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INTRODUCCIÓN A LA BIBLIA

UNIDAD 2
LOS MANUSCRITOS Y
LA TRANSMISIÓN DE LA BIBLIA

PROFESOR: DAVID BRONDOS

LECTURAS DE APOYO
Introducción a la Biblia Unidad 2: Los manuscritos y la transmisión de la Biblia

1. Lee la siguiente selección, tomada de Manuel de Tuya y José Salguero, Introducción a


la Biblia, Vol. 1 (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1967), pp. 418-11 y 432-37.
Como en la clase pasada, debes leer también las notas al pie de la página y consultar en
una Biblia por lo menos los pasajes que aparecen en letras negritas, sobre todo en las
notas al pie de la página. Asimismo, si hay términos desconocidos para ti en la lectura,
puedes buscarlos en un diccionario o en el internet si quieres.
Nuevamente, puedes accesar la Biblia en internet en www.biblegateway.com/versions
(ver donde están las versiones en español, y seleccionar “text” al lado de la versión que
deseas consultar). Para consultar pasajes de libros deuterocanónicos o apócrifos que no
estén en tu Biblia (como 2 Macabeos), en ese mismo sitio de internet, busca la versión
“Dios habla hoy” para el texto de estos libros. También puedes consultar estos libros en:
http://es.wikisource.org/wiki/Biblia_de_Jerusal%C3%A9n,_Edici%C3%B3n_1975.

_____________________________________________________________________________
El texto original de la Biblia
[Continuación de la lectura del capítulo anterior]
Las diferencias entre el texto masorético
[TM] y el Pentateuco samaritano1 son también
muy dignas de tenerse en cuenta. Se dan algunas
transposiciones: Ex 30:1-10 se lee después de Ex
26:35, y Ex 29:21 después de Ex 29:28. También
se dan algunas adiciones en el Pentateuco
samaritano: después de Ex 7:18, 29; 8:1, 19; 9:5,
19; después de Ex 20:17 y Deut 5:18 añade Deut
27:3-7. En Núm 10:12, 13, 20, 21, 27 se añaden
bastantes cosas tomadas de Deut 1:2-3. En
cambio, después de Deut 2:7 se añaden cosas
tomadas de Núm 20:14, 17. En Deut 27:4 el
Pentateuco samaritano pone tendenciosamente
monte Garizim en lugar de Ebal.
Entre el TM y el Pentateuco samaritano se da identidad substancial. Y aunque
las variantes entre ambos son numerosas, la mayoría son, sin embargo, de carácter

1
[Nota del editor: La numeración de las notas no corresponde al texto original debido a que es sólo
una selección] Los samaritanos son los descendientes de los colonos traídos por los reyes asirios
después de la destrucción de Samaria en 721 a.C. (cf. 2 Re 17:24). No se sabe desde cuándo
adoptaron el Pentateuco llamado samaritano, pero probablemente lo adoptaron ya en el siglo V a.C., o
al menos en el siglo IV, una vez que se separaron definitivamente de los judíos, erigiendo en 328 a.C.
un templo a Yahvé sobre el monte Garizim.

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ortográfico. Hay que tener en cuenta que los códices samaritanos más antiguos son
del siglo XIII o XIV d.C.
Varias fueron las causas que ocasionaron estas variaciones y diferencias: a) El
texto mismo de los libros del Antiguo Testamento estaba en este primer período como
fluctuando. Los mismos autores sagrados hicieron a veces varias ediciones o
redacciones de sus libros.2 No estaba, por lo tanto, todavía fijado el texto. b) Como el
canon aún no había sido cerrado, no todos consideraban como inspirados todos los
libros del Antiguo Testamento. De ahí que, al
transcribir el texto, no se procediese con tanta
diligencia como se solia hacer con los Libros
Sagrados. Esto explica bien el que se hayan podido
introducir errores involuntarios y también cambios
voluntarios introducidos por los amanuenses para
conformar el texto a sus ideas. c) También debieron
de influir en las variaciones del texto las
perturbaciones públicas, como el cisma de las diez
tribus del norte, el destierro babilónico, que debió de
desperdigar los Libros Sagrados, y la persecución
religiosa de Antioco Epífanes, el cual, en su furor
contra los judíos, llegó hasta quemar sus Libros
Sagrados. . . .3
2. El texto sagrado desde el siglo I d. C. hasta el siglo VI d. C.—El segundo
período de la historia del texto hebreo del Antiguo Testamento se caracteriza por la
fijación definitiva del texto. Se elige una recensión y se eliminan las variantes,
quedando así fijado un texto uniforme que prevalece sobre los demás y se propaga
rápidamente. Esto fue obra primeramente de los Sóferim o escribas4 y será
perfeccionado por los masoretas.

2
Esto parece deducrise de las palabras de Jer 36:2-4, 28, 32, y de algunas diferencias existentes
entre el texto de los LXX y el TM.
3
El 2 Macabeos 2:13 nos dice que Nehemías había reunido una biblioteca, poniendo en ella los
Libros Sagrados. Por Neh 8-10 sabemos cuánto había trabajado Esdras por los Libros Santos.
Tambien el 4 Esdras 14:18-47 nos refiere cómo Esdras, con auxilio especialísimo de Dios, había
logrado restablecer los Libros Sagrados perdidos con motivo del destierro. El 1 Macabeos 1:59-60
narra que los partidarios de Antíoco Epífanes cogían todos «los libros de la Ley que hallaban, los
rasgaban y echaban al fuego. A quien se le hallaba un libro de la alianza en su poder y observaba la
Ley, en virtud del decreto del rey, se le condenaba a muerte». Por lo cual fue necesario todo el celo y
cuidado de Judas Macabeo para poder «reunir todos los libros dispersos por la guerra» (2 Mac 2:14).
4
Los Sóferim, del hebreo sofer = «contar», eran los escribas o doctores de la Ley, de los que se habla
con frecuencia en los Evangelios. Su institución debe remontar a la época de los Macabeos (hacia 150
a.C.). Se dedicaban al estudio y a la enseñanza de la Ley. Después de la destrucción del templo (año
70 d.C.) se dedicaron con mayor intensidad al estudio de la Ley, primero en Yamnia y después de
Tiberíades, dando así comienzo a la famosa escuela tiberiense.

