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ACOMPAÑANTE TERAPÉUTICO - CITA

2017

BIENVENIDOS A LA 9° CLASE - UNIDAD 5° DE ACOMPAÑANTE TERAPÉUTICO

Psicosis en la infancia
En esta clase retomaremos conceptos de la clase anterior sobre psicosis para pensar los modos de presentación de la
psicopatología en la infancia. También retomaremos conceptos de la primera clase que, como recordarán, trabajamos
sobre la constitución del aparato psíquico. Finalmente, haremos un recorrido por las distintas conceptualizaciones
acerca de las patologías graves en la infancia.

Es importante recordar que en los primeros tiempos de vida de un niño es de suma importancia el vínculo que su madre
establece con él. Sin embargo, el papel del padre también es importante, es decir, es importante que el padre funcione
en la “cabeza de la madre”. ¿Qué implica esta frase?

Que la madre del niño esté interesada en algo más que el niño, que haya algo que los separe; que no sea el niño lo que
colme a su madre. Si esto ocurre; si no hay lugar para la terceridad que aporta el padre estaremos en presencia de una
psicosis infantil. La situación del autismo es aún más complicada; el punto de fijación es previo al de la psicosis ya que lo
situamos en una dificultad para el establecimiento del vínculo primario entre el niño y su madre

Trabajar con la psicosis, no es tarea fácil para un analista.

Mientras que en la neurosis se opera estratégicamente de una determinada manera, en la psicosis se efectúa este
tratamiento con una modalidad muy diferente. Donde habrá que saber si se está dispuesto a acompañar bajos los
riesgos que esto implica a un paciente con esta estructura, o con elementos que rayan en ella.

Siendo una posición diferente a la de interpretar el discurso del sujeto, el analista se ofrecerá como testigo de sus actos,
testigo de una locura en juego, que se presenta tal como un Real obsceno que en el niño psicótico se observa en forma
descarnada como presentación.

¿Cómo llevar a cabo la dirección de la cura con un niño psicótico entonces?, ésta, sería la pregunta…

CUESTIONES TEÓRICAS

En primera instancia tendríamos que escudriñar algunos conceptos teóricos que hacen a los tiempos instituyentes del
sujeto, a esos tiempos de constitución subjetiva, para intentar aproximarnos a las posibilidades particulares que cada
niño ha tenido en su peculiar historia personal. Para ser un niño con psicosis.

Y en este sentido podemos pensar en un bebé que nace y que es presa de la necesidad. Necesidad de beber, de
alimentarse, y que por su prematuración humana precisa indefectiblemente de alguien que lo cuide y lo proteja. Que lo
abastezca. En la medida que ese alguien lo hace, comienza a dar un cierto grado de significación a esa cuestión biológica,
palabras que desde un Otro primordial le son adjudicadas a ese bebé y éste pide, demanda. Hay otro que da, y un bebé
que demanda, amor entre otras cosas. La brecha entre lo que se demanda y lo que se da, está presa del lenguaje,
encierra tanto a ese niño como al Otro. Y el malentendido está allí, entre ambos. Quedando un plus, un rebus, que da
cuenta de otra cosa, que ya no es sólo de necesidad de lo que se trata, y que en el succionar ya no sólo hay ganas de

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alimentarse sino un placer por chupar. Entonces podemos percibir el nacimiento de otro orden que tiene que ver ahora
con lo psíquico, con el deseo.

Esto logra articularse de manera nada sencilla con lo que Lacan gustó en llamar, los tres tiempos del Edipo. Veremos qué
es esto, y no precisamente en la psicosis, sino en una constitución que podríamos denominar: normal o digamos
neurótica. Primer tiempo en el que podemos decir que el niño es el objeto del deseo de la madre. Donde la madre está
sometida a la ley simbólica, es un Otro barrado y en su barradura acoge a ese niño. Éste se encuentra así frente al
lenguaje, que lo antecede y lo construye. Aquí es importante recordar en relación a la imagen, el Estadio del Espejo,
momento que permite alrededor de los 8 meses su constitución en relación a la imagen ideal que le da ese Otro
primordial (encarnado en alguien, que generalmente es la madre), esto forma su yo. Un yo rudimentario que está
alienado a un Otro. Hay confusión aún entre lo que es de él y lo que es del Otro.

Acá estamos en el campo de ser o de no ser el objeto del deseo de la madre.

En un segundo tiempo edípico podemos nombrar, el acceso del niño a la simbolización. La cual articula a la madre y
aquel, en una relación que es de lenguaje. Habiendo un padre que interdicta esta articulación con le deseo. Padre, que
no es el papá de la realidad, sino un padre en tanto su función, que ordena enunciando con su palabra la prohibición del
incesto, indicando por ella la madre: “no reintegrarás tu producto” y al niño: “no te acostarás con tu madre”, y aclara:
“te está prohibida”, “ella es mi mujer”.

La madre así deseante se muestra en tanto Otro castrado. La castración del Otro imprime en el niño un ordenamiento
que es simbólico. En un tercer tiempo el niño pasa de ser el falo para el deseo de la madre, a tener el falo. Hay
identificación con el padre en tanto lo tiene, pudiendo tenerlo, por que no lo es. No es el falo. Así podemos situar que
hay Nombre del Padre (que interdicta), el deseo de la madre, que hace metáfora con el sujeto. Siendo el Nombre del
Padre el que actúa como un límite, como un tope y ordenado así al Edipo donde no hay tres. Sino cuatro: madre, niño,
padre, falo. Es así como nos encontramos a un buen neurótico. Pero qué padre cumple su función, podríamos decir que
ninguno, y que por estructura toda metáfora paterna es fallida, y a algo le yerra.

¿Qué podemos decir en la psicosis? ¿Qué pasa en ella con estos enunciados?

En relación a la definición más común que se observa de la psicosis, se asocia inmediatamente con la forclusión del
Nombre del Padre, que en el decir de Freud es la VERWERFUNG. Que es el mecanismo típico de la misma. Pero
¿alcanzará con esto? ¿Alcanzará para dar cuenta de la existencia de un psicótico? ¿Qué otras cosas habrá?

Podemos pensar que el significante del Nombre del Padre, falta, y que con su falta, no se ordena de la misma, manera la
dialéctica del deseo madre – hijo. No hay nada que le haga borde, que se le presente a esta relación como un límite. El
niño queda presa de ese deseo convirtiéndose en objeto del deseo materno. Que da en las fauces de la madre, sin nada
que medie. Ofertado allí.

El Otro primordial y el sujeto son una sola cosa, indivisa, hay confusión, alineación entre ambos, sin siquiera poder
diferenciar un Otro de un sujeto, por que no los hay como tal. Más que sujeto, se observa un objeto presa de alguien
que oficia casi de Otro. Por que ¿podríamos decir que hay Otro en la psicosis?

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Tal vez hay un Otro para el que mira de afuera la dantesca escena. Pero no hay Otro para alguien que es casi algo ahí.
Que es un objeto. Y esto sin faltarle el respeto a los niños con psicosis, sino todo lo contrario por tenerles respeto se los
aprecia en su justa medida. Y es desde allí que se puede dirigir una cura. Siendo la justa medida, la estructura.

¿Qué habrá en esta especial alineación del deseo de la madre, con el niño?, nada que oficie de límite, mezcla con “el
Otro”, un cuerpo que no está definido, que no se ha consolidado como tal, sin bordes que hayan pasado por los
desfiladeros de los significantes, que no pueden constituir zonas erógenas, con un peculiar pasaje por el lenguaje.

¿Cómo se constituye un cuerpo allí? Con una imagen intrusiva, representando al doble en espejo, desde afuera, externa,
alienante, desdoblada, persecutoria,… y más. Imagen alienada donde no oficia separación entre lo que, es yo y no yo
(como en la neurosis). Los rudimentos del yo aparecen en lo Real, tal como objeto. Objeto, puro objeto de la madre.

De ahí que el psicótico muestre su particular posición en lo Real, sin mediatización de lo simbólico, por que se da como
forcluido y sin ajuste imaginario, que más bien es un desajuste. ¿Será por esto, que el niño psicótico se nos presenta a
los analistas, en primera instancia, a ojos vista, como un Real descarnado de un Otro? ¿Será por esto?

Otro que lo condensa gozándolo como objeto de su propiedad, amenazándolo, perturbándolo, incriminándolo, en esa
relación mortífera para él. Objeto condensador del goce de la madre. Tenemos a un niño que está apresado en su
subjetividad, manipulado objetivamente, alienado al Otro, sin separarse de él. Ante esta manera estructural ya
constituida hasta aquí, ¿qué un análisis puede prestar allí?

TRABAJO EN INSTITUCIÓN

En el trabajo con niños psicóticos, primero debemos ver a un niño, que como tal, no tiene abrochada su estructura. En la
psicosis la estructura tampoco está cerrada. No es el trabajo con un adulto, es un niño que está en proceso. Esto permite
algo de ventaja al analista para pensar ciertas cuestiones que tienen ver con acompañar un movimiento con lo ya
emergente y prestar ayuda a un cierre que puede ser distinto de lo que se perfila. Tal ves la claridad del momento, o
momentos puntuales donde comenzó o se disputó un lugar para la psicosis en ese niño, se puede precisar o suponer con
mayor exactitud que en un adulto. Quizá por presentarse tal como Real. Podemos pensar en una falla en la constitución
subjetiva en relación a la imagen (ejemplo: Estadio del Espejo, proceso fallido en relación a lo imaginario), o en las
cuestiones atinentes en las metáforas paternas, con forclusión del Nombre del Padre, (donde lo simbólico no cuaja), sus
manifestaciones patógenas son claras en relación a los del adulto en su articulación con la construcción de la psicosis en
juego. Están ahí y aparecen en lo Real. Él es un objeto en lo Real.

¿Pero qué hace un analista ahí? Trabaja también con palabras, haciendo brizna de lo simbólico, sin ejercer de gran Otro
(para no gozarlo), y sin ponerse en posición de objeto “a” por que no se es, eso en la estructura de un psicótico.

Entonces, no ser el Otro, no gozarlo, acotar el goce de ese Otro que se le vuelve intrusivo, que lo comanda, separarlo de
eso, oficiar de límite perforando la alineación, que algo se separe, separar el objeto. Intentar (por que es un desafío todo
el tiempo) establecer las dimensiones de espacio y tiempo, de nombre, de nombre propio, de Nombre del Padre, hacer
compensación, suplencia en la forclusión. Que la constitución del cuarto elemento, una los pedazos, que lo arme, que lo
integre, pero no con el Otro. Del Otro, mantenerlo a raya, a distancia; de los atisbos del yo integrarlo.

