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Este tema no es científico

La violencia simbólica en el conocimiento y discurso académico1

Elva Rivera Gómez2


Gloria Tirado Villegas3

Resumen

El conocimiento moderno ha sido construido a partir de los cánones de la objetividad, neutralidad y


universalidad que ha excluido otros saberes, entre éstos el conocimiento de las mujeres. La
universidad juega un papel importante en la generación y transmisión del conocimiento, en ella se
reproducen y se legitiman los saberes. Por eso el objetivo de este trabajo es presentar un avance
de la investigación, el cual versará sobre los silencios, saberes e inequidades en las prácticas
académicas universitarias.

En el ámbito académico e intelectual también están presentes formas simbólicas de ejercer y


reproducir el poder a través del conocimiento. Por eso todo aquel saber que cuestiona y devela los
cánones modernos del conocimiento son seriamente criticados, en particular los estudios feministas
y/o de género, los cuales son cuestionados y descalificados no sólo por los enfoques teóricos, sino
también por los métodos que éstos emplean, en particular los que hacen referencia a la
subjetividad del sujeto a estudiar, ejemplo de ello son las investigaciones sobre la violencia, la
sexualidad, la masculinidad, el poder, la educación, entre otras.

El trabajo que se somete a su consideración está sustentado en la teoría feminista y en métodos de


investigación cualitativa. Por lo que presentaremos un análisis de las entrevistas realizadas a
académicos y académicas en torno de los estudios de género y las prácticas académicas en la
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla que nos permitan develar las formas simbólicas de la
violencia en el discurso académico universitario tanto escrito como oral.

Abstract

Modern knowledge has been constructed from principles of objectivity, neutrality and universality
that have excluded other knowledge including the cognizance of women. Universality plays an
important role in the generating and transmitting of knowledge and in it knowledge is reproduced
and it is legitimatized. Because of this the objective of this work is to present an advancement of
research which will be in relation to the silences, understandings and inequities in university
academic practices.

In academic and intellectual milieu symbols of exertion and reproduction of power forms are
present through knowledge. For this reason all knowledge that questions and reveals modern
principles of understanding are seriously critiqued, in particular feminist or gender studies, which
are questioned and disqualified not only because of their theoretical focus, but also because of the
methods that are used, in particular, those that refer to the subjectivity of the subject of study.
Examples of these are studies about violence, sexuality, masculinity, power and education to
mention only a few.

The work being submitted for consideration is sustained in feminist theory and in qualitative
research methodology. Through this we will present an analysis of the interviews applied to
academics about gender studies and academic practices at the Benemérita Universidad Autónoma
de Puebla that will permit us to discover the symbolic forms of violence within the academic
university discourse: written as well as orally.
Introducción

El conocimiento moderno ha sido construido a partir de los cánones de la objetividad, neutralidad y


universalidad que ha excluido otros saberes, entre éstos el conocimiento de las mujeres. La
universidad juega un papel importante en la generación y transmisión del conocimiento, en ella se
reproducen y se legitiman los saberes. Por eso, el objetivo de este trabajo es presentar un análisis
sobre los silencios, saberes e inequidades en las prácticas académicas universitarias.

En el ámbito académico e intelectual también están presentes formas simbólicas de ejercer y


reproducir el poder a través del conocimiento. Por eso, todos aquellos saberes que critican los
cánones modernos del conocimiento son seriamente cuestionados, en particular los estudios
feministas y/o de género, los cuales son debatidos y descalificados no sólo por sus enfoques
teóricos, sino también por los métodos que emplean, en particular los que hacen referencia a la
subjetividad del sujeto a estudiar.

