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LOS LUGARES SAGRADOS.

AGUA, PIEDRA Y
CONCIENCIA

Ponencia presentada por Javier Petralanda


en el primer encuentro de Ecología del Agua en Riopar

Nos está tocando vivir el que quizá sea uno de los momentos más
críticos de la ya larga historia del ser humano. La crisis
medioambiental es de tal magnitud que quedan cortas aquellas
palabras con las que el jefe indio Noah Seattle terminaba la carta
enviada al presidente Franklin en 1885, en lo que ha sido
considerado como el mayor alegato ecológico jamás escrito “...Termina la vida y comienza la
supervivencia”. La Madre Tierra agoniza y con ella el elemento vital por antonomasia, el agua. Lo
que le sucede al Planeta no es más que reflejo y consecuencia de lo que acontece en el propio
interior del ser humano y esto seguirá siendo así hasta que no decida tomar firmemente el control de
su propia existencia.

Tomar conciencia del momento presente es reflexionar sobre nuestra trayectoria como individuos, y
como grupo social. Preguntarse de dónde venimos puede ser un sano ejercicio terapéutico ya que
ahí, en el pasado más cercano o más lejano, se hallan seguramente escondidas respuestas que
necesitamos conocer con urgencia como posible vía para resolver conflictos internos y establecer
las paces con el medio en el que nos movemos. Este es el trasfondo a través del cual quiero
aproximarme al misterio del agua, la piedra y la conciencia, siempre omnipresentes en los lugares
sagrados que desde el paleolítico hasta los siglos XIII, XIV, XV de la Edad Media, tiempos en los
que todavía estaba en vigor el llamado paradigma organicista que la primera revolución científica y
su aciago desarrollo anularon de la vida social. Las consecuencias nos enfrentan hoy día a la
incertidumbre de un futuro inmediato.
LA CONCIENCIA DEL HOMBRE PRIMITIVO

Cualquier realización humana es reflejo de un determinado estado de conciencia. Siendo esto cierto,
no conocemos prácticamente nada sobre la forma que tenía el hombre primitivo de ver el mundo y
vivir en él. Tendemos a pensar que los seres humanos que habitaron las cuevas del paleolítico tenían
un concepto de la realidad similar al nuestro en el que la racionalidad prima sobre las concepciones
globales. Este es uno de los problemas con que se encuentra la arqueología actual, que trata de
interpretar fenómenos que corresponde a otro estadio de conciencia desde nuestras propias
coordenadas mentales, con lo cual sus aportaciones son más bien escasas. Seguimos creyendo que
la falta de medios y educación los convertían en seres rudos e ignorantes. Sin embargo, a lo mejor
las cosas no fueron así. Los estudios antropológicos realizados este último siglo en tribus indígenas
de Africa, el Pacífico o en las selvas sudamericanas nos hablan de estados de conciencia unidos o
más bien fundidos con el mundo circundante de tal manera que incluso no les es posible diferenciar
el objeto con del YO. Es decir, no se ven las cosas desde fuera sino como parte integrante de las
mismas. Algo de esto quieren decir los indios mexicanos cuando afirman que “Esta Tierra es mi
cuerpo. El Cielo es mi cuerpo, las estaciones son mi cuerpo, esta agua es mi cuerpo también. El
Mundo es tan grande como mi cuerpo. El Mundo es tan grande como mis plegarias”. Se podría
afirmar que el hombre primitivo no estaba aún plenamente encarnado. La naturaleza y la Tierra eran
seres vivos. La Tierra es considerada Diosa-Madre generosa, protectora y propiciadora de la vida
pero terriblemente exigente. Cualquier tipo de actividad era regida por los ciclos derivados de la
propia Naturaleza.

En el presente, los propios descubrimientos en el campo de la física permiten afirmar que no es


factible comprender nada de forma aislada. Nuestros antepasados no estaban tan desencaminados.
En una naturaleza todavía virgen, esta visión intuitiva, unitiva y global de la realidad no cabe duda
de que les permitía tener acceso a parcelas del mundo suprasensible a las que nosotros solamente
podemos acceder mediante un duro y continuado trabajo interior. Si pretendemos comprender lo
que fueron y las realizaciones que nuestros antepasados nos legaron, es imprescindible pues un
esfuerzo de apertura de corazón primando el sentir sobre el razonar.

Cuando con espíritu abierto y receptivo nos aproximamos a un Dolmen, a un Menhir o a una Iglesia
Románica que aún resuena se percibe que ahí subyace una sabiduría que trata de comunicarse. Se
siente en algunos momentos que las coordenadas espacio-temporales saltan hechas añicos y se
vivencia de forma nítida aquello de que cuerpo, alma, espíritu, Naturaleza, Creación son una misma
cosa. Uno comprende entonces que estos lugares tenían una finalidad de regeneración espiritual y
como consecuencia también una finalidad de regeneración física. Y esto fue así hasta que la visión
Newtoniana de la realidad estableciera que el mundo es una máquina, hasta que Francis Bacon diera
vía libre a la explotación de la Madre Tierra, hasta que Descartes atomizara la realidad
encorsetándola en compartimentos estancos; en definitiva, hasta que se estableció el paradigma
mecanicista.

