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Marcha en contra del asesinato de líderes y excombatientes. Julio de 2018. Cali. Foto: David Escobar.

PERFIDIA

Homenaje al silencio y al coraje

El 17 de junio de 2019 fue asesinado Anderson Pérez en el balneario La Bocatoma,


zona rural del municipio de Caloto (Cauca), por desconocidos que le dispararon
causándole la muerte instantánea. Anderson, a quien sus amigos llamaban
cariñosamente “El mono”, estaba en el proceso de reincorporación como ex-
combatiente de FARC. Según sus compañeros, él era responsable del trabajo político
en Caldono y Miranda. Tras la firma del Acuerdo de Paz, actuó en la película “Historias
de Guerra”, ayudó a producir cinco proyectos audiovisuales más, y se capacitó como
Comunicador Social para ser corresponsal del canal NC Noticias. La Fundación para la
Libertad de Prensa (FLIP) se pronunció al respecto en estos términos "Lamentamos la
muerte de Anderson Pérez, comunicador de @NCPrensa. Ya estamos documentando
este repudiable hecho. Rechazamos la violencia y pedimos al Estado que avance con
el esclarecimiento de este crimen".

Según la Doctora Irene Vélez, productora del documental Voces de Guerrilla: “Él estuvo
ahí siempre facilitando las relaciones con la sociedad civil, muy interesado en la
relación con la Universidad y el sector académico, pero también muy interesado en los
proyectos audiovisuales que nosotros estábamos gestando en ese momento, y desde
nuestro primer encuentro se dispuso a ayudarnos siempre con las relaciones, los
contactos, la comunicación, todo […] Participó en un espacio de diálogo entre
estudiantes y personas ex-combatientes en Monterredondo, y él fue un líder en esa
iniciativa que implicó que en 3 ocasiones los estudiantes de Univalle se sentaran con
los ex-combatientes a dialogar sobre todo de conflictos ambientales en la región.
Siempre demostró mucha capacidad analítica, mucha apertura, mucha comprensión, y
también su actitud muy humilde y sus ganas de aprender hacían que las relaciones
interpersonales fueran excelentes”. En su calidad de comunicador, pero también de
líder, trabajaba en la Asociación de Trabajadores Pro Constitución Zonas de Reserva
Campesina de Caloto, por lo cual había participado activamente en la reciente Minga
Campesina, Indígena y Popular. Un mes antes de su muerte venía solicitando medidas
de seguridad de la Unidad Nacional de Protección (UNP), tras recibir una llamada
anónima en la que una voz le aseguró que lo iban a matar.

En un video reciente publicado por NC Noticias se le escucha decir “Pues por acá
complicada la situación (...) como estamos con la familia, entonces casi no salimos.
Tengo que aprovechar la paz para que naciera el bebé en un país en paz”. Al momento
en que los criminales cortaron violentamente su vida, Anderson había empezado a
construir su casa, un ranchito ubicado frente a un punto de control de la minga, al lado
del hogar de su madre. Su compañera y su hija, de un mes de nacida, quedan en una
grave situación de vulnerabilidad económica.

El club de los comunicadores muertos

El mismo día del asesinato de Anderson, también fue ultimado en El Charco (Nariño),
Daniel Esterilla, a quien sus compañeros llamaban cariñosamente “El viejo”, por sus 61
años. Daniel se dedicaba a la agricultura en el municipio de Iscuandé, en donde
residía. Según las primeras informaciones, desconocidos le dispararon tras asistir a
una reunión con representantes del Gobierno colombiano, de la Misión de Naciones
Unidas en Colombia y del SENA, en la que se trataron asuntos relacionados con la
reincorporación a la vida civil. Esterilla fue fundador del Frente 29 de las FARC que
operaba en Nariño. Su reincorporación comenzó en la zona vereda El Madrigal,
ubicada en un sector conocido como Alto de la Paloma, y actualmente estaba en el
Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación Aldemar Galán. Entre sus
labores ejercía la comunicación organizacional, siendo uno de los excombatientes que
más charlas de pedagogía de paz dio durante el proceso de La Habana, en el contexto
de bombardeos y “bajas” efectuadas por el Estado contra la guerrilla de las FARC-EP
que había decretado un cese al fuego unilateral. Sus compañeros mencionan que era
uno de los mejores instructores, ya que mediante la precisión y claridad en el lenguaje,
lograba entregar el mensaje de paz a quienes como él habían jurado que su única
arma serían las palabras.
Si bien Daniel no era directamente un periodista, en su quehacer ejercía una labor de
comunicación y pedagogía. Pedro Vaca, Director de la Fundación para la Libertad de
Prensa, ha afirmado que “la libertad de prensa no es un derecho privilegio únicamente
de los periodistas. Y si bien buena parte de los asesinatos a líderes no se pueden
asociar directamente con la labor periodística, lo que uno sí puede ver es que buena
parte de esos liderazgos están hablando de asuntos de interés público que es lo que
protege realmente la libertad de expresión”.

