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Gabriel García Márquez Luis Tejada

Pedro Gómez Valderrama Jaime Alberto Vélez

LEER Y releer No. 10 - Departamento de Bibliotecas


Universidad de Antioquia - septiembre de 1995
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El presente Leer y releer lo dedicamos a cUatro-aut-or~ colombia-
nos. Tal vez por ser el número diez de nuestra publicación y tener
en ésa una cifra especiaL
Comenzamos en junio de 1992 con el número uno: Capítulo VI de
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Continuamos con
Biblioteca: el escrutinio de la memoria, de R H Moreno-Durán; Carta
de Colón a los Reyes de España; Árbol de vida, de Cabriela Mistral;
Cómo se lee un libro, de Joseph Brodsky; La biblioteca: una quimera
con alas de papel, de José Lezama Lima; Sobre la educación, la lectura
y los libros, de Ernesto Sabato; El libro, los libros, de !talo Calvino
y La milenaria juventud del libro, de Jorge Enrique Adoum,
Llegamos, después de tres años, a este número diez. De Cabriel
Carcía Márquez tomamos uno de los artículos que durante 1983
publicó dominicalmente en el diario El Espectador, Hay en todos
aquellos textos, además de una gran demostración de escritura,
un profundo sentido humano (el amigo, el colega, el lector, el via-
jero, el polemista, el gran conocedor de un país) del autor de Del
amor y otros demonios,
De Pedro Cómez Valderrama, "El oficio de escritor" es una con-
ferencia ante estudiantes de la Universidad CentraL Sencillo y di-
dáctico texto de uno de nuestros mejores escritores en prosa, sobre
el exigente arte de escribir.
De Luis Tejada, el inquieto y lúcido cronista nacido en Barbosa
(Antioquia) y muerto prematuramente en 1923 a la edad de 25
años, traemos esta sincera reflexión ante la primera publicación
de sus "Crónicas".
Finalmente, del escritor, poeta y profesor universitario Jaime Al-
berto Vélez, el cuento "Una olvidada promesa". Una delicada pie-
za (que no de su mano izquierda) narrativa que, como casi siem-
pre, tratándose de este autor, al final nos hace sonreír.
A nuestros lectores, muchas gracias por la acogida sincera que le
han brindado a Leer y releer. Con todos, seguimos adelante.

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Universidad de Antioquia - septiembre de 1995
Las glorias del olvido

