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Los Wayuu un pueblo sin fronteras en medio de dos naciones

El caso de Paraguachón la frontera colombo – venezolana en la Guajira

Tania PATIÑO

09 / 2005

En Latinoamérica existen muchos pueblos indígenas, cada uno de ellos con sus
especificidades y características propias. Uno muy importante es el grupo étnico
Wayuu, que a lo largo de su historia ha estado ubicado en la península de la
Guajira, la cual hace parte del estado de Zulia en Venezuela y del departamento
de la Guajira en Colombia. La frontera entre estos dos países es bastante extensa
y abarca varias regiones en territorios de ambas naciones, pero específicamente
la zona de la Guajira está dividida por Paraguachón, frontera colombo-venezolana
de la punta norte de Colombia. En la zona, la mayoría de la población es indígena,
y, hacia el territorio de Colombia, con una precaria presencia del Estado, el pueblo
más cercano es Maicao.

Las fronteras dan origen a rupturas y a vínculos, conforman una separación pero a
la vez una unión. El límite puede ser invisible o hacerse tangible y ahí es donde es
importante hablar de una historia real de frontera, que explique como se ve
determinada o no la vida de los fronterizos por la existencia de este límite
geopolítico.

Con relación a este tema, una joven Wayuu llamada Mile nos cuenta su historia.
Ella expresa dos cosas importantes sobre las fronteras. Por un lado, explica que
entre los Wayuu no hay fronteras: son un mismo pueblo, con una misma lengua y
con una misma cultura. No obstante, la experiencia da cuenta de que la existencia
de la frontera en el territorio guajiro ha marcado una diferencia en las condiciones
de vida de los Wayuu ubicados en uno u otro lado de la frontera, que sin embargo
no ha sido la causante del desplazamiento de un país a otro, puesto que por
razones culturales los Wayuu no dejan su territorio.

La ciudad de Maracaibo en Venezuela, es la capital del estado de Zulia y está


ubicada a dos horas de la frontera entre este país y Colombia por vía terrestre. Es
el centro urbano de la zona y allí nació Mile hace 23 años, cuando su madre
asistía a un hospital de esa ciudad para realizarse los controles de su embarazo,
que tuvo ciertas complicaciones. Esta fue la razón que determinó que Mile fuera
registrada en su nacimiento como venezolana. Sin embargo, el territorio guajiro
habitado por Mile y su familia se ubica en Colombia. La madre de la joven había
adquirido la nacionalidad del vecino país cuando se unió con el padre de Mile,
Wayuu nacido en Venezuela.

Mile vivió toda su infancia en Colombia y estudió con los documentos que la
acreditaban como venezolana. A su padre no le interesaba esforzarse en tramitar
el origen colombiano para su hija, pues esperaba que realizara sus estudios
universitarios en Venezuela. Sin embargo, cuando Mile cumplió los 12 años, su
madre realizó un trámite notarial por medio del cual obtuvo el registro de su hija
como colombiana nacida en Uribia, a pesar de tener documentos de nacionalidad
venezolana. (Se aclara que Uribia es un municipio del territorio colombiano con
una mayoría de población indígena y reconocido como la capital de los Wayuu). A
raíz de esta gestión, Mile presentó las pruebas académicas del Estado colombiano
como colombiana, pero en su diploma de bachiller del colegio en Maicao, donde
terminó sus estudios de secundaria, figuraba con nacionalidad venezolana.

La joven Wayuu siguió los consejos de su padre y fue a Maracaibo a continuar los
estudios universitarios, pero se encontró con un mundo desconocido para ella.
Una ciudad que quedaba a dos horas de su país le indicaba las diferencias entre
colombianos y venezolanos. Se sintió en un territorio extraño, algo excluida y este
fue el motivo que la llevó a tomar la decisión de viajar a Bogotá, la capital de
Colombia, ciudad ubicada aproximadamente a 19 horas por tierra de su lugar de
origen. Más de 1500 kilómetros de distancia entre esta ciudad y el Cabo de la
Vela, el territorio ancestral de la familia de Mile y por ende de ella, comunidad
donde habita actualmente, no fueron un motivo para que la joven no se sintiera
más identificada que en Maracaibo.