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Hoy día es bastante frecuente entre los autores el admitir que a finales del siglo I
fue fijado definitivamente el texto sagrado del Antiguo Testamento juntamente con el
canon de los Libros Sagrados. Esto es confirmado por la uniformidad del texto hebreo
que emplearon los traductores griego-judíos del siglo II, Aquila, Símmaco y Teodoción,
por las citas del Antiguo Testamento que encontramos en el Talmud y en los
Midrashim,5 y por las obras de Orígenes y de San Jerónimo. 6 Sin embargo, no consta
con plena certeza histórica que todos los textos hebreos posteriores al siglo I d.C.
deriven de un texto único fijado en el sínodo de Yamnia por los rabinos judíos
presididos por Rabbi Aquiba (hacia el año 100 d.C.). El hecho de que el texto
masorético difiera bastante del texto hebreo usado por los Setenta, que a veces
parecen representar una transmisión más pura y genuina del texto original, y la
confrontación con los textos bíblicos hebreos encontrados en Qumrán 7 nos llevan a la
conclusión de que ya en tiempo de Cristo,8 y tal vez antes, había sido fijado el texto
hebreo que después se convertirá, con poquísimas alteraciones, en el texto
masorético.
En este segundo período, los Tannaim, o expositores de
la Mishna, y los Amoraim, o talmudistas, continuaron la obra de
sus predecesores los Soferim. Entre otras cosas dividieron el
texto sagrado en versículos, poniendo al final de cada libro el
número total de éstos. Sobre esta división se basará la que
más tarde hará Santes Pagnino († 1541). Se dieron también a
la obra de corrección. Cuando se trataba de corregir ciertas
lecturas falsas, ponían un pequeño círculo o estrella sobre la
palabra errónea, y al margen señalaban la lección que era
según ellos preferible mediante las palabras Kethib (= «lo que
está escrito») y Qeré (= «lo que ha de leerse»).9
3. El texto hebreo desde el siglo V hasta el X d. C.—
El tercer período está consagrado a la restitución y fijación de la lectura auténtica y
genuina del texto sagrado. Como la pronunciación de la lengua hebrea se iba
perdiendo cada vez más, los rabinos de la Escuela tiberiense inventaron un sistema de

5
Cf. H. L. STRACK, Prolegomena critica en V.T. hebraicum (Leipzig 1873) 91-111.
6
Cf. F. X. WUTZ, Die Transkriptionen von der Septuaginta bis zu Hieronymus (Stuttgart 1925).
7
Los dos rollos de Isaías (1QIsA, 1QIsB), de fines del siglo I a.C., presentan una maravillosa
conformidad con el TM, principalmente el 1QIsB. Las diferencias son casi siempre de carácter
ortográfico, sin importancia mayor. Esto demuestra la antigüedad y la bondad de la tradición hebraica
en cuanto al texto sagrado.
8
La frase de Jesús «ni un yod ni una tilde pasará de la Ley sin que se cumpla» (Mat 5:18), parece
referirse al respeto que los judíos profesaban por el texto sagrado. Los escritores judíos del siglo I y
siguientes afirman que nadie se atrevería a tocarla o modificarla (cf. EUSEBIO, Praep. evang. 8:6; MG
21:600s).
9
Cf. A. VACCARI, De Textu, en Institutiones Biblicae I n.27.

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vocalización con el fin de determinar con exactitud la pronunciación de cada palabra.10


Los signos vocálicos inventados por los maestros de la Escuela tiberiense fueron
introducidos en la Biblia hebrea entre el siglo V y el VII d.C., pues San Jerónimo dice
expresamente, a fines del siglo IV, que en su tiempo el texto hebreo no tenía signos
vocálicos.11 Por otra parte, en el siglo IX, Mar Natronai II, que fue «gaón» 12 entre los
años 859-909 d.C., atribuye la invención de los signos vocálicos a los legisperitos y
escribas del tiempo de Cristo. Esta afirmación supone que ya en aquel tiempo se
consideraba la invención de los signos vocálicos tan antigua, que incluso se había
perdido el recuerdo de sus inventores. . . . 13
Además de inventar los sistemas de vocalización, los rabinos tiberienses se
dedicaron con ahínco a recoger las advertencias y las anotaciones críticas referentes
al texto sagrado que habían recibido de sus antecesores. Muchas de estas
observaciones críticas se habían transmitido
oralmente durante siglos. De este modo nació
una colección de anotaciones críticas, una
especie de aparato crítico, que se llamó
masora. Esta palabra parece que significa
tradición.14 De manera que masora valdría
tanto como colección de observaciones
críticas tradicionales del texto hebreo de la
Biblia. Los que llevaron a cabo esta obra de
colección fueron llamados masoretas. La obra
de los masoretas fue esencialmente conser-
vativa, pues la finalidad por ellos perseguida
era la exacta preservación del texto bíblico, tal
como les había llegado. Y, en efecto, lograron
su objetivo, consiguiendo formar un texto que
en los siglos posteriores permanecería casi
inmutable. El texto hebreo obtenido siguiendo
10
Cf. M. RODRÍGUEZ-G. GÓMEZ DORADO, Manual de hebreo y arameo bíblicos (Madrid-Barcelona
1951), n.2-8.
11
San Jerónimo en el Com. de Jer., dice: «Verbum hebraicum, quod tribus litteris scribitur, daleth beth
et res (vocales enim in medio no habet) pro consequentia et legentis arbitrio, si legatur dabar,
sermonem significat; si deber, mortem; si dabber, loquere» (In Jer 9:22; ML 24:745; Epist. 73 ad
Evangelum n.8; ML 22:445).
12
Gaón era el nombre que se daba a los presidentes de las academias judías en Babilonia en los
siglos VII-X.
13
Cf. A. LOISY, Histoire critique du texte et des versions de la Bible (Amiéns 1892) 165; FR. BUHL,
Kanon und Text des Alten Testaments (Leipzig 1891) 209-211.
14
Masorah es un sustantivo femenino que proviene del verbo masar = «transmitir», «enseñar». Sería,
pues, la tradición, la enseñanza, recibida de los antepasados. Algunos autores derivan masora del
verbo ‘asar = «ligar», «atar».

