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Problemas Especiales de Metafísica 2007

Traducción de la cátedra para uso exclusivo interno


Traductora: Patricia Marechal
Revisión técnica: Liza Skidelsky

Prinz, J. (2002) Furnishing the Mind: Concepts and their Perceptual Basis,
Cambridge, MA, MIT Press, cap. 5: “Empiricism Reconsidered”.

Empirismo Reconsiderado

5.1 Introducción

En los últimos tres capítulos revisé las teorías de los conceptos que dominaron la
discusión en filosofía y psicología. Cada teoría tiene sus puntos fuertes, pero ninguna
satisface todos los desiderata presentados en el capítulo 1. Frente a este hecho, se puede
o bien abandonar algunos de esos desiderata, o bien tratar de formular una teoría que
los satisfaga. En este capítulo, seguiré esta última opción.
La teoría que propongo se apropia de elementos de casi todas las teorías que he
repasado, pero comparte más, en espíritu, con el imaginismo. El imaginismo satisface
las intuiciones comunes. Cuando realizamos introspección mientras pensamos, todo lo
que encontramos son imágenes mentales, incluyendo imágenes auditivas de oraciones
del lenguaje natural (habla subvocálica). Sin rastros fenoménicos de representaciones
no-sensoriales, es tentador concluir que todo pensamiento está expresado en imaginería
perceptiva.
Esta no es una razón suficiente para ser un imaginista. La introspección es muy
limitada. Hay buenas razones teóricas para postular representaciones que existen fuera
de la conciencia. Más aún, el imaginismo ha sido objeto de numerosas objeciones y
algunas de éstas son insuperables. De todas maneras, quiero sugerir que el imaginismo
está menos equivocado de lo que generalmente se supone y que los empiristas clásicos
tenían razón en aspectos importantes. La rama de empirismo a la que arribo en los
siguientes capítulos difiere del imaginismo tradicional, pero sigue esta tradición en su
intento por fundamentar la conceptualización en la percepción.
Resucitar al empirismo no es una idea nueva. La historia de la filosofía occidental
estuvo signada por regresos del empirismo. En la primera mitad del siglo XX, filósofos
ingleses como Russell (1919, 1921) y Price (1953) portaron la antorcha de Hume y
Locke, quienes habían defendido posiciones que se remontan a la Grecia Antigua. Los
empiristas británicos del siglo XX actualizaron estas tradiciones antiguas añadiendo
herramientas lógicas al equipo expresivo de sus sistemas representacionales y mediante
un interés mayor en el análisis del lenguaje. Fuera de Inglaterra, los positivistas lógicos
de Viena iniciaron, por sí mismos, una revisión empirista. Como a Russell, los había
impresionado el intento de Frege de reducir las matemáticas a la lógica y los había
impresionado, aún más, el intento del primer Wittgenstein de iniciar una reducción
similar de todo el lenguaje. Los miembros del Círculo de Viena reformularon el
programa reduccionista de Wittgenstein bajo una luz empirista, restringiendo la base de
la reducción a oraciones que pueden probarse a través de condiciones de verificación
públicamente observables. Se juzgó como ininteligible todo discurso que no cumplía
con este principio de verificación, incluyendo gran parte de nuestro lenguaje ordinario.

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(Problemas de Metafísica)
La diferencia más importante entre los empiristas ingleses y vieneses fue que los
vieneses se enamoraron del conductismo. Los miembros del Círculo de Viena, como
Carnap y Hempel, trataron de definir el vocabulario mental en términos de conducta,
más que de experiencia introspectiva, porque las experiencias no pasaban la prueba de
la verificación pública. Estos autores también se inspiraron en Frege, quién denunció los
intentos de identificar los significados con imágenes sobre la base de que las imágenes
no pueden compartirse. Al resucitar al empiricismo no querían resucitar al imaginismo.
El conductismo de los positivistas vieneses probó ser más resistente que su
principio de verificación. El empirismo postpositivista de Quine es profundamente
conductista. Quine no intenta definir los términos mentales enumerando conductas, pero
esto es una consecuencia de su disgusto por las definiciones. Quine (1960) considera
metodológicamente sospechoso apelar a estados mentales internos y aplaude la teoría de
aprendizaje desarrollada por los conductistas psicológicos. Esta primera predilección
también es defendida por filósofos del lenguaje ordinario, como Ryle y el segundo
Wittgenstein. Wittgenstein niega ser un conductista, pero sostiene que los términos
mentales no pueden referir a estados internos privados. Para Wittgenstein, los términos
mentales tienen criterios de aplicación conductual. Esto constituye una forma de
conductismo.
Desde sus comienzos, la psicología tuvo inclinaciones empiristas y éstas
encontraron su expresión en el introspeccionismo, alrededor de fines del siglo XX. Los
introspeccionistas buscaron entender la mente describiendo las imágenes mentales que
la gente forma bajo diferentes condiciones. Esta metodología resultó exasperantemente
poco confiable en tiempos en los que los psicólogos intentaban hacer que su campo
fuera riguroso desde un punto de vista científico. A su vez, los psicólogos americanos,
liderados por J. B. Watson, comenzaron a defender técnicas conductistas que ni
probaban ni postulaban estados mentales internos. B. F. Skinner argumentó que los
estados internos eran intratables, desde un punto de vista científico, y superfluos, desde
un punto de vista explicativo, a la hora de dar cuenta de la conducta.1
El conductismo desplazó al introspeccionismo con su metodología más rigurosa y
silenció efectivamente muchas de las teorizaciones acerca de los estados mentales
internos en los Estados Unidos. Abandonar el introspeccionismo imaginista no significó
abandonar el empirismo. La idea de que la psicología tiene su base en la experiencia fue
simplemente reformulada como la posición de que los estímulos externos y las historias
de reforzamiento eran la base de la conducta inteligente. La idea de que la mente
comienza como una tabula rasa, moldeada enteramente por la experiencia, recibe su
mayor apoyo de parte de los conductistas.2
En este clima emergió la ciencia cognitiva. George Miller comenzó a explorar las
limitaciones en la capacidad de almacenamiento de memoria a corto plazo, Herbert
Simon y Alan Newell comenzaron a desarrollar máquinas que podían probar teoremas y
jugar ajedrez mediante programas internos y Noam Chomsky comenzó a argumentar
que las reglas y las representaciones internas formaban las bases de nuestra capacidad
lingüística. Así, se exoneró a la vida mental interna. En ese momento, el empirismo
había sido asociado tan profundamente con el conductismo que ambos estaban
destinados a caer juntos. Aquellos que podían recordar la historia previa del empirismo
estaban, probablemente, pensando en los introspeccionistas, quienes se encontraron con

1
En algunos escritos, Skinner permite hablar de estados internos y denuncia las restricciones
operacionales sobre su carácter públicamente observable. Pero estos estados internos se construyeron
como internalizaciones encubiertas de conducta, no como representaciones internas o imágenes mentales
(ver Skinner 1953, cap. 17).
2
Aunque en última instancia insostenible, esto fue un antídoto bienvenido para la locura eugenista.

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dificultades metodológicas que alimentaron el surgimiento del conductismo. Los
primeros psicólogos cognitivos no revivieron la idea de que el pensamiento se expresa
mediante imágenes. De hecho, muchos evitaron el estudio de la imaginería mental. Los
investigadores en inteligencia artificial se centraron en tareas que estaban lejos de la
experiencia y las abordaron usando códigos de programación de tipo lingüístico, en vez
de representaciones de tipo imaginístico. Los lingüistas argumentaron que los humanos
nacemos con principios innatos altamente específicos, lo cual era incompatible con las
teorías empiristas de aprendizaje predominantes. Al rechazar al conductismo, muchos
científicos cognitivos rechazaron a toda la tradición empirista.
Ahora, las posiciones empiristas están reapareciendo en la ciencia cognitiva.
Pueden encontrarse intentos por borrar la barrera entre percepción y cognición en los
trabajos de psicólogos (Mandler 1992, Tomasello 1992, Glenberg 1997),
neurocientíficos (Edelman 1992, Damasio 1994), lingüistas (Talmy 1983, Fauconnier
1985, Johnson 1987, Lakoff 1987, Langacker 1987, 1991) e ingenieros robóticos (Stein
1994). A pesar de muchas diferencias, todos estos autores coinciden en que nuestras
capacidades conceptuales usan recursos perceptivos. Al mismo tiempo, muchos de estos
autores se resistirían a ser llamados empiristas. Se puede encontrar una defensa más
contundente de las afirmaciones del empirismo tradicional en un trabajo reciente de
Lawrence Barsalou y sus colegas (Barsalou 1993, Barsalou, Yeh, Luka, Olseth, Mix y
Wu 1993; Olseth y Barsalou 1995; Barsalou y Prinz 1997; Goldstone y Barsalou 1998;
Barsalou, Solomon y Wu 1999; Priz y Barsalou 2001). La posición que defiendo
extiende estos esfuerzos.
A pesar de su atractivo, longevidad y resurgimiento reciente, el empirismo todavía
no es popular. Es fácil encontrar filósofos, psicólogos y lingüistas que piensan que las
teorías empiristas carecen por completo de esperanza. Algo de esta reputación puede
derivar de la culpa por haberse asociado con el positivismo lógico, el conductismo y el
introspeccionismo, pero las teorías empiristas también enfrentan muchas objeciones
preocupantes. En los capítulos que siguen, respondo a estas objeciones y discuto que un
empirismo viable debe distinguirse del imaginismo tradicional. En este capítulo defino
empirismo, ofrezco un argumento metodológico y varias consideraciones empíricas en
su defensa, y trato una objeción importante.

5.2 ¿Qué es el empirismo de conceptos?

5.2.1 Una definición de empirismo de conceptos

Por supuesto, el empirismo que quiero defender es un empirismo acerca de la


naturaleza de los conceptos. Según la formulación tradicional, los empiristas de
conceptos suscriben a la siguiente afirmación:

La hipótesis de la prioridad perceptiva: no hay nada en el intelecto que primero


no esté en los sentidos (nihil est in intellectum quod not fuerit in sensu)

Esto necesita clarificación. Se podría preguntar acerca de la naturaleza de la


prioridad implicada. Decir que los conceptos primero están en los sentidos, ¿significa
que la sensación es lógicamente previa a la cognición, previa metafísicamente o previa
en un sentido meramente causal?3
3
Nótese que la prioridad meramente temporal puede dejarse de lado por ser muy débil. Si resulta que no
hay otra conexión más que el hecho de que los estados sensoriales simplemente ocurren un tiempo antes

