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CAPITULO IX
Una de las entrevistas que sostuve me lanzó por un camino diverso, aunque íntimamente
relacionado con el de la política. Me refiero a la kulturkampf de Chile. La batalla sorda que se
libraba en el terreno de la enseñanza, en forma simultánea con las otras dos grandes pugnas: la
electoral y la defensiva contra los sangrientos araucarias.
Porque es preciso reconocer a esta pequeña nación un mérito: a pesar de todos sus problemas y de
su alejamiento de la civilización, se esfuerza en educar a sus ciudadanos del futuro.
Mi entrevista clave sobre la kulturkampf tuvo lugar en un Liceo de Niñas.
Me recibió una señora de mediana edad que resultó ser la Directora. Fue muy abierta y llana, y no
tuvo inconveniente, incluso, en permitirme usar su nombre. Lo repito con gratitud: doña Nereida
Paredes. He aquí cómo me planteó el problema de la enseñanza en Chile la señora Nereida:
Hay déficit educacional en Chile. Gran cantidad de niños carecen de escuelas.
El país es pobre. (¡Con qué frecuencia –casi escribo "deleite"– repiten esta afirmación los
chilenos!) . Ha agravado la escasez de establecimientos educacionales el aumento de colegios
particulares.
Aquí la interrumpí para preguntarle cómo era posible que la apertura de colegios contribuyera al
déficit de la educación. Su respuesta fue:
–Por las subvenciones. El Estado subvenciona a los establecimientos particulares. Si gastara ese
dinero en abrir nuevo s liceos, la escasez no sería tan aguda.
–¿Es decir que con lo que gasta en subvenciones podría educar él a los niños que hoy estudian en
colegios particulares y además a los que ahora no alcanzan a recibir enseñanza?
–No –respondió.
–¿Le cuesta más, menos o igual al fisco un alumno de liceo que uno de colegio particular?
–Más. En realidad, el alumno de colegio particular cuesta menos de la cuarta parte que el fiscal.
–Entonces –resumí–, parece que fuera buen negocio para el fisco el que existan los colegios
particulares.
Sonrió amargamente.
–Si usted lo plantea como negocio, tal vez.
–Fue una expresión poco feliz –convine–. Quiero decir que, puesto que existe el problema, y el
país es pobre, ésa es una solución.
–Usted olvida un detalle.
–¿Cuál?
–La democracia.
¡Caramba! Pecar por ahí. Examiné mi conciencia para ver dónde estaba mi falta, más no la hallé.
Pedí excusas al azar, recordando las advertencias de Collao.
Doña Nereida aceptó mis explicaciones y procedió a iluminarme:
–Hay que dar iguales oportunidades a todos. Enseñanza gratuita y buena para todos. Y la misma
enseñanza. La misma. ¿Por qué algunos privilegiados van a disfrutar de otra?
1
Sic en el original.
***
Algún día les contaré la historia de Percy, mi querido faldero, que pereció en forma trágica en un
supermercado de Littlehell, cuando su curiosidad –¡querido bribonzue lo!– lo impulsó a introducir
la naricilla en una cortadora de jamón. El asunto será materia de otro libro, que pienso titular:
Pets, the Salt of Life2 .
Aun cuando he tenido buena suerte con los hombres –a decir verdad, han sido muy respetuosos–,
adoro los perros. Durante un cocktail ofrecido en una elegante mansión santiaguina, un grupo de
damas nos pasamos largas horas hablando de nuestros fieles compañeros. Descubrimos nuestra
común afición al advertir que todas éramos socias del "Kennel Club", esa institución maravillosa.
Mis amigas me pusieron al corriente de lo crueles que son la mayoría de los chilenos con estos
animales extraordinarios. No es raro ver perros de raza mal recortados, aún más: una señora me
aseguraba que a un lulú vecino lo pelaban con tijera podadora, tal como si el amorcito fuera parte
de la macrocarpa del jardín.
En Chile hay dos clases de peluquerías para perros. Unas, donde no tienen idea del arte que
debieran ejercer con delicadeza; otras, elegantes y técnicamente recomendables, cuyos dueños,
según me he informado, poseen, sin embargo, la bárbara costumbre "de pedir un ojo de la cara".
El hecho abominable constituye un caso de sadismo bestial, y debiera penarse como delito en los
tribunales del Crimen. Pero esto no se hace, y los atribulados y fieles amigos del ser humano
carecen de protección y de justicia.
–Cuando El sea ungido –dijo una señora que se hallaba en nuestra reunión– no permitirá estas
cosas. El tiene gran cariño por los animales.
–¿Quién es El? –pregunté.
–El salvador de este país.
–¿El salvador de Chile?
–El, sí; como Moisés guió a su pueblo santo, El nos conducirá a un Chile paradisíaco. Es un
hombre perfecto. El mismo lo reconoce, ¿no ha oído usted sus discursos?
–No... no, señora. No le he oído hablar.
2
Los animales regalones, sal de la vida (N. de los TT.) .