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filosóficos de las Raíces de Hessen: las diferencias entre Descartes y Newton y el mate-
rialismo de Hessen y Contextualización histórico-filosófica de las Raíces de Borís
Hessen en la filosofía marxista soviética, seguidas de un escolio sobre El materialismo
de Newton.

Huerga emplea el aparato metodológico del filósofo español Gustavo Bueno en


su disección del sociologismo de Hessen. Utiliza como epígrafe una cita de Bueno que
da la tónica de la b ŭ squeda emprendida en este libro:

"Para todo aquel que dé por supuesta la necesidad de contar con una idea objeti-
va de la ciencia, la cuestión de la justificación del enfoque sociológico, como enfoque
interno causal en el contexto de una teoría gnoseológica de la ciencia, la cuestión de la
justificación del significado gnoseológico de la sociología de la ciencia, sigue abierta
de par en par."

El libro de Pablo Huerga —aparte de ser de obligada consulta para todo aquel que
estudie la vida y la obra de Hessen— contribuye, sin duda, al esclarecimiento de los
términos en que el punto de vista sociológico se aprecia como un enfoque interno cau-
sal, y no como un factor puramente externo al desarrollo de la ciencia, ajeno a la
comprensión de la ciencia como conocimiento objetivo.

Pedro M. PRUNA

DIOS FRENTE A LA CIENCIA


Claude Allégre
Peninsula. Colección Historia, Ciencia, Sociedad. Barcelona, 191 pp.
ISBN: 84-8307-253-X, 2.500 pts.

Ediciones Perŭnsula acaba de publicar la traducción al castellano de un libro de


Claude Allégre que apareció hace tres años en Francia con el tftulo Dieu face à la science.

Claude Allégre es un físico nacido en 1937, miembro de la Academia de Ciencias


de su país desde 1995 y una personalidad que se ha dedicado, al menos eventualmen-
te, a la política: ha pertenecido al Ministerio de Educación francés.

Dios frente a la ciencia está formado por ocho capítulos, más una pequeña intro-
ducción y un índice de nombres. Lo expresivo del título nos muestra claramente lo que
pretende el autor: religión y ciencia ocupan el nzismo espacio, el del pensamiento
humano (p. 9) y por ello, porque vivimos en un mundo que no se cansa de ampliar sus
conocimientos, en una sociedad ávida de sabiduría, Allégre ha examinado las relacio-
nes de Dios, o mejor dicho, de las religiones, sensu lato, y la ciencia, aunque por
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razones obvias las referencias a la Iglesia de Roma y a las otras confesiones cristianas
son más frecuentes.

Diremos primeramente que es un texto, en gran medida, de historia de ideas cien-


tíficas que, en muchos casos, se han abierto camino a pesar de los primeros ataques que
sufrieron de las jerarquías religiosas y, también hay que decirlo, laicas. En sus doscien-
tas páginas da un buen repaso, a veces con innecesaria ironía, a las relaciones de los
hombres de ciencia con Dios y con las religiones. Además, la obra de este físico francés
puede ser considerada de historiografía científica cn la medida en que nos explica la
interrelación ciencia-religión a través de una serie de modelos intelectuales de pensa-
miento científico: astronómico, geológico, químico y biológico principalmente.
Conviene que el lector se sitŭe en el concepto, extraordinariamente atinado, que de la
ciencia de hoy en día tiene el físico francés: el peligro qtte atnenaza a la ciencia moder-
na es verse confinada al reino de lo ŭtil, de lo tecnolágico, de lo aplicado (p. 177).