Si bien en un primer estadio determinados bosques, árboles, manantiales, cimas, cuevas eran
considerados sagrados, las primeras construcciones dignas de tal nombre son fundamentalmente el
dolmen y el menhir, e indican sin duda un mayor asentamiento de nuestros antepasados en el plano
físico. Las antiguas comunidades o tribus de humanos eran regidas tanto en el plano político-social
como espiritual (aspectos estos indiferenciados en aquel momento) por sacerdotes-chamanes o
iniciados en un conocimiento más completo y abarcante de la realidad. Estos fueron los que
dirigieron la creación de los monumentos megalíticos. Los sacerdotes-chamanes-iniciados están
asociados al conocimiento de las energías del Cielo y la Tierra. Saben que se debe de vivir en
armonía con las leyes que rigen de ambas y que la conculcación de las mismas acarrea la
desarmonía, el caos, la destrucción y la muerte. Seguramente que conocían el papel del ser humano
como puente entre el Cielo y la Tierra de la misma forma que percibían que los actos humanos
tenían influencia en el “devenir de las estrellas”. Se sobreentiende que para ellos el agua era una
entidad viva.

EL LUGAR SAGRADO

Sabemos que existen lugares donde la vida se desenvuelve en todo su esplendor. Se dice que son
lugares de energía positiva. Otros, sin embargo, emiten una energía perturbadora que impide que los
organismos se desarrollen. Son lugares de energía negativa. Algunos de estos lugares resonaban de
forma muy especial en aquellos seres abiertos al entorno. Son los lugares sagrados. En este sentido,
Mircea Eliade decía que el lugar sagrado no es jamás elegido por el hombre sino descubierto por él.
Estos enclaves eran y algunos siguen siendo puertas dimensionales al servicio de la comunicación,
de la curación, de la iniciación, en definitiva, al servicio de la evolución espiritual. Fallas, corrientes
de agua subterránea, redes telúricas y determinado tipo muy concreto de rocas son elementos
comunes que hallan siempre asociados a un lugar sagrado. En ellos se pueden dar fenómenos como
anomalías electromagnéticas, a veces variaciones en la gravedad, piezoelectricidad, mayor índice de
radioactividad y presencia de luces. El movimiento constante entre los estratos de las fallas, en
ocasiones, da lugar a acoplamientos asociados a campos escalares muy localizados, los cuales
llevan aparejados fenómenos luminosos en la vertical. Estos fenómenos están acompañados de
distorsiones espacio-temporales que conllevan un campo alucinatorio. Así mismo los elementos
geofísicos descritos pueden, en determinadas circunstancias, estimular y potenciar estados alterados
de conciencia. En general son lugares muy perturbados que eran trasmutados en puntos sumamente
benéficos. Algunas plantas o árboles considerados particularmente sagrados como el tejo, el
muérdago, el espino, el avellano... se adaptan o crecen sobre estos lugares alterados por fallas,
corrientes de agua, flujos magnéticos, redes telúricas en general. Muchos de estos árboles tienen un
campo bioplasmático considerable. Es precisamente en estos puntos y solamente en ellos donde se
construían monumentos en los que nada se dejaba al azar. Dólmenes, menhires y más tarde ermitas
e iglesias son antenas receptivas y emisoras y amplificadores energéticos que en cualquier caso
armonizan los desajustes energéticos del lugar.

EL AGUA Y LA PIEDRA EN LOS LUGARES SAGRADOS

Los primitivos megalitos de los que tenemos constancia se erigen en un determinado momento
histórico, hacia el 5º A.C. milenio dejándose de construir sin razón aparente 2.000 años después.
Construcciones similares se realizan por todas partes del Planeta: India, Japón, Madagascar,
Manchuria, Caúcaso, España. En la actualidad subsisten un porcentaje mínimo de los que en su día
fueron, entre otras razones debido al particular celo de la Iglesia en deshacerse de “esos templos
paganos construidos por el mismísimo diablo”.

Las teorías mecanicistas que asocian los dólmenes a tumbas


prehistóricas y los menhires a cultos solares no tienen gran sentido.
Cuando nos aproximamos al mundo de los monumentos
megalíticos una cosa que llama la atención es la naturaleza
geológica del subsuelo. Casi todos los Dólmenes están construidos
sobre terrenos calcáreos o graníticos. A veces grandes losas de
granito fueron transportadas muchos kilómetros para erigir un
dolmen no se sabe cómo. El químico Joseph Davidovits propone que en ocasiones los antiguos
tenían conocimientos suficientes como para confeccionar las piedras con las que se erigieron
muchos dólmenes. Para ello utilizaban gres, cuarzo, arcilla (caolín), productos de la degeneración
del granito sirviéndose como catalizadores, reactivos alcalinos, ceniza de cereales (carbonato
cálcico) y cal. Destaca con luz propia la utilización del cuarzo.

Quizá sean pertinentes algunas reflexiones.

El cuarzo es óxido de silicio. El silicio nos conecta directamente con el núcleo de la Tierra. No es de
extrañar que el pueblo Siux-lakota construya sus cabañas de purificación llamadas inipis con ramas
de sauce, ricas en sílice Justamente en estas ceremonias de purificación se utilizan como elementos
primordiales, el agua y la piedra.

Agua y sílice son los elementos más abundantes en la Naturaleza. Steiner habla del sílice como
elemento esencial para la vida considerándolo “vector de fuerzas cósmicas”. Sin él los cereales no
darían grano y las plantas no crecerían en altura.

El óxido de silicio, el cuarzo, está configurado por tetraedros (figura enigmática). Un átomo central
unido a 4 oxígenos en los vértices que a su vez se enlazan con los silicios adyacentes, formando
mallas sin fin. Es la versión cluster en el mal llamado mundo inorgánico. Los electrones de algunos
oxígenos desparejados son los que provocan la piezoelectricidad al presionarlos. Pero hay otro
factor del que nos habla Alberto Borrás en su libro “Energías cósmicas del agua” que es sumamente
esclarecedor. La constante carga y descarga de electrones de los vértices de esos millones de
tetraedros que forman el cristal de cuarzo producen diminutas curvaturas espacio-temporales, es
decir puertas dimensionales que canalizan fuerzas a nuestro mundo tridimensional. Es el “vector de
fuerzas cósmicas” que menciona Steiner cuando habla del sílice.

