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FUNDACIÓN

GLOBALIZAR
CENTENARIO DEL TRATADO DE VERSALLES

1919 -2019
Tomás López – Licenciado en Relaciones Internacionales
Universidad Champagnat – Mendoza.
¿Qué fue el Tratado de Versalles?

El día 28 de junio del año 1919 se firmó el tratado de Versalles. Si


bien la Primera Guerra Mundial había concluido informalmente hacía
meses con el armisticio de noviembre de 1918, fue el documento
culminante de un proceso de lucha incesante. La firma se produciría
exactamente cinco años después del asesinato del archiduque
Francisco Fernando de Austria.

El tratado de Versalles fue el último de una serie escritos y


firmados con las otras potencias vencidas: El Imperio Austrohúngaro;
Imperio Otomano y el Reino de Bulgaria.

Este documento fue el puntapié inicial a la creación de la Sociedad


de Naciones (con Alemania excluida de su participación), antecedente
directo de Naciones Unidas. La misma pretendía ser arbitraria en
disputas internacionales para evitar futuras guerras. Alemania no
sería permitida para formar parte de esta.
Una vez que los imperios centrales perdieron la guerra, este tratado
implicó para Alemania no sólo su derrota, su desmembramiento
territorial y la aceptación de una deuda de guerra de 33 mil
millones de dólares, sino también un desarme casi total del ejército
y la flota. Por su parte, una de las más importantes y controvertidas
disposiciones del tratado estipulaba que Alemania estaba obligada a
aceptar la responsabilidad de haber iniciado la guerra. El pago
final de la deuda fue llevado a cabo en octubre del año 2010,
noventa y un años después de finalizada.

Dos tipos de cláusulas fueron los ejes principales del tratado: 1) Las
territoriales. Comprendía regresar Alsacia y Lorena a Francia. Por
otra parte, las provincias de Eupen y Malmedy debían pasar a manos
de Bélgica; Posnania y Alta Silecia se anexionaron a Polonia, el
nuevo estado. La parte septentrional de Schleswig-Holstein pasó a
control danés. Perdería también todo derecho sobre sus colonias y la
imposibilidad del Anschluss (la unión entre Alemania y Austria).
Para el final la pérdida territorial de Alemania significó casi el
13% de su totalidad y un 10% de su población. 2) Las militares. Obligó
a que casi la totalidad de las fuerzas armadas germanas fueran
confiscadas y almacenadas en una base británica (la base Scapa
Flow). Por otra parte, debían comenzar la desmilitarización en zonas
afectadas (Renania) , ya que debían limitar su ejército a 100 mil
hombres. Para finalizar, debían asumir la total responsabilidad de
la restauración económica de los países vencedores de la contienda.
La Conferencia de Londres de 120 determinó que $140 millones de
marcos-oro sería la indemnización que debía abonar en distintos
porcentajes estipulados en la Conferencia de Spa de ese mismo año: a
Francia (52%), Gran Bretaña (22%), Italia (10%) y a Bélgica el (8%).

Para Austria, otro derrotado en la contienda, no pasaría


desapercibida su sanción a mano de los países ganadores. Se vio
obligada a reconocer la independencia de Polonia, Checoslovaquia,
Yugoslavia y Hungría, y a reducir su territorio a un pequeño país
del centro de Europa.
Emilia Cepparo – Tesista por la Lic. En Relaciones Internacionales
Universidad de Congreso – Mendoza.
Aprendizajes del Tratado de Versalles

Este Tratado, que intentaba evitar que Alemania mantuviera un papel


hegemónico y pudiera iniciar un nuevo conflicto a escala mundial,
ilustra claramente la defensa que cada país tuvo de su interés
nacional por sobre uno común. Uno necesario para evitar una Segunda
Guerra Mundial.

Lejos de promover una paz duradera, negociando alrededor de


intereses comunes y no posiciones, se excluyó y culpó de la guerra a
Alemania. Esta decisión del resto de los países europeos para con
Alemania se tornaría posteriormente una amenaza para el continente.
El apartado país buscaría volver a constituirse como una potencia y
vengar la humillación a la que había sido sometida con el Tratado
de Versalles, objetivo que abriría camino a pensamientos extremistas
y totalitarios. La revisión de este documento representó una
plataforma que le dio fuerza a los partidos de extrema derecha
alemanes.