El trabajo aborda, en primer lugar, el tema de la ciencia y las relaciones de poder en el medio
académico en el que se analiza la propuesta teórica feminista y las manifestaciones que ésta
provoca en la comunidad académica universitaria; y, en segundo lugar, se presenta el análisis
cualitativo en torno a las reacciones que provocan los estudios feministas y de género los cuales
develan las formas simbólicas de la violencia en el discurso académico universitario, tanto escrito
como oral, en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

La ciencia y las relaciones de poder en el medio académico

Cuando se habla del carácter androcéntrico de la ciencia es necesario considerar diferentes


elementos, entre los cuáles podemos señalar que ésta ha sido construida teórica y
metodológicamente desde parámetros patriarcales, según refiere la crítica feminista a la
epistemología moderna, o cómo señalan Bourdieu y Foucault acerca de la construcción de la teoría
y de las disciplinas. Por lo tanto, ésta ha impuesto cánones de investigación que privilegian la
objetividad, la neutralidad y la universalidad; además de excluir a otros sujetos de estudio, entre
los cuales están las mujeres. La epistemología, producto de la modernidad, ha construido, a partir
de los criterios racionales, dicotomías que han sustentado teórica y metodológicamente como
disociados lo objetivo y lo subjetivo, como señala María de los Ángeles Durán, cuando afirma que,
la ciencia es producto social (de su tiempo y de sus “teóricos”), y del poder prevaleciente en cada
época que ésta se gesta. Por lo tanto, la ciencia obedece y está al servicio de ese poder que la
sustenta. De ahí que, el conocimiento colectivo propio de una cultura se produce a partir de las
organizaciones sociales, o comunidades científicas, que han elaborado un lenguaje, conceptos y
teorías que han subordinado a las mujeres como objeto y sujeto de estudio y que está presente en
tres aspectos:

[…] en los conceptos (construidos en gran parte sobre las experiencias que no son las suyas), en la
estructura (las reglas referentes a las relaciones) y en el uso (la aparición de lenguajes específicos
de cada sexo y la connotación valorativa de las palabras asociadas a la mujer (1999: 329).

La epistemología moderna, elabora un discurso científico sobre el concepto razón, a partir del cual
Durán refiere tres tipos: el potencial, el cultivado y el acumulado:

[El primero es el concepto de razón potencial o capacidad de razonar. […] El indicador más
genérico es el coeficiente de inteligencia, y bajo esa abstracción se incluyen capacidades verbales,
espaciales, lógicas y matemáticas.

El segundo concepto es la razón cultivada o culta, y se refiere a la capacidad de razonar una vez
sometida a entrenamiento sistemático. En sus niveles inferiores incluye el aprendizaje de […]
signos de la escritura y números. En niveles superiores incluye memorización de […] conceptos
relativos a experiencias ajenas a la vida cotidiana, así como la adopción de un estilo específico de
conocimiento […] que se vincula estrechamente a la palabra escrita.

El tercer concepto […] es el de la razón acumulada y designa los conocimientos recogidos por el
sujeto individual o colectivo a lo largo de su trayectoria vital. […] y se refiere al propio sujeto
cognoscente, a las cosas, a los otros sujetos y las relaciones de todos ellos –uno mismo, los otros y
las cosas– entre sí (: 332).

A partir de estas tres acepciones de la razón podemos advertir, entonces, que las mujeres que
participan en los diversos espacios académicos y científicos desarrollan todos y cada uno de estos
aspectos de la razón, por lo que es importante destacar su capacidad y potencial para desarrollar
un pensamiento lógico y abstracto en las diferentes áreas del conocimiento, y por ello, las
feministas y otros científicos sociales (Foucault y Bourdieu) han elaborado teorías y metodologías
desde una óptica distinta, a partir de la experiencia de la realidad social y natural concebida de
forma diferente a la epistemología moderna.

También es evidente que los valores predominantes en el pensamiento científico han sido, y siguen
siendo, una barrera para estudiar la realidad social desde otra perspectiva. Las mujeres parten de
otras condiciones y realidades, entre éstas se encuentran la experiencia, el tiempo, la sensibilidad.
También prevalecen en la ciencia “racional” los opuestos y/o dicotomías y valores vinculados a: “lo
concreto/abstracto; sentimiento/razón; naturaleza/ideas; sensibilidad/experiencia y
sumisión/dominio)” presentes en la construcción de las teorías y metodologías de investigación
(Durán: 339).

