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Resumen
Abstract
Modern knowledge has been constructed from principles of objectivity, neutrality and universality
that have excluded other knowledge including the cognizance of women. Universality plays an
important role in the generating and transmitting of knowledge and in it knowledge is reproduced
and it is legitimatized. Because of this the objective of this work is to present an advancement of
research which will be in relation to the silences, understandings and inequities in university
academic practices.
In academic and intellectual milieu symbols of exertion and reproduction of power forms are
present through knowledge. For this reason all knowledge that questions and reveals modern
principles of understanding are seriously critiqued, in particular feminist or gender studies, which
are questioned and disqualified not only because of their theoretical focus, but also because of the
methods that are used, in particular, those that refer to the subjectivity of the subject of study.
Examples of these are studies about violence, sexuality, masculinity, power and education to
mention only a few.
The work being submitted for consideration is sustained in feminist theory and in qualitative
research methodology. Through this we will present an analysis of the interviews applied to
academics about gender studies and academic practices at the Benemérita Universidad Autónoma
de Puebla that will permit us to discover the symbolic forms of violence within the academic
university discourse: written as well as orally.
Introducción
El trabajo aborda, en primer lugar, el tema de la ciencia y las relaciones de poder en el medio
académico en el que se analiza la propuesta teórica feminista y las manifestaciones que ésta
provoca en la comunidad académica universitaria; y, en segundo lugar, se presenta el análisis
cualitativo en torno a las reacciones que provocan los estudios feministas y de género los cuales
develan las formas simbólicas de la violencia en el discurso académico universitario, tanto escrito
como oral, en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
[…] en los conceptos (construidos en gran parte sobre las experiencias que no son las suyas), en la
estructura (las reglas referentes a las relaciones) y en el uso (la aparición de lenguajes específicos
de cada sexo y la connotación valorativa de las palabras asociadas a la mujer (1999: 329).
La epistemología moderna, elabora un discurso científico sobre el concepto razón, a partir del cual
Durán refiere tres tipos: el potencial, el cultivado y el acumulado:
[El primero es el concepto de razón potencial o capacidad de razonar. […] El indicador más
genérico es el coeficiente de inteligencia, y bajo esa abstracción se incluyen capacidades verbales,
espaciales, lógicas y matemáticas.
El segundo concepto es la razón cultivada o culta, y se refiere a la capacidad de razonar una vez
sometida a entrenamiento sistemático. En sus niveles inferiores incluye el aprendizaje de […]
signos de la escritura y números. En niveles superiores incluye memorización de […] conceptos
relativos a experiencias ajenas a la vida cotidiana, así como la adopción de un estilo específico de
conocimiento […] que se vincula estrechamente a la palabra escrita.
El tercer concepto […] es el de la razón acumulada y designa los conocimientos recogidos por el
sujeto individual o colectivo a lo largo de su trayectoria vital. […] y se refiere al propio sujeto
cognoscente, a las cosas, a los otros sujetos y las relaciones de todos ellos –uno mismo, los otros y
las cosas– entre sí (: 332).
A partir de estas tres acepciones de la razón podemos advertir, entonces, que las mujeres que
participan en los diversos espacios académicos y científicos desarrollan todos y cada uno de estos
aspectos de la razón, por lo que es importante destacar su capacidad y potencial para desarrollar
un pensamiento lógico y abstracto en las diferentes áreas del conocimiento, y por ello, las
feministas y otros científicos sociales (Foucault y Bourdieu) han elaborado teorías y metodologías
desde una óptica distinta, a partir de la experiencia de la realidad social y natural concebida de
forma diferente a la epistemología moderna.
También es evidente que los valores predominantes en el pensamiento científico han sido, y siguen
siendo, una barrera para estudiar la realidad social desde otra perspectiva. Las mujeres parten de
otras condiciones y realidades, entre éstas se encuentran la experiencia, el tiempo, la sensibilidad.
También prevalecen en la ciencia “racional” los opuestos y/o dicotomías y valores vinculados a: “lo
concreto/abstracto; sentimiento/razón; naturaleza/ideas; sensibilidad/experiencia y
sumisión/dominio)” presentes en la construcción de las teorías y metodologías de investigación
(Durán: 339).
Riquer distingue que entre los discursos y los sujetos media la experiencia y la subjetividad. Sin
embargo para Alcoff, subraya Riquer, la subjetividad de las mujeres debe ser reconstruida a partir
de la posición que ocupan en distintas redes sociales y culturales existentes; además de que éstas
están mediadas por la raza, clase y género.