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La búsqueda de un cuarto elemento, que no es imaginario, que no es simbólico y que no es Real, pero que es algo de
cada uno de ellos a la vez, posibilita que pueda con los fragmentos constituir algo que le sea propio, algo de lo personal,
una marca particular, y con esa marca anudar los tres registros o mejor dicho los vestigios de los tres registros. Hacer
SINTHOME, o las veces de él, o brizna de él. En el trabajo con la psicosis con niños, acompañar y ser testigo de ella es
una buena opción permite escuchar los fenómenos de estructura y alertarse de ese rasgo personal de cada niño. Desde
allí formalizar un SINTHOME no es cosa fácil, pero tampoco imposible, formando parte de la dirección de la cura en la
psicosis. Ejemplo, Suly es una niña psicótica de 14 años que tiene movimientos rítmicos de manos y piernas con
diagnóstico de psicosis, presentando un marcado interés volcado exclusivamente en las revistas de personajes de TV y la
música bailantera. No hay otra manera o elementos a tener en cuenta para entrar en la estructura, para separar algo.
Esto se comprueba en la práctica. Ello puede oficiar de cuarto elemento. El contacto con estos elementos hacen que ella
pueda encontrar un tiempo y un espacio que separen: el lugar donde se escucha música, el lugar donde se come, el
lugar donde nos higienizamos, también un tiempo, es el momento de escuchar música, es la hora de comer, etc. Esto
que parece intervención pueril, oficia de límite, de borde, en tanto caos. Puede verbalizar a través de la música, dar
nombres, trabajar sobre el propio Nombre, hacer semblante de lo que no está, el significante del Nombre del Padre, de
esta forma. SINTHOME: música que arma, circunscripta por un borde de tiempo y espacio que articula, que la arma y
que consiste a Suly

El caso de Pedro es diferente, tiene diagnostico psiquíatrico de esquizo-paranoia, (compartido con el del psicoanálisis),
alucina, delira, funciona en espejo sólo con pares; cuando se intenta en la cura entrar transferencialmente* y oficiar de
par para producir algo allí, es casi imposible.

No se encuentra la forma de andar otro camino que no sea por los pares, sus pares. “Compañeros de escuela o
hermanos”. Él me llama por mi nombre de pila y yo lo llamo a él de la misma manera. Intento en sus actividades ser
compinche, lo acompaño pero no alcanza, no deja de alucinar, ni de armarse en espejo en los otros. Más tarde, se me
ocurre, mientras le guardo sus útiles escolares en la mochila, palmearlo en la espalda y decirle: ¡Amigo! (con énfasis). Él
me dice amiga mía, y pronuncia mi nombre también. Desde allí se pueden articular las alucinaciones de Pedro con mi
paridad para con él. Me otorga calidad de par. Un par que acompaña e interviene (no intrusivamente) en sus
fenómenos. Y que maniobra desde allí.

Multiplicar la trasferencia, que ésta no sea masiva, es otra manera. En el ámbito institucional los niños pregunta todo a
una sola persona, por ejemplo: “¿qué comemos hoy?”, “¿dónde está el jabón?”, etc.; el reenviarlos a la cocinera que
posee ese saber, o a la auxiliar que repondrá el jabón ante sus pedidos, es una buena forma. El acompañamiento de
otros profesionales, que desde otro saber coartan al gran Otro. Y lo barran, dando lugar para otra cosa. Otra cosa donde
alojarse sin ser nada más que objeto. Ejemplo: médico pediatra, profesor de educación física, maestros, fonoaudióloga,
asistentes, etc. La masividad de la transferencia corre por la misma vía gozadora del Otro. Y aquello la escinde.

Repasemos:

 Dejarnos moldear por el niño.


 Disputar el objeto o su calidad de tal. Acotar el goce.

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 Multiplicar la transferencia (que no sea masiva). Separar algo de lo alienado.


 Armar algo que funcione como cuarto término (según la particularidad del caso).
 Introducir relaciones de espacio, tiempo y hasta de número (que implica a las primeras).
 Reenviar a otros saberes, barrarse, haciéndole un lugar que no tiene.
 Lo institucional, colabora funcionando como otra estrategia más, que hace contorno, limita y facilita la tarea con
la psicosis en niños.
 Separa al niño del goce de sus padres. Separa el objeto del Otro.

Esta observación del trabajo psicoanalítico con niños con psicosis permite abrir un espacio más allá del consultorio que
hace a la cura en otros lugares pertinentes en la tarea con estos chicos. Que bien vale el desafío.

CASO MATÍAS: Datos personales:

Matías tiene 10 años, es psicótico (esquizofrénico) con cierto costado perverso que complica su accionar en grupos. Vive
con padres adoptivos que manejan un hogar en una ciudad del Conurbano Bonaerense. Está bajo la tutela de un juez de
menores, él y sus dos hermanos. Aquel le quita al padre biológico la posibilidad de poseer la tenencia, dado que su papá
es muy agresivo y golpeador; y podríamos decir como dato de la realidad que es un padre gozador. Su mamá biológica
queda embarazada de Matías sin saber que tenía cáncer.

Por el embarazo decide no hacerse un tratamiento, cuando él nace, la mamá por esta causa fallece. Matías sabe que su
nacimiento tiene que ver con esa muerte.

El trabajo del análisis: Pensando en que la tarea con niños psicóticos nada tiene que ver con lo intrusivo, me presto
como arcilla a ser moldeada en el trabajo con Matías.

Mati en lo cotidiano elige los materiales que quiere utilizar para su trabajo. Juega con ladrillos de plástico, recipientes,
muñecos tipo “transformers”, etc. En una oportunidad toma los ladrillos y arma dos muñecos tipos robot. Me invita a
jugar. Dice: “ésta es la mamá”, (y me da uno a mí), “y éste es el hijo” (y toma uno él).

Juega, me dice que lo mueva, que volemos juntos, que caminemos, etc.… En un momento con su robot logra golpear el
mío y lo desintegra, y dice: “malo el robot, mató a la mamá”. A partir de ahí comienza a verbalizar parte de su historia.
Donde podría pensarse que tiene hasta otra estructura en formación, diferente a la del diagnóstico. Esto sirvió para que
pueda decir sobre la muerte de su madre.

Ante las intervenciones sobre este relato, empieza a jugar con muñecos y robots de otra manera, siempre acompañando
al otro, no destruye los juguetes y las historias que arma cobran un valor diferente, que no es de muerte. Hay
vocabulario pobre, pero en algún punto que llama la atención puede hasta llegar al como sí, en el juego. Elemento éste
que se percibe como llamativo para una esquizofrenia. En otra oportunidad me llama, no por mi nombre de pila, me dice
“mamá”, y en otro momento me equivoco y le doy el nombre de mi hijo. Esto abre otra vertiente, que tiene que ver con
la transferencia tan particular de este caso. Una corriente afectiva comienza a circular, que permite la instalación de otro
vínculo transferencial. La manera de compartir de Matías es cada vez más elocuente (con juguetes, preguntas, relatos,
etc.). Nuevamente… ¿Qué se juega en un analista, como apuesta, para intervenir en la psicosis en niños? El deseo del
analista, sostiene allí un lugar más allá de la estructura. Sostiene la dirección de la cura. Matías molesta incesantemente

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a sus compañeros en el servicio donde trabajamos, presta atención al punto débil de cada quién. Ejemplo: los autistas
(le saca el plato a Luis, cuando éste lo hace girar; o despeina a algún adulto a quien no le gusta que le toquen el cabello,
sistemáticamente).

En un momento trabajando con fichas de plástico, con dibujos, tipo juego de memoria, o memotest, empieza a tragarse
una tras otras las fichas. Se llena la boca con ellas. Se pone bordó, ahogándose. Lo tomo de la ropa, lo doy vuelta cabeza
para abajo y le golpeo la espalda fuertemente. Esto que se produjo sin meditación previa, provoca en Mati una irrupción
en lo Real, logrando un corte, y pone límite en su relación con el Otro. Todo no se puede. Hay una sanción del Otro y una
preocupación posterior por su estado general. Se le hace un lugar en el Otro. El Otro era el gozador para él, y quien lo
rechazaba. A partir de ahí puede empezar a caminar un distinto rumbo, prueba al Otro, prueba un lugar en el Otro, con
los otros niños, con mayores, etc.… Encuentra un lugar diferente, que no es de goce. En relación a sus producciones
gráficas podemos observar que Mati en los primeros meses del año (marzo, abril), dibuja dando a conocer su estructura,
(ver dibujo de figura humana con dos cabezas, dibujo de figura humana con pierna incrustada en el tronco).

Más tarde después de la historia particular que le posibilita otro lugar en lo Real y donde lo simbólico, a través de atisbos
o briznas, en intervenciones psicoanalíticas, en el trabajo en conjunto, (con otros, psicólogos, docentes, etc.), dan lugar a
tratamiento de los registros: imaginario, y Real, que pueden hacer cierta suplencia en lo simbólico, que no está. Ver los
dibujos del payaso y del niño con tronco de corazón invertido, (con línea de base y acompañado de casa y árbol), dan
cuenta del lugar diferente y la relación distinta en la que Mati se encuentra hoy, pasados ya varios meses (noviembre del
mismo año). Puede realizar variadas tareas, colabora en el Servicio con sus compañeros, con el reparto de tazas,
utensilios para la comida, pide lo que quiere y puede esperar para que se lo den, no molesta a los compañeros sino que
busca un lugar en ellos de aprobación, (claro que no todas la veces), pero sí en su mayoría.

CONCLUSIÓN

El trabajo psicoanalítico en una institución educativa, en un Servicio de Trastornos Emocionales Severos, (con niños con
autismo, psicosis, neurosis graves, trastornos generalizados del desarrollo, etc.), es posible. El marco es fundamental.
Buscar los recurso, queda también del lado de lo personal y de lo profesional. Y es a riego propio. El deseo del analista
conlleva una mirada que hace a una posición tomada frente a los postulados del psicoanálisis, que puede aplicarse tal
vez con limitaciones pero en distintos ámbitos que no son los de la salud. Pero el psicoanálisis sigue aportando su
escucha más allá de esos lugares. Una apuesta nada perdida por cierto.

* Transferencia: no entendida como transferencia del sujeto en la neurosis, en un análisis. Si es que puede hablarse de
ella en la psicosis, es sobre la base de la lógica del discurso psicoanalítico en relación a la cura donde se juega lo
imaginario como figura fundamental y que nada tiene que ver con interpretar. Donde hay un saber hacer con lo Real,
más que un bien decir con la neurosis.

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Modelos en Psicopatología Patología grave en la infancia.

Analía Cacciari, Sandra Cedrón, Horacio Martínez

Introducción

Reunimos bajo este título a los cuadros psicopatológicos con consecuencias graves para el desarrollo de la vida psíquica,
y a los que estudiaremos bajo dos grandes rótulos: psicosis y debilidad mental. Ya en los inicios de la psiquiatría
moderna hallamos menciones relativas a estos cuadros. Por ejemplo en el año 1800, y en el interior de su informe
presentado ante la Sociedad de los Observadores del Hombre respecto del niño conocido como el salvaje del Aveyron,
Pinel describe a un muchacho de 12 años de edad, que es “la imagen misma del idiotismo. Ríe o llora por efecto de una
imitación puramente mecánica y sólo parece sensible a las necesidades físicas. Ejecuta servilmente todo lo que se le
ordena y responde con un sí un no, sin ningún tipo de discernimiento a las preguntas que se le formulan”.1

El idiotismo, congénito o adquirido precozmente, destruye para siempre las facultades psíquicas y, en la opinión de
Pinel, nada puede esperarse de estos niños, que deberán por tanto ser confinados en un hospicio. El monismo que
impregna sus ideas, y lo lleva a reducir la vida psíquica a la actividad cerebral, está en el centro de estas conclusiones: un
cerebro deficiente o lesionado nunca dará por resultado una actividad psíquica normal.2 Cualquier tentativa de
hipotetizar una posible modificación de este estado, como el que intentará Itard con el ya mencionado salvaje del
Aveyron, presupondrá la instalación de una concepción teórica del psiquismo que entienda que éste sólo alcanza su
desarrollo a partir de los elementos que el entorno humano va proveyendo, en un lento pasaje del estado de naturaleza
a la cultura. Serán los inicios de un tipo de educación El salvaje del Aveyron: psiquiatría y pedagogía en el iluminismo
tardío. C.E.A.L. , Buenos Aires, 1991. “Relación” de Pinel en páginas 25 a 42.