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La primera opción, eso es, que los sentidos son lógicamente previos a los
conceptos, no parece verosímil. Si lo sensorial fuera lógicamente previo a lo conceptual,
entonces sería una verdad lógica que los conceptos tienen una base sensorial. Para
defender esta posición se tendría que proporcionar un análisis conceptual del concepto
CONCEPTO y luego establecer que ese análisis implica esta verdad lógica. Ninguna de
estas tareas es prometedora. En primer lugar, “concepto” es un término teórico. Este
selecciona una clase de entidades postuladas para realizar cierto trabajo explicativo, que
puede variar a través y dentro de las disciplinas. Según la estrategia que defiendo, los
desiderata usados para introducir el término “concepto” no califican como un análisis,
si por “análisis” se entiende un conjunto de condiciones necesarias. Las entidades que al
final de la investigación merecen llamarse “conceptos” pueden fallar a la hora de
explicar algunos de los fenómenos para los cuales se las postuló originalmente. Si
“concepto” es un término teórico, podría ser imposible encontrar implicaciones lógicas
del concepto CONCEPTO, más allá, posiblemente, de la afirmación general de que los
conceptos deben explicar alguna proporción de sus desiderata explicativos vigentes.
Este requisito débil establecería una conexión lógica entre lo conceptual y lo sensorial
sólo si algunos miembros indispensables de ese grupo de desiderata implicaran
lógicamente a los sentidos, pero esto no es así. En todo caso, ninguno de los desiderata
del capítulo 1 implican lógicamente, de una manera obvia, a los sentidos.
Quizás la hipótesis de la prioridad perceptiva involucra una prioridad metafísica.
Independientemente de qué significa el término “concepto”, se podría explorar la tesis
de que ser un concepto depende, de manera ineludible, de tener una cierta clase de
conexión con los sentidos. Para ver esto, primero supongamos que ser un concepto
depende de ser intencional. Segundo, supongamos que la intencionalidad está atada
metafísicamente a la experiencia consciente; más específicamente, supongamos que una
creatura sin experiencia consciente no podría tener estados intencionales. No creo que
esta afirmación sea plausible, pero ciertos filósofos la defendieron (Searle 1992).
Finalmente, supongamos que en todos los mundos metafísicamente posibles todos los
estados conscientes son sensoriales. Para resumir, se podría argumentar que es
metafísicamente necesario que (a) los conceptos sean intencionales, (b) la
intencionalidad dependa de los estados conscientes, y (c) los estados conscientes sean
sensoriales. Estas afirmaciones, en conjunto, podrían producir una conexión metafísica
entre lo perceptivo y lo conceptual.
Los argumentos a favor de la prioridad metafísica proporcionan una opción
interesante para el empirista, pero la tradición del empirismo clásico parece
comprometerse con algo más débil. Al menos, los empiristas ingleses parecen
argumentar a favor de una prioridad causal. Por ejemplo, en lo que concierne a los
dichos de Locke, podría haber ocurrido que el empirismo fuera falso. De hecho, podría
ser que sea falso para otras criaturas. Su teoría sobre el origen sensorial de las ideas se
presenta como una conjetura empírica acerca de cómo funcionan las mentes humanas.4
¿Qué tenemos que hacer con la supuesta prioridad causal? Considerándola como
una afirmación evolucionista, parece ser relativamente incontrovertible. Las criaturas
capaces de sensación pueden haber evolucionado antes que las criaturas capaces de
formar conceptos. De todos modos, los empiristas clásicos pensaron la afirmación de la

que las representaciones conceptuales, el empirismo perdería interés cómo tesis acerca de la naturaleza de
los conceptos.
4
De todos modos, pueden haber argumentos no empíricos en contra del empirismo. Por ejemplo, podría
argumentarse que la sensación, o al menos la percepción, siempre involucra colocar algo bajo un
concepto. En esta línea, parecería como si no hubiera manera de fundamentar la conceptualización en la
percepción sin entrar en un círculo vicioso. Este tipo de preocupaciones se tratan más adelante.

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prioridad causal en términos ontogenéticos. Ellos defienden la perspectiva de que, de
hecho, los conceptos que los humanos usan al pensar son copias o se construyen a partir
de los estados sensoriales. En palabras de Hume, “siempre encontraremos que toda idea
que examinamos está copiada de una impresión similar” (1748, II). En un formato más
moderno, la formulación del credo empirista de Hume se expresaría usando el término
“concepto” en lugar de “idea” y “representaciones perceptivas” en vez de
“impresiones”.5 Los empiristas creen que las representaciones perceptivas sirven como
pre-condiciones causales para los conceptos: los conceptos no se crearían si las
representaciones perceptivas no estuvieran disponibles para ser copiadas o armadas.
Esta interpretación de la Hipótesis de la Prioridad Perceptiva puede ser reformulada en
la siguiente tesis:

Empirismo de Conceptos: todos los conceptos (humanos) son copias o


combinaciones de copias de representaciones perceptivas.

Esta definición del empirismo de conceptos ofrece una afirmación más perspicua
del enfoque expresado por la Hipótesis de la Prioridad Perceptiva. Esta definición
afirma que la prioridad de la percepción surge del hecho de que los conceptos son
“copias”. Copiar es concebido propiamente como un proceso causal. El término puede
sonar irremediablemente metafórico, pero es posible que copiar sea algo que
literalmente ocurra en la mente. Una propuesta es que las representaciones producidas
en los sistemas perceptivos sean duplicadas en otros sistemas. Por ejemplo, imaginemos
que un percepto visual es un patrón de actividad neural en un mapa topográfico
correspondiente al campo visual. Una copia almacenada de ese percepto podría ser
similar a un patrón en un mapa topográfico almacenado en algún lugar del cerebro. Una
posibilidad alternativa es que las representaciones en los sistemas perceptivos dejen
registros en otros sistemas que permitan a esas representaciones ser generadas de nuevo,
es sus sistemas perceptivos originales, en ocasiones subsiguientes. Imaginemos que un
estímulo causa un estado en el sistema visual, y luego otro sistema almacena un registro
que puede causar que el sistema visual genere un estado de la misma clase cuando el
estímulo ya no está disponible. Según esta propuesta, los registros almacenados en sí
mismos no son copias; más bien son instrucciones para producir copias. Según estas dos
propuestas, una instancia activa de un concepto califica como copia de una
representación perceptiva.
El empirismo de conceptos enfatiza una cuestión que sólo aparece implícitamente
en la Hipótesis de la Prioridad Perceptiva: el empirismo de conceptos es una tesis acerca
de la naturaleza de las representaciones mentales o de los vehículos del pensamiento. El
empirismo de conceptos difiere, en esta cuestión, de otras formas de empirismo. En
primer lugar, el empirismo de conceptos es muy diferente de las formas epistemológicas
de empirismo porque no menciona condiciones de justificación, ni supone que las
afirmaciones de conocimiento deben fundamentarse en experiencias sensoriales
incorregibles. El empirismo de conceptos tampoco es un empirismo semántico porque
no se afirma que los significados deben poder reducirse a condiciones de verificación.
La tesis dice que los conceptos, construidos como una clase de representaciones
mentales, tienen un origen perceptivo, pero nada se dice aún acerca de cómo esas
representaciones obtienen significado. Tampoco se debe confundir a los empiristas de
conceptos con los conductistas, quienes también afirman ser empiristas. Estas

5
De un modo confuso, Locke (1690) usa el término “idea” para los estados sensoriales y los conceptos
que engendran. Hume (1739, 1748) usa el término “percepciones” para las dos clases de estados, pero
distingue entre “impresiones” e “ideas”.

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posiciones son incompatibles porque los conductistas rechazan las representaciones
internas. A lo largo de este desarrollo, uso frecuentemente el término “empirismo” para
significar “empirismo de conceptos”, pero es importante no confundir esta tesis con
alguna de las otras formas de empirismo.
Una pregunta más complicada se refiere a la relación entre el empirismo de
conceptos y la tesis, a menudo atribuida a la tradición empirista, de que los conceptos
no son innatos. El empirismo de conceptos, tal como ha sido formulado, es compatible
con el innatismo. Pero, históricamente, el empirismo de conceptos se ha asociado
estrechamente con una posición anti-innatista. A menudo, la motivación principal para
sostener una posición empirista descansaba en argumentos en contra del innatismo. Por
ejemplo, Locke presenta su teoría perceptiva de los conceptos precisamente después de
un ataque detallado en contra del innatismo en el primer libro de su Ensayo (1690).
Después de argumentar que las creencias y sus conceptos constituyentes no son innatos,
Locke se ve obligado a proporcionar un relato alternativo acerca de cómo se los obtiene.
Locke concluye que los conceptos (o ideas) se construyen a partir de representaciones
perceptivas.
Sin embargo, es importante ver que el empirismo de conceptos no es idéntico a una
tesis anti-innatista. El segundo libro del Ensayo de Locke puede estar motivado por los
argumentos negativos del primero, pero presenta una teoría de la mente positiva que
puede evaluarse por sus propios méritos. Hay algo de satisfacción en esto. Para los
lectores contemporáneos, los argumentos anti-innatistas no son muy convincentes.
Frecuentemente, los científicos cognitivos postulan reglas y representaciones innatas.
La mayoría de los científicos cognitivos creen que no sólo son sostenibles formas
fuertes de innatismo, sino que también son ineludibles. No los conmueve la intuición
lockeana que dice que hay una urgencia por encontrar una alternativa para el innatismo.
Sin el sentimiento anti-innatista, podría preguntarse por qué valdría la pena considerar
al empirismo de conceptos.
No creo que el caso en favor del empirismo de conceptos dependa de argumentos
en contra del innatismo. Se puede motivar el empirismo enfocándose en una afirmación
positiva acerca de la naturaleza de las representaciones conceptuales. Esta es la tarea de
la sección 5.3, más adelante. Si se pueden conseguir argumentos a favor de la
afirmación de que los conceptos consisten de representaciones derivadas de manera
perceptiva, ya no se va a considerar que el apoyo al empirismo de conceptos depende
del muy controversial rechazo al innatismo. Esto sería un avance significativo. Por
supuesto, podría resultar que los empiristas de conceptos estén comprometidos con
alguna forma de anti-innatismo. El capítulo 8 determina si esto es así; y si este es el
caso, si se puede defender tal anti-innatismo.

5.2.2 Representaciones perceptivas

Según la definición del empirismo de conceptos, los conceptos derivan de


representaciones perceptivas, pero podría preguntarse ¿qué son estas representaciones?,
¿qué hace que una representación cuente como perceptiva?, ¿qué distingue
representaciones perceptivas de otras clases de representaciones? Consideraré varias
posibilidades.
Una posibilidad es que se pueda distinguir las representaciones perceptivas por sus
propiedades sintácticas. En primer lugar, consideremos la densidad sintáctica, una
propiedad identificada por Goodman (1976) en su análisis de los sistemas de símbolos
usados por los artistas. Un sistema de símbolos es denso sintácticamente si entre

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cualesquiera dos símbolos del sistema hay un tercero. Esto es así en la pintura. Entre
cualesquiera dos pinceladas, hay una tercera posible, intermedia en largo, forma o color.
La densidad no se restringe a las artes espaciales. En la música siempre hay una tercera
nota entre cualesquiera otras dos, aunque no todas tienen un nombre en la notación
musical. Esto parece un rasgo que podría aplicarse de manera igualmente satisfactoria a
las representaciones mentales, en los diferentes sentidos. Las imágenes visuales, las
imágenes auditivas e, incluso, las imágenes gustativas parecen ser densas. ¿Podría ser la
densidad un rasgo criterial para las representaciones perceptivas?
Desafortunadamente, no. Cómo vamos a ver, algunas teorías de la percepción
humana, que cuentan con apoyo empírico, descansan en el supuesto de que ciertas
representaciones perceptivas no son sintácticamente densas (ver e.g. Biederman, 1987).
Más aún, la densidad sintáctica no es suficiente para que algo sea perceptivo. Cualquier
red neural artificial, cuyos nodos pueden tomar valores a lo largo de un continuo, es
sintácticamente densa, pero sería equivocado decir que cualquier red neural es, por lo
tanto, perceptiva. Ser denso y ser perceptivo son propiedades independientes.
Otra propuesta sintáctica para identificar a las representaciones perceptivas toma su
inspiración de discusiones de lo que los filósofos llaman contenido no-conceptual.
Típicamente, aquellos que creen en esta categoría la usan para capturar los contenidos
de los estados mentales que son perceptivos. Quizás, definir las características de los
contenidos no-conceptuales puede ser apropiado para capturar las representaciones
perceptivas. Una sugerencia acentúa las propiedades combinatorias (ver Evans 1982 y
Davies 1989). A veces, se piensa que las representaciones no-conceptuales carecen de
“generalidad”. Un sistema de representación tiene generalidad si tener una
representación predicativa F y dos conceptos nominales a y b nos confiere la habilidad
para formar la representación Fa y la representación Fb. Quizás, los sistemas
representacionales perceptivos carecen de esta propiedad. Quizás, nuestra habilidad para
representar perceptivamente varios rasgos no trae necesariamente con ella la habilidad
para representar otras combinaciones de esos rasgos.
Un problema inmediato es que, a menudo, los científicos cognitivos sostienen que
los sistemas perceptivos usan símbolos primitivos recombinables que exhiben
generalidad (Marr 1982, Biederman 1987). Lo que es más importante aún, es que sería
auto-refutador, para los empiristas de conceptos, decir que las representaciones
perceptivas no pueden estar disponibles para combinarse. En primer lugar, ellos están
comprometidos con la posibilidad de que los conceptos emerjan a través de un proceso
de combinación de representaciones perceptivas. En segundo lugar, si las
representaciones perceptivas no son combinables, es poco probable que sus copias estén
disponibles para combinarse. Si el carácter combinatorio es necesario para ser un
concepto (como concedí al asumir el desideratum de composicionalidad en el capítulo
1), resultaría que las copias de las representaciones perceptivas no serían conceptos.
Además, la idea de contenido no-conceptual es extraña para el empirista. Si las
representaciones conceptuales son copias de representaciones perceptivas, entonces las
últimas son mejor vistas como pre-conceptuales más que no-conceptuales. “No-
conceptual” implica una distinción demasiado fina entre lo perceptivo y lo conceptual.
Según otra propuesta para distinguir representaciones perceptivas, las
representaciones perceptivas son espaciales, mientras que las representaciones no-
perceptivas no lo son. Al presentar su teoría de imaginería mental, Kosslyn (1980)
ofrece una propuesta útil acerca de qué es ser una representación espacial. Él afirma que
dos partes de una representación espacial son adyacentes entre sí (o funcionan como si
fueran adyacentes) sólo en el caso de que representen partes adyacentes de un objeto.
Sin duda, algunas relaciones perceptivas tienen esta propiedad (por ejemplo, los estados