Aunque sus relaciones familiares se extendían hasta el vecino país, el hecho de


haber estudiado en una escuela colombiana había posibilitado que ella adquiriera
una identidad de colombiana y al llegar a Maracaibo, sintió que desconocía la
cultura de ese país y no descubrió puntos de encuentro con los venezolanos no
Wayuu. Por el contrario, cuando llegó a estudiar a Bogotá conoció nuevos amigos
con quienes se identificó y, sobre todo, encontró personas que respetan las
culturas de los indígenas y que valoran la existencia de diferentes formas de vivir,
convivir y existir en Colombia.

Increíblemente, tuvo que pasar mucho tiempo para que Mile pudiera legalizar su
ciudadanía en Colombia. Para realizar sus estudios en Bogotá se vio forzada a
pagar durante un tiempo no despreciable una visa de extranjería en el país donde
había vivido toda su vida. A pesar de que constitucionalmente está permitido tener
doble ciudadanía, los requisitos que le exigían eran demasiado complicados, entre
ellos demostrar el tiempo que había vivido en Colombia y entonces fue acusada
de haber vivido como ilegal sus 18 años de vida. Teniendo en cuenta que muchos
Wayuu que habitan en el territorio colombiano de la zona fronteriza se encuentran
en una situación semejante, habría que preguntarse hasta donde se los puede
asociar con la ilegalidad, siendo que por centenares de años han habitado esos
territorios

La experiencia de Mile no es muy común, por cuanto lo normal es que a un


“Wayuu venezolano” no le interese tener una cédula colombiana, mientras que a
un “Wayuu colombiano” si le importe tener la cédula venezolana, principalmente
por dos razones: por un lado como venezolano es más fácil ser recibido en otro
país que como colombiano; por otro lado, una cédula venezolana de cierta forma
posibilita el acceso a la salud, la educación, la alimentación y el trabajo y en
términos reales la cédula colombiana no garantiza nada, por lo menos en este
territorio de frontera.

La solución que finalmente encontraron, después de golpear muchas puertas, fue


que su madre renunciara a su nacionalidad venezolana, ante el consulado de
Colombia en Maracaibo, para presentar a su hija Mile como legítima colombiana,
quien finalmente pudo dejar de estudiar como extranjera, para hacerlo como
ciudadana de este país.

El respeto que Mile encontró en Bogotá por las culturas indígenas y el rechazo
que sintió en Maracaibo tiene una explicación que radica en las diferencias entre
Colombia y Venezuela. La población venezolana, incluyendo los indígenas, ha
tenido unas condiciones más favorables, y en cierto sentido no hay organizaciones
que planteen un proyecto de vida para las comunidades indígenas, a diferencia de
Colombia, en donde las organizaciones han tenido que luchar mucho más fuerte y
esto ha dado como resultado unos planteamientos muy importantes en torno al
plan de vida de estas comunidades. Paradójicamente, y como parte de unas
conquista de los pueblos indígenas, esto ha causado que en los últimos años en
Colombia haya una mayor cultura de respeto hacia los indígenas que en
Venezuela, donde ha imperado la exclusión y la no valoración de las culturas
étnicas.

En la zona fronteriza, en el territorio venezolano, la infraestructura en todos los


aspectos supera con creces la infraestructura colombiana. Los habitantes de aquel
país han tenido mayor acceso a la educación, la salud, el agua, etc. Por el
contrario, en Colombia la ausencia del Estado en todos los campos ha tenido a los
habitantes fronterizos dependiendo de las relaciones comerciales con Venezuela.
Y en esto hay una reflexión interesante. La frontera ha garantizado la vida de los
Wayuu, es decir, sin este intercambio que tiene que ver permanentemente con el
contrabando, la supervivencia de los habitantes de la península de la Guajira en
Colombia no hubiera sido posible.