El estudio de la subjetividad es otro elemento sustancial en las investigaciones feministas y de


género. Riquer afirma que la subjetividad “se construye a través de un proceso continuo basado en
la interacción con otros y con el mundo, es producto del compromiso individual con las prácticas,
los discursos y las instituciones que dan significado a los sucesos del mundo” (Alcoff, 1989: 58). En
cambio para Alcoff, la subjetividad es un producto emergente de la experiencia, en tanto que
Lauretis, reconoce que la subjetividad puede ser reconstruida apelando a la práctica reflexiva que
cualquier hombre o mujer está en posibilidad de realizar. Todos tenemos experiencias y éstas están
ancladas en el curso de la historia social, en la que la propia biografía “es interpretada o
reconstruida por cada uno en el horizonte de significados y conocimientos disponibles en la cultura
en un momento histórico determinado” (Íd.).

Riquer distingue que entre los discursos y los sujetos media la experiencia y la subjetividad. Sin
embargo para Alcoff, subraya Riquer, la subjetividad de las mujeres debe ser reconstruida a partir
de la posición que ocupan en distintas redes sociales y culturales existentes; además de que éstas
están mediadas por la raza, clase y género.

En el espacio universitario están presentes formas de control a través de los conflictos diarios, en la
toma de decisiones y de poder, la experiencia y productividad masculina; y tipos de discriminación
manifiesta en reglas y códigos, o en discriminación encubierta: ideas y teorías admitidas sobre el
trabajo académico, entre otras. Sandra Acker distingue tres formas de control que están presentes
en el espacio académico: 1) los conflictos diarios; 2) las estructuras institucionalizadas en donde los
hombres detentan la toma de decisiones y el poder; y 3) el privilegio e institucionalización de la
experiencia del hombre en los textos y libros. Así como también prevalecen tres tipos de
discriminación en las prácticas profesionales: a) discriminación manifiesta, las reglas y códigos
pensados para salvaguardar y proteger las normas clásicas; b) discriminación encubierta, las ideas
admitidas informalmente sobre lo que es una actividad académica y un comportamiento correcto
válido; y c) autodiscriminación, la vigilancia que aprendemos a tener para asegurarnos de que
estamos dentro de los parámetros determinados por las dos primeras formas (1994: 81).

Por lo tanto, también se trata de identificar y explicar cómo se reproducen (real y simbólicamente)
estos rasgos de control y discriminación en la práctica académica y en las relaciones entre pares en
el medio universitario. El régimen de género es el patrón de prácticas que reproduce y construye
tipos de masculinidad y feminidad entre el profesorado, los ordena en términos de prestigio y
poder, construye una división sexual del trabajo dentro de la institución y una competencia
académica inequitativa.

Sin embargo, contradictoriamente, en la universidad, cuyo principio ético es la igualdad, las


ideologías de la neutralidad de género fomentan en las universitarias una identidad agenérica de su
condición sexual y de género en su identidad universitaria, gremial, profesional y académica. Se
confunde igualdad con neutralidad genérica, se reproducen formas de sexismo y misoginia,
asimilación en los grupos y categorías de poder masculino y con ello están imposibilitadas para
desarrollar acciones y políticas universitarias tendientes a mejorar la condición de género en el
espacio universitario.

La violencia simbólica en el medio y discurso académico

¿Qué es la violencia simbólica? ¿Cómo se ejerce y cómo la podemos identificar en el discurso


académico universitario? Seguramente se dirá que en la universidad eso no es posible, sin
embargo, la violencia simbólica está presente en nuestra vida cotidiana, es decir, en nuestra casa,
en la calle, en nuestro trabajo, en lo que vemos y escuchamos a diario. Su característica principal:
es invisible, y por eso se ejerce de diversas formas. Bourdieu señala que algunas de las formas en
que se manifiesta son: “a través de caminos puramente simbólicos de la comunicación, y del
conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento o, en último término,
del sentimiento”; se puede expresar a través de un idioma, un estilo de vida (o una manera de
pensar, de hablar o de comportarse) (2000: 12).

En la sociedad existen estructuras de dominación, las mujeres y los hombres aprendemos y


reproducimos no sólo la violencia física, sino también la violencia simbólica, que adquirimos por
medio de instituciones como la Familia, la Iglesia, la Escuela, el Estado, entre otros. La violencia
simbólica se instituye a través de una relación de dominación que parece natural entre
dominado/da y dominador/a (: 50).

