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Eliana de Gilmartin
1ª Timoteo 3: 15
La Iglesia, como cuerpo de Cristo, como objeto especial del amor de Dios, como su
pueblo, como su amada, y los individuos que la conformamos, como miembros de ese
cuerpo, súbditos de este Reino, y embajadores de él, como nos llaman las Escrituras (2ª
Corintios 5:20), tenemos un rol fundante en medio del mundo en el cual seguimos
estando, aunque no pertenezcamos a él: Dios nos ha hecho depositarios de su Palabra, y
encargados de difundirla.
El texto de Timoteo declara explícitamente que la Iglesia es columna, o sea, pilar sobre
el que se sostiene algo, y baluarte ( empalizada de defensa, amparo) o fundamento
(Principio y cimiento en que estriba y sobre el que se apoya un edificio u otra cosa.) de
la verdad.
Es decir: la verdad es Cristo, la verdad es Dios, toda la verdad está contenida en su
Palabra, la Biblia es la Palabra profética más segura, y la Iglesia es la encargada de
sostener esa verdad, hacerla reposar en ella como fundamento, y defenderla como su
baluarte. Menuda tarea.
Ahora bien, veamos varios puntos que debemos aclarar separadamente:
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El rol profético de la Iglesia Lic. Eliana de Gilmartin
El mundo necesita saber ciertísimamente qué dice Dios respecto de los grandes temas
que lo acucian: y la Iglesia debe saber dar respuesta.
Un caso paradigmático
Me llama poderosamente la atención que el Señor advierta a los profetas que por su
desatino, falta de temor y mentiras, no sólo el pueblo de Dios erraba y caminaba por
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caminos equivocados, sino que también desde Jerusalén salía la hipocresía a todo el
pueblo. Si de donde se suponía que debía salir la Palabra de Dios hacia todos, sólo
salían mentiras... ¿Cómo pretender que el resto del pueblo, aquellos que miraban a
Jerusalén para saber qué hacer, supieran cuál era la verdad de Dios?
Lo mismo ocurre en nuestros días. La cuestión es muy seria.
El mundo desfallece, no sabe qué dice Dios respecto de los grandes temas en los que se
debate. No conoce ni siquiera la voz de Dios. No sabe distinguirla de otras voces
engañosas… No sabe, tampoco, si Dios existe y si tiene algo para decir… Y la Iglesia,
mientras tanto, está muda. O quizás no esté muda, quizás hable desatinos… Es para
pensarlo…
“Porque los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo
buscará la ley; porque mensajero es de Jehová de los ejércitos.” Malaquías 2:7
Ahora bien: ¿cómo consigue, la Iglesia, adquirir y desarrollar ese rol profético de cara
al mundo del que estamos hablando? Esta explicación dará lugar al próximo punto:
Habría sido necesario que esos profetas dejaran de lado sus desatinos y estuviesen en el
secreto de Dios, en ese lugar escondido e íntimo, de tal modo de no solamente escuchar
la palabra que él tiene para decir, sino, como dice metafóricamente, también verla.
Si no es así, podría ocurrir lo que relata otro pasaje de Jeremías:
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“
Los sacerdotes no dijeron: ¿Dónde está Jehová? y los que tenían la ley no me
conocieron; y los pastores se rebelaron contra mí, y los profetas profetizaron en
nombre de Baal, y anduvieron tras lo que no aprovecha.” Jeremías 2:8
La Iglesia debe despertar, es decir, cada uno de nosotros debe despertar, a la realidad
de que el mundo está necesitado de Palabra de Dios. No podemos permanecer
entretenidos en nuestras cuestiones o cómodamente abrigados y lejos de esta necesidad.
Para poder satisfacerla correctamente, debemos darnos a la tarea de conocer a Dios, y
proseguir en conocerle, mediante la oración sistemática y constante, pero además
mediante el estudio serio y sistemático de la Palabra de Dios y de la Teología. Sólo así
sabremos lo que Dios tiene para decirnos y podremos además cumplir con el rol
profético que Dios nos encomienda.
¿Qué debemos, pues, estudiar? Obviamente, la Palabra de Dios, y con esta premisa
accedemos al próximo punto.
Sola Scriptura
El principio de Sola Scriptura (sólo la escritura) afirma: sólo la palabra escrita de Dios
es la autoridad final en materia de fe, doctrina y moral. Por esto mismo, la tradición y
toda autoridad humana, aun las eclesiásticas, se relativizan. Al decir “relativiza” no se
está diciendo “anulan”, sino que ellas se supeditan, necesariamente, a la Palabra de
Dios.
Las modas, las opiniones, las corrientes de pensamiento, por más que tengan rótulo de
sabiduría, si no pasan el filtro de la “sola scriptura” carecen absolutamente de valor
alguno. Sin embargo, no estamos abogando por la abolición de todas las exégesis, del
caudal de pensamiento de prolíficos escritores cristianos, estudiosos, biblistas,
predicadores, etc. Estamos anclando todo ese caudal a la Palabra de Dios y sólo a ella,
anclaje sin el cual no servirán, consiguientemente, de mucho.