En esta misma línea, y ya a fines del siglo XIX, Krafft Ebing construirá el gran grupo de las psicosis por retardo del
desarrollo psíquico, dentro del cual hallarán cabida el idiotismo, la imbecilidad, el cretinismo y la locura moral, y que
culminarán, en la 8ª edición del tratado de Kraepelin, bajo el rótulo de oligofrenias. “especial”, que buscará establecer
criterios firmes para la evaluación de la inteligencia normal (a través de la psicometría), pudiendo de esta forma
determinar los déficit de cada niño en cada una de las funciones de su psiquismo, creando luego una pedagogía especial
que busca estimular con precisión las áreas deficitarias.

Por otra parte, y en lo relativo a la psicosis infantil, también hallamos menciones en los primeros tratados dedicados a la
demencia precoz. Así, Kraepelin dirá que

“la enfermedad generalmente comienza en los años del desarrollo sexual, aunque muchas veces las primeras
manifestaciones leves pueden rastrearse en la infancia”. A su vez, Bleuler afirmará: “hay tempranas anomalías del
carácter que pueden demostrarse, en cuidadosas historias de casos, en más de la mitad de los individuos que luego se
hacen esquizofrénicos: la tendencia al aislamiento, grados moderados o severos de irritabilidad. Se hicieron notar ya en
la infancia la mostrarse incapaces de jugar con los demás niños, y hacerlo en cambio a su propia manera. Es verdad que
muchas esquizofrenias pueden remontarse hasta los primeros años de la vida del paciente, y que muchas enfermedades
manifiestas son simples intensificaciones de un carácter ya existente. Me parece probable que estas anomalías autistas
del carácter constituyan los primeros síntomas de la enfermedad, y no sean meramente expresiones de una
predisposición a ella. Las peculiares características intelectuales inducen a menudo a los compañeros de estos
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candidatos a la esquizofrenia a considerarlos ‘locos’ en un período muy temprano. Mis diez compañeros de escuela que
más tarde se volvieron esquizofrénicos eran muy diferentes de los otros muchachos”. Vemos reaparecer en estas tesis
al monismo pineliano: un cerebro enfermo sólo podrá manifestar enfermedad, y si se saben leer los signos, estos se
hallarán presentes en las conductas más tempranas. Para encontrar un planteo similar al de Itard, (es decir, un planteo
que tome en cuenta el espacio social como aquel que ha de aportar los elementos esenciales para el desarrollo de las
funciones psíquicas, y que por tanto toma al cerebro como dato de partida, necesario pero de ningún modo concluyente
para pronosticar el futuro del individuo) hará falta esperar la llegada del psicoanálisis. La teoría psicoanalítica será la
primera que intente situar el correlato entre las aportaciones del medio y el desarrollo psíquico, y que por tanto
proponga una lectura de la psicopatología infantil en términos de perturbaciones del desarrollo. De allí que todos los
aportes que el psicoanálisis hará tendrán como punto de partida una teoría del desarrollo psíquico, fundamentalmente
de la instancia del Yo. Proponemos un recorrido por las diversas postulaciones al respecto.

3 Ver: J. Itard: Memoria sobre los primeros progresos de Víctor del Aveyron. (En: El salvaje del Aveyron..., op. cit.)

4 E. Kraepelin: Demencia precoz. (Polemos, Buenos Aires, 1996). Tomado de la 8ª edición de su “Tratado de Psiquiatría”, 1909/13.

5 E. Bleuler: Demencia precoz. El grupo de las esquizofrenias. (Lúmen – Hormé, Buenos Aires, 1993).

La psicosis infantil para el Psicoanálisis.

M. Klein y A. Freud.

Ya en sus primeros textos (La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo, La psicoterapia de la
psicosis, ambos de 1930) Klein relaciona los trastornos psíquicos graves de la infancia con detenciones del desarrollo o
bien con regresiones a estadios anteriores que habían sido superados. Siguiendo los presupuestos de Abraham, piensa la
patología grave como el modo en que el yo temprano hace frente a las exigencias de las pulsiones, y va construyendo así
su propia teoría de las “posiciones” en donde las primeras etapas de la vida infantil ponen en juego angustias y
mecanismos de defensa “psicóticos”. La detención del desarrollo en estas posiciones, o la regresión a ellas, resultarían
patológicas tanto en la infancia como en la vida adulta. “En la primera realidad del niño no es exageración decir que el
mundo es un pecho y un vientre lleno de objetos peligrosos, peligrosos a causa del impulso del propio niño a atacarlos.
En tanto que el curso normal del desarrollo del yo es evaluar gradualmente los objetos externos a través de una escala
realista de valores, para el psicótico, el mundo (...) es valorado en el nivel original; es decir, que para el psicótico el
mundo es todavía un vientre poblado de objetos peligrosos”.

La patología grave del niño no se diferencia de una manera neta de la patología grave en el adulto; por el contrario,
podríamos afirmar que tanto el niño como el adulto, cuando enferman gravemente, lo hacen por estancarse o bien por
regresar a una determinada fase del desarrollo, que será la que determina, en última instancia, las características del
cuadro clínico. Así, para Klein, no habrá diferencias apreciables entre niños y adultos tanto en el plano psicopatológico
como en el modelo de cura a proponer para uno y otro.

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Si bien Anna Freud basa mucho de su teoría en la búsqueda de diferencias entre el niño y el adulto, tanto en las
manifestaciones clínicas como en los métodos terapéuticos necesarios para curar esas dolencias en uno y otro caso,
encontramos, a su vez, en su obra, algunas ideas similares a las de Klein respecto a considerar la patología como
detención del desarrollo: “(...) se puede evaluar el grado de desarrollo y las necesarias indicaciones terapéuticas en el
niño a través del escrutinio, por un lado, de los impulsos libidinales y agresivos, y por el otro, del yo y del superyó de la
personalidad infantil por medio de signos que indiquen, según la adaptación del yo, su precocidad o su retardo. Con la
secuencia de las fases de la libido y una lista de las funciones del yo en el trasfondo de su mente, esta tarea no es en
modo alguno imposible ni siquiera difícil de realizar para el analista de niños”.

Ahora bien: así como M. Klein basa su modo de comprender la patología grave en el niño en la teoría de las fases de la
evolución de la libido y del yo de Abraham, A. Freud toma en cuenta las ideas de Abraham, pero a ellas les suma los
desarrollos de la Escuela Norteamericana (fundamentalmente de Hartmann y Kris), las que agregan, como función
principal del yo, la adaptación de los requerimientos del ello a las posibilidades y normativas de la realidad exterior. En
este contexto teórico, los criterios para la evaluación de la “severidad” de las enfermedades psíquicas en la infancia
cobran un matiz especial: “El analista de niños también halla dificultades cuando procede a medir la gravedad de los
trastornos por medio de los criterios empleados comúnmente con los adultos, es decir, un examen de los síntomas
existentes, una evaluación del sufrimiento por ellos provocado y la interferencia resultante en importantes funciones.
(...) Muchas de las inhibiciones, síntomas y ansiedades de los niños son originadas no por procesos de naturaleza
realmente patológica sino, como demostraremos más adelante, por las tensiones y presiones inherentes a los procesos
de desarrollo. (...) En el niño no existe un nivel estable de funcionamiento de ningún campo o en ningún momento
determinado; es decir, que no existen puntos de referencia sobre los cuales basar la evaluación. (...) El nivel de la
capacidad funcional del niño fluctúa de manera incesante. Debido a las alteraciones producidas por el desarrollo y a los
cambios en la intensidad de las presiones internas y externas, las posiciones óptimas se alcanzan, se pierden y se
restablecen repetidamente”. Resumiendo, podemos afirmar que para A. Freud todo el proceso de desarrollo psíquico
infantil está caracterizado por la inestabilidad; que por tanto, los criterios que sirven firmemente para determinar la
presencia de patología psíquica en el adulto (síntomas, sufrimiento, pérdida de funciones psíquicas) no son útiles en el
caso de niños, y que por lo tanto la psicopatología infantil debería repensar sus criterios diagnósticos basándose en una
teoría del desarrollo psíquico que tomara en cuenta las fluctuaciones propias de ese período. ¿Cómo determinar,
entonces, y a partir de qué criterios, la presencia de patología grave en la infancia?: “Existe sólo un factor en la niñez
cuyo daño puede considerarse de suficiente importancia en este sentido y nos referimos a su capacidad de avanzar en
pasos progresivos hasta que la maduración, el desarrollo en todos los campos de la personalidad y la adaptación a la
comunidad social hayan sido completados. Los desequilibrios mentales pueden considerarse normales siempre y cuando
estos procesos vitales se conserven intactos; en cambio deben ser tomados seriamente tan pronto como afecten al
mismo desarrollo, sea con demora, con reversión o con parálisis completa”. Es decir que la gravedad en la infancia ha de
medirse en términos de perturbación severa del desarrollo, entendiendo que el desarrollo psíquico del niño puede sufrir
avances y retrocesos, pero que no debe detenerse o involucionar, pues esto traería como resultado la conformación de
un psiquismo perturbado. En las teorías posteriores veremos reaparecer una y otra vez estos criterios: el niño como un
ser “incompleto”, el desarrollo como lo propio de su acontecer, las detenciones del desarrollo como el fundamento de la
patología grave. Lo que resta es caracterizar los puntos de detención, a fin de delimitar con precisión las particularidades
de cada cuadro clínico. Lo que no hallamos en estas autoras, y habrá de incluirse como un aspecto fundamental para

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pensar la etiología de estos cuadros clínicos, es la función de medio ambiente, y sobre todo de la familia, respecto del
proceso de desarrollo psíquico del niño.

M. Klein: La psicoterapia de la psicosis. (En: Obras Completas, Paidós, Buenos Aires, 1990)

A. Freud: (1965) Normalidad y patología en la niñez. (Paidós, Buenos Aires, 1993)

Donald Winnicott.

Para Winnicott el medio ambiente ocupa un lugar central, tanto en el desarrollo del psiquismo como en la producción de
patología: “El desarrollo emocional del individuo es precario, y cuando todo va bien implica gran dolor además de
alegría, y entra en juego el factor de la suerte. En algunos casos vemos que la provisión ambiental fue suficientemente
buena. Surgen dificultades a cada minuto, pero con un empeño especial de adaptación a la necesidad el daño puede
prontamente enmendarse. El niño empieza a reunir pruebas de que cuando las cosas son espantosas pueden ser
enderezadas; de que hay alguien que le tiene consideración (...) Así es la vida, y si así puede describirse la vida del niño,
podemos pensar en términos de salud, olvidándonos de los detalles de los síntomas y las categorías correspondientes a
la psiquiatría adulta (...). Del otro lado vemos la mala salud, o sea una provisión ambiental incapaz de mantenerse, ya
sea por defectos en el campo de la confiabilidad o porque las tensiones y las provocaciones que impone el niño (y luego
los niños) al crecer son excesivas para los seres humanos que en su conjunto componen el ambiente emocional, con lo
cual los innumerables daños y los momentos de agonía por los que atraviesa el niño en su vida no son enmendados
permanentemente; en lugar de ello, se acumulan los agravios, y el niño tiene que erigir defensas contra estos. Aquí hay
mala salud en el sentido psiquiátrico, y por más que el cuerpo esté sano y funcione bien, abreva la catástrofe”.10

Nuevamente vemos aparecer aquí la idea que plantea que los criterios psicopatológicos de la psiquiatría de adultos
difieren totalmente de los de la psicopatología infantil; que ésta debe tomar en cuenta, fundamentalmente, las
posibilidades del niño de completar el desarrollo de su psiquismo, pero incluyendo ahora la función del ambiente
suficientemente bueno, capaz de proveer lo necesario para que este desarrollo se produzca sin dejar huellas de
patología. Tal es la importancia que Winnicott ha de darle al ambiente, que sus criterios diagnósticos se basarán
exclusivamente en la evaluación del mismo: “Debemos saber qué cosas ocurren en el niño cuando un buen marco se
desbarata y también cuando ese marco adecuado jamás existió, y ello implica estudiar todo el tema del desarrollo
emocional del individuo. (...) Las seis categorías que enumero a continuación pueden resultar útiles como métodos para
clasificar los casos y hogares desechos:

a) Un hogar bueno corriente, desintegrado por un accidente sufrido por uno de los progenitores o por ambos.

b) Un hogar desecho por la separación de los padres, que son buenos como tales.

c) Un hogar desecho por la separación de los padres, que no son buenos como tales.

d) Hogar incompleto por ausencia del padre (hijo ilegítimo). La madre es buena; los abuelos pueden asumir un rol parental o contribuir en
alguna medida.

e) Hogar incompleto por ausencia del padre (hijo ilegítimo). La madre no es buena.

f) Nunca hubo hogar alguno.

