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El artículo 32 LRJSP, siguiendo el modelo anterior, consagra el derecho de los particulares a ser
indemnizados por las Administraciones Públicas correspondientes, de toda lesión que sufran
en cualquiera de sus bienes y derechos, siempre que la lesión sea consecuencia del
funcionamiento normal o anormal de los servicios públicos salvo en los casos de fuerza mayor
o de daños que el particular tenga el deber jurídico de soportar de acuerdo con la Ley. Para
ello, la indemnización se exigirá a través del procedimiento administrativo correspondiente,
que tras la reforma de 2015 ya no será procedimiento especial, para exigir la responsabilidad
patrimonial de las autoridades y personal al servicio de las Administraciones Públicas .
5). Responsabilidad en materia de transparencia y buen gobierno (la novedad no tan novedA
este escenario de responsabilidad de los empleados públicos ya de por sí complejo, se suma en
el año 2013 la Ley de Transparencia, a la que hay que añadir sus homónimas autonómicas. Con
su aprobación se fijan un conjunto de principios generales y de actuación, en la línea del
código de conducta del TREBEP, cuyo incumplimiento activa un régimen sancionador ad hoc
mediante la correspondiente tipificación, establecida en su Título II “Buen Gobierno”. Aparece,
así, una división tripartita en infracciones en materia de conflicto de intereses, en materia de
gestión económico-presupuestaria y disciplinaria, sin perjuicio de las previsiones que, sobre
esta materia, pudieran derivarse de la normativa autonómica y localosa)
Pregunta 31
La Contraloría General de la República es la máxima autoridad del Sistema Nacional de Control.
Supervisa, vigila y verifica la correcta aplicación de las políticas públicas y el uso de los recursos
y bienes del Estado. Para realizar con eficiencia sus funciones, cuenta con autonomía
administrativa, funcional, económica y financiera.
La Contraloría General cuenta con atribuciones especiales que le otorga el artículo 22 de la Ley
Orgánica del Sistema Nacional de Control y de la Contraloría General de la República.
Sus funciones son :
En la Constitución Política encontramos varias atribuciones asignadas al Organismo Contralor,
entre las cuales tenemos:
Presentar anualmente el informe de auditoría practicado a la Cuenta General de la República
(Art. 81).
Supervisar la legalidad de la ejecución del Presupuesto del Estado, de las operaciones de la
deuda pública y de los actos de las instituciones sujetas a control (Art. 82).
Realizar el control para que los Fondos destinados a satisfacer los requerimientos logísticos de
las Fuerzas Armadas y Policía Nacional se dediquen exclusivamente para ese fin (Art. 170).
Facultad de iniciativa legislativa en materia de control (Art. 107).
Controlar y supervisar los gobiernos regionales y locales, en forma descentralizada y
permanente (Art. 199).
Pregunta 32
Pregunta 34
Presupuestos de la responsabilidad patrimonial de la Administración pública20
2.3.1 La lesión como daño injusto
Sin duda alguna, sin dañ o no existirá el deber de reparar. Para que prospere la pretensión
indemnizatoria judicialmente, el dañ o deberá ser cierto, evaluable económicamente y
subsistente.
Ahora bien, no debemos confundir perjuicio con lesión. El perjuicio hace alusión, en sentido
amplio, a toda pérdida o reducción patrimonial, distinguiéndose de la lesión en que esta última
supone un perjuicio patrimonial antijuri ́dico. De este modo, un perjuicio se vuelve antijuri ́dico
siempre que la persona que sufre el dañ o no tiene el deber juri ́dico de soportarlo21 o, como
otros propugnan22, cuando existe una decisión expresa y ti ́pica del legislador que asi ́ lo
dispone23. Desde luego, la antijuridicidad del perjuicio no derivará necesaria y únicamente de
una conducta ili ́cita, sino que bien podrá derivarse de una actividad li ́cita. No resultará
relevante, por tanto, para evaluar si nos encontramos frente a una lesión, dilucidar sobre el
carácter li ́cito o ili ́cito de la actuación administrativa causante del daño, sino sobre los efectos
que ésta produce en el particular y si éste tiene o no el deber de soportarlos.
En consecuencia, la antijuridicidad susceptible de convertir el perjuicio económico en lesión
indemnizable se predicará del efecto de la acción y no de la acción administrativa en si ́ misma.