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visuales topográficos), pero otras presumiblemente no (por ejemplo, las
representaciones gustativas).
La propiedad de ser una representación espacial cabalga entre la sintaxis y la
semántica. Una propuesta similar es que las representaciones perceptivas son
isomórficas con las cosas que representan. En los casos de isomorfismo, hay una
proyección uno a uno entre las propiedades de las representaciones y las propiedades de
las cosas representadas. Por ejemplo, si A es más largo que B y B es más largo que C,
una representación perceptiva de A porta alguna relación transitiva hacia una
representación perceptiva de B que B también porta hacia C6. Quizás las proyecciones
isomórficas son distintivas de las representaciones perceptivas.
El problema con esta propuesta es que las representaciones que no son perceptivas
de manera obvia, pueden ser isomórficas con las cosas que representan. Wittgenstein
(1919) señala que hay un isomorfismo abstracto entre las oraciones verdaderas y el
mundo. Si hubiera un lenguaje del pensamiento, completamente removido de la
percepción, podría tener esta propiedad.7
Según una propuesta puramente semántica, las representaciones perceptivas son
aquellos estados mentales que representan propiedades perceptibles. El problema aquí
es que la pregunta acerca de cuáles propiedades son perceptibles está sumida en
controversias. Los empiristas clásicos sostienen que sólo podemos percibir propiedades
primarias simples, tales como forma y solidez, y propiedades secundarias, tales como
colores y olores. Los psicólogos del New Look sostienen que podemos llegar a percibir
causas y neutrinos. Los Gibsonianos sostienen que podemos percibir posibilidades de
interacciones corporales.
No vale la pena tomar partido en estos debates. Sólo por mencionar algo,
representar una propiedad perceptible puede ser una condición necesaria para ser una
representación perceptiva, pero seguramente no es suficiente; presumiblemente, también
las representaciones no-perceptivas, que concibieron los oponentes del empirismo,
pueden representar propiedades perceptibles. Más aún, si hay una diferencia de
principio entre rasgos que son perceptibles y rasgos que no lo son, entonces
probablemente esto dependa de hechos acerca de nuestros sistemas de inputs
perceptivos. Algo cuenta como perceptible para nosotros cuando puede ser captado por
nuestros sistemas de inputs. La perceptibilidad se define en términos de nuestros
sistemas de inputs. Una propiedad perceptible es aquella que puede detectarse usando
maquinaria perceptiva. Este lugar común nos lleva a la conclusión de que una
representación perceptiva es simplemente una representación autóctona de nuestros

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En el caso límite, podría suponerse que se usan representaciones perceptivas más grandes para
representar objetos más grandes, pero el isomorfismo puede ser más abstracto. Por ejemplo, la
representación neuronal de la relación “X es más rojo que Y” podría ser isomórfica con una relación de
color real, pero objetos más rojos seguramente no están representados mediante estados cerebrales más
rojos.
7
En respuesta, podría notarse que a menudo los sistemas perceptivos exhiben isomorfismos en lugares
donde el lenguaje no los exhibe. Por ejemplo, es plausible que la similitud física entre un perro y un lobo
esté espejada por nuestras representaciones perceptivas de esos animales, pero no esté espejada por las
palabras “perro” y “lobo”. Quizás, algunos isomorfismos son obligatorios en la representación perceptiva
y son opcionales en otras clases de sistemas representacionales. Si puede usarse este contraste para
capturar que es lo distintivo de las representaciones perceptivas, entonces deben especificarse qué
isomorfismos son obligatorios. Parece que sólo podemos hacer esto si primero decimos cuáles rasgos del
mundo representan nuestras representaciones perceptivas. Pero, una vez que tenemos una propuesta
acerca de qué representan nuestras representaciones perceptivas, ya podemos tener una propuesta
adecuada acerca de qué las hace distintivas. En otras palabras, la propuesta del isomorfismo puede
salvarse sólo introduciendo otra propuesta, la cual puede ser suficiente por sí misma.

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sentidos. Si es así, el camino más directo para distinguir entre representaciones
perceptivas y conceptos no es aislar propiedades semánticas privilegiadas, sino
distinguir los sentidos de otras facultades cognitivas.
La última observación apunta a un método más tradicional para definir las
representaciones perceptivas. En una palabra, deberíamos apelar a facultades. La
Hipótesis de la Prioridad Perceptiva, al mencionar al intelecto y los sentidos,
ejemplifica el discurso acerca de facultades. Quizás, las representaciones perceptivas
son simplemente representaciones que tienen su origen en los sentidos. Si podemos
decir qué son los sentidos, podemos decir qué son las representaciones perceptivas. Esto
puede hacerse explicando, por contraste, las diferencias entre los sentidos y el intelecto.
Si no hay diferencias entre los sentidos y el intelecto, es incoherente postular que uno es
previo al otro.
¿Qué hace que algo cuente como un sentido?8 Una respuesta es que, a diferencia
del intelecto, los sistemas sensoriales son modulares (Fodor 1983). Los sistemas
modulares son rápidos, específicos de dominio, asociados con arquitecturas neurales
específicas e informacionalmente encapsulados. Decir que los sistemas perceptivos son
informacionalmente encapsulados significa que la información contenida en otros
sistemas no puede influenciar el procesamiento en los sistemas perceptivos. A veces, se
defiende esta hipótesis mediante fundamentos evolucionistas: los sistemas perceptivos
son capaces de responder a estímulos de manera más rápida y eficaz si están aislados de
los sistemas cognitivos centrales que almacenan todas nuestras creencias acerca del
mundo. El argumento evolucionista falla, como puede verse mediante una analogía
simple. Estamos diseñados para parpadear sin intervención de los sistemas centrales
cuando vemos que un objeto se dirige a nosotros, pero la respuesta encapsulada no
muestra que no podamos, también, mover nuestros músculos faciales voluntariamente.
La evolución podría haber diseñado a los sistemas perceptivos para que sean capaces de
dar respuestas guiadas por el estímulo sin restringirlos a tales respuestas.
Algunos usaron consideraciones empíricas para argumentar que los sistemas
perceptivos no son informacionalmente encapsulados y, por ende, no son modulares
(por ejemplo, Churchland 1988). Fenómenos muy conocidos como la restauración de
fonemas (en el cual escuchamos sonidos de habla que no están efectivamente
articulados) y la interpretación de imágenes fragmentadas (que algunas veces invitan al
conocimiento de lo que representan) proporcionan evidencia de que las creencias, las
expectativas y las interpretaciones de nivel superior pueden afectar lo que percibimos.
Apoyo adicional para una posición no modular proviene del hecho de que hay
numerosas vías eferentes desde las regiones del cerebro de nivel superior hacia las
regiones perceptivas. Se admite que pocas vías conectan directamente los sistemas de
nivel superior con los subsistemas perceptivos de nivel inferior. Esto provee algún tipo
de evidencia a favor de que estos niveles más inferiores son modulares, lo que
explicaría por qué, por ejemplo, ciertas ilusiones ópticas siguen ocurriendo aún cuando
sabemos, en nuestros sistemas centrales, que son ilusorias. Pero la modularidad de los
niveles inferiores no implica modularidad de los superiores. Aún si la mayoría de los
niveles del procesamiento perceptivo fueran encapsulados, la existencia de un solo nivel
que no fuera encapsulado mostraría que la modularidad no es necesaria para ser una
modalidad sensorial.

8
Uso “sentido”, “sistema sensorial”, “sistema perceptivo”, “sistema de input” y “modalidad” de manera
intercambiable. Hay un puñado de discusiones filosóficas acerca de cómo identificar los sentidos. Estas
incluyen Grice 1962; Armstrong 1968, 211 ss.; Austin Clark 1993; Tye 1995; y Keeley, en prensa. Estoy
especialmente en deuda con Keeley, en prensa.

9
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La modularidad también puede ser insuficiente para ser una modalidad sensorial.
Hay sospechas, cada vez mayores, de que los sistemas cognitivos centrales están
divididos en módulos (ver Samuels, Stich y Nichols 1999). Algunos investigadores
creen que los conceptos y varios modos de razonamiento están divididos en dominios
informacionalmente encapsulados. Los déficits selectivos en habilidades cognitivas
específicas no pueden remediarse mediante conocimientos preservados en otros
dominios. Un tratamiento exhaustivo de estas propuestas requeriría una discusión más
extensa, pero su sola mención es suficiente para despertar preocupaciones acerca del
uso de la noción de modularidad para distinguir los sentidos del intelecto.
Otra propuesta para caracterizar los sentidos apunta a la función principal que
tienen. Los sistemas sensoriales tienen la tarea de recibir inputs del entorno extra-
mental, incluyendo el propio cuerpo. Una versión popular de esta propuesta se
encuentra en la sugerencia kantiana de que los sentidos son “receptivos”, reciben
pasivamente estímulos del entorno, mientras que el intelecto es “espontáneo”, genera
activamente representaciones nuevas bajo el control ejecutivo del organismo.
Esta sugerencia encuentra algunos problemas. El primero es que el intelecto no
siempre es espontáneo. Se supone que también participa en la recepción, controlada
exógenamente, de inputs, aunque en una instancia más tardía del procesamiento.
Cuando se ve un objeto familiar, es probable que cause actividad de los transductores
todo el camino hacia arriba hasta el nivel de los juicios. Por ejemplo, si se ve un gato,
ningún acto de nuestra voluntad puede evitar que juzguemos que hay un gato. La idea
de que los sentidos son puramente receptivos también ha sido fuertemente criticada.
Hay una creencia extendida que sostiene que transformamos, reconstruimos e
interpretamos señales desde etapas muy tempranas en adelante, reduciendo ruido,
completando vacíos, utilizando conocimientos y expectativas previas. También, los
sentidos pueden usarse para buscar activamente objetos, como en los casos de búsqueda
visual, y estos pueden enviar comandos a los sistemas motores, como cuando
realizamos una sacada ante una luz brillante o retiramos la mano de una parrilla
caliente. Finalmente, las teorías principales de imaginería mental sostienen que
podemos formar imágenes mentales activando voluntariamente nuestros sistemas de
inputs. Esta posición es especialmente importante para los empiristas que quieren decir
que los sentidos pueden garantizar el desempeño en las tareas conceptuales. Si
receptividad implica pasividad, la propuesta de que los sentidos son meramente
receptivos parece notoriamente equivocada.
A pesar de estas dificultades, las propuestas de la modularidad y de la receptividad
tienen pizcas de verdad. La propuesta de receptividad tiene razón en decir que los
sentidos tienen la función de responder a inputs. La propuesta de la modularidad tiene
razón en decir que los sentidos sirven para funciones que son específicas de dominio. Si
juntamos estas ideas, los sentidos pueden considerarse como sistemas que responden a
clases particulares de inputs. Esto no significa que los sentidos sean pasivos o
impenetrables. Significa, en cambio, que cada uno mantiene un grado crucial de
independencia, procesando su propio estímulo preferido en su propia manera preferida.
La idea puede resumirse diciendo que los sentidos son sistemas de inputs dedicados.
Al decir que los sentidos son sistemas, quiero enfatizar el hecho de que cada uno
consiste en su propio conjunto de operaciones y representaciones, alojados en vías
neurales separadas. Es crucial distinguir vías neurales separadas. Para ver por qué,
consideremos una posición alternativa según la cual podemos individuar los sentidos
mediante “órganos sensoriales externos”. Un problema con esta alternativa es que
podemos imaginar criaturas que tienen dos órganos para una sola modalidad sensorial.
La interocepción puede ser un caso de este tipo. Los órganos internos del cuerpo son

