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TEMA 2.

EL REINO ACONTECER
MISERICORDIOSO DE DIOS EN FAVOR DE
LAS VÍCTIMAS
En este tema abordamos la novedad que nos hace esa nueva comprensión de la cruz
como camino-innovación: El Reino: acontecer de Dios en favor de las víctimas. El
acontecer de Dios en la persona de Jesús posibilitó la más grande reacción que se
constituye en su Reinado. Porque si bien es cierto que Dios no se limitó a establecer
alianzas con su pueblo, ni mucho menos a entablar leyes, sino que se ofreció “bajar de la
cruz al crucificado”. Para Ignacio Ellacuría Dios se comprometió en la cruz de Jesús
“bajar a los pueblos crucificados de la Cruz” en cuanto nunca querrá el sacrificio de
inocentes, al contrario siempre optará por los expulsados de este MUNDO,
constituyéndose esta en un grito de misericordia. A este grito Jesús responde desde su
misión: “al bajar Jesús de la barca vio mucha gente y se movió a misericordia......” Este
capítulo lo hemos estructurado en dos partes: en una primera enfrentaremos como el
reino de Dios es la centralidad en la vida de Jesús y en la segunda, mostraremos como el
reino de Dios se presenta al mundo como plenitud de vida.

LA CENTRALIDAD DEL REINO DE DIOS COMO PRAXIS DE


MISERICORDIA EN LA VIDA DE JESÚS DE NAZARETH

En la reflexión teológica moderna el tema de la cristología ha tomado un puesto


importante. Y en ella se ha querido recuperar la figura del Jesús histórico con el fin de
entender mejor a Jesús-Cristo. Introducirnos en el estudio del Jesús Histórico nos
muestra una realidad la vida de Jesús fue una vida des-centrada y centrada alrededor de
algo distinto de sí mismo”1[1]. A ésto central que nos ubica en perspectiva de entender
mejor la totalidad de la vida de Jesús de Nazaret se le llama Reino de Dios. Este es el eje
central en la vida de Jesús como una realidad dual. El Reino y Dios están en una relación
intrínseca. Ambas cosas son una misma realidad en la vida de Jesús que configuró su
persona. Las dos realidades, Reino y Padre, se complementan de tal forma que “el Reino
da razón del ser de Dios como Abbá y la paternidad de Dios da fundamento y razón de
ser al Reino”1. Y por ello, se habla igualmente de Dios y de Reino, o de voluntad realizada

1Jon Sobrino, Jesucristo Liberador, Lectura histórica teológica de Jesús de Nazaret, UCA editores, San Salvador, 1991, p. 121.
1
de Dios; o de Dios y pueblo de Dios. Por tanto, “lo que sea el Reino dependerá, en último
término, de lo que sea Dios. Y de la comprensión de Dios dependerá lo que sea el
Reino”2[2]. Para descubrir la comprensión de Dios y profundizar mejor se toma el Antiguo
Testamento donde la concepción de Reino de Dios hunde sus raíces. En éste, “Dios nunca
aparece como un Dios-en-sí, sino como un Dios para la historia y, por ello, como el Dios-
de-un-pueblo. Es decir que se proclama un Dios que su esencia es en alteridad; un Dios
que se revela y que es en relación a un pueblo. Por diferentes que sean las tradiciones
sobre Dios en el Antiguo Testamento, tienen algo en común: que es un Dios-de, un Dios-
para, un Dios-en”3[3]. Por eso, Jesús comprende lo último como una unidad dual, un Dios
que se da a la historia y una historia que llega a ser según Dios. Esa unidad dual, que es lo
último, es lo que formalmente se quiere expresar con el Reino de Dios y que Jesús
anunció. En Jesús aparece una paradoja en referencia al Reino, Él habla muchas veces
del Reino de Dios pero nunca dice qué es en concreto. “Y digamos que eso no debería
sorprender, los mismos sinópticos afirman que el día del Reino no lo conocen ni el
mismo Jesús, sino sólo Dios (Mc 13, 32)”4[4]. Si Jesús lo hubiera definido estaría
sobrepasando su propia historia y su aparición sobre la tierra no hubiera sido a la
manera humana. Por tanto, necesitamos un método para averiguar qué es lo que Jesús
pensaba del Reino de Dios. Es lo que se pretende desarrollar a continuación.

DIVERSAS PERSPECTIVAS PARA ENTENDER EL REINO DE DIOS

El Reino de Dios en el Antiguo Testamento. El punto de partida del Antiguo


Testamento es, según Sobrino, la relación de Yahvé con la realeza que Israel hace. Dicha
terminología no es original ni específica de Israel sino que existía en todo el Oriente
antiguo. “Lo que hizo Israel fue historizar la noción de Dios-Rey, según su fe
fundamental de que Yahvé interviene en la historia”5[5]. Esa realeza de Yahvé fue
presentada en la historia de Israel con diversos matices y dimensiones. “Durante la

2 Ibid., p. 123
3Ibid., p. 124
4 Ibid., p. 125
5 Ibid., p. 127.

2
monarquía, la realeza de Yahvé se hizo compatible con la del Rey de Israel, quien es
adoptado como Rey”6[6]. Sin embargo, después del fracaso monárquico y las catástrofes
nacionales fue apareciendo con mayor claridad lo que era el esperado reinado de Dios:
un futuro como Reino de justicia para Israel, en cuanto pueblo y al interior del mismo
Israel.

La apocalíptica universalizó esta expectativa, expandiéndola incluso cósmicamente; y,


dado su pesimismo histórico, la escatologizó, es decir, hizo coincidir la aparición del
reinado de Dios con el fin de los tiempos, cuando se dará la renovación definitiva de toda
la realidad y la resurrección de los muertos, pues este mundo actual, tal cual es, no puede
recibir a Dios. La confesión de la realeza de Yahvé es, pues, fundamental para Israel y
recorre toda su historia; es otra forma de decir que Dios actúa en la historia y a favor de
Israel. Sin embargo es central y fundamental entender la categoría de Reino de Dios para
evitar malentendidos. Por eso, él nos presenta dos connotaciones esenciales del Reino de
Dios: el regir de Dios en acto y para transformar una realidad histórico-social mala e
injusta en otra buena y justa.7[7] Más que de Reino de Dios hay que hablar de Reinado de
Dios porque se trata de las acciones positivas de Dios por la que transforma la realidad.
En cambio Reino de Dios es lo que ocurre cuando Dios reina realmente: Una historia,
una sociedad, un pueblo según la voluntad de Dios. “El Reino es, pues, una realidad
sumamente positiva, una buena noticia, pero es también una realidad sumamente crítica
hacia el presente malo e injusto”8[8].

Sobre el Reino de Dios, al respecto Jon Sobrino insiste en tres cosas: 1. La incidencia real
del Reino de Dios en la historia de los hombres del Reino de Dios. Es decir que el Reino
es una realidad histórica y no trans-histórica. Por eso es esencial a la fe de Israel es que
Dios puede cambiar la realidad mala e injusta en una realidad buena y justa. Por ello, al
Reino de Dios se corresponde con una esperanza histórica. 2. La acción de Dios, desde su

6Ibid., p. 128.
7Ibid., p. 128
8Ibid., p. 129

3
Reino, versa en directo sobre la transformación de toda la sociedad, de todo un pueblo.
Por tanto al Reino de Dios se le corresponde no sólo como esperanza, sino como una
esperanza popular, de todo un pueblo y para todo un pueblo. 3. La tercera es que el Reino
de Dios surge como buena noticia en presencia de realidades muy malas, es decir, en
presencia del anti-reino. El Reino de Dios no vendrá, por así decirlo, como una tábula
rasa sino desde y contra el anti-reino que le es formal y activamente contrario9[9]. El
Reino de Dios es una utopía que responde a una esperanza secular y popular, en medio
de innumerables calamidades históricas. Es lo bueno y lo sumamente bueno, pero es
también algo liberador porque adviene en medio y en contra del anti-reino.