Por Gabriel García Márquez

U nade las injusticias de la literatura es que no existe


una clasificación escalonada de los escritores de
acuerdo con su calidad. En música se sabe que hay
un paraíso más alto donde están sentados para siempre Juan
Sebastián Bach, Mozart, Beethoven, Bartok -y tal vez los
Beatles-, pero hay todo un olimpo de compositores de se-
gunda y aun de tercera categoría que escuchamos y admi-
ramos a pesar de la certidumbre de que no son eternos. Ocu-
rre lo mismo con los pintores. No hay más que pasearse por
los museos del mundo para darse cuenta de que junto a
Goya y Velásquez, junto a Leonardo y Boticelli,junto a Rem-
brandt y Picasso, hay muchos colgados en la antesala de la
eternidad que sin duda merecen estar donde están, pero en
niveles distintos. En literatura no: o se es un escritor de pri-
mera línea, o uno no encuentra dónde ponerlo, y no sólo en
los innumerables compartimentos del corazón, sino ni si-
quiera en los estantes de la biblioteca. En ese sentido, el cri-
terio más justo es el del mundo del boxeo: hay pesos pesa-
dos, pesos welter, pesos medios, pesos moscas, y cada cual
disfruta de una gloria universal dentro de sus límites res-
pectivos. En literatura, en cambio, sólo los pesos pesados
van al cielo.
Hablábamos de esta injusticiala otra noche con el escritor Pedro
Gómez Valderrama a propósito de un escritor que ambos ad-
miramos sin ningún pudor, a pesar de ser conscientes de que
es uno de los más grandes: Somerset Maugham. El problema
es dónde ponerlo. Sus novelas, que lo hicieron famoso sobre
todo por sus adaptaciones al cine, no merecen ni un recuerdo
piadoso. En cambio, hay un mundo de tesoros ocultos en
sus casi 300 cuentos, muchos de los cuales no son más que
obras maestras. Curioso: igual cosa ocurre con Hemingway,
y sin embargo no nos cabe ninguna duda de que es y tal
vez seguirá siendo para siempre una estrella de la primera
división. Maugham, al contrario, es un autor que se olvida,
aunque se sabe de la existencia de grandes lectores, críticos
respetables y escritores consagrados que quisieran subirlo a
un piso más alto, pero no se atreven. Así como hay muchos
que lo siguen leyendo en secreto, y hasta algunos escritores
que siguen nutriendo con su lectura la propia obra, y sin
embargo lo niegan en público más de tres veces y mucho
después de que ha cantado el gallo.
Pensando en el destino injusto de Maugham, no es posible
eludir el recuerdo de otros tantos escritores que por un mo-
mento nos parecieron grandes porque nos deleitaron como
si en efecto lo fueran, y que han sido arrasados por el tiempo.
Uno de ellos es Aldous Huxley, a quien sin duda la gene-
ración de hoy, en ningún país, no ha oído siquiera mencio-
nar. Se sorprenderían al saber que por lo menos durante una
década su novela Contrapunto estaba considerada como una
pieza capital de las letras de este siglo, y que nadie que qui-
siera ser o parecer culto tenía el coraje de admitir que no lo
había leído. Su predestinación al olvido, sin embargo, tuvo
una prueba que parece sobrenatural: Aldous Huxley murió
en California el mismo día en que fue asesinado el presiden-
te John F. Kennedy, de modo que la noticia "sin espacio ni
tiempo para homenajes póstumos" se quedó traspapelada en
el cementerio de las causas perdidas.
Un contendor muy apreciado de Aldous Huxley en el mer-
cado de las vanidades del mundo fue el mamífero más raro
de su época: Lin Yutang, un chino norteamericanizado que
además de vender como salchichas sus libros numerosos en
casi todos los idiomas, hizo un diccionario chino-inglés e

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inventó una máquina de escribir en chino. Su libro La im-
portancia de vivir llegó a considerarse en Occidente como un
compendio de la felicidad oriental, y sus ejemplares se vol-
vían polvo en las manos de tanto ser leídos con una especie
de avidez atónita. Eran los años de la posguerra, en los cua-
les irrumpió otro nombre que puso a temblar a los consa-
grados: Curzio Malaparte, un italiano con una concepción
descomunal del arte de escribir, que impuso en el mundo
entero, con el título de uno de sus libros, una palabra ale-
mana de significado devastador: kapput. Con todo, ese libro
que lo consagró en la primera fila no fue el que se leyó con
más pasión, sino otro posterior, La piel, sin duda uno de los
más vendidos de aquellos tiempos. Cuando lo estaba leyen-
do por primera vez, en una sórdida pensión de estudiantes
de Bogotá, tuve en mitad de camino la ráfaga de pavor de
no querer morirme antes de saber cómo terminaba. Entre los
muchos episodios que hoy parecerían truculentos, sin duda
el más impresionante era el de un manatí del acuario de
Nápoles que le fue servido en una cena de gala al coman-
dante de las tropas norteamericanas en Italia, y que éste ha-
bía rechazado porque era igual a una niña hervida y llevada
a la mesa en una fuente adornada con algas y coliflores.
Hace unos años, buscando otra cosa, me encontré de pronto
con este recuerdo lancinante de la juventud, y me quedé
perplejo preguntándome qué clase de lectores incautos éra-
mos los de aquellos tiempos.
Se leían entonces otros libros capaces de estremecemos por
motivos que hoy nos resultan misteriosos y que no nos atre-
vemos a releer por el temor de romper el encanto. Recuerdo
El hombrecillo de los gansos, del alemán Jac<?boWassermann
-biógrafo incidental de Cristóbal Colón-, recuerdo Prima-
vera mortal del húngaro Lajas Zilahy, y recuerdo por supues-
to el libro que conmovió al mundo con una fuerza cuya na-
turaleza no fue nunca descifrada: El diario de San Michele del
médico sueco Axel Munthe. Este último, cuyas virtudes de
escritor eran más que evidentes, tuvo la debilidad muy pro-
pia del cine de nuestro tiempo de querer exprimir el limón
hasta más allá de la cáscara, y escribió una segunda parte
de su libro capitaL En todo caso, ninguno de estos autores
se asomó siquiera a la gloria desmesurada de otro de los
grandes olvidados de la literatura: Vicente Blasco Ibáñez,
que sin duda fue el escritor español más conocido y aclama-
do del presente siglo en el mundo entero. La recepción po-
pular que se le tributó en Nueva York en 1920 hace todavía
menos comprensible la magnitud de su olvido.
Queda todavía por establecer si estos autores borrados de la
memoria merecían de veras su suerte. Pero hay otros de los
cuales se puede y se debe decir sin vacilación que no la me-
recían. Es el caso de Anatole France, premio Nobel de 1921,