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claramente distintos, pero proveen inputs al sistema sensorial que monitorea
sensaciones internas. Otro problema es que el mismo órgano puede servir a dos
sentidos. Por ejemplo, la piel sirve para la detección de calor y de presión, que pueden
ser sentidos diferentes. De manera más extrema, la gente con sinestesia reporta tener
sensaciones en una modalidad causada por la estimulación de un órgano asociado con
otra (Keeley, en prensa). Otro problema es que la individuación de los órganos
presupone la individuación de modalidades. ¿La oreja es un solo órgano sensorial? A
pesar de lo que indica el sentido común, la respuesta parece ser “no”, porque la oreja
contribuye a la audición y a la propiocepción; la propiocepción usa canales semi-
circulares y sacos vestibulares que se extienden desde la cóclea. Para individuar los
órganos sensoriales, debemos comenzar con los sentidos antes de que podamos
identificar apropiadamente los órganos que les proveen sus inputs.
Podría pensarse que se pueden evitar estas dificultades cambiando el énfasis puesto
en los órganos a los tipos de receptores. Sentidos diferentes tienen clases de receptores
diferentes, y éstas juegan un rol importante en la individuación de los sentidos. Sin
embargo, sería un error detenerse en los receptores. Podemos imaginar criaturas que
tienen numerosos tipos de receptores fuera del cerebro pero un solo sistema de
procesamiento en el cerebro – una versión extrema de la propuesta de equipotencialidad
de Lashley (1950). Los verdaderos sistemas sensoriales pueden distinguirse
internamente. Las divisiones internas pueden ser funcionales más que anatómicas,
aunque en nuestros cerebros, a menudo, éstas coinciden. Frecuentemente, las regiones
cito-arquitectónicas de Broadmann juegan distintos roles funcionales. Esto no resulta
sorprendente porque las poblaciones neurales que trabajan en tandem suelen agruparse.
Decir que los sentidos son sistemas significa que pueden dividirse internamente, en este
caso, por distintas colecciones de poblaciones neurales cooperativas.
Al decir que los sentidos son sistemas de inputs, quiero decir que son sistemas que
reciben inputs desde fuera del cerebro. Estos pueden surgir del entorno exterior (como
en la audición, la visión y el sistema de feromonas) o desde dentro del cuerpo (como en
la propiocepción, la interocepción, el hambre y la sed). Algunos componentes de un
sistema sensorial yacen lejos de los transductores que reciben primero las señales de
input, pero para contar como un sentido, debe haber inputs en algún lugar y los
componentes deben contribuir al procesamiento de esos inputs. Las neuroimágenes
funcionales han proporcionado una gran comprensión acerca de cómo los sistemas de
inputs están diferenciados. En ellas, puede verse cuáles regiones se activan de manera
concurrente cuando el cuerpo recibe inputs sensoriales. Esto indica las barreras
anatómicas de los sistemas involucrados en el procesamiento de tales inputs.
Finalmente, al decir que los sistemas son dedicados, quiero decir que cada sentido
responde a una clase de inputs propia.9 Los psicofísicos señalan que los diferentes
sentidos están afinados para diferentes clases de magnitudes físicas. Por ejemplo, la
visión responde a señales de onda de luz, la audición responde a frecuencias de
movimiento de las moléculas y el olfato responde a formas de las moléculas. Nótese que
hablo de “responder” más que de “representar”. Como se mencionó antes, hay una
controversia considerable acerca de qué representan las modalidades. Como muestran
los registros celulares, las neuronas en el sistema visual representan cosas como líneas o
formas, pero es posible hacer esto respondiendo a patrones de luz. La afirmación no es
que modalidades diferentes necesariamente representan cosas diferentes, sino que
representan respondiendo a clases diferentes de magnitudes. Esto resuelve algunas de
las preocupaciones asociadas con la propuesta de las propiedades perceptibles,
mencionada anteriormente.
9
Ver también Keeley, en prensa, para una discusión ligeramente diferente sobre dedicación.

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También, asociada a la noción de dedicación, está la propuesta de que las
modalidades usan diferentes clases de representaciones. Esta afirmación es un poco más
difícil de sustentar. Una conocida tradición, apoyada por los racionalistas, es que todos
los sistemas mentales comparten un “código común” (ver Leibniz 1765, Pylyshyn
1978)10. Según esta propuesta, todas las modalidades perceptivas y los sistemas más
centrales, asociados con la cognición de nivel superior, usan las mismas clases de
símbolos. Llamemos a esto “racionalismo de código común”. En contraste, los
empiristas, tradicionalmente, conciben a la mente como un sistema multimedia porque
suponen que los sentidos usan distintas clases de representaciones.
La suposición de que los sentidos usan diferentes clases de representaciones está
sustentada en el hecho de que tienen inputs propios y se especializan en diferentes
clases de procesamiento de la información. Como enfatizó Kosslyn (1980), distintas
clases de representaciones pueden ser más apropiadas para distintas tareas. Idealmente,
las representaciones apropiadas para derivar información de la luz no son ideales para
derivar información del sonido. Aquellos que teorizan acerca del procesamiento en
diferentes modalidades postulan primitivos representacionales distintos. Por ejemplo,
sería difícil adaptar la teoría de la visión de Marr a la audición. La propuesta de que las
modalidades sensoriales son sistemas relativamente independientes también brinda algo
de apoyo a la hipótesis de que éstas usan diferentes clases de representaciones. Se cree
que los diferentes sistemas sensoriales tienen historias evolucionistas diferentes. Esto se
refleja en el hecho de que muestran distintos patrones de desarrollo y maduración. Si
evolucionaron de forma separada, las diferentes fuerzas selectivas que los moldearon
pueden haber determinado diferentes clases de representaciones.
La introspección provee más apoyo a favor de las representaciones distintas. Las
representaciones mentales median la conciencia fenoménica. Una experiencia auditiva
de un objeto como estando a la izquierda se siente diferente de una experiencia visual de
un objeto como estando a la izquierda. Esto brinda evidencia prima facie a favor de que
están involucradas diferentes representaciones.
Finalmente, los intentos por explicar el procesamiento, dentro de los sistemas
perceptivos, usando representaciones que no tienen un carácter propio tuvieron
resultados dispares. Anderson (1978) mostró que puede simularse el desempeño de la
rotación de las imágenes visuales usando representaciones proposicionales. Las
representaciones proposicionales son la clase de cosas que tienden a tener en mente los
actuales defensores de la hipótesis del código común. Éstas son estructuradas como los
símbolos de la lógica formal. La prueba de Anderson parece apoyar la hipótesis del
código común, pero también muestra un defecto. Si la rotación de imágenes visuales usa
un medio espacial como el concebido por Kosslyn, entonces las imágenes deben
atravesar posiciones intermedias cuando rotan de una posición a otra. Puede diseñarse el
sistema proposicional para representar posiciones intermedias durante la rotación, pero
esto no es obligatorio. Si suponemos que en la imaginería se usa un medio espacial,
podemos predecir las demoras en las respuestas en las tareas de rotación espacial; si
suponemos un código proposicional común para la mente, sólo podemos igualar esos
resultados introduciendo restricciones post hoc. Suponer códigos distintos es más
predictivo y explicativo.

10
En términos generales, dos códigos son el mismo si incluyen símbolos que representan las mismas
cosas, tienen las mismas propiedades sintácticas (por ejemplo, métodos de combinación) y pueden
manipularse de la misma manera. Una teoría de códigos más completa está fuera de los propósitos de este
proyecto.

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Toda esta evidencia parece pasar la carga de la prueba al campo del código común.
¿Qué razones tenemos para pensar que las modalidades usan la misma clase de
representaciones mentales? Una respuesta viene de la propuesta a priori de que un
código común sería más eficiente. Si las modalidades sensoriales usan el mismo código,
podemos transmitir fácilmente información de una modalidad sensorial a otra.
Esta clase de argumentos se debilita por el argumento de que los códigos múltiples
pueden añadir eficiencia. Ventajas en la habilidad para transmitir información de una
modalidad a otra pueden acarrear costos en la habilidad para procesar información, de
manera eficiente, dentro de las modalidades. Así, desde la propuesta del código común
no puede suponerse una ventaja neta en eficiencia. Más aún, las teorías de la
percepción, fundamentadas empíricamente, ya apoyan los tipos múltiples de
representaciones dentro de las modalidades sensoriales. El caso más notorio es el de la
visión que, en general, se la concibe como una serie de niveles representacionales, cada
uno con propiedades diferentes. Por ejemplo, las características de las poblaciones
neurales en el núcleo geniculado lateral del tálamo (propiedades de respuesta, tamaños
de campos receptivos, patrones de excitación, etc.) parecen diferir de las características
de las poblaciones neurales dentro de las áreas visuales de la corteza inferotemporal. Es
concebible que las primeras funcionen como un programa de gráficos de mapa de bits
(en el cual los primitivos son pixeles que representan puntos de luz locales) y las
últimas funcionen como un programa de gráfico de vectores (en el cual los primitivos
incluyen formas completas). La diversidad intramodal arroja dudas acerca de la
uniformidad intermodal. La transmisión de información entre sistemas provee pocas
razones para suponer que las diferentes modalidades sensoriales usan la misma clase de
representaciones (aunque volveré luego sobre este tema).
Argumenté que las representaciones perceptivas son representaciones en sistemas
de inputs dedicados y que los sistemas de inputs dedicados usan diferentes clases de
representaciones mentales. Según el empirismo de conceptos, los conceptos son copias
o combinaciones de copias de representaciones perceptivas. Juntas, estas hipótesis
implican un corolario del empirismo de conceptos:

La Hipótesis de Especificidad Modal: los conceptos están expresados mediante


códigos representacionales que son específicos de nuestros sistemas perceptivos.

