas de índole sentimental o emotivo, va a un psicólogo; los padres y las madres
depositan la confianza en maestros y profesores para que se encarguen de la educación
formal de sus hijos e hijas. En tales casos hay una confianza de los destinatarios sobre el
servicio que brinda cada profesional, es decir, sobre cómo desempeña éste su tarea y
sobre los conocimientos que necesita para poder llevarlas acabo. Aunque no se presente
de forma tan explícita, es tal la imagen que se evoca por las voces mayoritarias que
abogan por la construcción o la consolidación de la ciencia política como profesión, y el
parámetro para medirlo sería la demanda de sus servicios para resolver problemas de
índole político.

Donald Schön expone que autores como Nathan Glazen han llamado profesiones
principales a aquellas que tienen un fin no ambiguo (salud para el médico, litigio para el

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abogado, etc.). La ciencia política se encontraría, en este sentido, como una profesión
secundaria, ya que tiene “fines inestables y ambiguos y de unos contextos o prácticas
institucionales inestables, y son por lo tanto incapaces de desarrollar una base de
conocimiento profesional sistemático y científico” (Schön, 1998:33). Así, entre las
propiedades que necesitaría reunir la ciencia política para pasar a las ligas mayores de
las profesiones se encuentra la de consolidar un conocimiento especializado, científico y
fuertemente estandarizado para ser aplicado a situaciones particulares.

Erigir una profesión con una especificidad bien definida supone una diferenciación de las
demás, sin la cual no podría tener razón de existir. Esa idea de profesión está sustentada,
en parte, en una lectura de la sociedad en términos de diferenciación funcional, donde el
lazo social que une a los individuos es de tipo orgánico. Así, la sociedad se dividiría en
órganos, cada cual con una respectiva función y que, cooperando entre ellas, hacen al
funcionamiento del organismo (Durkheim, 1993). Las diferencias, en este sentido, no se
basan tanto en identidades como en las actividades, en el hacer específico que tiene cada
órgano. Tal interpretación otorga a las profesiones un peso fundamental. Al respecto,
puede mencionarse la propuesta de Durkehim, que entiende que la forma de democracia
acorde a las sociedades modernas funcionalmente diferenciadas sería una de tipo
corporativa, donde entre los individuos y el Estado medien las asociaciones de
profesionales. Si bien esta idea de representación hoy carece de adeptos, el planteo de
fortalecer (o de fundar) asociaciones profesionales está presente en el debate por la
consolidación inacabada y trunca de la profesión del politólogo. Las voces que proponen
la conformación de un colegio profesional se suelen escuchar en los congresos de la
disciplina, sobre todo en boca de algunos representantes de la Sociedad Argentina de
Análisis Político.

Si se tomara como punto de referencia la interpretación que Anthony Giddens hace de la


la modernidad y de sus características, podría decirse que hay una dificultad por hacer de
nuestra profesión un sistema experto, entendiendo por estos a los “sistemas de logros
técnicos o de experiencia profesional que organizan grandes áreas del entorno material y
social en el que vivimos” (Giddens, 1994:37). Como mecanismo de desanclaje, se basa
en la noción de fiabilidad (confianza que no descansa sobre algún individuo particular,
sino sobre las capacidades abstractas que ocasionalmente éste pueda detentar). En otras
palabras, cuando se trata de profesionales, esta confianza no se apoya en las buenas
intenciones de la persona experta, sino en los conocimientos que éste detenta, principios

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abstractos que permanecen ocultos al resto de los sujetos. Medida con tales parámetros,
la ciencia política como profesión se exhibe como un proyecto inacabado, en tanto no
presenta el componente de fiabilidad propio de todo sistema experto.

Por otro lado, la tarea misma del politólogo consiste, en gran parte, en la elaboración de
aquellos conocimientos por medio de los cuales haría posible mostrarse fiable. Esto nos
ubica en una situación donde separar la disciplina de la profesión resulta extremadamente
artificial, puesto que el desenvolvimiento de los y las politólogas pasa por tareas
relacionadas a la investigación y al mundo académico. Y sucede que también lo que está
en juego es la visión instrumentalista que separa producción de conocimiento y su
aplicación. Entonces, ocurre que en nuestra profesión no hay una distinción de una
ciencia básica a partir de la cual se desarrolla la práctica del politólogo. La misma práctica
termina siendo, generalmente, la producción misma de conocimiento en áreas de
investigación, por lo que “en la ciencia política el reclutamiento y la inserción profesional
se encuentra poco autonomizado del ámbito académico” (Bulcourf y Cardozo, 2012:14),
siendo muy poco clara la diferenciación entre investigador y profesional propia de otro tipo
de profesiones. Pero, a diferencia de autores como Pablo Bulcourf y Nelson Cardozo, que
ven la falta de especialización o de conformación de la profesión del cientista político
como algo que responde a falencias en la formación profesional, aquí se intenta elaborar
otro tipo de hipótesis. Sostengo que las condiciones que favorecen el desarrollo de una
profesión no deben buscarse en los elementos formativos que la misma profesión elabora.
Poner el acento en el los factores de desarrollo interno de una profesión o de una
comunidad científica, observando las lógicas de relaciones internas y las herramientas
utilizadas para llevar a cabo sus tareas resulta insuficiente para dar una respuesta mas o
menos satisfactoria a la pregunta del por qué la ciencia política no logra tener los
caracteres de una profesión moderna. Aquel examen, que se centra en un análisis interno
del campo profesional o disciplinar, necesita vincularse con lo que queda afuera, con la
relación que la profesión tiene con su entorno.