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las normas de la tradición judía, y dotado de signos vocálicos, de acentos, de puntos y


de notas críticas, introducidas por los masoretas, se llamó texto masorético. Será en
adelante el solo texto auténtico que poseerá la sinagoga y la Iglesia cristiana. . . .
* * * * *
[Continuación de la lectura de la clase pasada.]
I. EL TEXTO GRIEGO DEL NUEVO TESTAMENTO
2. Material de escritura.—En el siglo I d.C. el material más corriente para
escribir era el papel de papiro, porque era más económico que el pergamino, ya en uso
por aquella época. Esto nos lo demuestran los numerosos fragmentos de papiro
encontrados en Egipto, que, por otra parte, son un testimonio evidente del uso casi
exclusivo del papiro para escribir el texto sagrado en los primeros siglos de la Iglesia.
Pero como el papiro era muy frágil y duraba poco tiempo,15 no es de extrañar que los
autógrafos y los primeros ejemplares de los Libros Sagrados del Nuevo Testamento
hayan desaparecido bastante pronto. La poca consistencia y duración del papiro hizo
que fuera aumentando el uso del pergamino, de modo que desde el siglo IV el uso del
pergamino se hizo más común que el del papiro. Esto nos lo atestiguan los códices
más antiguos que poseemos: el B (Vaticanus), el S (Sinaiticus), el A (Alexandrinus), y
el mismo San Jerónimo.16 Casi todos los códices que poseemos anteriores al siglo X
están formados por hojas de pergamino.17 El uso del papel ordinario comienza en
Europa en el siglo X, pero no logró suplantar al pergamino hasta la invención de la
imprenta.18
A veces por razones
económicas se llegó, princi-
palmente en los siglos VIII-XII, a
raspar o lavar las hojas de
pergamino ya escritas para escribir
sobre ellas otra cosa distinta. Por
este motivo se ha dado en llamar a
estos códices palimpsestos19 o
rescritos. En muchos casos se ha
logrado recuperar el texto primitivo
por procedimientos químicos o

15
Cf. PLINIO, Hist. Nat. 13:83.
16
Cf. Epist. 34:1; De viris illustr. 113: ML 22:448; 23:707.
17
Una de las pocas excepciones es el papiro Bodmer, del siglo III.
18
Cuando los árabes tomaron Samarcanda (Turquestán ruso) aprendieron allí el arte de fabricar el
papel, que después difundieron por el Occidente.
19
Proviene este término del griego pálin = «de nuevo», y psao = «raspar», De donde: «raspado de
nuevo».

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fotográficos.20 Entre los muchos códices palimpsestos que han llegado hasta nosotros,
es famosísimo el códice C, es decir, el Codex Ephraemi rescriptus, del siglo V. En el
siglo XII fue raspado el texto bíblico para escribir sobre él las obras de San Efrén en
traducción griega.21
El formato ordinario de los libros hechos con hojas de papiro era el de volumen o
rollo. La forma de códice era rara en los papiros pero muy común en los pergaminos. Y
como resultaba mucho más cómoda que el rollo, se fue imponiendo poco a poco hasta
quedar como la única forma corriente de libro.22
3. Forma de la escritura y de las letras.—La forma
que revestían las letras en la antigüedad—si nos atenemos al
testimonio de los códices—era doble: escritura uncial y
cursiva. La escritura uncial [a la izquierda} podía ser continua
o separada, y se parecía mucho a la escritura capital
empleada en las inscripciones de monumentos o en la
acuñación de monedas. Era, pues, una escritura mayúscula,
que se diferenciaba de la capital en que ciertas letras
presentaban una forma más redondeada y menos lineal.
Estuvo en uso casi exclusivo en los códices de pergamino
hasta el siglo IX,23 en el que empezó a ser sustituida por la
escritura cursiva derivada de la uncial.
La escritura cursiva [a la derecha] era empleada en los escritos de la vida
ordinaria, como cartas, papeles de negocios, invitaciones, contratos, etc. Su forma era
de caracteres minúsculos. Esta escritura
minúscula comenzó a usarse en el siglo
IX, y su uso fue creciendo hasta la
invención de la imprenta. En el siglo XI ya
era la escritura minúscula casi la única
que se empleaba.24 Sin embargo, la
uncial todavía se encuentra en los libros
litúrgicos en el siglo XI y aun después.

20
En el arte de recuperar los textos primitivos por el arte fotográfico se han distinguido los PP.
Benedictinos de Beuron, entre los que es digno de recordar Dom Albano Dold. Cf. A. VACCARI, I
palinsesti biblici di Beuron: Bi (1930) 231-235.
21
Otros códices palimpsestos son: el Guelferbytanus (P-Q), Nitriensis (R), Neapolitanus Borbonicus II,
C. 15 (Wb), Sangallensis (Wc), Dublinensis (Z), Vaticanus 9671, etc.
22
Cf. O. BERTOLINI-L. BANTI, Codice del libro, en Enciclopedia Italiana, de TRECCA-N 1:10 (1931)
676; G. SACCO, La Koine del N.T. e trasmissione del sacro testo (Roma 1928) 157.
23
Cf. A. PRATESI, Onciali e semionciale scritture, en Enciclopedia Catolica 9 (1952) 125-130.
24
Cf. W. H. P. HATCH, Facsimiles and Descriptions of Minuscule Manuscripts of the N.T. (Cambridge
1951); A. PRATESI, Minuscola scrittura, en Enciclopedia Cat. 8 (1952) 1059-62.

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Los códices bíblicos se dividen por razón de la forma de las letras en unciales y
minúsculos o cursivos. Casi todos los unciales son de pergamino, y los minúsculos
también lo son en su mayoría.
La escritura uncial y la cursiva antiguas ordinariamente eran continuas, es decir,
se escribían sin intervalo o separación de una palabra de otra. Además, en aquellos
remotos tiempos no se empleaban los acentos ni las puntuaciones.... En los códices
antiguos también se encuentran abreviaciones o abreviaturas de las palabras que
aparecen con mayor frecuencia, principalmente de los nombres sagrados, como ΘC =
Theos [Dios], IC = Iesous [Jesús], KC = Kyrios [Señor], XC = Christos [Cristo]. En los
códices minúsculos las abreviaturas son más frecuentes. A veces dan motivo a
errores.
4. División del texto sagrado.—Desde los
primeros siglos de la era cristiana existía una
división de los libros del Nuevo Testamento en
secciones o capítulos, como nos lo atestiguan
diversos Padres.25 La razón que motivó esta división
fue la lección pública en el culto divino, en el que se
solían recitar ciertas secciones en días ya bien
determinados.26
Los evangelios, en varios códices de los siglos
V y VI (A C N R Z), presentan esta división: Mt tiene
68 capítulos, Mc 48, Lc 83, Jn 17 ó 18; los Hechos
en el códice B están divididos en 36 capítulos, y lo
mismo sucede en el códice S (Sinaítico); sin
embargo los Hechos en los demás códices
presentan de ordinario una división en 40 capítulos.
Hay muchos autores que atribuyen esta división a
Eutalio, diácono alejandrino (s. IV), que, según
testimonios antiguos, había dividio las epístolas
paulinas y las católicas en 147 capítulos.27 . . .
La división actual del Antiguo y Nuevo Testamento en capítulos28 fue hecha por
Esteban Langton, arzobispo de Canterbury († 1228), sobre el texto latino de la
Vulgata.29 De la Vulgata pasó al texto hebraico de la Biblia Bombergiana y al texto