Los grandes cristales de cuarzo que se han encontrado en muchos megalitos y el cuarzo como
componente de las piedras de las construcciones sagradas no solamente funcionan como antenas
que captan y atraen las vibraciones o informaciones telúricas sino que también captan “el mensaje
de las estrellas.”

Y es que la estructura del cuarzo es idéntica a la del agua. Agua y cuarzo son primos hermanos
cuando menos, a no ser que se trate de una misma entidad con polaridades diferentes pero
complementarias capaces de interrelacionarse, complementarse trasvasándose energía y vibración.
Hay un hecho que da que pensar: el agua no madura si no está filtrada por la tierra, si no está en
contacto con el sílice. ¿Pertenece la una al cielo y la otra a la Tierra?

Cuando Víktor Schaubeger observa el fenómeno de las piedras flotantes, o lo que él llamaba
levitación biomagnética, se percata de que estas piedras poseen una forma más o menos ovoide
(cantos rodados) y son compuestos de sílice: cuarzo, cristal de roca, pedernal, granito, arenisca.
Estas piedras según él refuerzan la energía del agua.

Podemos afirmar que sin agua no existe lugar sagrado, pero sin piedra (cuarzo) posiblemente
tampoco. Sin agua no hay información; sin sílice posiblemente tampoco; sin agua no hay vida, y sin
sílice tampoco. Agua y cuarzo o agua y sílice forman una pareja un tanto extraña y misteriosa. No
es casual que bajo un dolmen siempre circulan al menos una corriente de agua subterránea y bajo un
menhir una doble corriente de agua. ¿Por qué? Seguiremos indagando más adelante.

PIEDRA Y CONCIENCIA

La piedra no es un ser inanimado. En términos absolutos, no existe nada inanimado en el Universo.


En ese elemento “tan despreciable” que todos pisamos se encuentra la base del desarrollo biológico.
Sin el mundo mineral no hay vida sobre el Planeta. En él se sustenta todo el ciclo de la vida de los
reinos vegetal, animal, humano y posiblemente otros reinos no tan evidentes. Cuando los aborígenes
dibujan serpientes o formas ondulantes en las rocas, están plasmando lo que ellos captan como
fluidos energéticos que no atañen solamente a lo orgánico. Las piedras, las rocas, están sujetas a las
mismas influencias.

Steiner lo aclaraba. No solamente los seres vivos y las corrientes magnéticas superficiales que
recorren la Tierra están sujetos a las influencias del Cielo (planetarias, zodiacales, cósmicas);
también los minerales del interior de la Tierra, que de ninguna manera son estáticos y están
inactivos. También ellos reaccionan a los movimientos de los astros y según estos y sus ciclos se
cargan o descargan de energía afectando al crecimiento vegetal. Este es un hecho puesto en
evidencia a diario por la agricultura tradicional y por los practicantes de la agricultura biodinámica.

Evidentemente, la piedra no tiene capacidad de generar autorreflexiones; en este sentido, es absurdo


hablar de conciencia. La conciencia como capacidad de introspección se considera algo privativo
del ser humano. La piedra puede ser y de hecho es sensible al entorno impregnándose de las
energías que la circundan y guardando “un recuerdo dinámico y estable” de las mismas. Nos
encontramos ante otro paralelismo con el agua. Es lo que llamamos memoria de las piedras o
memoria de las paredes en la práctica geobiológica. Esta capacidad de interaccionar con el entorno
es extremadamente sensible a la acción humana, sobre todo cuando actúa de manera consciente e
impregnada de sentimiento.

El líder espiritual de los indios Hopi, Kuwanijuma, afirmaba: “El hombre no es el único que tiene
memoria. La Tierra recuerda, las piedras recuerdan. Si sabéis escuchar os contarán muchas cosas”.
Algunos miembros de algunas tribus africanas cuando intuyen cercana la muerte cuentan la historia
de la tribu a alguna piedra en la seguridad de que esta no solamente “memorizará” la historia sino
que la “contará” cuando la situación sea propicia. Tal vez en algún momento un ser humano pasará
por aquel lugar, se quedará “por casualidad” a echar una cabezadita y soñará con una bonita historia
que “por casualidad” coincidirá con la historia de la tribu africana.
Las construcciones sagradas no eran realizadas por técnicos y obreros que se limitaban a ejercer una
labor a cambio de un salario pero sin involucrarse anímicamente tal y como sucede en la mayoría de
los casos en nuestra sociedad. El estudio de la estructura energética de estos lugares nos lleva
pensar que las personas que trabajaban en estos quehaceres no solamente sabían de la trascendencia
de su trabajo sino que su labor era realizada desde estados de conciencia especiales ayudados
seguramente por rituales de los que nada conocemos y que actuaban sobre la materia y el espacio
del lugar cargándolos de información, de formas de pensamiento. No se puede comprender de otra
manera que muchas de esas construcciones aún resuenen.

Tiene su sentido que cuando en uno de estos lugares acontece un hecho desgraciado como puede ser
un asesinato, el lugar ha de ser purificado mediante rituales muy precisos. Una normativa de estas
características tuvimos ocasión de ver en la iglesia prerrománica de Valdedios en Oviedo. Digamos,
pues, que lugar, redes telúricas, piedra, agua y conciencia forman un todo inseparable sin el que no
es posible la activación de un enclave sagrado.

