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Ezequiel Meler
Profesor Leandro Losada. Maestría en Historia - UTDT
En el último cuarto del siglo XX, sin embargo, las certezas en torno al concepto de
clase, así como respecto del protagonismo histórico del proletariado industrial, fueron
desafiadas por la aparición de nuevos actores colectivos. El papel del campesinado en las
revoluciones tercermundistas, la experiencia de lucha por los derechos civiles en los
Estados Unidos, así como el fracaso de los proyectos contestatarios de naturaleza
anticapitalista en los países centrales, arrojaron un manto de duda, político y metodológico,
sobre la propuesta marxista. Consideraciones raciales, étnicas, de género, así como aquellas
relativas al interés nacional, parecían al menos igualmente relevantes que aquellas de orden
material en la constitución de los sujetos sociales.
De hecho, al interior del marxismo esos fueron años de disputa. La obra del
historiador británico Edward P. Thompson puede verse como un intento, contemporáneo a
la crisis del paradigma de clase, de aggiornar el concepto a las realidades del siglo XX.
1
Para el análisis inconcluso de Marx sobre el tema, véase Marx, Carlos: El Capital. Crítica de la economía
política, México, Fondo de Cultura Económica, 1946, Tomo III, p. 817 – 818. Una versión digital de esos
párrafos aquí: http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital3/MRXC3852.htm Última consulta, 15/01/13.
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Partiendo de una tradición marxista sumamente original, Thompson sostuvo que la clase es
un fenómeno histórico, relacional: una formación social y cultural surgida de procesos
históricos inherentemente conflictivos.2 En el transcurso de esos procesos, en parte como
resultado de impulsos estructurales y también como producto de sus propias tradiciones, la
clase adopta una determinada conciencia, cuya forma no resulta de ningún a priori
material. En palabras del autor,
“La clase cobra existencia cuando algunos hombres, de resultas de sus experiencias
comunes –heredadas o compartidas-, sienten y articulan la identidad de sus intereses a la
vez comunes a ellos mismos y frente a otros hombres cuyos intereses son distintos –y
habitualmente opuestos- a los suyos. La experiencia de clase está ampliamente determinada
por las relaciones de producción en las que los hombres nacen, o en las que entran de
manera involuntaria. La conciencia de clase es la forma en que se expresan estas
experiencias en términos culturales: encarnadas en tradiciones, sistemas de valores, ideas y
formas institucionales. Si bien la experiencia aparece como algo determinado, la conciencia
de clase no lo está. […] La conciencia de clase surge del mismo modo en distintos
momentos y lugares, pero nunca surge exactamente de la misma forma.” 3
La revisión del concepto de clase, así como de las tradiciones historiográficas que
privilegiaban la génesis del moderno proletariado europeo por sobre otras tendencias del
desarrollo social, continuó de diversos modos a partir de la obra de Thompson. En el caso
de la India, la combinación del análisis de discurso y la filosofía deconstructivista con la
obra de Antonio Gramsci dio como resultado una prolífica tradición intelectual, conocida
como Estudios Subalternos, que buscó colocar el problema de la dominación social en un
marco general multicausal: las clases subalternas son tales, señala Ranahit Guha, como
2
Véase Thompson, Edward P.: La formación de la clase obrera en Inglaterra, Madrid, Capitán Swing, 2012.
Para el análisis del marxismo británico como tradición teórica dedicada al estudio de la determinación de
clases, véase Kaye, Harvey: Los historiadores marxistas británicos. Un análisis introductorio, Zaragoza,
Prensas Universitarias, 1989.
3
Véase Thompson, ibídem, pp. 27-28.
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efecto de una subordinación que puede expresarse “en términos de clase, casta, edad,
género, ocupación o en cualquier otra forma.”4
II.
Restaba conocer los avatares de la vida obrera en los años veinte y treinta. Esa tarea
pronto se confundió con la renovación historiográfica que, aunque tardía, golpeaba las
puertas de las universidades argentinas. En efecto, como señala Ezequiel Adamovsky,
“tanto la impugnación del concepto de clase, como algunas de sus reformulaciones por obra
4
Véase Rivera Cusicanqui, Silvia; Barragán, Rossana (compiladoras): Debates Post Coloniales: Una
introducción a los Estudios de la Subalternidad, La Paz, Sephis – Aruwiyiri – Historias, 1997, p. 23.
