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–¿Cuáles son esos casos famosos de psicosis que anuncia uno de sus libros?
–Uno de ellos es el caso de las hermanas Papin, que, en una especie de locura a dos, matan a las
patronas en 1932, en Francia. Otro es el caso Schereber, el presidente de un tribunal alemán, que fue
motivo de un comentario de Freud a partir del libro del mismo Schreber Autobiografía de un
neurópata, desde el cual elabora una importante teoría sobre la psicosis. Luego, tenemos el caso del
pequeño Dick, un niño autista tratado por Melanie Klein. Tenemos el caso de Dominique, un
adolescente psicótico tratado por François Dolto. El caso de Joel, un niño autista de 8 años tratado
por Bruno Bettelheim, un gran psicoanalista de niños. El caso de la pequeña Piggel, una niña
psicótica tratada por Winnicott. En una palabra, hemos puesto una gran cantidad de los casos más
célebres comentados por diversos autores.
–¿Qué es lo que hace célebres a esos casos?
–Han sido tratados por los grandes fundadores del psicoanálisis que, a partir de ese caso, establecen
sus grandes teorías. Por ejemplo, Dolto con el caso Dominique establece su gran teoría sobre la
imagen inconsciente del cuerpo; Winnicott, con el caso de la pequeña Piggel, establece la teoría de
la “madre suficientemente buena”.
–¿En qué difiere la experiencia del psicoanálisis en un psicoanalista, que conoce la teoría del
psicoanálisis, de una persona que no lo sea?
–La diferencia es que el psicoanalizado tiene una especie de inocencia acerca de lo que es el
inconsciente y ser sorprendido por él. Cuando uno se analiza es alguien que espera, que está
dispuesto a que ocurran muchas cosas. El psicoanálisis es aprender lo que es el inconsciente.
Cuando uno es psicoanalista eso lo sabe, porque ya hizo su experiencia del inconsciente, pero hay
un punto mayor: uno guarda siempre la inocencia. Mi primer paciente lo tuve a los 22 años, y mi
ideal profesional sería el de tener muchos años de experiencia, pero guardar esa parte de inocencia,
ya que ahí está mi inconsciente. Lo que permite justamente trabajar bien con el paciente. Si yo fuera
un psicoanalista muy armado, que se cree que está de vuelta, yo sería un mal psicoanalista.
–¿Podría usted especificar con un ejemplo la mirada psicoanalítica que Un psicoanalista en el
diván propone sobre tan diversos temas?
–Por ejemplo, el tema del odio. Sin duda, para mucha gente el odio es algo malo. No nos gusta el
odio. No nos gusta odiar, ni que nos odien. Por el contrario, nos gusta amar, ser amados. Cuando
uno ama, se siente bien. Es importante amar. Cuando no amamos es como si algo estuviera vacío.
Pero el odio también tiene su parte positiva. Más: el odio supone una descarga necesaria, una
evacuación que hay que hacerla quizá cotidianamente. Hay que ejercitar el odio en pequeñas dosis,
que no nos afecten. Cuando el odio se hace fuerte, intenso, es destructor. Sin embargo, cuando el
odio se evacua en pequeñas dosis se convierte en un sentimiento que puede darnos fuerzas y
conocernos mejor.