25
CLEM. ALEJANDRINO (MG 9:517), TERTULIANO (ML 1:1290), SAN DIONISIO ALEJ. (MG20:697).
26
Cf. SAN AGUSTÍN, Prol. in Epist. Ioannis ad Parthos.
27
Cf. F. C. CONYBEARE, The Date of Euthalius: ZTNW 5 (1904) 39-52.
28
Cf. H. B. SWETE-R. R. OTTLEY, Introduction to the O.T. in Greek (Cambridge 1914) 342-358; E.
JACQUIER, Le N.T. dans l’Église chrétienne. II: Le Text du N.T. (París 1913) 46-59.
29
La división del arzobispo de Canterbury se encuentra en el códice latin 14417de la Biblioteca
Nacional de París, fol. 125a-126b. Cf. O. SCHMID, Ueber verschiedene Einteilungen der Heiligen

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griego del Nuevo Testamento y de la versión de los Setenta. La distribución en


versículos, señalados con números, fue obra de Santes Pagnino, lucense († 1541),
que la introdujo en una nueva versión latina de entrambos Testamentos. Esta división
en versículos la conservó Roberto Stefano para el Antiguo Testamento; pero la del
Nuevo Testamento la sustituyó por otra, hecha por el mismo Roberto Stefano (año
1551).
______________________________________________________________________________

2. Lee también la siguiente selección, la cual es de Gonzalo Báez-Camargo, Breve Historia


del Texto Bíblico (México, D.F.: Ediciones Luminar, 1975), pp. 7-22, 24-26, 30-33, 37-46.
______________________________________________________________________________
El texto bíblico pasa en general, para ambos Testamentos,
por las mismas etapas históricas. Viene primero la de la
trasmisión puramente oral, muy corta en el caso del Nuevo
Testamento, de muchos siglos tratándose del Antiguo, como que
retrocede hasta antes de la invención de la escritura. La
occidental se origina hacia el cuarto milenio a. de C. en
Mesopotamia, Asia Menor, Egipto y Creta, y se facilita con el
invento del alfabeto, de origen semita, hacia el segundo milenio,
perfeccionado por los fenicios.
Por un tiempo, la trasmisión oral coexiste y predomina, en
paralelo con la incipiente trasmisión escrita, que al correr el
tiempo va imponiéndose a la primera. Aparecen los que
podriamos llamar escritos originales, que aprovechan tanto las
tradiciones orales como los documentos primitivos. Con ello se
van multiplicando las copias que, como hechas a mano, son
susceptibles de errores. Pero a la vez se entra en una etapa de
revisión, de anotaciones marginales explicativas, de cotejo de
copias existentes, de confluencia de tradiciones textuales,
incorporando las que se consideran de suficiente autoridad.
Es ésta una etapa en que el texto es fluido y en que se efectúa un proceso de
evaluación y selección, más o menos prolongado, de parte de los que usan las copias
que, por sus semejanzas o procedencia, van formando familias textuales. . . .
Al parejo de este sentir general, los guardianes oficiales de la fe, judaica en un
caso, cristiana en el otro, aportan su erudición y sabiduria. Al efecto, aplican su
discernimiento a las copias existentes que tienen uso preferente, y para su propia

Schrift, insbesondere über die Kapitel-Einteilung Stephan Langtons im XIII Jahrhundert (Graz 1892) 59-
91; A. LANDGRAF, Die Schriftzitate in der Scholastik um die Wende des 12 zum 13 Jahrhundert : Bi 18
(1937) 74-94.

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lectura y para el uso litúrgico van prefiriendo las que les parece que contienen la
tradición más pura. De esta manera se va llegando a la etapa en que se fija el que se
considera como texto más fiel, el texto autorizado oficialmente, comúnmente llamado
en latín textus receptus (literalmente, ―texto recibido‖ o ―aceptado‖).
La forma como se desemboca en tal texto es diferente, como veremos después.
La etapa que conduce a él, sin embargo, es más o menos de la misma duración para
el Antiguo que para el Nuevo Testamento, unos cuatro siglos. . . . De hecho, las
autoridades religiosas respectivas no han hecho más que oficializar el texto que la
comunidad de los creyentes, por implícito consenso, ha considerado el mejor, el que
más fielmente representa la inspiración divina.
Así, ambas comunidades, la judia y la
cristiana, profesan que el espíritu de Dios guió
no sólo a los escritores sagrados originales sino
también a los compiladores, revisores y
anotadores que produjeron el texto bíblico. Y
que además ha velado por su trasmisión, en
medio de las vicisitudes y riesgos propios de las
copias a mano, que ni la propia imprenta ni las
máquinas modernas de escribir eliminan
totalmente. Porque parece probado que en la
trasmisión manuscrita de tantos siglos, el texto
bíblico sufrió comparativamente mucho menos
que los manuscritos de otras grandes obras
clásicas de la antigüedad.
De manera que ni las variantes que aparecen en los mejores manuscritos
antiguos ni los pasajes que resultan inciertos u oscuros ni los errores, en muchos
casos evidentes, en que incurrieron los copistas, afectan el mensaje esencial de la
Biblia. Porque es notable que ninguna doctrina fundamental se basa en esos pasajes
inciertos, que desde luego están muy en minoría. Esto es particularmente seguro en el
caso del Nuevo Testamento. . .
* * * * *
Vista así, a vuelo de pájaro, la historia del texto bíblico, podemos ya entrar a
tratar, por separado y más en particular, aunque siempre a guisa de resumen, de la
historia respectiva del texto hebreo y del texto griego neotestamentario. Llamamos
solamente hebreo al del Antiguo Testamento, porque aunque tiene pasajes en arameo,
éstos son relativamente cortos, y se hallan, como quien dice, por excepción, sólo en
algunos libros: casi seis capítulos de Daniel (2.4b–7.28), dos pasajes de Esdras (4.8–
6.18), un versículo de Jeremías (10.11) y un nombre propio de dos palabras en
Génesis (31.47). Y al texto griego le llamamos neotestamentario para que no se
confunda con el de la versión griega llamada Septuaginta. También el Nuevo

