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JUSTIFICACIÓN DEL PODER DE FACTO

VALIDEZ Y DOCTRINA DE LOS GOBIERNOS DE FACTO


INDICE

Introducción........................................................................................................................................ 1

Análisis ................................................................................................................................................ 2

Definiciones ..................................................................................................................................... 2

Historia de la doctrina de facto ....................................................................................................... 3

La “revolución triunfante” de Mitre............................................................................................ 3

El golpe de 1930 .......................................................................................................................... 3

El golpe de 1943 .......................................................................................................................... 4

La Revolución Libertadora........................................................................................................... 5

El golpe de 1962 .......................................................................................................................... 5

La Revolución Argentina ............................................................................................................. 5

El Proceso de Reorganización Nacional ...................................................................................... 6

Vuelta a la democracia y reforma de 1994 ................................................................................. 6

Legitimar lo ilegítimo....................................................................................................................... 7

Conclusión......................................................................................................................................... 10

Bibliografía ........................................................................................................................................ 12
INTRODUCCIÓN
La historia de la República Argentina durante gran parte del siglo XX estuvo caracterizada por la presencia de los llamados
“gobiernos de facto”, regímenes anticonstitucionales que ejercieron su control sobre el país con un poder que no habían
obtenido por aprobación popular o plebiscito alguno, sino que mediante la fuerza de armas y la coacción. La existencia de
estos gobiernos no era otra cosa que una afronta contra las bases democráticas sobre las que se construyó este país y una
clara usurpación de la autoridad soberana del Estado. Sin embargo, pese a su naturaleza anticonstitucional, estos gobiernos
vieron necesario el presentar sus actos con una ilusión de legitimidad y validez jurídica, para lo cual se valieron de la
maquinarias legislativas, judiciales y mediáticas en pos de mostrar lo ilegítimo como legítimo.

Es así como surge la llamada “doctrina de los gobiernos de facto” (o “doctrina de facto”), una base teórica diseñada para
permitir a estos gobiernos convertir sus decretos y mandatos en actos normativos dotados de supuesta validez. El objetivo de
la creación de esta doctrina claramente iba más allá de un deseo de actuar con el apoyo del sistema legislativo, sino que
buscaba que, por asociación, la legitimidad de los actos de estos gobiernos se tradujese a legitimidad de los gobiernos en sí
mismos, de forma que pudiesen distanciarse de la imagen de déspotas usurpadores para presentarse en cambio como
defensores de los valores nacionales y dignos representantes de la voluntad del pueblo. Fue precisamente debido a este
objetivo que la doctrina de los gobiernos de facto no fue un fenómeno limitado al mundo de lo legislativo o lo judicial, sino
que uno que contó con el apoyo de los medios bajo control estatal, en los que recaía el rol de promover esta ilusión entre los
habitantes de la nación y obtener el apoyo popular que un gobierno generalmente necesitaría para llegar al poder en primer
lugar.

Tomando todo esto en cuenta, el propósito de este trabajo es analizar la naturaleza y controversias de la doctrina de los
gobiernos de facto, así como su rol en la historia del constitucionalismo argentino.

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ANÁLISIS
I. Definiciones

Para comenzar a abordar el tema en cuestión, es necesario ofrecer una breve explicación sobre algunos de los términos que
serán clave para comprender todas las ramificaciones y sutiles diferencias involucradas en el tema principal de este trabajo.
De particular interés son aquellos términos cuyo significado no es del todo evidente o cuya distinción de otros términos
similares es de gran importancia a la hora de tratar la naturaleza de la doctrina de los gobiernos de facto.

