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ENSAYO SOBRE LA MUERTE

Lizka Johany Herrera

Todos los seres humanos estamos conscientes de que algún día experimentaremos el
fallecimiento de un ser querido, de una mascota o incluso nuestro propio deceso, sin embargo,
poco hablamos del tema pues no pensamos en el. El solo hecho de pensarlo nos trae recuerdos y
muchas veces nos entristece.

Creo que no pensamos en ello porque somos seres de vida y preferimos enfocarnos en las cosas
que nos dan bienestar. Pensar en la muerte es algo que atemoriza y abruma; nos trae una serie de
preguntas como ¿qué pasaría si ya no estoy? ¿si no están mis padres? ¿cómo me recordarán? ¿el
día que muera habré logrado mi propósito en la vida, aquella misión que le fue encomendada a mi
alma? ¿qué pasa cuando todo se apaga? ¿existirá la luz al final del túnel?

Son cuestionamientos para los cuales no tenemos una respuesta inmediata, pues no sabemos qué
ocurrirá en el futuro. Solo podemos imaginarnos las diferentes caras que puede tener la muerte
vista desde la perspectiva del que se va y de los que quedan.

Recientemente me encontré con una publicación en Facebook de un chico llamado Samuel Murray
cuya teoría dejó a muchos perplejos, incluyéndome a mí. Su visión de la muerte se hizo viral pues
decía lo siguiente:

“Y si cuando morimos, la luz al final del túnel es la luz de otro hospital, y ahí estamos, naciendo
otra vez y la única razón por la cual salimos llorando es porque recuerdas toda tu vida pasada,
lloras por el hecho de que moriste y lo perdiste todo. Conforme creces, comienzas a olvidar tu vida
pasada y te enfocas en la vida que tienes, pero pequeños recuerdos se quedan en tu memoria,
causando los ‘deja vú’. Piensa en eso por un segundo…”.

Aunque pareciese que el chico hizo un planteamiento incoherente y hasta atrevido, ¿quién soy yo
para cuestionar si esto es así o no? Solo Dios sabe la ruta que emprenderá cada alma luego que se
separa del cuerpo.

Aunque me inclino por la convicción descrita por Dante en la Divina Comedia sobre la existencia
de un infierno, un purgatorio y un paraíso, ¿quién me dice que lo señalado por Murray no aplique
para aquellas almas que aún no han terminado su misión en la tierra y que terminan su vida de
forma abrupta, como por ejemplo un suicida.

¿Quién puede asegurar que regresar el alma a otro cuerpo no es un acto de redención por parte
de Dios, una oportunidad más para tratar de salvarla y aplicar de forma correcta su justicia?
Aunque la religión indica que un suicida jamás entrará al Paraíso y su viaje es un vuelo sin escala al
infierno, ese pensamiento va en contra del amor y la misericordia de Dios con la humanidad;
entonces la teoría de Murray pudiera cobrar algo de sentido en ese contexto.
Quizá sea la luz al final del túnel ese proceso en el cual se filtra a qué lugar dantesco irá el ama o si
por redención le toca regresar a otro cuerpo a terminar su misión. Lo único cierto es que la paz
que cada alma encuentre luego de ese día dependerá seguramente de cuánto bien hayamos
hecho y de qué tan arrepentido estemos, pues en vida podemos experimentar esa sensación de
gozo cuando ayudamos a alguien o esa tranquilidad que nos da aceptar nuestros errores o
perdonar a las personas que consideramos nos han lastimado.

Por otro lado vemos el dolor de quienes se quedan luego que fallece un ser querido. ¿Cómo
manejar el dolor después de la muerte? Es otra de las interrogantes que vienen a la mente. ¿Qué
haré ahora que ya no existe esa persona? Nos embarga la tristeza y el amor por ese ser que ya
partió; nos volvemos egoístas y hasta cuestionamos por qué ocurrió; nos convertimos en jueces
cuando la defunción ocurre de forma inesperada: una enfermedad terminal, un accidente, un
homicidio. Hacemos reclamos al universo sin razonar si quizá esta experiencia era lo que
necesitábamos para crecer como seres humanos, pues muchas veces el dolor va acompañado de
una fortaleza interna que nos convierte en personas más empáticas, compasivas y solidarias.