5
Para las obras de los historiadores militantes, véase Abad de Santillán, Diego: La FORA: ideología y
trayectoria del movimiento obrero revolucionario en la Argentina, Buenos Aires, Nervio, 1933; Iscaro,
Rubens: Origen y desarrollo del movimiento sindical argentino, Buenos Aires, Anteo, 1958; Marotta,
Sebastián: El movimiento sindical argentino: su génesis y desarrollo, Buenos Aires, Lacio, 1960, entre otros.
6
En esta línea cabe mencionar a Murmis, Miguel; Portantiero, Juan Carlos: Estudios sobre los orígenes del
peronismo, Edición definitiva, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004; Del Campo, Hugo: Sindicalismo y peronismo.
Los comienzos de un vínculo perdurable, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005; Torre, Juan Carlos: La vieja
guardia sindical y Perón. Sobre los orígenes del peronismo, Buenos Aires, Eduntref, 2006.
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Véase Adamovsky, Ezequiel: “Historia y lucha de clase. Repensando el antagonismo social en la
interpretación del pasado (y de vuelta sobre un debate ausente en la historiografía argentina)”, en Nuevo Topo.
Revista de historia y pensamiento crítico, N° 4, septiembre – octubre de 2007, p. 8.
8
Véase Gutiérrez, Leandro y Romero, Luis Alberto: Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en
la entreguerra, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007, p. 31.
9
Ibídem.
10
Ibídem, p. 30.
11
Ibídem, p. 41.
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trabajadores inmigrantes.12 Su declive se explicaba por los profundos cambios sociales del
período posterior a 1920. La expansión y continuidad del sistema educativo estatal, la
correlativa argentinización de los hijos de la inmigración, así como la extensión del sistema
de transporte público, y la política de loteo en la periferia de la ciudad por parte de las
autoridades municipales, favorecieron, en un período de alta movilidad social y reflujo de
la actividad sindical, el surgimiento de una nueva identidad popular entre los sectores
subalternos.13 Se trataba de una identidad popular, pues no se originaba en torno de la
experiencia del trabajo. Era conformista, en la medida en que había abandonado todo
propósito contestatario. Y sin embargo, era reformista, en la medida en que buscaba
mejorar, por medio de la acción colectiva y la cooperación con las autoridades, el estado de
las cosas. Opuesta punto por punto a la identidad obrera que había predominado entre los
inmigrantes anarquistas del Centenario, esta nueva personalidad colectiva tenía lugar en las
sociedades barriales que se conformaban en los suburbios de la Capital. 14
¿Y qué pasaba en los barrios? Allí, en los clubes y en los cafés, en las bibliotecas y
en las sociedades de fomento, se ponían en práctica ideales de asociación que podían tener
como blanco fines edilicios, sanitarios o bien verdaderas “empresas culturales”, como
aquella que, ligada a la intelectualidad liberal – progresista y a los militantes socialistas,
propugnaba la vigencia de un modelo de ciudadano educado, versado en la literatura
universal y en los avances de la ciencia.15 En competencia con aquel, aparecía la empresa
catequista de la Iglesia. Más rudimentaria, interesada en la defensa de la fe y en el combate
por las almas frente a la educación laica del Estado, la empresa del nuevo catolicismo
militante podía converger, sin embargo, en muchos de los temas del asociacionismo
profano.16 Por caminos diversos, la cultura popular barrial, policlasista y nacional, que
ponderaba la justicia social y la cooperación, prefiguraba la convergencia de Perón con los
valores propios de los sectores populares a partir de 1943.17
12
Ibídem, p. 13 y 112.
13
Ibídem, pp. 48-49, 71-72, 118-119.
14
Ibídem, p. 15, 42, 48-49.
15
Ibídem, pp. 47 – 107.
16
Ibídem, pp. 175-195.
17
Ibídem, p. 11, 68, 102, 192.
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III.
18
Ibídem, p. 152.
19
Véase Adamovsky: “Historia y lucha de clase….”, ibídem, pp. 8-9. Cursivas en el original.