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(...) Tratamos de evitar toda evaluación del problema basada en los síntomas del niño, o en el grado en que el niño se
convierte en una molestia, o en los sentimientos que la situación despierta en nosotros, pues tales consideraciones
suelen inducir a error”. En función de estos criterios, y respecto de la patología grave, el primer signo que Winnicott
establece es la pérdida de un marco familiar que haya provisto lo necesario. A los niños afectados de esta falta los
caracteriza como deprivados. El segundo signo a establecer será el de si alguna vez existió o no para ese niño en
particular un marco familiar proveedor. En el primer caso (hubo un medio familiar que luego se perdió), “las bases de la
salud mental del niño quizás estén ya bien establecidas, de modo que la enfermedad provocada por la deprivación se
produjo en un período de salud”. En el segundo caso (nunca hubo un medio familiar proveedor) el niño “carece de toda
experiencia sana que pueda redescubrir en un nuevo ambiente y, además, puede haber existido un manejo tan
complejo o deficiente de la temprana infancia, que las bases para la salud mental en términos de estructura de la
personalidad y sentido de la realidad sean muy escasas”. De esta forma, la noción de deprivación ocupa un lugar central
en el pensamiento psicopatológico de Winnicott, y de ella han de desprenderse las categorías de conducta antisocial y
de esquizofrenia infantil. Veamos su distinción:

“La tendencia antisocial nace de una deprivación; la finalidad del acto antisocial es remediar el efecto de la deprivación
negándola. (...) Debe hacerse hincapié en que la tendencia antisocial está fundada en una deprivación y no en una
privación. Ésta última produce otro resultado: si la ración básica de ambiente facilitador es deficiente, se distorsiona el
proceso de maduración y el resultado no es un defecto en el carácter, sino en la personalidad.

La etiología de la tendencia antisocial comprende un período inicial de desarrollo personal satisfactorio y una falla
ulterior del ambiente facilitador (...). Es obvio que la deprivación no distorsionó la organización del yo del niño (psicosis),
pero sí lo movió a obligar al ambiente a reconocer el hecho de su deprivación”.13

D. W. Winnicott: (1970) Psiquiatría infantil, asistencia social y cuidado alternativo. (En: “Acerca de los niños”, Paidós, Buenos Aires, 1998). D. W.
Winnicott: (1950) El niño deprivado y cómo compensarlo por la pérdida de una vida familiar. (En: “Deprivación y delincuencia”, Paidós, Buenos
Aires, 1998). D. W. Winnicott: (1965) La disociación revelada en una consulta terapéutica. (En: “Deprivación y delincuencia”, op. cit.) D. Winnicott:
(1967) La etiología de la esquizofrenia infantil en términos de la falla adaptativa. (En: “Acerca de los niños”, Paidós, Buenos Aires, 1999).

Resumiremos las ideas hasta aquí plasmadas a través del siguiente cuadro:

Cuadro clínico Provisión ambiental Efecto de la falla en el psiquismo


Tendencia antisocial Existió y se perdió. Deprivación (afecta el carácter)
Esquizofrenia infantil Nunca existió Privación (afecta la personalidad)

Avancemos ahora en la forma en que Winnicott caracteriza a la esquizofrenia infantil. Para ello deberemos detenernos
un instante en las postulaciones de otro autor contemporáneo de Winnicott, y con quien él debatirá en torno a este
tema. A principios de los años ’40 el psiquiatra norteamericano, aunque de origen austríaco, Leo Kanner, establece un
nuevo cuadro clínico, el autismo infantil precoz. Lo considera un cuadro diferente de la esquizofrenia infantil, y lo
caracteriza como una afección psicógena en la que el niño es incapaz, desde el nacimiento, de establecer contacto con
su ambiente. Propone, a su vez, cinco grandes signos para reconocer esta patología:

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1. El comienzo precoz de los trastornos (desde los dos primeros años de vida).

2. El aislamiento extremo.

3. La necesidad de inmutabilidad.

4. Las estereotipias gestuales.

5. Los trastornos del lenguaje (el niño no habla, o bien emite una jerga desprovista de significado).

Después de haber postulado el origen psicógeno del autismo, Kanner va modificando sus hipótesis etiológicas hacia el
organicismo. Winnicott debate con estas postulaciones en varios textos. Tomaremos algunas de sus afirmaciones
propuestas en un trabajo leído en un congreso sobre “La psicosis en la infancia” llevadas a cabo en París en 1967.15
Winnicott criticará inicialmente la propuesta de Kanner de establecer, a través del término autismo, un nuevo cuadro
clínico. Como ocurrió con la esquizofrenia entre los pacientes adultos, el establecimiento de la categoría trae aparejado
por parte de los médicos una tranquilidad: ahora saben frente a qué cosa están, y dejan de preguntarse. “Esta afección”,
dirá Winnicott, “no tiene límites claros y creo que no debería considerársela una enfermedad”. Para él se trata de
manifestaciones infantiles que nos hablan de algo que no anda bien. Pero podría ser que luego el cuadro evolucione
favorablemente. En cambio, si sobre él se dictaminan categorías psicopatológicas, estas puedan traer como efecto
indeseado el estancamiento del cuadro. A su vez, la postulación de una etiología orgánica incrementará la resistencia,
tanto en los profesionales y en los padres de los niños autistas, de tomar en consideración la incidencia de los procesos
de desarrollo emocional del niño en el ambiente en que tienen lugar. Luego de estas críticas propone una serie de
puntos que considera centrales en su forma de encarar el tema:

a. No es conveniente encarar la etiología de estos cuadros en términos de regresión. Prefiere entenderlos como
organizaciones defensivas, surgidas para evitar la recurrencia de un tipo de angustia a la que Winnicott califica de
impensable.

b. Esta angustia impensable, de naturaleza muy primitiva, aconteció, como fenómeno vivido por el niño, en
períodos de extrema dependencia y confianza, antes de que se establezca una neta distinción entre el yo y el mundo.
Puede tratarse, por tanto, y como lo dirá Bettelheim, de una fortaleza vacía, o bien puede tratarse de un primer núcleo
del yo que se defiende de las condiciones y experiencias asociadas a este tipo de angustia.

c. Los factores etiológicos deberían buscarse en la incapacidad de la madre para identificarse con su bebé y
proveerle así lo que éste necesita, sumado a un odio inconciente de la madre hacia el niño, que la llevaría a actuar con él
a través de formaciones reactivas (entendidas como un efecto sintomático de un deseo reprimido).

d. La labor terapéutica con niños autistas debería consistir en una provisión ambiental que buscara restaurar el
statu quo ante, seguida de un prolongado período de confiabilidad que permitiera al niño recuperar su seguridad en el
ambiente, desmantelando sus defensas.

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Bruno Bettelheim y la Escuela Ortogénica de Chicago

A partir de su propia experiencia como prisionero de un campo de concentración16, Bruno Bettelheim elabora algunas
tesis interesantes respecto de la psicopatología infantil. Evocando estas experiencias describe lo que denomina una
"situación extrema", esto es una situación destructora que culmina en la deshumanización del individuo. Se pregunta
entonces si los autistas no han atravesado una situación extrema que los ha llevado a retirarse del mundo. Su objetivo
terapéutico, entonces, será crear un ámbito positivo que favorezca la reconstrucción de la personalidad, a partir de
vivencias que modifiquen el proceso psicótico.

Según Bettelheim, la causa que origina el autismo sería la correcta interpretación que el niño hace de los sentimientos
negativos (odio y rechazo inconsciente) de las personas que lo rodean, de los que por su inmadurez no puede
defenderse. Este sería el punto en el que conecta su teoría con las vivencias de los prisioneros, con la diferencia que en
el caso de estos últimos la amenaza es exterior mientras que para los niños autistas se trata de una realidad interna que
viven como la única representación posible del mundo. A esta conexión le suma otra experiencia que, entre1932 y 1938,
tiene con dos niños autistas que aloja en su propia casa. Con el fin de convertir esta convivencia en terapéutica acomodó
su hogar a las necesidades de los pequeños. Después de largos años de trabajo con niños psicóticos, Bettelheim había
comprobado que un medio ambiente institucional especial podía arrojar excelentes resultados en los tratamientos con
este tipo de pacientes. A partir de 1950 incluyó también a niños con diagnóstico de autismo en la Escuela Ortogénica
Sonia Shankman, dependiente de la Universidad de Chicago de la que fuera su director desde 1944 hasta 1990 (año de
su muerte). Los grupos nunca superaban los seis u ocho niños. Las herramientas básicas para el trabajo eran la escucha y
el respeto. La institución debía hacerse cargo del paciente en forma global y el terapeuta debía ofrecerse como objeto
permanente para que el niño pudiera estructurar su personalidad en torno a su imagen. En función a la idea de “rechazo
inconsciente” de los padres, a los que caracteriza como seres que sólo cubren las necesidades del niño, aun en demasía,
pero sin aportar el afecto requerido para su humanización, Bettelheim propone la separación del niño de su grupo
familiar y la sustitución del mismo por el dispositivto institucional. De este modo, su institución se convirtió en "un lugar
para renacer". Al igual que Mannoni se inspiró en el psicoanálisis, pero él se define como un humanista cuyo enfoque
psicológico existencial se centra en el sufrimiento y las necesidades de sus pacientes. Describe su trabajo y el de sus
colaboradores como el de humildes educadores. En oposición a lo que en general veía en otras instituciones propone
entrar en el mundo del niño en lugar de forzarlo a adaptarse al mundo adulto.

Bettelheim discutirá con Kanner el diagnóstico de esquizofrenia infantil y le opondrá a su teoría etiológica organicista
una causa psíquica.

Margaret Mahler.

