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tomo I
biblioteca
de literatura
afrocolombiana
ministerio
i
de cultura
primera edición
Biblioteca del Darién, Colcultura, 1993.
© 2010, Ministerio de Cultura
© 2010, Carlos Arturo Truque
isbn colección -???-????-??-?
isbn 978-???-????-??-?
Impreso en Colombia
Printed in Colombia
Reservados todos los derechos. Prohibida su
reproducción total o parcial por cualquier medio,
o tecnología, sin autorización previa y expresa
del editor o titular.
com i t é e d i t o r i a l
Roberto Burgos Cantor
Ariel Castillo Mier
Darío Henao Restrepo
Mi n i s t e r i o de C ultura Alfonso Múnera Cavadía
R e p ú b l i c a de C olombia Alfredo Vanín Romero
apoyan
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prólogo
J a i r o H e n r y A r r oyo R e i n a 9
J a i r o H e n r y A r r oyo R e i n a
H i s to r i a d o r D o c e nte - U n i ve r s i d a d d e l Va l l e y m i e m b r o d e l g r u p o
d e i n ve s t i g a c i ó n N u e v o P e n s a m i e nto A d m i n i s tr at i v o
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—¡Currulao! ¡Upa!
La voz de la marimba y el golpe de los tamboriles se debilitan;
vuelven a hacerse lentos, pausados; se apagan poco a poco. Exáni-
me, la Pascuala cae desplomada sobre el piso. Vencida como la estatua
rota que rodó de su pedestal.
El negro anciano se adelanta entonces, solemne. La sorda músi-
ca apenas suena ya como fragor lejano que se extingue. Ante la tari-
ma del rincón se detiene, y alzando la diestra armada con el cuchillo,
lo hunde repetidas veces en el cuerpo del macho cabrío, que dobla
los corvejones exhalando berridos tristes de muerte. Convulsiva-
mente escarba sobre la tarima con las pezuñas posteriores y cae por
último entre el charco de su propia sangre.
La muchedumbre canta:
El Taita Cornudo,
marimba y tambó,
marimba y tambó.
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¿Qué tiene la mañana pálida, que hasta el mismo cielo parece lle-
var gasas y vendas como los heridos y los enfermos? ¿Qué hay en la
caliginosa atmósfera, que no es precisamente la misma de otros días
sin sol, opacos por el invierno, sino que se vuelve más turbia, más
pesada, más triste, con tristeza humana que no encuentra consola-
ción? Desde que amaneció, terca y sutil llovizna cae sobre el caserío,
empapándolo todo. Sobre las gentes y las cosas hay una cara nueva,
un barniz recién puesto; pero en los rostros hay también expresión
adusta. Se habla de los sucesos de la noche anterior, de la agitada vís-
pera de este día feriado que las gentes esperaban alegre, pero que se
trocó en jornada de tedio. Tradicionalmente, las vigilias festivas sue-
len ser aquí bastante animadas. Alegría de mineros, jolgorio y como
siempre, licores que enardecen la sangre, músicas que hacen olvidar
los duros trabajos y las penas, canciones que despiertan transitoria-
mente en las almas los sentimientos dormidos. ¿Qué importa que
el nuevo día los encuentre con los semblantes traspasados, curtidos
semblantes en los que hasta el gozo toma expresión áspera y hostil, y
con los bolsillos limpios porque la farra consumió íntegro el jornal?
Fueron felices unas horas, se embriagaron de falsa dicha, y la vida,
sus vidas, continuará su curso igual, con idéntico dolor y la misma
desesperanza. Pero en esta mañana gris, parda y nublada como el
oscuro mineral de las minas o la tierra pintada de yodos, no es la
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Fue tal el espanto que Mary sintió al ver aparecer de improviso, sa-
liendo del matorral, a la bruja Aspasia, que ni siquiera pudo exhalar
un grito. Tampoco tuvo tiempo para debatirse, ya porque la misma
sorpresa la paralizaba, ya porque los hechos pasaron con asombrosa
rapidez. Sin pronunciar palabra, ágil, forzuda, la vieja la había le-
vantado en vilo, perdiéndose con su preciosa carga por entre la
maleza oscura y tupida.
¿Cuánto tiempo duró la fantástica carrera, la loca fuga por las
escarpadas laderas, bajo la sombra invasora del anochecer? Cuando,
recorrido ya bastante trecho, la niña pudo al fin prorrumpir en llanto,
expresando su miedo y llamando con patéticas voces a la madre,
Aspasia la había estrechado más como temerosa de perderla, mien-
tras de sus labios salía insólito arrullo, dulce y tierno, semejante a la
queja de la torca…
—No llores, hijita, que no he de hacerte daño.
—No, no. Quiero volver a casa, quiero ver a mamá. Esto feo,
obscuro.
La vieja sintió como una punzada en el corazón.
—Pronto llegaremos a casa, pero no llores… Mira: allá lejos,
donde brillan aquellas luces, hay hombres malos, malos. He de li-
brarte de ellos, porque son venenosos como el alacrán y la víbora,
porque son ladrones y perversos.
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financiada en su totalidad
por el Ministerio de Cultura.