La distinción entre uno u otro caso se realizará a partir de un principio objetivo de garanti ́a del
patrimonio de los ciudadanos que despliega su operatividad postulando la cobertura del dañ o
causado, en tanto no existan causas de justificación que legitimen el perjuicio24.
2.3.2 La relación de causalidad, como vi ́nculo o relación que debe mediar entre el dañ o y la
acción estatal
Se suele afirmar que para que un hecho merezca ser considerado como causa del dañ o es
preciso que sea en si ́ mismo idóneo para producirlo según la experiencia común, es decir, que
tenga una especial aptitud para producir el efecto lesivo (causalidad adecuada).
Sobre la base de este presupuesto, por tanto, se evaluará si las consecuencias o dañ os
patrimoniales producidos pueden considerarse originados por determinada actividad de la
Administración, a fin
de no imputarle erróneamente a esta última la responsabilidad por los dañ os acaecidos.
2.3.3 La imputación
Para que surja la responsabilidad es preciso que esa lesión pueda ser imputada, esto es,
juri ́dicamente atribuida a un sujeto distinto de la propia vi ́ctima. La imputación es asi ́ un
fenómeno juri ́dico consistente en la atribución a un sujeto determinado del deber de reparar
un dañ o.
Si bien en el caso de la responsabilidad patrimonial de la Administración, la lesión se deriva del
comportamiento de personas que están integradas a la estructura de la Administración pública
y que actúen dentro del marco legi ́timo o aparente de sus funciones, la titularidad
administrativa de la actividad o servicio en cuyo marco se ha producido el dañ o es suficiente
para justificar la imputación del mismo a la Administración y no al funcionario, bajo un criterio
estrictamente orgánico.
La imputación de la lesión a la Administración brinda un necesario control sobre el
funcionamiento administrativo, imponiéndole positivamente la carga de una diligencia
funcional medida bajo la sanción de responsabilidad patrimonial. Del mismo modo, en los
supuestos de inactividad material de la Administración, el sistema de responsabilidad
patrimonial actúa como correctivo del mismo.
Pregunta 35
Qué es el acto administrativo
En un sentido amplio, acto administrativo es todo acto jurídico dictado por la Administración y
sometido al Derecho Administrativo. Ahora bien, este concepto amplio es desestimado por la
doctrina y por la legislación en favor de un concepto más estricto. Por una parte, se excluyen
los Reglamentos, que han de integrarse en la teoría de las fuentes. En segundo término, se
excluyen los actos contractuales para hacer con ellos una teoría propia de los contratos de la
Administración, reduciendo la teoría de los actos administrativos a los unilaterales.
Continúa
https://es.scribd.com/document/253212754/Principios-de-Los-Actos-Administrativos
Pregunta 36
El concepto de contrato administrativo, a primera vista, no parece diferir del concepto de
contrato en el derecho privado, pero al ser la Administración una de las partes del mismo, con
la finalidad de satisfacer necesidades públicas posee determinadas características propias. Y es
que la Administración Pública requiere la colaboración de la actividad privada para efectuar
acciones que por si misma no puede, lo cual a su vez obliga a que la contratación
administrativa posea determinadas características y una regulación que se encuentra sometida
a constantes cambios.
Elementos
. Elementos
En los contratos administrativos hallamos los mismos elementos que en los actos
administrativos:
2. Voluntad
3. Objeto
4. Forma.
Estos son los elementos esenciales que atañen a la existencia y validez del contrato.
" Las diferencias que existen responden principalmente a la naturaleza bilateral de los
contratos. Pero como jurídicamente los actos preparatorios del contrato (actos, simples actos,
hechos y reglamentos) son separables, cabe aplicarles las normas propias contenidas en las
respectivas leyes de procedimiento.
1. Sujetos:
Las partes del contrato. Los sujetos de los contratos públicos son la Administración Pública en
cualquiera de sus grados o clases y los particulares, individual o colectivamente, o también la
Administración. En síntesis, pueden ser sujetos de la contratación administrativa: las personas
físicas o naturales, las personas jurídicas privadas y las personas jurídicas públicas, estatales o
no estatales.
b) Los contratistas. Pueden ser contratistas de la Administración Pública, las personas privadas
físicas o jurídicas, nacionales o extranjeras, domiciliadas dentro o fuera del territorio de la
República, las personas públicas estatales y las personas públicas no estatales.
En el contrato de empleo público será siempre una persona física; en el contrato de concesión
de servicios públicos, obra pública, suministro, etc., generalmente se tratará de una persona
jurídica, aunque nada obsta para que sea una persona física.