Esta psicoanalista que desarrolló su obra fundamental sobre el autismo en los Estados Unidos en la década del ’50,
enrolada en los postulados de la Psicología del Yo, nació en Hungría en 1897. Estudió pediatría en Budapest, donde
conoció a Ferenczi, y viajó luego a Viena para formarse como psicoanalista. Con Aichhorn creo un centro de orientación
infantil. Se formó en los seminarios de Anna Freud, emigrando en 1938 a América. En 1957 crea un centro de ayuda e
investigación sobre los procesos de individuación y separación, uno de los puntos centrales de sus teorizaciones.
Rescataremos algunas de sus concepciones originales, sintetizadas en su artículo “Psicosis infantil temprana: los
síndromes simbiótico y autista” de 1965.17

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Puntuaremos primero, esquemáticamente, su teoría del desarrollo normal temprano, para luego analizar la forma en
que concibe la patología. Para Mahler, como para toda la corriente psicoanalítica norteamericana de la década del ’50, la
tarea fundamental del aparato psíquico es la de adaptarse a los parámetros de la realidad exterior compartida, tarea
que estará a cargo del Yo, el que a su vez se desarrollará a partir de pautas de evolución predeterminadas
biológicamente. Como el recién nacido presenta “un organismo inmaduro, casi puramente biológico, con respuestas
instintuales a estímulos (...), y sin un yo”, es imprescindible el auxilio externo de la madre. La empatía de ésta servirá a
los fines de crear una “unidad cerrada” madre – hijo. Las primeras semanas de vida son caracterizadas por Mahler como
una fase de “autismo normal”, en la cual “el pequeño no hace ninguna distinción perceptible entre realidad interior y
realidad exterior”. Esta fase será seguida (entre los 2 y 8 meses de vida aproximadamente) por otra, denominada
“simbiótica”, y en la cual “el pequeño va adquiriendo oscuramente conciencia de que lo que alivia sus tensiones (...)
procede del mundo exterior, en tanto que la acumulación penosa de tensiones procede de su interior”. Sin embargo,
aún en ésta fase el sí mismo del bebé y su madre se hallan fusionados. Paulatinamente, a partir del sexto mes de vida, se
irá instaurando el “proceso de separación – individuación, que culmina durante el segundo año de vida en un
desligamiento gradual de la simbiosis”.

Meses 0 2 6 8 12
Proceso de separación
individuación Separación SEPARACIÓN
FASE AUTÍSITCA FASE SIMBIÓTICA
SIN YO YO CADA VEZ MÁS DIFERENCIADO

Este simple esquema es homologable a los descriptos por Klein, A. Freud, Winnicott, al describir el primer año de vida.
Sin embargo, vemos que, en tanto éste último autor pone el acento en la capacidad de la madre para lograr el desarrollo
emocional del bebé a partir de su adecuación a las necesidades de éste, Mahler insistirá en la “madurez del sistema
nervioso central” como factor fundamental, y coincidiendo con L. Bender, postulará que la psicosis “consiste (o supone)
una falla funcional de la parte del sistema nervioso central que controla, gobierna e integra (en otras palabras, una falla
funcional del ‘yo’)”, reproduciendo de este modo las hipótesis de Bleuler. Tomando esa falla del sistema nervioso central
como hipótesis etiológica fundamental, lo que resta es caracterizar los diversos cuadros de psicosis infantil en función
del momento evolutivo en que eclosionan: “Repitamos mi tesis principal: creo que, desde los puntos de vista genético,
dinámico y estructural, la dificultad capital – la que parece cardinal – es la incapacidad del niño psicótico para utilizar el
yo materno exterior en la estructuración de su yo rudimentario”.

Tomaremos ahora de otro texto suyo18 las caracterizaciones de los cuadros de autismo infantil precoz y del síndrome
psicótico simbiótico. Autismo infantil precoz: “estos niños permanecen fijados (o por regresión retornan a esa fase) en la
fase autística de la vida uterina o (...) retornan a un estado fetal aún más arcaico de funcionamiento. Entre las
comprobaciones clínicas que corroboran la dinámica que acabamos de describir se encuentran la inadecuada
sensibilidad periférica al dolor y también signos que indican insuficiencia de la circulación sanguínea periférica. Junto con
esta característica deficiencia de catexia del sensorio se comprueba una falta de estratificación jerárquica de
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libidinización zonal. Esto es evidente por la relativa pobreza de actividades autoeróticas, y también por la facilidad con
que las posiciones libidinales pueden sustituirse unas a otras. En lugar de las actividades autoeróticas, estos niños
muestran hábitos autoagresivos, como golpearse la cabeza, morderse y dañarse de otros modos. (...) Como
consecuencia de esta falta de catexia del sistema perceptivo conciente, estos niños son completamente impenetrables a
la voz y a los mandatos de su madre; tampoco parecen ver a nadie, miran a través de uno. (...) La incapacidad de estos
niños de utilizar a la socia simbiótica les hace necesario hallar mecanismos sustitutivos de adaptación para sobrevivir, y
esas formaciones sustitutivas representan la sintomatología del autismo infantil precoz”.

Síndrome psicótico simbiótico: “representa una fijación o regresión al segundo estadio indiferenciado de la unidad
madre – hijo, que es el estadio de fusión simbiótica omnipotente delusoria con el objeto que satisface necesidades. (...)
El cuadro psicótico simbiótico se desarrolla la más de las veces con crisis de reacción catastróficas y de pánico que
jalonan su curso. A diferencia de la persistente impenetrabilidad de los casos autísticos, la anamnesis de estos psicóticos
simbióticos muestra inequívocos signos de una deficiente barrera contra los estímulos, una insuficiencia de la
contracatexia protectora del sistema perceptivo conciente, con hipersensibilidad, lábil homeostasis, crecida
vulnerabilidad del yo y daño de muchas funciones, en especial de la función defensiva represiva del yo. El más ligero
trauma adicional determina que el quebradizo y rudimentario yo se fragmente. (...) La falta de distinción entre el
proceso primario y el secundario, así como el predominio del principio del placer, persisten. La realidad interior y la
realidad exterior están fundidas a causa de la formación no cohesiva de los límites del sí mismo; de ahí que la frontera
simbiótica original común del sí mismo y el mundo objetal, del hijo y la madre, se conserve más allá de la edad
simbiótica, y que el yo no pueda cumplir las tareas evolutivas que determinarían mayor autodiferenciación y separación
de la madre. En consecuencia, estos niños no alcanzan la fase de separación – individuación, que en el niño normal es el
primer nivel de sentido (subjetivo pero importantísimo) de la entidad individual y la identidad”.

Autismo y simbiosis: dos perturbaciones extremas de la identidad” (1958), incluido en el libro ya mencionado.

Frances Tustin.

Esta autora inglesa de inspiración kleiniana, renovó las concepciones psicoanalíticas acerca del autismo a partir de la
década del ’70. Al decir de E. Roudinesco19: “Aportó en la década de 1970 una mirada nueva sobre la cuestión, al
proponer la clasificación del autismo en tres grupos: el autismo primario anormal, resultado de una carencia afectiva
primordial y caracterizado por una indiferenciación del cuerpo del niño y el de la madre; el autismo secundario de
caparazón20, correspondiente en términos generales a la definición de Kanner, y el autismo secundario regresivo, que
sería una forma de esquizofrenia basada en una identificación proyectiva21”. Al igual que Mahler, describirá una fase de
autismo primario normal, en la cual el niño tiene poca conciencia del mundo exterior como tal. La percepción inicial del
sí mismo se da en términos de “corriente de sensaciones”: “Al principio suele ocurrir que el cuerpo no parece existir
como tal sino sólo como un conjunto de órganos separados, tales como las manos, la boca, los brazos, el vientre”.22 El
infante normal logra superar este estado gracias a un paulatino proceso de integración, facilitado por sus disposiciones
innatas y por los cuidados prodigados por la madre. Comparte con Winnicott el valor que el medio posee en términos de
producción de autismo patológico, caracterizando como elementos etiológicos la falta (total o parcial) de cuidados
elementales. Estos también pueden deberse a incapacidades del niño, del tipo de la sordera, la ceguera, la incapacidad
mental. “Los pequeños necesitan de sus padres y, en particular, de una madre que se halle capacitada para soportar las
dificultades y frustraciones inevitables derivadas de su diferenciación del mundo externo, y asociadas a diferenciaciones

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intrapsíquicas. Los padres, o un miembro de la pareja que sea demasiado maleable, pueden impedir que los citados
procesos se desarrollen satisfactoriamente”.

Este proceso, similar al descripto por Mahler en términos de individuación – separación, es el que permite al niño salir
de la fase de autismo normal. Su impedimento determinará la aparición del autismo patológico (lo que puede
considerarse como una prolongación en el tiempo de las características del autismo normal, cuando éstas ya deberían
ser superadas y reemplazadas por otros proceso psíquicos). “Un tipo de crianza poco flexible y con características
posiblemente seductoras para el niño suele hacer que éste quede estancado en un estado de autismo durante un
tiempo indebidamente prolongado, pero cuando tropieza con el hecho incontrovertible de la separación física suele
sufrir una sacudida penosa. Esa sacudida suele llevarlo a desarrollar procesos autistas secundarios. (...) La expresión
acuñada por Winnicott de ‘maternaje lo bastante bueno’ resulta muy adecuada y útil. Los niños que no reciben una
crianza ‘lo bastante buena’ para ellos suelen desarrollar procesos autistas secundarios. En el caso de algunos, el
desarrollo de dichos procesos puede haber estado precedido por un estancamiento en la etapa del autismo primario
durante un tiempo anormalmente largo”.

También retoma de Winnicott la noción de “depresión psicótica”, ligada al concepto que definimos más arriba, hablando
de Winnicott, en términos de “angustia impensable”, aquella que acontece “cuando se produce una separación en una
época anterior al momento en que el bebé ha llegado a una etapa de su desarrollo emocional que pueda equiparlo de
manera adecuada para encarar esa pérdida”. Esta depresión puede configurar el punto en que se inicia la detención del
desarrollo emocional en los niños “atípicos”. La clasificación de los cuadros autistas llevada a cabo por Tustin, y
preanunciada en la citan anterior tomada de Roudinesco, supone:

1. Autismo primario anormal: es una prolongación anormal del autismo primario, que puede derivar en un Autismo
Secundario Encapsulado.

2. Autismo secundario encapsulado: “Este tipo de autismo se desarrolla como defensa contra la sensación de
pánico asociada a una separación física de características insoportables”. El niño desarrollará una diferenciación excesiva

entre el yo y el no yo, al modo de una barrera aislante. Este tipo de autismo se asocia con una interrupción del
desarrollo, y reúne la semiología descripta por Kanner bajo el rótulo de “autismo infantil precoz”.

3. Autismo secundario regresivo: a diferencia del anterior, su etiología se vincula con una regresión. El niño logra
ciertas pautas de desarrollo, aunque sobre bases muy endebles, manteniendo en muchos aspectos de su personalidad
características autistas que lo mantiene fuera del alcance de las influencias externas negativas. Se trata de un niño
pasivo, del tipo de los bebés “demasiado buenos”. “Llega un momento en que esa adaptación excesivamente
satisfactoria de madre y bebé entre sí (un bebé ‘modelo’ y una madre ‘modelo’) se torna insostenible. El desarrollo del
pequeño, basado hasta ese entonces en una relación artificial, se interrumpe por completo, y se produce una regresión
en la personalidad que ha logrado un desarrollo muy débil. (...) Una característica diferencial saliente de este tipo
regresivo de autismo es la huida hacia un mundo de fantasías estrechamente asociadas con sensaciones físicas”. Tustin
asocia este cuadro con la esquizofrenia infantil.

Una última caracterización diferencial de cada cuadro la lleva a plantear:

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En el autismo regresivo, antes de producirse la regresión el niño ha tenido conciencia de la separación física durante un
período prolongado. En el autismo encapsulado la separación se experimentó de manera sumamente dolorosa, luego de
lo cual se produce un “atrincheramiento” tras una barrera que les impide experimentarla nuevamente. En el autismo
primario anormal apenas han experimentado separaciones.