La expectativa del Reino de Dios en tiempos de Jesús. Una cosa queda clara y es
que en tiempos de Jesús existían grandes expectativas de la llegada del Reino de Dios y
Jesús se vio en medio de ellas. Una figura paradigmática de ese tiempo fue Juan Bautista.
Él, como profeta de su tiempo, intentó dar una respuesta a la coyuntura en la cual se
movió. Su predicación era en términos de juicio de Dios y no de Reino de Dios. Juan
Bautista habla de la cercanía de Dios como ira inminente, escatológicamente, “aparece
como profeta que denuncia el pecado del pueblo; anuncia la venida del Reino de Dios y
de su juicio radical y ante ello queda abierta una posibilidad y solo una posibilidad: la
conversión expresada en el bautismo como perdón de los pecados y realizada en frutos
concretos de conversión”10[10]. En medio de la ira de Dios, Juan anuncia una buena
noticia: hay salvación y el camino es por medio del bautismo. Toda esta predicación del
profeta Juan causó un momento expectante en el pueblo de Israel. Juan va a ser visto por
sus contemporáneos como el Mesías esperado; como el liberador que deseaba el pueblo.
Sin embargo, él anuncia que su misión simplemente es la de aquel que abre el paso,
detrás de él viene uno mayor que su persona, al cual no es digno de desatarle la correa de
las sandalias. (Mc 1,7).

Jesús debió pertenecer al círculo de los discípulos de Juan. Es más, históricamente fue

9 Ibid., pp. 129-130


10 Ibid., p. 132.
4
bautizado por el mismo Juan. Esto es importante porque eso nos da una referencia de
dónde pudo tomar Jesús algunos contenidos sobre el mensaje del Reino de Dios. En este
sentido, desde la proclamación del Reino de Dios, Jesús aparecerá, fundamentalmente,
como profeta que anuncia la venida cercana de ese Reino de Dios. Jesús se entronca en
una tradición esperanzadora de su pueblo, participa de ésta y trata de dar su gran
respuesta a las expectativas de sus contemporáneos. Por tanto, “hay que valorar
grandemente el mismo hecho de que Jesús participa de la expectativa del Reino, que cree
que es posible, que cree que es bueno y liberador”11[11]. Sin embargo, su visión del Reino
de Dios tiene algo propio y particular que es lo que va a marcar la novedad de Jesús. En
ese sentido es necesario descubrir cuáles fueron las nociones que él tenía sobre el Reino
de Dios.

EL REINO DE DIOS ESTÁ CERCA

LAS NOCIONES DE JESÚS SOBRE EL REINO DE DIOS

Para entender mejor la novedad del Reino de Dios en Jesús de Nazaret, hay que partir de
la solidaridad de Jesús con la esperanza de una humanidad oprimida. Jesús se dejó
marcar por toda la realidad de opresión de su tiempo. Esta realidad lo configuró de tal
forma que los pobres de su tiempo lo llevaron a Dios y Dios lo llevó a ellos. Jesús dice que
el reino de Dios está cerca (Mc 9,1), es decir, que él no sólo espera el reino de Dios, sino
que afirma que su venida es inminente, que el reino no debe ser sólo objeto de esperanza,
sino de certeza (Lc 17,21). Jesús tiene la audacia de proclamar el desenlace del drama de
la historia; la superación, por fin, del anti-reino; la venida inequívocamente salvífica de
Dios.

El reino de Dios es pura iniciativa de Dios, don y gracia. Jesús afirma que el
Reino es don y puro don de Dios, no puede ser forzado por la acción de los hombres. Dios

11 Ibid., p. 135.
5
viene por amor gratuito. Pero esta gratuidad no se opone a la acción de los hombres. Las
parábolas del crecimiento subrayan que el Reino de Dios y su venida definitiva no
dependen de la acción de los hombres, pero tampoco se trata de un crecimiento mágico.
Y el mismo Jesús, que anuncia la gratuidad del Reino, no deduce de ahí la inactividad
hacia el Reino, sino más bien realiza una serie de actividades relacionadas con el Reino.
Que esto lo haga porque viene el Reino, y así puede poner esos signos, o para que venga
el reino, y así de esa acción de Jesús depende su venida, no se puede dilucidar en pura
teoría, pues, existencialmente, está unido en Jesús, pero es decisivo recalcar el hecho
mismo: Jesús sirve activamente al Reino. Y por lo que toca al anti-reino como situación
de injusticia no la tolera, lo denuncia y actúa en contra de él. En ese sentido a los oyentes,
de la venida del Reino les va a exigir conversión (Mc 1, 15). Por tanto, la venida del reino
de Dios es algo que por una parte, sólo se puede pedir y, por la otra incide ya sobre esta
tierra como la voluntad de Dios que tiene que realizarse. Por lo tanto queda claro, la
absoluta iniciativa amorosa de Dios, cuyo amor es gratuito, que genera la necesidad y
posibilidad de la reacción amorosa de los hombres.

El reino de Dios como eu-aggelion, buena noticia. La venida del reino de Dios es
crisis y juicio sobre el mundo y sobre la historia, porque Jesús va a afirmar enfáticamente
que la llegada del reino de Dios es lo bueno y lo sumamente bueno. Es, antes que nada,
buena noticia. Esto es lo que revela cuando afirma que Dios se acerca y que se acerca
porque es bueno; apareciendo Dios, por esencia, como salvador, y su acercamiento como
salvación para los seres humanos. Los evangelios, la buena noticia es Jesús mismo. Es
aquello que Jesús trae: el reino de Dios. Por tanto si ésto es así, el anuncio del reino de
Dios no es sólo algo verdadero, sino algo que en esencia debe ser anunciado con gozo y
debe producir gozo. En suma, que el Reino de Dios sea eu-aggelion significa que debe
alegrar a los oyentes, ya que el Dios del Reino expresa la esperanza real de un pueblo en
grandes dificultades materiales, sumido en una crisis de identidad cultural y política12[12].

12 Ibid., pp.137-142
6
La Centralidad de los Pobres en el Reino de Dios. Para entender qué significa que
el Reino de Dios tiene un destinatario concreto y que por ello es esencialmente parcial,
Sobrino apunta lo siguiente: si el Reino de Dios es buena noticia, sus destinatarios
ayudarán esencialmente a esclarecer su contenido, pues buena noticia es algo por esencia
relacional, ya que no toda buena noticia es buena de la misma manera para unos que
para otros. El amor de Dios que ofrece Jesús es igual para todos. Él, en la concreticidad
de su misión, no cerró sus puertas a ningún hombre o mujer. Al contrario, su praxis y su
visión era abarcadora. Era para todos y todas. Sin embargo a la hora de ofrecer el amor
de Dios que él expresa no es lo mismo para unos que otros. El no excluía a nadie, pero no
es lo mismo no excluir que dirigirse en directo a cierto grupo de personas, y estos son los
pobres.

