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SERGIO O. BUENANUEVA
Obispo de San Francisco
Presidente de la Comisión Episcopal de Ministerios
Cuando hablo de crisis de los abusos me refiero a tres aspectos, distintos, pero
vinculados entre sí: en primer lugar, al daño sufrido por las personas abusadas
que intentan sobrevivir a esa experiencia (menores, discapacitados, adultos
vulnerables y sus familias). En segundo lugar, a la inadecuada respuesta de los
responsables de la Iglesia (obispos y superiores) que se ha mostrado no solo
errada sino verdaderamente fatal. Por último, la situación de los clérigos y
consagrados que se han precipitado en estos delitos y cuyo deterioro humano,
espiritual y moral nos deja punzantes interrogantes.
En este sentido, los hechos de abuso sexual protagonizados por clérigos son la
punta de una trama más enredada que es necesario desenmarañar. Sacan a la
luz no solo problemas personales, sino dinámicas eclesiales deformadas que
necesitamos identificar para corregir. Los abusos sexuales suponen un sistema
inadecuado de relaciones que los favorece y hace posibles. No es un dato menor
para la comunidad eclesial. Pensemos, por ejemplo, en la docena de fundadores
de nuevos institutos religiosos que están hoy involucrados en estos aberrantes
delitos, en lo que viven los miembros de esas comunidades y la deriva de sus
obras. ¿No vamos a preguntarnos a fondo porqué pudieron prosperar durante
tanto tiempo en la Iglesia? Es una pregunta que, sobre todo los pastores, no
podemos eludir.
El punto clave, desde el Evangelio, es enfocar esta crisis con la mirada de Jesús,
el buen samaritano, que es la mirada de las víctimas. En algunas diócesis del
país se han dado pasos en esta dirección. No es fácil, pues en esta fase de la
crisis, las víctimas desconfían de nosotros, de nuestras reales intenciones y de la
capacidad que tengamos de cambiar realmente. Sin embargo, hasta tanto no se
dé esta apertura a las víctimas – como ya lo han experimentado otras Iglesias
hermanas y los mismos Papas Benedicto y Francisco – no vamos a estar en
condiciones de procurar una respuesta a fondo a este drama humano que
sacude a la Iglesia. Porque la Iglesia ha sido herida: las víctimas de los clérigos
abusadores son, en su inmensa mayoría, bautizados que nos fueron confiados y
a quienes no supimos proteger. Como creyente y como pastor escucho aquí la
llamada del Señor.