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que ejerció una fascinación justa no sólo en Francia sino en
todo el ámbito latino, y del cual son muy pocos los que hoy
pueden hablar con conocimiento de causa. Su caso es más
triste aún que el de Alejandro Dumas, porque a éste al me-
nos lo leen todavía algunos franceses desperdigados, aunque
un poco a escondidas, como los estudiantes que fuman en el
baño. Es el caso del ruso Leonidas Andreiev, que irrumpió en
el ámbito de la moda con su novela Sashka Zhegulov, y luego
desapareció para siempre. Fue una fugacidad injusta pues si
en realidad su novela más famosa no parecía animada por un
aliento perdurable, muchos de sus cuentos "sencillos y hermo-
sos" merecen leerse todavía más que las obras de algunos de
sus contemporáneos. Es el caso también de Thomas Mann, de
quien se encuentran todavía ediciones imprevistas y evocacio-
nes ocasionales, pero que en todo caso parece ya cubierto a
medias por las cenizas del olvido. Son comprobaciones tristes
pero saludables, sobre todo cuando surgen de conversaciones
casuales entre escritores. Es como si de pronto recordáramos
"con la voz del pequeño argentino que todos llevamos dentro"
que tal vez ya vaya siendo hora de poner nuestras barbas en
remojo. Aunque sólo sea por si acaso.

El oficio de escritor

(fragmento)
Por Pedro Gómez Valderrama

Han escogido ustedes, que comienzan hoy las labores del


taller literario de la Universidad Central, una difícil profe-
sión. Lo cual no les digo para impresionarles desfavorable-
mente, o impulsarlos a desistir, sino antes bien, porque ese
hecho mismo es ya una justificación del orgullo de una ac-
tividad para la cual no todos están condicionados.
Digo difícil, porque el ejerciciode la tarea de escritor es arduo,
es desconcertante en ocasiones, y así como muchas veces trae
frustraciones, brinda, de pronto, satisfacciones profundas. Lo
primero que deben ustedes recordar -o mejor dicho, segura-
mente ya lo saben, lo han experimentado, dado que el criterio
con el cual fueron aceptados fue justamente el de que tuvieran
aptitudes de escritor, esto es: que no se aprende a ser escritor.
Se aprenden las técnicas, los procedimientos. Ser escritor es,
ante todo, una aptitud especial, una disposición igual a la que
otros pueden tener para las ciencias exactas, o para una rama
especial de la investigación científica. Escribir es comunicarse
con el mundo, es crear, con esas aptitudes, una de las cuales y
fundamental es la imaginación, crear para los demás. Por eso
el escritor tiene razón en sentirse poderoso, en cuanto tiene en
sí la capacidad de crear mundos, de crear seres que son tan
vivos como los que van a nuestro lado.
Notarán ustedes que casi sin quererlo, he llegado a un gé-
nero especial dentro de la escritura: la narrativa. Hablaremos
de ella, por cuanto justamente este taller está dirigido a ella.
Decía Jean-Paul Sartre, que en la vida es necesario escoger
entre narrar y vivir. Ciertamente, son dos actividades igual-
mente complejas, y la del narrador de suyo lo es especial-
mente, por cuanto en ella se crean mundos tan intrincados
como los mundos reales. Algún autor anotaba, eso sí, que el
novelista que confesase que no tomaba sus personajes de la
realidad, era, más o menos, un falsario. ¿Por qué? Porque la
riqueza de la vida -sea esta vida presente o pasada, sea
historia, que en cierto sentido toda novela lo es, más o me-
nos, aun las del tiempo presente- es en ocasiones casi su-
perior a la ficción. Es el caso, por ejemplo, de los ingenuos
análisis que vemos muchas veces, producidos por serios crí-
ticos americanos, sobre la obra de García Márquez, en la cual
encuentran todas las implicaciones de la imaginación y del
humor, y ninguna de la historia y del sentimiento trágico de

