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“Conócete a ti mismo”.

Sócrates ante el jurado que lo condenó a


muerte, insistió en que él sólo se dedicaba a buscar razones y al parecer
decía ser experto en amor. Platón fue un brillante discípulo de Sócrates,
quien traslado una visión del hombre interpretada a nuestra manera y
es: el hombre es un ser espiritual capaz de comprender, en cierto
modo las ideas eternas, que son la esencia de las cosas. La
realidad auténtica. La naturaleza material o corpórea del hombre
no es más que una imagen de su esencia, inaccesible a los ojos de
la carne. Pero el hombre en su caída, ignora su propia naturaleza y
se identifica con un trozo de carne mortal, desatendiendo lo más
importante que hay en él: la verdad y la justicia.

El cochero del carro que es la inteligencia debe de conducir a los dos


caballos el de la voluntad y el de los deseos. Pero el hombre por
ignorancia se identifica con su peor parte: las pulsiones racionales y
egoístas, y deja de gobernarse a sí mismo.
Para una visión intelectiva, la educación es una visión esencial de la
vida, que se identifica con la vida misma. La educación es el proceso
por el cual salimos de la ignorancia. Nos damos cuenta de que una vida
sin reflexión es una vida ilusoria y buscamos en la medida de lo posible
comprender nuestra naturaleza esencial y la del resto de las cosas. En
ese camino las personas llegan a saber y ser quienes son.
La labor del educador consiste en ayudar a cada persona a que
descubra ese conocimiento esencial que posee en sí mismo de manera
innata. No se trata introducir en su mente vacía y por la fuerza cosas
ajenas que no estaban, sino más bien limpiar de escorias una mente
inconsciente de su propia sabiduría. Esto implica la necesidad de un
diálogo amistoso o amoroso en el que el educando, que es el principal
protagonista, tiene que estar comprendiendo la visión y su importancia
vital y asintiendo cuando entiende o preguntando cuando duda. Solo
bajo un estado de amor, de amor por el saber, puede haber verdadera
educación. Y esto es así aunque sea un diálogo con uno mismo. Platón
decía que pensar es dialogar con uno mismo. Ninguna educación
mecánica, memorística, repetitiva puede enseñar nada. La educación
debe apelar a la capacidad racional. El maestro preguntará mediante
preguntas las insuficiencias de las creencias del alumno o de uno mismo
y esto purificará a uno de su ignorancia. A partir de ahí podrá buscar el
conocimiento auténtico mediante la dialéctica, es decir, el razonamiento
acerca de las diversas opciones de respuestas. No se puede a nadie
durante el proceso educativo culparle de su ignorancia, ni de su maldad,
como tampoco alabarle por su sabiduría. Cada uno actúa según su
mejor parecer y si alguien quiere cambiar sus actos, primero debe de
cambiar sus convicciones. Si el alumno no disfruta con las enseñanzas
del maestro, es porque no las entiende. Eso implica que el maestro no
las presentó adecuadamente, tampoco puede ponerse el centro de la
educación en los sentimientos intentando comprar la inteligencia,
aunque hay que pensar que los sentimientos deben de estar en armonía
con la razón. Esto se expresa en la tesis Socrático – Platónica optimista
de que solo lo justo es feliz- es preferible sufrir daños a infringirlos,
porque cuando te dañan tu dignidad queda intacta, pero cuando dañas
es la mejor parte de ti la que sufre.
Las objeciones o críticas que se le hacen a esta concepción es poner el
acento fundamentalmente en la capacidad racional que desestima las
otras facultades de los otros aspectos psíquicos como la voluntad y las
emociones.
Si solo hacemos lo que creemos correcto, entonces parece que no
somos libres ni responsables de nuestros actos y para el sentido común
las personas no actuamos así, sino que nos consideramos
responsables y culpables por hacer el mal a sabiendas. Esta teoría
choca con el sentido común. El Socrático contestará que una de las
principales ignorancias consiste en que hacemos el mal a propósito. El
arrepentimiento se da cuando comprendemos que no se debe hacer
eso y no porque nos equivocamos. Esta es una moral muy difícil de
aceptar porque habitualmente pensamos en términos de venganza,
más que de razón y de justicia.
También podemos objetar al intelectualismo moral que depende de una
metafísica muy discutible y muy poco aceptada, de la que existe una
esencia inmaterial de las cosas y que nosotros podemos captarla.
Sin embargo, podemos compartir de la pedagogía Socrático - Platónica,
sin compartir exactamente sus tesis metafísicas.
Esta concepción antropológica pedagógica que llamamos Socrático -
Platónica, tiene grandes virtudes. Desde esta visión se puede
fundamentar una pedagogía que sea respetuosa con los alumnos y
racional que ni amaestre bajo condicionamiento emocional, ni
culpabilice, sino que valore todo el mal en la ignorancia y deposite toda
su confianza en la educación.
No le des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la
fuerza, porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre
libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún
conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza. No empleemos la
fuerza para instruir a los niños, que se eduquen jugando y así podremos
conocer mejor de qué está dotado mejor cada uno de ellos.
Hay dos caminos uno el de la del castigo y el otro camino llegó a la
conclusión de que toda ignorancia es involuntaria y nada se querrá
aprender sobre cualquier asunto quien crea que ya es sabio en eso. La
educación del castigo conlleva muchos sufrimientos y da poco
resultado.
Las cuatro concepciones filosóficas sobre ¿qué somos? y ¿por qué nos
conviene educarnos? De las cuatro podemos extraer enseñanzas muy
útiles si intentamos armonizar los matices más importantes de cada una.
La educación debe de servir para que el hombre tenga una vida
auténtica, buena y feliz, y esto puede hacerse mediante una educación
que trate al alumno como una persona basada en el respeto y no en una
relación coercitiva o en una disciplina no deseada.
No puede educarse para la comprensión mediante la memorización
mecánica.
No puede educarse para la libertad, mediante la esclavitud o la
dominación.
No puede educarse para la felicidad mediante el miedo, el
aburrimiento y el dolor.

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