1. Competencia y capacidad.
a) Capacidad jurídica del contratista. Podrán ser contratistas las personas naturales o jurídicas
que se hallen en plena posesión de su capacidad jurídica y de obrar. El art. 1160 del CC
establece expresamente quiénes no pueden contratar. Así carecen de capacidad los incapaces
absolutos (art. 54, CC) y los incapaces relativos en los casos en que les está prohibido (art. 55,
CC). Estos incapaces pueden contratar a través de sus representantes legales (art. 56, CC).
Además, el Reglamento de Contrataciones del Estado (RCE) determina los requisitos para
poder contratar con el Estado (art. 61, inc. 2º, según decr. 825/88) y especifica quiénes pueden
contratar aun sin ciertos requisitos y quiénes no podrán hacerlo (art. 61, incs. 3º y 4º, según
decr. 825/88). Así, entre otros imposibilita a los agentes y funcionarios públicos y a las firmas
integradas por los mismos; las personas físicas o jurídicas en estado de concurso, quiebra o
liquidación; los inhibidos; los condenados en causa criminal; los evasores y deudores morosos
impositivos o previsionales.
En síntesis.
Las restricciones sobre la capacidad jurídica del contratista se deben a diversas razones:
penales (procesados y condenados), económicas (quebrados, concursados, interdictos),
administrativas (culpables de la rescisión de contratos administrativos), éticas (participación de
funcionarios públicos).
Para que haya contrato se requieren dos voluntades válidas y opuestas que concurran a su
formación. Una de ellas es la de la Administración y la otra la del contratista. Es decir que se
exige para la validez del contrato, por un lado, la competencia del órgano que ejerce la función
administrativa, y por otro, la capacidad del contratista. Competencia y capacidad atañen a los
sujetos contratantes y son presupuestos de validez del contrato. El consentimiento como
expresión de la voluntad válida común, hace a la existencia del contrato; como recaudo
existencial del acto, importa la manifestación de voluntad coincidente de las partes.
Puede que el consentimiento o lazo jurídico vinculativo resulte de la libre discusión entre la
Administración y el contratista, pero las modalidades propias del derecho administrativo y la
finalidad de la actividad de la Administración Pública, hacen que la conjunción de voluntades
generalmente se opere adhiriéndose el administrado contratista a cláusulas prefijadas por el
Estado para los respectivos casos. En tales supuestos, la fusión de voluntades se opera sin
discusión, por adhesión del administrado (contratante adherente), quien se limita a "aceptar"
las cláusulas contractuales preparadas y redactadas por el Estado (predisponente). La falta de
discusión de las cláusulas del contrato no impide que éste exista, aunque en él prevalezcan
cláusulas reglamentarias (por ejemplo, pliego de condiciones).
En relación al consentimiento en los actos jurídicos, éste puede ser expreso o tácito; sin
embargo, en el caso de los contratos administrativos el consentimiento de la Administración
debe ser expreso; no es factible, en principio, el consentimiento tácito, que es admisible en los
contratos privados (arts. 1145 y 1146, CC). El silencio administrativo sólo vale como conducta
positiva o asentimiento por parte de la Administración, consentimiento tácito, cuando el orden
jurídico expresamente lo prevé. La voluntad de la Administración puede manifestarse
tácitamente cuando así ha sido pactado por las partes en el contrato y éste se halle en vías de
ejecución, o por la omisión de los actos que debiera emitir si su voluntad fuera contraria a lo
actuado por el contratista.
3. Objeto.
El objeto del contrato es la obligación que por él se constituye. Obligación que tiene por
contenido una prestación de dar, hacer o no hacer, querida por las partes. El objeto del
contrato, en otros términos, es la consecuencia que se persigue al celebrarlo como factor
determinante de la voluntad de las partes (art. 1169, CC).
Los contratos de la Administración pueden tener por objeto una obra o servicio público y
cualquier otra prestación que tenga por finalidad el fomento de los intereses y la satisfacción
de las necesidades generales. Cláusula abierta ésta, que convierte al objeto de la contratación
administrativa en prácticamente ilimitado.
Las cosas que no están en el comercio no pueden ser objeto de los contratos privados, pero sí
pueden serlo de los contratos de la Administración, como ocurre con los bienes del dominio
público; por ejemplo, una concesión de uso especial de la dominialidad pública. En el contrato
administrativo la Administración, durante la ejecución de él, puede variar unilateralmente,
dentro de ciertos límites, y en razón del interés público, el objeto del contrato.
