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Bases
neurofisiológicas de las creencias
religiosas
Publicado por Diego Redolar
Las primeras evidencias del género Homo (que incluye al hombre actual y sus
antepasados homínidos) provienen del este de África hace unos 2.3 millones de años.
Estas criaturas se distinguían de otros homínidos anteriores por su morfología dental y
por contar con cerebros más grandes, entre otras características. Asimismo, con el
género Homo se inicia una etapa en la aparece la construcción de instrumentos líticos.
Probablemente, esta capacidad, que implica una representación mental de la potencial
utilidad del instrumento, fue posible gracias al mayor volumen cerebral de estos
homínidos, que se duplicó hace poco menos de dos millones de años y posteriormente
se triplicó hace unos 500.000 años. No obstante, no es hasta la aparición de nuestra
especie (Homo sapiens), que sucede en Europa al inicio del Paleolítico Superior (hace
unos 40.000 años), cuando emergen formas más avanzadas de abstracción mental,
representadas en las pinturas y grabados en cuevas y abrigos, en las esculturas de
bulto redondo y en la fabricación de pequeños objetos transportables (arte parietal y
mobiliar). Podemos decir que el arte nace de la mano de nuestra especie. Los primeros
grupos humanos empiezan a desarrollar distintas manifestaciones artísticas en dos
campos: el naturalismo y la abstracción. Pero, ¿qué es lo que les llevó a los hombres y
mujeres del Paleolítico Superior a embarcarse en la tarea de elaborar obras de arte?
Algunos teóricos del arte han apuntado diferentes razones que nos pueden ayudar a
entender el surgimiento de las expresiones artísticas. Por ejemplo, este tipo de
manifestaciones podrían haberse constituido como un vehículo para dejar constancia
de la posición social de los autores en el grupo, podrían haber cumplido una finalidad
mágica orquestada para facilitar la caza o promover la fecundidad, podrían haber
fomentado la creación de instrumentos para su intercambio entre grupos diseminados
de cazadores, o simplemente ser un mecanismo para imitar las formas naturales o
expresar las emociones y las experiencias interiores del autor. No obstante, el arte pudo
nacer respondiendo a algo más profundo, a un miedo y a una necesidad inherente del
ser humano: el miedo a lo desconocido y la necesidad de intentar plasmar lo
inexplicable y lo ignoto para hacerlo menos trascendente y para ayudar a dar sentido a
la vida y la existencia de una especie dotada de una arquitectura cerebral que
probablemente le permitiera tener conciencia de sí misma. El arte pudo nacer como
vehículo para plasmar lo metafísico y el pensamiento religioso, tan presente en la
historia y evolución de las sociedades humanas.
Es necesario tener presente que casi toda la trayectoria del ser humano se ha sucedido
sin la existencia de la escritura. En las sociedades ágrafas, el arte puede constituirse
como el principal elemento para representar el pensamiento simbólico y puede ser
nuestra más valiosa herramienta para explorar nuestro pasado. A pesar que el arte
mobiliar del Paleolítico se caracteriza por un enorme conjunto de piezas de
características fundamentalmente instrumental (útiles, armas, adornos, etc.), aparecen
numerosos objetos con carácter religioso, entre los que destacan las esculturas, las
plaquetas y los huesos grabados. De todas formas, es el arte parietal (rupestre) el que
más queda vinculado a lo religioso. Al arte del Paleolítico le sucede el arte del Neolítico
de las primeras sociedades productoras. A partir de aquí, a lo largo de la historia, el arte
ha ido cambiando con las culturas, reflejando la sociedad. Lo que está claro es que en
la historia de la humanidad los fines religiosos del arte no han estado reñidos con los
utilitarios y estéticos en tanto que una belleza sobrecogedora ayuda a asegurar la
efectividad de lo mágico y lo espiritual.
De todas estas regiones cerebrales que se han relacionado con diferentes aspectos de
la experiencia religiosa, la actividad de una de ellas (la corteza frontal medial) parece
desempeñar un papel más nuclear. Se trata de una región muy importante para el
cumplimiento y la adecuación de las normas sociales, para los procesos de
autorreflexión y para la teoría de la mente, aspectos que podrían ser prerrequisitos para
mantener una actividad religiosa integrada.
Por otro lado, experimentar una relación íntima con Dios también parece estar
relacionado con diferencias anatómicas. En este sentido se ha encontrado que hay una
marcada relación positiva entre este tipo de experiencias y el volumen cortical de la
circunvolución temporal media del hemisferio derecho.