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En tercer lugar, contra la idea de una relativa paz social y laboral, que habría
explicado el declive de los sindicatos y el ascenso del fomentismo, Camarero argumenta
que el mundo del trabajo vivió en esos años un crecimiento de la sindicalización. En cuarto
lugar, contra el retrato de un movimiento obrero negociador, partidario del entendimiento
con el Estado, el autor argumenta que esa descripción de la realidad, válida para los
sindicatos de transporte y para las corrientes sindicalistas, no describe lo que sucedía en el
sector industrial, donde los comunistas dirigían una vasta red de sindicatos en permanente
acción reivindicativa.
20
Véase Camarero, Hernán: “Consideraciones sobre la historia social de la Argentina urbana en las décadas
de 1920 y 1930: clase obrera y sectores populares”, en Nuevo Topo. Revista de Historia y pensamiento
crítico, N° 4, septiembre / octubre de 2007, pp. 42 – 43.
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diversa experiencia cultural.”21 Por último, Camarero polemiza con Romero y Gutiérrez
sobre los verdaderos alcances del proceso de argentinización: a su juicio, si bien el mismo
alcanzaba a vastos sectores de las clases medias, no pasaba lo mismo con la clase obrera,
algo que desde luego incidía en las luchas sindicales del período.
IV.
21
Ibídem, p. 54. Para un análisis en el mismo sentido, véase Camarero, Hernán: “La experiencia comunista en
el mundo de los trabajadores, 1925 – 1935”, en Prismas. Revista de historia intelectual, N º 6, 2002,
Universidad Nacional de Quilmes.
22
Adamovsky, Ezequiel: Historia de las clases populares en la Argentina. Desde 1880 hasta 2003, Buenos
Aires, Sudamericana, 2012, p. 13, cursivas en el original. Gabriel Di Meglio, por su parte, demuestra en la
misma colección un criterio similar: “mientras el poder económico, social y político estaba en manos de las
élites, quienes pertenecían al variado mundo popular tenían pocas formas de decidir e influir en la dirección
de sus destinos. Lo que los unificaba […] era su relación con esas otras clases que marcaban cuáles eran las
líneas divisorias de la sociedad; su subalternidad respecto de las élites las hacía clases populares.” Véase Di
Meglio, Gabriel: Historia de las clases populares en la Argentina. Desde 1516 hasta 1880, Buenos Aires,
Sudamericana, 2012, p. 10. Las cursivas son nuestras.
23
Adamovsky: Historia de las clases populares…, ibídem, p. 14.
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represión, la intervención del Estado, la cultura de masas, así como los mensajes
procedentes de “la escuela, los medios de comunicación, la Iglesia y los empresarios”, el
autor mantiene que “arraigado firmemente en las iniciativas del movimiento obrero y en la
cruda realidad de la explotación, el sentimiento clasista siguió ocupando un lugar
importante.”24
V.
Asimismo, al poner de relieve temáticas como el tiempo libre, los valores sociales
compartidos, la recreación y los ideales culturales, los trabajos de Luis Alberto Romero y
Leandro Gutiérrez permitieron pensar la temática obrera más allá de los límites de la
fábrica y del sindicato, incorporando a la producción historiográfica algo más que la vieja
historia concentrada en el perfil de los trabajadores como productores y militantes. Como
reconoce Adamovsky, esta corriente de estudios “ha predominado, a pesar de sus evidentes
limitaciones, no sólo por su control de los recursos del campo [historiográfico], sino porque
consiguió iluminar nuevos aspectos de la vida social que la historiografía de clase
sencillamente ha preferido ignorar. Incluso si borraron del mapa las huellas del
antagonismo, el programa del PEHESA y sus retoños contribuyeron a visibilizar
dimensiones de la vida social que, como el género, la ciudadanía, las identidades
nacionales, el consumo, etc., resultan insoslayables para comprender el cambio social.”25
24
Ibídem, p. 143.
25
Véase Adamovsky, Ezequiel: “Historia y lucha de clase. Repensando el antagonismo social en la
interpretación del pasado (y de vuelta sobre un debate ausente en la historiografía argentina)”, en Nuevo Topo.
Revista de historia y pensamiento crítico, N° 4, septiembre – octubre de 2007, p. 15.
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