Nuestra toma de conciencia y nuestra actitud de búsqueda coherente desde el inegoísmo y la


impersonalidad van a ser la clave para que la piedra, el agua, las redes telúricas, el lugar, en
definitiva, actúen, se comuniquen como entidades inteligentes y cumplan con la función para la que
fueron construidos.

EL AGUA EN LAS CONSTRUCCIONES SAGRADAS

Hemos mencionado al agua y al cuarzo (sílice) como elementos complementarios sin los cuales no
es posible una construcción sagrada. Evidentement, no podemos hablar de la función del agua en
los dólmenes o en las iglesias de forma aislada. No tendría ningún sentido. El análisis de los
elementos energéticos, entre los que se encuentra de manera muy especial el agua, que interactúan
en un templo románico común, puede servir de modelo de aproximación a la comprensión general
de la función de este vital elemento en estos edificios. Elegimos una iglesia románica porque la
época en la que se construyeron se puede considerar como un momento histórico de recapitulación
de un determinado proceso evolutivo humano cuyas raíces se hallan en el paleolítico y que supuso
por otra parte el fin de una forma de ver la realidad desde coordenadas globales, desde coordenadas
organicistas.

Una iglesia románica, también la gótica, tiene, en cierto sentido, una estructura energética similar a
la de un dolmen o a la de la mayoría de las ermitas erigidas antes del renacimiento. Todas poseen
unas orientaciones muy concretas, a fin de conseguir objetivos muy concretos, las redes telúricas
son manipuladas, está presentes el elemento piedra, encontramos agua subterránea y hallamos
también círculos energéticos protectores. Por otra parte, obedecen a las necesidades de dos
momentos evolutivos completamente diferentes: el ser humano de los dólmenes trata de aposentarse
en la materia; el ser humano del románico comienza a tener nociones rudimentarias de sí mismo.

Cuando se adentra en la semi-penumbra de un templo románico y se intenta “sentir” sin prejuicios


racionales el lugar, se percibe la sensación de estar dentro del interior de un gigantesco útero
protector. Los arcos de medio punto y las bóvedas de medio cañón son la versión reducida de la
bóveda del cielo y a su vez el símbolo más que real de esa otra bóveda cálida y amorosa donde
vivimos nueve meses antes de nacer. Protección, seguridad, confianza son palabras que pueden
identificar las vivencias del “sentir” el templo románico. Con estas premisas, la comunicación con
el mundo espiritual o con la deidad propia interior es más fácil y fluida. La Divinidad está ahí
mismo, al alcance de las mano. No existen elementos de distracción, la decoración es la justa, la
imprescindible, al igual que la luz. Uno se puede concentrar y recoger con naturalidad.
En la Iglesia gótica, la luz ciega, los elementos arquitectónicos se intelectualizan, se hacen mucho
más complejos. Los arcos y las bóvedas apuntadas crean cierta inquietud, cierta inseguridad, cierta
falta de confianza. No podríamos dormir bajo una bóveda de estas características, de la misma
manera que no podríamos dormir bajo el punto de unión de un tejado a dos aguas. La deidad se
aleja, tenemos que ir hacia ella con el impulso de nuestra propia fuerza, superando las dudas
existenciales que surgen de nuestra incipiente racionalidad, el camino se hace más duro y más
complejo. El gótico pertenece a otro momento histórico. Precisamente es la época en la que se está
gestando la eclosión de otra forma de pensar en la que la preponderancia de la visión parcial sobre
la visión global, de la razón sobre la intuición, de la materia sobre el espíritu van a ser los ejes
conductores de una forma de aproximarse a la realidad que aún está vigente.

Ahora bien, aparte de las percepciones que nos pueda dar el sentir, la función de una edificio
sagrado va mucho mas allá. Anteriormente hemos comentado que la finalidad de un recinto sagrado
tiene que ver con la regeneración espiritual y física, en este orden concretamente. En consecuencia,
desde un punto de vista geobiológico el templo o la iglesia tiene que ser forzosamente un lugar
donde se dan cita espectros energéticos muy especiales que actúan de forma muy concreta en los
distintos espacios físicos del lugar. Estas energías han de estar en resonancia con los dos ejes
polares en los que se desarrolla nuestra existencia: Cielo y Tierra, que tienen que vibrar a la máxima
frecuencia. Veamos pues qué elementos especiales trabajan de manera sinérgica para que el templo
pueda cumplir con su misión. Entre ellos destacaremos el que actúa como pivote, como elemento de
coherencia: el agua. Hay que hacer notar que esta estructura energética es similar en los templos
sagrados de cualquier latitud y pertenecientes a cualquier religión.

1. Las redes energéticas

a) La Red Solar. Ha sido conocida desde siempre. Tiene que ver con la incidencia de la radiación
solar, con el campo magnético de la tierra. Sus bandas tienen una anchura variable y está orientada,
Norte, Sur y Este, Oeste. Pierde intensidad durante la noche. La
malla de la red es cuadrada, dependiendo su superficie de la latitud.
Esta red va a ser sacralizada de forma permanente por la estructura
del lugar y la incidencia del agua lustral.

b) La Red Sacra. Puede ser considerada como una particularidad de


la red Solar. La dirección de esta red sacra es de Norte a Sur y de
Oeste a Este. La anchura de la banda oscila entre 0,30 y 0,80 m. La
cuadrícula de estas redes pueden ser de 40x40 km. y 100x100 km.