De qué marginados se trata como destinatarios del Reino. La misión de Jesús,


el Reino de Dios, está dirigida a los pobres. Para nuestro autor esta clave se ve clara en
los evangelios: “Me ha enviado a anunciar a los pobres la buena nueva” ( Lc 4,18). Lo
mismo se va a mostrar en la respuesta de Jesús a los enviados de Juan “a los pobres se les
anuncia la buena noticia” (Lc 7, 22). Todas estas afirmaciones presentes en el Nuevo
Testamento marcan y afirman algo sobre el Reino de Dios. Nos dan una perspectiva, una
clave de lectura para comprender mejor de qué trataba la predicación de Jesús y qué
significaba para Jesús esto del Reino de Dios. “Son afirmaciones que no están en la línea
de discontinuidad, como lo puede estar su audacia de afirmar que el Reino está cerca,
sino en la línea de la continuidad, pues están enraizadas en el Antiguo Testamento”13[13].
Relación entre el Reino de Dios y los pobres que se establece en los evangelios como una
relación de hecho, pero más radicalmente aparece como una relación de derecho, basada
en la misma realidad de Dios tal como apareció en el Antiguo Testamento. Porque allí,
Dios es el que está al lado del huérfano y de la viuda, al lado de aquél desprotegido y que
sus condiciones son precarias haciendo de su vivir un terrible peso.

13Ibid., p.143.
7
En tiempos de Jesús los pobres son los hambrientos, los encarcelados, los desnudos, los
forasteros, los enfermos, los que lloran, los que están agobiados por su peso real (Lc 6,
20-21; Mt 25, 35ss). Pobres son los que viven encorvados (anawin) bajo el peso de
alguna carga; aquellos para quienes vivir y sobrevivir es una durísima carga. Aquellos
que se les roba hasta el mínimo de vida; los que están debajo de la historia y los que están
oprimidos por la sociedad y segregados de ella. Son los cercanos a la muerte lenta de la
pobreza, para quienes sobrevivir es una pesada carga y su máxima tarea, y a la vez, son
los privados de la dignidad social y a veces de la dignidad religiosa. Por tanto, Jesús
muestra su indudable parcialidad, con lo que se entronca a lo que hoy se le llama opción
por los pobres.

En este mismo sentido, nuestro autor, hace una breve caracterización de los pobres como
grupo social en tiempos de Jesús: Ante todo habían pobres en plural. Una realidad, ya
sea grupo o clase, colectiva o masiva, y caracterizada suficientemente en términos
históricos. A esos grupos o colectividad de pobres, en primer lugar, hay que decir que son
económico-sociológicamente pobres. Y en segundo lugar, son los dialécticamente pobres.
En los evangelios se habla de pobres y ricos como grupos diferentes y contrarios. Pues
bien, de esos pobres Jesús dice que es el Reino de Dios. Aquellos para quienes es
sumamente difícil dominar lo fundamental de la vida; aquellos que viven en el desprecio
y la marginación.14[14] Si los pobres, así entendidos, son los destinatarios del Reino,
entonces, desde ellos se puede comprender mejor también en qué reino pensaba Jesús.
Es un Reino formalmente parcial y un Reino cuyo contenido fundamental es la vida y
dignidad de los pobres.

LA PARCIALIDAD DEL REINO DE DIOS

El Reino de Dios es una realidad escatológica universal. En él pueden entrar todos, pero
en directo el Reino es únicamente para los pobres. Y eso es así por opción. El Dios que se

14Ibid., pp. 146-1147


8
nos muestra en el Antiguo Testamento es un Dios que se muestra a favor de los que más
sufren. En esta misma perspectiva, en el acontecimiento fundante del Antiguo
Testamento, el éxodo, Dios se muestra parcial hacia un pueblo oprimido. Es a él y no a
todos al que se revela y libera. Esta parcialidad es ahora mediación esencial de su propia
revelación. Por tanto es en y a través de su parcialidad hacia los oprimidos como Dios va
revelando su propia realidad. En el tiempo de Jesús el anuncio de la buena noticia a los
pobres sacude y conmociona los cimientos de la religión judía, mostrando la gratuidad de
Dios en ese mundo que ideologizaba la riqueza. El escándalo de los que no son pobres va
a ser una prueba indirecta pero eficaz de que el Reino de Dios es para los pobres por el
mero hecho de serlo, y que Dios se revela, según su propia realidad, como parcial hacia
ellos. Así pues, dice nuestro autor, esta parcialidad de Dios se vuelve una constante de su
revelación. En ella se opta por unos a diferencia de y en contra de otros. Es una
parcialidad dialéctica, y de ahí, la tipificación frecuente de dos tipos de grupos o de seres
humanos: unos aceptados por Dios y otros rechazados por Dios.

El Reino de Dios como Reino de vida mínima. Si el Reino de Dios es para los
pobres, entonces, por su misma esencia, tiene que ser, como mínimo, un reino de vida, y
de esta forma es como aparece en Jesús. Para Jesús la pobreza es contraria al plan
original de Dios, es su anulación. Con la pobreza, la creación de Dios aparece como
viciada y aniquilada. La vida que traerá Jesús va más allá del hecho primario de
sobrevivir, pero incluye este hecho como algo esencial. No hay duda que Jesús hace
defender la vida de los pobres en cuanto hecho primario de vivir. Defensa que expresa la
voluntad primigenia de Dios. Este hecho mismo se expresa, en la compresión que Jesús
hace de la ley de Israel. Para Jesús está es expresión de la primigenia voluntad de Dios.
En los evangelios son pocos los pasajes en que Jesús menciona la Tora escrita, pero
cuando lo hace la presenta como la última voluntad de Dios. “Y curiosamente, pero
lógicamente, se concentra en su segunda parte, es decir, en aquellos mandamientos que
se refieren al prójimo y aseguran la vida. (Cfr. Mc 10, 19; 7,10; Mt 15,4)”15[15].

15 Ibid., p. 152.
9
Por tanto, Jesús fue un inconformista con respecto a la ley, porque cuando lo que está en
juego es la defensa de la vida primaria, lo más específico de la ley, es defender ésta sin
vacilar. Por eso Jesús, también, va a condenar a los escribas ya que su interpretación de
la ley va atentar contra la vida humana. Por tanto, todas aquellas tradiciones humanas
que van en contra de la vida humana no son expresión de la voluntad de Dios.

Recapitulando, el Reino de Dios debe, entonces, incluir como mínimo, lo que es un


máximo para los pobres la vida. Para quienes, hoy como ayer, tienen ya la vida
asegurada, no parece ser esto una inesperada utopía, pero para los pobres lo es. Para los
pobres que no dan la vida por supuesta nada hay de esotérico ni misterioso en que el
Reino de Dios ofrezca ese mínimo. Y tampoco lo es para Dios, pues se trata de que llegue
a ser realidad el mínimo de su creación.

La Liberación de los pobres como buena noticia del Reino de Dios. La primera
consecuencia importante, es que la liberación de la que Jesús habla en Lucas incluye la
liberación de la miseria material. Y la segunda conclusión es que las buenas realidades es
lo que los pobres necesitan y esperan. Se trata, reflexiona nuestro autor, lo que el sentido
común nos advierte: que anunciar una buena noticia a los pobres de este mundo, no
puede ser cosa sólo de palabras, pues hartos y desengañados están de ellas. Buenas
realidades es lo que los pobres necesitan y esperan. De allí que la buena noticia sólo será
buena en la medida que eso sea una realización en la vida de los pobres. De esta manera
toda la práctica de Jesús va una señal concreta de que el Reino de Dios es buena noticia
para los pobres.