Por temas cronológicos los hijos siempre creemos que nuestros padres morirán antes que
nosotros, pero esto no es ley de existencia. Los jóvenes rara vez piensan en la muerte, viven su
vida como si nunca se va a acabar, casi como si fuesen inmortales y tienden a postergar proyectos
de vida para después, sin detenerse a razonar que nadie tiene el mañana asegurado, que es mejor
intentar cumplir cada sueño, cada meta hoy y ahora que es lo único sobre lo que tenemos certeza.

A medida que pasan los años vamos tomando conciencia de que nos queda menos tiempo para
obtener deseos y empezamos a meterle acelerador a todo; personalmente creo que al percibir
que nuestros días están contados es cuando empezamos en realidad a disfrutar de la vida, a dar
gracias por todo cuanto nos ha dado y a creer que podemos alcanzar muchos logros antes que el
angel de la muerte decida visitarnos.

He visto que las personas mayores tienden a prepararse para la muerte y empiezan a aceptarlo
como un hecho natural e inevitable. Se vuelven más reflexivos sobre los aspectos positivos y
negativos de su vida e incluso empiezan a dar instrucciones de cómo quieren que sea su funeral,
cómo hay que vestirlos, peinarlos y hasta quienes creen ellos que asistirán, como si de una fiesta
con invitados se tratara. Lo hablan con tanta normalidad y hasta hacen bromas al respecto que
me da la impresión que ellos no sienten el miedo que siento yo ante la muerte, ya sea porque no
quiero pasar por el dolor de verlos partir o porque yo misma no deseo morir y dejar cosas
inconclusas.

Tal vez envejecer me ayude a asimilar mejor las pérdidas no solo de los que amo, sino también de
aquellos cuya partida me ha parecido injusta, esas muertes trágicas que uno enfrenta a diario en
los periódicos, en los noticieros o en nuestras propias vidas. De nuevo la muerte me lleva a pensar
¿quién soy yo para indicar qué es justo o no? Aunque me duela mucho la muerte no natural de
alguien, no soy la responsable de decidir quién se queda y quién se va; ni siquiera es algo que
pueda cambiar, entonces hay que aprender a afrontarlo de manera que no nos afecte nuestra
cotidianidad.
Muchas personas se embarcan tanto en un dolor permanente por la pérdida de alguien o de algo,
que no se dan cuenta que ellos mismos están siendo víctimas de la muerte, no de la muerte en la
cual el cuerpo no despierta más, si no de una más desgastante, aquella que es provocada por la
dependencia que sentimos que para ser felices o estar “completos” requerimos de ciertas
personas o de estatus sociales o de posesiones materiales. Cuando la depresión te anula tu
esencia y sientes un vació que no puedes llenar estás matándote poco a poco.

Cada vez que dejamos de ser nosotros para complacer o esperar el reconocimiento de otra
persona, cada vez que nos quedamos al lado de alguien con quien no nos sentimos valorados,
cada vez que permitimos tanto el maltrato emocional como físico damos paso a la muerte del ser,
del yo interno, del espíritu que habita en nosotros.

No podemos hacer nada para evitar la muerte física, pero sí podemos hacer mucho para evitar la
muerte espiritual, esa que te anula como individuo y que te empuja a vivir la vida de otro. Lo más
importante es cuidar primero de nosotros mismos, tanto físicamente como espiritualmente;
estando sanos podemos entonces cuidar de los seres que amamos. Es aprender a ser felices con
nosotros mismos sin dependencias, hacer cosas que nos llenen de emociones positivas y saber
poner límites cuando algo va en contra de nuestros valores; creo que la principal causa de una
muerte en vida es ser infieles a nosotros mismos.

Entonces, como última reflexión ¿qué es la muerte? Puede ser el final de un viaje o el comienzo de
uno nuevo según la perspectiva de cada quien. A la muerte espiritual puedes ponerle un alto, a la
física no, sin embargo, podemos plantearnos ¿cuál es nuestra misión, nuestro propósito en la
vida? Aunque no me gusta pensar en la muerte, si me preguntan por el texto de una lápida sería
algo así: "Aquí se encuentra una persona que marcó una diferencia positiva en la vida de todos
quienes la amamos".

Imaginarme cómo quiero que me recuerden me da una guía sobre el camino que debo seguir en la
vida para poder impactar la vida de otros a través del amor, el conocimiento y la Fé. Para dónde
irá mi alma, que Dios decida pues ese es su trabajo.

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