El autismo regresivo se asocia con desintegración, mientras que el encapsulado se asocia con una rápida integración a
partir de un estado previo de falta de integración. En el autismo regresivo los procesos de escisión excesiva fragmentan
el objeto y el yo. En los autismos primario anormal y encapsulado la dicotomía yo – objetos es anulada, o nunca se ha
establecido fehacientemente.

Maud Mannoni se ubicará en una encrucijada única en el campo del psicoanálisis con niños, ya que ha de recibir a la vez,
y sin que ello implique resistencias ni contradicciones, las influencias de la obra y la práctica clínica de Lacan, Dolto y
Winnicott. Analizante y discípula del primero, durante una década acompañará a Dolto en su consulta del hospital
Trousseau, mientras supervisa sus casos con Winnicott.

Para sintetizar sus aportes referidos a la patología grave en la infancia, reseñaremos la recapitulación que la propia
autora realiza acerca de su derrotero intelectual en el libro autobiográfico “Lo que falta en la verdad para ser dicha”25.

Comenzaremos con una cita que resalta el modo particular en que Mannoni entiende la relación entre el discurso
familiar y el surgimiento de síntomas en el hijo: “Por mi parte, he comenzado a atribuir gran importancia a la escucha del
drama familiar que envuelve al síntoma – hijo. Pues a menudo sólo es posible ‘curar’ al niño si el analista desplaza el
problema por el que los padres han venido a consultarlo. Así, lo que surge a veces en el revelamiento de una situación es
la enfermedad de uno u otro de los padres, ‘enfermedad’ que los trastornos del hijo cumplían la función de taponar. Por
eso, el niño por el que los padres consultan no deja de saber con qué precio va a pagarse su curación”. Esta premisa la
lleva a postular que “la indicación de cura no debe estar determinada por el síntoma que el niño presenta sino que debe
fundarse en el discurso colectivo proferido con respecto a este niño. Lo que hay que oír es, en efecto, la índole de la
demanda que se articula a partir del lugar de angustia que constituye este ‘niño que no es como los demás’, aquel que,
por medio de su síntoma, muy a menudo sirve para ocultar un drama familiar que lo desborda”. La noción de drama
familiar se presenta así como una forma de destacar el valor etiológico que posee el discurso familiar que funciona como
secreto (es decir, como discurso inconciente) para ese niño, comandando entonces la producción de síntomas. A
diferencia de las primeras analistas de niños que interpretaban los síntomas de estos como producciones de su “propio”
inconciente, ligado a la emergencia de pulsiones sexuales, Mannoni pensará este inconciente, a la manera de Lacan,
como un lenguaje que se articula a espaldas del niño, en una dimensión de “no sabido” que sin embargo resulta eficaz a
la hora de producir efectos sintomáticos.

En sus primeros pasos como analista recalará en varias instituciones: un externado médico – pedagógico para niños
débiles mentales y autistas durante los años 1963-1967, la clínica de Ville – Évrard en 1964, un asilo para esquizofrénicos
crónicos. De estas experiencias institucionales extraerá una serie de enseñanzas. Dirá acerca de ellas: “Solo un
cuestionamiento radical de la Institución puede sacar de dificultades a los psicóticos. (...) Influida por Winnicott, con
quien me encuentro regularmente en Londres, comprendo que ciertos jóvenes pacientes tienen ante todo necesidad de
un lugar donde tener de qué vivir afectivamente. Pues el análisis no es posible si primero no existe un mínimo de
seguridad en lo cotidiano de una vida”. Esta idea se hará cada vez más fuerte a partir de sucesivas experiencias de

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fracaso: el psicoanalista poco puede hacer por esos pacientes encerrados de por vida en instituciones de características
asilares. “Prisionera de la institución, siento ahora la dimensión de mi impotencia. Pacientes cuya internación se
remonta a 20 años atrás y que han hecho del manicomio su hogar, no desean salir de él”. Para ésta época, y por
recomendación del propio Winnicott, visita Kingsley Hall, la institución antipsiquiátrica de Laing en Londres. Las
experiencias de la antipsiquiatría, junto con la renovación que el lacanismo plantea respecto a los estándares de la teoría
psicoanalítica clásica, la empujarán a fundar una institución de características revolucionarias en las afueras de París: en
1969 fundará la Escuela experimental de Bonneuil. “Al crear Bonneuil, quisimos crear un lugar que rompiese con las
estructuras institucionales existentes, un lugar donde pudiese existir un espacio para la creación y la fantasía; un lugar,
por último, abierto al mundo exterior. (...) Muy pronto nos percatamos de que deberemos afrontar dos clases de
dificultades. Una de ellas reside en el riesgo de desembocar en estructuras de tipo asilar, por aceptar el anhelo de
ciertos pacientes (o de padres de pacientes): que nada cambie. Ahora bien, sólo el permanente cuestionamiento del
marco institucional (...) permite aminorar los riesgos de desviación hacia un modo de gobierno autoritario y de efectos
esclerosantes. (...) Una institución (...) corre siempre el riesgo de volcarse hacia una forma de totalitarismo que, tarde o
temprano, segrega la muerte. La otra dificultad con la que tropezamos fue dejar que se instalara en Bonneuil cierto
espontaneísmo cuyo principal peligro habría sido pulverizar los referentes analíticos que dan sostén a la palabra de los
asistentes, hasta el extremo de que los pacientes se quedaran sin apoyo”.

Dentro de éste marco de prácticas, ¿cómo concibe Mannoni la psicosis? “Él psicótico (y lo mismo sucede con el niño) es
traído al analista por aquellos que lo rodean. Por consiguiente, no se puede (...) hacer abstracción de la historia y de la
forma en que un sujeto testimonia en ocasiones, sin saberlo, los efectos de una simbólica falseada ya desde tres
generaciones antes. (...) Cuando la enfermedad estalla, en realidad lo que sale a la luz es un drama, un no dicho que se
pone a hablar en la violencia del síntoma (...). El sujeto sólo podrá reencontrar una palabra que le sea propia si indaga en
los vocablos que, en la sombra, transmitieron, cargaron, ocultaron la historia de una familia (las sustituciones secretas
de hijos, de padres, los muertos camuflados, las desapariciones no verbalizadas, etc.). Entonces, sólo al precio de abrir
los ojos (...) se hace posible un acceso al Yo a través de un proceso de desidentificación, es decir, de desprendimiento del
sujeto de un drama que es el de otro”.

Sintetizando, para finalizar, su postura, diremos que la patología en general se instala en el niño a raíz de un obstáculo
en la circulación de la palabra al nivel de las generaciones anteriores. El niño, sin poseer un saber conciente al respecto,
conformará su vida (su destino, sus identificaciones, su Yo) alienándose en las configuraciones que ese secreto familiar
le determinan.

La Escuela Experimental de Bonneuil - sur - Marne

A una hora del centro de París se encuentra la escuela experimental y hospital de día de Bonneuil - sur - Marne para
niños psicóticos y autistas. "Bonneuil", como simplemente se la llama, fue fundada en 1969. El equipo de contratados de
la institución está compuesto en su mayoría por analistas y artesanos, algunos maestros y unos pocos administrativos.

El movimiento antipsiquiátrico, la revuelta estudiantil de mayo del ‘68, Jacques Lacan y la teoría psicoanalítica fueron los
ejes de un proyecto que pronto se constituyó en una alternativa para "los diferentes" frente a la única opción posible
hasta entonces: el asilo.

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Hasta 1975, todos trabajan ad - honorem para dar forma a lo que dieron en llamar una "institución estallada". A partir
de allí, y debido a la imposibilidad de seguir sosteniéndose sin ayuda económica del Estado pasan a depender de la
Seguridad Social. Conservan, sin embargo, el carácter de institución "experimental" y anexan el status de Hospital de día,
con hogares terapéuticos nocturnos.

El estallido de la institución pretende romper con el modelo de funcionamiento propio de las Instituciones Totalizantes
que reproducen el accionar de las familias psicóticas. En lugar de ofrecer una permanencia, que inmortalice la
conservación de lo adquirido con fines de preservar la herencia recibida, se proyecta la concreción de diferentes polos26
que permiten a los niños construir sus propios espacios potenciales.

Los diferentes polos son: la escuela, los hogares familiares y los terapéuticos nocturnos, las familias sustitutas del
interior, las sesiones analíticas y los puestos de trabajo en París. Es precisamente en los trayectos entre los diferentes
polos que los niños de Bonneuil comienzan a estructurar sus propios espacios imaginarios, fallidos hasta allí como
consecuencia de sus cuadros patológicos. Con ese ir y volver reproducen - como en el juego del Fort-Da freudiano - un
espacio significante, en el que pueden perderse para darse la ilusión de renacer como sujetos, en el nivel de una
escansión presencia - ausencia. Pero, "a diferencia del juego del Fort-Da, no es la madre la que se va sino el niño el que
es puesto en la situación de abandonarla, y de irse de Bonneuil. El nacimiento de un sujeto pasa en cierto modo por la
ausencia imaginaria de un objeto y la marca significante que produce”. El movimiento permanente entre los polos
permite la manifestación lenta pero segura, de efectos de sujeto. Estos solo son posibles cuando se logra, a cualquier
precio, que el otro no los atrape como objetos de deseo. Se instaura de este modo una dialéctica en la que los adultos
de Bonneuil, contratados y residentes, buscan captar en el sujeto una dimensión deseante, que posibilite que los
jóvenes abandonen el terreno de la necesidad. A partir de los subsidios de la Seguridad Social, el recurso a la satisfacción
de necesidades es utilizado por lo general, como coartada para no vivir.

Dejar de ser rígidos objetos creados para convertirse en sujetos creativos, libres para pensar y crecer, es la propuesta
que los niños reciben al ingresar a Bonneuil. Sin embargo, la mira está siempre puesta en el exterior. El arte no es
considerado un medio o un instrumento para comprender, explicar o curar, sino como la opción menos estructurada
para el advenimiento de un sujeto deseante, que hasta allí vivía cobijado en un cuerpo muerto sin palabras.

La noción de institución estallada, que define y marca a Bonneuil, busca transformar el discurso instituido en torno a la
locura, sacando provecho de todos los hechos insólitos que allí ocurren. En lugar de ofrecer una permanencia rígida, el
encuadre libre y contenedor, propone aberturas, brechas que permiten el movimiento hacia el exterior y hacen que el
sujeto pueda preguntarse por lo que quiere. Vivir en la Escuela Experimental de Bonneuil - sur - Marne, implica
atreverse a comprobar que solo a partir de la emergencia de efectos de sujeto es posible encontrar, tal vez, una
respuesta diferente a la locura.