c) Red Telúrica Hartmann. Forman mallas que van de Norte a Sur cada 2 metros y de Este a Oeste
cada 2,5 metros. La anchura de las bandas mide 20 cm. aproximadamente. Esta red puede ser
afectada por multitud de factores, como corrientes subterráneas de agua, tormentas solares, seísmos,
ciclos lunares. Cuando un cruce de esta red se halla asociado una corriente de agua subterránea, a
un campo electromagnético o cualquier otra alteración, el lugar se vuelve patógeno. Dentro de una
catedral se la encuentra de forma nítida en el baptisterio y en la piedra de los muertos. En otros
lugares del templo es utilizada en tanto en cuanto a que vehicula la información imprescindible al
funcionamiento del templo. Agrupaciones de esta red se encuentran alrededor de algunas iglesias
que aún resuenan. Habitualmente 3 agrupaciones de 7 bandas telúricas apiñadas a distancias
inferiores a un metro, intercaladas por espacios libres de bandas en distancias superiores de 5
metros. Se interpreta que son como muros energéticos que protegen el lugar sagrado. Alrededor de
la iglesia de Eunate en Navarra o en torno al dolmen de El Soltillo en la Rioja se aprecian
claramente. Hemos observado cómo la red telúrica trepa en ocasiones por los muros exteriores. En
la iglesia románica de Cervatos, del Norte de Palencia, tuvimos ocasión de contar hasta 9 enjambres
de abejas. Es bien conocido que las abejas al igual que las hormigas tienden a establecer sus
enjambres y hormigueros sobre cruces de la red telúrica.

2. La orientación. Todas las iglesias miran al Sol naciente. El punto de referencia es el de la salida
del Sol en el solsticio de verano, relacionado en la cultura cristiana con San Juan Bautista. Según la
tradición es en el bautismo cuando el Cristo se encarna realmente y a Cristo en nuestra cultura se le
ha identificado siempre con la deidad solar. Curiosamente en la fiesta de San Juan se unen los
rituales del fuego y del agua (Sol y agua) ¿Qué paralelismos tienen? ¿Por qué en algunas lenguas
arcaicas, como el euskera, al agua, a la energía, tanto a la común a la etérica, se las identifica con un
mismo vocablo: UR? ¿Sugiere un origen celeste del agua?

Si la nave central mira a la salida del Sol en el solsticio de verano, las naves laterales indican la
salida del Sol en los equinoccios de primavera y de otoño. A veces la propia estructura energética
del lugar o la dedicación del templo a algún santo o santa en particular ocasionaban que estas
orientaciones arquetípicas variaran en algunos grados.

La orientación hace que la iglesia quede dividida en dos zonas perfectamente delimitadas. Una zona
bañada por luz, la cual sigue el camino del Sol de Este a Oeste, es la parte caliente, solar, masculina,
la yang. Es el lugar apropiado para que los hombres sintonicen con su propia polaridad. La otra
zona no está nunca en contacto con la luz; es la zona fría, lunar, la oscura, la femenina, la yin. Es la
propia de la mujer.

3. Sistema de fuerzas. En términos de salud solamente existen tres fuerzas: dos que enferman y una
que sana. La fuerza del exceso que inflama, la fuerza del defecto que degenera y la fuerza que
equilibra ambas polaridades generando salud. En una iglesia encontramos un sistema análogo. La
fuerza telúrica de naturaleza evolutiva que se eleva por atracción hacia el cosmos describiendo
espirales dextrógiras y la fuerza que desciende del cosmos también por atracción describiendo
espirales levógiras. Una tercera fuerza de síntesis es la que va a equilibrar ambas haciéndolas
operativas.

La fuerza telúrica nos impulsa de dejar el plano físico, pero este nos es necesario para evolucionar;
la cósmica trata de anclarnos en la materia, pero “no sólo de pan vive el hombre”. No se puede
soslayar la realidad de la materia buscando pretendidos atajos espirituales que no existen. De la
misma manera que no se puede vivir en exclusiva en materia prescindiendo de la realidad del
mundo espiritual. Ambos caminos conducen a la enfermedad física y al estancamiento espiritual.

En la iglesia románica la energía telúrica va a ascender por las paredes y las columnas al encuentro
de las energías cósmicas que descienden de las bóvedas. En este sentido, las bases y los capiteles de
las columnas van a jugar el rol de receptáculos de esas energías telúricas y cósmicas siendo los
fustes autopistas de circulación y radiación energética. Es la misma función que realizan las raíces,
la copa y el tronco de un árbol.

4. La geometría sagrada. Si una construcción es sagrada tiene que ayudar a integrar al ser humano
en el Cosmos. Los elementos imprescindibles para que esto sea así son el lugar con sus especiales
características, por una parte, y el número y la proporción como componentes de la forma, por otra.
Número, proporción áurea y formas, que han de estar implícitos en los moldes que rigen la creación
y que son por otra parte los mismos que están contenidos y modelan al ser humano. El círculo, el
triángulo, el cuadrado, tres figuras básicas de las que emergen el doble cuadrado, la vésica piscis,
pentágonos, espirales, etc., constituyendo un todo vibrante y armónico a través del cual es
introducida la réplica operativa de la creación.

5. La piedra. Ya hemos comentado la impotancia de las piedras y más en concreto la función del
cuarzo en cuanto a su potencialidad como “vector de fuerzas cósmicas”. Pero la piedra tiene otro
aspecto y otra misión que cumplir dentro del edificio sagrado. Y esta misión comenza en la misma
cantera donde se extrae. La extracción y el pulido eran una tarea delicada que sólo podía ser
realizada por los Maestros canteros. La piedra en la cantera es un producto “bruto”, despolarizado,
andrógino. Hay que dotarla de vida, de polaridad, por medio de la talla consciente. Se respetan las
vetas y el orden en el que han sido extraídas para colocarlas de la misma manera en el edificio
sagrado. La polaridad femenina o yin siempre en el exterior a excepción de los umbrales o de
determinados puntos donde interesa que la red telúrica penetre en el templo. En el interior, sin
embargo, existe una alternancia de polaridades. Las reformas que se efectúan en iglesias o
monasterios ignorando estos extremos provocan la rápida descomposición de las piedras. Es el caso
de algunas zonas del monasterio de Santa María de Valbuena.