LOS MILAGROS SIGNOS LIBERADORES DEL REINO DE DIOS

Las teologías aceptan hoy que el Reino es una realidad a la cual hay que corresponder con
esperanza. Si el ser humano no fuera un ser de la esperanza simplemente no podría

10
comprenderlo. Sin embargo, esa esperanza sería una mera expectativa de la venida del
Reino si no la acompaña una práctica. Es importante averiguar qué tipo de esperanza
tenía y generaba Jesús, si es expectante y activa. En los evangelios sinópticos queda
reflejado que Jesús fue un ser humano que actuó. Es decir, Jesús hizo cosas concretas de
cara al Reino. De hecho los evangelistas marcan esto desde los inicios de su vida pública:
“Jesús recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando demonios” (Mc 1,
39). “Jesús curó a muchos que adolecían de diversas enfermedades y expulsó demonios”
(Mc 1,34; Mt 8, 16; Lc 4,4ss). Jesús anunció el Reino e hizo muchas cosas con relación a
él. Es decir, Jesús no sólo esperó pacientemente a que Dios actuara portentosamente
para cambiar la historia que lo rodeaba. Al contrario, el anuncio del Reino conllevaba a
Jesús a una actividad concreta, la cual fue vista como la señal de que el Reino se estaba
realizando en su momento histórico. Por tanto, para la hermenéutica esto significa que el
Reino no es sólo un concepto “de sentido”, en este caso, de esperanza, sino también un
concepto “práxico”, que connota la puesta en práctica de lo que se comprende en él, es
decir, la exigencia a una práctica para iniciarlo, y, al hacerlo, genera una mejor
comprensión de lo que es el Reino.

Los milagros tienen una gran importancia para Jesús. El mismo se los atribuye, de allí
que diga “yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana” (Lc 13, 22). Es
importante dilucidar qué dicen los milagros del Reino. Qué perspectiva nos dan. Hacia
dónde nos encaminan. En último término se trata de evitar malos entendidos en torno a
los milagros tan conflictivos en el hoy. Es necesario tomar en cuenta un primer mal
entendido que viene de la concepción moderna occidental entorno a los milagros. Esta,
“ve la formalidad del milagro en el hecho mismo de la violación de la naturaleza, y como
expresión de un poder supra-natural”16[16]. Esta concepción choca con la idea misma de
milagro en sentido bíblico, porque, para el judío la naturaleza no es un sistema cerrado y,
por ello, los milagros no eran importantes por lo que tuvieran de supra-natural, sino por
lo que tenían de poderosa acción salvífica de Dios. Por eso en los relatos evangélicos para

16Ibid., p. 159.
11
describir los milagros nunca se usa el termino griego teras, que hace referencia a lo
portentoso del milagro. En su lugar se usan los términos semeia que se traduce como
signo, lo cual se atribuye al acontecimiento de Dios. También se usa dymanis que son
actos de poder y por último erga haciendo referencia a las obras de Jesús. Él no aparece
como un taumaturgo de su época. Sus acciones iban más allá de ésto. Quieren demostrar
la cercanía amorosa de Dios que viene liberando de la opresión a los oprimidos de su
tiempo.

Un segundo mal-entendido, es considerar los milagros con relación a Jesús como


reveladores de su poder supra-natural y en consecuencia de su ser divino. Esto no es así
porque los milagros están con relación al Reino. Ellos son signos del Reino. Se trata de
signos que quieren mostrar la real cercanía de Dios a los últimos, y por tanto son
generadores de esperanza. Quieren ser los clamores que ponen en dirección correcta lo
que será el advenimiento del Reino. En ellos se quiere presentar toda la fuerza que
representa el Reino de Dios. Quieren marcar el hito de la nueva humanidad que Jesús
enmarca en el Reino de Dios. Estos signos no son solo beneficios, dirá nuestro autor, sino
son liberadores. Los milagros ocurren en una historia en la que se da la lucha entre Dios
y el maligno porque para la mentalidad judía las enfermedades significaban estar bajo el
dominio de demonios. Los milagros son un no a esa opresión. Marcan ese tinte liberador
en contra de alguien o algo que se oponga al Reino. Es un enfrentamiento contra el anti-
reino. De esta manera los milagros generan esperanza y gozo porque expresan que las
fuerzas opresoras que quitan la dignidad a los seres humanos son vencidas. Estas pueden
ser derrotadas y por eso en Jesús los milagros, formalmente son signos del Reino.
Marcan el acercamiento de Dios-Padre-misericordioso, cerrarse a ellos es cerrarse a Dios
mismo que viene a nuestra historia a liberar.

Al enfrentar la realidad de los milagros es importante abrirse a una comprensión más


general del concepto de salvación, que no se limita al hecho sólo de salvar de los pecados.
Se trata de entender desde los pobres la realidad soteriológica de la praxis de Jesús. Son

12
los pobres los que necesitaban la salvación de sus innumerables males cotidianos. Ellos
son los que entendieron los milagros de Jesús y no los grupos apocalípticos que
esperaban prodigios portentosos como señales de la venida del Reino. En la compresión
de los milagros se presenta una dificultad en la interpretación cuando después de la
resurrección los evangelistas entienden la salvación simplemente como un romper con el
pecado para entrar en una mejor relación con Dios.

“El término de salvación se absolutizará y se presentará como una realidad indivisible y


escatológica, expresada en singular: la salvación (de los pecados)”17[17]. Sin embargo, en
los evangelios la salvación no aparece así, sino al contrario, aparecen un sinnúmero de
salvaciones plurales con las que Jesús quiere expresar la Buena Nueva del Reino de Dios
para los pobres. Son salvaciones de la vida cotidiana las cuales quieren devolver dignidad
a los excluidos de su tiempo que bajo el régimen legalista de los dirigentes religiosos de
su época marginaban, oprimían y hasta se aprovechaban de ellos haciendo más pesada su
vida. Por tanto, los milagros de Jesús son, antes que nada, signos liberadores del Reino.
La mejor manera de comprenderlos es situarse en el lugar histórico de aquellos que se
sienten y están anhelando la salvación de los diversos males que los oprimen en la
sociedad.

Es importante descubrir que los milagros muestran una dimensión de Jesús: la


misericordia. Los milagros no nos muestran tan sólo el poder sobrenatural de Jesús, sea
cual fuere su capacidad para realizar curaciones, sino nos ponen en relación con lo
profundamente humano de él, a saber, su reacción ante el dolor de los pobres y los
débiles. “Repetidas veces se dice en los sinópticos que Jesús sintió compasión y
misericordia ante el dolor ajeno, sobre todo de las mayorías sencillas que le
acompañaban”18[18] Es decir, Jesús no pasaba desapercibido ante tales sufrimientos, sino
que los hacía vida en su vida y eso lo ponía en acción, mostrando así el Dios-Padre, del
Reino de Dios que quiere la vida para todos sus hijos e hijas. Esta misericordia ayuda a

17Ibid., p.161.
18Ibid., p.161.
13
explicitar mejor lo más profundo de los milagros. “Jesús aparece como quien se siente
profundamente conmovido por el dolor ajeno, reacciona ante él salvíficamente y hace de
esa reacción algo primero y último, criterio de toda su práctica”19[19]. Esta realidad del
dolor externo penetra en lo más hondo de Jesús, y por ello, reacciona con ultimidad
desde lo más profundo de él. Por eso, la misericordia de Jesús no es un mero sentimiento
sino que es una reacción-acción ante el dolor ajeno que tenía frente a él. La misericordia
fue una actitud y una práctica fundamental de Jesús que tiene que ver con lo último y,
por lo tanto, con Dios. Es algo teologal, no simplemente ético.