En la frontera hay puestos de control venezolanos, pues el gobierno de ese país


realiza una intervención rigurosa en la entrada. En Colombia las autoridades
fronterizas no imponen demasiados controles y la entrada es más fácil. A nivel
comercial las relaciones de los habitantes venezolanos y colombianos son buenas,
en el sentido de que pueden estar limitadas a ello. A Maicao llegan todos los tipos
de mercancías y gasolina, allí el control por parte de la administración colombiana
es débil.

Mile nos explica que por tradición los Wayuu se han desarrollado como personas
hábiles para el intercambio y el trueque, por lo cual son quienes asumen el
comercio entre Venezuela y Colombia, entre otras cosas porque como “dueños”
del territorio son quienes transitan libremente por el y se ocupan de todo el
proceso que implica garantizar la entrada de las mercancías. Como sea, son los
Wayuu quienes ponen las mercancías en Maicao, en donde son comercializadas
por guajiros, árabes o blancos (el resto de la población generalmente, de zonas
del interior del país). También ingresan mercancías a Venezuela, que provienen
del puerto de Portete (en Colombia) y aunque la entrada es más “dura”, mediante
sobornos y peleas se hace realidad. En fin, el contrabando es una realidad y muy
seguramente no va a dejar de existir por las restricciones aduaneras. - Es decir
concluye ella - el libre comercio hace parte de su cultura.

Aunque históricamente los Wayuu en el territorio colombiano, a diferencia de otros


grupos étnicos, habían estado al margen del conflicto armado, hasta donde es
posible, en el periodo presidencial de Alvaro Uribe llegaron los paramilitares a la
zona perpetuando masacres y dando lugar a un desplazamiento nunca antes
visto. Aunque los indígenas no dejan su territorio, la vida está por encima de este
principio; los Wayuu se están yendo de sus tierras y no están regresando, esto
preocupa a la comunidad.

A esto se le suma que con el paso del tiempo Maracaibo se ha constituido en una
ciudad que ofrece oportunidades y los Wayuu adquieren allá un nivel de vida
mejor. Es el centro de diversión de los habitantes de la zona. Además,
actualmente el gobierno venezolano de Hugo Chávez ha abierto las puertas al
Wayuu, y la imagen de ellos ha mejorado en Maracaibo pues tradicionalmente se
los menospreciaba, entre otras cosas porque algunos de ellos llegaban allí por líos
con la justicia en Colombia y se había creado un estigma del guajiro colombiano
como prófugo. Ahora hay una mayor valoración étnica en ese país.

Finalmente, como la especialidad de Mile es la educación no podía dejar de


contarnos que con respecto a este tema, en el territorio fronterizo, Venezuela
ofrece a los “pelaos” (término muy común en la región usado para referirse a los
jóvenes o niños) incentivos para el estudio, les dan bonos, hay infraestructura etc.
Debido a que por razones culturales la educación “tradicional” en la cultura Wayuu
no está prevista, es decir, el sistema de ellos no tiene contemplado que los niños
asistan a una institución educativa, sino que su aprendizaje es por la tradición y la
interacción, hay que incentivar a los estudiantes para que asistan a las clases, lo
que por supuesto no ocurre en territorio colombiano. Esto hace parte de las
diferencias entre las condiciones de los habitantes fronterizos de uno y otro país.

Con una profunda mirada de ojos negros, característica de la raza Wayuu, Mile
concluyó diciendo: “cuando uno cruza la frontera hacia Venezuela, así esté en el
mismo paisaje, en el mismo lugar, siente la diferencia, siente que está en otro
país, por ejemplo, a ese lado de la frontera hay agua. A este lado, en Colombia
no”.

Habría mucho más que contar sobre la frontera y los Wayuu, pero teniendo una
limitaciónn de espacio o tiempo, por ahora queda dicho que las diferencias
profundas entre estos dos países se hacen reales en la frontera, cuando sus
habitantes se enfrentan en la vida diaria a los resultados de las historias de dos
naciones, que para el caso se cruzan con la historia de una cultura centenaria
como es la de los Wayuu.

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