Al estudiar el espacio universitario y las relaciones de género en el medio académico, identificamos


en éste formas de expresión de la violencia simbólica: el discurso oral y escrito, códigos de
comunicación entre el poder y el conocimiento. Por eso nos parece importante recuperar las
propuestas de Carmen Luke y Jennifer Gore sobre la misoginia y los tipos de discurso que se
reproducen en el medio intelectual y que son también formas de violencia simbólica que se
reproducen en la universidad.

Ellas, al estudiar la relación entre el poder y el conocimiento en el medio intelectual universitario,


señalan que en la educación del profesorado hay un vínculo entre las posiciones teóricas y la
práctica. Destacan que el trabajo de las feministas en la academia se resumen en tres aspectos: en
primer lugar, el trabajo intelectual de las mujeres en la universidad es de un orden diferente al de
los hombres y luchan por la legitimidad de sus estudios; en segundo, la producción del
conocimiento siempre ocurre en sitios, trayectorias históricas y en contextos socioculturales
específicos que posibilitan el análisis de las estructuras, de la “invisibilidad” femenina dentro del
mundo académico; y en tercer lugar, revelan las contradicciones sobre el sitio que ocupan en la
universidad. Por lo tanto, es importante analizar cómo se estructura el poder y las relaciones de
conocimiento en la universidad, al examinar cómo se vive, cómo se informa y se politiza el trabajo
académico.

Ellas distinguen tres tipos de misoginia intelectual: el sexista, el patriarcal y el falocéntrico. El


conocimiento sexista, según Grosz, “consiste en una serie de ‘actos de discriminación’ que
privilegian a los hombres y despojan a las mujeres con hechos, es decir, proposiciones,
argumentos, aseveraciones y metodologías” (citado por Luke, 1999: 373). En el caso que nos
ocupa encontramos el siguiente ejemplo: en una reunión académica –de los hoy llamados cuerpos
académicos– un integrante expresa lo siguiente sobre la producción académica de sus colegas
haciendo un uso diferenciado del lenguaje tanto verbal como visual: “— Son unos mediocres, no
publican, no producen, a ver ustedes –refiriéndose a una de las integrantes– ¿cuándo entregas tu
grado?”; sin embargo, en la misma reunión, sólo ve y dirige las palabras a los hombres, ignora y no
escucha a sus colegas mujeres. Otro ejemplo lo observamos en los temas de investigación, en este
caso se trata de revisión de una tesis postgrado la cual versa sobre el tema de las mujeres y la
política, uno de los lectores se expresa así: “— Este tema no tiene validez teórica”. Sin embargo,
también es importante subrayar las descalificaciones que se hacen a las propuestas de
investigación: proyectos, seminarios, cursos, entre otros, sobre los temas de las mujeres y de
género. Las expresiones encontradas son las siguientes: “— Son de viejas, son subjetivas, no valen,
son temas de …”, “— No son temas científicos, no son relevantes”. Al proponer un tema de estudio
sobre la diversidad sexual, dicen lo siguiente: “— Son maricas, no son temas de verdaderos
hombres”. En fin, son diversas expresiones que dan cuenta de que el medio académico es misógino
e intolerante a las propuestas teóricas que transgreden los cánones tradicionalmente establecidos
en el medio intelectual.

La misoginia patriarcal sostiene la organización estructural diferenciada de mujeres y hombres y


sirve para validar los conocimientos sexistas. Las mujeres son analizadas desde el modelo
masculino, ya sea en términos de igualdad/identidad, oposición/distinción o complementariedad,
funcionan como apoyos silenciosos de la teoría masculina y forman parte del horizonte epistémico
del conocimiento patriarcal y sexista.

El discurso sexista es producto de la “visión del sujeto humano normativo, que autoriza no sólo
discursos y prácticas sexistas, sino que extiende su dominio a través de la diferencia de género,
raza, etnicidad, sexualidad, religión, nacionalidad, capacidad (Luke: 374). El discurso académico
contiene códigos ocultos y privados, que sólo los hombres aprenden para ingresar al círculo
intelectual o del poder universitario (: 375). En la universidad se aprenden las reglas del juego, se
identifican cómo, cuándo y quién puede hablar el subtexto antiacadémico: las ironías, parodias y
chistes sexistas son un ejemplo de ello.