6. EL AGUA. Allá donde exista un lugar sagrado, el agua estará ineludiblemente presente. Agua
subterránea y en las inmediaciones, casi siempre alguna fuente de la que mana agua dotada de
propiedades terapéuticas. Y es que, ya lo hemos dicho, sin agua no puede haber recinto sagrado.

No hay dos iglesias iguales, cada una tiene su propia frecuencia vibratoria. En las iglesias el
recorrido del agua obedece a la propia situación natural de los acuíferos, los cuales están también
sujetos a los ciclos lunares y por lo tanto a las mareas o al discurrir de las corrientes trazadas
artificialmente por los constructores. Ahora bien, en general, la iglesia es surcada de Este a Oeste
por una corriente de agua subterránea asociada a una falla. Otra segunda corriente que fluye de
Norte a Sur divide la iglesia en dos partes muy definidas: la parte telúrica al Oeste, donde se halla el
baptisterio, y la parte cósmica al Este, donde se ubica el altar. En algunas iglesias aparece una fuerte
corriente en forma de bucle o de circuito oscilante. En Santa María de Valbuena hallamos una de
estas que rodeando el crucero y las escalinatas del altar entra y sale por el Norte. La de Santiago de
Compostela y la Chartres son ya conocidas. El doctor Endross explicaría que este tipo de corrientes
tienen la propiedad de acelerar o ralentizar el funcionamiento de las glándulas endocrinas. Bajo el
altar es habitual encontrar el cruce de una y más corrientes, que en ocasiones son creadas
artificialmente y están protegidas por tejas (sílice). En el monasterio de Gradefes en León, las
manchas de humedad que surcan el ábside denuncian el sentido de las corrientes que confluyen en
el altar.

¿Por qué el agua? ¿Qué rol cumple en el interior de un recinto sagrado? ¿Cómo interactúa
para integrar al hombre en el Cosmos a través de la regeneración espiritual y física?

Realmente poco o nada sabemos del Agua; empezamos a vislumbrar algo de lo que este elemento
supone en el contexto de la creación. A nivel personal, estimo que la única forma de entenderla es
bajo una perspectiva intuitiva, estética o artística como sugiere Masaru Emoto. Recordamos algunos
aspectos conocidos.

Sabemos de su comportamiento extraño. Se resiste al calentamiento y entre 35 y 40 grados se


calienta con más facilidad. Son máximos y mínimos de temperatura corporal de los mamíferos.
Funciona como ácido y como base, es disolvente universal, etc. No es en ningún caso una sustancia
inerte; al contrario, es sumamente sensible a cualquier estímulo. Picardi constató que el agua era
alterada por los ciclos lunares y por las manchas y tormentas solares. Bronw comprueba que
cambios muy ligeros en los campos eléctricos y magnéticos alteran la tensión superficial del agua.
Theodor Schwenk evidenció que semillas de trigo introducidas en agua y expuestas a eclipses
solares crecían raquíticamente en comparación con las semillas testigo.

Masaru Emoto nos regala toda una vida dedicada a la investigación del agua. Sus fotografías son
incontrovertibles. El agua viva no sólo se configura en exquisitos hexágonos que son caotizados
cuando entra en contacto con fuentes contaminantes o cuando está expuesta a frecuencias
antivirales, sino que también responde a los llamados de la conciencia. Theodor Schwenk, Masaru
Emoto Jacques Benveniste, Meter Goss, Enza Ciccolo, Albert Popp, Víctor Schubeger, Vogel y
tantos otros están evidenciando lo que nuestros ancestros ya conocían. Mencionar la palabra agua es
mencionar vitalidad, memoria, receptividad, coherencia, sensibilidad, independencia…

El agua, del mismo modo que el cuarzo, incorpora también la estructura tetraédrica, aunque no sea
su única posible configuración. ¿Es susceptible de crear como el cuarzo minicurvaturas espacio-
temporales? ¿Estamos ante otro “vector de fuerzas cósmicas”?

Sin agua no es posible la vida, sin agua no hay energía, sin agua no hay información y de esta
depende la salud y la vida. Sin agua no es posible el lugar sagrado.

Somos agua en un 70% (el hipotálamo, que tanto tiene que ver con fenómenos de conexión, es el
órgano que proporcionalmente más agua contiene). Evidentemente, la molécula del agua nos pone
en resonancia con el Cosmos y, como decía Lakhovsky, nuestras células actúan como emisores y
receptores de radio-frecuencia, capaces de captar radiaciones de nuestro medio más próximo y más
lejano. Somos verdaderas antenas receptoras y emisoras. Del estado de nuestra agua celular va a
depender que resonemos afinada o desafinadamente con nuestro entorno y va a permitir o impedir
que incorporemos aquellas informaciones que son vitales para nuestra evolución tanto física como
espiritual.

A excepción de algunas iglesias que aún conservan pozos, aquel que acude a un templo no está en
contacto físico con el agua a pesar de que sabemos que esta circula bajo nuestros pies. ¿Cómo
puede pues este elemento cumplir su función sagrada?