III. La debilidad mental

Como lo hemos reseñado en nuestra introducción, la categoría de Debilidad Mental ya ocupa un lugar en las primeras
clasificaciones psicopatológicas de principios del siglo XIX, las que, bajo el rótulo de Idiotismo, hacían referencia a
aquellos cuadros en los que predominaba el deterioro de las funciones de la inteligencia. En las nosografías de principios
del siglo XX fue rebautizada con el nombre de Oligofrenia (Kraepelin, 1913). A partir de la existencia de la enseñanza
obligatoria y del desarrollo de los test psicométricos se han establecido escalas que definen niveles de oligofrenia,
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clasificándose los retrasos en términos de “profundos”, “graves”, “moderados” y “ligeros”28. Dentro de ésta
clasificación suele designarse como “debilidad mental” a los casos encuadrados en el ítems “ligeros” o “leves” (Cociente
intelectual entre 50 y 75). “Para Binet y Simon es débil mental el niño que puede comunicarse verbalmente y por escrito
con los demás, y que presenta un retraso escolar de 2 años, si tiene menos de 9 años, o de 3 si tienes más de 9, siempre
que este retraso no sea debido a una insuficiente escolaridad. Cuando llegan a la edad adulta, su edad mental oscila
entre los 7 y 10 años”29. Será Morel uno de los primeros en plantear el vínculo etiológico entre la debilidad mental y la
degeneración hereditaria, entendiendo a aquella como uno de los últimos signos patognomónicos de la tara
degenerativa. Si bien en la corriente alemana de principios de siglo XX su teoría pierde potencia, el hecho de que
Kraepelin ubicara a las oligofrenias dentro del grupo de enfermedades endógenas mantiene sobre aquellas la sospecha
de degeneración. Por su parte, el psicoanálisis incluye tempranamente el problema de la inteligencia en relación con sus
hipótesis etiológicas. Ya en sus “Tres ensayos para una teoría sexual”, de 1905, Freud relaciona la “actividad
investigativa y cognoscitiva” con un tipo particular de pulsión, llamada “de saber” o “epistemofílica”, de carácter sexual.
En un texto posterior (“Un recuerdo infantil de Leonardo De Vinci”, de 1910), Freud sostiene: “muchos niños, quizá la
mayoría, (...) atraviesan a partir de los tres años un estadio que podríamos calificar de período de la investigación sexual
infantil. El deseo de saber no despierta, que sepamos, espontáneamente en los niños de esta edad, sino que es
provocado por la impresión de un suceso importante: el nacimiento de un hermano o el temor a tal posibilidad,
considerada por el niño como una amenaza de sus intereses egoístas. La investigación recae sobre el problema del
origen de los niños (...). Averiguamos así con asombro que el niño rehusa creer los datos que sobre esta materia le
suelen ser proporcionados; por ejemplo, la fábula de la cigüeña, tan significativa mitológicamente, y que este acto de
incredulidad inicia su independencia intelectual y a veces su oposición al adulto, al que no perdonará ya nunca su
engaño”. Retengamos, de este análisis freudiano, dos datos: en primer lugar, el planteo que vincula al nacimiento de la
curiosidad intelectual con el problema del origen de la vida, y por tanto, con la sexualidad humana. En segundo lugar,
que será a partir de estas primeras investigaciones que el niño conseguirá “iniciar su independencia intelectual”, lo que
nos indica que hasta ese momento, el niño depende intelectualmente de sus padres, que funcionan como Otros
omnisapientes.

En el mismo texto que estamos citando Freud concluye que la “investigación del origen de los niños tiene que fracasar
necesariamente y es abandonada con el convencimiento de que nunca conducirá a la solución deseada. La impresión de
este fracaso de la primera tentativa de independencia intelectual parece ser muy duradera y deprimente”. Ahora bien:
¿por qué es necesario que fracase esta primer tentativa? Freud responderá, en primer lugar, que el fracaso acontece
porque el niño no halla en su propia constitución sexual infantil las respuestas que lo conduzcan hacia una solución
satisfactoria. Pero a este argumento debemos sumar otro: el niño se niega, en ese período, a abandonar su teoría
“falocéntrica” para dar lugar a los efectos del complejo de castración (que, entre otras cosas, permite situar con más
justeza la diferencia de los sexos y el papel de cada uno en la procreación). Es decir que el niño abandona su
investigación por razones que podemos calificar de narcisistas, y en este sentido, al rechazar los datos de la realidad y
colocar en su lugar sus teorías sexuales infantiles (fantasías), abre el camino a la neurosis. De esta forma podemos
entender la afirmación siguiente, que sostiene que, a partir de este primer fracaso, la pulsión de saber puede seguir tres
caminos posibles:

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1. La inhibición neurótica, que suma a la represión acaecida sobre este primer brote de pulsión de saber, los
efectos posteriores de la educación, que generan una “intensa coerción religiosa del pensamiento”. En éste nivel Freud
habla de “Debilidad intelectual”.

2. La sexualización del pensamiento, es decir, un proceso por el cual la represión de la pulsión de saber fracasa y
“la investigación sexual reprimida retorna desde lo inconciente en forma de obsesión investigadora, disfrazada y
coartada, desde luego, pero lo bastante poderosa para sexualizar el pensamiento mismo y acentuar las operaciones
intelectuales con el placer y la angustia de los procesos propiamente sexuales”.

3. La sublimación, que permite escapar tanto a la inhibición del pensamiento como a su sexualización, eludiendo el
carácter neurótico de las dos alternativas anteriores. Se trataría de un cambio en los fines de la pulsión de saber, que
consiguen “desexualizarla”.Vemos, por tanto, que para Freud existe un fuerte lazo entre “debilidad mental” y neurosis:
la primera sería el resultado de la segunda, en términos de una “inhibición” de la inteligencia. La única salida posible
pareciera ser la sublimación. Varios autores post freudianos han de retomar esta idea, llegando a sostener que las
posibilidades de éxito en la escolarización irán de la mano de la capacidad sublimatoria del niño, y por el contrario, que
las dificultades intelectuales pueden hallar su raíz en las fijaciones edípicas del niño.

A partir de las propuestas de Lacan referidas al modo de entender el Complejo de Edipo30, es posible retomar un punto
que apareciera esbozado en los planteos freudianos. Nos referimos al tema de la “independencia intelectual”, es decir, a
los modos en que el niño logra desasirse del Otro entendido en este caso como lugar del Saber. Muchos teóricos
postlacanianos (entre ellos Robert Lefort) han planteado, en relación con la debilidad mental, un problema de este tipo:
así, la debilidad mental se entendería como la imposibilidad de quebrantar el lazo con un Otro omnipotente en materia
de saber, respecto al cual el niño débil funciona como un apéndice, que no logra nunca su independencia. No deja de ser
una nueva forma de encarar el problema de la castración, ahora entendida como “los efectos sobre el Otro”, es decir, su
barradura, hecho que implicaría el cuestionamiento de lo absoluto del saber del Otro, y que por lo tanto abriría las
puertas hacia la independencia intelectual del niño. En esta dirección, Maud Mannoni se ha interrogado acerca del
vínculo entre el débil mental y su madre. “En el enfoque del problema del atraso mental”, dirá31, “el psicoanálisis, sin
negar el papel del factor orgánico en muchos casos, no lo selecciona como una explicación radical. Todo ser disminuido
es considerado en principio como un sujeto hablante. Este sujeto no es el de la necesidad ni tampoco el del
comportamiento, y ni siquiera es el del conocimiento. Es un sujeto que por su palabra dirige un llamado, trata de
hacerse oír (aunque fuese a través del rechazo), y en cierto modo se constituye en relación con el Otro. A través de su
discurso le habla al Otro de sí mismo, de una manera mentirosa, patética, triste o vacía... poco importa. En el niño
atrasado, como en el psicótico, se requieren condiciones técnicas precisas para que ese discurso aparezca en la cura. En
efecto, se crea un tipo de relación con la madre tan peculiar, que uno no puede ser escuchado sin la otra”.

Más adelante agrega: “Sin saberlo, el sujeto confía en su discurso una forma peculiar de relación con la madre (o con su
sustituto). Su enfermedad constituye el lugar mismo de la angustia materna, una angustia privilegiada que por lo general
obstaculiza la evolución edípica normal. Este valor que la madre confiere a determinada forma de enfermedad es lo que
transforma a ésta en objeto de intercambio de un modo perverso, puesto que el niño, rechazando una verdadera
situación triangular, se escapa de ese modo simultáneamente a la castración. Hay pues una erotización de cierto vínculo
con la madre que puede ocurrir en los primerísimos meses de la vida del niño (...)” En estos planteos surge con fuerza la
siguiente hipótesis: las diversas deficiencias que pueda presentar un niño, tanto a nivel físico como psíquico, no
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determinan necesariamente su status de “débil mental”. Su “debilidad” ha de depender del lugar que aquellas
deficiencias ocupen en las fantasías maternas. Un niño con deficiencias puede, de todas formas, adquirir el status de
“sujeto” del que habla el psicoanálisis lacaniano. Pero ese status no está garantizado en cualquier caso; antes bien, es un
producto de las operaciones del complejo de castración. Y será en los avatares de éste complejo donde se juegue la
suerte del niño, en tanto pueda posicionarse como sujeto (avalado por el Otro), o quede alienado en el lugar de objeto
(sosteniendo, en este caso, la imposibilidad de barradura del Otro).

Autismo: un enfoque teórico

Los diferentes autores que profundizaron en el análisis del autismo destacaron como rasgo decisivo una alteración de la
percepción conciencia. Por Ej. Mahler señala una alteración del sensorium, mientras que P. Aulagnier describe una
alucinación sensorial, no objetal. Quizá, quienes más prestaron atención a este rasgo fueron Meltzer y Tustin. El primero
sostiene que en esta patología sobreviene una suspensión de la vida mental. Insiste en la carencia de la investidura de
atención, por lo cual los diferentes órganos sensoriales quedan adscritos al objeto más estimulante del momento.

El autor destaca también una percepción bidimensional, plana, aunque, cuando ocurre una mayor regresión, el proceso
patógeno puede culminar en percepciones unidimensionales, en cuyo caso la gratificación se confunde con la fusión con
el objeto, falta de toda actividad anímica y los sucesos no están disponibles para la memoria o el pensamiento.

Tustin, por su parte, alude a la estereotipia sensorial en que tales pacientes se envuelven. De tal modo, anulan la
conciencia y refuerzan la falta de atención hacia una realidad vincular. El paciente realiza ecuaciones sensoriales no
simbólicas, sobretodo a partir de percepciones autoengendradas.

Tustin y también Haag han hecho referencia a la importancia de los estímulos rítmicos en la producción de un encuentro
significativo, y destacaron una perturbación en este tipo de vivencia temprana en pacientes autistas. Marcelli y Decerf
prestaron atención a que la percepción inicial privilegia los contornos, el perímetro, antes que los rasgos. A tales rasgos
de la sensorialidad podrían agregarse otros como la viscosidad, los golpes, los estados de vértigo, la bruma, la escucha
estetoscópica o la visión eco o radiográfica. Tales percepciones, básicamente, pueden ser definidas por su función,
consistente en un apego desconectado, en el cual cada uno de los términos (adhesividad y no investidura atentiva
respecto del mundo sensorial) presupone al otro. En efecto, en estos pacientes la percepción opera más bien con una
función de ventosa, al servicio de la adhesividad, y ello resulta contradictorio con una investidura de atención del mundo
sensible, que entonces se vuelve diferenciado, y por lo tanto no apto para el apego. La pérdida del apego da lugar a
algunos estados de vértigo, mientras que otros derivan de un ataque a una percepción diferenciada, en el esfuerzo por
hacerla retornar a las condiciones en que se vuelve disponible para la adhesividad. Los golpes parecen derivar de una
trasmudación del estímulo sensorial que demanda atención, el cual es tomado como una intrusión violenta. La
viscosidad corresponde por un lado al complemento de la desinvestidura de lo sensible, y por otro al registro del propio
cuerpo (o el ajeno) como carente de formas diferenciadas, aunque (en el mejor de los casos) son discernibles rasgos
distintivos en términos de densidad y de ritmos. Las percepciones estetoscópicas y eco o radiográficas corresponden a
una captación de los estados intracorporales ajenos, y son el complemento del apego al objeto. Por fin, una viscosidad
que sustituye al suelo, así como los estados de bruma, corresponden (en las situaciones más desestructuradas) al modo
de manifestarse la pérdida de todo relieve en lo sensible, en lo cual sólo pueden emerger ciertos bultos, ciertas

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manchas, ciertos grumos carentes de otro matiz que no sea una densificación, una condensación de lo carente de toda
forma estable.