El discurso patriarcal está presente en todos los niveles de conocimiento y en el discurso


universitario. Las estructuras institucionales organizan y regulan a las mujeres y los hombres en
“[…] sitios con diferente valor y acceso a la autodeterminación” (Grosz, en Luke: 380). La
universidad es ejemplo del régimen patriarcal, que comprende desde la distribución burocrática del
poder hasta la “red de escritura”, racionalizadas en el sistema de gobierno de “forma y oficio” que
administra los procedimientos, así como a las personas y al conocimiento. La “dependencia
intelectual” de mujeres académicas en relación con la autoría o coautoría de trabajos de
investigación es otro elemento presente en este discurso (Luke: 385). Por ejemplo, también
observamos que en los grupos de investigación integrados por hombres y mujeres, ellos elaboran la
parte teórica y ellas desarrollan la parte práctica; en otros grupos ellas realizan todo el trabajo:
diseño del proyecto, buscan el financiamiento, presentan el informe, etcétera, y al final comparten
los créditos. Todo esto revela que existe en el medio científico una subordinación de las mujeres.
Aunque se observa, también, que las mujeres aceptan la subordinación como algo natural,
legitiman ese poder, dándole un valor mayor a las opiniones de los colegas.
El discurso falocéntrico es una forma discursiva o representativa de la opresión de las mujeres,
combina a los dos sexos en un único modelo “universal”; es la abstracción, la universalización y la
generalización de atributos masculinos de manera que quedan ocultas la especificidad concreta de
la feminidad y la posibilidad de una definición autónoma (Íd.). Es mucho más difícil de identificar,
porque es un sólido fundamento teórico de suposiciones compartidas. Por eso, las feministas
intentan demostrar que la teoría y la práctica se sustentan fundamentalmente en la rutina cotidiana
del trabajo. Por lo tanto, consideran que políticamente es importante dar a conocer la forma como
algunas feministas académicas experimentan los múltiples cambios del régimen, con el fin de
evidenciar la dimensión oculta de la práctica teórica y pedagógica (: 388).

Por supuesto que es difícil hacer un corte entre las formas de representación de la misoginia
intelectual, porque históricamente ha prevalecido en nuestra Universidad una escasa vida
democrática donde se potencie la participación de las mujeres. El mismo desarrollo de la
Universidad, en donde se han visto remarcadas prácticas políticas con violencia física, verbal y
simbólica, propicia esta presencia de desvalorización del trabajo intelectual de las mujeres.
Partimos de que la mayoría del personal académico tiene, al menos, veinte años de antigüedad –
más bien, la mayoría rebasa los treinta. Así que vivieron los años más difíciles de la Universidad, los
enfrentamientos constantes con grupos de derecha, del PRI, y entre la misma izquierda. Durante
dos décadas, el ambiente fue altamente polarizado y por tanto quedaron muchos vicios en las
relaciones académicas y, por supuesto, afectaron el sistema de géneros de diversas formas; una de
ellas ha sido la apropiación de un discurso donde se expresa que la Universidad fue rescatada por
los varones. Son los líderes, son los que han hecho historia, la han escrito.

El desarrollo académico y sus contrastes

Pese a un discurso de aparente “igualdad” –que prevalece en diferentes ensayos, libros y hasta
anécdotas– los que siempre aparecen son algunos académicos con reconocimiento, líderes,
consejeros, directores, sindicalistas, etcétera– pero no las mujeres, escasamente son mencionadas.
Así podemos cerciorarnos de estas formas simbólicas donde las mujeres están ausentes, pese a su
presencia y una trayectoria que merece ya parte de la tradición académica, pues están tanto en la
docencia como en la investigación. Ellas han compartido los mismos espacios en la transformación
de la currícula, como en la investigación.

