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Filosofía 6to

Prof. Juan Cruz Feijóo Sobrero

FRAGMENTO DEL LIBRO FILOSOFÍA BÁSICA DE NIGEL WARBURTON. [LA ÉTICA DE KANT, UNA ÉTICA DEONTOLÓGICA
O DEL DEBER]

LA ÉTICA DE KANT

Los motivos

A Kant le interesaba la siguiente pregunta: «¿Qué es un acto moral?» Su respuesta ha


ejercido una enorme influencia en la filosofía. Veremos aquí sus rasgos más sobresa-
lientes.
Kant creía que un acto moral es aquel que se realiza por sentido del deber, y no sólo
a causa de una inclinación, un sentimiento o la posibilidad de obtener algo. Así, por
ejemplo, si doy dinero por caridad, porque experimento una profunda compasión por los
necesitados, según Kant, no cumplo necesariamente un acto moral; es decir, si actúo
exclusivamente movido por mi compasión y no por sentido del deber, mi acto no es un
acto moral. Si doy dinero para ganarme las simpatías de mis amigos, tampoco actúo
moralmente, sino para mejorar mi situación social.

Así pues, Kant afirma que los motivos de un acto son más importantes que el acto en
sí y que sus consecuencias. Según él, para saber si alguien actúa moralmente hay que
conocer su intención. No basta con saber que el Buen Samaritano ayudó a un hombre que
lo necesitaba, porque bien podría haberlo hecho por interés personal, esperando que le
recompensaran la molestia, o por un impulso compasivo, es decir, más por un motivo de
índole emotiva que por sentido del deber.
La mayor parte de los filósofos de la moral coinciden con Kant en que el interés
personal no resulta un motivo apropiado para realizar un acto moral, pero muchos no
podrían aceptar que un sentimiento como la compasión carezca de importancia. Para
Kant, sin embargo, el único motivo aceptable para afirmar la moralidad de un acto sería
el sentido del deber.
Kant se interesó más por los motivos de los actos que por sus consecuencias, entre
otras razones, debido a su convicción de que todo ser humano puede ser moral. Puesto
que sólo podemos responsabilizarnos de un modo razonable de las cosas que, en cierto
modo, dependen de nosotros —o, como él dijo, puesto que «deber es poder»—, y puesto
que las consecuencias de nuestros actos no siempre dependen de nosotros, las
consecuencias no son fundamentales. Por ejemplo, si actuando por sentido del deber,
intento salvar a un niño que se está ahogando y en vez de impedirlo le ahogo yo mismo
accidentalmente, mi acto no dejará de ser moral, puesto que la motivación era buena; las
consecuencias pueden ser trágicas, como en el ejemplo, pero resultarán irrelevantes para
el valor moral de mi acto.
De igual modo, puesto que no tenemos un dominio completo de nuestras reacciones
emotivas, tampoco éstas pueden determinar la moral. Si la moral es accesible para todos
los seres humanos conscientes, pensaba Kant, dependerá por completo de la voluntad,
especialmente del sentido del deber.
Las máximas

Kant llama máximas a las intenciones que se esconden detrás de los actos. Máxima
es aquel principio general que subyace a la acción. Por ejemplo, el Buen Samaritano pudo
actuar siguiendo la máxima: «Ayuda siempre a los demás, si quieres que ellos te ayuden
a ti.» O bien, según esta otra: «Ayuda a quienes lo necesitan, siempre que sientas com-
pasión por ellos.» Sin embargo, para que su acto hubiera sido moral, tendría que haberse
guiado por lo siguiente: «Ayuda siempre a quienes lo necesitan, porque tienes el deber de
hacerlo.»

El imperativo categórico
Filosofía 6to
Prof. Juan Cruz Feijóo Sobrero

Según Kant, en cuanto seres humanos racionales, tenemos ciertos deberes que son
categóricos, es decir, absolutos e incondicionales, tales como «Decir siempre la verdad»
o «No matar», que debemos cumplir cualesquiera que sean las consecuencias que se
deriven de nuestros actos. Así pues, Kant piensa que la moral es un sistema de imperativos
categóricos, de obligaciones de actuar de un modo concreto, y esto constituye uno de los
aspectos distintivos de su ética. Kant opone a los deberes categóricos otros de carácter
hipotético. Un deber hipotético sería: «Di siempre la verdad si quieres que te respeten»,
o bien: «No mates si no quieres ir a la cárcel.» Los deberes hipotéticos nos dicen lo que
hay que hacer o dejar de hacer para obtener o evitar algo. Para Kant únicamente existía
un imperativo categórico esencial: «Actúa sólo según aquellas máximas que, al mismo
tiempo, puedas querer que se conviertan en una ley universal.» «Querer» significa aquí
«desear racionalmente». Dicho de otro modo, el mensaje del imperativo categórico
consiste en actuar sólo según máximas que racionalmente deseemos aplicar a todo el
mundo, lo que se conoce por principio de universalización.

Aunque dejó distintas versiones del imperativo categórico, ésta es la más importante
y la que ha ejercido un mayor influjo. Valdrá la pena examinarla con más detalle.