En el espacio universitario están presentes formas de control a través de los conflictos diarios, en la
toma de decisiones y de poder, la experiencia y productividad masculina; y tipos de discriminación
manifiesta en reglas y códigos, o en discriminación encubierta: ideas y teorías admitidas sobre el
trabajo académico, entre otras. Sandra Acker distingue tres formas de control que están presentes
en el espacio académico: 1) los conflictos diarios; 2) las estructuras institucionalizadas en donde los
hombres detentan la toma de decisiones y el poder; y 3) el privilegio e institucionalización de la
experiencia del hombre en los textos y libros. Así como también prevalecen tres tipos de
discriminación en las prácticas profesionales: a) discriminación manifiesta, las reglas y códigos
pensados para salvaguardar y proteger las normas clásicas; b) discriminación encubierta, las ideas
admitidas informalmente sobre lo que es una actividad académica y un comportamiento correcto
válido; y c) autodiscriminación, la vigilancia que aprendemos a tener para asegurarnos de que
estamos dentro de los parámetros determinados por las dos primeras formas (1994: 81).
Por lo tanto, también se trata de identificar y explicar cómo se reproducen (real y simbólicamente)
estos rasgos de control y discriminación en la práctica académica y en las relaciones entre pares en
el medio universitario. El régimen de género es el patrón de prácticas que reproduce y construye
tipos de masculinidad y feminidad entre el profesorado, los ordena en términos de prestigio y
poder, construye una división sexual del trabajo dentro de la institución y una competencia
académica inequitativa.
El discurso sexista es producto de la “visión del sujeto humano normativo, que autoriza no sólo
discursos y prácticas sexistas, sino que extiende su dominio a través de la diferencia de género,
raza, etnicidad, sexualidad, religión, nacionalidad, capacidad (Luke: 374). El discurso académico
contiene códigos ocultos y privados, que sólo los hombres aprenden para ingresar al círculo
intelectual o del poder universitario (: 375). En la universidad se aprenden las reglas del juego, se
identifican cómo, cuándo y quién puede hablar el subtexto antiacadémico: las ironías, parodias y
chistes sexistas son un ejemplo de ello.
Por supuesto que es difícil hacer un corte entre las formas de representación de la misoginia
intelectual, porque históricamente ha prevalecido en nuestra Universidad una escasa vida
democrática donde se potencie la participación de las mujeres. El mismo desarrollo de la
Universidad, en donde se han visto remarcadas prácticas políticas con violencia física, verbal y
simbólica, propicia esta presencia de desvalorización del trabajo intelectual de las mujeres.
Partimos de que la mayoría del personal académico tiene, al menos, veinte años de antigüedad –
más bien, la mayoría rebasa los treinta. Así que vivieron los años más difíciles de la Universidad, los
enfrentamientos constantes con grupos de derecha, del PRI, y entre la misma izquierda. Durante
dos décadas, el ambiente fue altamente polarizado y por tanto quedaron muchos vicios en las
relaciones académicas y, por supuesto, afectaron el sistema de géneros de diversas formas; una de
ellas ha sido la apropiación de un discurso donde se expresa que la Universidad fue rescatada por
los varones. Son los líderes, son los que han hecho historia, la han escrito.
Pese a un discurso de aparente “igualdad” –que prevalece en diferentes ensayos, libros y hasta
anécdotas– los que siempre aparecen son algunos académicos con reconocimiento, líderes,
consejeros, directores, sindicalistas, etcétera– pero no las mujeres, escasamente son mencionadas.
Así podemos cerciorarnos de estas formas simbólicas donde las mujeres están ausentes, pese a su
presencia y una trayectoria que merece ya parte de la tradición académica, pues están tanto en la
docencia como en la investigación. Ellas han compartido los mismos espacios en la transformación
de la currícula, como en la investigación.
En una conversación entre colegas y en ausencia de la autora, cuestionaban una obra donde
precisamente se rescata la participación de las mujeres en el movimiento del 68, en Puebla, por
supuesto que en ésta jamás se habla de líderes, más bien se profundiza y se señalan las diferencias
entre una etapa y otra, antes y después del movimiento. Los comentarios un tanto hirientes
rayaron en “las mujeres no existían”, “casi no habían”, “no recuerdo a las que menciona”, “voy a
hacer una obra que cuente verdaderamente lo que sucedió” y alguien más asentaba “esas viejas
qué sabían del movimiento”. Expresiones que se dan pese a que, en esa obra, se logra demostrar
la creciente presencia de las mujeres en diferentes niveles, tanto en el activismo, como en la
generación de ideas. Lo cual demuestra esa ceguera intelectual para ver a las mujeres.