En una conversación entre colegas y en ausencia de la autora, cuestionaban una obra donde
precisamente se rescata la participación de las mujeres en el movimiento del 68, en Puebla, por
supuesto que en ésta jamás se habla de líderes, más bien se profundiza y se señalan las diferencias
entre una etapa y otra, antes y después del movimiento. Los comentarios un tanto hirientes
rayaron en “las mujeres no existían”, “casi no habían”, “no recuerdo a las que menciona”, “voy a
hacer una obra que cuente verdaderamente lo que sucedió” y alguien más asentaba “esas viejas
qué sabían del movimiento”. Expresiones que se dan pese a que, en esa obra, se logra demostrar
la creciente presencia de las mujeres en diferentes niveles, tanto en el activismo, como en la
generación de ideas. Lo cual demuestra esa ceguera intelectual para ver a las mujeres.

Otra experiencia más se tuvo durante el proceso de investigación, cuando se entrevistaron a


hombres y mujeres; pero, en una primera etapa en que se entrevistó a los líderes y activistas del
68, lo relevante fue su actitud: de entre los más de veinte entrevistados sólo uno mencionó la
presencia de mujeres y lo hizo con mucha atención, aportó muchos datos y anécdotas donde les
daba crédito a iniciativas de ellas. Evidentemente era un caso atípico entre los demás, y en gran
parte porque él era maestro de las jóvenes, y por tanto tenía otro estatus frente a sus alumnas,
aunque la diferencia de edad no era grande. Al mismo tiempo habla de su enorme respeto por la
participación de los demás y de la tolerancia hacia el otro. Durante las entrevistas mantuvo un
interés porque la investigación saliera lo mejor posible, a tal grado sugirió nombres.
Una práctica cultural común es el no reconocimiento al otro (sobre todo si es mujer). Por ejemplo,
en una charla de colegas comentamos nuestra participación en el Tercer Encuentro de Participación
de Mujeres en la Ciencia, con la ponencia “Las investigadoras en el proceso de desarrollo de la
investigación. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla”, de inmediato hubo el comentario
burlón de un compañero que aseveró: “a cuáles científicas se refieren. Fuera de Madame Curie, no
hay otra”. Precisamente la ponencia aborda los techos de cristal que enfrentan las mujeres, tanto
de las ciencias exactas como de las sociales. La explicación sale sobrando en esta actitud de
vituperar y hasta negar la existencia de mujeres que hacen ciencia, y mucho más si son de ciencias
sociales.

Conviene decir que los datos estadísticos en los informes de las dependencias, de la Benemérita
Universidad, muestran la creciente presencia de las mujeres en las distintas evaluaciones (Tirado,
2005), que obedece también a una actitud de disciplina en el trabajo. Es común verlas aparecer en
diferentes publicaciones, en conferencias o en congresos. Varias de ellas con bastante
reconocimiento en su trayectoria académica, pero en los grupos académicos no existe tal
valoración; por el contrario, el comportamiento siempre es insistir en denostar este trabajo. Existe
una vieja pugna de carácter político que aún pesa en muchos investigadores y docentes, pero se
acrecienta cuando el trabajo cuestionado es de un/una académica de otro grupo y más si ésta
resulta ser mujer. Lamentablemente, este no reconocimiento al trabajo de las colegas se muestra
también en el nombramiento de las comisiones evaluadoras, así como en todo tipo de comités,
donde predominan los varones.

Las evaluaciones se aplican de manera igualitaria, pero en un sistema de género asimétrico, donde
el lenguaje como símbolo del poder y como parte de la misoginia muestra ciertos rasgos. Por
ejemplo, en un salón de clases de postgrado, cuando una alumna discute ante el profesor, él trata
de avergonzarla, sin utilizar argumentos académicos y le dice: “lo que pasa es que ya estás en la
menopausia”. Acto seguido la alumna sale y él continúa insistiendo ante el resto de alumnos: “no le
hagan caso, ella está menopaúsica”. Los alumnos ríen y aceptan esta forma de descalificación,
porque a ellos jamás les avergonzarían con tales afirmaciones. Nadie se atreve a decir: “él está
andropaúsico”.

