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¿Cómo nació?
P. Agustín Churruca, S.J.
Colección Ignaciana 1
Presentación:
En la tercera y última, presento a los lectores una interpretación de lo que fue final-
mente san Ignacio y de lo que, por lo tanto, realizó. Tal interpretación la encuadro
en su contexto histórico. Busco explicar cómo la historia produjo a san Ignacio y
cómo la historia lo explica en buena medida, pero, también cómo san Ignacio supe-
ró la fuerza de la historia y se constituyó en uno de sus generadores importantes a
partir del siglo XVI.
Muchos otros aspectos de la persona del santo han quedado al margen de estos ren-
glones. Quien se interese por ellos los tienE a la mano en la inconmensurable biblio-
grafía que ha sido publicada antigua y recientemente.
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Lo que puede adquirir el lector con este escrito es, por un lado, una invitación a
profundizar el tema tratado; por otro, una visión de conjunto de la vica de san Igna-
cio en unas cuantas hojas y, finalmente, una grande admiración po r su personali-
dad.
Primera parte
EL HOMBRE
Capítulo I
1. El herido de Pamplona
El iniciador de la orden jesuita nació, c.lo que parece, antes del 23 de c·ctubre de 1491
en Loyola, cerca de Azpeitia, en GuipÚzcoa.
Hacia el año de 1506 se encontraba sirviendo como paje a D. Juan Velázquez de Cuéllar,
contador de Fernando el católico.
En Azpeitia, cometió un delito grave del que fue acusado por el corregklor Hernández
de la Gama en 1515. Iñigo pasó en 1517 al servicio del virrey de Né.varra, Antonio
Manrique.
Trasladado a su casa, Loyola recibió el 24 de junio la unción extrema: pues los médi-
cos consideraron en muy grave peligro su vida. Hernán Cortés, mientras tanto estaba
sitiando la imperial Tenochtitlan.
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Ignacio condensa este lapso de su existencia afirmando que "hasta los veintiséis años
de edad fue hombre dado a las vanidades del mundo yprincipalmente se deleitaba en
ejercicios de armas, con un grande y vano deseo de ganar honra".
Este hombre de espíritu medieval, había vivido en efecto, en aquella España moldea-
da en la reconquista, esperanzada por el descubrimiento de América, gobernada por
los reyes católicos, Cisneros y Carlos V
Su padre Beltrán Yánez de Oñaz y Loyola, había contraído nupcias con doña Marina
Sánchez de Lincona en 1467. Iñigo fue el último de los 13 vástagos.
2. Transformación de su espíritu
Al dar los primeros pasos notó, sin embargo, que «le quedó abajo de la rodilla un
hueso encabalgado sobre otro . .. y juzgaba que aquello le afearía» e impediría su
carrera mundana.
De octubre a diciembre de 1521 , el alma enferma del hombre herido sufrió una con-
moción profunda.
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La tranquilidad de aquel rincón vascongado le permitió recordar su vida pasada y
caer en la idea de «cuánta necesidad tenía de hacer penitencia de ella».
Pensó, entonces, ingresar «en la cartuja de Sevilla sin decir quién e~a para que en
menos se le tuviese: y allí nunca comer sino hierbas». Aun criado ruyo, le mandó
observar el régimen cartujo, establecido en Miraflores; Burgos, «Yla información que
de ella tuvo le pareció bien».
Capítulo II
3. El Peregrino
Llegó a territorio catalán en mayo y «concertado con el confesor, se ccnfesó por escri-
to generalmente, y duró la confesión tres días». Este acto significaba la ruptura
definitiva con su vida pasada, vana y desgarrada.
Pasó después a Manresa en donde permaneció hasta julio de ese año, }idiendo limos-
na, sin comer carne ni beber vino.
Dejó crecer el cabello, las uñas de los pies y de las manos, porque en 2110 , durante su
vida pasada de romances y hazañas militares, aun delictivas, «habíé. sido curioso».
El tormento de los escrúpulos, con todo, vino a turbar su recio espíritu. El peregrino
perseveraba en la oración hasta siete boras dirias, pero en su ánimo bJllía una inten-
sa desolación. En su camino místico, su alma empezaba a ser purificada.
En el culmen del hastío, tuvo que reprimir vehementes deseos de ~< echarse de un
agujero grande» que había en el cuarto en que se hospedaba.
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En pos de alivio a su angustia, se prometió a sí mismo dejar de comer una semana.