Empecemos, pues, con la diferencia entre un gobierno de facto y un gobierno de iure. Ambos poseen en su nombre una
locución latina: el primero (de facto) se traduce a “de hecho” y hace referencia a un estado causado por la mera fuerza de los
hechos, sin que cuente con ningún tipo de reconocimiento jurídico; mientras que el segundo (de iure o de jure) se traduce a
“de derecho” y hace referencia, en oposición a de facto, a un estado con reconocimiento jurídico. En efecto, un gobierno de
facto es aquel que detenta el poder sin haber llegado a él por un proceso legalmente reconocido o mediante una situación
irregular en uno de dichos procesos (por ejemplo, el fraude en una elección); mientras que un gobierno de iure es aquel que
no solo detenta el poder sino que cuenta con el reconocimiento jurídico apropiado para hacerlo. Tomando esto en cuenta, el
concepto de “doctrina de los gobiernos de facto” bien puede ser considerado un oxímoron, pues se habla de otorgar
reconocimiento jurídico a algo que está definido por la carencia del mismo. Sin embargo (como se verá más adelante), esa
misma pretensión de volver legítimo lo ilegítimo es un elemento clave a la hora de comprender la naturaleza de la doctrina
de los gobiernos de facto y el atractivo que este posee para todo aquel que llega al poder “por la mera fuerza de los hechos”.

Habiendo aclarado esos dos conceptos, la siguiente diferencia a aclarar es aquella entre las definiciones de “legalidad” y
“legitimidad”, en particular cuando se las usa en relación al poder en un sistema político. La legalidad del poder es un
concepto vinculado con el derecho positivo, de naturaleza objetiva e instrumental, y hace referencia a la existencia de un
marco jurídica para los actos llevados a cabo por un gobierno. En cambio, la legitimidad del poder se vincula con la moral y
la ética de la época, es de naturaleza subjetiva y valorativa, y hace referencia a la posesión de cualidades que, en la opinión
pública, son necesarias para engendrar reconocimiento y obediencia sin la necesidad del uso excesivo de la fuerza. No se
trata de conceptos contrarios, sino que casi complementarios, pues la legalidad suele tener como propósito el obtener la
legitimidad, aunque eso no quiere decir que lo legal sea siempre legítimo (por ejemplo, un gobierno antidemocrático podría
pasar leyes orientadas a estructurar un accionar injustamente represivo contra cierto grupo, las cuales, pese a ser legales, no
serían legítimas). La propia doctrina de los gobiernos de facto tiene como objetivo inicial la obtención de la legalidad de
forma que, en conjunto con la manipulación de la opinión y la moral pública, esta lleve a la obtención de la legitimidad.

Finalmente, es necesario señalar que cuando se habla del concepto de “soberanía popular”, se habla del poder supremo que
es ejercido por un gobierno democrático pero que surge de la manifestación de voluntad por parte de las mayorías que eligen
a los miembros de dicho gobierno para ocupar ese puesto. En ese aspecto, los gobiernos de facto podrían ser considerados
2
antagónicos a la soberanía popular, pues, incluso cuando presumen actuar con el apoyo del pueblo, atentan contra la
capacidad de este de manifestar su voluntad y decidir el futuro de su país.

II. Historia de la doctrina de facto

A) La “revolución triunfante” de Mitre:

El golpe de Estado llevado a cabo el 6 de septiembre de 1930 por el general José Felix Uriburu y la resultante Acordada
emitida por la Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina el 10 de septiembre de 1930 son considerados, en conjunto,
como el punto de origen de la doctrina de los gobiernos de facto. Pese a eso, hay un particular evento previo que resulta de
interés a la hora de tratar la historia de la controversial doctrina y las circunstancias que llevaron a la abundancia de quiebres
constitucionales a lo largo del siglo XX en la República Argentina.

El 5 de noviembre de 1861, Santiago Rafael Luis Manuel José María Derqui Rodriguez, hasta entonces presidente electo de
la Nación Argentina, fue forzado a renunciar tras ser derrotado en la Batalla de Pavón por Bartolomé Mitre. Su
vicepresidente, Juan Esteban Pedernera, asumió como presidente temporal y el 12 de diciembre del mismo año declaró el
receso ejecutivo.

En 1865, la Corte Suprema de la Justicia de la Nación emitió un fallo1 mediante el cual se reconocía la validez de la
insurrección de Mitre, juzgándola como una “revolución triunfante” que contaba con el “asentimiento de los pueblos”, y, por
lo tanto, que tenía el poder suficiente como para gobernar el país. También se reconoció que poseía “graves deberes”, entre
los que se contaban acatar a la Constitución y restablecer la normalidad, lo cual Mitre hizo, permaneciendo en funciones por
unos pocos meses.