Una primera aproximación a la disciplina y su constitución como tal a partir de una


vinculación con aquello que está fuera de ella nos puede llevar a leer en Bourdieu su
análisis de la constitución de los sistemas simbólicos. Este autor menciona que la
conformación de los mismos se da a través de un cuerpo de especialistas que trae como
consecuencia “desposeer a los laicos de los instrumentos de producción simbólica”
(Bourdieu, 2000:70). La existencia de poder simbólico implica, por otro lado, instaurar

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creencia en el mismo por parte de aquellos despojados:

«El poder simbólico (…) [es el] poder de constituir lo dado por la enunciación, de
hacer ver y de hacer creer, de confirmar o de transformar la visión del mundo y, por
ello, la acción sobre el mundo, por lo tanto el mundo; poder casi mágico que
permite obtener el equivalente de lo que es obtenido por la fuerza (física o
económica), gracias al efecto específico de movilización, no se ejerce sino si él es
reconocido, es decir, desconocido como arbitrario» (Bourdieu, 2000:71).

Ahora bien, si consideramos a la profesión de la ciencia política como un campo donde,


como tal, debería circular y acumularse capital simbólico y, por ende, detentarse un poder
del mismo tipo, debe pensarse a la desposesión no como una mera consecuencia del
proceso de conformación de un campo. El despojo ha de estimarse como un requisito
previo sin el cual una profesión no puede constituirse como tal. Los gremios de artesanos
(en los cuales puede rastrearse ya el sentido de las profesiones tal y como hoy las
conocemos) ilustran bastante la cuestión: tales asociaciones organizaban el sistema de
aprendizaje de los miembros del oficio, mientras que buscaban erradicar la competencia,
haciéndose así del monopolio de la actividad. De este modo, al hablar de la composición y
la dinámica interna de este tipo de organizaciones, vemos que tiene como contraparte un
tipo de relación con aquello que está afuera: la actividad que desarrolla el gremio no
puede realizarse por fuera de él. Se delimita lo que le pertenece al gremio, y para poder
ejercer las tareas que quedan dentro se requiere atravesar los controles y mecanismos de
ingreso al gremio que aquel establece. En efecto, entre las formas a través de las cuales
se consolidó el monopolio de estas asociaciones, se encuentran las expediciones
armadas para erradicar la producción campesina (Bianchi, 2007).

Entonces, para que una profesión se consolide es imprescindible que de la mano se


desarrolle un mercado en el cual el profesional pueda vender su producto. Esta idea está
latente incluso en autores como Schön, siempre que separa productores de conocimiento
y consumidores del mismo. Nada cambia que el proceso de generación de ese
conocimiento se distinga del momento de su aplicación o que, como afirma él, su
producción se dé también por medio de la práctica. Así, la idea del cliente está bien
presente. Por su parte, Brunner observa que los interaccionistas simbólicos se
desenvuelven en lo que el llama un mercado del conocimiento, imagen que deja más o
menos explícita, aunque le incomode (solo por momentos) utilizar el término. Ahora bien,
¿qué presupone el surgimiento de un mercado?

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Un mercado no puede funcionar en un contexto de abundancia. Lo que hace al mercado
necesario es la escasez. En este sentido, el surgimiento del capitalismo no puede
entenderse sin los procesos a través de los cuales se crea dicha escasez. Así, el
capitalismo debe su formación a los procesos que Marx llama de acumulación originaria,
donde los campos comunales de Inglaterra sufrieron un proceso de cercamientos que
hicieron de ellos propiedad privada y generó la disponibilidad de mano de obra dispuesta
a trabajar para otro por medio de un salario. La acumulación originaria es, entonces, el
“proceso histórico de escisión entre productor y medios de producción” (Marx, 2009:893) y
debe entenderse no sólo como la expropiación de un recurso, sino también como el
cambio en los modos en que el mismo se gestiona. Con los cercamientos de las tierras,
estas pasaron de ser comunales a propiedad privada. Debido a las resistencias de los y
las campesinas que subsistían produciendo en esos campos, la formación del capitalismo
estuvo impregnada de violencia. De la mano de la espada, el derecho fue también otra
herramienta por medio de la cual se respaldaba la implantación la propiedad privada.