Aeste periodo límite sucedió, sin embargo, la invasión de luz que transformó su
alma. Se conoce con el nombre de la Ilustración del Cardoner, al hecho acaecido en
el espíritu de Ignacio en agosto o septiembre de 1522, por IT_edio del cual tuvo una
clara imagen de la divina divinidad.
El día 18 entró en el puerto. Después de veinte días logró partir a Italia. La navega-
ción de cinco días lo dejó en Gaeta de donde, a pie, siguió a Roma ydespués a Venecia,
en la que se situó a mediados de mayo. Gracias al Duque obtuvo un pasaje hasta
Chipre. De allí salió el 19 de agosto. El 4 de septiembre entró en la ciudad de
Jerusalén.
Con el máximo fervor religioso visitó los Santos Lugares y, en cuanto pudo, manifes-
tó a los guardianes franciscanos su deseo de permanecer allí toda la vida. Ellos lo
impidieron.
Sufrió mucho por el intenso frío que soportó; él, que «no llevaba más ropa que unos
zaragüelles (calzones muy anchos, largos y mal hechos) , de tela gruesa hasta la
rodilla, y las piernas nudas, con zapatos y un jubón de tela cegra, abierto con mu-
chas cuchilladas por las espaldas, y una ropila corta de poco pelo».
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Capítulo 111
4. El aprendiz adulto
El maestro Arévalo introdujo a Ignacio en los secretos del latín. Tenía el alumno 33
años de edad.
Pensando que su salud era suficiente, tornó «a las penltencias pasadas; y así empezó
a hacer un agujero en las suelas de los zapatos. Íbalos ensanchando poco a poco, de
modo que, cuando llegó el frío del invierno, ya no traía sino la pieza de arriba».
Afines de marzo de 1526, el maestro aprobó que pasara a Alcalá, en donde se matri-
culó en los cursos de Lógica, Física y Teología.
Empezó a explicar el catecismo a quien quisiera oírle. Su auditorio fue tan numero-
so que la actividad de aquel desconocido alarmó a la Inquisición.
El19 de abril de 1527 Ignacio fue encarcelado. No quiso «tomar abogado, ni procu-
rador, aunque muchos se ofrecían» y durante su cautiverio siguió hablando a quie-
nes se presentaban a escucharlo.
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Los papeles que llevaba Ignacio -€l cuadernito de los Ejercicios Espirituales- fueron
sometidos a una revisión teológica.
« o hay tantos grillos ni cadenas en Salamanca, que yo no deseo más por amor de
Dios», contestó el inquebrantable Iñigo.
Ocurrió un día que los presos huyeron de la cárcel a excepción de Ignacio y compa-
ñeros. «Ycuando en la mañana fueron hallados con las puertas abiertas, yellos solos
sin ninguno, dio esto mucha edificación a todos, e hizo mucho rumor por la ciudad;
y así luego le dieron todo un palacio, que estaba junto, por prisión». El peregrino
conocía con exactitud el rumbo de su vida.
Muchos pretendieron obstaculizar tal deseo, sin resultado; él «se partió solo, llevando
algunos libros en un asnillo», a mediados de septiembre. Lleg6 a París el2 de febrero
de 1528.
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5. La Universidad francesa
Hubo de repasar el latín todo ese año. «Yla causa fue porque, como le habían hecho
pasar adelante en los estudios con tanta priesa, hallábase muy falto de fundamentos;
y estudiaba con los niños, pasando por la orden y maEera de París».
Notó Ignacio, poco después, que tampoco en la Ciudaci Luz era suficiente su adelan-
to, pues gastaba parte del tiempo en lograr prosélitos y recoger limcsnas con que
sustentarse.
Un fraile español le aconsejó que pidiera dinero en Flandes, pues lo hanaría bastante
de una vez para todo el año, como suscedió.
y así, cada uno de los años que transcurrieron de 1529 a 1531 viajó a aquel país «Y
una vez pasó a Inglaterra (1531), Ytrajo más limosna de la que solía l(ls otros años».
6. La Inquisición presente
El peregrino yestudiante atrajo, mediante los ejercicios que había redactado, a esco-
lares prominentes: Peralta, Castro y Amador, durante mayo y junio.
Ni éstos ni los anteriores discípulos perseveraron junto a él. Pero la c(lnversión inte-
rior efectuada en los tres alumnos levantó grandes rumores. Ignacio hubo de com-
parecer una vez más ante la Inquisición que, sin embargo, también lo absolvió aho-
ra.
a ganar la voluntad al maestro Pedro Fabro y al maestro Francisco Ja'¡ier, los cuales,
confiesa el peregrino, obtuvo «para el servicio de Dios por medio de 11)s ejercicios».