El contenido del contrato debe ajustarse estrictamente a las normas del derecho objetivo,
debiendo el objeto ser cierto, posible, determinable o determinado y lícito. El contrato que
contenga un objeto ilícito es nulo; por ejemplo, la constitución de un usufructo sobre bienes
del dominio público sin ley que autorice a hacerla (art. 2839, CC); el llamado a licitación para
construir una plaza de toros, estando prohibidas las corridas; o un reñidero, estando
prohibidas las riñas; o cláusulas por las que se renuncia contractualmente a los llamados
"poderes de poli cía". El contrato ilícito por razón del objeto comprende tres especies
diferentes: el contrato ilegal, o contrario a normas imperativas; el contrato prohibido, o
contrario al orden público, y el contrato inmoral, o contrario a las buenas costumbres (arts. 21
y 953, CC).
La causa, el motivo o la razón determinante de los contratos de la Administración, es satisfacer
un fin público, un servicio público, una necesidad colectiva. Es independiente del móvil que
induce a contratar al contratista y del móvil que pueda determinar el contrato en la mente o
en la intención del funcionario, que expresa o ejecuta la voluntad de la Administración Pública.
Mientras que estas dos últimas son esencialmente subjetivas, corresponden al yo, al fuero
interno de los sujetos físicos que participan en su formación, la causa del contrato
administrativo es siempre objetiva, está ontológicamente comprendida en el objeto y en la
voluntad.
En nuestro derecho positivo nacional, el art. 7º, incs. b , e y f de la LNPA incorpora la causa, la
motivación y la finalidad como elementos esenciales del acto administrativo, y de suyo del
contrato administrativo, que están comprendidas en el objeto y en la voluntad contractual de
la Administración. No hacemos distinciones metodológicas entre causa, motivación y finalidad,
porque no creemos en la autonomía de uno y otro término. La causa o motivación y la
finalidad son siempre la satisfacción de un fin público, del interés público, cualquiera que sea
la especificidad de éste. La Administración debe cuidar de establecer expresamente los
motivos determinantes de su obrar. Cuando la ley exige, como en nuestro caso, esa
motivación, su omisión provoca la nulidad del acto o contrato que realice o ejecute.
4. Forma.
Tenemos que distinguir entre formalidades y forma. Las formalidades son los recaudos que
han de observarse para la celebración del contrato. Pueden ser anteriores (pliego de
condiciones), concomitantes (acto de adjudicación) o posteriores (aprobación), al encuentro
de ambas voluntades.
En virtud del principio de libertad formal, nada impide, a falta de texto expreso que se exija
una forma determinada, que los interesados usen la forma que juzguen más conveniente.
Generalmente se requiere la forma escrita, aunque en nuestro derecho no existe
reglamentación sobre el particular. Tampoco hay formas especiales genéricas para la
contratación administrativa. La forma escrita puede consistir en una escritura pública o en un
instrumento público, por la actuación del funcionario administrativo competente (art. 979, inc.
2, CC). Si la normativa establece que el contrato de la Administración conste por escrito, la
forma escrita debe reputarse indispensable y condiciona su validez.
La formalización escrita o la instrumentación del acuerdo de voluntades suscripto por las
partes es requerida, por ejemplo, para el contrato de obra pública .
Las reglas sobre instrumentación del contrato configuran un régimen específico de contenido
administrativo. El Código Civil, se aplica supletoriamente.
La no observancia respecto de las formas prescriptas por leyes y reglamentos para
instrumentalizar los contratos administrativos, vicia de invalidez a éstos.
La verificación o demostración de la relación jurídica depende de que los contratos tengan o
no una forma determinada. En ese caso, no se juzgarán probados si no estuvieren formalizados
en la forma prescripta .
El perfeccionamiento de los contratos depende del derecho positivo. Podemos señalar las
siguientes formas:
Principios
Pregunta 37
Ubicación
Antecedentes
Los primeros antecedentes de Derecho Administrativo se identifican desde los orígenes de las
primeras civilizaciones. Como dice el autor Georges Veddel, “todo país civilizado poseería un
derecho administrativo, puesto que necesariamente posee un conjunto de normas que rigen la
acción de la administración,”[6]
Es entonces desde el Imperio Romano, los Estados monárquicos absolutistas de la Edad Media
y el período de colonización de América, cuando tienen inicio las primeras instituciones y
normas del poder político público, y que la doctrina cita ha sido el primer punto de partida de
la creación de leyes que los gobiernos debían cumplir con cierta rigurosidad y que normaban
las relaciones entre administración y personas comunes, por lo que desde ese entonces ya
estaba presente la noción del Derecho Administrativo, aunque las limitaciones eran amplias e
imperaba el “Estado de Policía” ya que el poder de los monarcas era ilimitado.