Pese a que la ascensión de Mitre y el fallo de 1865 no tuvieron ningún efecto notorio a corto plazo, estos sentaron un
precedente mediante el cual se reconocía el accionar de un gobierno de facto basado en ningún otro fundamento más que la
fuerza de armas del mismo. La existencia de ese precedente y la idea de una “revolución triunfante” con el “asentimiento de
los pueblos” no tendrían consecuencias visibles hasta más de sesenta años después.

B) El golpe de 1930:

El ascenso de Mitre al poder y el fallo de 1865 habían sentado el precedente para la doctrina de facto, pero la misma no
vería su auténtico origen (así como el de la serie de golpes de Estado que asolarían al país durante gran parte del siglo) hasta
el 6 de septiembre de 1930, cuando el general Uriburu, a la cabeza del primer golpe de Estado cívico-militar, derrocó al
presidente Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Yrigoyen y envió una comunicación a la Corte Suprema de Justicia

1
CSJN, “Martínez, Baldomero y otro”, 05/08/1865, Fallos 2:127.
3
de la Nación para informarle del establecimiento de un gobierno provisional. En respuesta, el 10 de septiembre de ese mismo
año, la Corte emitió una Acordada en la cual establecían que dicho gobierno estaba en posesión de las fuerzas militares y
policiales necesarias para “asegurar la paz y el orden de la nación y, por consiguiente, para proteger la libertad, la vida y la
propiedad de las personas” así como para mantener la supremacía de la constitución y de las leyes del país, y lo reconocían
como un gobierno “de hecho”. No solo eso, sino que, amparados en una interpretación ambigua de la doctrina constitucional
e internacional, otorgaron validez y un marco de legalidad a sus actos, indiferentemente de cualquier vicio o deficiencia en su
elección, en base una necesidad de garantizar la protección de público y aquellos individuos cuyos intereses pudiesen verse
afectados.

Como recaudo, la Corte retuvo la atribución de instar al gobierno de facto a respetar las garantías individuales en caso de
que estos llegasen a desconocerlas. En fallos posteriores, la Corte aceptó los decretos-leyes emitido por el gobierno
provisional, mas solo cuando estos respondían a razones de necesidad y urgencia y dejando en claro que los mismos, junto a
cualquier legislación derogada, prescribirían con el fin de ese gobierno.

En 1933, la Corte estableció que el funcionario de facto tenía las mismas atribuciones que uno de iure, y que sus actos no
eran inconstitucionales, siempre y cuando estos se encontrasen dentro del alcance de la autoridad que habían asumido y
fuesen en pos del interés público o de terceras personas y no para beneficio propio.

En 1934, la Corte dotó a los gobiernos de facto de la autoridad para destituir a magistrados judiciales.

Con la Acordada y los actos posteriores, la Corte dio origen a la doctrina de los gobiernos de facto y, mediante esta, a la
acumulación de Poder Judicial por parte del Poder Ejecutivo de facto mediante el monopolio y uso ilegítimo de la fuerza;
resguardado ahora bajo una apariencia de legitimidad basada en la idea de una “revolución triunfante”.

C) El golpe de 1943:

Aunque la dictadura del general Uriburu finalizó en 1932, con Agustin Pedo Justo asumiendo como presidente el 20 de
febrero, apenas pasarían once años antes de que se diese un nuevo golpe de Estado (esta vez casi sin participación civil). El 4
de junio de 1943, el presidente Ramón Antonio Castillo fue derrocado por el Grupo de Oficiales Unidos, una logia formada
por altos mandos del Ejército Argentino.

Nuevamente, la Corte se expidió en términos similares a los de la Acordada de 1930 y reconoció la legitimidad de un
segundo gobierno de facto que había llegado al poder mediante la fuerza de armas.

En 1947, luego de que los anteriores miembros de la Corte enfrentasen un juicio político, un nuevo tribunal estableció que
la extensión y alcance de las facultades para legislar de los gobiernos de facto eran ajenas al control judicial y que los
decretos-leyes emitidos por estos mantenían su vigencia incluso tras el retorno de un gobierno de jure a menos que este lo
derogase expresamente.

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D) La Revolución Libertadora:

En septiembre de 1955, la llamada “Revolución Libertadora” derrocó al presidente Juan Domingo Perón, disolvió el
Congreso, reemplazo a los jueces de numerosas cortes y tribunales (la Corte Suprema de Justicia de la Nación incluida),
intervino las provincias y declaró nula la última reforma de la Constitución.