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Segunda parte
SU COMPAÑíA
Capítulo IV
7. La alianza de Montmatre
La unión de ánimo de los siete, su deseo de consagrarse al ideal que pregonaba Igna-
cio, y el modo de vida en que se habían adentrado, los llevó, el15 de agosto de 1534,
a pronunciar en la capilla de Montmatre, los votos de pobreza, castidad y de ir a:
Jerusalén para servir a sus prójimos.
«En París -refiere el santo- se encontraba muy mal del estómago, de modo que cada
quince días tenía dolor de estómago, que le duraba una hora larga y le hacía venir
fiebre. Y una vez le duró el dolor de estómago dieciséis o diecisiete horas. Y la
enfermedad iba siempre muy adelante sin poder encontrar ningún remedio, aun
cuando se probasen muchos».
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Los médicos no encontraron mejor receta que enviar al paciente a respirar los aires
natales.
Sus compañeros, además, «le hicieron grandes instancias» para obligarlo a viajar.
Acordaron volver a reunirse en Venecia cuando empezara el año de 1537.
Decidido a salir rumbo a España, Iñigo supo que la Inquisición gala había incoado
un nuevo proceso en su contra.
La autoridad le pidió el librito de los Ejercicios «Yhabiéndolos visto, los alabó mu-
cho», pero no emitió ningún veredicto.
Por tanto Ignacio fue «con un notario público Ycon testigos a su casa Ytomó fe de
todo ello. Y hecho todo esto, montó en un caballo pequeño que los compañeros le
habían comprado, y se fue solo hacia su tierra». Eran los comienzos de abril de
1535.
Afines de ese mes volvió a ver la casa paterna, pero no se hospedó en ella sino en el
hospital común, «Y después, a hora conveniente, fue a buscar limosna en el pueblo»,
resuelto a vencer la soberbia con que otrora, arrogante, había deambulado por esas
calles Yentre esos vecinos.
Determinó «enseñar la doctrina cristiana cada día a los niños; pero su hermano se
opuso mucho a ello, asegurando que nadie acudiría. Él respondió que le bastaría
con uno. Pero después que comenzó a hacerlo, iban constantemente muchos a oírle,
Yaun su mismo hermano».
Habló también a los adultos «que de muchas millas venían a oírle», reformó las
costumbres de Azpeitia, Yobtuvo se ayudara establemente a los más necesitados.
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Llegó a Valencia cuando terminaba septiembre y se embarcó rumbo a Génova, desde
donde enfiló hacia Bolonia.
9. Amigos en el Señor
Corrió el rumor entre los venecianos de que había sido quemado en efigie en España
y en París, y fue dad2. sentencia a favor del peregrino.
Por fin el 8 de enero de 1537 llegaron todos a Venecia y se «se dividieron para servir
en diversos hospitales».
Era necesario cumplir el voto de peregrinar a Tierra Santa y para ello acudieron
todos, menos Ignacio, a Roma, en busca del permiso, que les fue otorgado.
Como los turcos habían roto las paces con los venecianos, el grupo se repartió por la
región para predicar en tanto cambiaran las circunstancias y pudieran iniciar su
viaje.
Optaron después por llegar a la Ciudad Eterna. «Yestando un día, algunas millas
antes de llegar a Roma, en una iglesia y haciendo oración, sintió tal mutación en su
alma yvio tan claramente que Dios Padre lo ponía con Cristo, su Hijo, que no tendría
ánimo para dudar de esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hijo».
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Hasta la cuaresma del 38 dieron ejercicios, predicaron yejercitaron las obras de cari-
dad. Fue acusado Ignacio nuevamente en dos ocasiones y otras tarjas obtuvo la
absolución, la última de ellas de manos del mismo Pa?a Pablo IlI, ante el cual acu-
dió en persona.
Poco antes, hacia el 23 del mes anterior, todos habían acudido ante el Papa para
ofrecerles sus personas, dada la imposibilidad del traslado a Jerusalén
.
Durante la Cuaresma de 1539 reuniéronse a deliberar acerca de su futJro. ¿Estable-
cerían una nueva orden religiosa? ¿Eligirían su superior y le prometErían obedien-
cia?