Como explica Gordillo[7]: “El derecho administrativo en cuanto conjunto de normas que regula
las relaciones del Estado con los particulares, puede decirse que ha existido siempre, desde el
nacimiento del Estado. Pero ello no ha sido suficiente ab origene para la creación de una
disciplina. Esta época es la de las monarquías absolutas, dando origen a principios jurídicos
idénticos en distintos países y momentos históricos: quod regis placuit legis est, the King can
do no wrong, le Roi ne peut mal faire. En esos momentos el derecho administrativo se agota
en un único precepto: Un derecho ilimitado para administrar; no se reconocen derechos del
individuo frente al soberano; el particular es un objeto del poder estatal, no un sujeto que se
relaciona con él.”
Fue la Revolución Francesa de 1789 y el concepto jurídico de “Estado de Derecho” que ésta
impuso en el ordenamiento jurídico francés, con influencia en todo el mundo, lo que dio inicio
a la primera etapa del Derecho Administrativo.
El “Estado de Derecho” proclamado por la Revolución Francesa significaba que las reglas de
gobierno y el respeto a los derechos de las personas, eran de obligatorio cumplimiento tanto
para gobernados como gobernantes. En adición a esto primero, el otro punto crucial que los
autores indican como elemento sustantivo para considerar la existencia de un Derecho
Administrativo a partir de la Revolución, fue la separación de los regímenes jurídicos y normas
que habían de aplicarse a las autoridades, de las que eran aplicables a los ciudadanos.
La formación de este régimen jurídico especial para reglar las relaciones entre administración y
los ciudadanos, fue fruto de un hecho histórico muy singular que consistió en lo siguiente: en
el contexto en que los revolucionarios franceses llegaron al poder sucedió que los mismos
tuvieron miedo de que los jueces y el sistema judicial del antiguo régimen, interfirieran
negativamente las decisiones políticas que tomaran los revolucionarios en el nuevo gobierno.
El miedo de los revolucionarios estaba fundado en la realidad de que antes de la revolución,
los administradores de justicia del antiguo régimen habían obstaculizado algunas decisiones
políticas del rey. Esto conllevó a que los nuevos gobernantes revolucionarios tomaran la
decisión de prohibir a los jueces conocer sobre asuntos relacionados con la administración
pública y por lo tanto los principios de la Revolución Francesa que proclamaban el Estado de
Derecho y la subordinación de los gobernantes a la ley, fueron prácticamente desconocidos.
En vista de esta contradicción evidente de los principios y el espíritu del “Estado de Derecho”,
el gobierno revolucionario ideó un mecanismo de administración-juez con el fin de subsanar
estas medidas, y este consistía en que las eventuales reclamaciones contra la administración
debían ser conocidas y falladas por el jefe ejecutivo, mecanismo pues que debilitaba
considerablemente la subordinación de los gobernantes a la ley.
También ocurrió que el Poder Ejecutivo tenía tantas funciones y responsabilidades, que fue
delegando al Consejo prácticamente todas las potestades que le correspondían con relación al
Consejo en lo contencioso, limitándose a firmar las soluciones que se le proponía, de manera
que existía cierto criterio de imparcialidad que benefició la credibilidad del Consejo. De forma
concomitante a estos sucesos, y observando el pueblo francés la labor seria que ejecutaba el
Consejo de Estado, se creó conciencia de esta importante función y se fue consolidando
prestigio alrededor del Consejo toda vez que su actuación estaba acorde a los principios de
racionalidad y justicia para con los administrados aunque ello implicara la adopción de
medidas que fueran en un relativo perjuicio de la administración.
Este desarrollo del Consejo de Estado, produjo que mediante ley del 24 de Mayo de 1872, ser
reconociera el mismo con carácter jurisdiccional, al otorgarle competencias como juez de la
administración, y no ya como asesor que proponía soluciones. Ya entonces las decisiones no
las firmaba el ejecutivo sino que el Consejo fallaba como tribunal independiente para algunos
casos. Nacía desde ese entonces la dualidad de jurisdicciones, una jurisdicción conocía de los
casos entre particulares mientras otra conocía de casos entre administración y particulares.