Conviene decir que los datos estadísticos en los informes de las dependencias, de la Benemérita
Universidad, muestran la creciente presencia de las mujeres en las distintas evaluaciones (Tirado,
2005), que obedece también a una actitud de disciplina en el trabajo. Es común verlas aparecer en
diferentes publicaciones, en conferencias o en congresos. Varias de ellas con bastante
reconocimiento en su trayectoria académica, pero en los grupos académicos no existe tal
valoración; por el contrario, el comportamiento siempre es insistir en denostar este trabajo. Existe
una vieja pugna de carácter político que aún pesa en muchos investigadores y docentes, pero se
acrecienta cuando el trabajo cuestionado es de un/una académica de otro grupo y más si ésta
resulta ser mujer. Lamentablemente, este no reconocimiento al trabajo de las colegas se muestra
también en el nombramiento de las comisiones evaluadoras, así como en todo tipo de comités,
donde predominan los varones.
Las evaluaciones se aplican de manera igualitaria, pero en un sistema de género asimétrico, donde
el lenguaje como símbolo del poder y como parte de la misoginia muestra ciertos rasgos. Por
ejemplo, en un salón de clases de postgrado, cuando una alumna discute ante el profesor, él trata
de avergonzarla, sin utilizar argumentos académicos y le dice: “lo que pasa es que ya estás en la
menopausia”. Acto seguido la alumna sale y él continúa insistiendo ante el resto de alumnos: “no le
hagan caso, ella está menopaúsica”. Los alumnos ríen y aceptan esta forma de descalificación,
porque a ellos jamás les avergonzarían con tales afirmaciones. Nadie se atreve a decir: “él está
andropaúsico”.
Es común, también, que cuando son alumnas las que presentan sus trabajos, los maestros
aprovechen para tratar de mostrar que son incapaces de analizar un tema y terminar diciéndoles:
“mejor cásate porque para esto no sirves”. Esta forma verbal resulta violenta y es detectable, no
siempre pasa desapercibida. A veces, tras la actitud de una persona paternal se esconden una serie
de descalificaciones porque trata a la estudiante como un ser menor, incapaz, por ejemplo cuando
se dice: “A ver mi hijita, dime en qué te ayudo, tú no puedes aprender”. “¿Necesitas que te lo
vuelva a explicar?”. Pocos colegas apoyan a mujeres y hombres potenciando su capacidad de
raciocinio o de reflexión, poco se apoya al trabajo colectivo y al respeto hacia los demás. Pese a
que en las formas de evaluación docente aparece la pregunta “¿el maestro fomenta el trabajo en
equipo?”, “¿fomenta el respeto entre los integrantes del grupo?”, “¿anima a la discusión colectiva?”,
por el contrario se fomenta la competencia individualista, se hace mofa y se ponen etiquetas a
quienes mantienen otra opinión.
Si bien parte de lo antes dicho surge de la observación cotidiana, y durante varios años, también
surge de un trabajo de entrevistas a estudiantes de los años setenta, y que hoy son académicas.
En sus recuerdos están presentes aquellas formas de descalificarlas, como la clásica frase de “eres
prófuga del metate”, o “qué haces aquí, deberías dedicarte a cocinar”. Una serie de prácticas
culturales, juveniles, que inhibían la potenciación de su desarrollo en los diferentes campos de la
ciencia y en la política académica.
En el ámbito académico están presentes todas las formas de ejercer y reproducir el poder a través
del conocimiento y a través de una serie de prácticas culturales, que invisibles legitiman el poder y
el conocimiento. Una investigación sobre mujeres estará sujeta a cuestionamientos sobre su
validez, su método y hasta las mismas mujeres a quienes se estudia. Generalmente, parten de un
prejuicio: es fácil realizarla. En esta falsa visión están descalificando la propia investigación. Así
compartimos las propuestas de la feminista Rae Langton, quien es citada por Guillermo Núñez
Noriega en su artículo “Los hombres y el conocimiento. Reflexiones epistemológicas para el estudio
de ‘los hombres’ como sujetos genéricos”:
1. Las mujeres pueden ser excluidas del conocimiento cuando su vida es invisibilizada por los
diferentes cuerpos de conocimiento. Un ejemplo de esto es cuando la mujer es vuelta terra
incógnita o es subsumida en el genérico “los hombres”. En estos casos, las mujeres y su
especificidad permanecen desconocidas.
2. Las mujeres pueden ser excluidas en la medida en que se las priva socialmente de la posibilidad
de ser sujetos de conocimiento, poseedoras del mismo. Por ser mujeres simplemente se asume que
“no saben”, incluso se ha dicho que tampoco tienen la capacidad para “saber” y, a veces, el
derecho (Noriega, 2004: 17).
