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El documento discute la necesidad de recuperar lo sagrado y evitar la profanidad. Argumenta que la Iglesia no debe secularizarse para atraer más personas, sino mantener su naturaleza santa y transformar el mundo. También cita a autores que enfatizan la necesidad de lo eterno y la desesperación actual de la humanidad. Finalmente, habla sobre el pasaje bíblico donde Jesús promete recompensar a quienes lo siguen con el céntuplo en esta vida y la eterna.
Descrizione originale:
Titolo originale
Espirtualidad sacerdotal - Lo sagrado y lo profano - El Camino Pascual - Ratzinger, Joseph.docx
El documento discute la necesidad de recuperar lo sagrado y evitar la profanidad. Argumenta que la Iglesia no debe secularizarse para atraer más personas, sino mantener su naturaleza santa y transformar el mundo. También cita a autores que enfatizan la necesidad de lo eterno y la desesperación actual de la humanidad. Finalmente, habla sobre el pasaje bíblico donde Jesús promete recompensar a quienes lo siguen con el céntuplo en esta vida y la eterna.
El documento discute la necesidad de recuperar lo sagrado y evitar la profanidad. Argumenta que la Iglesia no debe secularizarse para atraer más personas, sino mantener su naturaleza santa y transformar el mundo. También cita a autores que enfatizan la necesidad de lo eterno y la desesperación actual de la humanidad. Finalmente, habla sobre el pasaje bíblico donde Jesús promete recompensar a quienes lo siguen con el céntuplo en esta vida y la eterna.
Con la recuperación del Antiguo Testamento ha de superarse el
rechazo de lo sagrado y la ficción de la profanidad. Naturalmente, el cristianismo es fermento y levadura, de manera que lo sagrado no es algo cerrado y ya completo, sino que es una realidad dinámica. El sacerdote ha recibido el mandato: «Id al mundo y haced de los hombres discípulos míos» (/Mt/28/19). Pero este dinamismo de la misión, esta apertura interior y amplitud del Evangelio, no puede traducirse de esta manera: «Id al mundo y haceos también vosotros mundo. Id al mundo y confirmadlo en su profanidad». Todo lo contrario. Lo que realmente cuenta es el misterio santo de Dios, el grano de mostaza del Evangelio, que no se identifica con el mundo, sino que está destinado a hacer fermentar el mundo entero. Es necesario, pues, que hallemos de nuevo el valor de volver a lo sagrado, el valor del discernimiento de la realidad cristiana, no para establecer fronteras, sino para transformar, para ser verdaderamente dinámicos. Eugenio ·Ionesco-E, uno de los padres del teatro del absurdo, en una entrevista que tuvo lugar en 1975, expresó lo mismo con toda la pasión de un hombre de nuestro tiempo que busca y tiene sed de verdad. Me limito a citar unas cuantas frases: «La Iglesia no quiere perder su clientela, quiere conquistar nuevos adeptos. Esto provoca una especie de secularización, que es realmente deplorable». «El mundo se pierde, la Iglesia se pierde en el mundo, los párrocos son estúpidos y mediocres; se sienten felices de ser tan sólo hombres mediocres como los demás, de ser pequeños proletarios de izquierda. En una Iglesia he escuchado a un párroco que decía: Alegrémonos todos juntos, estrechémonos las manos... ¡Jesús os desea jovialmente un hermoso día, un buen día! Dentro de poco, en el momento de la comunión, se preparará un bar con pan y vino y se ofrecerán sandwiches y beaujolais. Me parece de una estupidez increíble, de una absoluta falta de espíritu. Fraternidad no es mediocridad ni simple camaradería. Tenemos necesidad de lo eterno, porque ¿qué otra cosa es la religión o, si se quiere, lo Santo? No nos queda nada, nada hay estable, todo está en movimiento. Y, sin embargo, tenemos necesidad de una roca» (E. IONESCO, Antidotes. París 1977). En este contexto me vienen también a la memoria algunas de las frases incitantes que se leen en la reciente obra de Peter Handke Sobre los pueblos. Escribe este autor: «Nadie nos quiere, nadie nos ha querido nunca... Nuestras habitaciones son vacíos espaldares de desesperación... No es que vayamos por un camino equivocado, es que no vamos por camino alguno. ¡Qué abandonada está la humanidad!» (P. Handke es un joven poeta austríaco muy conocido en Alemania). Creo que si escuchamos las voces de hombres que, como éstos, son plenamente conscientes de vivir en el mundo, entonces veremos con claridad que no se puede servir a este mundo con una adocenada actitud condescendiente. El mundo no tiene necesidad de aquiescencia, sino de transformación, de radicalidad evangélica.
Por último, quiero referirme al texto de /Mc/10/28-31. Es ese pasaje
en el que Pedro dice a Jesús: «Pues nosotros hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido». Mateo explicita el sentido de la pregunta añadiendo: «¿Qué tendremos?» (Mt 19,27). Hemos hablado ya del abandono de todas las cosas. Es un elemento indispensable de la espiritualidad apostólica y sacerdotal. Consideremos ahora la respuesta de Jesús, que es realmente sorprendente. Jesús no rechaza en modo alguno la pregunta de Pedro porque éste espere una recompensa, sino que le da la razón: «En verdad os digo que no hay nadie que, habiendo dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos, o campos, por amor de mí y del Evangelio, no reciba el céntuplo ahora en este tiempo en casas, hermanos, hermanas, madre e hijos y campos, con persecuciones, y la vida eterna en el siglo venidero» (Mc 10,29-30). Dios es magnánimo; si examinamos sinceramente nuestra vida, sabemos bien que cualquier cosa que hayamos abandonado nos la devuelve el Señor acrecentada con el ciento por uno. No deja que le ganemos en generosidad. No espera a la otra vida para darnos la recompensa, sino que nos da el céntuplo desde ahora mismo, a pesar de que este mundo siga siendo un mundo de persecuciones, de dolor, de sufrimiento. Santa Teresa de Jesús (·TEREJ) resume este pensamiento con esta sencilla frase: «Aun en esta vida da Dios ciento por uno» (Libro de la Vida 22,15). A nosotros nos corresponde únicamente tener el valor de ser los primeros en dar el uno, como Pedro, que, fiado en la palabra del Señor, no duda en bogar mar adentro a la mañana: entrega uno y recibe cien. También hoy nos invita el Señor a bogar mar adentro, y estoy seguro de que tendremos la misma sorpresa que Pedro; la pesca será abundante, porque el Señor permanece en la barca de Pedro, que ha venido a ser su cátedra y su trono de misericordia. JOSEPH RATZINGER EL CAMINO PASCUAL BAC POPULAR MADRID-1990.Págs. 187-189