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la vida, que están latentes en sus libros. La ficción latino-
americana -nacida de la crónica de Indias, de la lejana his-
toria de nuestros años coloniales, remitida más allá, a la vida
precolombina- deslumbra con la fuerza de su realismo, en
otras latitudes, con lo mismo que para nosotros es lo próxi-
mo, el reflejo de la vida de todos los días, que hace pensar
que realmente la idea de Alejo Carpentier de lo "real mara-
villoso" de América, es una verdad indiscutible.
Seguramente en este taller literario no van a encontrar uste-
des la fórmula mágica para escribir novelas o cuentos. Pero
lo que sí van a encontrar, a través de sus profesores, a través
de los escritores que vengan a dialogar con ustedes, son los
secretos mínimos de los cuales está hecho el arte de escribir,
destreza para practicar ese oficio, que en cierto momento fue
sagrado, dependió luego de las gradas más bajas del trono
en los siglos XIX y XX ha ido tomando una entidad cada
vez más seria y profesional en cuanto se quiere hacer de él
el objetivo de la vida.
No creo que nadie haya podido, aunque muchos lo han en-
sayado, dar la fórmula para escribir un cuento. Se ha tratado
de hacer muchas, y quienes han tratado de darlas, han sido
víctimas de la ironía de quienes piensan que no hay fórmula
posible, fuera del conocimiento de la gramática, de las reglas
del idioma, y un concepto suficientemente elevado de éste.
Pero por dentro, y en especial en la narrativa, hay que poner
el propio espíritu, el propio fervor. Un cuento de calidad
nunca se par~ce a ningún otro. Y tampoco la imitación es
suficiente receta.
Lo que sí es fundamentalmente importante, es la lectura, co-
mo parte del ejercicio diario de formación. La lectura, en
cuanto abre perspectivas, muestra caminos, ilumina puntos
sombríos. Y proporciona algo que, bien administrado y sin

