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24/10/2017 “Son cosas de niños” y otras frases que usamos para no ver el acoso | Mamás y Papás | EL PAÍS

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“Son cosas de niños” y otras frases que usamos para no ver el acoso
Es necesaria una reflexión profunda, una revisión de los modelos en los que educamos a
nuestros hijos
OLGA CARMONA

14 DIC 2016 - 15:44 CET

Un niño increpa a otro menor. CORDON

Con alarmante frecuencia asistimos a la noticia de un niño o niña hospitalizado como consecuencia de haber sido
víctima de maltrato escolar o bulliyng.

Hace falta llegar a extremos donde está en juego la vida del niño, ya sea por una paliza o por un fallido intento de
suicidio, para que motivados por el horror y la incomprensión, reflexionemos sobre el crónico discurso: “Cosas de
niños”, decimos los adultos mientras miramos para otro lado. “Toda la vida ha sido así”, “siempre hubo y siempre
habrá fuertes y débiles”, “ tú no te metas”, “si te pegan, devuélvela”…

Un empujón repentino y repetido. Un insulto al entrar en el aula, una risa burlesca con el dedo que señala, un
apodo humillante… se llama violencia. Se llama maltrato entre iguales.
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En palabras de la ONG dedicada a la infancia Save the Children: "La violencia contra la infancia se define como la
acción o la omisión que produce daño y que se da en una situación de indefensión o desequilibrio de poder". El
bullying es el maltrato físico y/o psicológico deliberado y continuado en el tiempo que recibe un niño o
adolescente por parte de otros, con el único objetivo de dañarle y someterle, a fin de lograr un objetivo
determinado o simplemente por satisfacer el impulso violento del agresor. Puede implicar silencios, amenazas,
agresiones físicas, burlas, rechazo, exclusión. Suele estar iniciado y liderado por otro niño y seguido por un grupo
de cómplices necesarios. Unos forman parte activa, siguiendo las instrucciones del agresor, mientras que el resto,
la inmensa mayoría, prefiere mirar para otro lado para “no meterse en problemas”. La víctima se siente sola y muy
indefensa, mientras los adultos de referencia, es decir, padres y profesores restan importancia a las quejas del
niño agredido o ni siquiera llegan a saberlo.

Es cierto que el acoso escolar lo ha habido siempre y que las causas no han variado mucho con el tiempo, se suele
atacar la diferencia: el que lleva gafas, el gordito, el estudioso, el frágil. Sin embargo, las estadísticas hablan de un
considerable aumento de los casos y de una nueva forma de acoso que solo puede darse ahora y que no deja
escapatoria a la víctima: el ciberacoso.

Las causas del bulliyng son múltiples, por ejemplo, los entornos socioeconómicos y culturales precarios son más
propensos, la exposición de los niños y adolescentes a contenidos audiovisuales violentos, la ausencia de los
padres en la educación o la presencia de padres violentos… simplificando mucho la principal causa que propiciaría
la aparición de la conducta violenta es la educación basada en la ausencia de límites, básicamente punitiva a
través de la cual se castiga mediante amenaza, intimidación o directamente agresión física, y con la cual el niño
interioriza que la violencia es un modo aceptable de lograr un objetivo.

Un niño educado con violencia física o psíquica aprenderá de forma inconsciente a normalizarla y sin duda alguna
la ejercerá sobre otros.

El agresor no ha aprendido a ser empático, ni ha sido educado en la ética y los valores necesarios para el respeto a
la diferencia, suele tener una autoestima muy frágil y necesitada de reforzadores externos (de ahí la exhibición del
maltrato). Tiende a ser impulsivo, egocéntrico, con malos resultados académicos y es estadísticamente más
probable que proceda de un entorno socio cultural bajo.

Como educadores y padres debemos estar atentos a una serie de síntomas a través de los cuales podemos
detectar que un niño está siendo víctima de acoso:

Cambios en su conducta tales como ansiedad, tristeza, irritabilidad, apatía, insomnio, pesadillas,
verbalizaciones de culpa, conductas de huida, pérdida de autocontrol, llanto frecuente, rechazo a asistir al
colegio, descenso brusco del rendimiento escolar, somatizaciones tales como dolor de cabeza, estómago,
  ganas de vomitar.    

Pierde o trae el material escolar deteriorado (mochilas, estuches, etc.…) de forma frecuente.

No quiere asistir a excursiones ni actividades del colegio.

No se relaciona apenas con sus compañeros.

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Las consecuencias del acoso escolar son devastadoras. Solo trascienden a la opinión publica aquellos casos que
terminan en el hospital o en el cementerio, no el resto, el que sobrevive al maltrato con secuelas, en algunos
casos, de por vida. Secuelas que destruyen la autoestima de la víctima afectando a su rendimiento escolar, a sus
relaciones presentes y futuras, a su visión del mundo. La mayoría de los niños que han sufrido acoso escolar
presentan Trastorno por estrés postraumático (TEPT), Ansiedad Generalizada, tendencia a la depresión… Hay que
añadir que los efectos no se quedan en el presente de la víctima, contaminando de forma irreversible su infancia,
sino que trascienden a su vida adulta como ya demuestran numerosos estudios longitudinales, los cuales
concluyen una correlación entre el estrés sufrido por el acoso escolar y la tendencia a enfermar de forma física
(enfermedades metabólicas y cardiovasculares) y también psiquiátrica tales como trastornos de alimentación,
abuso de alcohol y otros tóxicos, depresión e incluso algunos tipos de cáncer.

Es necesaria una reflexión profunda, una revisión de los modelos en los que educamos a nuestros hijos. Son
excepcionales aquellos casos de acoso donde el agresor tiene una personalidad disfuncional o un trastorno
psiquiátrico. En la mayoría de los casos son una representación del síntoma, la punta del iceberg de una sociedad
desconectada, individualista y egocéntrica que educa en la filosofía del “no es asunto mío” y que busca la
comodidad por encima de cualquier otro valor. Una sociedad que deja solos a los niños para que nos los eduquen
otros, que no tiene tiempo para ellos, que vive incomunicada para sí misma y para los demás y que ha normalizado
sutiles formas de violencia como medio para lograr un fin.

Quiero terminar con unas palabras rescatadas de la carta que Diego, de 11 años les dejó a sus padres antes de
suicidarse víctima de acoso escolar:

“Por favor, espero que algún día podáis odiarme un poquito menos”.

mamasypapas@elpais.es

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