Universalización

Según el pensamiento de Kant, un acto es moral sólo cuando la máxima subyacente


puede unlversalizarse, es decir, servir para todo aquel que se halle en una circunstancia
semejante. No se pueden hacer excepciones con uno mismo, y hay que ser imparcial. Así,
por ejemplo, si robo un libro siguiendo la máxima: «Los libros se pueden robar cuando
no se dispone de dinero para comprarlos», para que se trate de un acto moral tendré que
aplicárselo a cualquiera que se halle en mi situación.
Naturalmente, esto no quiere decir que una máxima sea moral por el mero hecho de
unlversalizarse. Es evidente que podríamos unlversalizar ciertas máximas triviales como:
«Saca siempre la lengua a las personas más altas que tú», aunque poco o nada tenga que
ver con los problemas morales. Otras máximas universalizables, como la del robo que
acabamos de mencionar, no dejan por ello de ser inmorales.
Este concepto de universalidad constituye una versión de la llamada regla de oro del
cristianismo: «No quieras para los demás lo que no quieres para ti mismo.» Una persona
que actuara según la máxima: «Sé un parásito y vive a expensas de tu prójimo» no se
comportaría moralmente porque sería imposible unlversalizarla, ya que se nos plantearía
el siguiente interrogante: «¿Qué ocurriría si todos hicieran lo mismo?» Si todos fuéramos
parásitos no quedaría nadie de quien vivir. Puesto que no supera la prueba de Kant, no es
una máxima moral.
Por otra parte, podemos unlversalizar fácilmente la siguiente máxima: «No se debe
torturar a los niños.» Sin duda es posible y deseable que todos obedezcamos un imperativo
semejante, aunque podemos no hacerlo. Aquellos que, desobedeciéndola, torturan a los
niños se comportan de un modo inmoral. Con estas máximas, el concepto kantiano de
universalización nos brinda una respuesta clara, que se corresponde con las intuiciones
de la mayoría de la gente sobre el bien y el mal.

Los fines y los medios

Existe aún otra versión del imperativo categórico de Kant: «Nunca trates a los demás
como un medio, sino como un fin en sí mismos.» Es otro modo de decir que no debemos
utilizar a otras personas, sino reconocer en ellas su humanidad: el hecho de que sean
individuos con deseos y voluntad propios. Si trato a alguien con cortesía, movido por el
interés de obtener un trabajo, no le trato como persona, como un fin en sí mismo, sino
como un medio para lograr algo. Naturalmente, si actúo bien con alguien solamente
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porque me agrada hacerlo, esto no tendría nada que ver con la moral.

CRÍTICA A LA ÉTICA KANTIANA

Vacuidad

Una crítica frecuente a la teoría ética de Kant, y especialmente a su concepto de


universalización de los juicios morales, señala su vacuidad, queriendo decir que sólo
aporta un marco que muestra la estructura de los juicios morales, pero no proporciona
ayuda alguna a quienes se enfrentan a una decisión moral, es decir, no sirve para decidir
cómo actuar.
Esto significa omitir la versión del imperativo categórico que nos enseña a tratar a los
demás como un fin y no como un medio. No cabe duda de que, con esa fórmula, Kant
dota de algún contenido a su teoría moral. Sin embargo, aun combinando la tesis de la
universalización con la fórmula de los medios y los fines, quedan muchas cuestiones mo-
rales para las que no hallamos soluciones satisfactorias.

La teoría kantiana no afronta los conflictos que surgen entre los distintos deberes. Por
ejemplo, ¿qué ocurre si tengo el deber de decir siempre la verdad y, al mismo tiempo, el
de proteger a mis amigos? Kant no me explica lo que debo hacer cuando las dos
obligaciones se contradicen. Si un demente, armado de un hacha, me preguntara dónde
puede encontrar a mi amigo, mi primera intención sería mentirle, porque decir la verdad
equivaldría a incumplir el deber de velar por la seguridad de mis amistades. Pero, siempre
según Kant, la mentira, incluso en una situación tan extrema, es un acto inmoral, porque
mi obligación de no mentir jamás es absoluta.

Los aspectos menos aceptables

Aunque la mayor parte de la teoría kantiana es viable —especialmente la idea del


respeto por los intereses ajenos—, presenta también algunos aspectos poco verosímiles.
En primer lugar, justifica actos absurdos como el de decir la verdad al loco del hacha, en
vez de alejarlo, con una mentira, de nuestro amigo.
En segundo lugar, asigna un papel inadecuado a la compasión, la simpatía y la piedad,
entre otras emociones. Kant las considera irrelevantes para la moral, porque la única
motivación apropiada es siempre el sentido del deber. Los sentimientos de compasión
hacia los necesitados, tan valorados desde otros puntos de vista, carecen para nuestro
filósofo de importancia moral. Sin embargo, mucha gente considera la compasión, la
simpatía, la culpa y el remordimiento emociones característicamente morales. Separarlas
de la moralidad, como quiere Kant, supondría despreciar un aspecto básico del
comportamiento moral.
En tercer lugar, la teoría no tiene en cuenta las consecuencias de los actos. Significa
esto que cualquier idiota bien intencionado que causara sin quererlo, por pura in-
competencia, un gran número de muertes, sería declarado inocente por la teoría kantiana,
que le juzgaría ante todo por sus intenciones. Pero en ciertos casos las consecuencias
pueden tener mucha importancia a la hora de juzgar el valor moral de un acto; baste con
pensar qué sentiríamos si una bienintencionada persona intentara secar su gato en el
microondas. Con todo , para ser justos con Kant, debemos añadir que él también
considera culpables ciertas manifestaciones de incompetencia.
A quienes hayan convencido las críticas que acabamos de exponer a las teorías
deontológicas podrá interesarles la teoría ética conocida por el nombre de
consecuencialismo.

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