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Ingresantes, egresados y equidad. Discusiones en torno al sistema universitario argentino - 19.10.

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Opinión | Octubre 19, 2018, 9 09am

Ingresantes, egresados y equidad. Discusiones en torno al sistema universitario argentino

Autor: Sergio Daniel Morresi

A pesar del crecimiento en la inversión pública en educación superior y a que la Tasa Bruta de Educación Superior argentina (que se calcula dividiendo el número de
estudiantes matriculados por la población entre 18 y 24 años) es relativamente alta, el Sistema Universitario Argentino (SUA) presenta problemas, sobre todo en lo relativo
a una tendencia al amesetamiento en el ingreso y una tasa de graduación baja en términos regionales. Sin embargo, de allí no se puede deducir —como algunos analistas se
apresuran a hacer de forma periódica— que estos problemas sean el fruto de que Argentina tenga un sistema de ingreso a la Universidad que no está restringido por
exámenes ni que todo sea cuestión de aumentar el presupuesto o el número de universidades. Es indispensable reconocer que el SUA tiene problemas complejos, pero estos
problemas no se resolverán con soluciones simplistas.

Crecimiento presupuestario y amesetamiento en el ingreso


Si bien existen controversias sobre los montos asignados al SUA (debidas a discusiones en torno a las cifras de la inflación), aún los análisis críticos coinciden en que el
aumento presupuestario del período posterior a 2005 fue pronunciado. La inversión pública en educación superior que para el año 2004 era de alrededor del 0,5% del PBI
comenzó a crecer en 2005 hasta alcanzar el 1,06% del PBI en un período que se caracterizó (en general) por la expansión del producto. Asimismo, y si se toma en cuenta la
inversión privada, estimada entre, 0,2% y 0,3% del PBI, actualmente Argentina invierte entre el 1,3 y el 1,4% de su producto en educación superior, una cifra comparable
al promedio de los países avanzados (que es de 1,6%, pero inferior a otros países de la región, como Chile, que invierte el 2,4% de su PBI).
Una parte importante del incremento presupuestario de los últimos años se destinó a financiar la apertura y la puesta en funcionamiento de nuevas universidades. El
proceso de crecimiento no fue sencillo. Si bien existía un consenso entre expertos y políticos de distintas corrientes en que era necesario expandir el SUA, algunas de las
nuevas universidades públicas fueron objetadas por fallas en los proyectos de creación o porque producían superposición de oferta formativa. Pese a esos debates, parece
importante subrayar tres cuestiones. Primero, en la actualidad no hay ninguna provincia argentina que carezca de una universidad, lo que arroja un balance en principio
positivo. Segundo, hay regiones del país en las que se verifica superposición de ofertas, lo que implica un empleo sub óptimo de los recursos (sobre todo de los públicos).
Tercero, el crecimiento en inversión y en número de instituciones en el sistema público no fue acompañado por un crecimiento similar en la matrícula.
Entre 2005 y 2017, mientras que la inversión en educación universitaria experimentó un aumento alrededor 80% en relación al PBI, la matrícula solo creció en un 25%.
Asimismo, mientras el número de instituciones públicas creció más del 30%, la matrícula de ese mismo subsistema solo subió el 10%.[1] Las razones del desacople
relativo entre el aumento de inversión y el número de alumnos pueden obedecer a distintos motivos. Por un lado, algunas de las universidades de reciente creación se
instalaron en lugares donde ya existía una oferta formativa similar, por lo que, al menos en principio, lo que ha sucedido es que nuevas y viejas instituciones se dividen un
mismo público. Por el otro, en la actualidad las nuevas universidades todavía están desarrollando y haciendo conocer su propuesta, por lo que resulta razonable suponer
que en los próximos años la situación puede mejorar.
Pero, además, de acuerdo con la Ley de Educación Superior, las universidades tienen una misión más amplia y difícil de mensurar que la de formar graduados: deben
investigar (en ciencia básica y aplicada), difundir el conocimiento y la cultura en todas sus formas, preservar la cultura nacional y extender su acción y sus servicios a la
comunidad. Así, si la creación de universidades y el aumento de la inversión aun no ha resultado en el aumento esperado en el número de estudiantes o graduados, deberían
considerarse otras acciones valiosas emprendidas por las Universidades, como investigaciones de punta, museos, centros culturales, capacitación profesional, formación
continua, cursos y talleres abiertos a toda la comunidad, etc.

Graduación e inequidad
Ahora bien, aun cuando las universidades hayan cumplido con la mayoría de las funciones que les encomienda la Ley, lo cierto es que su misión específica es la de enseñar.
Y lo que preocupa cuando se reflexiona sobre el SUA es si las casas de altos estudios están logrando no solo incorporar ingresantes, sino también formarlos adecuadamente