Jean Francois Badoureau / CC
Un sistema de creencias
La conducta humana está guiada por el sistema de creencias que tengamos. Desde un
punto de vista cognitivo, la asimilación de una creencia parece implicar dos fases. En
primer lugar se necesita una representación mental que hace que la creencia se
adquiera y en segundo lugar, se lleva a cabo un análisis que evalúa dicha creencia y la
pone en tela de juicio, ocasionando dudas sobre la misma. Una región de nuestro
cerebro, que está implicada en el procesamiento de la información emocional y afectiva
(la corteza prefrontal), parece ser crítica para la fase de evaluación de la creencia.
Recientemente, un grupo de investigadores de la universidad de Iowa ha mostrado que
la lesión de la zona ventromedial de esta región cortical hace que los pacientes sean
más susceptibles a las creencias dogmáticas y muestren una tendencia al autoritarismo
y al fundamentalismo religioso. Estos datos guardan una íntima relación con lo que
sabemos sobre el desarrollo del cerebro. ¿Quién no se ha dado cuenta de la facilidad
que tienen los niños para creerse las cosas? Creer en los Reyes Magos, en gnomos,
elfos u otras criaturas mágicas es algo muy vinculado a nuestra infancia. Resulta que
la corteza prefrontal en niños se encuentra desproporcionalmente inmadura en
comparación con otras regiones cerebrales. Esto podría explicar la predisposición de
los niños a creerse las cosas. Asimismo, también se ha demostrado que los niños en
sus juicios morales suelen mostrar gran deferencia al autoritarismo. Estos patrones de
conducta se van perdiendo a medida que la corteza prefrontal va madurando. No
obstante, durante la vejez el funcionamiento de la corteza prefrontal suele verse
comprometido, haciendo de las personas ancianas un blanco más fácil para el engaño
por su tendencia a creerse con más facilidad las cosas.
Depresión y religión
Diferentes trabajos científicos han encontrado una asociación inversa entre depresión
y religiosidad. Recientemente, un grupo de científicos de Columbia University de Nueva
York ha publicado un trabajo longitudinal que ha durado más de treinta años. Estos
autores han puesto de manifiesto que la importancia que la religión tiene para las
personas se relaciona con una corteza cerebral más gruesa en diferentes regiones del
cerebro (regiones occipitales y parietales de los dos hemisferios, lóbulo frontal mesial
del hemisferio derecho y las regiones del cuneus y precuneus del hemisferio izquierdo).
Asimismo, este aumento en el tejido cerebral podría conferir a las personas que tienen
un riesgo familiar alto de sufrir depresión una mayor resistencia a desarrollar la
enfermedad. Dicho de otra manera, la importancia que la religión tiene en la vida de
una persona podría ayudar a aquellas personas más vulnerables y predispuestas para
desarrollar depresión, proporcionándoles cierta resistencia neuroanatómica.
¿Qué nos pueden explicar los genes de la espiritualidad y de la religión? Hay un gen,
el DRD4, que está implicado en mediar la neurotransmisión de la dopamina en la
corteza cerebral. Se ha podido comprobar que las personas que tienen en su ADN
ciertas variantes de este gen presentan conductas con rasgos antisociales, son atraídos
por la búsqueda de la novedad y del riesgo mientras que rehúyen de las convenciones
sociales y las causas prosociales. No obstante, otras variantes del mismo gen podrían
estar relacionadas con rasgos diametralmente opuestos. En esta línea, un grupo de
investigadores de la universidad de California ha encontrado que el gen DRD4
interactúa con la religión para fomentar las conductas prosociales. Parece ser que
algunas variantes del gen pueden hacer más susceptibles a las personas a las
influencias del ambiente y la religión, por su parte, puede actuar como una influencia
del entorno que fomente la conducta prosocial. Se trataría de una interacción entre
genes y ambiente, en la que las personas con una determinada susceptibilidad genética
presentarían una mayor conducta prosocial cuando se encuentren en un entorno que
les promueva a ello. De forma añadida, se ha visto que las personas que actúan
prosocialmente porque esto les hace sentirse bien, presentan una variante del gen que
genera un mayor nivel de dopamina en comparación con las personas que presentan
otra variante y se comportan de forma prosocial solo cuando el entorno les empuja a
ello o les da el contexto propicio para fomentar dicha conducta (como es el caso del
contexto religioso).
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FUENTE:https://www.jotdown.es/2014/02/en-que-cree-nuestro-cerebro-bases-
neurofisiologicas-de-las-creencias-religiosas/