Además de tener que afrontar el daño psicológico y social que les ha causado la
muerte de sus seres queridos, los familiares de Anderson y de Daniel, debido a sus
condiciones económicas, tuvieron que apelar a la solidaridad para recolectar el dinero
de las exequias; y las organizaciones que integraban han perdido a dos comunicadores
en esas regiones que siguen siendo un país lejano y silenciado.

¿En qué país morimos?

En el contexto del Derecho Internacional Humanitario, que son las normas que rigen la
guerra, se prohíbe expresamente la perfidia: “Queda prohibido matar, herir o capturar a
un adversario valiéndose de medios pérfidos. Constituirán perfidia los actos que,
apelando a la buena fe de un adversario con intención de traicionarla, den a entender a
éste que tiene derecho a protección, o que está obligado a concederla, de conformidad
con las normas de derecho internacional aplicables en los conflictos armados”. (Artículo
37 del Protocolo I adicional a los Convenios de Ginebra de 1949 suscritos por
Colombia). En otras palabras, la perfidia es una forma de engaño en la que una parte
se compromete a actuar de buena fe (por ejemplo, garantizando que le brindará
protección a los enemigos que entreguen las armas), con la intención de romper esa
promesa una vez que el enemigo se haya expuesto ante ellos (por ejemplo, esperando
que salgan al descubierto con el fin de asesinar a las fuerzas enemigas en estado de
indefensión, como ocurrió recientemente en el caso del asesinato y ocultamiento del
cuerpo del excombatiente Dimar Torres, a manos de las Fuerzas Armadas de
Colombia).

En el Acuerdo de Paz firmado por el Estado colombiano y las FARC, se suscribieron


unas Garantías de seguridad, y un Sistema Integral de Seguridad para el Ejercicio de
la Política (Punto 3.4). Dicho Sistema tiene como propósito desarrollar “un nuevo
modelo de garantías de derechos ciudadanos y protección para los movimientos y
partidos políticos, incluyendo el movimiento que surja del tránsito de las FARC-EP a la
actividad política legal, las comunidades rurales y organizaciones sociales, de mujeres
y defensoras de derechos humanos respetando lo acordado en el Acuerdo de
Participación Política”. Sin embargo desde que se suscribió el acuerdo de Paz entre el
Gobierno Nacional y las FARC – EP hasta la fecha, 135 ex guerrilleros de FARC – EP
en proceso de reincorporación han sido asesinados en Colombia. Según el informe
surgido de una reunión de emergencia llevada a cabo por la dirección de dicho partido,
son 34 los familiares de ex-guerrilleros los que también han sido asesinados en estado
de indefensión. A esta carnicería, que no es otra cosa que un exterminio a
cuentagotas, se le suman (entre el 1 de enero de 2016 y el 20 de mayo de 2019), 702
líderes sociales y personas defensoras de DDHH asesinadas.

Las trampas a la buena fe

El mismo día del asesinato de Anderson y de Daniel, el Presidente Duque llegó al


centro de estudios políticos Canning House en Londres, en donde fue recibido por un
coro de Defensores de DDHH que le gritaban “¡ASESINO!”. En el suelo habían
instalado una larga tela blanca, en la cual se podía leer en letras rojas el nombre de los
líderes sociales asesinados durante su gobierno. Ante la audiencia de la conferencia
dada por Duque en dicho centro, en la que se refirió al crecimiento económico de
Colombia y a su potencial para la inversión, el mandatario afirmó que “Nos duele el
asesinato de líderes sociales. Tenemos todo el compromiso de avanzar en su
protección en todo el territorio. En lo corrido de nuestro Gobierno registramos una
reducción cercana al 32% de los crímenes en su contra”. Afirmación que fue refutada
por José M. Vivanco, Director de Human Rights Watch: “estas cifras no reflejan la
realidad. Hasta el mes pasado, la ONU había confirmado 60 asesinatos de defensores
de derechos humanos cometidos entre agosto de 2018 y mayo de 2019. También
había documentado 88 casos durante el mismo periodo de la presidencia de Santos, es
decir, entre agosto de 2017 y mayo de 2018. Sobre esta base el gobierno argumenta
que habría un descenso del 32% al comparar ambos gobiernos. Pero el gobierno olvida
que la oficina de la ONU aún está verificando 43 casos presuntamente ocurridos
durante el gobierno actual (…) la metodología del gobierno de incluir solo los casos
confirmados puede generar la impresión de un “descenso”. Pero se trata de una
imagen circunstancial, que no da cuenta del fenómeno completo, sobre todo cuando
hay tantos casos aún por verificar”.

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