El capítulo primero tiene un título que nos introduce claramente en él: Eppur, si
muove!. El proceso a Galileo es el punto de enfoque de un escenario donde se nos mues-
tran las relaciones de lo científico con lo social y religioso de la Italia de la época.
Resumido en la frase que da título al capítulo, el proceso es tratado desde puntos de vista
que no son demasiado frecuentes en la bibliografía. Aceptando que es una causa contra
la ciencia al amparo de las creencias, saca a relucir que también lo es contra un hombre
de ciencia cuya arrogancia, [arrogancia que puso en evidencia al considerar genial su
teoría de las mareas] Ilegó a desesperar a una parte de la Iglesia, por lo demás dispuesta
a mostrarse tolerante antes de exasperar al Papa, sincero amigo del imputado (p. 15).
Por otra parte, Galileo defendió el sistema copemicano sin haberlo estudiado demasia-
do y por tanto lo hizo, en algunas de sus apreciaciones, de manera inexacta. En cualquier
caso, a pesar de que había intuido la situación del Sol, el italiano no realizó demostra-
ción alguna con precisión, en lo que a este asunto se refiere (fue Kepler quien comple-
tó el desarrollo del heliocentrismo). En realidad, su defensa del heliocentrismo era más
intuitiva que científica; los jesuitas del Colegio Romano, partidarios de Tycho Brahe
(alrededor del Sol giran los planetas y él giraba en tomo a la Tierra), mostraban, de
acuerdo con sus demostraciones científicas, mayor rigor que lo expuesto por el sabio ita-
liano. En frase de Allégre, a mi juicio, bastante atinada: La intuición de la verdad la
tetzta Galileo, pero el rigor estaba del lado de los jesuitas (p. 35).

El autor pasa revista a las teorías de Eudoxio de Cnido, Aristarco de Samos,


Ptolomeo... hasta Hubble y a las relaciones de las iglesias, la católica en particular, con
estas formas de comprender el mundo. Y en un asunto como éste no podía dejar de apa-
recer Giordano Bruno, el más conflictivo de los astrónomos cuyas tesis fueron conde-
nadas por luteranos, anglicanos, calvinistas, católicos...

Allégre nos muestra las posturas de las distintas religiones ante las formas cientí-
ficas de entender la materia a lo largo de la historia. La pregunta a la que intenta dar
respuesta es: Por que en Occidente se ha tardado más de dos mil años en adtnitir la
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existencia de los átomos? (p. 55). Examina el original atomismo árabe que no quiere
entrar en contradicción con el Corán pero que es criticado por Averroes; estudia la
incompatibilidad de la teoría atómica para la Iglesia de Roma: desde Trento es incom-
patible con el dogma de la transubstanciación, que junto con el geocentrismo son, para
el autor de Dios frente a la ciencia, los dos fundamentos que hicieron de Aristóteles el
maestro del pensamiento cientifico para la Iglesia catálica a partir del siglo XIV (p.
61). Sin embargo, a lo largo del presente libro también salen a relucir las opiniones de
importantes intelectuales de la época estudiada por el autor, opiniones que vienen a ser
un punto de contraste desde un ámbito social; en este ŭltimo caso que vengo comen-
tando, el autor saca a relucir que Descartes, Leibniz, Kant, Spinoza, Schopenhauer,
Comte, etc. son contrarios a la teoría atómica, como también lo son las de científicos
como Berthelot, Emst Mach, Ostwald, etc.

Asimismo, podemos leer acerca de las controversias de las iglesias con una de las
disciplinas científicas con la que más veces se han enfrentado: la geología. Allégre hace
hincapié en las conocidas disputas entre hombres de ciencia y teólogos a la hora de con-
siderar la edad de nuestro planeta, por aceptar éstos, como dogmáticos, los textos de las
Escrituras, en gran medida incompatibles con los avances de la ciencia.

En Dios frente a la ciencia se abordan las relaciones Iglesia-Ciencia a propósito


de los avances científicos en biología. Por eso, son objetivo de su estudio asuntos tan
conocidos como la posición de la Iglesia en relación con el evolucionismo, el origen de
la vida, la imposibilidad científica, por lo menos hasta hoy, de explicar los mecanismos
que han Ilevado a triplicar el volumen cerebral en poco más de un millón de arios (algo
extraordinariamente singular en la evolución biológica), los avances en neurociencias,
las posturas encontradas entre científicos como Edelman, Crick o Damasio por un lado
y Eccles por otro a propósito de la relación materia-espíritu, (mente-cerebro, o como se
le quiera Ilamar), etc.