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llegar a la imitación servil, es muy importante: las influen-
cias. No creo que haya un solo escritor que pueda decir que
su obra no está influida por la lectura devota y paciente de
algunos autores, que son los más afines con el propio espí-
ritu. El balance justo entre las influencias y la propia origi-
nalidad, se produce cuando la obra que se crea tiene un sello
personal, distinto de aquellas de las cuales pueda ser, en
cierto modo, tributaria. La vida no es otra cosa que un juego
de influencias que se prolonga desde el nacimiento hasta la
tumba. No hay que temerles ni rendirles culto demasiado
profundo. Se debe buscar la expresión propia, teniendo en
cuenta que la originalidad surge de la sinceridad consigo
mismo, y que quien trata de engañarse a sí mismo difícil-
mente logra una creación auténtica.
Hay algo en lo cual nunca se insistirá bastante: así como los
grandes pintores que llegaron en su momento a la pintura abs-
tracta como expresión genuina de su espíritu creador, pudieron
realizar1a después de haber pasado por el aprendizaje de la
pintura académica, por la pintura figurativa con todos sus su-
puestos de anatomía, de combinación de colores, de manejo de
los materiales, de sabiduría, desde los lienzos hasta la rigurosa
perspectiva, así el escritor no puede llegar de un salto a etapas
de originalidad sin un conocimiento previo de lo clásico, de las
obras fundamentales de la humanidad, no para que ellas lo
encajonen y lo limiten, sino como un punto de partida, similar
al de la pintura figurativa. Solamente en ese momento, puede
tentar el experimento original, la desvertebración del relato, el
monólogo sin puntuación, la mezcla de los personajes, o mejor
dicho, de los enfoques diferentes, y tantas cosas más que pue-
den ser inicialmente más seductoras, pero que si no están apo-
yadas en todos esos presupuestos previos, quedan confusas y
deleznables, destinadas a esfumarse y no a perdurar. En una
palabra, para poder negar algo, hay que saber qué es lo que
se niega.
La actividad del escritor
está en equilibrio inesta-
ble entre dos fuerzas:
la una, el sentido
profesional, la aspiración
a hacer de la escritura
el medio y fin de la
vida, la otra, ese im-
pulso inasible que
está en el comienzo
de la vocación del
escritor, que alguien,
tal vez Reiner María
Rilke, definía diciendo:
si siente usted que
puede vivir sin
escribir, deje de ser
escritor.
Pero a la vez,
el esfuerzo creativo
no es SIempre
grato, en ocasiones
es difícil, se toma
en una lucha con-
tra la cuartilla blanca,
lleva a los límites
de la desesperación.
De pronto, sin embar-
. :fr. go, se toca la verdad.
-.:..- Norman Mailer le
~ preguntaba al escritor
S
...J francés Malaquais, ante
e las dificultades que éste le
refería que tenía con una

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novela en la cual trabajaba: "¿Por qué se empeña en hacerlo?
Hay muchas otras cosas que usted puede hacer bien. ¿Por
qué lucha tratando de escribir?". Malaquais le contestó (es
importante señalar que sufría escribiendo): "Porque es la
única manera que tengo de encontrar la verdad. El único
momento en que sé que algo es verdadero, es el momento
en que lo descubro en el acto de escribir".
Naturalmente la misma persona puede tener el tiempo difícil
o el tiempo fácil. Lo cual depende de esos sutiles mecanis-
mos del subconsciente, y ocurre en todas las actividades hu-
manas. Hay casos de genialidad, como el terrente de las no-
velas de Balzac. O el caso de "El retrato de Dorian Gray"
de Wilde, escrito en diecisiete días volcánicos. Pero de todas
maneras, la actividad del escritor debe someterse al trabajo
continuo, paciente, que un día puede producir dos páginas,
otro ninguna, otro un extenso capítulo. Hay una comunica-
ción secreta con la obra, con los personajes, que ata al autor
a la vida de aquellos casi más que a la propia, y que lo hace
depender mucho más de lo que les esté ocurriendo a sus
personajes que a él mismo. De ahí que la actividad del es-
critor no sea simplemente trabajo, sino arte, ejercicio diestro
de las capacidades, búsqueda infatigable en una realidad hu-
mana que tiene que trasponer a la propia realidad de su
mundo.
En ocasiones el éxito fácil es un enemigo, como lo es la fa-
cilidad torrentosa para escribir. Dentro de la actividad del
escritor hay aspectos que son los que apelan más a la pa-
ciencia: la corrección de lo escrito, el reexamen, el tener la
suficiente fuerza de voluntad para rechazar cosas que se han
escrito y que pueden escribirse mejor. La búsqueda de la
perfección, que es distinta del perfeccionismo. Es necesario
tener el sentido crítico suficiente para darse cuenta de cuán-
do algo está concluido, o bien todavía ofrece muchas más
posibilidades que hacen imperioso retornar lo ya hecho, y
construirlo de nuevo. Es decir, el don eficaz del arrepenti-
miento.
Además de su calidad
esencial de trabajador
de la cultura, el escritor
tiene en su pluma un
poder con algo de ma-
gia, que crea mundos,
_que abre caminos. Pue-
de crear cielos e infier-
nos en la mente del
hombre. Su escenario es
el mundo, es la vida de
los demás humanos; y
no solamente la pasada,
______ ~Q la futura también. Pien-
;oa¿¿go sen ustedes cómo la