La Hipótesis de la Especificidad Modal es inconsistente con el racionalismo de


código común. Como los racionalistas de código común, los defensores de la
especificidad modal dicen que la percepción y la cognición usan los mismos códigos
mentales, pero creen que estos códigos son fundamentalmente sensoriales y que varían
de sentido en sentido. La especificidad modal también excluye otra forma de
racionalismo. Algunos racionalistas acuerdan con los empiristas en que las modalidades
perceptivas usan medios distintos, mientras que insisten en que el pensamiento está
expresado en un medio completamente diferente. Según esta postura, el pensamiento
está expresado en un código que ninguna otra modalidad comparte. Llamemos a esto
“racionalismo de código central”. Si la especificidad modal es verdadera, el
racionalismo de código central es falso. No hay lingua franca en la mente. Esta idea
captura un componente importante del empirismo tradicional que puede ignorarse
cuando uno simplemente establece que los conceptos se derivan de manera perceptiva.

5.2.3 Percepción en sentido amplio

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Los empiristas de conceptos usan el término “percepción” en sentido amplio
(Hume 1748, Barsalou 1993). El análisis de las modalidades sensoriales ofrecido antes
acomoda fácilmente a los sentidos dirigidos externamente (por ejemplo, la visión) y a
los sentidos dirigidos internamente (por ejemplo, la propiocepción). Todos estos
sentidos pertenecen a sistemas de inputs dedicados. Y coinciden con los estados que
Hume llama “sensaciones”. Aunque Hume argumenta que no todas las impresiones son
sensaciones. Más aún, hay “impresiones de la reflexión”. De manera más notoria, éstas
incluyen estados emocionales o pasiones. Miedo, dolor, enojo, alegría y, quizás, un
puñado de otros estados afectivos parecen estar entre nuestras experiencias más básicas.
Todavía no está claro si los estados reflexivos se adecuan a la definición de
representaciones perceptivas que propuse.
¿Los empiristas de conceptos están autorizados a incluir en su repertorio estados
reflexivos como las emociones? ¿Realmente éstas cuentan como representaciones
perceptivas? Intuitivamente, la respuesta es negativa. Las emociones no parecen estar
ligadas con sistemas de inputs específicos. Una experiencia visual, una experiencia
auditiva o incluso un olor pueden causar la misma emoción. Más aún, las emociones no
parecen ser representaciones. Un evento puede causar enojo, pero el enojo no representa
ese evento, sólo es una reacción.
El empirista puede dar una respuesta a esta preocupación. Hay una larga tradición
que comienza con James (1884) y Lange (1885) que trata a las emociones como estados
perceptivos. Los investigadores en esta tradición creen que las emociones son
percepciones de varios estados corporales, incluyendo expresiones faciales y varios
cambios generados por nuestro sistema nervioso autónomo (por ejemplo, el ritmo
cardíaco) y los sistemas endócrinos (niveles hormonales). Parafraseando a James, no
temblamos porque estamos asustados, estamos asustados porque temblamos. Cuando
percibimos un predador esto puede causar temblor, aceleración del corazón, palidez y
transpiración. El temor es la experiencia de estos estados corporales.
La teoría de James-Lange es discutible, pero cuenta con algún apoyo experimental.
Los investigadores encontraron que ciertas emociones están asociadas con estados
corporales específicos y que entrar en esos estados, por razones no emocionales, puede
causar reacciones emocionales. Por ejemplo, cuando se instruye a los sujetos para
mover sus músculos faciales en posiciones que coinciden con expresiones emocionales,
sienten las emociones correspondientes (Lavenson, Ekman y Friesen 1990). También se
encontró que pacientes con daño severo en la médula espinal, que ya no pueden detectar
estados corporales significativos, a menudo, experimentan una disminución en sus
emociones (Motoya y Shandry 1994). Damasio (1994) emplea una versión de la teoría
de James-Lange para explicar el comportamiento de pacientes con daño en el lóbulo
frontal que fallan en mostrar respuestas autonómicas o emocionales frente a estímulos
que provocan emociones. (Una defensa filosófica reciente de la teoría de James-Lange
se encuentra en Prinz, en prensa). Si la teoría de James-Lange es correcta, entonces las
emociones califican como percepciones. Éstas residen en sistemas que están dedicados a
inputs corporales.11
Otra clase de estados problemáticos requieren una corrección menor del empirismo
de conceptos y de la hipótesis de modalidad específica. Los investigadores interesados
en la “cognición situada” enfatizan el rol de las habilidades físicas en nuestra
comprensión del mundo. Por ejemplo, nuestro conocimiento de objetos, a menudo,
incluye conocimiento acerca de cómo interactuamos físicamente con ellos. Saber qué es

11
Menciono algunas dudas acerca de la teoría de James-Lange en Prinz, en prensa, pero defiendo una
propuesta sucesora que es igualmente consistente con mi análisis de las modalidades sensoriales.

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un martillo involucra conocer qué hacer con él y conocer qué hacer con él involucra
conocer una secuencia de movimientos motores. Los psicólogos del desarrollo, tales
como Piaget, argumentaron que las habilidades motoras juegan un rol fundacional
cuando los niños aprenden a manipular sus cuerpos y sus entornos.
Las habilidades motoras son representacionales. Incluyen comandos para mover
partes del cuerpo de varias maneras. Las habilidades motoras también están alojadas en
sistemas dedicados. Regiones de la corteza frontal y el ganglio basal están sumamente
involucradas en varios aspectos del control motor. Pero estas regiones motoras no
califican como sistemas de inputs. Principalmente están relacionadas con outputs.
Luego, según la definición que propuse, no califican como representaciones perceptivas.
Para compensar esta falta, podría reformularse el empirismo de conceptos y la
especificidad modal para mencionar explícitamente a las representaciones motoras. Por
conveniencia expositiva, simplemente voy a usar los términos “representaciones
perceptivas y “sistemas perceptivos” de manera elíptica para “representaciones
perceptivas y/o motoras” y “sistemas perceptivos y/o motores”. Aceptar la existencia de
representaciones motoras no vicia el espíritu del empirismo de conceptos. Seguramente,
los empiristas clásicos no negarían que los sistemas motores están entre nuestras
facultades innatas, e incluir a las representaciones motoras en el repertorio empirista no
implica comprometerse con un código central o común.
En resumen, el empirismo de conceptos interpreta a la percepción de un modo
bastante inclusivo. Es la perspectiva de que los conceptos derivan de una amplia clase
de estados que incluyen emociones, comandos motores y sensaciones.

5.3 ¿Por qué empirismo?

5.3.1. Indicadores y detectores

¿Por qué pensar que hay alguna esperanza de que el empirismo de conceptos sea
verdadero? La respuesta tradicional es que el empirismo es el mejor remedio para
formas insostenibles de innatismo, pero pueden darse otras respuestas. Algunas de estas
respuestas fueron presentadas en la discusión del imaginismo en el capítulo 2. Las
teorías empiristas pueden defenderse apelando a la parsimonia metodológica. Una vez
que postulamos ciertas clases de representaciones para una teoría de la percepción, es
rentable ver si esas mismas representaciones pueden usarse en una teoría de la
cognición. Deberíamos tratar de usar lo que ya tenemos en vez de superpoblar la mente
con otras clases de representaciones mentales.
Creo que, manteniéndose las cosas iguales, las consideraciones que apuntan a la
parsimonia nos dan una razón para preferir las teorías empiristas por sobre las teorías
que no son empiristas. El argumento de la parsimonia no es decisivo porque no explica
por qué las representaciones perceptivas son buenas candidatas para ser los ladrillos
conceptuales. Obviamente, hay buenos motivos para que las representaciones
perceptivas expliquen la percepción, pero ¿por qué pensar que las representaciones de
este tipo tienen algo que ver con los conceptos? Sin establecer de manera independiente
un vínculo entre conceptos y perceptos, el intento por reducir los primeros a los
segundos parece precariamente inmotivado. Se necesita un argumento más fuerte que
establezca un vínculo directo entre las representaciones perceptivas y los conceptos. En
esta sección, ofrezco tal argumento.
El repaso de teorías de conceptos competidoras, en el capítulo anterior, terminó con
una discusión sobre el atomismo informacional. De alguna manera, el atomismo es el

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rival más extraño porque es la única teoría que no considera que los conceptos sean
descomponibles en partes significativas. Esta es una deficiencia seria porque evita que
el atomismo brinde propuestas satisfactorias de la adquisición, el contenido cognitivo, la
composicionalidad cognitiva, la publicidad cognitiva y la categorización. Abandonando
la estructura, el atomista abandona muchos de los objetivos explicativos que,
tradicionalmente, las teorías de conceptos buscaban alcanzar. Sin embargo, el atomismo
tiene una gran virtud: ofrece una propuesta atractiva de la intencionalidad.
El desideratum del contenido intencional fue el talón de Aquiles de la mayoría de
las propuestas que exploré. El imaginismo, la teoría de los prototipos y la teoría de los
ejemplares suponen enfoques de la intencionalidad basados en la semejanza o la
similitud, que no pueden funcionar porque la similitud no es ni necesaria ni suficiente
para la referencia. La teoría-teoría no funciona mejor, porque las mini-teorías de
categorías son incompletas o inexactas. Las definiciones determinan los contenidos
intencionales seleccionando los objetos que satisfacen las condiciones suficientes y
necesarias, pero los definicionistas deben una explicación de la relación de satisfacción.
El atomismo informacional supera el problema de la intencionalidad proponiendo que
los conceptos refieren en virtud de estar en una relación nomológica con sus referentes.
Las teorías informacionales son la mejor estrategia disponible para explicar la
intencionalidad.
El atomismo informacional está en una posición rara. Su componente
informacional constituye la propuesta más prometedora para la intencionalidad, pero su
componente atómico sacrifica la estructura que es necesaria para satisfacer la mayoría
de los otros desiderata. Hay una solución obvia. Quizás, podamos acomodar todos los
desiderata si combinamos el componente informacional del atomismo informacional
con una teoría no-atomista de la estructura conceptual. Según esta propuesta, los
conceptos serían identificados con entidades estructuradas semánticamente que obtienen
sus contenidos intencionales a través de relaciones informacionales.
Esta propuesta enfrenta dos preguntas desafiantes. ¿Qué tipo de representaciones
estructuradas pueden reconciliarse con una semántica informacional? y ¿pueden tales
representaciones estructuradas superar las objeciones a las teorías no-atomistas de los
conceptos, exploradas en los capítulos anteriores?
Para abordar la primera pregunta, es útil recordar la distinción entre indicadores y
detectores, introducida en el capítulo anterior. Un indicador es una entidad no-
estructurada que cae bajo el control nomológico de alguna propiedad (por ejemplo, una
luz que se prende cuando una letra específica se presenta a un dispositivo que detecta
letras). Un detector es un mecanismo que media la relación entre un indicador y la
propiedad que indica (por ejemplo, una plantilla que causa que se prenda una luz roja
cuando se presentan Aes). Los indicadores y los detectores portan información. Los
detectores portan información cuando se engranan exitosamente. Por ejemplo, una
plantilla de una letra porta información que su letra correspondiente está presente
cuando se apareó exitosamente con la representación input de esa letra, porque ese
apareamiento exitoso covaría, de manera fiable, con la presencia de esa letra. Un
indicador de letra porta información que una letra específica está presente cuando se
“enciende” por un detector, porque el encenderse covaría, de manera fiable, con la
presencia de esa letra. Qué cuenta como “engranado exitosamente” o “encendido”
depende del dispositivo.
A menudo, los detectores, a diferencia de los indicadores, están estructurados. Sus
partes detectan partes de las cosas que causan que se engranen. Un detector para la letra
R podría tener una parte que detecta líneas rectas, una parte que detecta semicírculos y
una tercera parte que detecta ángulos. Un indicador para la letra R no tiene partes