Pedro Rivadeneira cuenta que, buscando cómo llamar al grupo que había nacido,
. «el Padre pidió a sus compañeros que le dejasen a él poner el nombre a su voluntad;
y habiéndoselo concedido todos con gran alegría, dijo él que se habÍl de llamar la
Compañía de Jesús».
El año de 1540 se señala el comienzo de la proyección mundial del gn~ po, pues tanto
Simón Rodríguez como Francisco Xavier, fueron enviados a evangel:zar las Indias
Orientales.
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La Compañía de Jesús, dice el documento, «es fundada principalmente para em-
plearse toda en la defensión y dilatación de la santa fe católica, predicando, leyendo
públicamente y ejercitando los demás oficios de enseñar la palabra de Dios, dando
los ejercicios espirituales, enseñando a los niños y a los ignorantes la doctrina cris-
tiana, oyendo las confesiones de los fieles y suministrándole~ los demás sacramentos
para espiritual consolación de las almas. Y también es insUuida para pacificar los
desavenidos, para socorrer yservir con obras de caridad a los presos de las cárceles y a
los enfermos de los hospitales. Y todo esto ha de hacer graciosamente, sin esperar
ninguna humana paga ni salario por su trabajo».
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Capítulo V
11 Loyola superior
E18 de abril de 1541depositaron sus votos Ignac'o, Diego Laínez, Alfon,o Salmerón,
Pascasio Broet,Juan Coduri y Claudio Jayo, estos tres últimos asociado~ recientes.
Bobadilla cumplía una misión papal y no envió su voto. Francisco Xavier lo dejó
escrito antes de partir a Portugal, al igual que Rodríguez; desde Alemania lo había
remitido Pedro Fabro.
Sucedió que «abriendo todas las cédulas una tras otra, nemine discrepc..nte, vinieron
todas las voces sobre Iñigo».
Él prefiro no aceptar y les «hizo una plática, según que su ánima sentía, afirmando
hallar en sí más querer y más voluntad para ser gobernado que para gobernar; que él
no se hallaba con suficiencia para regir a sí mismo, cuanto menos para regir a otros;
a lo cual atento, y a sus muchos y malos hábitos pasados y presentes, con muchos
pecados, faltas y miserias, él se decalaraba y se declaró de no aceptar tal asunto ni
tomarlo jamás, si él no conociese más claridad en la cosa ... más que é~ los rogaba y
pedía mucho in Domino que con mayor diligencia mirasen por otros tres o cuatro
días ...».
El franciscano opinó que Ignacio no debía resistir. Yasí el 22 de abril dd mismo año
fueron todos los compañeros a la Iglesia de san Pablo y pronunciaron sus votos.
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Padre, que tenéis el lugar de Dios, perpetua pobreza, castidad y obediencia, según la
forma de vivir contenida en la bula de la Compañía de Jesús yen las Constituciones,
así declaradas como las que se han de declarar adelante. Ymás, prometió especial
obediencia al Sumo Pontífice para las misiones contenidas en la dicha bula. Ytam-
bién prometo obedecer en lo que toca a la enseñanza de los niños, según la misma
bula».
Capítulo VI
Alas puertas de la casa ignaciana se presentaron nuevos jóvenes yadultos que deseban
engrosar las filas, entre ellos Francisco Estrada, Antonio Araoz, Pedro Codacio,Jeró-
nimo Domenech, Pedro de Rivadeneira, Andrés de Oviedo, Juan Alonso de Polanco,
Francisco de Villanueva, Jerónimo de Nadal, Miguel Torres, Martím de Olabe, Pedro
Canisio, Francisco de Borja, Luis González de Cámara, Everardo Mercuriano.
Muchos otros merecían ser nombrados, si atendiéramos más a los méritos que el
crecimiento de la Orden les adeuda, que a los límites de esta síntesis.
Fabro, Laínez, Salmerón, Broet, Jayo, etcétera, trabajaron tan activamente que para
el año de 1556, en que moriría el fundadol~ habrán establecido 20 colegios.
Pedro Fabro, Bobadüla y Salmerón, los primeros jesuitas presentes en el imperio
germánico, contribuyeron al renacimiento católico surgido en esas tierras. Habrá de
unírseles el joven Pedro Canisio, heredero de la fuerza apostólica que desplegaron los
primeros jesuitas en su nación.
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Un pequeño grupo de estudiantes jesuitas fue a la universidad de París ~n 1540, pero
ésta, el Parlamento y el obispo Eustaquio de Bellay no veían con bUEnos ojos a la
recién nacida orden.