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perfección absoluta de

mente, depende de la
elaboración sucesiva,
del paso por muchas
otras manos afanosas. Decía el gran poeta T. S. Eliot: "Al-
guien ha dicho que los escritores muertos están remotos de
nosotros porque sabemos mucho más de lo que ellos supie-
ron. Justamente, y ellos son eso que sabemos".
(En Los infiernos del jerarca Brown y otros textos. Colección
literaria 2, Fundación Simón y Lola Guberek, Bogotá,
1984)

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Interpretación sentimental del libro

Por Luis Tejada


Una pluma cariñosa, llena siempre de efusiva y comprensiva
cordialidad, anuncia hoy desde las páginas de El Tiempo la
aparición de mi primer libro.
Yo he leído con desgarrante emoción esas palabras heri-
doras, en que se asocia la imagen pura e ignota de un
pequeño hijo muerto a la idea de este primer libro que
nace. Hay cierta similitud íntima de significación en esos
dos sucesos, entrañablemente graves dentro de nuestra vi-
da personal. ¿Un libro nuestro que aparece, no es como
una muerte, como la muerte de un dulce ser amado, ani-
mado con el jugo de nuestras venas y con la energía de
nuestro espíritu?
Habíamos ido haciendo ese libro en la mente con lentitud
y con pasión, acumulando en él cada día una idea em-
briagante o una sensación singular, habíamos procurado
infundir en él, con el júbilo cruel del creador, el alma múl-
tiple del universo, como la comprendemos y la sentimos,
reduciendo a ligeras palabras -carne viva y sonrosada-
la alegría y el dolor de las cosas, las sombras abstractas
y los violentos colores, la nostalgia trascendental que nos
agobia y el ínfimo espectáculo sonriente de la calle; le ha-
bíamos dedicado las vigilias febriles, llenas de ímpetus
impotentes en que alzamos los brazos desesperados en la
noche buscando el ideal fugitivo y la anhelada forma. Y
cada frase encontrada y acumulada, cada letra puesta con
fervor, llevaba en sí una gota verdadera de nuestra sangre
y un poco de la fuerza de nuestro espíritu: así, ese libro
lento, gestado con dolorosa emoción, construido y perfec-
cionado progresivamente, iba haciéndose dentro de nosotros
una fisonomía querida, una personalidad pura, unida a
nuestra inteligencia y a nuestro corazón por cariñosos víncu-
los ideales, fuertes como las voces de las razas y los instintos
de la especie.
Por eso, su aparición, su "nacimiento", es como una ro-
tura, como un desprendimiento definitivo, como una
muerte de ese ser ideal, que habíamos acariciado en silen-
cio y que vivía una vida propia y agitada en nuestra men-
te. De pronto, el libro se separa de nosotros para ir a con-
fundirse entre la muchedumbre innumerable,
deshaciéndose en átomos remotos, convirtiéndose en pol-
vo de pensamientos y en ceniza de sensaciones; su cuerpo

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y su alma ya no nos pertenecen ni logramos nunca re-
cuperarlos para nosotros solos; irán a ser pasto de vege-
taciones extrañas, irán a fecundar zonas desconocidas,
irán a abonar huertos ajenos; nosotros ya no podemos vol-
ver a acariciar ni a expresar esos pensamientos y esas sen-
saciones; hemos perdido para siempre el derecho a utili-
zarlos; ese libro ha muerto y sólo nos queda de él un
recóndito vacío en el alma y una imagen inefable y difusa,
como la del pequeño hijo, cuya faz presentida apenas con-
templamos un minuto, el minuto que transcurrió entre su
llegada súbita y su fuga eterna.
(En Libro de crónicas de Luis Tejada, Ediciones Triángulo, Bo-
gotá, 1961, 143-144)

Una promesa olvidada (cuento)