Sabemos que en la vertical de una corriente de agua subterránea, más si se trata de un cruce de
corrientes o de una falla, se dan una serie de fenómenos físicos tales como una mayor ionización
positiva, la radiación gamma e infrarrojos es superior, se constatan perturbaciones en la
conductividad eléctrica del terreno y en el campo magnético, etc. Todo ello provoca una baja
vibración a consecuencia de la cual los procesos vitales decaen. Sin embargo, todos los enclaves
sagrados se ubican en la vertical de zonas intensamente patógenas. Los centros donde se ubican los
altares podrían convertirse en verdaderos puntos cáncer de construirse una casa ahí. No obstante,
estas áreas de máxima radiación telúrica son trasformadas en espacios sumamente benéficos e
impulsores a su vez de verdaderas trasmutaciones celulares.

La clave de este fenómeno reside en la interacción de la conciencia con los elementos arquetípicos
en los que se basa la Arquitectura Sagrada. La conciencia modifica la realidad; la conciencia crea.
Cuando algo se trae conscientemente al mundo tridimensional con determinado objetivo por medio
de sea un anagrama o sea una iglesia... irradiará esa intención mientras dure su existencia en el
plano físico. Este es el gran secreto de la activación de los lugares sagrados, que comienza en el
mismo momento en el que cristaliza la idea de fundar uno de estos templos en el lugar adecuado,
potenciándose a cada golpe de martillo con el que los maestros canteros modelan la piedra
impregnándola de un mensaje que perdurará a lo largo de los siglos. Los constructores eran
plenamente conscientes de lo que se traían entre manos. La obra concluía en el momento en que se
inauguraba el recinto con el agua lustral, agua y sal, santificada mediante detallados rituales con la
que se bendecía la iglesia, tanto en el exterior como en el interior, tanto las zonas altas como las
bajas.

Construir un lugar sagrado es re-crear de nuevo el mundo. Cada edificación sagrada está diseñada
en función de las necesidades evolutivas del ser humano. En cada edificación sagrada está
contenido el arquetipo del ser humano trascendido. Por lo tanto, erigir una iglesia es crear, mas allá
de los límites de la propia estructura física, una entidad dotada de centros energéticos (chacras),
desde el más apegado a la tierra, el sacro, hasta el más sagrado, que tiene que ver con la pineal, no
en vano la forma semicircular del ábside nos recuerda a la cabeza y sin duda está relacionada con
ella.

Crear una iglesia es dotarla de un componente eterico-energético de máxima potencia ya que en ella
juegan en equilibrio de la manera mas vibrante: Cielo y Tierra. Este cuerpo etérico vibrante y
pulsante se expande en kilómetros alrededor del punto de máxima irradiación, que corresponde al
altar. Recordemos las múltiples funciones vitalizantes del cuerpo etérico entre las que se encuentra
la facultad de canalizar información. Cuando mencionamos la palabra alrededor, no consideramos
solamente el plano horizontal sino que nos referimos a una estructura envolvente que tiende a ser
esférica u ovoide y que se extiende más allá de los límites estrictamente físicos del templo. Por lo
tanto, es a través de su estructura etérica que la iglesia entra en contacto con las fuerzas físicas y
energéticas de las aguas subterráneas, estableciendo un todo sinérgico. Nos hallamos pues ante la
interacción intima entre el agua como portadora de la memoria del mundo y este cuerpo sutil de la
entidad iglesia que ha sido creado a través de actos de conciencia con la complicidad de otro de los
elementos portadores, también, de la memoria del mundo: el cuarzo presente en las piedras.

Hoy quedan pocas iglesias que resuenen. La inmensa mayoría han dejado de vibrar. Sus
potencialidades están reducidas a la mínima expresión. Algunas han invertido su polaridad
caotizándose e irradiando enfermedad. Algo de esto hemos tenido ocasión de comprobar en el norte
de Palencia, en una iglesia en la que recientes reformas realizadas encima del ábside han roto el
delicado equilibrio energético interior convirtiendo el altar en un punto cáncer, en un punto de
muerte. En otras, la introducción de grandes masas metálicas han perturbado el magnetismo del
lugar. Las hay que han efectuado reformas de muros en las que no se han respetado la polaridad de
las piedras y estas han comenzado a decomponerse. La mayoría han introducido sin un previo
estudio y en los lugares más inadecuados esa energía antivital que es la electricidad, invirtiendo
además la dirección de la luz, haciéndola surgir de la tierra y no de lo alto. Focos halógenos que
irrumpen del suelo alrededor del santa santorum de un templo los podemos contemplar en Santo
Domingo de la Calzada. Corrientes de agua que se anulan como en Fromista o en el mismo
Santiago de Compostela, a raíz de lo cual Blanche Merz comentó que ya no hay milagros en
Compostela. Casetas que se introducen en naves laterales para cobrar la entrada a los turistas como
en el caso de la ya mencionada iglesia de Fromista. Máquinas expendedoras de refrescos en alguna
catedral. Un hecho que va más allá de la pura anécdota se está realizando cada 24 de julio en la
catedral de Santiago. Se adosan a la fachada carcasas pirotécnicas que estallarán esa noche.
Simbólicamente, se está dando fuego a la catedral y a lo que ella representa como culminación de
un camino a través del cual el peregrino puede acceder a otras esferas de la realidad que tienen que
ver con la búsqueda de sí mismo y con la reconciliación con la naturaleza. Se observan iglesias que
a pesar de todo aún vibran, gracias sobre todo a las aportaciones de la gente que se aproxima a ellas
desde la apertura del corazón.