Hubo de arribar el año de 1556 para que se estableciera en Billon, el rrimer colegio
de la Compañía, fundado por el obisp8 Guillermo du Prat, al que acudieron 600
alumnos ese año y 1,660 en 1563.
El grupo establecido en 1542 en los Países Bajos, dirigidos por el P Gomenech, fue
recibido favorablemente por unas autoridades y rechazado por otros ~rsonajes. La
situación se mantuvo ambigua durante un tiempo, de manera análoga (..1 caso francés.
Llamado por éste a Roma en 1545, Juan 11 que lo estimaba ampliamente, le impidió
el viaje. Fue posible sustituirlo hasta 1552.
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El P. Mirón, Provincial, yel P. Miguel de Torres, Visitador, despidieron de la Compañía
a 60 jesuitas, seguidores del espíritu dE Rodríguez, con el ·Jbjeto de lograr que la
provincia tomara el cauce que marcaban las Constituciones de la Orden.
Fabro, en 1541, y Araoz, en 1544, fueron enviados por Ignacio a trabajar el territorio
español.
En 1548 ingresó a la Orden Francisco de Borja, virrey que había sido de Cataluña en
1540 a los 29 años de edad. Tres problemas graves surgieron contra la orden de
Ignacio y de Borja.
El teólogo Melchor Cano O.P. no aprobó la carencia de coro yde penitencias fijas ni la
benignidad que la Orden mostraba en el sacramento de la confesión.
El arzobispo de Toledo, D.Juan Martínez Guijeño, por su partE, prohibió en 1551 que
los jesuitas trabajaran en su diócesis.
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Fue necesaria la intervención del Papa, del Príncipe Felipe y del Nuncio, para que la
Compañía pudiera sobrevivir en aquel trance.
En 1553 había alrededor de 650 jesuitas, de los cuales ochenta vivían en Roma, cien
en Sicilia, ciento treinta en Italia, otros tantos en P0l1ugal y la misma cantidad en
España. Cincuenta se encontraban en Alemania, Flandes y Francia, y ~reinta habían
desembarcado en Brasil.
La actividad que desarrollaban los jesuitas estaba marcada por la circunstancia que
en esta mitad del siglo XVI preocupaba al mundo católico: hi Reforrr.a. Gran parte
de los esfuerzos de la nueva Orden se encaminaron, por tanto, a confrc ntar el avance
innovador.
Sabido es que Laínez, Salmerón y Fabm fueron designados teólogos p;tpales del Con-
cilio de Trento, si bien el primero falleció y hubo de ser suplido por P.:dro Canisio.
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Su presencia fue decisiva en la fonnulac;ón de los decretos restauradores del dogma
y la moral católica.
En la Fórmula aprobada por el Papa Pab lo III no se hablaba del apostolado educati-
vo como ministerio jesuita. Pronto sin enbargo Ignacio dedicó sus hombres, tanto a
las cátedras que se le ofrecían, cuanto aas lecciones sacras y a la explicación de la
~Iloral. La Fórmula de Julio III aprobó que los discípulos de Ignacio se dedicaran a
las lecciones públicas.
Hemos visto que en Gandía se establecié el primer colegio jesuita que fue elevado
después a Universidad. Muchos colegio~ irrumpieron en aquella Europa y en los
demás continentes adonde llegaban los apóstoles ignacianos.
Los requisitos señalados por san Ignacio a quienes viajaban a países no cristianos
fueron agudos y penetrantes.
Les pedía que aprendieran el idioma de la .1ación para adaptarse a las costumbres del
que sería su nuevo país.
Insistía en que tomaran conocimiento de las ciencias que los sabios hubieran esta-
blecido, pero añadía, asimismo, que desde el primer momento practicaran las obras
de caridad cristiana, enseñaran el catecismo a los niños, rudos e ignorantes, y que
atendieran con empeño a la formación de la juventud a través de colegios e interna-
dos.
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Cuando murió Iñigo pudo comprobar que tales enseñanzas habían demostrado su
validez.
Desde 1492 habían aparecido ante Europa los desconocidos territorio~ americanos.
Medio siglo antes Portugal había mostrado la existencia de tierras africanas igual-
mente misteriosas.
El navarro Xavier fue el primer jesuita que abandonó Europa en busca de conversio-
nes en los países lejanos.