La complejidad de los vínculos entre los géneros, pese a un discurso a favor de los derechos
humanos, de la igualdad de géneros, de equidad, etcétera, vuelve cada vez más complicado
demostrar aquellos disfraces “academicistas” que tratan de mantener un control a través del poder
del conocimiento, y que se desnudan en momentos coyunturales. Sirva de ejemplo lo sucedió en un
cuerpo académico que dirige una líder, quien tiene todo el reconocimiento de sus colegas mujeres,
pero es cuestionada por un hombre que se dice superior a ella porque él tiene grado de doctor y
que no va a permitir ser dirigido por ella, y “la nombra sólo señora, sin el grado académico”; este
liderazgo, además, corresponde a una trayectoria, a que se reconocen sus méritos académicos,
pero él insistió en que dirigiría mejor que ella. Lo que es notable en su reacción es que insistió en
que ella no puede dirigir al grupo, aunque ella sea tan o más capaz que él. Como el resto de
colegas no aprueba que él sea quien dirija, él decide salirse del cuerpo académico. Posteriormente
ha sostenido que ellas lo sacaron del grupo, pese a que en el cuerpo académico participan también
hombres. Evidentemente la molestia no es con ellos.
Conclusiones
Las formas de discriminación o de subordinación de las mujeres están presentes, y hasta cierto
punto se invisibilizan, a través del discurso de “democracia”, de “igualdad” y aún de
“interdisciplinariedad”. En el caso de la formas de subordinación, éstas son admitidas porque los
actores subordinados, hombres o mujeres, aceptan que el poder se ejerza verticalmente, hay una
jerarquía y pocos son quienes cuestionan las decisiones de autoridad. En segundo lugar, la mayoría
de las compañeras han sido acostumbradas a ciertas prácticas en la cotidianeidad del trabajo, son
comunes las descalificaciones para las mujeres donde los comentarios hacen referencia al género:
“es cosa de mujeres”. Más aún cuando resulta que una de ellas tenga un mayor grado y mayor
trayectoria. Esta es una actitud que no potencializa el desarrollo de las mujeres. Las expresiones
con sorna en reuniones de academia son mesuradas comparadas con las que realizan ante grupos
de estudiantes, donde las mujeres son señaladas, si se trata de una mujer madura, como “es
menopaúsica” y sin centrar la crítica en su desempeño académico. O, si es inteligente y sola: “por
algo se quedó soltera”.
Es común, también, que las formas de demostrar la subordinación de las mujeres sea valiéndose de
cierto poder frente a las alumnas, especialmente. Dañando su imagen con comentarios como:
“¿para qué estudias?, deberías quedarte a lavar los trastes”.
Es decir, que los tres discursos se mezclan y se presentan a veces muy evidentemente, y otras,
como ya se comentó, son matizados en expresiones como: “¿qué se podía esperar de ti?, tan
bonita, pero no puedes” o “si no eres bonita lo mejor será que te dediques a estudiar”. Lo que
planteamos es que precisamente esta Universidad –que pasó por un proceso de “democratización”
como Universidad democrática, crítica y popular– hoy se encuentra con discursos construidos
donde se incluyen los conocimientos sobre derechos humanos, libertades democráticas, pero que
en cuya práctica este capital cultural no se refleja, y sí se perciben formas simbólicas de ejercer y
reproducir el poder a través del conocimiento.
Como ya se dijo al inicio de este artículo, cuando se habla del carácter androcéntrico de la ciencia
es necesario considerar diferentes elementos, entre los que podemos señalar que ésta ha sido
construida teórica y metodológicamente desde parámetros patriarcales, según refiere la crítica
feminista a la epistemología moderna, o cómo señalan Bourdieu y Foucault acerca de la
construcción de la teoría y de las disciplinas. Por lo tanto, ésta ha impuesto cánones de
investigación que privilegian la objetividad, la neutralidad y la universalidad; además de excluir a
otros sujetos de estudio, entre los que se encuentran las mujeres.
Finalmente, y como pudimos ver en el desarrollo de los temas, tanto en las prácticas académicas,
en el aula, como en el proceso de investigación y generación del conocimiento es común ver
presente una violencia simbólica, que se expresa de diversas formas; la más común es el
señalamiento desacreditando los temas que abordan el estudio de género mediante la frase “ese no
es un tema científico”. Ésta es una violencia simbólica en el discurso académico.
Bibliografía
ACKER, S. (1994). “Teoría feminista y estudio sobre género y educación”. En: Género y educación.
Reflexiones sociológicas sobre las mujeres, la enseñanza y el feminismo (: 62-76). Madrid: Narcea.
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