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interpretables. Si se espera encontrar entidades estructuradas que sean compatibles con
una teoría semántica informacional, los detectores son la elección obvia. Estos son
entidades estructuradas que entran en relaciones nomológicas con propiedades y lo
hacen en virtud de su estructura.
Si los conceptos fueran identificados con detectores estructurados, seríamos
capaces de combinar los beneficios de las propuestas informacionales de la
intencionalidad con los beneficios de la estructura. Llamemos a esto la propuesta del
detector. Identificando a los conceptos con entidades estructuradas, la propuesta del
detector provee un recurso para acomodar desiderata tales como el contenido cognitivo
y la categorización. Además, la propuesta del detector es más económica que el
atomismo informacional. Ambas propuestas requieren detectores, pero el atomismo va
más allá al postular un conjunto de indicadores internos que son innecesarios, si
identificamos a los conceptos con los detectores. Más aún, los detectores, a diferencia
de los indicadores, participan directamente en establecer relaciones causales -que
confieren contenido- con las propiedades. De hecho, los detectores detectan, mientras
que los indicadores meramente indican que algo ha sido detectado. Si los conceptos son
detectores, la manera en que un concepto obtiene su contenido intencional está
determinada, en parte, por cosas intrínsecas a él. Esto permite a los conceptos jugar un
rol en la determinación de sus contenidos intencionales, más que meramente estar
determinados por sus contenidos intencionales, como sería el caso para el atomismo.
Finalmente, los detectores son menos arbitrarios que los indicadores. En un dispositivo
de detección de letras, podría usarse una luz de cualquier color para indicar cualquier
letra, y las similitudes entre las luces son semánticamente irrelevantes. Una luz que
indica R no necesita ser más parecida a una luz que indica B que a una luz que indica O.
Los detectores están más constreñidos y similitudes entre ellos pueden revelar hechos
acerca del mundo. Generalmente, un detector de R es más parecido a un detector de B
que a un detector de O porque detectan componentes comunes de las letras. Si los
conceptos son mecanismos de detección, podemos predecir similitudes entre objetos
estudiando similitudes en los conceptos que refieren a ellos.
Claramente, añadir estructura incrementa el rango de fenómenos que los conceptos
pueden explicar. Manteniéndose todas las cosas iguales, deberíamos aceptar la
propuesta de los detectores. Llegamos a esta conclusión por una especie de argumento
de la parsimonia. Si se necesitan detectores para dar contenido a los conceptos, ¿por qué
suponer que los conceptos son algo más allá de los detectores? Pero este no es
simplemente un argumento de la parsimonia. No es solamente un argumento a favor de
que la proliferación de representaciones internas es extravagante. La cuestión es que
también los detectores tienen propiedades explicativas más allá de los símbolos
arbitrarios que funcionan como indicadores. Estas propiedades explicativas son,
simplemente, el tipo de cosas que nos gustaría ver en una teoría de conceptos.
Llegamos ahora a un argumento de parsimonia más sólido a favor de la conclusión
de que los conceptos son mecanismos detectores internamente estructurados.
Desafortunadamente, los beneficios de la estructura tienen un precio. Fodor
argumentaría en contra de la propuesta de los detectores, basado en dos cuestiones. En
primer lugar, Fodor piensa que la propuesta de los detectores genera problemas en
relación a la publicidad; los mecanismos que la gente usa para detectar varían
considerablemente y pueden incluir todas las creencias que una persona asocia con una
categoría. En segundo lugar, Fodor piensa que los mecanismos de detección no pueden
combinarse composicionalmente; el mejor mecanismo para detectar peces mascotas no
está formado por el mejor mecanismo para detectar mascotas y peces. Sostuve que la
propuesta atomista de Fodor también tiene problemas para satisfacer estos desiderata,

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pero esta respuesta es simplemente a tu quoque. Una respuesta adecuada tendría que
mostrar que las representaciones estructuradas pueden superar las objeciones de Fodor.
Respondo a la objeción de la publicidad en el capítulo 6 y a la objeción de la
composicionalidad en el capítulo 11.
Por el momento, simplemente supongo que pueden responderse las objeciones de
Fodor. Si pueden responderse, tenemos las bases para un nuevo argumento viable a
favor del empirismo de conceptos. El argumento es como sigue. Para que los
mecanismos de detección establezcan relaciones causales, que confieren contenido,
entre los conceptos y las propiedades externas que ellos denotan, los conceptos deben
ser perceptivos. Los sentidos median las relaciones causales entre nuestros estados
internos y las propiedades externas. Si tengo un concepto PERRO que refiere a perros
en virtud de estar causado, de manera fiable, por perros, debo tener representaciones
perceptivas almacenadas que se apareen, de manera fiable, con las representaciones
perceptivas causadas por encuentros con perros. Al adoptar una semántica
informacional, Fodor se compromete con la perspectiva de que los conceptos se
correlacionan con mecanismos de detección y, presumiblemente, estos mecanismos
realizan su detección perceptivamente. Pero una vez que se admite que los conceptos
están correlacionados con mecanismos perceptivos de detección, las consideraciones de
parsimonia incitan a que se reemplace la propuesta de correlación con una propuesta de
identidad. Se puede prescindir de una capa extra de representaciones diciendo que los
conceptos simplemente son mecanismos perceptivos de detección. El hecho de apelar a
la parsimonia cobra peso cuando se añade la observación de que tal identidad dotaría a
los conceptos de propiedades explicativas de las que carecerían si no fueran
identificados con tales mecanismos de detección. De este modo, hay un camino directo
desde la teoría de conceptos de Fodor al empirismo de conceptos. Cuando se adopta una
semántica informacional, el empirismo resulta bastante atractivo.
Este argumento a favor del empirismo de conceptos es una ventaja sobre algunas
de sus contrapartes históricas. En primer lugar, no depende de argumentos en contra del
innatismo. En segundo lugar, refuerza los argumentos de la parsimonia al recurrir al
poder explicativo que permite la estructura. En tercer lugar, evita el fenomenalismo, que
tentó a muchos empiristas, por ejemplo, Berkeley (1710), Mill (1843), Ayer (1940). Los
fenomenalistas creen que los conceptos refieren a experiencias posibles, más que al
mundo extra-mental. El presente argumento a favor del empirismo evita esta trampa al
incorporar un compromiso con la semántica informacional.
Más importante aún es que el presente argumento motiva el componente perceptivo
principal del empirismo. La razón por la cual las representaciones perceptivas son
buenas candidatas para ser los ladrillos de los conceptos no es solamente que están
motivadas de manera independiente por teorías de la percepción, sino que también
juegan un rol indispensable en la asignación de contenido, en nuestras mejores teorías
de conceptos. Las representaciones perceptivas deben asociarse con conceptos, si los
conceptos obtienen contenido mediante una detección fiable. Nuestra mejor teoría
acerca de cómo los conceptos adquieren su contenido intencional nos fuerza a postular
el vínculo entre los conceptos y las representaciones perceptivas. El empirismo no es,
simplemente, una estrategia para aquellos que postulan representaciones mentales,
preocupados por la economía. El empirismo puede defenderse mediante consideraciones
acerca de las relaciones semánticas en virtud de las cuales los conceptos obtienen sus
identidades.

5.3.2 Consideraciones empíricas

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La evidencia empírica también brinda apoyo al empirismo de conceptos. Una
cantidad de hallazgos de la psicología y la neurociencia cognitiva son consistentes con
la hipótesis de que los conceptos están sustentados perceptivamente.
Una línea de evidencia empírica proviene de estudios con individuos cuyas
habilidades conceptuales están dañadas de manera selectiva. Los déficits específicos de
categoría ofrecen un interés especial (McCarthy y Warrington 1990). A veces, los
pacientes con lesiones focales en el cerebro pierden selectivamente sus habilidades para
identificar y caracterizar verbalmente categorías en un solo dominio conceptual. Por
ejemplo, algunos pacientes exhiben dificultades con los conceptos abstractos, pero no
con los conceptos concretos. Con respecto a los conceptos concretos, algunos muestran
dificultades con varios conceptos de objetos, pero no con conceptos de animales. En
relación con los conceptos de cosas fabricadas por el hombre, algunos muestran
dificultades con artefactos pequeños y manipulables (por ejemplo, tenedores), pero no
con artefactos grandes (por ejemplo, colectivos).
Aún más interesante, que los déficits en sí mismos, es la explicación ofrecida por
McCarthy y Warrington. Ellos sugieren que los conceptos consisten en información
perceptiva de modalidad específica y que los daños selectivos pueden explicarse por
diferencias en cómo distintos tipos de categorías están representadas perceptivamente.
Por ejemplo, ellos especulan que la disociación entre conceptos concretos y abstractos
surge porque los conceptos abstractos tienden a codificarse usando información más
verbal y emocional que puede preservarse o destruirse selectivamente. Los conceptos de
animales pueden disociarse de conceptos de otra clase de objetos porque los últimos
contienen más información sobre la función y el contexto de uso. Finalmente, los
conceptos de objetos pequeños manipulables son vulnerables a daños selectivos porque
codifican información más propioceptiva o motora que los conceptos de objetos más
grandes.
La interpretación de la modalidad específica de los déficits categoriales goza de un
apoyo considerable. Por ejemplo, los estudios de neuroimágenes muestran más
activación en las regiones visuales del cerebro cuando los sujetos piensan acerca de
cosas vivas, en oposición a cosas no-vivas (ver Thompson-Schill, Aguirre, D’Esposito y
Farah 1999). Las neuroimágenes y los estudios de lesiones también muestran que los
déficits en la categorización de herramientas involucran a las regiones premotoras
izquierdas que se asocian con los movimientos manuales (Damasio, Grabowski, Tranel,
Hichwa y Damasio 1996). Estos estudios sugieren que una teoría de los conceptos
sustentada perceptivamente puede dar cuenta de la división ontológica en la
categorización, que ha sido enfatizada por los teóricos de la teoría. Los diferentes
taxones ontológicos están representados con diferentes clases de rasgos perceptivos. Los
dominios cognitivos pueden surgir como resultado de estas diferencias perceptivas.
La teoría de las zonas convergentes de Damasio (1989) también brinda apoyo al
empirismo de conceptos. Una zona convergente es un registro neural de actividad en las
regiones perceptivas del cerebro (incluyendo los centros sensoriales y emocionales). Las
zonas de convergencia se forman cuando ocurre actividad simultánea en las áreas
perceptivas durante la percepción. Y están organizadas jerárquicamente. Las zonas de
convergencia de primer orden almacenan registros de rasgos perceptivos co-ocurrentes
y las zonas de convergencia de orden superior almacenan registros de zonas de
convergencia de orden inferior. Al unir, en primer lugar, rasgos y luego, unir
colecciones de rasgos ligados, las zonas de convergencia pueden ampliarse hasta
almacenar registros de secuencias complejas de eventos. Las zonas de convergencia no
son meramente registros. Pueden usarse para “retroactivar” los estados perceptivos de