No fue sino hasta 1547 cuando desde COimbra, salieron rumbo al CO:Jgo cuatro je-
suitas, que trabajaron en la conversión de los africanos, hasta que fuefJn expulsados
por el rey a quien recriminaban su poligamia.
En 1555 partió hacia Etiopía, misión tan cara al ánimo de Ignacio, una expedición
que no pudo obtener el fruto que anhéaba.
Mejor suerte cupo a los jesuitas que llEgaron a Brasil en expedicione~ realizadas en
1549, 1550 Y1553.
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En este año se constituyó la provincia independiente, primera en América, que dispo-
nía de treinta jesuitas y cuatro casas.
Capítulo VII
Junto con el trabajo que le suponía dirigir, organizar y alentar a los cada vez más
numerosos jesuitas, que se dirigían a los cuatro puntos cardinales, además de tratar
con las autoridades pontíficias y políticas los asuntos más intrincados de la época,
san Ignacio no descuidó enseñar personalmente el catecismo a los niños.
En 1543 fundó un orfanatorio. Al año siguiente dio origen al Asilo de Santa Marta,
que recogía mujeres cuya moral peligraba. Instituyó, ddemás dos casas para
catecúmenos, una para judíos y otra para mahometanos.
Puso todo su cuidado en ofrecer sus milicias a las órdenes directas de los Papas Pablo
111 (que confirmó el Instituto, aprobó los Ejercicios y envió los primeros jesuitas a
misiones) , de Julio 111 (que los escogió por teológos en Trento, confirmó la Fórmula
definitiva y apoyó la erección del Colegio Germánico) , de Marcelo 11 (amicísimo de
la orden, muerto a los 22 días de su gobierno) y, por último de Pablo IV (devoto de
Ignacio, de Salmerón, de Laínez, pero no afecto a que el oficio fuera recitado en
privado).
Ignacio supo ganar también a los cardenales relevantes de la época: Contarini, Cal1)i,
Alvarez de Toledo, Cervini, Polo, Morono, etcétera.
Redactó las Constituciones de 1547 a 1550; las presentó a un grupo de padres llama-
dos a Roma, y pudo publicarlas, por fin, en 1552.
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Expuso en ellas las cualidades que los pretendientes a ser miembros de la Orden
deberían tener y a cuáles de los admitidos habría que despedir.
Encareció la unión entre todos los jesuitas y sus superiores, dictó normas de gobier-
no, ypor último recomendó los medios que se deberían usar para que la obra inicia-
da se conservara y aumentara.
Son éstas las diez divisiones de su escrito, ejemplo, como es sabido, de fira sabiduría,
prudencia y proyección apostólica.
EllO de noviembre de 1554 fue elegido el P Nadal ayudante del Santo en los asuntos
del gobierno .
. Morirá e131 julio de 1556 este hombre de baja estatura física, pero de e~rgía ingen-
te. Conocedor profundo de los hombres, modelo de prudencia ydominio de sí, orga-
nizador y gobernante que atendía al detalle mínimo yemprendía proyectos grandio-
sos.
,. Místico, padre de apóstoles, entregó a su =glesia mil jesuitas distribuidos en doce pro-
vincias y cien casas.
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Tercera parte
Capítulo VIII
Alo largo de las etapas de la vida de Ignacio -de Guipúzcoa a Italia-, trascurridas
desde la extinción de Tenochtitlan hasta un año después de la paz de Augsburgo, nos
encontramos en un periodo crítico de la cultura europea.
Los reinos europeos veían hecha pedazos la Edad Media y surgir definitivamente la
época conocida con el nombre de Renacimiento.
La Europa nueva había nacido. Con todo, numerosos restos culturales medievales
persistían, entremezclados con los elementos de la cultura renacentista que se abría
paso.
Podemos afümar que este Ignacio, al que hemos tenido que contemplar, era un hombre
medieval que, sin embargo adquirió rasgos renacentistas y terminó convertido en un
ser humano cuyo espíritu trascendió su pasado y presente histórico y se transformó
en el hombre nuevo que habrá de influir, a través de su obra, en el futuro devenir
humano.
Nos importa centrarnos en Ignacio en cuanto hombre nuevo, pero hemos de explicar
antes las primeras facetas del peregrino. Para ello será necesario que las enmarquemos
en sus respectivos conextos circunstanciales.
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Asu muerte el territorio europeo se fragmentó en feudos innumerabl.:s (la Casa de
Loyola lo fue hasta el tiempo de los reyes católicos); la unidad religiosa, en cambio,
persistió en Europa.