El valor permanente de los milagros de Jesús estriba en que son expresión de


misericordia. Los milagros son signos poderosos que surgen del dolor ante el sufrimiento
ajeno y, específicamente, de las mayorías que le rodeaban. El autor nos hace una última
precisión de cara a los milagros de Jesús. Jesús no actúa sin más, más bien “se mostró
reticente a aparecer como taumaturgo profesional”20[20]. Se nota en que, con frecuencia,
las escenas de los milagros están relacionadas con la fe de aquellos que son curados. A
veces, la fe se exige como condición para el milagro: “no temas, solamente ten fe” (Mc 5,
36). La fe en Jesús no tiene que ver nada con aceptar verdades doctrinales, sino que tiene
que ver con Dios y de una manera bien precisa. Es la aceptación y el hondo
convencimiento de que Dios es bueno para con lo débil y que su bondad puede y triunfa
sobre el mal. La fe tiene su propio poder, a través de ella el mismo ser humano queda
transformado y potenciado. Quien llega a hacer el acto fundamental de fe en la bondad
de Dios ha cambiado radicalmente, está poseído de un poder de índole distinta a
cualquier otro poder, y es un poder eficaz. La fe tiene que ver con el mismo Jesús, pues es
él quien la posibilita. De él se dice que sale una fuerza que es en los sinópticos los
primeros indicios de la realidad del Espíritu que contagia y que puede hacer cambiar a
los hombres. “La fe es en un Dios quien, al acercarse, hace crecer en nuevas las
posibilidades activamente negadas en la historia a los pobres. Es fe que supera el

19Ibid., p. 162.
20 Ibid., p. 164.
14
fatalismo. Es fe en un Dios del reino en contra de los ídolos del antirreino”21[21].

La Victoria del Reino de Dios: Expulsión de Demonios. Otro punto en la


presentación sobre la praxis de Jesús es el tema de la expulsión de demonios como la
victoria del Reino de Dios. En el Antiguo Testamento y en tiempos de Jesús existía la
convicción de que el mundo estaba poblado por fuerzas desconocidas y dañinas se hacían
muy presentes en la vida de los seres humano. Se trataban de fuerzas “poderosas” que
paralizaban a las personas y las hacían socialmente indeseables. “Estas fuerzas actuaban
sobre todo a través de la enfermedad y especialmente de las enfermedades de tipo
psíquico, de tal manera que los demonios real y totalmente poseían a sus víctimas”22[22].
De la misma manera Jesús va a afirmar que el mal tiene gran poder ante él los hombres
se sienten indefensos e impotentes. Pero, Jesús transforma la visión demonológica al
hacer ver que esas fuerzas superiores al hombre no son superiores a Dios ni más fuerte
que Dios sino al contrario están bajo su dominio. La esclavitud al maligno no es el
destino último del ser humano, la liberación es posible. La actuación de Jesús es la
respuesta a la apremiante pregunta de la gente sencilla por la posibilidad de la
superación del maligno. Sus acciones van a mostrar que ha comenzado la eliminación del
maligno y el fin de las tribulaciones está cerca. Desde este punto de vista se ve mejor el
acercamiento del Reino de Dios que proclamó Jesús. Es su Buena Nueva. Veamos la
profundidad de lo que nos quiere decir la expulsión de demonios. Nos encontramos ante
la cercanía del Reino de Dios, pues la llegada del Reino de Dios no es sólo benéfica sino
también liberadora. La cercanía de Reino marca esta lucha duélica entre lo que es Reino
y anti-rreino como dos realidades formalmente excluyentes. La exclusión se expresa en la
interpretación que se hace de su propia venida de Jesús: o proviene de Dios o de los
demonios. Jesús revela claramente su venida: el expulsa los demonios en nombre de
Dios. Para sus adversarios, sin embargo, Jesús lo hace en nombre del demonio, él mismo
está endemoniado. (Mt 12, 24; Jn 7, 20). “Lo que la expulsión de los demonios esclarece,
entonces, es que la venida del reino es todo menos pacífica e ingenua. Acaece contra el

21Ibid., p. 166.
22 Ibid., p. 167.
15
anti-reino y, por ello, su advenimiento es victoria y que la práctica de Jesús, al mismo
tiempo, es lucha”23[23].

La Liberación de la marginación y de sí mismo: acogida a los pecadores. Un


hecho más que revela la praxis de Jesús fue la acogida a los pecadores. En los evangelios,
Jesús aparece con frecuencia relacionándose con pecadores o con personas tenidas por
tales en la sociedad religiosa de su tiempo. Para el propósito que compete al Reino de
Dios. Una de las actitudes de Jesús fue el de acoger a los pecadores y no mostrarse como
juez severo y castigador. “Él muestra directamente su tierna y cariñosa “acogida” a los
pecadores”24[24]. Desde un punto de vista histórico, más bien debe hablarse de acogida a
los pecadores que de perdón de los pecados. Otra cosa importante que nos marca todo
esto, es que Jesús no va a aparecer directamente, como “confesor absolvente” de pecados.
Lo que Jesús va a hacer con el pecador es acogerlo, amarlo, sentir compasión de él y
devolverle dignidad. Jamás se va a mostrar con una actitud negativa de rechazo, muy al
contrario trata de demostrarle que el Dios suyo no es el castigador y marginador sino el
Dios del amor a sus hijos. Con todo esto lo que Jesús está anunciando es la venida del
Reino de Dios. Por tanto, la acogida de Jesús a los pecadores debe ser comprendida como
un signo de la venida del Reino y no como otra forma de mostrar el poder (divino) de
Jesús. La venida del reino es buena noticia para el pecador. De ahora en adelante el
miedo no es la palabra última para ellos sino la acogida absorbente y amada de Dios-
Padre-Misericordioso. Es necesario comprender la profundidad de toda esta acción de
Jesús.

Empecemos por ver quién es pecador para Jesús. En el tiempo de Jesús pecador es el
que, en lenguaje actual, podemos denominar el “opresor”. Se trata de aquél que vive en
un endiosamiento tal que se siente por encima de los demás. Cree que con lo que “es” o lo
que “tiene” es capaz de pasar por encima de los demás y aplastarlos. Por eso, “su pecado

23Ibid., pp. 169-170


24Ibid., p. 170
16
fundamental consiste en oprimir, poner cargas intolerables, practicar la injusticia”25[25].
Por otra parte, tenemos al pecador “por debilidad” o como el “tenido legalmente por
pecador”, de acuerdo a la religiosidad vigente. Este es aquél que descubre la fragilidad de
su condición humana y vive en una actitud pasiva ante ella y se deja arrastrar por ella. En
general vive esclavo de sus pasiones y gustos. Su sentido de libertad es el de libertinaje.
No es capaz de tomar una actitud crítica ante sí mismo y tomar opciones que le integren
en su vida. Entonces, la pregunta sería cuál es la actitud de Jesús ante estos dos casos. Es
llamativo ver cómo el propio Jesús toma diferentes posturas. A los primeros Jesús exige
una conversión radical, se trata de “un activo dejar de oprimir. Para éstos, la venida del
Reino, pasa por la exigencia radical de dejar de oprimir”26[26]. En cambio, a los segundos,
la exigencia de conversión de Jesús es distinta. En general, se trata de “la aceptación de
que Dios no es como se los han introyectado sus opresores y la religiosidad imperante,
sino que es verdadero amor”27[27]. Dicho de mejor manera, en lenguaje de Sobrino: El
Dios que se acerca es un Dios amoroso, con más ternura que una madre, que quiere
acoger a todos aquellos que piensan que no pueden acercarse a él por su pecado. Es un
Dios que sale al encuentro del pecador, porque la venida del Reino es buena noticia28[28].