Lutero, frente a la Dieta de Worms (1521) que estaba juzgándolo, dice:
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¿Existe una verdad, o hay muchas verdades igualmente valiosas? ¿Cada uno tiene
derecho a tener su verdad y a vivir de acuerdo con ella?
Vivimos en una época que los estudiosos dieron en llamar “postmodernidad”, es decir,
lo que está después de la modernidad. Ahora bien, hay algunas características distintivas
de este tiempo que me gustaría resaltar porque hacen al tema que nos ocupa: el
relativismo y el pluralismo.
Esto implica que no se reconoce la existencia de una verdad, absoluta, definitiva, única,
superior, objetiva... Todas “las verdades” son válidas juntamente, si le sirven a alguien.
Es decir: yo creo esto, y vos podés creer aquello, y si a vos te hace bien, entonces está
bien. Mi verdad y tu verdad son igualmente aceptables...
Evidentemente, esto lleva al caos total, aunque pareciera que ser “moderno”,
“civilizado”, “educado”, “inteligente”, inclinara a pensar de esta manera: si todas “las
verdades” son igualmente válidas...¿Quién tiene razón? ¿Todos podemos tener razón?
¿Por cuál ley nos regiríamos? ¿Con qué parámetros aceptaríamos algunas cosas y
desecharíamos otras?
Como vemos, el panorama así planteado es por demás peligroso.
El mundo, con discursos de superación y respeto aparente, proclama el pluralismo como
una virtud... Y la Iglesia del Señor, muchas veces, se acomoda a este sentir, y acepta
cualquier cosa a fin de no ser tildada de antigua y retrógrada.
La Biblia dice, sin rodeos, que sólo hay una verdad, que es Jesucristo. Él es la verdad, y
conocer esta verdad nos hace libres. No, conocer todas las verdades y quedarnos con la
que más nos conviene, o hacernos una nueva si queremos y nos hace bien... Conocer a
Jesucristo, que es la única verdad, el único camino, la única vida, esto nos libera... Y
como Jesucristo es la Palabra de Dios encarnada, el logos de Dios, entonces, también su
palabra es verdad. La Biblia, como Palabra infalible, única, de Dios, es también la
verdad. Y no una verdad entre muchas, sino LA VERDAD.
(Ev. De Juan 1:17; 5:33; 8:32; 8:40; 14; 6; 16:13; 17:17; 18; 38; Ef. 1:13; 4:21; 6:14; 2ª
Tes. 2:12; 1ª Tim. 3:15; Heb. 10:26; 1ª Juan 3:19)
La verdad, así planteada y entendida, no es una cosa subjetiva, que cada ser humano se
arma, producto de sus pensamientos, gustos, saberes y pareceres. La verdad es externa
al ser humano. No requiere de nosotros opiniones y cambios: demanda aceptación y
obediencia, porque proviene de Dios, que es la única fuente de verdad.
La iglesia no puede aparecer errática en sus respuestas hacia el mundo, porque la Biblia
no lo es. Contemporizar con un mundo siempre cambiante no es la solución. La única
solución es el estudio honesto y sesudo, para llegar a la respuesta que sea lo más
ajustada al espíritu general de las Sagradas Escrituras, para de esta forma, ser realmente
profética para el mundo.
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El rol profético de la Iglesia Lic. Eliana de Gilmartin
El mundo necesita saber ciertísimamente qué dice Dios respecto de los grandes temas
que lo acucian: y la Iglesia debe saber dar respuesta.
No hay tal cosa como muchas verdades, ni tal cosa como “pluralidad”: la verdad es una
sola, y es singular. Es la verdad de Dios, y la iglesia debe anunciarla.
Ahora bien, esto no quiere decir que deba enunciarse cualquier verdad, o una verdad
delineada a la ligera. Como dije antes, es imperativa la formación a nivel teológico, y el
estudio concienzudo.
Tampoco, la verdad, aunque es una, debe ser dogmática y ultra-conservadora: Dios es
actual, y su verdad es actual, firme y misericordiosa.
En Números 35: 9-28 y Deuteronomio 19:1-13, Moisés legisla sobre las ciudades de
refugio. Debían ser tres ciudades a cada lado del Jordán, seis en total. A ella debían huir
todos los que habían cometido un crimen sin intención.
Los que habían matado deliberadamente, estos no podían refugiarse en las ciudades,
puesto que la ley prescribía aún el “ojo por ojo” para estos casos.
Merecían la muerte, los que podían acudir a refugiarse, pero estaban exculpados por su
falta de intención.