Este importante Tratado no ayudó a resolver las disputas


internacionales que dieron origen a la Primera Guerra, objetivo
principal. Por el contrario, con las posiciones radicales que cada
uno de los países participantes tomó, impidió cualquier tipo de
cooperación entre países vecinos.

La paz a la que se llegó a través de la firma del Tratado fue un


gran engaño. Alemania no quedó reconciliada. De hecho quedó mucho
más fuerte desde el punto de vista geopolítico. El alejamiento de
Rusia hacia el Este había retirado a este país de las fronteras
alemanas y Francia ya no podía contar con esa potencia para
contener a Alemania.

A cien años de la firma de este Tratado podemos decir que la Unión


Europea es el resultado de una dolorosa historia transitada por
Europa en el siglo pasado. La unión hace a la fuerza y ahora en el
viejo continente rige la fuerza y el peso de la ley. Ya no la ley del
más fuerte. Por difícil que parezca, no existe otro modo que
solucionar las diferencias a través del diálogo y la negociación, de
pensar en un largo plazo. Aprendizaje que llegó luego de las
catastróficas consecuencias de la firma del Tratado de Versalles que
marcarían a Europa para siempre: el nazismo y la Segunda Guerra
Mundial.
Enrique Villalobo - Periodista del Diario El Ciudadano y
Colaborador en Temas Internacionales de la Fundación Globalizar.

Los Costos y el período entreguerras

El 28 de junio se cumple un siglo de la firma del Tratado de


Versalles, pocos meses después del cese de las hostilidades de la
Gran Guerra. Lo que se creyó que era el cierre de una era trágica en
Europa y el mundo se transformó en la incubadora de otra espantosa
tragedia que enlutó y avergonzó a la humanidad.

La disputa entre potencias que se pugnaban por mantener la


supremacía (o un lugar seguro en un capitalismo que empezaba ver
frenada su expansión por un lado y el agotamiento del sistema
basado en la explotación colonial) estalló con un atentado que
prácticamente daba por concluida la sucesión en imperio
desvencijado. La excusa de Austria-Hungría para atacar Serbia estaba
servida y así desatar la catástrofe. La Alemania de los Kaiser, uno
de los capitalismos industriales más desarrollados bostezó y se
desperezó chocando con los bordes de otras potencias que ya
avizoraban el fin de la belle epoque económica. Una Francia
atravesada por duros cuestionamientos políticos no superados
después de la derrota de Napoleón III, a los que se sumaba el avance
de las fuerzas de izquierda. Y una Rusia cruzada por la inminente
caída del zarismo y la explosión mundial que significó la
Revolución Bolchevique.

Los cuatro años de muerte y dolor no cambiaron las cosas al cabo de


la contienda, el bando vencedor, que había impuesto su poder
económico con recursos bélicos y humanos, impuso condiciones tan
extremas en un escenario internacional inestable, que la disputa
on{ísica y ecnmólica re “cnmsalimó” cnm tma cqeciemse gteqqa
ideológica.

Veamos por qué. La derrota alemana y austríaca con el colapso de sus


sistemas institucionales dejó un vacío que la debilidad de las
repúblicas que les sucedieron no pudieron llenar en medio de una
inestabilidad cada vez mayor en un escenario convulsionado por la
influencia de las izquierdas, influidas por la Revolución Rusa, y el
huevo de la serpiente que estaba latente en los nacionalismos que
habían sido heridos y humillados por los vencedores.

Francia y el Reino Unido reciben la rendición ya no del Imperio


Alemán sino de la República de Weimar, en un vagón de tren en el
bosque de Compiegne, y posteriormente pergeñan un tratado que
impone excesivas sanciones a las potencias derrotadas: más que
reparar el daño causado por una guerra impulsada por gobernantes
que ya no estaban, éstas cayeron sobre los pueblos que habían puesto
su vida y su sangre en una guerra completamente inútil para ellos.

