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El éxito en la política exterior fue esencial para que los líderes autoritarios conserven

el poder

Desde la llegada de los nazis al poder, en el gobierno de Adolf Hitler se condujo a Alemania a
una política exterior que apuntaba a tres importantes objetivos: Rearmar Alemania, unir a todas
las personas de habla alemana en una nación y conquistar el espacio vital para alcanzar el
proyecto de la gran Alemania, es decir su imperialismo era a la vez económico y racial. Hitler
sostenía que el pueblo elegido (la raza superior) debía disponer de suficiente espacio, definido
como una relación entre los recursos (tierras, alimentos) y la población. Su objetivo inmediato
eran las tierras de Europa Oriental, pobladas por razas consideradas inferiores. Hitler era un líder
inverosímil, incapaz de trabar amistades humanas normales, incapaz de mantener un debate
intelectual, cuajado de odio y prejuicios, despojado de la capacidad de amar y solitario.

Desde el siglo XIX, los sucesivos líderes alemanes habían promovido un ardiente nacionalismo
entre el pueblo. Y ser pertenecientes al ejército no era temor para los jóvenes, más bien era
placer por tanto no se creaba disconformidad por su participación en las guerras. Adolf Hitler
siguió los mismos ideales, convenciendo a las masas de que Alemania estaba amenazada por
enemigos internacionales poderosos. Esto se ve influenciada en su expansión . Hitler calculaba
que la concreción de la hegemonía alemana en Europa demandaría entablar una guerra,
especialmente en Europa del Este. Los eslavos “de raza inferior” deberían ser expulsados hacia
el Este de los Urales, o de lo contrario esclavizados o exterminados. Además de la adquisición
del Lebensraum, Hitler preveía que la “expulsión hacia el Este” destruiría el bolchevismo. En
1936, las fuerzas militares alemanas reocuparon sorpresivamente Renania. Desde ese momento
y hasta 1939, la táctica consistió en ataques justificados por el derecho alemán al Lebensraum,
seguido por nuevas promesas de paz. Hitler expresó desde un principio su voluntad de rearme
a Alemania. Realizado primero en secreto, se hizo público después de 1935 y fue tolerado por
las naciones europeas que estaban más preocupadas por el avance del comunismo que el
nazismo. La política inglesa y francesa fue la del "apaciguamiento", que consistía en conceder a
Hitler aquello que reclamaba y firmar nuevos pactos, apostando con esto a mantener a los nazis
bajo control.

Los alemanes nunca aceptaron la República de Weimar (1919-1933), el régimen democrático


que sustituyó al imperio tras la Gran Guerra. Casi de inmediato, sus representantes fueron
responsabilizados por las humillantes condiciones impuestas a Alemania en el Tratado de
Versalles. El Partido Social Demócrata intentó mantener la democracia, pero no tenía apoyo.
“Todas las demás fuerzas políticas eran favorables con un Estado autoritario, asegura Steinert.

Los nazis aprovecharon esto para convencer a la población de que la democracia era
desestabilizadora. “Muchos alemanes anhelaban el regreso de un líder a la altura de Bismarck”,
asegura el historiador Robert Gellarely. “En Hitler vieron a un hombre capaz de tomar las riendas
del país para restaurar el orden”.

En conclusión, los estereotipos de política exterior que imperan en Alemania, se podía apreciar
los avances democráticos de los alemanes desde 1949, pero también existen recuerdos
colectivos de tiempos pasados, de la política exterior alemana, inquieta y carente de objetivos
claros posterior a Bismarck, que aisló rápidamente al imperio. Alemania debe tener siempre en
cuenta estos estereotipos, el terror permanente a la fractura cultural de 1933, seguida años
después por el Holocausto. Y mientras los ogros que obtiene por sus triunfos de expansión
hicieron que se conserve su poder. Hitler y los crímenes del nacionalsocialismo siempre están
presentes.

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