En este caso, la Corte no declaró la legitimidad del gobierno de facto de forma explícita, aunque sí de forma implícita al
indicar que un gobierno de facto surgido de una “revolución triunfante” estaba en su poder para llevar a cabo cuantos actos
fuesen necesario con el fin de cumplir el propósito de dicha revolución, incluidos los legislativos.

A la hora de justificar la libertad que se daba al gobierno de facto para legislar de forma permanente cuando la dictadura de
1930 solo había tenido la capacidad de hacerlo con fundamentos de necesidad y urgencia y una clara prescripción, se
argumentó que la intención de dicha dictadura había sido solo ostentar el Poder Ejecutivo mientras que la actual había dejado
claro que buscaba ostentar también el Poder Legislativo desde un principio y, por lo tanto, limitar la validez de sus actos
hasta el fin de su gobierno sería contraproducente. En otras palabras, se establecía que el alcance de las atribuciones de un
gobierno de facto estaban marcadas por lo que dicho gobierno decidiese, dotándolo de un poder más que considerable en
comparación a las restricciones que habían tenido las pasadas dictaduras.

E) El golpe de 1962:

El 29 de marzo de 1962, un nuevo golpe tomó lugar y el presidente Arturo Frondizi fue derrocado. Sin presidente ni
vicepresidente, el presidente provisional el Senado se amparó en la ley de acefalia para asumir el control del Poder Ejecutivo
y posteriormente fue obligado a anular elecciones y disolver el Congreso.

La Corte aceptó el juramento del reemplazante del presidente y valido su ascenso argumentando que no dependía de ella
deliberar sobre los motivos por los que se habían producido las circunstancias que llevaron a que fuese posible aplicar la ley
de acefalia.

F) La Revolución Argentina:

El golpe del 28 de junio de 1966 (en el que se derrocó a Arturo Umberto Illia) operó de forma muy similar al de 1955. La
auto-proclamada “Revolución Argentina” también disolvió el Congreso, reemplazo a los jueces de numerosas cortes y
tribunales (la Corte Suprema de Justicia de la Nación incluida) e intervino las provincias, pero con el agregado del dictado de
un “Estatuto” de supuesta mayor jerarquía que la Constitución, la otorgación del título de gobernador a los interventores
provinciales y el cambio de nombre de los “decretos-ley” por solo “ley”.

En esta ocasión, el gobierno de facto no mostró intención alguna de regresar las cosas a la normalidad tras cumplir el
objetivo de su “revolución”, como había ocurrido con las dictaduras anteriores, mas aún así se llamó a elecciones tras una

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reforma a la Constitución Nacional que implementó la votación directa y la reducción del mandato presidencial a cuatro
años, dándole un plazo de efectividad de diez años a menos que fuese ratificada antes por una convención constituyente

Durante esta época, la Corte regresó a la tesis restrictiva del poder de los gobiernos de facto de 1947. Se estableció que las
leyes de estos gobiernos podían ser legitimadas al ser aplicadas por “gobernantes en sus actos, jueces en sus sentencias y los
particulares en su proceder”, aunque las prohibió para materias tales como aumentar el números de jueces o salas
jurisdiccionales con competencias establecidas por ley del Congreso.

G) El Proceso de Reorganización Nacional:

El 24 de marzo de 1976, la presidente María Estela Martinez de Perón fue derrocada y se estableció una dictadura
permanente liderada por una Junta Militar, autodenominada “Proceso de Reorganización Nacional”. Nuevamente se dio la
disolución del Congreso, reemplazo de jueces, intervenciones de provincias y el dictado de un “Estatuto”, pero además se
intentó invocar el poder constituyente de modo excepcional en varias ocasiones para modificar la Constitución Nacional
mediante las llamadas “actas institucionales”, de naturaleza variada y arbitraria.

La Corte, designada por el gobierno de facto, nuevamente declaró que este poseía amplias atribuciones legislativas y
constituyentes. Así mismo, estableció que las “actas institucionales” y el “Estatuto” de dicho gobierno serían integrados a la
Constitución Nacional, con fundamento en un estado de necesidad que llevaba a requerir de esas medidas excepcionales para
superar una crisis institucional y proteger al Estado.