Allégre estudia, de manera muy rápida, un interesante problema: J'or qué, ante
tales manifestaciones de hostilidad, ha sido precisamente en Occidente y en el seno de
la cristiandad donde se ha gestado y desarrollado la ciencia modema? (p. 121) y res-
ponde a la pregunta con tres argumentos: la existencia de un libro religioso, la Biblia,
ŭ nico texto que globalmente encierra una visión del mundo en la que el hombre ocupa
un emplazamiento central y al que le atribuye una gran responsabilidad: Antes de la
Biblia hay dioses y hombres. En la Biblia hay Dios y el hombre, aquel todopoderoso,
este responsable, dueño de su destino (p. 122); la segunda razón la fundamenta en el
desarrollo de una institución, la universidad, como lugar donde se puede profundizar y
realizar críticas a la Biblia; la tercera causa se basa en la competición, con la finalidad
de ampliar su influencia, que han mantenido las diferentes religiones en las que se basa
la Biblia.

El autor de Dios frente a la ciencia busca la huella que ha dejado sobre los con-
tenidos y prácticas religiosas la actividad científica y la interrelación entre doctrinas
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oficiales de carácter filosófico o político y el pensamiento científico; es en este ŭ ltimo


aspecto donde saca a relucir, entre otros, los casos de Comte y Lisenko. Hay también
comparaciones entre las preferencias científicas del mundo católico y el protestante,
aquél más interesado en las ciencias abstractas y éste más preocupado en los estudios
de las ciencias de la naturaleza, aquél con una menor producción científica que éste.

En el ŭltimo capítulo se aleja de la religión para adentrarse en Dios, para buscar


creyentes, ateos y agnósticos entre los científicos. Preguntas como i,necesitamos a Dios
para organizar la naturaleza? subyaccn en el fondo de este capítulo pero, a fin de
cuentas, la ciencia no puede invalidar ni confinnar la existencia de Dios (p. 185).

Dios frente a la ciencia es un libro en el que se dan cita muchos de los mitos de
la historiografía científica. Mitos que no son más que el fruto de lecturas muy super-
ficiales de los textos científicos, o del gran n ŭmero de hagiografías sobre grandes
hombres de la ciencia en las que se elevan a los altares hasta sus estupideces y erro-
res. Allégre deja bien claro que, a pesar de lo que dicen los textos italianos de física,
Galileo no inventó el anteojo (p. 24) y que su forma de explicar las mareas, es sin la
menor duda el mayor disparate que se haya escrito jamás (p. 29); expone que la teo-
rías de Buffon encontraron una rápida colisión con las doctrinas de la Iglesia y... de
la Sorbona; que las doctrinas evolucionistas de Darwin fueron vistas con buenos ojos
por el dominico Leroy, el jesuita Hate y el padre Mousaki; que no es aceptable pro-
clamar de una manera general el acercamiento a la ciencia de los luteranos y la aver-
sión de los católicos; Allégre nos cuenta que el heliocentrismo fue condenado por
Lutero, por Melanchthon y que no tuvo buena prensa entre la Iglesia reformada, y que
en el esplendor científico del siglo XVIII de la Alemania protestante, son las univer-
sidades católicas las que liderarán la renovación cienufica del momento (p. 139); nos
comenta que la escuela positivista (Auguste Comte) fue capaz de publicar un
Catecismo positivista, auténtico modelo de la sinrazón, que, en nombre de la ciencia,
se oponía a la utilización del microscopio, al cálculo de probabilidades, a los desarro-
llos de la química y física estadística de su época, etc. También podemos leer sobre
ese mago de la genética que fue el penoso, no se me ocurre un adjetivo más apropia-
do, Lisenko, científico oficial del stalinismo, tan oficial que algunos de sus detracto-
res conocieron el frío siberiano; sobre el control ideológico de la ciencia soviética, tan
contraria a la mecánica cuántica y tan a favor de encontrar ramalazos marxistas hasta
en la ley de acción de nzasas, etc.