Francia y el Reino Unido seguidas por un corifeo de decenas de


naciones le imponen condiciones humillantes sobre sus territorios
continentales y de ultramar, la prohibición de tener una fuerza
militar digna, la entrega de parte de su producción industrial y
agropecuaria y el pago de sumas imposibles de afrontar. Ese tratado
firmado en el Salón de los Espejos del palacio de Versalles no fue
ratificado por el senado de Estados Unidos y por lo tanto ese país
no formó parte de esa ficción diplomática en que se transformó la
malhadada Sociedad de las Naciones.

A la desazón de una nación vencida, en la que no germinó la idea de


revolución obrera y libertaria que traían los vientos desde la
Rusia comunista, se sumaba la creciente crisis económica producto de
la destrucción de gran parte del aparato industrial, la pobreza, el
desempleo y la pérdida de su moneda con la hiperinflación de 1923
que hacía imposible las transacciones más básicas de la economía.

Al mismo tiempo que las izquierdas se dispersaban, en el subsuelo


surgía la respuesta que para muchos sonó a canto de sirenas. Si no
daba soluciones la propuesta socialista se iba a imponer la
tentación de grandeza y reivindicación que prometía una derecha
inspirada en glorias del pasado que construía una nueva mitología
que resolvía los problemas con simplificaciones que habrían de
resultar trágicas.

Devino entonces la explosión económica mundial de la gran


depresión efecto de la crisis de 1929, ese terremoto con epicentro en
quienes parecían la economía más sólida representada en la Bolsa de
Nueva York. La desesperanza cundió a escala planetaria pero en esa
Europa desmoralizada hizo surgir desde la nada la idea de la
reivindicación nacionalista a costa de la opresión y la
intolerancia.

El partido Nacionalsocialista Obrero Alemán de la mano de un


hierático y conflictuado personaje surgido de los márgenes de la
política, el austríaco Adolfo Hitler, prometió atacar uno de los
factores más evidentes de la crisis, el desempleo, y con ello devolver
el bienestar a los trabajadores. Hubo sí un resurgir económico que le
devolvió cierto latido vital a los alemanes, pero el precio fue la
entrega total de cualquier atisbo de libertad y disidencia. Y como
factor catalizador el odio y la discriminación a un enemigo
supuesto, el pueblo judío primero y todos los distintos y
contestatarios después.

Alemania sola no alcanzó para ejercer la furia asesina del nazismo


por lo que se extendió a casi toda Europa y parte de África en una
Guerra Mundial que además de no terminar de cerrar sus cicatrices,
le dejó al mundo secuelas de las que todavía no se ha liberado.

El desmesurado castigo a los vencidos impuesto por Versalles, no


aseguró de ninguna manera la paz, por el contrario empezó a desatar
otra tragedia más grande.
Ulises Addamo – Analista Internacional – Columnista en CNN Mendoza.
El gran costo de Versalles: La fragmentación de la institucionalidad
100 años después.

Apte{ “acteqdn fa{{idn de qeoaqsicióm de carsignr, qeoaqacinmer y


trtqa” pte, cnln biem ya re ha deraqqn{{adn em e{ aoaqsadn amseqinq,
desencadenó en 1939 la mayor conflagración en la historia de la
humanidad: La segunda guerra mundial; nos remite a una serie de
reflexiones tras el paso de una centuria desde la firma del Tratado.

Una espiral cíclica de crisis económica y desconfianza creciente en


un sistema que se muestra incapacitado para resolver los problemas
cotidianos de la ciudadanía recobran vigor en estos días; en
consonancia con un resurgimiento y expansión en gran parte de
Europa de un patriotismo ultranacionalista de tinte xenófobo. La
“delnmizacióm” de {nr lár onrseqgadnr em {a erca{a rncia{ {nr
emsqnmiza cnln {nr “onqsadnqer” de gqam oaqse de los males que
apteiam a rtr “uecimnr de leinq oaraq” y {nr exonmem cnln
responsables de los déficits que arroja el gasto del Estado. A su vez,
el desprecio hacia las clases dirigentes por su desconexión con la
realidad social y por su carencia patológica para resolver la
agenda social profundiza el descreimiento para con las
imrsistcinmer y fnqsa{ece e{ aduemiliemsn de figtqar “leriámicar”
con una retórica cimentada en el rechazo y el direccionamiento de
“ct{oar” pte aotmsam a {nr pte mn rnm heqedeqnr de la tradición
histórica y cultural de una comunidad en particular.