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en un tiempo razonable para que se sumen al mundo profesional, científico, tecnológico, artístico o cultural. Y en este punto, hay indicadores que resultan preocupantes. A
pesar de que la inversión por alumno mejoró sensiblemente (por el aumento presupuestario en un marco de relativo amesetamiento), lo cierto es que del conjunto de
ciudadanos que accede a la universidad, apenas consigue egresar un porcentaje magro.
Calculando el porcentaje de graduados sobre el total de inscriptos en carreras universitarias cinco años antes (el tiempo teórico de una carrera de grado establecido en los
planes de estudio) en 2017 el porcentaje de graduados era del 30%, una tasa de graduación baja comparada con el promedio de los países desarrollados (83%) e incluso con
otros casos de América Latina (50% en Brasil, 60% en Chile). Sin embargo, aquí hay que introducir un matiz. En Argentina, a diferencia de lo que sucede en otros países
de la región, la mayoría de las universidades no tienen un ingreso selectivo. En este sentido, comparar la “eficiencia” de naciones en las que solo acceden a la universidad
los mejor calificados (y en las que el título universitario es una condición necesaria para aspirar a puestos como el de maestro de grado o comisario de policía) con el caso
Argentino es inconducente.[2]
No obstante, más allá de las discusiones sobre la medición de la tasa de graduación, resulta imprescindible subrayar que, dentro de la población que logra obtener un
diploma universitario, los alumnos que provienen de familias de menores ingresos se encuentran en clara minoría. El fenómeno puede observarse de dos modos. Por un
lado, si se mira a los egresados, se nota que los jóvenes graduados corresponden mayoritariamente a los quintiles de ingreso per capita más altos (55% de los quintiles 4 y
5 y solo 25% a los quintiles 1 y 2). Por otra parte, si se enfoca la mirada en el desgranamiento de los estudiantes se ve la primacía de los estratos socio-económicos bajos y
medios-bajos en la universidad (entre 40 y el 50% de los sectores más bajos abandona los estudios, en contraposición con el 20%-30% de los que provienen de estratos
medios y medio-altos). Así, a pesar de caracterizarse por su política de ?igualdad de oportunidades”, el SUA resulta particularmente expulsivo y refractario de los sectores
social y económicamente menos favorecidos. Ese es el quid de la cuestión.

Qué ( y qué no) hacer


En ocasiones, tanto en el campo académico como en el político, surgen voces que ofrecen soluciones sencillas a problemas complicados. En el caso del SUA, se suele
apuntar a que todo podría resolverse o bien con un aumento presupuestario o bien con medidas elitistas (como la implementación de un examen de ingreso universitario o
de egreso del secundario que asegurase que solo los mejor preparados accediesen a la educación superior). Sin embargo, de los datos disponibles no surge que un aumento
en el presupuesto —si bien útil y necesario— arroje necesariamente mejores resultados en términos de equidad. Pero tampoco hay motivo para suponer que la
implementación de medidas restrictivas puedan ser beneficiosas. El amesetamiento de la matrícula y el relativamente bajo (y claramente inicuo en términos sociales) nivel
de graduados son cuestiones importantes y requieren mucho trabajo, no soluciones simplistas. En este sentido, y solo a título ilustrativo, se podrían señalar dos campos de
acción en los que valdría la pena ahondar.
En primer lugar, parece ser fundamental alcanzar un mayor nivel de articulación de las universidades con las escuelas medias que colabore para un aumento de la matrícula
más sensible que el registrado hasta ahora. Si bien en los últimos años se desplegaron iniciativas puntuales y programas específicos, es evidente que los mismos no han
sido suficientes y que resulta necesario emprender acciones de carácter más amplio y mayor impacto orientadas a acercar a la universidad a los jóvenes recién egresados de
la secundaria y a facilitar que su ingreso a la educación superior no se vea dificultado por la distancia entre los saberes y prácticas adquiridos y los esperados. Aquí no se
trata de echar culpas sobre las universidades o las escuelas secundarias sino de procurar dispositivos que permitan una relación más fluida entre los niveles y un
acompañamiento (formativo, pero también institucional) más próximo para los estudiantes provenientes de los sectores socio-económicos bajos y medio-bajos.
En segundo lugar, y para colaborar en una mejora en los niveles de graduación, es necesario continuar, ampliar y perfeccionar los programas de becas para estudiantes
universitarios. Hasta hace poco tiempo podían identificarse tres tipos de becas: de auxilio financiero básico (que en dinero o en especies no suelen superar el quinto de un
salario mínimo y no exigen un rendimiento académico como contrapartida), becas-contrato (de montos variables y que requieren que los estudiantes realicen alguna labor
dentro de la Universidad no necesariamente relacionada con su formación) y las becas de estudio e investigación (que son de montos más elevados pero tienen altas
contraprestaciones y son muy selectivas). Aquí sería deseable la implementación de programas de becas no selectivos en términos de antecedentes o dirigidas claramente a
los sectores socio-económicos bajos o medio-bajos (como las becas de auxilio financiero básico) pero que ofrezcan estipendios más elevado (equivalentes a un salario
mínimo) y exigencias de rendimiento académico medianas (como las becas de estudio e investigación) desde el mismo ingreso a la universidad.[3]
Por supuesto, lo que estamos haciendo aquí es apenas arañar la superficie de una problemática compleja y controversial. Lo que importa en todo caso es acordar en el
desafío planteado: apuntar a una universidad más equitativa.

Para profundizar en el diagnóstico y otras políticas universitarias como la aquí reseñada se sugiere ver Haberfeld, L.; Marquina, M. y Morresi, S. (2018) El sistema
universitario argentino. Situación, problemas y políticas, Informes CECE, septiembre.

[1] En contrapartida, en el subsistema de gestión privada, el crecimiento en el número de instituciones fue menor (16%), pero la matrícula subió de manera mucho más
acelerada (38%).
[2] La discusión de este tema requiere más espacio que el disponible y será objeto de otros artículos.
[3] Recientemente, el Estado Nacional propuso modificar el Programa de Respaldo a Estudiantes de Argentina (Progresar), que originalmente tenía el sentido de una beca
de auxilio financiero básico para acercarlo a las becas de estudio e investigación en los años intermedios y superiores de la formación. Esta parece ser una propuesta
intermedia (quizás debido a razones presupuestarias) cuyos resultados deberán ser evaluados próximamente.

Educación Enseñanza Gratuidad Universidad Sergio Daniel Morresi

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