La Iglesia , en efecto, fue el alma de la Edad Media. Podemos asentar c_ue ella, orga-
nizando su estructura jerárquica, produjo, desde sus aulas, una cultura católica.
Por fin surgieron elementos nuevos debidos a hombres que realizaron hazañas d~ci
sivas, yse efectuaron notables cambios de valores, de los que derivó uné- nueva época,
el Renacimiento, que trató de sepultar la cultura medieval.
Vio nacer, además, desarrollarse y florecer, varias órdenes religiosas, que afianzaron
su estructura visible y reforzaron su espiritualidad, tales como Cluny: la Cartuja, el
Císter, las órdenes de caballería, franciscana, dominica y otras.
Desde sus aulas palatinas, episcopales, monacales y, por último, uniV€rsitarias, con
base en la relevación judeo-cristiana y en su tradición, ya entonces milenaria, la
Iglesia prosiguió elaborando el dogma, gracias, por una parte, al esfuerzo intelectual
de preclaros pensadores (Roscelino, Duns Escoto, Eurígena, Anselmo, Bernardo, Pe-
dro Lombardo, Dante, Alberto, Tomás, principalmente) y por otra a lo~ diversos con-
cilios ecuménicos efectuados, desde el II de Nicea hasta el de Constanza.
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La Iglesia, obligada por las circuntancias ypor la necesidad de completar sus valores
culturales, realizó una variable opción política.
Desde la unión íntima con la espada temporal, establecida por Carlo Magno, que
significó la completa sumisión de la Iglesia a la casa de Teofilacto, al emperador, al
señor feudal , empredió la lucha por su autonomía (episodios de Gregorio VI y Enri-
que III, de Gregorio VII y Enrique IV, Batalla de las Tiaras).
Este, sin embargo, pese a su fe indeclinable, incurrió en una relaj ación moral grave,
simoíaca, nicolaítia, supersticiosa, fanática que invadió jerarquía, monacato y pue-
blo fiel.
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Estableció, por tanto, el Tribunal del Santo Oficio, del que, vanament;, esperó ru
fortalecimiento y cohesión.
Romperá Ignacio con esta heredada actitud y pisoteará su antiguo ideal cuanJo,
vuelto a Azpeitia, y hospedado en el hospital, aguardará la hora de sé-lir a pedir li-
mosna a sus paisanos, entre los que, antes, paseó desafiante, airoso, despectiVJ y
agresivo.
Desde Manresa y no pocas veces más, a causa de la misma herencia recibida, IgIlacio
fue afecto a hacer confesiones generales, repetidas, largas y minuciosas.
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Sumergido en su proceso de cambio, soi1aba aún en adquirir el aprecio de la dama y
suspiraba por ella como el andante, el feudal o el cruzado.
Capítulo IX
Los Federicos, Felipe el Hermoso, El Municipio Libre de los italianos, la Carta Magna
de los anglos, los legistas franceses, destrozaron el sueño político de Carla Magno. Así
a Agnani, sucedió Aviñon y a éste el Cisma.
Por otro lado Amoldo de Breci, Pedro de Bruys, Enrique de Lausanne -Luteros me-
dievales- y principalmente Wyccleff y Huss, saliendo del seno católico, esbozaron la
pluralidad religiosa europea del futuro siglo XVI.
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La introducción del aristotelismo, procreado por Avicena. Maimónides, Arerroes, obli-
garon a Alberto Magno y a Tomás a cristianizar al griego y a establecer el nuevo
pensamiento de la universidad.
Antes que Ignacio llegara a Roma en 1538, Da Vinci, Rafael, Durero, Tomás Moro,
produjeron sus obras; Balboa descubrió el Pacífico ~ Magallanes dio la vuelta al mun-
do, Cortés derrotó a Cuauhtémoc, Pizarro halló el suelo inca y Maqu:avelo, Lutero,
Erasmo y Enrique VIII habían desarrollado sus frentes de batalla.
España, unida por Isabel yreformada por Cisneros, pretenderá, con earlos V,defen-
der las grietas político-religiosas que habían surgido en todo el continente. En vano
tratará de reencarnar el espíritu de Carlo Magno.
El renacentista se entendió a sí mismo más como hOlllbre terreno qUE como destina-
do al cielo (voluntatis avidus, magisquam salutis). Pretendió, en fin, convertirse en
«rey, epílogo, armonía, fin » supremo y único del un~verso.