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Testamento contiene algunas palabras y frases en arameo, pero se da con ellas su


traducción al griego.
El profesor Shemaryahu Talmón, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, ha
dicho del texto hebreo de la Biblia: ―Probablemente no hay ningún otro texto, antiguo o
moderno, testificado por tantos diversos tipos de fuentes, y cuya historia sea tan difícil
de elucidar como la del texto del Antiguo Testamento‖ (The Cambridge History of the
Bible, Cambridge University Press, 1970, vol. 1, pág. 161).
Tenemos, en efecto, como testigos muy importantes, las versiones antiguas,
primeramente la griega llamada Septuaginta (LXX), hecha en Alejandria entre los años
250 y 150 a. de C., aproximadamente; los tárgumes, versiones al arameo, como el de
Onkelos (siglo II ó III A. D.) y los del Seudojonatán, Samaritano y Palestino, los tres
probablemente del siglo I A.D.; las versiones griegas respectivamente de Aquila,
Teodoción y Símaco, del siglo II; las siriacas, especialmente la llamada Peshitta, siglo
II ó III; la llamada Vetus Latina (Latina Antigua), siglo II ó III y finalmente la Vulgata
(latín), de fines del siglo IV A.D. . . .
Hay también manuscritos hebreos antiguos, aunque relativamente escasos y
mayormente fragmentarios. El más extenso es el del Pentateuco, llamado Samaritano,
cuya tradición textual podria remontarse a los fines del siglo IV a. de C., si bien la copia
existente en Nablús data del siglo XI A.D. Hay fragmentos muy raros en papiro: los de
Exodo y Deuteronomio, del adquirido por W. L. Nash, en Egipto, en 1902, y que lleva
su nombre; data, según el erudito W. E. Albright, de la época macabea, y según otro
erudito, Paul Kahle, de mediados del siglo I A.D.
Otros fragmentos de manuscritos bíblicos que llamaron
mucho la atención, descubiertos en la segunda mitad del
siglo pasado en un depósito de manuscritos descartados,
llamado gueniza, de una vieja sinagoga del Cairo, datan al
parecer de fines del siglo X A.D., aunque hay autoridades
que suponen que algunos de ellos podrían datar del siglo
V A.D. Pero aparte de estos fragmentos, los manuscritos
hebreos más antiguos que se conocían hasta 1947 eran
los llamados Códice Cairense, Códice de Aleppo y Códice
de Petersburgo, de fines del siglo X A.D., y el Códice
Leningradense, del siglo XI A. D.
Se comprende la sensación que causó el accidental
hallazgo, iniciado en la primavera de 1947, y continuado
en años posteriores, de los rollos llamados de Qumrán o
del Mar Muerto, que incluían uno prácticamente completo
de Isaías y numerosos fragmentos de todos los libros del Antiguo Testamento, con
excepción de Ester. Algunos de ellos datan de fines del siglo III a. de C. Los más
recientes son del siglo I de nuestra era, antes del año 70. O sea que, salvo el Papiro

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Nash, se estaba en presencia de copias por lo menos unos 1,000 años más antiguas
que las que poseíamos.
Tan pronto como fue posible, pues hasta 1949 hubo un estado de guerra
caliente entre el nuevo Estado de Israel y sus vecinos árabes, eruditos judíos, católicos
y protestantes colaboraron en el cotejo de los nuevos manuscritos con el texto que
podríamos llamar oficial, basado en los códices medievales antes mencionados. Sin
esperar los resultados de este estudio experto, el
amarillismo periodístico se apoderó del tema.
Algunos comentarios precipitados crearon la
impresión de que los rollos de Qumrán
representaban un texto tan diferente del
conocido hasta entonces, que habría que
rehacer por completo el Antiguo Testamento.
Lo cierto es que, aunque los manuscritos
de Qumrán ofrecen multitud de variantes,
comparados con el texto conocido, y en muchos
casos esas variantes han servido para aclarar
puntos dificiles del texto hebreo, no son tan radicales que se imponga una completa
sustitución. Los eruditos han llegado a un consenso, por más que todavía se oye una
que otra voz que disiente, que es el expresado por una de las autoridades bíblicas
protestantes que más a fondo estudió el caso: el doctor Millar Burrows, y que dijo,
refiriéndose al rollo principal, el mayor de Isaías: ―En términos generales confirma la
antigüedad y autenticidad del texto masorético. Donde se aparta del texto tradicional,
éste es usualmente preferible‖. En términos generales puede decirse lo mismo de los
demás.
El texto tradicional o masorético mencionado por el doctor Burrows es el que ha
servido de base general a las versiones antiguas, y es al que se han apegado las
versiones modernas. ―Masorético‖ significa precisamente tradicional. Masoreth o
masoráh, en hebreo, quiere decir ―tradición‖. A los sabios judíos que velaron
escrupulosamente por conservar libre de alteraciones el texto tradicional se les
denomina por ello masoretas. . . .
El problema capital en la historia del texto hebreo, mucho más serio y
complicado que en el caso del texto griego del Nuevo Testamento, es trazar con
alguna seguridad el camino que se siguió para arribar al texto masorético, el cual
quedó establecido oficialmente hacia fines del siglo I de nuestra era. Es decir,
establecido en su primitiva forma consonántica. Porque el hebreo se escribía
originalmente sólo en consonantes. Siendo lengua hablada se suponia que los lectores
sabían con seguridad pronunciar correctamente cada palabra. La vocalización, que se
hizo imperativa cuando el hebreo dejó de hablarse corrientemente, y labor también de
los masoretas, se desarrolló hasta quedar fijada en su forma actual durante los siglos