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los que provienen. Esto es esencial para el rol que juegan en la cognición. Por ejemplo,
hacemos planes usando zonas de convergencia para retroactivar los estados perceptivos
que surgirían si estos planes fueran ejecutados. Para que las zonas de convergencia sean
útiles, deben ser capaces de retroactivar, de esta manera, estados perceptivos de
modalidad específica. El proceso de pensamiento funciona mediante una re-
enactivación perceptiva.
Según Damasio, las regiones perceptivas del cerebro se usan activamente en la
cognición. Una posibilidad compatible es que las regiones cerebrales fuera de los
sistemas perceptivos almacenen y manipulen copias de modalidad específica de las
representaciones perceptivas. El trabajo con monos apoya esta posibilidad. Goldman-
Rakic (1998) presenta evidencia de que las regiones de la corteza prefrontal asociadas
con la memoria de trabajo, pero no tradicionalmente identificadas como perceptivas,
están divididas en partes que se corresponden con las divisiones dorsal y ventral en el
sistema visual. La organización perceptiva se recapitula en las regiones de memoria de
trabajo. También, las neuroimágenes en estudios con humanos mostraron que diferentes
regiones frontales se activan cuando se les pide a sujetos que memoricen distintas clases
de estímulos (ver McDermott, Buckner, Peterson, Kelly y Sanders 1999). Esto es
consistente con la hipótesis de que las representaciones de modalidad específica se usan
fuera de las áreas que inicialmente procesan los inputs. El proceso de pensamiento
podría usar estados de modalidad específica dentro y fuera de los sistemas perceptivos.
Ambas posibilidades son consistentes con el empirismo de conceptos.
Otra fuente de evidencia viene de la psicología cognitiva. Barsalou y sus colegas
realizaron numerosos estudios que apoyan la teoría de conceptos sustentados
perceptivamente (reseñados en Barsalou 1999). Un ejemplo ilustrativo de estos estudios
examinaba el uso espontáneo de información perceptiva en la confección de listas de
rasgos (Wu 1995). Se les pidió a un grupo de sujetos que construyan y describan
imágenes mentales de varios conceptos y a otro grupo se les pidió simplemente que
confeccionaran una lista de rasgos típicos de esos conceptos. Una teoría de los
conceptos sustentada perceptivamente predice que los sujetos deberían listar las mismas
clases de rasgos en ambas condiciones. Wu también manipuló las instrucciones: a la
mitad de los sujetos de cada grupo se les dio conceptos de sustantivos simples (por
ejemplo, SANDÍA, CARA) y a la otra mitad se les dio conceptos con modificadores
que revelan partes internas (por ejemplo, MEDIA SANDÍA, CARA SONRIENTE).
Una teoría de los conceptos sustentada perceptivamente predice que los sujetos listarán
más rasgos internos bajo la condición con modificadores. Generalmente, las
representaciones perceptivas representan las superficies de los objetos. Cuando se usan
modificadores que revelan el interior, deberían alterarse estas representaciones para
revelar rasgos que están bajo la superficie. Si no se usan representaciones perceptivas,
debería accederse a los rasgos internos bajo las dos condiciones. Los resultados de Wu
confirmaron las dos predicciones de la teoría sustentada perceptivamente: las
instrucciones de imaginería no afectan los rasgos mencionados en las listas y los
modificadores que revelan interiores causan que los sujetos listen rasgos internos.
Los estudios psicológicos del análisis del discurso también son consistentes con el
empirismo de conceptos. Morrow, Greenspan y Bower (1987) demuestran que cuando
la gente lee textos, forma representaciones organizadas espacialmente. En primer lugar,
le pidieron a los sujetos que estudien el plano de un interior con múltiples ambientes y
varios objetos. Luego, le retiraron el plano a los sujetos y les pidieron que lean pasajes
cortos que describen los movimientos de un protagonista a través de ese interior,
comenzando en un cuarto (la fuente), pasando a través de otro (el camino) y llegando a
un tercero (el destino). Luego de leer los pasajes, se les pidió a los sujetos que

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confirmen si un objeto específico estaba en el mismo cuarto que el protagonista. Las
respuestas a estas preguntas son más rápidas para objetos en el cuarto destino, un poco
menos rápidas para objetos en el cuarto camino y aún más lentas para objetos en el
cuarto fuente. Se tarda más en acceder a las ubicaciones más lejanas de la zona donde
en ese momento está enfocada la atención en el texto. Esto sugiere que los sujetos están
visualizando el cuarto ocupado por el protagonista en ese momento y cuando no
encuentran el objeto buscado en el cuarto ocupado en ese momento, se remontan a
través del interior imaginado. Estos resultados apoyan la idea de que el proceso de
pensar involucra simulación perceptiva.
Algunos psicólogos se resisten a la hipótesis de que la cognición está expresada por
códigos específicos de dominio. Una línea de crítica surge del trabajo con oraciones
rebus. Una oración rebus es una oración en la que una o más palabras están
reemplazadas por su imagen correspondiente. Potter, Knoll, Yachzel, Carpenter y
Sherman (1986) hallan que las oraciones rebus se comprenden tan rápido como las
oraciones comunes. Si el pensamiento estuviera expresado en imágenes visuales,
deberían comprenderse más rápido y si el pensamiento estuviera expresado en palabras,
deberían comprenderse más lento. Una velocidad equiparable en la comprensión sugiere
que, durante la comprensión, tanto las palabras como las imágenes se traducen a un
código central.
Esto no me convence. Los empiristas no deberían predecir una ventaja temporal
para las oraciones rebus. La interpretación de imágenes no es un proceso trivial. Una
imagen debe convertirse al código usado por el sistema visual y luego, aparearse con la
memoria visual para encontrar una representación categorial almacenada. El pasaje de
una palabra escrita a una imagen de su referente puede ser un proceso más rápido.
Después de todo, tenemos mucha más práctica para leer palabras que para nombrar
imágenes. El hecho de que no hay ventaja temporal para las oraciones rebus puede
resultar del hecho de que las oraciones rebus son inusuales. Una teoría de código común
predice que se interpretarán las oraciones rebus de manera más lenta que la oraciones
comunes porque tenemos mucha más experiencia con las últimas. El hecho de que las
oraciones rebus no se interpretan más lentamente sugiere que las imágenes que
contienen compensan nuestra inexperiencia facilitando el procesamiento. Esto apoya al
empirismo.
Puede avalarse esta interpretación usando un test que no requiere oraciones rebus.
Si las imágenes facilitan la comprensión de la oración, encontraríamos que la
comprensión es más rápida cuando las oraciones contienen palabras que son más fáciles
de imaginar. Esto es exactamente lo que se encontró. Las oraciones que contienen
palabras concretas se comprenden más rápido que las oraciones que contienen palabras
abstractas (Schwanenflugel 1991).
El “efecto de concretud” sugiere que las palabras concretas y las palabras abstractas
se representan de manera diferente. Según el modelo de código dual desarrollado por
Paivio (1986), la mente contiene dos sistemas funcionalmente diferentes: uno usa redes
asociativas de palabras y el otro usa imágenes sensoriales. Postular una red verbal no
entra en conflicto con el empirismo porque las palabras son objetos perceptibles y
pueden almacenarse en redes asociativas como resultado de la experiencia. Paivio
especula que, a menudo, la comprensión de palabras abstractas depende del sistema
verbal. Nuestra comprensión de algunas palabras abstractas puede consistir, en gran
medida, en saber cómo se usan en el lenguaje. Sabemos cómo usar palabras concretas
en el lenguaje, pero también podemos formar imágenes de lo que representan. Así, las
oraciones abstractas y concretas activan el sistema verbal, pero las oraciones concretas

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también activan el sistema imaginístico. Las oraciones que contienen palabras concretas
se entienden más rápido porque pueden procesarse mediante dos sistemas.
Pavio supone que la imaginabilidad tiene un efecto aditivo en la velocidad de
comprensión y, por consiguiente, predice que el efecto de concretud persistirá cuando
las oraciones que contienen palabras concretas figuran en párrafos. Esta predicción es
incorrecta. Cuando las oraciones abstractas figuran en párrafos, se comprenden tan
rápido como las oraciones concretas (Schwanenflugel 1991). Consecuentemente,
Schwanenflugel rechaza el modelo de código dual y ofrece una explicación alternativa
de los efectos de concretud, al que denomina modelo de la disponibilidad de contexto.
Según este modelo, generalmente, las palabras abstractas se procesan más lentamente
que las palabras concretas porque las palabras abstractas requieren más información
contextual para recuperar el conocimiento esencial para su interpretación. Cuándo las
palabras abstractas figuran en párrafos, el efecto desaparece porque la información
verbal circundante proporciona un contexto rico que facilita el procesamiento.
Pace Paivio y Schwanenflugel, pienso que el modelo de código dual hace la
predicción correcta. Según el modelo de código dual, la comprensión de palabras
abstractas se apoya en información verbal. Como resultado, la velocidad de
procesamiento de las palabras abstractas debería incrementarse cuando se provee más
información verbal. Cuando se presentan oraciones aisladas, las palabras concretas se
comprenden más rápido que las palabras abstractas porque hay información verbal
mínima. Cuando se presenta un párrafo completo, el efecto desaparece. La
interpretación de código dual es consistente con el modelo de la disponibilidad de
contexto porque dice que las palabras abstractas se procesan más rápido cuando hay
más información disponible. Y predice que las palabras abstractas necesitan un contexto
verbal más rico para una recuperación rápida.12 El modelo de código dual también
predice que no habrá una mejora comparable en el desempeño con palabras concretas
porque el desempeño ya está cerca del límite máximo cuando las palabras concretas se
presentan aisladas. El referente de una palabra concreta se puede imaginar fácilmente
aún cuando no se provee ningún contexto verbal.
La evidencia empírica sugiere que la cognición hace un uso extendido de las
representaciones perceptivas. Esto es lo que el empirismo de conceptos y la
especificidad modal predicen. Queda un cuerpo de evidencia a favor de un código
amodal que parece incontrovertible. Ahora me referiré a eso.

5.3.3 La objeción de la transferencia intermodal

El argumento más famoso en contra de la especificidad modal gira alrededor del


problema que Molineux le planteó a Locke, respecto de la comunicación entre los
sentidos o la transferencia intermodal. Molineux se preguntaba si una persona con
ceguera congénita que recupera la visión sería capaz de reconocer una esfera usando
sólo su vista (Locke 1690, II.ix.8). Al igual que Locke, él especulaba que la respuesta
sería negativa. Se suponía que las asociaciones entre los sentidos eran aprendidas. A
pesar de una amplia familiaridad táctil con las esferas, una persona ciega que recupera
la visión no tendría manera de conjeturar cómo se ven las esferas. Nuestra propia

12
La propia explicación de Schwanenflugel es que las palabras abstractas necesitan más contexto porque
pueden ser menos familiares que las palabras concretas y porque pueden usarse en un rango amplio de
contextos. La rareza y la aplicabilidad amplia pueden reflejar por sí mismas un bajo nivel de
imaginabilidad.