De manera similar puede entender la crítica que hace de la sociedad industrial Iván Illich,
que considera que el monopolio de dicho tipo de producción “convierte a los hombres en
materia prima de la herramienta” (1978:12) ocasionando un ambiente hostil para la
generación de formas alternativas de producción basadas en la generación de valores de
uso1. Esta dependencia del consumo de mercancías producida por este “señorío de la
herramienta sobre el hombre” (Illich, 1978:34) descansa en la figura del profesional, el
cual legitima el vínculo entre necesidad y mercancía. Ellos suministran los bienes que
otros sólo pueden adquirir en tanto clientes. Aunque Illich no hable en su obra de
cercamientos, el papel del profesional supone excluir a la comunidad del acceso a
aquellos bienes que aquel tiene para venderles. Asimismo, los mecanismos mediante los
cuales pueden darse dichos cercamientos pueden ser variados. Si se toma el ejemplo de
la medicina moderna, para su surgimiento fue necesario expropiar los conocimientos que
las mujeres tenían sobre el cuidado del cuerpo y la reproducción, en un proceso conocido
como la caza de brujas.

La pregunta acerca de cómo consolidar una profesión adquiere, de esta manera, otras
connotaciones. Ya no se pone el acento en los procesos de producción interna de los
saberes, como la necesidad de generar la escasez de los mismos por fuera de la

1 El valor de uso de un bien está dado por su utilidad, mientras que el valor de cambio está constituido por la relación
de intercambio de las mercancías. En este intercambio se da una abstracción de los valores de uso y,
consecuentemente, del trabajo humano de los cuales se originan (Marx, 2008:44-47)

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profesión para que ésta se haga de clientes a los cuales poder vender conocimientos. En
otras palabras: el problema de la consolidación de una profesión es el problema de la
construcción de un mercado en donde pueda operar. Para el caso de las ciencias sociales
esto resulta problemático porque, si tomamos la idea de la doble hermenéutica de
Giddens, los conocimientos sobre la sociedad que aquellas producen posteriormente son
asimilados (por lo menos parcialmente) por personas ajenas al ámbito de las ciencias:
“Una persona profana no tiene necesariamente por qué proporcionar una definición formal
de términos como «capital» o «inversión», pero cualquiera que, pongamos por caso,
utiliza una cuenta bancaria de ahorros, demuestra un implícito y práctico dominio de tales
nociones” (Giddens, 1994:48). No obstante, distintas disciplinas sociales han logrado
consolidarse profesionalmente, por lo cual un proceso desposesión en estas áreas no
resulta imposible. El crecimiento de la demanda de servicios proporcionado por
psicólogos es una muestra de ello. En este caso, la confianza que descansa sobre los
profesionales de la psicología se apoya y se sustenta en una pérdida de seguridad de los
profanos para contenerse mutuamente frente a las adversidades que presenta el mundo
moderno.

El asunto se pone delicado cuando pensamos el mercado que necesitaría crearse para
que se allane el terreno para el florecimiento de la profesión del politólogo. Porque la idea
misma de política va de la mano con la idea de lo público. La política interpela a los
sujetos y los mismos, aún en contextos de expansión del individualismo, se siguen
preguntando por lo público y difícilmente deleguen por completo su aptitudes y
conocimientos sobre política en manos de un grupo de supuestos expertos en la materia.
Si bien pensarlo en tales términos resulta un poco ilusorio y hasta extremo ¿no sentimos
nosotros, estudiantes o egresados en ciencia política, una especie de subestimación
sobre los profanos cuando opinan sobre política? Esto me lleva verter, en forma de
propuesta, algunas ideas (nada nuevas por cierto) sobre lo que entiendo puede ser una
forma alternativa de profesión del cientista político.

Propuesta: una ciencia política que no obture la política.