H) Vuelta a la democracia y reforma de 1994:

Finalizada la dictadura en 1983, se derogaron de forma expresa algunas de las normas pasadas por la misma, en especial las
de naturaleza penal, y se siguieron aplicando las restantes.

De particular interés es la implementación de la Ley N° 23.062 en 1984, la cual estableció la nulidad de leyes pasadas por
gobiernos de facto, argumentando que “carecen de validez jurídica las normas y los actos administrativos, emanadas de las
autoridades de facto surgidas de un acto de rebelión, y los procesos judiciales y sus sentencias, que tengan por objeto el
juzgamiento o la imposición de sanciones a los integrantes de los poderes constitucionales, aun cuando quieran fundarse en
pretendidos poderes revolucionarios”, decisión apoyada por la Corte.

La doctrina de los gobiernos de facto fue un tema de larga discusión durante la Convención Constituyente de 1994, en
particular qué medidas podían tomarse para impedir que esta pudiese ser invocada nuevamente en caso de un posible golpe
de Estado futuro. La solución que los constituyentes alcanzaron fue el artículo 36 de la Constitución Nacional, conocido
también como de “defensa del orden constitucional y del sistema democrático”, el cual establece que:

“Esta Constitución mantendrá su imperio aún cuando se interrumpiere su observancia por actos de fuerza contra el orden
institucional y el sistema democrático. Estos actos serán insanablemente nulos.
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Sus autores serán pasibles de la sanción prevista en el Artículo 29, inhabilitados a perpetuidad para ocupar cargos públicos
y excluidos de los beneficios del indulto y la conmutación de penas. Tendrán las mismas sanciones quienes, como
consecuencia de estos actos, usurparen funciones previstas para las autoridades de esta Constitución o las de las provincias,
los que responderán civil y penalmente de sus actos. Las acciones respectivas serán imprescriptibles. Todos los ciudadanos
tienen el derecho de resistencia contra quienes ejecutaren los actos de fuerza enunciados en este artículo. Atentará asimismo
contra el sistema democrático quien incurriere en grave delito doloso con el Estado que conlleve enriquecimiento, quedando
inhabilitado por el tiempo que las leyes determinen para ocupar cargos o empleos públicos. El Congreso sancionará una ley
sobre ética pública para el ejercicio de la función”.

Pese a las discusiones sobre si este artículo volvía insanablemente nulo todo acto llevado a cabo por un gobierno de facto o
si solo se refiere a los actos mencionados en el segundo párrafo, no hay duda de que la incorporación de este artículo a la
Constitución Nacional supuso el fin de la doctrina de los gobiernos de facto, al privar a los mismos de toda posible
legitimidad y aclarar su rol como usurpadores.

III. Legitimar lo ilegítimo

Tras este repaso por la historia de la doctrina de los gobiernos de facto, desde su creación oficial en 1930 hasta su final tras
la reforma de 1994 y su artículo 36, debe quedar claro que el propósito de la misma no recae en permitir a la dictadura de
turno obtener un mayor poder (porque, al estar fundamentado en la fuerza de armas y sostenido por la misma, ya lo poseen,
incluso si algunos han tenido el recaudo de no perseguir el poder cuasi-absoluto) sino que de justificarlo.

No existe persona que pueda gobernar sin al menos una pretensión de legitimidad, incluso los grandes reyes y déspotas de
la antigüedad presumían de un derecho divino que legitimaba su reinado. Desde el momento en que las personas dejaron de
vivir en una sociedad tribal y básica, donde el más grande y fuerte reinaba impune, la mera fuerza de armas dejó de ser
suficiente como para permitir a uno detentar el poder de forma prolongada, aunque, como prueba la historia de la República
Argentina, sigue siendo un método de acceder al poder en primer lugar. En ese aspecto, la importancia de la doctrina de los
gobiernos de facto recae en su utilidad para manipular la percepción de las personas y, mediante el poder del discurso y la
propaganda, convertir lo que debería ser ilegítimo en algo legítimo, o al menos algo que pretende serlo de forma
suficientemente convincente.