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VIII al X de nuéstra era. (Es interesante que el hebreo moderno, lengua oficial del
Estado de Israel, ha vuelto a prescindir de la vocalización escrita.)
No se ha descubierto hasta hoy, y es casi seguro que no exista, ningún
manuscrito original, propiamente dicho, como quien dice, autógrafo. (Y esto es verdad
también por lo que toca a los escritos del Nuevo Testamento.) Ni siquiera sabemos con
precisión la fecha en que se escribieron los perdidos originales. Tampoco puede
discernirse con completa certeza en qué casos el personaje cuyo nombre lleva un libro
lo escribió o dictó él mismo. Tal cosa es al parecer probable sólo en casos contados.
Por ejemplo, Esdras, Nehemias, Amós, quizá Ezequiel, Jeremias por lo menos en
partes, pues se menciona su empleo de un amanuense: Baruj Ben Neriyáh. En la
redacción de los libros históricos, y obviamente en casos como los de Salmos y
Proverbios, intervienen varios autores, compiladores y revisores.
La etapa de trasmisión oral dura siglos, y en general la transición a la etapa en
que empieza a predominar la trasmisión escrita comienza durante la cautividad
babilónica, hacia mediados del siglo VI a. de C., y se intensifica al regreso, muy
especialmente, según la tradición, bajo la dirección y ejemplo de Esdras. Esa actividad
continúa hasta fines del siglo IV, dependiéndose cada vez más de la trasmisión escrita.
Pero todavía es el periodo que podríamos llamar de prehistoria del texto. Su historia
propiamente dicha, cuando ya puede hablarse de una etapa formal de trasmisión casi
exclusivamente escrita, comienza hacia el año 300 a. de C.
Las copias hechas hasta entonces de los
escritos sagrados ya existentes, que son casi
todos, se han perdido por completo. No ha
aparecido hasta hoy ninguna. Pero en la
misma Escritura hallamos indicios de cómo en
la formación de esos escritos, yendo hasta
épocas muy antiguas, convergen la tradición
oral y viejos escritos que sirven como fuentes.
A ellas pertenecen trozos poéticos primitivos,
como el Canto de Lémej (Gn. 4.23,24). Los
que sirvieron de consulta para la redacción del
Pentateuco, al lado de la tradición oral
mosaica básica, datarían quizá de fines del
segundo milenio y principios del primero.
Algunos de esos primeros registros escritos se mencionan por nombre en la
propia Biblia: el ―Libro de las Guerras de Yahvéh‖ (Nm. 21.14,15), el ‗Libro de Jaser‖
(Jos. 10.12-14), la ―Historia del profeta Iddo‖ (2 Cr. 9.29), las ―Crónicas del profeta
Natán‖ (íd.), el ―Libro de los Hechos de Salomón‖ (1 R.11:41), el ―Libro de las Crónicas
de los Reyes de Judá‖ (1 R.15.7) y el ―Libro de las Crónicas de los Reyes de Israel‖ (1
R. 15.31). (Estos dos últimos no deben confundirse con nuestros actuales lo. y 2o. de
Crónicas.). . . .

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Quizá durante el exilio se había comenzado también a reunir, revisar y compilar


materiales como los anales de los reyes, escritos de Amós, Oseas y Miqueas, oráculos
de Isaías coleccionados por sus discípulos, y lo que existía escrito de Jeremías y otros
profetas preexílicos. Y al regreso, durante el siglo V, se recogería lo de Ezequiel, los
profetas postexílicos, y las memorias de Nehemías y Esdras. Tal vez hacia el final del
siglo se completaría el Pentateuco, porque cuando ocurre el cisma de los samaritanos
(entonces o en el siglo IV), éstos se lo llevan ya a Samaria. Y entre los siglos IV y III se
recogerían, en términos generales, los demás escritos.
La formación del texto, como ya habíamos indicado, aunque diferente cuestión
que la del canon, va inseparablemente ligada a ésta. Los escritos, que en esa época
no están todavía formalmente oficializados, por decirlo así, comienzan a circular en
rollos por separado. No se había inventado todavía el códice, o sea, la forma
encuadernada del libro propiamente dicho. Sin embargo, ya en este siglo III a. de C.
hay por lo menos colecciones de rollos. La primera, como hemos visto, sería la de los
cinco libros llamados ―la Ley‖ (Toráh), o sea el Pentateuco.
Se iría formando una segunda colección, que llegaría a llamarse simplemente de
―los Profetas‖, que incluía los libros que hoy llamamos históricos, y se completaría
hacia el año 200. Más tardía en formarse
fue la colección de libros llamados
simplemente ―Escritos‖, en los cuales hubo
la subcolección llamada de los ―Cinco
Rollos‖, de los que tres: Cantares,
Eclesiastés y Ester sólo vinieron a
aceptarse como inspirados, después de
acalorados debates, en el Concilio rabínico
de Yabneh (o Jamnia), a fines del siglo I de
nuestra era, con lo cual se declaró cerrado
el canon hebreo.
Sin embargo, aunque no en hebreo sino en versión griega, hubo una colección
general que acabó de formarse a mediados del siglo II a. de C., a saber, la versión
Septuaginta. Incluía los libros llamados después ―apócrifos‖, palabra que
etimológicamente significa solamente ―ocultos‖, o no destinados a la lectura general —
lo que hoy llamaríamos ―esotéricos‖— y que los hebreos llamaban ―exteriores‖.
Sinónimo de ―apócrifos‖ es en hebreo guenuzim, literalmente ―guardados‖, o sea, no
para usarse en público. (Es interesante que en un principio el libro de Proverbios fue
considerado guenuzí, y que la profecía de Ezequiel estuvo a punto de ser declarada lo
mismo.) La Septuaginta, aunque por un par de siglos fue la Biblia de los judíos de
habla griega, no fue nunca declarada oficial por las autoridades del judaísmo.
Volvamos ahora al que antes mencionamos como el problema capital en la
formación del texto, o sea cómo se llegó al texto masorético oficial. Hubo un tiempo en
que predominó la teoría de que debió de haber un solo manuscrito original, que seria el