Paradójicamente, este diagnóstico actual muestra grandes semejanzas


cnm e{ cnmsexsn de hace k00 añnr em e{ “uiein cnmsimemse” sqar {a
firma del armisticio, el 11 de noviembre de 1918.

Hoy, en un mundo que ya mira con ojos distantes el sistema bipolar


de la pos-segunda guerra; el debate, cargado de contradicciones, sobre
la soberanía nacional y la geopolítica vuelve a ser protagónico.
Estamos en una época donde, a causa de la dinámica de cambio
errático y fluctuaciones del sistema internacional, los acuerdos
basados en la suma y congruencia de intereses priman sobre las
clásicas alianzas ideológicas y culturales pero que, pese a las
diferencias estructurales, el contexto moderno sazona ese caldo de
cultivo que caracterizó a los años 30.

La insatisfacción generalizada de muchos habitantes los ha


acercado a una propuesta que seduce desde una vertiente carismática
y autoritaria que pregona desde su base el desarrollo económico y
rncia{, de sion “macinma{”, em rtr qeroecsiunr oaírer. La caqsa de
presentación son hombres enérgicos y decididos que emulan, salvando
las diferencias retóricas, a sus antecesores de los años de
entreguerras; utilizan un credo con vocablos que versan sobre
“qegemeqacióm”, “ra{uacióm”, “arcemrn” n “tmidad macinma{”;
justificando políticas estatales de protección, aislacionismo y
asistencia social en una época de crisis generalizada.

La disputa del poder es ahora en las urnas. Sin embargo, tras 100
años, la estrategia es prácticamente la misma: aprovechan el
desgaste y los fracasos de los sistemas políticos liberales y las
consecuencias de las crisis económicas, sembrando miedo, odio y
rechazo; escudándose en un patriotismo ultranacionalista de bandera
que señala un camino de qeiuimdicacióm y oqngqern oaqa sndn “apte{”
que elija creer sin cuestionamientos.

Er arí pte Dnma{d Tqtlo “qeuiuió e{ rteñn aleqicamn”. Massen Sa{uimi


er e{ mteun “céraq” em Isa{ia. Vijsnq Oqbam er e{ qefeqemse de {nr
movimientos de extrema derecha de Eurooa de{ Erse. Lnr “cha{ecnr
alaqi{{nr” alemazam a Ellamte{ Macqnm y qe{amzam {a figtqa de
Marine Le Pen. El fracaso del proceso del Brexit posiciona al
“etqnercéosicn” Bnqir Jnhmrnm cnln e{ onrib{e keq limirsqn bqisámicn.
Ptsim er e{ “héqne” imdirctsidn pue devolvió a Rusia su vieja gloria.
Maduro logró traccionar al pueblo venezolano a la peor crisis de su
historia y el turco Recep Erdogan borra, sin resistencia, el legado
laicista del gran Kemal Ataturk con la promesa de recuperar la
grandiosidad del extinto Imperio Otomano.

El costo máximo, creo, es la disgregación de la institucionalidad que


nos protege de la ambición y el fanatismo de líderes distópicos que
siembran la división en la sociedad y enarbolan como máxima el
rechazo a lo que consideran extraño a sus postulados. Y es ahí
cuando perdemos ese preciado seguro y el horror del odio y el
belicismo se ciernen sobre nuestra forma de vida.
Martín Rodríguez Ossés – Licenciado en Relaciones Internacionales
Universidad del Salvador – Buenos Aires
Leyendo el mapa

El Tratado de Versalles es un gran indicador para conocer los


límites de un sistema internacional, de los alcances de los diseños
de política exterior y del precio de los costos.

Argentina es un país medio, dotado históricamente de un potencial


enorme para explotar en términos materiales. Uno de sus recursos de
poder que aún hoy siguen en pie, es el de erigirse como un país
fundamental en la región. Uno con un resabio de experiencias
diplomáticas exitosas.