Es común, también, que cuando son alumnas las que presentan sus trabajos, los maestros
aprovechen para tratar de mostrar que son incapaces de analizar un tema y terminar diciéndoles:
“mejor cásate porque para esto no sirves”. Esta forma verbal resulta violenta y es detectable, no
siempre pasa desapercibida. A veces, tras la actitud de una persona paternal se esconden una serie
de descalificaciones porque trata a la estudiante como un ser menor, incapaz, por ejemplo cuando
se dice: “A ver mi hijita, dime en qué te ayudo, tú no puedes aprender”. “¿Necesitas que te lo
vuelva a explicar?”. Pocos colegas apoyan a mujeres y hombres potenciando su capacidad de
raciocinio o de reflexión, poco se apoya al trabajo colectivo y al respeto hacia los demás. Pese a
que en las formas de evaluación docente aparece la pregunta “¿el maestro fomenta el trabajo en
equipo?”, “¿fomenta el respeto entre los integrantes del grupo?”, “¿anima a la discusión colectiva?”,
por el contrario se fomenta la competencia individualista, se hace mofa y se ponen etiquetas a
quienes mantienen otra opinión.

Si bien parte de lo antes dicho surge de la observación cotidiana, y durante varios años, también
surge de un trabajo de entrevistas a estudiantes de los años setenta, y que hoy son académicas.
En sus recuerdos están presentes aquellas formas de descalificarlas, como la clásica frase de “eres
prófuga del metate”, o “qué haces aquí, deberías dedicarte a cocinar”. Una serie de prácticas
culturales, juveniles, que inhibían la potenciación de su desarrollo en los diferentes campos de la
ciencia y en la política académica.
En el ámbito académico están presentes todas las formas de ejercer y reproducir el poder a través
del conocimiento y a través de una serie de prácticas culturales, que invisibles legitiman el poder y
el conocimiento. Una investigación sobre mujeres estará sujeta a cuestionamientos sobre su
validez, su método y hasta las mismas mujeres a quienes se estudia. Generalmente, parten de un
prejuicio: es fácil realizarla. En esta falsa visión están descalificando la propia investigación. Así
compartimos las propuestas de la feminista Rae Langton, quien es citada por Guillermo Núñez
Noriega en su artículo “Los hombres y el conocimiento. Reflexiones epistemológicas para el estudio
de ‘los hombres’ como sujetos genéricos”:

1. Las mujeres pueden ser excluidas del conocimiento cuando su vida es invisibilizada por los
diferentes cuerpos de conocimiento. Un ejemplo de esto es cuando la mujer es vuelta terra
incógnita o es subsumida en el genérico “los hombres”. En estos casos, las mujeres y su
especificidad permanecen desconocidas.

2. Las mujeres pueden ser excluidas en la medida en que se las priva socialmente de la posibilidad
de ser sujetos de conocimiento, poseedoras del mismo. Por ser mujeres simplemente se asume que
“no saben”, incluso se ha dicho que tampoco tienen la capacidad para “saber” y, a veces, el
derecho (Noriega, 2004: 17).

La complejidad de los vínculos entre los géneros, pese a un discurso a favor de los derechos
humanos, de la igualdad de géneros, de equidad, etcétera, vuelve cada vez más complicado
demostrar aquellos disfraces “academicistas” que tratan de mantener un control a través del poder
del conocimiento, y que se desnudan en momentos coyunturales. Sirva de ejemplo lo sucedió en un
cuerpo académico que dirige una líder, quien tiene todo el reconocimiento de sus colegas mujeres,
pero es cuestionada por un hombre que se dice superior a ella porque él tiene grado de doctor y
que no va a permitir ser dirigido por ella, y “la nombra sólo señora, sin el grado académico”; este
liderazgo, además, corresponde a una trayectoria, a que se reconocen sus méritos académicos,
pero él insistió en que dirigiría mejor que ella. Lo que es notable en su reacción es que insistió en
que ella no puede dirigir al grupo, aunque ella sea tan o más capaz que él. Como el resto de
colegas no aprueba que él sea quien dirija, él decide salirse del cuerpo académico. Posteriormente
ha sostenido que ellas lo sacaron del grupo, pese a que en el cuerpo académico participan también
hombres. Evidentemente la molestia no es con ellos.

La misoginia continúa siendo disfrazada, aparentemente agazapada esperando el mejor momento


para mostrarse; esto no es recurrente únicamente en los hombres, también las mujeres pueden
expresar cierta violencia simbólica, de autoexclusión. Porque el subordinado a veces no se da
cuenta de su situación, acepta tal condición porque le parece natural este estado. Y mantiene esta
asimetría porque le es difícil luchar con esta, prefiere entonces reconocer el poder de quienes la
ejercen y no ser tratada de feminista, concepto que podemos aceptar porque refleja la lucha de las
mujeres, pero que se utiliza para descalificar un proceso de empoderamiento que por fortuna se
hace presente en la comunidad académica.