Por ŭltimo, no hay que olvidar que es un libro donde los ejemplos franceses,
muchos muy apropiados, otros no tanto, afloran a lo largo de las doscientas páginas.
No obstante, algunas objeciones podemos poner al texto del físico francés: cuando cita
a las universidades medievales no nombra ni una sola de las españolas, aunque las de
Salamanca y Lérida, creadas en 1227 y 1300 respectivamente, son anteriores a muchas
de las referidas, entre ellas las de Avirión y Grenoble (p. 131). Curiosamente, en otro
listado de universidades europeas, vivas y activas en palabras del francés, se cita, junto
a las conocidas por todos, a la de Córdoba! (p. 16). También se puede objetar el hecho
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de considerar a París como la sede del primer centro docente universitario, cuando
parece que poco antes se creó el de Bolonia (p. 131). Hay alg ŭn error de precisión: con-
siderar el concepto de nicho ecoléogico como sino5nimo de localizaciée cuando, hablan-
do correctamente, no se refiere a ubicaci ŭn alguna sino a la función que realiza una
determinado ser vivo en un ecosistema (p. 37); ,por qué el traductor (Mingus B.
Formentor) utiliza el horripilante adjetivo absurdidad (p. 58)?; qué no se escribe
correctamente el nombre genérico de una especie biológica tan conocida como el de la
mosca del vinagre, con may ŭscula y ph (Drosophila y no drosofila) (p. 105)?;
es posible que se relacione el dogma de la infalibilidad del Papa con el Concilio de
Trento cuando fue proclamado en el Vaticano I, trescientos años más tarde (p. 154)?

En fin, basándose en el historiador Arnold Toynbee, Allégre considera que la his-


toria econ6mica es más una consecuencia de la historia de las ciencias que su causa y
por eso nos dice: Para comprender la historia de la ciencia, me parece mucho mas
importante comprender la historia de las ideas que la historia económica (p. 141).

Francisco TEIXIDÓ GÓMEZ

LA DOBLE HÉLICE
James D. Watson
Alianza Editorial, Colección libro de bolsillo, Biología, Madrid, 2000, 205 pp.
ISBN: 84-206-3570-7, 925 pts.

Aunque parezca una frase manida, hay que saludar con alegría esta nueva edición
de un libro muy leído que había desaparecido de las librerías desde hace varios años:
La doble hélice, de James D. Watson, una de las grandes personalidades de la bioquí-
mica de los ŭ ltimos cincuenta años.

Esta alegría la podemos encauzar en una triple dirección: el contenido del libro en
sí, que es explicado en su perfecto subtítulo: Relato personal del descubrimiento de la
estructura del ADN; el reencuentro con un texto ya clásico, teniendo en cuenta que fue
publicado en Gran Bretaña en 1968 y traducido al castellano por primera vez por la edi-
torial Plaza&Janes en 1970; y el precio, menos de mil pesetas, que hace que la obra sea
accesible a cualquier economía. Incluye, además 18 fotografías, en blanco y negro, y
esquemas y manuscritos del autor en relación con la doble hélice. La obra ha sido tra-
ducida por María Luisa Rodríguez Tapia.

Esta edición de la editorial Alianza contiene el mismo prólogo que en su día escribió
sir William Lawrence Bragg (1890-1971), profesor en Cambridge, donde conoció a Watson,
y que en 1915 comparti6 el premio Nobel de Física con su padre William Henry Bragg
(1862-1942). El texto también tiene una nueva introducción, de 1996, escrita por Steve Jones.

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