He tenido la gran fortuna de participar en una dura pero inolvidable ceremonia de purificación
(inipi) realizada por indios siux-lakota y he comprobado in situ el valor y la fuerza trasformadora de
la conciencia. Se construyó la cabaña de purificación sobre un lugar extremadamente patógeno
(cruzamiento de dos corrientes de agua subterránea más falla). Cada actividad necesaria para la
realización del inipi, por mínima que fuera, era efectuada mediante rituales a plena conciencia.
Cada entrada o salida de la cabaña, cada encuentro con el hermano era saludado con una frase que
debiera de ser grabada a fuego en cada ser humano. “Mita kuye oiasi”, cuya traducción equivale a
“somos uno con el todo”. Tuve la grata sorpresa de comprobar cómo se establecían círculos
energéticos de protección alrededor del inipi. Así mismo, constaté que la red telúrica Hartmann se
difuminaba y que el punto de máxima expresión patógena cambiaba de polaridad y se positivizaba.
Ese sentir que realmente somos uno con el todo persistió vívidamente durante mucho tiempo. Un
año después, el lugar seguía positivizado y las piedras del interior de la cabaña todavía irradiaban de
manera muy especial. Sin duda, cada inipi es un enclave sagrado.
A GUISA DE EPÍLOGO

Cuando personas sensitivas intentan sintonizar con la Madre Tierra, perciben en ella una gran
tristeza. Ya no da más de sí. ¿Qué está pasando?

- Según el profesor Fidel Franco, La Tierra y el Sistema Solar sufren grandes oscilaciones, es decir,
amplios periodos de dilatación y de concentración. El aumento espectacular del número de seísmos
durante este último siglo y el afloramiento de magma subacuático en algunos lugares inducen a
pensar que nos hallamos al final de un periodo de diástole o dilatación que provoca entre otras cosas
un crecimiento natural del agujero de la capa de ozono; por lo tanto el Planeta está siendo sometido
a una mayor radiación. El efecto invernadero y la casi nula capacidad de regeneración de una
atmósfera envenenada potencian el ensanchamiento del comentado agujero. En términos más
afectivos pero reales, podríamos decir que la Tierra tiene fiebre, está enferma. Superar la
enfermedad siempre requiere un crecimiento a nivel anímico, subir un peldaño en el nivel de
vibración. Nosotros, como hijos de la Tierra, también del Cielo, no tenemos otra opción que
adaptarnos a este proceso mediante la toma de conciencia de nuestro ser en el mundo.

- La humanidad vive en general sumida en una especie de hipnosis colectiva, absolutamente


manipulada por selectas minorías que detentan el poder. Detrás de esta selecta minoría se esconde
un poder más poderoso aún que pretende la manipulación espiritual del ser humano impidiendo que
se reconozca como tal. Se ejerce sobre la sociedad un control férreo utilizando todo tipo de técnicas,
desde el absoluto control de los medios de comunicación hasta la fluorización de las aguas o la
utilización de microondas que permitan “teledirigir” a las masas. (ver proyecto HAARP). El
dominio de la economía mundial controlando las fuentes contaminantes de energía actuales e
impidiendo que el gran público tenga acceso a otras fuentes energéticas limpias y baratas, la
promulgación de leyes de mercado esclavizantes, la imposición de una forma de ver la salud y la
enfermedad controlada con mano férrea por los grandes emporios farmacéuticos... presentan un
panorama más que oscuro para el desarrollo del individuo.

- Guerras, hambrunas, miedo generalizado, stress, agresividad, competitividad exacerbada,


desastres naturales o provocados, aumento espectacular del cáncer y de las enfermedades
degenerativas….

El panorama es apocalíptico. Sin embargo, algo muy importante debemos de ser cuando tan
interesadas están determinadas poderosas entidades en que ni seamos ni actuemos como seres
humanos libres y conscientes. Hoy poseemos datos científicos para certificar el carácter holográfico
y halográfico del Universo. Podemos certificar así mismo la interconexión e interrelación existente
entre todos los seres, sean visibles o invisibles, sean animados o inanimados, en un Universo donde
no hay lugar para el caos ni para el azar. Nada está aislado. Lo que desconocemos es el poder real
del que estamos revestidos y la capacidad que tenemos de modificar el medio a través de nuestra
actitud consciente y nuestro trabajo comprometido. Sólo se necesita que una minoría cualificada
trabaje desde la consciencia con el fin de constituir esa masa crítica necesaria para que se establezca
el necesario cambio de paradigma que permita la regeneración individual y a través de ella la
regeneración de la Madre Tierra y de su elemento vivo por excelencia: el agua. No queda más
elección que estar al lado y favorecer todo aquello que tenga que ver con los procesos de vida.

El biólogo Rupert Sheldrake explica la existencia de los “campos-M” o campos morfogenéticos.


Estos campos generan la información necesaria para la estructuración de las entidades biológicas.
Cada especie posee su propio “campo-M” por medio del cual lo que un individuo de la especie
aprende puede ser trasmitido al resto de los individuos de su misma especie. Estos aprendizajes
influyen en las generaciones venideras, es decir, podrían de alguna manera trascender el espacio y el
tiempo. Para Shelkdrake, la transmisión es realizada mediante un proceso que él llama “resonancia
mórfica”, que se efectúa cuando el número de individuos que realiza ese aprendizaje alcanza una
masa crítica.

Quiero entender que la situación actual de deterioro de los lugares sagrados responde al momento
evolutivo en el que vivimos. Quizá lo sagrado haya que buscarlo en otro lugar más próximo, más
cercano, dentro de nosotros mismos, en la naturaleza, en cualquier parte. Al fin y al cabo, nada es
vano en la creación.

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