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arquetipo a que habrían de sujetarse todas las copias y que sería esencialmente el
texto masorético. Tuvo su auge en buena parte del siglo pasado. Aunque era ya
discutida, el descubrimiento de los rollos de Qumrán la hizo insostenible, porque en
ellos, no obstante su gran antigüedad, no se encuentra un texto enteramente uniforme.
Entre copias del mismo libro ocurren significativas diferencias.
Esto indica, fuera de duda, que hasta fines del siglo I de nuestra era, cuando los
rabinos convinieron en fijar, y de ahí en adelante, preservar escrupulosamente, una
sola redacción, que como ya dijimos fue primeramente la consonántica, el texto se
hallaba en estado fluido. No existía en rigor ningún textus receptus. Aun los rollos que
se utilizaban en los servicios del templo de Jerusalén hasta su destrucción en 70 A.D.,
y de los cuales se sabe por los escritos rabínicos que eran por lo menos tres,
representaban, según dichos escritos, diferentes tradiciones textuales.
Que no existiera un solo texto uniforme se explica, primero, porque el proceso de
copia a mano se prestaba a alteraciones involuntarias debidas a fallas del ojo, de la
mano o, cuando se copiaba bajo dictado, del oído. Otras alteraciones se debían a
asociación de ideas, ya que los copistas, sabiendo textos de memoria, propendian a
armonizarlos en pasajes paralelos, añadiendo lo que creían que faltaba. Otras
alteraciones eran conscientes, pues al hallar en una copia un pasaje difícil de
entender, el copista trataba de aclararlo, sea expandiendo el texto mismo o haciendo
una anotación al margen, que después otro copista introducía en el texto pensando
que había sido una omisión del copista anterior, y marcada después marginalmente.
Había también alteraciones deliberadas, hechas por motivos teológicos o de
reverencia a Dios. Por ejemplo, sustituyendo con un eufemismo alguna palabra o frase
que parecía muy cruda, o cambiando el pronombre personal cuando podía resultar una
alusión a Dios que el escriba consideraba que resultaría blasfema. Los eruditos
bíblicos han podido localizar estos casos, que son relativamente pocos, entre una y
dos docenas. Son las llamadas tiqquné soferim, ―enmiendas de los escribas‖ e itturé
soferim, ―omisiones de los escribas‖. . . .
Ya vimos que no obstante los 1,000
años o más, transcurridos entre los rollos
de Qumrán y los grandes manuscritos
medievales del texto masorético, y el
hecho de que dichos rollos representan
todavía el estado de fluidez del texto,
sustancialmente se trata de la misma
tradición textual. Tal hecho es un tributo
implícito a la escrupulosa vigilancia de los
masoretas en la conservación de ese
texto. Con el tiempo inventaron un sistema
de vocalización y de notas al lector para
asegurar la pronunciación cuando ya el

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hebreo no era lengua común hablada. Llegaron al punto de contar las palabras y hasta
las letras de todo el Antiguo Testamento, para precaverse contra alguna omisión
accidental, amén de otras precisiones que nos parecen ahora meras curiosidades,
pero que indican su celo por la fidelidad de la trasmisión. . . .
Con la invención de la imprenta la trasmisión del texto hebreo se ha hecho más
segura. El primer texto hebreo impreso fue el de los Salmos, hecho en Italia (1477),
posiblemente en Bolonia. Siguió el A.T. completo, impreso en Soncino, también Italia,
en 1488. El cardenal Cisneros incluyó el texto hebreo en su famosa Poliglota
Complutense, Alcalá de Henares, de 1514 a 1517. Daniel Bomberg, Venecia, 1516-17
fue el editor de la primera impresión con vocales, en cuatro volúmenes; su segunda
edición (1524-25), preparada por el erudito judío Jacob Ben Jáyim, fue el textus
receptus judío hasta 1929. . . .
* * * * *
. . . Comienza la etapa en que se intensifica la multiplicación de copias de los
escritos que ahora forman el Nuevo Testamento. Circulan primero, como sucedía con
los del Antiguo, en rollos por separado o en hojas sueltas de papiro. Pero con ellos
empiezan a formarse colecciones, la primera, al parecer, de las cartas paulinas. Más
tarde quizá la de los Evangelios. Hacia fines del siglo II los cristianos adoptaron la
forma de códice, hojas escritas encuadernadas como libro, sistema que había
empezado a emplearse en el siglo I y que acabó por sustituir a los rollos y las tabletas
como material de escritura. Y parece que los primeros códices cristianos fueron de los
cuatro Evangelios, de los Evangelios y Hechos, de 10 epístolas paulinas, y de las 13
epístolas de Pablo. Fue ya bien entrado el siglo III cuando aparecieron códices con
todo el Nuevo Testamento, y tal vez con toda la Biblia.
Igual que en el caso del A. T. no hubo durante siglos
un textus receptus del Nuevo. La libre multiplicación de
copias dio lugar también a la formación de familias textuales
que, como en el caso del texto del Antiguo Testamento, se
fueron formando en torno de ciertos centros de erudición
bíblica cristiana. Se señalan así por lo menos tres principales
tipos de texto: el alejandrino, el llamado oriental, emanado
de Cesarea y Antioquía, y el llamado occidental, que se
desarrolló en Africa, Italia y Galia. El alejandrino, también
llamado por algunos eruditos ―neutral‖, es el que se
considera generalmente como mejor conservado.
A diferencia del texto del A. T., del Nuevo Testamento
existe una rica y variada abundancia de manuscritos. Son de tres clases: papiros, los
más antiguos, códices unciales o sea escritos con mayúsculas, y códices en
minúsculas. De los papiros, que consignan partes más o menos extensas del N.T., hay
dos colecciones famosas: la adquirida por Chester Beatty en 1930-1931, existente en

