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Lo sagrado y lo profano

Con la recuperación del Antiguo Testamento ha de superarse el


rechazo de lo sagrado y la ficción de la profanidad. Naturalmente, el
cristianismo es fermento y levadura, de manera que lo sagrado no es
algo cerrado y ya completo, sino que es una realidad dinámica. El
sacerdote ha recibido el mandato: «Id al mundo y haced de los
hombres discípulos míos» (/Mt/28/19). Pero este dinamismo de la
misión, esta apertura interior y amplitud del Evangelio, no puede
traducirse de esta manera: «Id al mundo y haceos también vosotros
mundo. Id al mundo y confirmadlo en su profanidad». Todo lo
contrario. Lo que realmente cuenta es el misterio santo de Dios, el
grano de mostaza del Evangelio, que no se identifica con el mundo,
sino que está destinado a hacer fermentar el mundo entero. Es
necesario, pues, que hallemos de nuevo el valor de volver a lo
sagrado, el valor del discernimiento de la realidad cristiana, no para
establecer fronteras, sino para transformar, para ser verdaderamente
dinámicos. Eugenio ·Ionesco-E, uno de los padres del teatro del
absurdo, en una entrevista que tuvo lugar en 1975, expresó lo
mismo con toda la pasión de un hombre de nuestro tiempo que busca
y tiene sed de verdad. Me limito a citar unas cuantas frases: «La
Iglesia no quiere perder su clientela, quiere conquistar nuevos
adeptos. Esto provoca una especie de secularización, que es
realmente deplorable». «El mundo se pierde, la Iglesia se pierde en
el mundo, los párrocos son estúpidos y mediocres; se sienten felices
de ser tan sólo hombres mediocres como los demás, de ser pequeños
proletarios de izquierda. En una Iglesia he escuchado a un párroco
que decía: Alegrémonos todos juntos, estrechémonos las manos...
¡Jesús os desea jovialmente un hermoso día, un buen día! Dentro de
poco, en el momento de la comunión, se preparará un bar con pan y
vino y se ofrecerán sandwiches y beaujolais. Me parece de una
estupidez increíble, de una absoluta falta de espíritu. Fraternidad no
es mediocridad ni simple camaradería. Tenemos necesidad de lo
eterno, porque ¿qué otra cosa es la religión o, si se quiere, lo Santo?
No nos queda nada, nada hay estable, todo está en movimiento. Y,
sin embargo, tenemos necesidad de una roca» (E. IONESCO,
Antidotes. París 1977). En este contexto me vienen también a la
memoria algunas de las frases incitantes que se leen en la reciente
obra de Peter Handke Sobre los pueblos. Escribe este autor: «Nadie
nos quiere, nadie nos ha querido nunca... Nuestras habitaciones son
vacíos espaldares de desesperación... No es que vayamos por un
camino equivocado, es que no vamos por camino alguno. ¡Qué
abandonada está la humanidad!» (P. Handke es un joven poeta
austríaco muy conocido en Alemania). Creo que si escuchamos las
voces de hombres que, como éstos, son plenamente conscientes de
vivir en el mundo, entonces veremos con claridad que no se puede
servir a este mundo con una adocenada actitud condescendiente. El
mundo no tiene necesidad de aquiescencia, sino de transformación,
de radicalidad evangélica.

Por último, quiero referirme al texto de /Mc/10/28-31. Es ese pasaje


en el que Pedro dice a Jesús: «Pues nosotros hemos dejado todas las
cosas y te hemos seguido». Mateo explicita el sentido de la pregunta
añadiendo: «¿Qué tendremos?» (Mt 19,27). Hemos hablado ya del
abandono de todas las cosas. Es un elemento indispensable de la
espiritualidad apostólica y sacerdotal. Consideremos ahora la
respuesta de Jesús, que es realmente sorprendente. Jesús no
rechaza en modo alguno la pregunta de Pedro porque éste espere
una recompensa, sino que le da la razón: «En verdad os digo que no
hay nadie que, habiendo dejado casa, o hermanos, o hermanas, o
madre, o padre, o hijos, o campos, por amor de mí y del Evangelio,
no reciba el céntuplo ahora en este tiempo en casas, hermanos,
hermanas, madre e hijos y campos, con persecuciones, y la vida
eterna en el siglo venidero» (Mc 10,29-30). Dios es magnánimo; si
examinamos sinceramente nuestra vida, sabemos bien que cualquier
cosa que hayamos abandonado nos la devuelve el Señor acrecentada
con el ciento por uno. No deja que le ganemos en generosidad. No
espera a la otra vida para darnos la recompensa, sino que nos da el
céntuplo desde ahora mismo, a pesar de que este mundo siga siendo
un mundo de persecuciones, de dolor, de sufrimiento. Santa Teresa
de Jesús (·TEREJ) resume este pensamiento con esta sencilla frase:
«Aun en esta vida da Dios ciento por uno» (Libro de la Vida 22,15). A
nosotros nos corresponde únicamente tener el valor de ser los
primeros en dar el uno, como Pedro, que, fiado en la palabra del
Señor, no duda en bogar mar adentro a la mañana: entrega uno y
recibe cien. También hoy nos invita el Señor a bogar mar adentro, y
estoy seguro de que tendremos la misma sorpresa que Pedro; la
pesca será abundante, porque el Señor permanece en la barca de
Pedro, que ha venido a ser su cátedra y su trono de misericordia.
JOSEPH RATZINGER
EL CAMINO PASCUAL
BAC POPULAR MADRID-1990.Págs. 187-189

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