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Cuento del semáforo

Había una vez un semáforo. Este semáforo era muy conocido por todos los autos
de la ciudad. Un día un coche pasó rápidamente y el semáforo le dijo:

– Señor auto, no puede pasar.

Y el coche dijo: – Bueno señor semáforo iré por otra calle.

Creado por: Milagros Rivero

Cuento del teléfono

Había una vez, un teléfono móvil, llamado Mobilete, que había pasado toda su vida
junto a un chico llamado Pedro.

Pero llegó un día, en que Pedro quiso cambiar de teléfono porque Mobilete ya no
estaba a la última.

Habían salido al mercado los nuevos teléfonos móviles inteligentes, y Pedro quería
ahora uno de esos. Así que fue a la tienda y se compró un teléfono móvil nuevo.

Cuando Pedro llegó a su casa, rápidamente abrió el envoltorio de su nuevo teléfono,


y apartó bruscamente con la mano a Mobilete, que cayó directamente a la papelera
de la habitación de Pedro.

Mientras Pedro abría su nuevo móvil, oyó unos suaves llantos que provenían de la
papelera. Dejó de desenvolver el paquete y echó un vistazo para ver de donde
provenía el llanto.

Cuando se dio cuenta de que era su viejo móvil Mobilete, le vinieron a la cabeza.

EL TELEVISOR DE LA DISCORDIA
Nieves y Olivia eran dos hermanas que se llevaban muy bien entre ellas. Casi nunca
discutían, y eso que compartían habitación. Todos los días iban juntas al colegio y
volvían juntas a casa. En el recreo se buscaban para jugar y por las tardes iban
juntas a hacer deporte.
Un día Nieves y Olivia recibieron un regalo muy especial: un televisor para su cuarto.
Las dos niñas estaban encantadas. Pero los problemas empezaron nada más
instalar el televisor. Las niñas no hacían más que discutir: que si yo quiero ver esto,
que si yo quiero ver lo otro, que si está muy alto, que si no se oye, que si quítalo
que no he terminado los deberes, que si tal y que si cual.

Nieves y Olivia no hacían más que discutir a cuenta del dichoso televisor. Al principio
eran pequeñas riñas que se solucionaban a cara o cruz o con un poco de sentido
común, pero con el tiempo las dos hermanas empezaron a distanciarse.

Un día, en plena discusión, el televisión se apagó.

-¡Es culpa tuya! -dijo Nieves.

-¡No! ¡Es culpa tuya! -gritó Olivia.

En ello estaban cuando entró su madre.

-Olivia ha roto el televisor.

-De eso nada, has sido tú.

Mamá levantó la mano para que se callaran.

-Creo que lo mejor será que llevemos el televisor al taller para que lo arreglen.

Y sin más, mamá cogió el televisión y se lo llevó.

-Y ahora, ¿qué hacemos? -preguntó Nieves a su madre mientras salía cargada por
la puerta.

-No sé, ¿qué hacíais antes, cuando no teníais televisor? -preguntó mamá.

LEl televisor de la discordiaas niñas se miraron y, haciéndose una mueca, se dieron


la vuelta para darse la espalda. Y así estuvieron hasta que su madre volvió.

-¡Mirad lo que he encontrado! -dijo mamá.

-¡Nuestro juego favorito! -dijeron las niñas a la vez.

-¿Jugamos? -dijeron las dos juntas, una vez más.


Sin poder evitar reírse, las dos niñas abrieron el juego y lo colocaron en la alfombra.
Y allí estuvieron jugando durante horas.

Ni Nieves ni Olivia volvieron a hablar del televisor que, misteriosamente, nunca


volvió a aparecer por allí.

Autor: Eva María Rodríguez

La cerilla y los muñecos

Había una vez un niño que tenía dos pequeños muñecos muy traviesos. Un día, los
muñecos vieron una preciosa caja de cerillas en la cocina, y fueron a cogerlas, a
pesar de que sabían que no era un juguete y que podían ser peligrosas. Los dos
muñequitos aprovecharon un despiste del niño para coger rápidamente una cerilla
y esconderse en el coche en el que viajaban siempre con el niño. Luego el niño salió
al patio con el coche, pero una vez allí, un extremo de la cerilla salío por la ventanilla,
rozó la piedra y se encendió, y el coche se puso a arder. Afortunadamente, la mamá
del niño estaba cerca y pudo apagar el fuego rápidamente, pero no pudo salvar una
parte del coche y de los muñecos, que resultaron quemados y reblandecidos hasta
fundirse, de forma que los muñecos ya nunca más pudieron salir del coche. El niño
se llevó un susto enorme, y comprendió por qué su mamá no le dejaba jugar con
las cerillas y otras cosas.
Y allí quedaron atrapados aquellos muñecos para siempre, y cuando ven que el niño
va a hacer algo peligroso, se ponen a llamar la atención para que al verles, recuerde
el gran susto de la cerilla.

Autor: Pedro Pablo Sacristán

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