En tiempos del Nuevo Testamento ya no hay ciudades de refugio como las de antaño,
tampoco estamos bajo la ley, sino bajo la gracia: ya no podemos reclamar sangre para
quien haya derramado sangre. Sin embargo, todos somos convictos de pecado. Todos
merecemos la muerte como paga del pecado, pero nuestra culpa ha sido llevada por
Cristo, nuestro sustituto.
Ahora, todos somos invitados a habitar en un lugar seguro, la iglesia.
Ella debe ser el lugar de refugio por excelencia, adonde puedan huir confiados todos los
adoloridos, todos los heridos, todos los trabajados y cansados, para encontrar, no
solamente la salvación eterna, sino también el descanso y la sanidad que necesitan.
Existen, pues, dos modelos de Iglesia: una Iglesia exclusiva, que será la formada por los
que creen ser gente especial, y por eso siempre miran por encima del hombro a todos los
demás, y una Iglesia inclusiva, que será formada por todos aquellos que nunca olvidarán
que huyeron de la muerte segura y merecida por quien se atrevió a morir en su lugar...
Estos nunca perderán de vista de dónde fueron sacados, y con el corazón transformado
esencialmente por la sangre del Cordero, acogen a su lado a todos los iguales,
considerándolos mejores...
Así, pues, esta ‘comunidad de todos los redimidos’ pasa a ser la nueva ciudad de refugio
a la que pueden correr todos los convictos de pecado como en los tiempos bíblicos:
nadie puede tocar a los que están dentro... Mucho menos, los que también están dentro...
Ahora bien, ¿Cómo se realiza esta sanidad? ¿Acaso con sesiones de “sanidad interior”?
Veamos:
“1
Me hizo volver luego a la entrada de la casa; y he aquí aguas que salían de
debajo del umbral de la casa hacia el oriente; porque la fachada de la casa estaba al
oriente, y las aguas descendían de debajo, hacia el lado derecho de la casa, al sur del
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altar. 2Y me sacó por el camino de la puerta del norte, y me hizo dar la vuelta por el
camino exterior, fuera de la puerta, al camino de la que mira al oriente; y vi que las
aguas salían del lado derecho.
3
Y salió el varón hacia el oriente, llevando un cordel en su mano; y midió mil
codos, y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos. 4Midió otros mil, y me hizo
pasar por las aguas hasta las rodillas. Midió luego otros mil, y me hizo pasar por las
aguas hasta los lomos. 5Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque
las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado. 6Y me
dijo: ¿Has visto, hijo de hombre?
Después me llevó, y me hizo volver por la ribera del río.7Y volviendo yo, vi que en la
ribera del río había muchísimos árboles a uno y otro lado. 8Y me dijo: Estas aguas
salen a la región del oriente, y descenderán al Arabá, y entrarán en el mar; y
entradas en el mar, recibirán sanidad las aguas. 9Y toda alma viviente que nadare por
dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber
entrado allá estas aguas, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este río.
10
Y junto a él estarán los pescadores, y desde En-gadi hasta En-eglaim será su
tendedero de redes; y por sus especies serán los peces tan numerosos como los peces
del Mar Grande. 11Sus pantanos y sus lagunas no se sanearán; quedarán para
salinas. 12Y junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles
frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque
sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina.”
Ezequiel 47: 1-12
En esta profecía magnífica del libro de Ezequiel, se nos habla de un templo. Tal como
vemos unos capítulos antes, esta profecía vino al profeta catorce años después de haber
sido llevados cautivos, y, por consiguiente, de haber sido destruido el templo de
Salomón.
En el capítulo 43, vemos que este no era cualquier templo, sino uno magnífico, lleno de
la gloria de Dios:
“1
Me llevó luego a la puerta, a la puerta que mira hacia el oriente; 2y he aquí la gloria
del Dios de Israel, que venía del oriente; y su sonido era como el sonido de muchas
aguas, y la tierra resplandecía a causa de su gloria. 3Y el aspecto de lo que vi era
como una visión, como aquella visión que vi cuando vine para destruir la ciudad; y
las visiones eran como la visión que vi junto al río Quebar; y me postré sobre mi
rostro. 4Y la gloria de Jehová entró en la casa por la vía de la puerta que daba al
oriente. 5Y me alzó el Espíritu y me llevó al atrio interior; y he aquí que la gloria de
Jehová llenó la casa.”
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El rol profético de la Iglesia Lic. Eliana de Gilmartin
Esta clase de vida es la prometida a su iglesia. Para que vivamos en ella y por ella, y
para que la transmitamos. Para que dejemos que fluya en medio nuestro y hacia fuera.
Con esta clase de vida habrán de encontrarse los que acudan a la iglesia como a una
ciudad de refugio.
La iglesia, por esto, deberá ser siempre una comunidad sanadora, restauradora,
terapéutica… Nunca lo contrario…
Porque esta clase de vida fluye del trono de la gloria, y está a disposición, y nosotros, su
pueblo, debemos saber administrarla, ministrarla, y vehiculizarla.
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