Conclusiones

Las formas de discriminación o de subordinación de las mujeres están presentes, y hasta cierto
punto se invisibilizan, a través del discurso de “democracia”, de “igualdad” y aún de
“interdisciplinariedad”. En el caso de la formas de subordinación, éstas son admitidas porque los
actores subordinados, hombres o mujeres, aceptan que el poder se ejerza verticalmente, hay una
jerarquía y pocos son quienes cuestionan las decisiones de autoridad. En segundo lugar, la mayoría
de las compañeras han sido acostumbradas a ciertas prácticas en la cotidianeidad del trabajo, son
comunes las descalificaciones para las mujeres donde los comentarios hacen referencia al género:
“es cosa de mujeres”. Más aún cuando resulta que una de ellas tenga un mayor grado y mayor
trayectoria. Esta es una actitud que no potencializa el desarrollo de las mujeres. Las expresiones
con sorna en reuniones de academia son mesuradas comparadas con las que realizan ante grupos
de estudiantes, donde las mujeres son señaladas, si se trata de una mujer madura, como “es
menopaúsica” y sin centrar la crítica en su desempeño académico. O, si es inteligente y sola: “por
algo se quedó soltera”.

Es común, también, que las formas de demostrar la subordinación de las mujeres sea valiéndose de
cierto poder frente a las alumnas, especialmente. Dañando su imagen con comentarios como:
“¿para qué estudias?, deberías quedarte a lavar los trastes”.

Es decir, que los tres discursos se mezclan y se presentan a veces muy evidentemente, y otras,
como ya se comentó, son matizados en expresiones como: “¿qué se podía esperar de ti?, tan
bonita, pero no puedes” o “si no eres bonita lo mejor será que te dediques a estudiar”. Lo que
planteamos es que precisamente esta Universidad –que pasó por un proceso de “democratización”
como Universidad democrática, crítica y popular– hoy se encuentra con discursos construidos
donde se incluyen los conocimientos sobre derechos humanos, libertades democráticas, pero que
en cuya práctica este capital cultural no se refleja, y sí se perciben formas simbólicas de ejercer y
reproducir el poder a través del conocimiento.

Como ya se dijo al inicio de este artículo, cuando se habla del carácter androcéntrico de la ciencia
es necesario considerar diferentes elementos, entre los que podemos señalar que ésta ha sido
construida teórica y metodológicamente desde parámetros patriarcales, según refiere la crítica
feminista a la epistemología moderna, o cómo señalan Bourdieu y Foucault acerca de la
construcción de la teoría y de las disciplinas. Por lo tanto, ésta ha impuesto cánones de
investigación que privilegian la objetividad, la neutralidad y la universalidad; además de excluir a
otros sujetos de estudio, entre los que se encuentran las mujeres.

Finalmente, y como pudimos ver en el desarrollo de los temas, tanto en las prácticas académicas,
en el aula, como en el proceso de investigación y generación del conocimiento es común ver
presente una violencia simbólica, que se expresa de diversas formas; la más común es el
señalamiento desacreditando los temas que abordan el estudio de género mediante la frase “ese no
es un tema científico”. Ésta es una violencia simbólica en el discurso académico.

Bibliografía

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Masculinidades diversas, (15-16) (: 19-51).

TIRADO V., G. (2005). “Mujeres en la línea: estrategias entre la ciencia y la cotidianeidad”.


Segundo Encuentro, participación de la mujer en la ciencia (s/p). Guanajuato: CIO.

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1Ponencia presentada en el II Coloquio Internacional de Estudios sobre Varones y Masculinidades y


I Congreso Nacional de la Academia Mexicana de Estudios del Género de los Hombres, Guadalajara,
México, 21- 23 de junio de 2006.

2Colegio de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, BUAP, elvarivera2000@yahoo.com.mx.

3Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, BUAP, gtirado51@yahoo.com.mx.

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