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Mi encuentro con instituciones orientadas a atender “la infancia vulnerada” se produce por una
contingencia, algo del orden de la tyché, del tropiezo, del azar. Desde ese primer encuentro hay una
insistencia, una repetición, un retorno, algo del orden del automaton que se presentifica en el
análisis y que despierta las siguientes preguntas ¿por qué elegir ese tipo de institución?, ¿qué tienen
en común?, ¿de qué Otro institucional se trata y cómo eso se articula con mi fantasma?
Las instituciones que se dedican a atender “la infancia vulnerada” se basan en el discurso
universitario y están particularmente cruzadas por la intervención del Otro jurídico que norma y
delimita en nombre del “bienestar superior”. Es así como operan a partir de una lógica “materna y
maternante” (Laurent, 1999), en la que prima el cuidado y la protección “para todos igual” a costa
de la singularidad. Instituciones que en ocasiones tienden a presentarse como un Otro absoluto,
arbitrario, caprichoso que instala una ley de hierro, que sabe lo que es mejor para el sujeto y que
no duda en responder desde ese lugar ¿Por qué insistir en trabajar en este tipo de instituciones?,
¿qué es lo que posibilita que me pueda mantener y alojar ahí?
Una viñeta.
K (9 años), ingresa a la institución a los 8 años de manera abrupta y sin palabras, por una orden
judicial. No le permiten despedirse de su madre y la envían acompañada por policías. En la
institución, inicialmente no le permiten ver a la madre debido a los dichos planteados en el tribunal
“mala madre y adicta”.
Para K los secretos y el confiar en el otro es central, y es algo que pone constantemente a prueba,
no sólo con la analista, sino que también con la institución. Comienza a gritar en los pasillos de ésta
que fue violada, gritos que son escuchados por el equipo y que ponen en marcha el dispositivo
proteccional “hay que informar a Tribunal”, “hay que recabar un relato”. Se produce así el choque
entre dos discursos que coexisten: el jurídico (basado en hechos y en la realidad objetiva y sostenido
por el discurso universitario) y el analítico, centrado en la escucha del sujeto ¿qué posición ante
esto? Dos intervenciones, con la niña y con la institución.
Con K, quien habla de la dificultad para confiar sus secretos a los otros, pero que sin embargo los
grita, se le marca que es ella la que grita y que no puedo asegurarle que el que la escuche no lo
cuente. Además le informó que la institución hizo la denuncia y que tendrá que declarar con otro
psicólogo, al mismo tiempo le recuerdo que cada vez que me pidan un informe se lo leeré a ella
primero. Tras esta intervención comienza a hablar de sus secretos, pero también a olvidar “usted
ayuda a olvidar las cosas malas, gracias por decirme la verdad, usted guarda mis secretos”.
Con la institución, la negativa a recabar un relato, argumentando que eso influiría negativamente a
nivel transferencial, y que podría perjudicar el trabajo con K, lo que es alojado, la encargada de la
institución decide privilegiar el espacio terapéutico. Además, realizo un segundo movimiento
orientado a hacer parte del proceso a la madre, señalando que es necesario saber lo que ella tiene
que decir, descompletando así la idea instalada respecto al ser una mala madre e instalando la
posibilidad de escucharla.
En la institución en la que trabajo, hay algo del ideal de la protección y los cuidados, pero también
un espacio de aceptación del no-todo y la singularidad que posibilita y resguarda el trabajo analítico,
el que se genera a partir de una transferencia positiva sustentada en los efectos de las distintas
intervenciones.