Por Jaime Alberto Vélez

Como la mayoría de los viejos, también ella se ufanaba de


su avanzada edad. Acababa de cumplir 83 años y, no obs-
tante, bajaba dos veces por día al pozo para buscar agua.
Zigzagueaba con pasos medios por entre el cafetal, con el
sigilo y la astucia de una serpiente. Nadie recordaba si había
sido bella, pero conservaba a pesar de todo un destello de
malicia en sus ojos y, aunque parezca extraño, poseía algu-
nos rasgos juveniles que no había logrado amansar el paso
de los años.
Pero, a diferencia de la mayoría de los viejos, ella no contaba
historias ni magnificaba su vida pasada; prefería, más bien,
hablar de lo que ocurría a su alrededor. El viento, el sol, las
nubes o la simple aparición de un renuevo en un tallo eran,
al parecer, más importantes que cualquier suceso de su
vida pasada. Amaba los animales y siempre quiso vivir
rodeada de ellos, pero no soportaba las redes, las jaulas,
las escopetas. En cierta época estuvo empeñada en domes-
ticar una zorra rabipelada que, según su propósito, com-
partiría las sobras de su mesa con un gato viejo y un ca-
chorro de lobo. En otra ocasión atrajo hasta su casa un
armadillo de muy buenos modales que desapareció, por
rara coincidencia, el mismo día en que se agotó la cosecha
de yuca.
Fue criada en la cuchilla de una cordillera, en un paraje
solitario donde los osos y los loros erráticos arrasaban las
sementeras de maíz. A los diez años no conocía gente dis-
tinta de sus padres y
sus cuatro hermanos.
En aquella primera eta-
pa de su vida vivió aga-
zapada, bajo el temor
continuo de unos dis-
paros de arma de fuego
que nunca escuchó. Su
padre, decían, había si-
do un desertor que lle-
gó con su familia a
aquel lugar huyendo de
los frecuentes levanta-
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mientos armados que
por entonc~s des~gra-
ban al pals. ASl que
ella, hasta el fin de sus
días, y aun bajo las cir-
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mo si el único propósito de su existencia hubiera sido
el pasar inadvertida. Sólo una difusa columna de humo
azul señalaba su casa, perdida entre los árboles. Raras ve-
ces los vecinos tenían noticias suyas y por esa razón en
varias oportunidades habían llegado a temer lo peor. Al-
gunos la espiaban en el momento de bajar al pozo, con el
fin de comprobar que aún a sus 83 años seguía viva, va-
liéndose por sí misma.
Él tenía, a lo sumo, 6 años cuando la conoció. Al principio,
ella lo previno contra algunos peligros corrientes: "Nunca
comas más de dos mandarinas"; "si comes piñuela, échale
sal"; "las ramas del aguacate y el guamo son quebradizas,
cuidado"; "no creas que todas las frutas del monte son tan
buenas como el marañón". Después -no sabría decir cuánto
tiempo después- ella le habló de la maldad humana y
él, extasiado, se dejó llevar por el susurro de su voz y
percibió cómo, vestida de luto y casi invisible entre el hu-
mo del fogón de leña, acrecentaba su insospechado poder.
"Los libros sólo enseñan perversidades", le dijo. Y luego:
"Prométeme que nunca aprenderás a leer y escribir". "Lo
prometo", respondió él.

Luego no volvió a saber nada de ella, hasta una mañana


cuando, al caminar con despreocupación por el viejo ce-
menterio, encontró de improviso escrito en la lápida de
una tumba:

Ma. Evangelina Zuleta Sañudo


]875-1959

Entonces le pareció indudable que allí estaba ella para ha-


cerle un reproche.
El presente cuento fue cedido por el autor originalmente para Leer
y releer
Fredy Agudelo
Estudiante de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia,
Fredy Agudelo ha entendido, desde hace mucho tiempo, que una de las
maneras que tiene la felicidad, es la pintura. Y que una de las formas
en que la pintura alcanza la felicidad, es en el paisaje.

Sus largas observaciones, sus innumerables apuntes, el estudio perma-


nente de luces, sombras y colores, las variables tonalidades en la pró-
diga gama cromática de la naturaleza, esa lucha sin cuartel que el
pintor establece con los elementos que incumben a su obra, terminan
en el abrazo plácido y cumplido del cuadro y el espectador (su mira-
da de luz). Por eso casi siempre Fredy sonríe.