Por tanto, con la venida del Reino de Dios el trágico descubrimiento de la pecaminosidad
va acompañado simultáneamente de la acogida y del perdón. La motivación que da Jesús
a la conversión es la increíble bondad de Dios. Es el Dios que con su amor misericordioso
acoge a sus hijos y les muestra su amor de Padre. Si los milagros y expulsión de los
demonios expresan la liberación del mal físico y del poder del mal, la acogida expresa la
liberación del pecador de su propio principio interior de esclavitud. Se trata de la gracia
misericordiosa del Dios-Padre que lo libera. Ese amor incondicional que se hace vida en
el ser humano acogiéndole como su hijo y devolviéndole su dignidad perdida por el
pecado.

25Ibid., p. 172.
26Ibid., p.172.
27Ibid.
28 Ibid., p.172.
17
Ante este amor desbordante el ser humano responde agradecido y cambia su vida: de
explotador pasa a servidor; de la entrega a la pasión desenfrenada pasa a la libertad para
amar a los otros. En fin, su vida se vuelve una propuesta para los otros, un testimonio y
un testigo de lo que Dios ha hecho en él. Dicho de otra manera, la acogida al pecador va a
expresar amistad de Jesús. Este signo, primigeniamente humano de acercarse, libera
porque en sí mismo supera la separación y la oposición. Este signo no va a pasar
desapercibido por los seguidores del anti-reino. En Jesús, la acogida a los pecadores va a
causar escándalo porque Dios ofrece su gracia a aquellos que eran tenidos como los
“últimos”, los indignos de recibir tal regalo. “Esa nueva imagen de Dios es lo que va a
causar escándalo porque con ella se derrumba lo más sagrado: el cumplimiento de la ley
como aquello a lo que Dios reacciona en justicia” 29[29]. Jesús no desenmascara sólo eso en
general, lo que está detrás del injustificado escándalo es el descubrimiento de quién es el
verdadero pecador y quién no lo es, pues es ésto lo que revela la cercanía de Dios para
con unos y la lejanía para con los otros. Pues ser revela aquí el pecado fundamental que
es la autosuficiencia ante Dios. Se trata de no aceptar ser acogido por Dios y despreciar a
los demás. De esta manera “La parcialidad y la gratuidad de Dios va a causar escándalo,
porque conmociona la sociedad religiosa oficial, pero ésa es también la forma que tiene
Jesús de decir que el Reino de Dios se acerca como buena noticia”30[30].

LAS PARÁBOLAS DEL REINO DE DIOS

La práctica de los milagros, de la expulsión de demonios y la acogida a los pecadores


representan los hechos de Jesús. A esto hay que añadir los “dichos”, su práctica de la
palabra. Lo fundamental de éstas son el mismo anuncio de la venida del Reino, lo que
Jesús acompañó con muchas otras palabras: enseñanzas, exigencias, oraciones, discursos
apocalípticos… Con las parábolas Jesús quiere esclarecer y profundizar elementos
importantes del Reino de Dios. En ese sentido entiende a las parábolas como relatos
basados en hechos de la vida cotidiana que se comparan con el reino aunque no lo

29 Ibid., p. 174.
30 Ibid., p. 175.
18
definan. El contenido de esos relatos es de tal naturaleza que la interpretación del hecho
relatado queda abierta y exige, por su naturaleza, una toma de postura en el oyente. Es
un relato, por lo tanto, cuyo significado permanece en suspenso hasta que el oyente se
decide. Su mensaje central es el anuncio y la práctica de Jesús: el Reino de Dios se acerca
a los pobres y marginados, es parcial, y por ello, causa escándalo. Las parábolas retoman
ese mensaje central de Jesús y lo que cambia es el auditorio. El modo de presentar lo
central de ese mensaje, irá variando de acuerdo al auditorio al cual se dirige. Unas veces
son sus adversarios otras veces los pobres. “A sus adversarios les dice que Dios es parcial,
rico en misericordia, tierno y amoroso con los pobres y pequeños”31[31]. El mensaje
fundamental es que Dios es así, y por eso, los pobres y pecadores pueden esperar a ese
Dios con gozo y sin miedo.

Jesús con estas parábolas sale en defensa de los pobres y justifica su propia actuación
parcial a favor de ellos. Jesús justifica en las parábolas la parcialidad del reino afirmando
simplemente que Dios es así. Esta es simplemente la justificación del evangelio: así es
Dios, tan bueno. Con esto Jesús defiende su propia actuación. A través de este mensaje
sumamente positivo, nuestro autor expresa, que Jesús desenmascara también la
hipocresía de sus adversarios, pues sus parábolas son fuertemente criticadas. Con
frecuencia Jesús contrapone en sus parábolas dos tipos de personas y sus adversarios
tienden a identificarse con uno de ellos produciéndoles una fuerte crítica en ellos.

Junto al mensaje central de la cercanía del Reino las parábolas tienen otro elemento del
reino de Dios con carácter de crisis. No puede ser que el reino de Dios se acerque y todo
siga igual. El tiempo apremia y hay que hacer algo. La conclusión es clara: ante la
inminente venida del reino tienen que hacer producir sus talentos no sea que cuando el
Señor vuelva los aparte de sí y les señale su suerte entre los hipócritas. Así todas estas
parábolas recalcan que la venida del reino es también crisis. “Son una sacudida a las
conciencias: hay que reaccionar a tiempo. Jesús proclama la exigencia fundamental ante

31Ibid., p. 178.
19
el reino que llega: hay que ser misericordiosos con el necesitado”32[32]. La venida del
Reino de Dios es buena noticia, y por ello, es incompatible con la tristeza. Más aún, el
Reino de Dios tiene que ser celebrado con gozo, pues rara buena noticia sería si no
llevase a ello. Eso es lo que muestra Jesús, especialmente en las comidas otorgándole
especial importancia en su propia vida: come con pecadores y despreciados. Las comidas
son signos de la venida del reino y de la realización de sus ideales: liberación, paz,
comunión universal. Comunión, por fin, de toda la familia humana que celebra ese hecho
con gozo.

Pero, como también “la celebración del reino se hace en contra del anti-reino, Jesús
concede gran importancia a que estén a la mesa aquellos a quienes habitualmente el anti-
reino separa de ella. Y por eso las comidas de Jesús son signos liberadores a quienes por
siglos se les ha impedido comer juntos, ahora comen juntos”33[33]. Como constante
simplemente el autor nos presenta también aquí la reacción del anti-reino. En lugar de
convertirse en gozo para todos, también sus adversarios, tergiversan profundamente la
alegría de comer juntos y acusan a Jesús de “comilón” y bebedor y amigo de publicanos y
pecadores (Mt.11, 19). Sus adversarios están absolutamente ciegos al Reino de Dios. “Que
los pobres estén a la mesa, ése es el gran gozo de Dios y eso es lo que hay que celebrar
sobre esta tierra. Si el gozo de Dios y el gozo de los pequeños son incapaces de conmover
el corazón de piedra, es que no habrá corazón de carne, y nada se habrá entendido del
Reino de Dios”34[34]. La celebración del Reino de Dios es la gran expresión de que ya ha
llegado algo de Él.

Las Parábolas nos dicen que el Reino de Dios está dónde se defiende la vida.
Vistas así las cosas, se comprende mejor la apasionante actualidad que entraña el
mensaje de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin embargo, decir que el Reino de Dios se hace
presente donde se defiende la vida, se dignifica la vida, incluso donde se consigue el

32 Ibid., p. 180.
33 Ibid., p. 182.
34Ibid., p. 183.

20
disfrute de la vida, sin duda alguna, en una cosa importante y hasta seguramente
decisiva. Pero todo esto puede resultar una afirmación demasiado genérica y hasta
posiblemente trivial.