Aún más importante, al dotar a ese poder ilegítimo de una doctrina, jurisprudencia, reglamentos (como los “Estatutos” de la
Revolución Argentina y el Proceso de Reorganización Nacional) y un sistema legal que les sirva de soporte, el dictador hace
más que solo justificar el poder que posee, también crea la base mediante el cual este podrá perpetuarse y asentarse en el
sistema, hasta el punto en que asemeje tanto a una parte del Derecho legítimo que exista el riesgo de que la gente comience a
considerarlo como tal. Cuantas más arraigadas en el sistema se encuentren esas manifestaciones de poder ilegítimo, más

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difícil será removerlas sin que este salga dañado o su funcionamiento se vea entorpecido; no por nada hubo miembros de la
Convención Constituyente que argumentaron que anular todos los mandatos ocurridos durante el último gobierno de facto no
era la mejor forma de abordar esa problemática, no porque sintiesen afecto alguno por las pasadas dictaduras sino que porque
consideraban que el país no podría operar adecuadamente si todos eran anulados repentinamente.

Al mismo tiempo, el funcionamiento sistemático del poder ilegítimo facilita su uso e implementación por parte de los
distintos estratos del gobierno de facto, dotándolo de una eficiencia que no podría conseguir en caso de ostentar el poder de
forma desordenada y pobremente regulada. En ese aspecto, incluso lo que bien podría parecer una restricción al poder acaba
por volverlo más eficiente y facilitando que este pueda esparcirse a más partes del sistema.

De esta forma, la doctrina de los gobiernos de facto cumple un triple propósito: justifica el poder ilegítimo, le permite
perpetuarse en el tiempo y lo regula.

Es precisamente al estar enfrentados con esta doctrina que los legisladores de 1994 e incluso los de la actualidad discrepan
en la forma en la que debe lidiarse con el legado de los gobiernos de facto y su doctrina. En general, se presentan tres
alternativas: negar rotundamente todo tipo de valor en estos actos, reconocer aquellos que resultaron inevitables y respondían
a situaciones de necesidad o urgencia como eficaces de forma restrictiva, o aceptar la validez de todos estos actos.

Aunque en principio, la moral parece dictar que la primera alternativa es la correcta, la realidad es que su implementación
resulta en una tarea tan dificultosa y problemática que prácticamente resulta imposible. Como pudo verse en la anterior
sección, incluso los gobiernos de facto más breves que gobernaron la República Argentina lo hicieron durante al menos dos
años, más que tiempo suficiente para que todo tipo de relaciones jurídicas se crearan y extinguiesen en ese lapso. Declarar la
nulidad de todas ellas no solo podría causar un perjuicio a terceros ajenos a los regímenes antidemocráticos, sino que además
requeriría de un trabajo burocrático y jurídico de proporciones tan inmensas que resulta inviable.

La segunda alternativa, pese a presentarse como la más diplomática y balanceada, también acarrea cierto riesgo. Aceptar
parte del accionar de esos gobiernos supone, en última instancia, normalizarlo, hasta el punto en que uno se familiarice tanto
con él que deje de verlo como algo impropio de un sistema democrático y republicano, percepción que eventualmente puede
extenderse más allá de lo que uno originalmente deseaba. En eso recae el accionar más sutil y pernicioso de la doctrina de los
gobiernos de facto: la normalización de lo que se supone que no debería ser normal.

La tercera alternativa, finalmente, no es muy diferente a aceptar abiertamente todo lo que la doctrina de los gobiernos de
facto encarna y permitirle cumplir su propósito con impunidad. Elegir esa alternativa sería igual a hacer desaparecer
cualquier distinción entre lo que proviene del hecho y lo que proviene del derecho, dando rienda suelta a aquellos que
ostentan un poder ilegítimo para hacer lo que les plazca y destruyendo las mismísimas bases del sistema democrático.

En la práctica constituyente, se ha elegido una mezcla entre la primera y la segunda alternativa. Mientras que no se han
hecho nulos todos los actos ocurridos durante los gobiernos de facto y muchas de las leyes creadas durante estos aún aplican,

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eso no cambia que mucho otros hayan sido declarados nulos y que existan mecanismos que facilitan el declarar la nulidad de
decretos o leyes provenientes de esa etapa de nuestra historia.