El universo sensorial

Anteriormente mencionaba una desinvestidura del mundo sensorial. En consecuencia, la incitación no despierta una
conciencia, no se crea cualidad, sino dolor, un drenaje económico. Cabe destacar que a menudo una incitación tiene
este valor de golpe no tanto por sus rasgos intrínsecos, como la sorpresa o la desmesura sino por el estado del sistema
que la capta, en el cual falta la investidura necesaria para cualificarla. Tenemos entonces: -por un lado, desinvestidura
del mundo sensible -más acorazamiento furioso que contribuye a que la realidad sensible se transforme en golpe Esta
captación de ritmos intracorporales ajenos se expresa como organización del mundo sensible en términos de frecuencia
que permiten homologar diferentes canales sensoriales (vista, oído y tacto, por Ej.), pese a su rico carácter diferencial,
cualitativo. Este tipo de captación sensorial puede ser entendido como formalización del mundo estimulante en
términos de frecuencias, de ritmos, con una función neutralizadora de la hipertrofia incitante y de la caída de la tensión
vital por un drenaje absoluto. Tal organización del mundo sensible, en que se desconsidera el carácter diferencial de los
estímulos a favor de la captación de frecuencias, de periodicidades, deriva del esfuerzo por establecer nexos con la
vitalidad pulsional ajena. En consecuencia, la audición capta borborigmos, latidos cardíacos, el funcionamiento
respiratorio, y, de la voz ajena, las vibraciones, las ondas, como un radar o un sonar.

Tales recursos sensorio-motores ligados con esta defensa de una economía pulsional permiten entender el valor dado a
los números en su calidad de representantes de un universo perceptual, entendido en términos de frecuencias. En tal
caso, una incitación mecánica constante puede hacer de sustituto de las frecuencias faltantes. Estas incitaciones si bien
pueden resolver problemas al aportar un cierto equilibrio económico, presentan dos inconvenientes. Por un lado,
interfieren en el proceso de complejización, al operar como punto de anclaje y fijación obturante de enlaces más
específicamente simbólicos. Por otro lado, si bien se erigen como barreras ante un trauma, luego pueden transformarse
en su sustituto, sea porque se acelere erógenamente la reiteración del recurso autoestimulante, sea porque se
transforme en vehículo desvitalizante, o bien por ambos caminos articulados. Tal fracaso en el uso de los recursos
antedichos, de la estrategia basada en el apego desconectado resulta una catástrofe reiterada. Entonces emerge la ya
descrita situación de drenaje económico desvitalizante, en que o bien el estímulo mundano es captado como un golpe, o
bien, como otra posibilidad, pueden aparecer los estados de vértigo. En los casos más extremos, inclusive, se combina la
falta de conciencia(inherente al aturdimiento al ser golpeado) con el vértigo, en cuyo caso se dan casos de mareo
inconsciente, es decir carente de cualidad, como en esas situaciones en que un niño es hecho dormir en medio de
incitaciones mecánicas en que se evidencia la falta de sostén. Ocurre entonces como en eso cuadros de Turner, en los
cuales en el punto culminante de la tempestad marina se disuelven los límites, las formas. Este vértigo puede ser
entendido como una de las formas iniciales de la angustia. El apego desconectado antes descrito puede expresarse bajo
la forma de un registro sensorial y de un espacio a los que podríamos categorizar por su viscosidad, en la cual se
pierde(o no se ha constituido) un relieve, un criterio diferencial.

La viscosidad también es representante de la superficie anímica dirigida hacia el mundo, pone de manifiesto una
desinvestidura de lo sensible con la percepción diferenciada y la inscripción mnémica.

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Fallas en la cualificación del afecto

Sentir un afecto cualquiera, por más que sea displacentero, implica establecer un nexo con la actividad pulsional (implica
un paso de la cantidad a la cualidad). Así el desarrollo del matiz afectivo depende de sentirse sentido, confiar en la
empatía del interlocutor. Los estados de “nada”, de vacío, que describe Tustin parecen corresponder a la situación de
depresión sin conciencia que estos pacientes procuran mantener e incluso extender a las actividades anímicas del
terapeuta, al inducir el mismo sopor que ellos padecen. Sólo luego del surgimiento de este primer tipo de cualificación
(trasposición del afecto al plano de la sensorialidad) se produce el despliegue de la atención psíquica. La atención
psíquica, activa, correspondería a los momentos en que surge una percepción diferenciada que amenaza conducir a una
crisis de vértigo (ya que es contradictoria con la adhesividad), mientras que la reflectoria parece inherente más bien al
apego desconectado. Por fin, en los estados de bruma, de viscosidad de vida pulsátil, predomina una claudicación global
del sistema atentivo, un vaciamiento anímico más radical. El carácter fugaz de la sensorialidad en juego deriva
básicamente de la precariedad de la investidura de atención dirigida hacia el mundo sensible, salvo en cuanto a la
captación de frecuencias organizadas en torno de ciertos núcleos numéricos, contrapuestos a una periodicidad carente
de significación, como números que no permiten anclaje alguno. En otras ocasiones falta inclusive la captación de
frecuencias y la consiguiente atención reflectoria, porque no se da un mínimo de investidura del mundo sensible.
Entonces el estado abúlico adquiere un grado máximo como sopor profundo, como estado hipnótico duradero.

En el autismo se mantiene la investidura sólo de frecuencias. Tal desenlace clínico se vincula con un estado de parálisis
anímica que deriva de que resultó imposible ligar dichas frecuencias con estados afectivos, el primer tipo de
cualificación psíquica.
Varios autores, entre ellos Meltzer hacen referencia al desmantelamiento, al que describen como un mecanismo pasivo
de desmentalización, relacionado con la desaparición de la conciencia. A ello le agregan un mecanismo activo de
identificación adhesiva, mediante el cual el autista pretende organizarse. También Mahler aludió a la desinvestidura del
sensorium. Aludió además a la autodestrucción como modo de tener cierta conciencia de estar vivo. Tustin, por su
parte, describió unas maniobras autistas para crearse sensaciones autoengendradas.

Podemos distinguir entre mecanismos patógenos desconstituyentes y otros que corresponden a un esfuerzo de
restablecimiento. Entre los primeros se halla el desmantelamiento, y entre los segundos se encuentran la identificación
adhesiva, las maniobras autistas e, inclusive, la autodestrucción.

Resulta más importante el análisis del mecanismo desestructurante:

En el autismo la desestimación se dirige contra el sentir, a aquel elemento anímico creado como algo diverso respecto
de lo previo: el afecto (primer elemento que aparece en la conciencia) El afecto sobre el cual recae la defensa es
sobretodo el dolor y, en lugar de sentir este sentimiento aparece la apatía, el sopor.

Por momentos el terror o la furia aparecen sin cualificación; en su lugar aparecen o bien un estado de parálisis con sudor
frío o bien una tensión muscular acompañada de taquicardia. El primero de tales estados corresponde a los procesos
económicos del pánico, y el segundo, a los de la furia, pero en ambos casos despojados del matiz afectivo. En otros
momentos, en cambio, tales afectos acceden a la conciencia, bajo la forma de la ira y el pánico con una tendencia a
desembarazarse de tales afectos, y no de procesarlos psíquicamente. El pánico sobreviene cuando el paciente supone
que el otro de quien depende lo ataca y la furia cuando supone que lo abandona anímicamente.
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Bibilografía.

Freud, Sigmund, Tres ensayos para una teoría sexual, Ed. Biblioteca Nueva, T II, Madrid, 1973. ““, El yo y el ello, Ed. Biblioteca Nueva, T III, Madrid, 1973. Más allá del
principio del placer, Ed. Biblioteca Nueva, TIII, Madrid, 1973. , Proyecto de una psicología para neurólogos, Ed.Biblioteca Nueva, T I, Madrid, 1973. TORRES, E y
AVENBURG, R. (1977). "Reflexiones metapsicológicas sobre el afecto" Laplance-Pontalis, Diccionario de psicoanálisis, Editorial Labor, Barcelona, 1971 (Primera
edición) A.E. 18 S.E. 18 Freud (1926d) {Inhibición, síntoma y angustia} A.E. 20 S.E. 20 Freud (1927d) "El humor", en A.E, Vol. 21, S.E. 21 Freud (1931a) {"Tipos
libidinales"} A.E. 21 S.E. 2 Freud (1940e [1938]) "La escisión del yo en el proceso defensivo", en A.E, Vol. 23. S.E, 23 F. Tustin: (1972) Autismo y psicosis infantiles.
(Paidós, Barcelona, 1984). Capítulo 5. D. Winnicott: (1958) Collected Papers (citado por Tustin en la obra comentada).e. Maud Mannoni M. Mannoni: (1988) Lo que
falta a la verdad para ser dicha. (Nueva Visión, Buenos Aires, 1992) D. Winnicott: (1958) Collected Papers (citado por Tustin en la obra comentada). M. Mannoni:
(1967) El niño, su enfermedad y los otros. Apéndice 1: “La debilidad mental cuestionada”. (Nueva Visión, Buenos Aires, 1998

Meltzer, D.: "Identificación Adhesiva", en D. Meltzer y otros, Exploración del autismo, Buenos Aires, Paidós, 1979. Tustin, F.: Estados autísticos en los niños, Buenos
Aires, Paidós, 1987. TUSTIN Autismo y Psicosis Infantil en 1972. Destinos del placer, Aulagnier, Piera. Paidós “Tres ensayos para una teoría sexual” Sigmund Freud.
Obras completas. Editorial Amorrortu. “Neurosis y psicosis” Sigmund Freud. Obras completas. Editorial Amorrortu. “La pérdida de Realidad en la neurosis y en la
psicosis” Sigmund Freud. Obras completas. Editorial Amorrortu. “Más allá del principio del placer” Sigmund Freud. Obras completas. Editorial Amorrortu. “La familia”
Jacques Lacan. Editorial Argonauta. “Dirección del la cura” Escritos. Jacques Lacan. Editorial Siglo XXI. “Seminario IV: La relaciones de Objeto”. Jaques Lacan. Editorial
Paidós. “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” Escritos. Jacques Lacan. Editorial Siglo XXI. “Seminario XXIII: Le sinthome”. Jaques Lacan.
(Inédito) “El niño y su madre” Eric Laurent. El analiticón 1. “Estabilización en la psicosis” Eric Laurent. Editorial Manantial. “¿De qué sufren lo niños? La psicosis en la
infancia” Silvia E. Tendlarz. Lugar Editorial. “La intervención psicoanalítica en la psicosis” (compilador) Hugo Svetlitza, autores varios. Letra Viva Ediciones. “Estudios
sobre las psicosis” Colette Soler. Editorial Manantial. “Autismo y paranoia” Colette Soler – en autismo y psicosis infantil. Margen Analítico. Letra Viva. “¿Un dispositivo
institucional para la psicosis de la infancia?” Anibal Dreyzin. Margen Analítico. Letra Viva. “El niño, su enfermedad y los otros” Maud Mannoni. Editorial Manantial.
Maud y Octave Mannoni: El estallido de las instituciones. (Cuadernos S. Freud, Buenos Aires, 1973)

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