El futuro inmediato de la región está atravesado por cómo se


resuelva el conflicto en Venezuela. Dicho conflicto tiene
características muy preocupantes para la región puesto que se ha
externalizado de forma tal que es parte clave en el diseño
geopolítico global. Resolverlo puertas adentro es fundamental para
salvaguardarnos de futuras decisiones que sean llevadas a cabo por
actores ajenos a nuestra realidad.
Debemos empezar a entender que, en un corto plazo, las decisiones de
política exterior se verán presas de un margen de maniobra cada vez
menor. Y dependerá de las grandes potencias conocer cuán hermético
será el mundo y si continuaremos un mundo que premie relaciones o
premie lealtades. Ello nos pone en una situación muy incómoda
porque somos un país que necesita de buenas relaciones con todos los
actores del sistema. No podemos permitirnos el lujo de elegir a
sabiendas que nuestras elecciones vienen con un costo intrínseco:
somos un país menor y ofrecemos menos de lo que necesitamos recibir.

El conflicto en Venezuela nos ofrece una oportunidad, la de ser


protagonistas de la resolución del mismo. Ello nos obliga a pensar
multilateralmente y a ser concesivos con actores con los que
ideológicamente estamos, hoy, distantes. Es menester recordar que
nuestras relaciones se rigen a pesar del paso del tiempo. Nos
relacionamos con Estados hermanos y no con administraciones
temporales. El antecedente del G20 nos indica que podemos dar el
paso para celebrar consensos. Ello requerirá integrar a los actores
necesarios para dar con el resultado. México es fundamental para
ello. En definitiva, regionalizarnos eficazmente nos pondrá ante un
desafío históricamente esquivo. Nos hemos visto envueltos en un
sinfín de siglas que han quedado vetustas por una razón u otra.
Pero esta situación venezolana, de no tomar la iniciativa, nos
involucrará nos guste o no en mecanismos de resolución de
conflictos de los que ya no formaremos parte y podremos quedar
presos de las dinámicas propias de las grandes potencias. El costo
de eso siempre es mayor al del consenso para blindar nuestro
espacio.
Florencia Herrería - Tesista por la Lic. En Relaciones
Internacionales
Universidad de Congreso – Mendoza.
Argentina frente a escenarios similares

Er ilonqsamse adelár dersacaq pte e{ qn{ de {nr oaírer “gamadnqer”


de la guerra se ha replicado constantemente en nuestro país. La
guerra por las Islas Malvinas, por ejemplo, fue un claro caso de cómo
en Argentina sufrimos nuestro propio “Tratado de Versalles” que nos
condenó a una subordinación hacia Estados Unidos y Reino
Unido. Esto devino, años posteriores, en un desangramiento económico,
financiero, social y político con gobiernos democráticos que
reafirmaron cada vez más quienes son los dueños del poder.

Históricamente, Argentina ha tenido una posición reticente a


estrechar lazos con sus pares americanos. Y cuando hubo intenciones
de multilateralismos por parte de algunas presidencias terminaron
siendo letra muerta o insuficientes para hacer progresar al país. Es
por ello que si nuestra política exterior hace una lectura adecuada
de las circunstancias en lo que respecta a conflictos
latinoamericanos, como el que acontece en Venezuela, deberíamos dejar
onricinmer afimer a imseqerer “amg{n mnqsealeqicamnr” pte poco
beneficiarían al continente. Argentina es un país emergente que
mantiene su liderazgo latinoamericano, es por ello que debería
mantenerse con un rol relevante en la toma de decisiones en los
conflictos cercanos a la realidad latinoamericana.

A modo de reflexión, podemos decir que los Aliados de la guerra


buscarían castigar a todo aquel que se rebele. Pero estas sanciones
se fueron modificando para transformarse en un poder más blando y
no tan bélico. Pero, al fin y al cabo, el sabor amargo de las
consecuencias se mantiene vigente.

Lnr “Tqasadnr de Veqra{{er” re lamsiemem em {a acsta{idad y uam


variando de nombres y países. No obstante, la esencia no se modifica.
Opiniones de Expertos
1. ¿Cuál es la mirada actual de la reconfiguración geopolítica de
Europa tras la firma del Tratado de Versalles?
2. ¿Qué nuevas formas de costos cree eficientes para contener o
castigar?
3. Considerando el antecedente del Tratado, ¿Qué lecciones tiene
que aprender nuestra región considerando la situación actual
en Venezuela?