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habilidad para inferir las apariencias a partir del tacto, y viceversa, se basan en
experiencias previas en las cuales se usaron ambos sentidos para explorar los mismos
objetos al mismo tiempo. Esta posición supone la especificidad modal. Locke pensó que
los sentidos usan diferentes clases de representaciones y que no hay un sistema de
representación amodal en el cual esas representaciones se traduzcan al pensamiento.
Según la terminología introducida antes, él negaba tanto la teoría del código común
como la teoría del código central. Los racionalistas hacen la predicción contraria en
relación con el caso de Molineux. Por ejemplo, Leibniz (1765, II.ix.8) razonaba que uno
debería poder hacer inferencias entre los sentidos sin el beneficio de asociaciones
aprendidas porque la mente usa códigos que son amodales. Explorar un cubo con el
tacto puede producir la misma representación que verlo, de manera que cuando se lo ve
por primera vez la esfera debería ser identificable.
La predicción de Leibniz tiene una salvedad. Astutamente, él anticipa que podría
haber un período inicial en el cual los individuos que recuperaron la visión estarían tan
“deslumbrados” por sus nuevas experiencias que la identificación visual sería
imposible. Se registraron varios casos de visión recuperada desde el tiempo en que se
planteó el debate original acerca del problema de Molineux, pero el deslumbramiento
leibniziano y otras confusiones hacen difícil la interpretación (Senden 1932). Sin
reportes post-operativos inmediatos de transferencia intermodal, es difícil determinar
cuál predicción es la correcta.
Afortunadamente, hay un análogo del problema de Molineux en la psicología del
desarrollo que no depende de casos exóticos de visión recuperada. Si los sentidos usan o
tienen acceso a un código amodal y ese código está disponible desde el nacimiento,
entonces la transferencia entre los sentidos sería posible desde el nacimiento. Si sólo
nacemos con códigos de modalidad específica, entonces podría predecirse un período de
aprendizaje antes del cual la transferencia intermodal es imposible.13
Ahora hay evidencia considerable relacionada con la versión de la psicología del
desarrollo del problema de Molineux. Por ejemplo, Wertheimer (1961) halló que los
recién nacidos con 10 minutos de vida cambian la dirección de la mirada hacia
chasquidos realizados cerca de cada oído. De todos modos, este caso no captura
completamente el problema de Molineux porque la orientación visual hacia fuentes de
sonido no es lo mismo que el reconocimiento de objetos a través de modalidades. Los
psicólogos del desarrollo probaron capacidades mentales más sofisticadas en niños pre-
lingüísticos explotando una serie de técnicas nuevas. Éstas exploran las preferencias de
los niños registrando la succión, el tacto y los patrones de mirada. Estos
comportamientos simples, en conjunto con estímulos diseñados cuidadosamente,
entrenamiento y condiciones de los tests, revelan datos fascinantes acerca de cómo las
mentes muy jóvenes organizan el mundo.14 Estos métodos se usaron para mostrar que
niños extremadamente pequeños pueden transferir información entre los sentidos, lo que
apoya la predicción racionalista de que esta habilidad no requiere asociaciones
aprendidas.
Varios ejemplos son ilustrativos. En primer lugar, Streri, Spelke y Rameix (1993)
observaron niños de 4 meses de edad mientras manipulan pares de anillos conectados
por una barra rígida o por un cordón. Se escondían los pares de anillos debajo de una
13
El caso del desarrollo complica las cosas al introducir el tema del innatismo. La evidencia en contra de
la transferencia intermodal en la infancia no contaría en contra de un código común (porque ese código
podría adquirirse más tarde en el desarrollo), pero la evidencia a favor de la transferencia intermodal en la
infancia contaría a favor de un código amodal.
14
La genética moderna y la neurobiología también iluminaron los años que siguieron al siglo XVII, pero
me enfocaré en los datos provenientes de las técnicas conductuales, los cuales, por razones de
simplicidad, han sido aún más reveladores.

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tela de tal manera que los niños no podían verlos cuando los exploraban con sus manos.
Después, se les presentaban láminas de objetos conectados y desconectados de una
manera rígida. Los niños que manipularon los objetos rígidos miraban, preferentemente,
las imágenes de objetos rígidos y aquellos que manipularon objetos no rígidos, miraban,
preferentemente, las imágenes de objetos desconectados. Esto sugiere que los niños
transfieren información entre la experiencia háptica (tacto exploratorio) y la experiencia
visual. Podría pensarse que los niños de 4 meses de edad son muy grandes para probar
si hay habilidades innatas o asociaciones aprendidas. Los niños más pequeños tienen
control limitado de sus miembros, entonces se debe observar su exploración oral, en vez
de su exploración manual. Meltzoff y Borton (1979) les dieron chupetes con tetinas de
goma con formas distintas a niños de un mes de edad y, luego, les mostraron imágenes
visuales de formas. Los niños miraban preferentemente las formas visuales que
coincidían con las formas de sus chupetes. Kaye y Bower (1994) encontraron el mismo
comportamiento en niños recién nacidos de 12 horas! Esto proporciona un apoyo muy
fuerte para la propuesta de que el reconocimiento intermodal de objetos (o algún
análisis similar) es posible desde el nacimiento.
Una evidencia igualmente impresionante surge de una serie de estudios sobre
imitación en niños. Meltzoff y Moore (1983) encontraron que los niños tienen una
tendencia a imitar expresiones faciales, lo cual ya se exhibe desde el primer día de vida.
Después de ver a adultos sacar sus lenguas o abrir sus bocas, los niños hacen lo mismo.
Esto demuestra una habilidad para transferir información visual a un patrón
correspondiente de comandos motores.
Evidentemente, Locke se equivocaba al pensar que las asociaciones entre los
sentidos (o entre los sistemas sensoriales y motores) deben aprenderse por asociación.
¿Esto significa que el empirismo de conceptos está equivocado? Esta conclusión sería
amenazante si las habilidades de transferencia intermodal demostraran que la hipótesis
de modalidad específica es falsa. Este no es el caso. Es un non sequitur inferir un
código común amodal a partir de las habilidades de transferencia intermodal, porque
hay una explicación alternativa. Podríamos nacer con un conjunto de reglas que
proyectaran directamente representaciones de modalidad específica de un sentido a otro.
Esto explicaría la transferencia sin requerir un código amodal. Esta explicación puede
ser aún más parsimoniosa. Si hubiera un código amodal mediando la transferencia
intermodal, nuestros cerebros deberían convertir representaciones de un sentido a ese
código y luego convertir ese código al otro sentido. Esto es, en cierta manera, como
traducir del inglés al francés traduciendo ambos al alemán. Si las reglas de proyección
directamente correlacionan representaciones en diferentes modalidades, no se necesita
un paso intermedio.
Un racionalista podría responder este argumento proponiendo que todos los
sentidos usan las mismas clases de representaciones, por ejemplo, apoyando lo que
llamé la teoría del código común. Esta movida puede bloquearse. Kellman y Arterberry
(1998) argumentan que la evidencia a favor de la transferencia intermodal en niños
provee apoyo indirecto para la propuesta de que las modalidades perceptivas usan clases
diferentes de representaciones mentales. Como vimos recién, los niños muestran una
preferencia por pares de estímulos que se aparean cuando se les dan tests intermodales.
Por ejemplo, miran por más tiempo la imagen que se aparea con la forma que se
presenta por vía bucal. En contraste, los niños muestran una preferencia por la novedad
en experimentos que investigan las respuestas a estímulos dentro de una modalidad. Por
ejemplo, cuando les muestran una serie de imágenes de un objeto, prefieren una imagen
subsiguiente de un objeto diferente por sobre una imagen subsiguiente del mismo
objeto. Esta discrepancia apoya la conclusión de que los sentidos usan códigos

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diferentes. Si los sentidos usaran los mismos códigos, entonces esperaríamos que el
desempeño de los niños en tests intermodales fuera el mismo que en los tests
intramodales. Esto no es lo que sucede.
Para que funcione la objeción de la transferencia intermodal, el racionalista
necesita adoptar la teoría del código central, según la cual los sentidos usan códigos
distintos pero el procesamiento central usa un único código amodal. Si la transferencia
intermodal depende de un código central y la transferencia intermodal es innata,
entonces el código central es innato. Si el código central es innato, entonces el medio
del pensamiento no se derivada perceptivamente, como sostienen los empiristas de
conceptos.
Hay alguna evidencia prima facie a favor de una explicación de código central de
las habilidades de transferencia intermodal. Los estudios neurofisiológicos sugieren que
algunas neuronas se excitan de maneras que no son específicas a las modalidades
individuales. Por ejemplo, ciertas neuronas en la corteza somatosensorial responden
tanto a la estimulación táctil como a la experiencia visual de las mismas ubicaciones
corporales (Graziano y Gross 1995). Otras células, en el colículo superior, responden
principalmente cuando se origina una señal auditiva y una señal visual desde la misma
ubicación (Stein y Meredith 1993). Stein y Meredith argumentaron que células como
estas contribuyen a la transferencia intermodal. Podría concluirse que la mente está
provista de un código amodal innato. Esto socavaría al empirismo de conceptos.
Hay algunas respuestas disponibles. En primer lugar, podría argumentarse que a
pesar de las apariencias, las células en cuestión son, de hecho, de modalidad específica.
Hace un momento sugerí que la transferencia podría explicarse mediante una
proyección directa entre los sentidos. Consideremos cómo funcionaría una proyección
directa. Supongamos que dos modalidades separadas contienen células que responden a
un rasgo común del entorno, tal como la ubicación en el espacio. Para comunicarse, la
activación inducida externamente de las células espaciales en una modalidad podría
causar activación de las células espaciales correspondientes en otra modalidad. Con esta
configuración, habría células dentro de cada modalidad que responderían a estimulación
de esa modalidad, de la otra modalidad y, de manera máxima, a estimulación simultánea
en las dos modalidades. Esto corresponde al perfil de excitación de las células
descriptas. Por supuesto, costaría más trabajo mostrar que fue adecuado considerar a
estas células como específicas de modalidad. Por ejemplo, debería mostrarse que
estaban ubicadas en una red anatómica que estaba asociada más fuertemente con alguna
de las dos modalidades a las cuales responden o que dieron origen a experiencias
fenoménicas asociadas con una sola modalidad.
Una segunda estrategia para responder requeriría menos trabajo. El empirista
podría señalar que las células en cuestión son bimodales, más que amodales. Responden
a inputs concurrentes de dos modalidades. En los casos mencionados, las células
estarían en regiones anatómicas que se consideran sensoriales. La corteza
somatosensorial está, en su mayor parte, dedicada al procesamiento somatosensorial, y
el colículo superior es una estación subcortical de relevo para los sentidos. Las células
bimodales en estas regiones no muestran que hay un código amodal central, como
sugiere el enfoque racionalista. Más bien, muestran que los sistemas de inputs
dedicados incluyen algunas células puente que facilitan la comunicación.
Cómo réplica, el racionalista podría señalar que las regiones más anteriores de la
corteza del cerebro, asociadas con las funciones cognitivas superiores, también usan
células que no son únicas para las modalidades individuales. De hecho, se cree que
algunas de estas células responden a inputs de múltiples modalidades sensoriales, en vez
de sólo a dos. Quizás estas células, realmente, merecen llamarse “amodales”.

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También puede desafiarse este argumento. Células que parecen ser amodales
podrían servir como zonas de convergencia (Damasio 1989). Como vimos, las zonas de
convergencia son poblaciones de células que registran actividad simultánea en áreas
sensoriales y sirven para reactivar esas áreas durante la cognición. La teoría de Damasio
predice, y parcialmente se basa en, la existencia de células que no pueden asociarse con
una sola modalidad. Al mismo tiempo, es consistente con la posición empirista porque
la actividad cognitiva ocurrente y el desempeño conceptual dependen de actividad
dentro de las modalidades. Las zonas de convergencia pueden calificar como amodales,
pero contienen registros sensoriales y no son los vehículos efectivos del pensamiento.
Las zonas de convergencia sirven meramente para iniciar y orquestar la actividad
cognitiva en áreas de modalidad específica. En oposición a la perspectiva racionalista, la
teoría de la zona de convergencia supone que el pensamiento se expresa en códigos de
modalidad específica. Si existe un código amodal funciona a crédito más que como la
moneda principal del pensamiento. Según esta interpretación, las células amodales, de
hecho, dan apoyo a la hipótesis de la especificidad modal.
En resumen, Locke puede haberse equivocado al suponer que las proyecciones
entre los sentidos se aprenden, pero estaba igualmente equivocado al suponer que la
posición contraria amenaza al empirismo de conceptos al socavar la especificidad
modal. La evidencia a favor del innatismo de las habilidades de transferencia intermodal
deja a las dos hipótesis intactas.

5.4 Conclusión

Este capítulo ofrece una defensa preliminar del empirismo de conceptos. El


argumento fortalecido de la parsimonia apoya la conclusión de que los conceptos están
expresados en códigos de modalidad específica. Esto es consistente con la evidencia
psicológica que sugiere que se explotan los recursos perceptivos al realizar tareas
conceptuales. También es consistente con la información proveniente de las
neurociencias que, a pesar de la evidencia a favor de células amodales, sugiere que el
cerebro usa códigos de modalidad específica en los niveles superiores de procesamiento.
Al considerarla en su totalidad, la evidencia muestra que las teorías empiristas merecen
ser consideradas seriamente.
Una defensa completa del empirismo de conceptos también debe probar que las
copias de las representaciones perceptivas pueden satisfacer los desiderata de una teoría
de conceptos. Se responde a este desafío en los capítulos siguientes.

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