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Dublín, y la de Martín Bodmer, adquirida en 1955-56, actualmente Ginebra. Se


identifican con una p (gótica) y un número.
Son tres los papiros más famosos, el p 52 (Beatty) con fragmentos del Evangelio
de Juan, probablemente de la primera mitad del siglo II, aunque hay erudito que cree
que es de fecha entre 98 y 117 A. D. En todo caso, prueba la antigüedad del
Evangelio, refutando teorías anteriores de que databa, cuando muy temprano, de la
segunda mitad del siglo II. Los otros dos papiros importantes son el Bodmer p 66,
también con fragmentos de Juan, de hacia el año 200, y el Bodmer p 75, de principios
del siglo III, con fragmentos de Lucas y de Juan.
Los códices unciales más importantes son el Sinaítico (álef), único de todo el
N.T. y con partes del A., del siglo IV, descubierto en 1844; el Vaticano (B), también de
este siglo, de cuya existencia se sabía desde el siglo XV, pero no dado a conocer
hasta 1889, con fragmentos de toda la Biblia, incluso de algunos Apócrifos, y el
Alejandrino (A), con el A.T. y casi todo el N.T. . . .
Testigos valiosos, pero naturalmente secundarios,
son versiones antiguas como la Vetus Latina, que del N. T.
contiene sólo fragmentos, la Antigua Siriaca, en que
hallamos los cuatro Evangelios, la Peshitta y sobre todo la
Vulgata. De sumo valor, especialmente por su antigüedad,
son las citas neotestamentarias que se encuentran en los
primitivos Padres de la Iglesia, tanto griegos como latinos.
Otro testimonio valioso es de los leccionarios, o sea
colecciones de pasajes selectos del Nuevo Testamento
para la lectura pública en los cultos. Aunque pertenecen a
la época bizantina, relativamente tardía, son importantes
porque, dado el carácter conservador y más o menos fijo
de la liturgia, pueden representar una tradición textual
comparativamente antigua. . . .

* * * * *
Con el resurgimiento de las humanidades clásicas y del estudio del griego
antiguo, que el Renacimiento trajo consigo, vino también un gran florecimiento
escriturístico. Bajo la influencia de eminentes humanistas como Lorenzo Valla y
Erasmo, que era a la vez el primer helenista y escriturista de su tiempo, y de otros, se
hizo destacar la anormalidad, porque eso era, de que se estuvieran haciendo
retraducciones del latín de la Vulgata, en vez de traducciones directas de los textos
hebreo y griego de la Biblia a las lenguas modernas. Dramáticamente, Santos Pagnini
llevó la cuestión al punto de producir una versión del A. T. directa del hebreo al latín
contemporáneo, la cual Reina utilizó mucho en su versión.

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Por supuesto, para el hebreo había la ventaja de tenerse a mano el texto


masorético, celosamente preservado. Pero no sucedía lo mismo con el griego. Si iban
a hacerse en adelante versiones del N.T. directamente del griego, era imprescindible
que de la masa de copias entonces disponibles surgiera un texto que sirviera de base.
Fue Erasmo el que acometió con tanta bravura como
competencia esa hercúlea tarea. Pero tropezó con una
grave limitación. No pudo disponer de más de media
docena de manuscritos, de los que los dos principales
no eran anteriores al siglo XII, y para peor suerte,
ninguno completo, al punto de tener él que retraducir
del latín los últimos seis versículos del Apocalipsis. Su
texto se editó en 1516, y sigue la tradición textual
bizantina.
Como en algunos respectos aparecía
apartándose de la sacrosanta Vulgata, el texto de
Erasmo sufrió rudos ataques. Ciertamente por lo
apresurado de la publicación estaba plagado de
erratas. La segunda edición, 1519, corrigió muchas de
esas fallas accidentales. Pero la acusación más ruda
era que se había atrevido a ―mutilar‖ la Sagrada Escritura omitiendo en 1 Jn. 5.7, 8, lo
que se ha llamado el comma juanino —la frase: ―en el cielo: el Padre, el Verbo y el
Espíritu Santo; y estos tres son uno. 8Y tres son los que dan testimonio en la tierra‖—
que aparecería después en la edición clementina (1592) de la Vulgata.
Erasmo se defendió diciendo que no hallaba esa porción en ningún manuscrito
griego. Exasperado porque este argumento no parecía convencer a nadie, y se le
continuaba anatematizando, en un estallido de disgusto prometió que si se le mostraba
un solo manuscrito que contuviera esa frase, la insertaría en la siguiente edición. Y
sucedió que justo en 1520 apareció un manuscrito en Dublín que la contenía. Todavía
se enseña ahí en el Trinity College. Fiel a su precipitada promesa, Erasmo la insertó
en su tercera edición, 1522. Pero en una apostilla expresa sus sospechas de que el tal
manuscrito fuera una falsificación ex profeso.
En realidad, cuando se descubrieron, después de Erasmo, los grandes códices
Sinaítico, Alejandrino y Vaticano, mucho más antiguos y autorizados, y se han
examinado otros muchos códices, tanto unciales como de minúsculas, versiones
antiguas, incluyendo ediciones de la Vulgata anteriores a la clementina, citas de
Padres de la Iglesia de los más notables, entre ellos el propio San Jerónimo y
leccionarios, queda plenamente probado que el sabio humanista holandés no estaba
haciendo otra cosa que suprimir una interpolación tardíamente introducida en el texto
latino. En cuanto al famoso ―códice‖ de Dublín, autoridades modernas como Rendell
Harris y C. H. Turner sustentan la probabilidad de que haya sido forjado en Oxford por
un franciscano de nombre Froy o Roy, que retradujo al griego la debatida frase que se

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había introducido en la versión latina (cit. por B. M. Metzger. The Text of the New
Testament, Oxford University Press, 1964, pág. 101). . . .
Del siglo XVI en adelante van apareciendo nuevos y
más valiosos manuscritos griegos, con lo cual se imponen
revisiones cada vez más a fondo del llamado textus
receptus. En 1637, el Patriarca de Constantinopla obsequia
con el gran Códice Alejandrino a Carlos I de Inglaterra. Ni
tardo ni perezoso, el escriturista inglés Brian Walton se da a
estudiarlo, con otros 13 nuevos manuscritos, y en 1657
publica su Biblia Políglota, anotando en ella las variantes
principales halladas en esos antiguos documentos. Y así se
inicia la fructífera etapa de ediciones del texto griego que van
acompañadas de aparatos críticos, más o menos extensos,
en que se indican las variantes más notables y el códice o
códices en que se originan. . . .
Lo que ha sucedido simplemente es que el textus receptus ha dejado de ser
considerado como el de mayor autoridad y como el que debe seguirse rigurosa y
totalmente como base de las traducciones. Esto se debe, en primer lugar, al gran
número de manuscritos descubiertos después de la época en que el textus receptus
tomó cuerpo; en segundo, al considerable progreso obtenido en lo que va del presente
siglo en el estudio comparativo de esos documentos y de los demás testigos del texto,
tales como los escritos de los Padres de la Iglesia y los leccionarios; en tercero, al
notable desarrollo de las técnicas científicas de evaluación de documentos, y de la
filología y la arqueología bíblicas. . . .

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