Si el conflicto es inherente de la política, la disputa sobre las formas de concebir el mundo


no puede resolverse por medios técnicos o ingenieriles. Las soluciones que se presentan
desde una supuesta neutralidad valorativa parten de una modo de plantear el problema.
Así, una solución para un grupo puede ser visto como una amenaza para otros. Es por

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eso que la ciencia política debe asumirse no en un lugar de espectadora de la política,
sino como partícipe de los enfrentamientos ideológicos. En este sentido, las ideas que
intento esbozar también se asumen desde una forma entender el mundo, valorando
negativamente la marcha mediante la cual se quiere imponer una manera de concebir a la
profesión, y que pretende revelarse como carente de todo contenido político-ideológico.
En este sentido, mi propuesta se sitúa en contra de la hegemonía que pretenden construir
quienes quieren trasladar la idea de profesión moderna al ámbito de la política.

En primer lugar (y como ya se mencionó más arriba), pensar un ambiente propicio para la
generación la escasez que haga necesaria la ciencia política como una profesión resulta
difícil y reprochable. Sugiero que la profesión debe pensarse en un contexto de
producción abierta, tal y como lo es el ámbito de la política. La elaboración de
conocimientos sobre política estará abierto siempre y cuando haya lugar para la política
misma. En la contienda política los sujetos y diversos colectivos adquieren conocimientos
y se forjan una manera de ver el mundo, que se traduce a su vez, en disputas de
sentidos. La escasez de conocimientos políticos comprendería anulación la política,
negarla en sus carácter público. Sólo a costas de la política podría consolidarse una
ciencia política como una profesión moderna. Si, por el contrario, asumimos que la política
no puede suprimirse tendremos que pensar en otra imagen de profesional: una ciencia
política desprofesionalizada o, lo que es lo mismo, alejada de la imagen moderna que se
tiene de los profesionales. Esto no significa que se deba abandonar la idea de una
disciplina que estudie, específicamente, fenómenos políticos y que haya un cuerpo de
especialistas dedicados exclusivamente a producir conocimiento sobre tal área, pero
implicaría rehusar la idea de la una ciencia política como única voz autorizada para hablar
sobre asuntos políticos.

Por otro lado (y de la mano con el punto anterior), la ciencia política tendrá que dejar de
atender a las necesidades de un único destinatario. Si se asume que como política no
sólo por su objeto de estudio, sino por ser ella misma parte de la contienda ideológica,
deberá admitir que existe una diversidad de príncipes de los cuales los diversos
politólogos podrán sentirse parte y para los cuales, por ende, pueden sistematizar y
producir conocimiento: partidos políticos, movimiento de mujeres, sindicatos, colectivos
ecologistas y movimientos sociales en general. Esto implica pensar la política en sentido
amplio, no solo en lo institucionalizado y aceptar que el Estado es solo uno entre tantos
príncipes. Para que esto sea factible, la universidad pública deberá ser el garante de una

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ciencia política que contenga en su seno a consejeros y consejeras de múltiples príncipes,
en tanto y en cuanto se aseguren los mecanismos para la investigación sin coerciones y
se avance en propuestas como la del conocimiento pluriuniversitario (De Sousa Santos,
2007), generando puentes para el diálogo de los saberes producidos en el ámbito de la
ciencia y los generados en los diversos movimientos sociales.

Bibliografía:

• Bianchi, Susana (2007). Historia social general. Universidad Nacional de Quilmes.


Bernal.

• Bulcourf, Pablo y Cardozo, Nelson (2012). “La enseñanza de la ciencia política en


las sociedades latinoamericanas: apuntes para una agenda de desarrollo” en
Revista Universidades, Año LXII, Nueva Época, N°53. Unión de Universidades de
América Latina y el Caribe. México.

• Bourdieu, Pierre (2000). “Sobre el poder simbólico” en Intelectuales, política y


poder. Eudeba. Buenos Aires.

• De Sousa Santos, Boaventura. La Universidad en el Siglo XXI. Para una reforma


democrática y emancipatoria de la Universidad. Plural Ediciones. La Paz.

• Durkheim, Emile (1993). “La división del trabajo social” en Escritos selectos.
Ediciones Nueva Sociedad. Buenos Aires.

• Giddens, Anthony (1994). Consecuencias de la modernidad. Alianza Editorial.


Madrid.

• Illich, Iván. 1978. La convivencialidad. Editorial Posadas. México.

• Illich, Iván. 1985. Energía y equidad. Desempleo creador. Joaquín Mortiz/Planeta.


México.

• Marx, Karl. 2008. El capital. Libro Primero, Tomo I, vol. 1. Siglo XXI Editores.
Buenos Aires.

• Marx, Karl. 2009. El capital. Libro Primero, Tomo I, vol. 3. Siglo XXI Editores.
Buenos Aires.

• Schön, Donald (1998). El profesional reflexivo. Cómo piensan los profesionales

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cuando actúan. Barcelona. Paidós.

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