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Deuteronomio 10
Muchos durante todos los tiempos han hecho esfuerzos inhumanos por desprestigiar la
Santa Ley de Dios. No obstante estos esfuerzos han sido inútiles debido a la naturaleza
eterna de sus principios.
Por haber despreciado el don de Dios y su magnánima Ley, Moisés, así como la humanidad,
debería haber sido destruido. Pero la misericordia infinita de Dios abrió una nueva
oportunidad para el emocional líder.
Al hacer nuevamente las tablas, lo cual era una dura y pesada tarea, Moisés aprendió que
la desobediencia a Dios conlleva una carga difícil de sobrellevar y al mismo tiempo
innecesaria.
Después de cumplir la cansada obra, Moisés presentó delante de Dios las tablas y de forma
extraordinaria, obrando un milagro asombroso, el Señor con su propio dedo, escribió
nuevamente los diez mandamientos. Las tablas de piedra habían cambiado, pero los
estatutos seguían siendo exactamente los mismos.
La Ley de Dios es eterna, sólida como la roca y fluye desde el interior del carácter de
Dios. Es justa y protectora, su cumplimiento produce en el ser humano la más grande
felicidad.
¡Qué momento tan solemne! Un momento de adoración pura, el pueblo podía estar
tranquilo de que la justicia de Dios no cambia con el tiempo o las circunstancias. Dios, al
igual que su Ley, es el mismo hoy y siempre.
Motivos de sobra tenía el Señor para decidir raerlos de la tierra y ningún ser en el vasto
universo se inconformaría con la decisión. Pero una vez más su gracia se hizo presente, un
nuevo, borrón y cuenta nueva.
Con las emociones a flor de piel, y con tal muestra de misericordia, los israelitas decidieron
pactar nuevamente con el Señor. Tal como en otras ocasiones, su líder, Moisés, hizo
intercesión por ellos. Tipificando la obra que Cristo vendría a hacer por toda la humanidad.
Su oración fue tan sincera que a Dios le resultó una ofrenda grata. No era el palabrerío sino
que procedía desde el corazón. ¿Cómo no responder así después de haber experimentado
los beneficios de la gracia suprema?
La oración incluía los antiguos pasajes tristes del pueblo de Israel, no como un reproche
sino como muestra de la infinita misericordia divina y la paciencia de Dios para guiarlos a
pesar de su necio corazón.
Tanto la Ley como la gracia de Dios encontraban su origen en la misma fuente, a saber, el
perfecto amor de Dios. Ésta era la base del pacto. En el versículo 11 Dios le ordena a
Moisés, “levántate y anda”, palabras que más tarde Jesús le diría a muchos oprimidos por
el pecado.
Hoy nosotros debemos levantarnos y andar, no con nuestras fuerzas, sino en el nombre del
Señor. Sigue adelante, el galardón está cercano y el día próximo.
Recuerda, La Ley de Dios es eterna, sólida como la roca y fluye desde el interior del
carácter de Dios. Es justa y protectora, su cumplimiento produce en el ser humano la
más grande felicidad. Nunca olvides que el Dios de Israel es un dios paciente, amoroso,
misericordioso y paciente, sí, muy paciente…
¡Bendiciones!