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Universidad Industrial de Santander

Escuela de Filosofía
Seminario de filosofía medieval: Santo Tomás
Profesor: Alexander Triana
Estudiante: Juan Francisco Tirado

Ensayo: El precio de nuestra salvación

En este trabajo estudiaré el papel que cumple Jesucristo en el perdón de nuestros pecados y la salvación
humana, evidenciando las dificultades e inconvenientes que, a mi juicio, tiene la teoría de la expiación de
Santo Tomás. Para ello me apoyaré en el Tratado de la Encarnación, Tercera Parte de la Suma Teológica,
específicamente, en las preguntas 47 a 49.

Para empezar, debo dejar claro que este es un ensayo sobre la salvación humana. Aquí no se discutirá si es
o no posible, ya que partimos del hecho de que lo es, y esto es así porque, en lo que dure este trabajo,
jugaremos a ser cristianos. Para que exista tal cosa como la salvación debe haber alguien para ser salvado,
así que supondremos que nosotros deseamos, con todas nuestras fuerzas, salvarnos. Además, si esto es
así, debe haber algo de lo que necesitemos ser salvados y alguna forma en la que esto pueda darse.

¿De qué necesitamos salvarnos? de las consecuencias de esa herida espiritual que todos llevamos; ésta es
la base de la doctrina cristiana: nosotros, los seres humanos, hemos pecado. ¿Cuándo lo hicimos? Desde el
momento en que Adán y Eva actuaron en contra de la voluntad de Dios; a partir de ahí, pecar se convirtió en
algo habitual en nosotros, pasó a ser una mancha hereditaria.

Sabemos que estamos sujetos a la muerte y la separación de Dios como resultado de nuestro pecado. ¿Qué
necesitamos para revertir esto? Sencillo: el perdón de Dios. Pero, ¿cómo lo conseguimos? Y, si lo
conseguimos, ¿entonces automáticamente nos salvamos? ¿Acaso depende de nosotros el que Dios nos
perdone?, ¿nos salvamos o somos salvados? Podemos afirmar, de manera muy general, que, desde el
Cristianismo, la salvación por puro esfuerzo personal es imposible, ya que es la obra del Hijo de Dios la que
lo permite.

Santo Tomás argumenta que Dios Padre envía a Cristo a sufrir por la salvación de la humanidad y que esto
lo hace Dios por caridad. Además, afirma que la Pasión de su Hijo es el medio más apropiado para que
podamos salvarnos. Es claro que su Pasión no fue causada únicamente por sus perseguidores humanos
(Poncio Pilato, etc.), pero ¿podemos decir que Cristo fue causa de su misma Pasión? Sí, en cuanto
defendamos que su sufrimiento y muerte fueron producto de su propia voluntad y no únicamente de la de su
Padre (ST IIIa. 47.1, ad 3).

Estoy de acuerdo con Santo Tomás en que Cristo pudo haber evitado su Pasión (ST IIIa. 47.1, rpta) de
múltiples maneras (dejando a sus perseguidores indefensos, blindándose del dolor, etc.), pues Él es
todopoderoso. Si esto es así, ¿por qué entonces no la evitó? Pues porque la voluntad de su Padre era que
Él sufriera, así que eso fue precisamente lo que Él hizo. Sin embargo, ¿no podríamos pensar que decidió
cumplir el precepto por miedo al castigo, en lugar de hacerlo por amor a la humanidad? Porque, si nos
basamos en el relato bíblico de la oración de Jesús en el jardín, es evidente que a Él le gustaría que su Padre
se replanteará las cosas. Aquí el Hijo de Dios está ante un dilema: obedecer o no al Padre.

Si la omnisciencia es una propiedad que es esencial (necesaria) para la divinidad, entonces Cristo, al tener
naturaleza divina, debe ser, por lo tanto, omnisciente. Y, si es omnisciente, sabe que obedecer le permitirá
recibir la gracia superabundante (ST IIIa. 48.2, rpta), ascender al cielo y estar con su Padre y tener poder
judicial (ST IIIa. 49.6, rpta). Y, si sabe lo anterior, también debe saber que todo esto lo pierde si desobedece
y que compartirá el destino que sufrió Adán por su desobediencia.

Así pues, cualquier decisión que Cristo tome lo llevaría a sufrir, sí o sí. Es por esto que considero que lo que
lo motiva a realizar la voluntad del Padre no es el amor a la humanidad y el deseo de reconciliar al hombre
con Dios, sino un análisis de costo-beneficio: “mejor es soportar la vergüenza y la burla de los hombres a
tener que soportar la furia de mi Padre por no haberle hecho caso; mejor es sufrir por un ratico a sufrir por
toda la eternidad.” Cristo no sufre para salvarnos, sufre para salvarse a sí mismo.

Ahora, ¿cómo es que la obra de Cristo conlleva nuestra salvación? Santo Tomás, basándose en Romanos
5:19, va a argumentar de la siguiente manera: si por la desobediencia de un hombre (Adán), muchos se
hicieron pecadores; así también por la obediencia de uno (Cristo), muchos serán hechos justos (ST IIIa. 47.2,
rpta). Comparto el análisis del santo, pues si fuimos castigados por la acción de alguien, también debemos
tener la posibilidad de ser salvados por la acción de otro, ¿no?; así como Dios permitió que Adán pecara,
debió permitir la Pasión de su Hijo para liberar a la humanidad del pecado (ST IIIa. 47.3, rpta).