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19. El hombre renacentista
Los rasgos medievales de aquel Ignacio herido, que se mantuvieron durante una
temporada, se fueron mezclando con las actitudes renacentistas que adquirió el pere-
grIno.
Suprimió el coro medieval (pretendía que sus miembros, dispuestos a viajar cuantas
veces fuera necesario, no pertenecieran al monasterio sino al mundo) , evitó las peni-
tencias cOlvorales fijas, no aceptó la cura estable de almas, dejó a un lado el interés
por cargos de la jerarquía eclesiástica.
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Al renacimiento europeo se le ofrecieron los vastos continentes africaoo y asiático,
remotamente conocidos en el medioevo y, por primera vez, el american,) recién des-
cubierto.
Europa se volvió hacia ellos. Ignacio, penetrado de este espíritu, ya no cruzado sino
exploratorio, animó al intrépido Xavier ya muchos de sus discípulos a 1ue viajaran
miles de kilómetros.
Ignacio exigió que sus seguidores tuvieran, al ser admitidos, o la recibieran en segui-
da, una sólida formación humanística, teológica ycientífica que estuviera a la altura
de las aspiraciones de la edad que estaba floreciendo.
Comprendió el significado del avance turco. Aquel soldado medieval, cuyo único
anhelo era ganar una honra que resultaría mezquina: había muerto.
Nos encontramos con un hombre centrado en el tráfago más intenso de los aconteci-
mientos europeos decimosextos, tratando de encauzarlos hacia los objetivos que se
ha fijado yen los que cree. Ha entrado así a forma:- parte de una historia que él
mismo está construyendo.
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Cuarta parte
CONCLUSiÓN
Capítulo X
Lutero quiso reformar la Iglesia saliendo de ella. Rompiendo con el pasado, preten-
dió crear el futuro.
Ignacio no es, sin embargo, el hombre nuevo únicamente porque -cuatro siglos
antes que otros- demostró un agudísimo conocimiento de la psicología y de la con-
ducta humana; no es tampoco hombre nuevo porque, cuatro siglos antes también de
la era transnacional, supo organizar sus milicias con métodos imitados hoy.
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Respondiendo a las circunstancias de su tiempo, de esta adaptación, sin embargo no
esperó la perduración de su obra.
La época le pidió una Orden que detuviera la reforma luterana, que llevara el catoli-
cismo a los nuevos continentes, que ganara para su causa a los príncipes, que hiciera
baluartes de la religión a los seminarios, colegios y universidades.
y así, dijo, «para ser más seguramente encaminados del Espíritu Santo, hemos juz-
gado que en grande manera aprovechará que cualquiera de nosotros, y los que de
hoy en adelante hicieren la misma profesión, dEmás de los tres votos comunes, nos
obliguemos con este voto particular, que obedeceremos a todo lo que nuestro Santo
Padre que hoyes y los que por tiempo fueren Pontífices romanos nos mandaren ...».
Del Espíritu esperó Ignacio que caminara la Compañía sin detenerse. Para ello ofre-
ció su Orden al Papa que hoyes; para que sus díscipulos tuvieran la confianza nece-
saria en su presente y futuro, aquellos que lo fueren de hoy en adelante, un adelante
al que no se le avizora término, deberían unirse indisolublemente al Papa que hoyes
ya los que por tiempo fueren .
Esta unidad del presente con el futuro no parte de la capacidad intelectual que tuvieren
sus seguidores, ni del ascetismo que hubieren alcanzado, ni de la acción liberadora
que realizaren, ni de que, en leguaje paulino, descubrieran los secretos de las cien-
cias o gozaran de la fe que mueve montañas, o estuvieran dispuestos a dejarse que-
mar vivos.
Seguir el camino trazado por la modalidad ignaciana, exigirá sin duda mantener y
purificar más tales actitudes. Son necesarias, urgen, apremian.
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La orden habrá de responder a tales estímulos. De los signos de los tiempos cambian-
tes, los jesuitas habían de elaborar su diario quehacer adaptado a las exigencias
coyunturales que mostrara el discernimiento obligatoriio. Pero de ello y de acciones
similares no podría la Compañía esperar su supervivencia. Ella vendría de la fideli-
dad íntima al papado. En cuanto la Compañía se mantuviera esencialmente unida
a «nuestro Santo Padre que hoyes y a los que por tiempo fueren », la Compañía se
prolongará en el quehacer humano, según la concepción ignaciana.
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