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Es evidente que en 1Ts.5:19 el apóstol está usando una metáfora. Pablo está comparando al
Espíritu Santo con el fuego, aunque sabemos que la tercera persona de la Trinidad no es
“fuego». Cuando la Palabra de Dios usa el término “fuego», lo que está haciendo es comparar
al Espíritu con este elemento para enseñarnos la manera en la cual se relaciona con nosotros.
Vale aclarar que los cristianos no adoramos al fuego como elemento en sí, y en esta ocasión
solo se utiliza el término de manera comparativa, como cuando la Biblia compara al Espíritu
con el agua, el viento, el aceite, e inclusive con una paloma.
Pablo amaba a Cristo con todo su ser, por ende amaba a su iglesia. Prácticamente después de
conocer al Señor y pasar tiempo preparándose, se dedicó a predicar el evangelio y a fundar
iglesias en donde sea que el Señor le mandase que lo hiciera. Pero eso no era todo, un
tremendo pesar se apoderaba de él cada vez que tenía que partir dejando una iglesia para ir a
otro lugar. Esta preocupación, era porque estas iglesias sigan firmes en el Señor, en el
evangelio, en la unidad entre hermanos y en la productividad pro reino.
Cuando se lee detenidamente toda la carta a los Tesalonicenses, se puede ver claramente a
un padre escribiendo a sus hijos espirituales. La carta tiene un fuerte contenido de aliento
para que éstos sigan adelante, pues él sabe que la vida del creyente tiene sus batallas.
Casi al finalizar la carta, desde el capitulo 5, verso 12, se puede ver una serie de amorosas
exhortaciones a los hermanos que más o menos dice así:
«Les ruego hermanos, que reconozcan a los pastores que trabajan entre ustedes, a aquellos
que los cuidan y los amonestan, ámenlos, ténganlos en mucha estima. También exhorten a
los que no trabajan, alienten a los de poco ánimo, sostengan a los débiles y sean muy
pacientes para con todos. Que ninguno se pague mal por mal, hagan lo bueno unos con los
otros, estén gozosos, confiados en el Señor siempre, no dejen de orar, den gracias por todo
pase lo que pase, pues ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús».
Ésta es solo una paráfrasis que engloba las exhortaciones del capítulo 5 desde el versículo 12
al 18, pero es luego de esto que el apóstol, en el versículo 19, pronuncia la frase: «No apaguen
al Espíritu». Y la pregunta es ¿Por qué?.
La respuesta es simple; es porque una vida de buenos frutos, de lucha constante contra el
pecado, que busca entregarse al Señor anhelando cada vez más borrar toda huella de lo que
alguna vez fuimos sin él, todo eso, enciende el fuego del Espíritu Santo, que mora en
nosotros.
Este fuego simboliza la pasión santa que tenemos por las cosas del Señor, es un interés en
saber quién es Él de manera más profunda y qué es aquello que le agrada. Este fuego es el
Señor invadiendo nuestras mentes con Su sabiduría la cual se plasma en todo lo que decimos
y hacemos (Luc.6:45). Este fuego son pensamientos constantes en base a la Palabra de Dios
que nos gobiernan, no es un simple estado anímico emocional, es un estado espiritual. Otra
forma en la cual la Palabra se refiere a esto es «Andar en el Espíritu» (Gal.5:16), o también
ser “llenos del Espíritu Santo» (Ef.5:18). Este fuego se alimenta con cada oración en
humillación total al Señor, se alimenta al entregarnos totalmente en sus manos, se aviva con
el conocimiento acerca de Él a través de su Palabra, al momento de predicar, con la unidad
entre los hermanos y con el constante “volver al evangelio”. Pero así como este fuego se
alimenta con estos leños, así también se apaga con lo opuesto: “el pecado”. Como la llama
de una vela a la que le falta oxigeno, con la proliferación del mal que aún está en nosotros,
nos apagamos.
Si eres un verdadero creyente comprenderás esto: Cuando el Espíritu Santo de una forma
soberana nos cambió, nos regeneró (Tit.3:5), conocimos al Señor y fuimos perdonados, en
ese momento experimentamos una satisfacción total, nos sentimos totalmente completos en
Jesús, como dice Colosenses 2:10 “Vosotros estáis completos en él”.
Es como si en ese momento viviésemos en carne propia la parábola del hombre que halló la
perla de gran valor y fue a vender todas sus posesiones para obtenerla (Mt.13:45-46). Esta
parábola es una representación de lo que es el nacer de nuevo pues todas aquellas cosas, las
cuales nos deslumbraban en este mundo, pierden su brillo ante la luz de Cristo. Es un golpe
tan contundente que muchos ni siquiera entienden muy bien lo que les está pasando, solo
sienten la profunda necesidad de agachar la cabeza y decir: ¿Qué quieres que yo haga Señor?
(Hch. 9:6). ¿Recuerdas eso? ¿Sabe de lo que estoy hablándole? Hermano/a, ese es
el fuego del Espíritu Santo, el cual sentimos con intensidad cuando experimentamos el
verdadero arrepentimiento y perdón de pecados.
Este fuego se apaga o se debilita cuando volvemos al lugar de donde fuimos rescatados, y es
simple, pues el Espíritu Santo se contrita, se entristece (Ef.4:30); no se marcha puesto que ya
somos templo suyo, pero cuando Él es profanado produce en nosotros tal aflicción que ni
siquiera podemos disfrutar plenamente aquel mal con el cual lo estamos ofendiendo, a ésto
se lo conoce como «la tristeza que viene de Dios» (2Co.7:10; Co.5:14).
El pastor John MacArthur predicando sobre sobre el libro de Efesios y la llenura del Espíritu,
dice:
No me malentiendas, no estoy diciendo que únicamente llevando una vida perfecta se puede
mantener vivo al fuego del Espíritu, si fuese así esto sería imposible pues todos pecamos; es
el creyente que busca al Señor y lucha contra el pecado el que mantiene constantemente esta
llama ardiendo en su interior de tal forma que todo su ser, su mente y sus acciones están
siempre atentos a la guía del Espíritu Santo.
Puede que veas como algo lejano esta satisfacción total en el Señor (Gal.), es por ello que
Pablo escribe esto en sus cartas, para que vuelvas a encender la llama del Espíritu. No existe
siervo que no haya pasado por esto, y aún si estás en un lugar espiritual de sumo gozo,
también se dirige a ti para que lo custodies como tu bien más preciado. Si ya hace tiempo que
el fuego se ha apagado o sientes que es apenas una débil llama extinguiéndose, te pido
entonces que levantes conmigo esta oración, léela con el corazón y hazla tuya:
Señor, te ruego que me perdones, mis malas decisiones han apagado la pasión que una vez
tuve por tu obra, renuévame, sáname, santifícame, devuelve el gozo de sentirme salvo.
Necesito que inundes mi mente con tu Palabra. Remueve todo aquello que evita que viva una
vida agradable ante tus ojos, haz que predicar tu evangelio sea una necesidad para mí,
cueste lo que cueste. Contrólame completamente y hazme un instrumento tuyo, en el nombre
de Jesús. Amén.
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