En las ilustraciones que


acompañan los textos de es-
tos autores colombianos, el
pintor no quiso (¿no pudo?)
renunciar a su infaltable ne-
cesidad de paisaje. El resul-
tado: árboles y cielos de pa-
labras en la pluma de los
creadores literarios, al lado
de las "plumillas" del dibu-
jante, sombras agradecidas y
sed al mismo tiempo, de las
primeras. Dos maneras,
pues, de mirar las insinuan-
tes realidades de la crea-
ción: el vuelo y el aire que
alientanta el vuelo.

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Universidad de Antioquia - septiembre de 1995
Obra dispersa
Poesía. Prosa
León de Greiff
Volumen 1. 1913-1953. Volumen 2. 1937-1956.
Edición al cuidado de Hjalmar de Greiff

Literatura y diferencia
Escritoras colombianas del siglo XX
María Mercedes Jaramillo. Betty Osorio de Negret. Ángela Inés Robledo
-editoras-
Coedición de Ediciones Uniandes y Editorial Universidad de Antioquia

Estudio semiótico de "En la diestra de Dios Padre"


de Tomás Carrasquilla
Ángela Betancur - José Decio Londoño

Aproximación al texto escrito


Álvaro Díaz

Rehabilitación en salud
Una mirada médica necesaria
Ricardo Restrepo Arbeláez - Luz Elena Lugo Agudelo
-editores-

Cirugía
Anestesiología
Tiberio Álvarez Echeverri -editor asociado-

Actualización en imaginología / 1
Jairo Remando Patiño -editor-

A la venta en todas las librerías

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Obra dispersa
Poesía. Prosa
León de Greiff
Volumen 1. 1913-1953. Volumen 2.1937-1956.
Edición al cuidado de Hjalmar de Greiff
Se inicia la publicación de la Obra dispersa de León de Greiff con los volúme-
nes 1 y 2, que contienen los mamotretos noveno (poesía, 1913-1936), décimo
(prosa, 1939-1945), undécimo (prosa: Prosas de Gaspar, El Tiempo, 1945; Co-
lumna de Leo, El Espectador, 1946-1948; La Columna de Leo, Crítica, 1949-
1949; Columnilla de Leo, Diario de Colombia, 1952-1953), duodécimo (poesía,
1937-1954) y decimotercero -primera parte- (prosa).
Literatura y diferencia
Escritoras colombianas del siglo XX
María Mercedes Jaramillo. Betty Osorio de Negret. Ángela Inés Robledo
-editoras-
Coedición de Ediciones Uniandes y Editorial Universidad de Antioquia
En este libro se estudian los caminos recorridos por la escritura femenina co-
lombiana durante este siglo y se evidencia el rapidísimo avance de ésta. En los
últimos sesenta años --después del decenio del treinta, cuando se inició la mod-
ernización del País-, se ha pasado de la literatura romántica que idealizaba al
ángel de la casa y a la madre, a obras que retan, desde diversas perspectivas, el
discurso falocéntrico y asumen el ser mujer.
Estudio semiótico de "En la diestra de Dios Padre"
de Tomás Carrasquilla
Ángela Betancur - José Decio Londoño
El presente trabajo pretende desentrañar los mecanismos de construcción de la
obra "En la diestra de Dios Padre" de Tomás Carrasquilla, lo cual no implica
que se haya tomado como discurso literario. La perspectiva teórica elegida la
considera como un conjunto significante y en este sentido el concepto de narrati-
vidad que subyace al relato está incluido en las previsiones del análisis.
Aproximación al texto escrito
Álvaro Díaz
La dificultad para escribir un buen texto es uno de los problemas más comunes
de los estudiantes y profesores de secundaria y universitarios y de los profesio-
nales que en el ejercicio de sus labores deben producir materiales escritos. Esto
se explica, entre otras razones, por el poco interés que en nuestro medio se le ha
prestado a la enseñanza de la composición escrita, con la consiguiente carencia
de libros y métodos que hagan de ella una práctica cotidiana en la vida escolar
y profesional.

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