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CONCLUSIÓN

A lo largo de este trabajo, expliqué la naturaleza de la doctrina de los gobiernos de facto, las complicaciones que esta
presenta una vez introducida en el sistema y los problemas a la hora de intentar suprimirla, así como la historia que nuestro
propio país tuvo con la misma.

Como ya debe estar claro, nadie duda de la naturaleza ilegítima y anormal de los gobiernos de facto y la doctrina que busca
justificar, regular y perpetuar su accionar. A la hora de hablar de controversias, uno seguramente debe referirse al legado de
esta doctrina más que a su existencia en sí. Aunque la reforma constitucional de 1994 tomó los recaudos apropiados para
impedir que otro gobierno de facto pueda llegar al poder y ostentar algún tipo de legitimidad, eso no quita que aún hoy en día
muchas leyes provenientes de esos gobiernos ilegítimos siguen vigentes (aproximadamente 417 de las 4449 leyes vigentes 2),
no por negligencia o desidia de los constituyentes o los juristas, sino que el beneficio que aportan supera los muchos
problemas que traería intentar deshacernos de ellas. Hay quienes creen que estas leyes deberían ser declaradas nulas en base
a su origen y los horrores cometidos por las personas que las crearon y también hay quienes creen que las leyes en si no
acarrean ninguno de los aspectos negativos de sus creadores y que su utilidad justifica su existencia, pese a sus orígenes
inusuales.

En lo que a mí respecta, a la hora de lidiar con el legado de la doctrina de los gobiernos de facto, veo apropiado el
aprovechar los pocos aspectos positivos que nos dejó esa época tan oscura de nuestra historia, pero siendo conscientes de que
si esas leyes son legítimas, eso es porque un gobierno de derecho decidió que así lo sean, no por ninguna legitimidad de los
gobiernos en los que se originaron. Al final, sin importa cuanta retórica se use para justificar el uso de la fuerza como un
método válido para acceder al poder y detentarlo, la realidad innegable es que la mera idea va en contra de todos los valores
que debería defender una sociedad democrática. La soberanía popular es un precepto de nuestro sistema que no puede
ignorarse o minimizarse bajo ningún motivo, exceptuando quizás las situaciones más extremas y urgentes siempre y cuando
seamos conscientes de la enorme transgresión que estamos cometiendo en pos de la necesidad y no permitamos que
menoscabar la voluntad del pueblo se vuelva un precio barato que pagar en pos de algún objetivo de índole política, como
ocurrió durante el siglo pasado.

Solo aquello que surge de un proceso legítimo puede ser considerado como tal y lo que la doctrina de los gobiernos de facto
busca es precisamente lo contrario, el alcanzar la legitimidad tras llegar al poder, un poder que, indiferentemente de qué
apoyo popular se crea poseer, no está respaldado por la voluntad del pueblo ni ha sido obtenido por ninguno de los métodos
dispuestos por el ordenamiento democrático. Se pueden hacer concesiones cuando se trata de leyes de origen viciado siendo

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http://www.leyesdeladictadura.com/
10
convertida en leyes legítimas, pero cuando de gobiernos en si mismo se trate, no existe justificación ni lógica que valga;
poseen vicio de origen que es, simple y llanamente, insalvable.

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BIBLIOGRAFÍA

 Diana, Nicolás (2013): “CAPÍTULO V. La fuerza de las palabras (o las palabras de la fuerza)”. En
Gordillo, Agustín: “Tratado de derecho administrativo y obras selectas”, Buenos Aires, Argentina, FDA,
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 Diana, Nicolás (2012): “ANEXO I.”Discurso jurídico y derecho administrativo: doctrina de facto y
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en https://web.archive.org/web/20111002164934/http://www.justierradelfuego.gov.ar/Jornadas/Pelizzari.htm.
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No 1 - 2: 1º y 2º Trimestre, pp. 165-191.
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http://www.rae.es/recursos/diccionarios/dpd.
 Wikipedia (s.f.): “Doctrina de los gobiernos de facto”. Disponible en:
https://es.wikipedia.org/wiki/Doctrina_de_los_gobiernos_de_facto.
 Wikipedia (s.f.): “Golpes de Estado en Argentina”. Disponible en:
https://es.wikipedia.org/wiki/Golpes_de_Estado_en_Argentina.

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