Lo que me llama la atención de lo anterior es que Tomás afirma que la Pasión sucede de acuerdo al plan (ST
(ST IIIa. 47.2, ad 1) que Dios instituyó “en el principio” (Génesis 1:1), lo cual me hace pensar que la salvación
providencial de Dios necesitaba que tanto las autoridades judías como Cristo actuaran de la manera en que
lo hicieron. Esto me lleva a cuestionar la posibilidad real de libertad en los perseguidores de Cristo y el hijo
de Dios.

Que la Antigua Ley se cumpliera (Levering, 2002, p. 53) requería de individuos que hicieran el papel de malos
en la historia y que ocasionaran la Pasión de Cristo. Si no hay victimarios o si Cristo decide no sacrificarse,
entonces no hay salvación humana (¿debemos darle las gracias a Poncio Pilato?) y, por lo tanto, el plan de
Dios fracasa. Pero, si el plan divino iba a cumplirse necesariamente, entonces ni Poncio Pilato ni Cristo eran
libres y, por lo tanto, a mi juicio, no tiene sentido castigar al primero ni premiar al segundo (la acción de Cristo
no tendría mérito alguno).

Por otro lado, si existía la posibilidad de que el plan divino fracasara, entonces Pilatos y Cristo sí actuaron
libremente, pero surge un problema: 1. ¿tiene algún sentido que Dios haga un plan sabiendo de antemano
que puede fallar? —Y Dios no sólo sabría que puede fallar, sabría si efectivamente va a ser exitoso o no; la
consecuencia de tener garantizado su éxito ya lo discutí en el anterior párrafo (imposibilidad de libertad
humana) y lo segundo es absurdo, pues hacer un plan que uno sabe que va a fallar es simplemente
estúpido— o 2. El hecho de que Dios haga un plan sin saber que podría fallar implicaría que no es
omnisciente.

Es necesario que Santo Tomás salve el libre albedrio en Cristo (ST IIIa. 47.2, ad 2), pues un sacrifico que no
sea voluntario no es sacrificio en absoluto, sin dejar de señalar que lo que hace que este sacrificio sea
agradable a Dios es, en gran medida, el hecho de que Cristo le hubiera obedecido (Hoogland, 2003, p. 11).

Según el teólogo medieval, nosotros estábamos presos en el pecado, teníamos una deuda de castigo con
Dios por el pecado original y por el pecado individual (cuando cada uno de nosotros elige pecar) y, para
saldarla, Cristo tenía que pagar el precio de nuestra redención con su sangre (ST IIIa. 48.4, ad 3 y 48.5, rpta).
Su sufrimiento fue la causa del perdón de nuestros pecados (ST IIIa. 49.1, rpta) y lo que permitió que nos
reconciliáramos con Dios (ST IIIa. 49.4, rpta).

El hecho de que nuestro Creador haya enviado a su Hijo a pagarle a Él el rescate que nosotros le debíamos
pero no podíamos pagar (Levering, 2004, p. 13) deja ver que la perspectiva que Aquino tiene de la
encarnación es teleológica (Quinn, 1989, p. 154): Cristo viene y sufre para eliminar nuestro pecado para que
así podamos regresar al Padre, lo cual corresponde a nuestro fin último de acuerdo al plan de Dios, plan a
través del cual Él nos demuestra cuán grande es su amor.

Por mi parte, considero que el hecho de que Dios exija una reparación o un castigo en orden a perdonarnos
indica que Él, en realidad, no perdona el pecado en absoluto. Creo que el perdón implica la no exigencia de
una reparación completa y que quien perdona tiene la voluntad de dejar ir una ofensa sin imponer castigo
alguno (Murray y Rea, 2016).

No sé cómo a Santo Tomás le puede parecer justo que Dios permita que su Hijo inocente lleve el castigo de
nosotros. A mi juicio, es moralmente repugnante la visión de un Dios que puede ser apaciguado por un
sacrificio violento y sangriento, y que ha hecho de la muerte violenta de su propio Hijo encarnado la condición
necesaria para mostrar amor y perdón a los seres humanos (Finlan, 2005, 2007). Además, me es difícil ver
lo que significaría ofrecer la vida y la muerte de otra persona como reparación o penitencia propias. Es por
todo esto que yo digo, si es así cómo yo puedo ser salvado, muchas gracias, Dios, por tu “amor” y
preocupación, pero yo prefiero no ser cristiano.
Referencias

 Aquino, T. (1948). Summa Theologiae. Fathers of the English Dominican Province. New York:
Benzinger Bros.

 Hoogland, M. (2003). God, Passion, and Power: Thomas Aquinas on Christ Crucified and the
Almightiness of God. Leuven: Peeters.

 Levering, M. (2002). Christ’s Fulfillment of Torah and Temple. Indiana: University of Notre
Dame Press.

 Levering, M. (2004). Scripture and Metaphysics: Aquinas and the Renewal of Trinitarian
Theology. MA: Blackwell Publishing.

 Murray, M. J. y Rea, M. (2016). "Philosophy and Christian Theology", The Stanford


Encyclopedia of Philosophy. Edward N. Zalta (Ed.). Recuperado de
<https://plato.stanford.edu/archives/win2016/entries/christiantheology-philosophy/>.

 Quinn, P. L. (1989). “Aquinas on Atonement” en Trinity, Incarnation, and Atonement:


Philosophical and Theological Essays. Eds. Ronald J. Feenstra y Cornelius Plantinga, Jr.
Indiana: University of Notre Dame Press.

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