Este fue un recurso de Jesús para tratar de explicar con mayor claridad qué significaba
para él lo del Reino de Dios. En cierto sentido, es una forma original de enseñanza de
Jesús con las cuales quiere mostrar toda la significación y las consecuencias
insospechadas que el Reino de Dios tenía para la vida. “Con esto quiero decir que, para
comprender mejor el mensaje del Reino, es indispensable comprender previamente el
mensaje de las parábolas. Y esto, no sólo porque las parábolas añadan “algo más” o sea
un complemento necesario a la enseñanza general de los evangelios, sino ante todo
porque precisamente en las parábolas es donde se encuentra el significado más profundo
y, por supuesto, el más sorprendente sobre lo que representa el Reino de Dios para los
seres humanos”35[35]. El centro de interés no es el explicar todas las parábolas
evangélicas, sino analizar lo que las parábolas aportan a la relación Reino de Dios y la
vida. El primer problema a resolver al estudiar las parábolas es sí Jesús con ellas
pretendió “revelar” lo que significa el Reino de Dios o, más bien “ocultarlo”. Lo más
aceptable en este planteamiento está en estas dos cosas: Las parábolas tienen, al mismo
tiempo, un sentido revelador y encubridor. Es decir, aclaran, para unas personas, lo que
significa el Reino; y ocultan, para otras, ese significado. Más en concreto, las parábolas
revelan lo que Jesús quiere decir, cuando se está en el “secreto del Reino”, pero ocultan el
mensaje evangélico, cuando se está enfrentado a Jesús, como se ve claramente en la
parábola de los viñadores homicidas.

Y que las parábolas se pronunciaron en un contexto polémico. De manera que, para


entender el mensaje de las parábolas, es decisivo tener presente este contexto. Lo que
ocurre es que en esto está precisamente uno de los problemas más difíciles que se plantea
a la interpretación de las parábolas, tal como han llegado hasta nosotros. Porque se

35 Ibid., p. 144.

21
pronunciaron en un contexto de enfrentamiento, el enfrentamiento de Jesús con los
dirigentes judíos, pero se redactaron bastantes años después, cuando ya ese
enfrentamiento no existía o existía de una manera muy distinta. Y, entonces, ocurrió lo
siguiente: lo que originalmente fue la respuesta a una situación de conflicto, más tarde se
interpretó como exhortación a la práctica del bien. De ahí que, desde este punto de vista,
no me parece que sea exagerado afirmar que las parábolas siguen siendo revelación para
unos y ocultamiento para otros36[36].

Las parábolas expresan preferentemente situaciones de lucha; se trata también de


justificación, de defensa, de ataque, incluso de desafío; las parábolas son armas de
combate. Sólo a partir de la comprensión del Reino de Dios, es como se ha dado el último
paso en la interpretación de las parábolas. “Nos dicen algo nuevo, que no se puede decir
sino mediante tales parábolas. Las parábolas no son una mera añadidura o una
ampliación al significado del Reino de Dios, tal como lo presenta la predicación general y
la actividad de Jesús. Las parábolas nos dicen lo más profundo que se puede decir sobre
el Reino, algo que no se podría decir sino mediante las metáforas que, de hecho, son las
parábolas”37[37].

La mayor parte de las parábolas cuentan una historia que se refiere a la vida diaria. Pero,
cuentan esa historia de tal manera que, en el relato mismo, se produce un corte con lo
normal, lo cotidiano. Ese corte se presenta de tal forma que, en el relato, se da “un
elemento de sorpresa o de estupor, de lo extraordinario”38[38], que rebasa el realismo
predominante y llega a otra dimensión de la realidad, a la dimensión estrictamente
humana. “Es precisamente en este corte problemático entre las historias de lo ordinario y
lo extraordinario, de lo real y lo posible, donde está la clave para entender lo que la
parábola nos quiere decir. Y esto es así porque el corte indicado es lo que hace posible y
lo que provoca que el contenido de la parábola pase a la existencia del oyente”39[39]. Ellas

36 Ibid., pp.145-146
37 Ibid., p.150.
38 Ibid., p.151.
39 Ibid., p.151.

22
ponen de manifiesto y hacen patente es que lo que tendría que ser lo normal en la vida,
nos resulta extravagante. Y lo que tendría que ser cotidiano, ha venido a parecernos
sorprendente. “Quiero decir: los seres humanos hemos “organizado” la vida de tal
manera que nos resulta extravagante que un padre monte una fiesta por todo lo alto para
celebrar la vuelta del hijo, y que se alegre más por recuperar el cariño de su hijo que por
los trabajos que, con mentalidad de jornalero, le hace el hermano mayor”40[40].

El Reino de Dios, precisamente porque es la defensa de la vida y de los instintos básicos


de la vida, justamente por eso, viene a poner en cuestión y a revolucionar los usos y
hábitos que nosotros hemos asumido como lo “normal” en la vida, pero que, de hecho,
son agresiones constantes que cometemos sin darnos cuenta, todos los días y a todas
horas, contra la vida. Y, en ese sentido y por eso mismo, dice nuestro autor, el Reino de
Dios es contraste incesante con la realidad cotidiana que nos rodea y a la que nos hemos
habituado, hasta ver semejante realidad como lo que tiene que ser. Y, entonces, “el Reino
es el gran relato, la gran metáfora, que apunta, no a lo que es, ni a lo que nosotros
imaginamos como lo que tiene que ser, sino a lo que tendría que ser la vida, si es que
queremos que sea verdaderamente humana”41.

Las parábolas distorsionan o invierten, es decir, la primera cosa que nos cambian, de
manera bastante radical, es la “imagen” de Dios. “Lo que cambian es la imagen que, en la
vida normal del común de la gente, se suele tener sobre Dios”42[42]. Si algo distorsionan
las parábolas de Jesús, es, ante todo, la imagen convencional de Dios, que había en la
sociedad de aquel tiempo. En este sentido para José María Castillo tres son los puntos de
novedad que nos dan las parábolas:

1. El Dios que amenaza. Concretamente, lo primero que tiran por tierra las parábolas
es la imagen del Dios que “amenaza”, el Dios que da miedo, porque es el Dios que va a

40 Ibid., p.152.
41 Ibid., p. 155.
42 Ibdi., p.162.

23
pedir cuentas, exigiendo que cada uno rinda según los “talentos” que ha recibido. Esto se
marca en la famosa parábola de los talentos que los evangelios nos marcan (Mt 5, 14-30;
Lc 19, 11-27). Pero en lo que nadie piensa es en que la perdición del que recibió un talento
se produjo exactamente porque tuvo miedo (Mt 25, 25; Lc19,11). Y tuvo ese miedo porque
la idea, que había en su cabeza sobre el dueño de los talentos, es que es “un hombre duro,
que siega donde no siembra y recoge donde no esparce” (Mt 25,24; cf Lc 19,21). Es decir,
la clave de la parábola está en comprender que el Dios que asusta y produce angustia, el
Dios exigente y amenazante, paraliza la persona, bloquea sus posibilidades, su
creatividad, su capacidad de producir. Y todo esto, en definitiva, termina por ser la
perdición para el que cree en semejante Dios.

2. El Dios que rechaza al perdido. En segundo lugar, las parábolas también acaban
con la imagen del Dios que rechaza al “perdido”, sobre todo al que se ha perdido por
culpa propia. Sin Duda alguna, el Dios en el que creían los escribas y fariseos no tiene
nada que ver con el Dios del que habla Jesús. Se trata de dos imágenes de Dios que se
contraponen y se excluyen mutuamente. Porque el Dios de los líderes de la religión oficial
no tolera al perdido, mientras que el Dios de Jesús no puede pasar sin el perdido, de
manera que toda su alegría está precisamente en encontrar al extraviado. Esto se marca
sobre todo en las tres parábolas con las que Jesús responde al sentirse criticado por sus
adversarios. A saber: la oveja perdida (Lc 15, 47), la moneda perdida ( Lc 15, 8-10) y el
hijo pródigo (Lc 15, 11-32).