Francisco de Santibañes:

1) La primera conclusión es que las penalidades impuestas a


Alemania fueron excesivas y que esto terminó permitiendo el
surgimiento de Nazismo y a quebrar, una vez más, la estabilidad en
Europa.

2) Los cambios tecnológicos ahora permiten utilizar el ciberespacio


para imponer costos a otros Estados. Aunque ahora más debilitadas,
las instituciones internacionales pueden ayudar a contener a los
países agresores o revolucionarios.

3) Hay que basarse más en la experiencia posterior a la Segunda


Guerra que a la Primera. Proveer ayuda financiera a Venezuela para
permitir su recomposición (y no penalidades) e involucrarla en
instituciones y regímenes regionales e internacionales.
Marcelo Montes

1) Muchos de los problemas geopolíticos en Europa Oriental y Rusia,


producto de los derrumbes del Imperio Turco-Otomano y Austro-
Húngaro, que eclosionaron en 1919 y subyacieron latentes durante
décadas, en momentos de la vieja URSS, cuando ésta desaparece,
resurgen incluso con mayor fuerza que antes: la conflictividad
étnica y religiosa de los Balcanes; la religiosidad y el
nacionalismo ruso; el avance islámico radicalizado en Cercano y
Medio Oriente, la extrema derecha europea. Tengo también una lectura
realista del Tratado, similar a la de Edward H. Carr: el idealismo
francés (y aliado) forzó una venganza en forma de castigo sobre
Alemania, en nombre de una paz duradera lo cual luego se tradujo en
un efecto boomerang que tuvo efectos nefastos sobre toda Europa
hace 80 años exactos. Lo más sensato hubiera sido tal vez, acoger a
Alemania en el seno de las potencias victoriosas sin victimizarla,
como sí se hizo finalmente en 1945, aprendiendo la lección del pasado.
Los resultados de una y otra experiencia están a la vista.

2) Condenar o castigar en RRII, nunca es una opción inteligente ni


eficiente. Ningún Estado tiene la catadura moral para hacerlo y
tampoco los organismos internacionales mientras sus mismos
integrantes no lo acuerden. Además, siempre se paga algún costo.
Generalmente, las sanciones perjudican a los pueblos y benefician a
los gobernantes que se victimizan y convierten al castigador en el
perfecto chivo expiatorio. Antes, Cuba, Corea del Norte, Nicaragua, hoy
Venezuela, demuestran lo afirmado.
3) Ninguna porque las situaciones no son para nada comparables.
Aquella fue una guerra europea, mundial, la de Venezuela no deja de
ser una crisis interna de un país que preocupa a sus vecinos por el
drama humanitario pero nada más. A pesar de la retórica
integracionista, nuestra región tampoco existe: cada Estado se mira a
sí mismo y no hay solidaridad ni comunidad alguna. Parafraseando a
Félix Peña, como en un matrimonio que apenas sobrevive, "sobra
contrato metodológico pero falta existencia".
Francisco de Santibañes:

Especialista en Economía y Política Internacional. En 1999 se recibió


de Licenciado en Economía Empresarial de la Universidad Di Tella. En
el año 2005, obtuvo un Master en Relaciones Internacionales de SAIS
Johns Hopkins de Estados Unidos. Cursó estudios de doctorado en
King's College de Londres. Autor de artículos publicados en revistas
nacionales e internacionales.

Marcelo Montes:
Doctor en Relaciones Internacionales (UNR). Magister en Relaciones
internacionales (UNC). Licenciado en Ciencia Política (UNR).
Profesor universitario (UNVM-UCC-UNLP-UNR), con experiencia de más de
dos décadas. Dicta seminario sobre Rusia en el ISEN (Cancillería
Argentina).
Integrante del Grupo de Estudios Euroasiáticos del CARI -
http://www.cari.org.ar/organos/grupoeuroasiatico.html-.

Fundación Globalizar:

Desarrollamos actividades en el ámbito de las relaciones


internacionales y comercio exterior, tanto a nivel académico como
profesional especializado, dirigido a la sociedad civil y
organizaciones privadas y públicas e instituciones académicas.

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