3. El Dios que paga según los méritos de cada uno. En tercer lugar, las parábolas
también acaban con la imagen del Dios que paga según los “méritos” de cada cual. Es la
enseñanza clave que presenta la parábola de los jornaleros (Mt 20, 1-15). Sencillamente,
se trata de que, en este mundo, a cada cual se le paga (y se le tiene que pagar) de acuerdo
con los méritos que se ha ganado, según lo que ha rendido. Y la extravagancia de la
parábola está en que el Señor de la viña no actúa según el criterio de pagar a cada cual
según sus méritos, sino de acuerdo con el principio de relacionarse con todo ser humano

24
a partir de la generosidad. Jesús viene a decir, con esta historia, que el mundo tiene que
ser transformado milagrosamente a la luz del amor. Dios no se relaciona con los seres
humanos según el principio calculador de los méritos de cada uno, sino desde el principio
desconcertante de la bondad que no anda calculando lo que a cada cual le corresponde43.

La conclusión que se desprende de las parábolas es que el Dios del que hablaba Jesús es
un Dios que tiene muy poco que ver con el Dios del que suele hablar la gente que, a todas
horas, está hablando de Dios. El Dios del que hablaba Jesús es un Dios que apenas se
parece al Dios que, con demasiada frecuencias, suelen ofrecer, en su normal discurso,
muchos hombres de la religión. Dios quiere, antes que ninguna otra cosa, que cambiemos
radicalmente nuestra manera de entender la sociedad y las preferencias que
normalmente hemos asimilado como lo que tiene que ser. “Y es que, en definitiva, el
mensaje de Jesús sobre el Reino es la subversión más radical de lo que, en la vida
normal, nos parece intocable”44. “Las parábolas del Evangelio enseñan una manera de
pensar y entender el Reino de Dios tan desconcertante que, a mi manera de ver, nos
siguen resultando, en unos casos, sencillamente increíble; y en otros, algo que no se
puede ni admitir ni tolerar. Las parábolas se empiezan a comprender en la medida en
que se empiezan a vivir. Porque nos cambian, la imagen que solemos tener de Dios, la
forma de entender la religión, los criterios de la moral convencional y las convicciones
que alimentamos sobre el orden social establecido”45[45].

EL REINO DE DIOS COMO PLENITUD DE VIDA

La visión de Reino de Dios que presenta José María Castillo es universal. Él pretende
analizar la relación que los evangelios sinópticos establecen entre el Reino de Dios y la
Vida. De esta manera argumenta que lo más claro y lo más inmediato es que el Reino de
Dios, tal como lo presentó Jesús, es una realidad presente y operante en esta vida. No

43 Ibid., pp 162-168
44 Ibid., p.184.
45 Ibid., p.189.

25
puede haber ninguna duda de que Jesús afirmó repetidamente que el Reino de Dios
pertenecía a su propio aquí y ahora. “El Reino de Dios llega a los seres humanos, ante
todo, como liberación del sufrimiento, de la indignidad y de la muerte”46[46].

La relación directa entre la presencia del Reino y las curaciones, expresamente afirmada
por Mateo y Lucas nos van a ir marcando de cómo el Reino de Dios está vinculado con la
vida. Especial atención merecen los textos (Cfr. Mt 4, 23; Lc 4, 40 ) en los que Jesús les
dice a los discípulos lo que tienen que hacer a la misión que les envía. En esos textos, el
mandato de “anunciar que ya llega el Reino de Dios” va unido siempre al de “curar
enfermos”. Es decir, “esas curaciones son los signos que prueban la realidad del Reino de
Dios. Un Reino liberador que se hace ya presente en la actualidad. Y se hace presente
interesándose por el ser humano en lo más básico y elemental: la curación de todo
achaque y enfermedad, devolviéndole la salud e incluso la vida”47[47]. En todo caso ya sea
que hablemos de la persona, o sea que hablemos de la salud, en último término, lo que
está en juego es la vida humana en toda su plenitud. Es indudable que, en la teología de
los evangelios sinópticos, el Reino de Dios incluye, como elemento indispensable, la
tarea, el empeño y hasta la lucha por asegurar (o por devolver) a las personas la plenitud
de la vida humana. Con esto, no se trata de decir que el Reino de Dios se reduzca a eso.
“Lo que se quiere decir es que donde no hay empeño y lucha por asegurar (en la medida
de los posible) la plenitud de la vida, no puede hacerse presente el Reino de Dios. Lo que
Jesús quiere de su comunidad de discípulos es que defiendan la vida y alivien el
sufrimiento de los seres humanos”48[48]. Es la señal que Jesús presenta de que el Reino de
Dios ya ha llegado: él expulsa los demonios con el poder de Dios. (Crf. Mt 12, 8; Lc 11,
20). Cosa que se entiende porque el enfermo, en el tiempo de Jesús, era una persona que,
no sólo sufría en su cuerpo, sino que, además era vista como un ser contagiado por
influencias demoníacas. Sin embargo, el problema se agudiza porque la vida del enfermo
es vista como indigna. “En efecto, según las tradiciones de los pueblos del Oriente

46José María Castillo, El Reino de Dios por la vida y la dignidad de los seres humanos, Desclée de Brouwer editores, Bilbao 1999, p. 65
47Ibid., p.67.
48 Ibid., p. 67.

26
antiguo, las enfermedades se interpretaban de acuerdo con la valoración de carácter
sagrado, concretamente en relación con el pecado y, por tanto, como maldición divina”.

Un segundo punto es el mensaje de las Bienaventuranzas. Jesús va a declarar dichosos a


“los pobres”, “los que tienen hambre”, “los que lloran”( Cfr. Mt 5, 12; Lc 6, 20-23) y lo
decisivo de esta promesa incondicional es la salvación dirigida a estas personas. A todos
éstos que viven situaciones desesperadas (pobreza, hambre y sufrimiento) se les dice que
de ellos “es el Reino de Dios”, por eso la salvación, es decir, la solución brilla ya y se hace
ya realidad para esas personas en la dedicación de Jesús para estos desclasados, en su
convivencia con ellos y en la alegría experimentada por el gozo del amor de Dios. “La
consecuencia, que obviamente se deduce de todo esto, es que el Reino de Dios se hace
presente, no sólo dando vida a los que carecen de salud y dignidad (enfermos y
endemoniados), sino además cambiando las situaciones sociales desesperadas que se
traducen en pobreza, hambre y sufrimiento”. Por tanto, si lo más importante y lo más
grande que nos ha dado Dios es la vida, el Reino de Dios tiene su centro en esta vida. Sin
embargo, en los círculos de reflexión teológica se ha planteado la pregunta de cuándo
este Reino de Dios alcanzará su plenitud. Ahora bien, Castillo responde de esta manera:
“a mí me parece que esta pregunta sobre cuándo se realiza el Reino de Dios, en el fondo,
nos remite a la cuestión de la vida en la que se realiza el Reino. Y, como acabamos de ver,
el Reino se relaciona, ante todo, con la vida. La realización es la realización de la vida. Yo
creo que esta complicada discusión deja de tener sentido en cuanto caemos en la cuenta
de que la relación más directa e inmediata del Reino es con “esta” vida”

27

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