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El rol profético de la Iglesia Lic.

Eliana de Gilmartin

La Iglesia como comunidad


profética, hermenéutica y sanadora

Rol profético de la Iglesia

“…es la Iglesia del Dios viviente,


columna y baluarte de la verdad”

“…es la Iglesia del Dios viviente,


columna y fundamento de la verdad.” (NVI)

1ª Timoteo 3: 15

La Iglesia, como cuerpo de Cristo, como objeto especial del amor de Dios, como su
pueblo, como su amada, y los individuos que la conformamos, como miembros de ese
cuerpo, súbditos de este Reino, y embajadores de él, como nos llaman las Escrituras (2ª
Corintios 5:20), tenemos un rol fundante en medio del mundo en el cual seguimos
estando, aunque no pertenezcamos a él: Dios nos ha hecho depositarios de su Palabra, y
encargados de difundirla.
El texto de Timoteo declara explícitamente que la Iglesia es columna, o sea, pilar sobre
el que se sostiene algo, y baluarte ( empalizada de defensa, amparo) o fundamento
(Principio y cimiento en que estriba y sobre el que se apoya un edificio u otra cosa.) de
la verdad.
Es decir: la verdad es Cristo, la verdad es Dios, toda la verdad está contenida en su
Palabra, la Biblia es la Palabra profética más segura, y la Iglesia es la encargada de
sostener esa verdad, hacerla reposar en ella como fundamento, y defenderla como su
baluarte. Menuda tarea.
Ahora bien, veamos varios puntos que debemos aclarar separadamente:

¿Cuál es el concepto de “Iglesia” en este versículo?

La Iglesia a la que se refiere este versículo no es meramente la “Institución Iglesia”,


una entidad abstracta que se maneja prescindiendo de sus miembros, sino, por el
contrario, es la comunidad de redimidos que la conforman.
De lo contrario, estaríamos cayendo en conceptos que la Reforma protestante ha dejado
atrás, como los de “infalibilidad “ o “magisterio de la Iglesia”, llegando a extremos ya
superados tales como “tradición versus sola scriptura”. Es decir: llegaríamos a la falacia
de que lo que la Institución iglesia dice tiene más rigor de verdad que lo que las
Escrituras contienen… Y por este camino ya sabemos adónde llegamos.
La Iglesia a la que se refiere este versículo tampoco son las personas individualmente
(con lo que el error sería ahora la “interpretación privada” de que nos habla 2ª Pedro
1:20)

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La Iglesia a la que se refiere este versículo es la comunidad de todos los redimidos:


usted que lee y yo que escribo, y los redimidos de antes, los grandes padres de la
Iglesia, y los humildes esclavos, los pastores o los laicos, las mujeres y los hombres, los
que vivieron antes y los que vivirán después… Todos… Pero todos como parte de un
cuerpo, bien concertado, bien afirmado, con roles diferentes cada cual, y con
diferentes dones y ministerios, pero unidos, y en plena sujeción los unos a los otros.

Ni infalibilidad institucional, ni interpretación privada y antojadiza. Ni sólo “novedad”,


ni sólo “tradición”.
La Biblia habla del sacerdocio de todos los creyentes, de la libertad sin mediación
alguna excepto la de Cristo para acceder a Dios. Sin embargo, esos creyentes no son
“miembros sueltos”. Esta imagen es totalmente extraña al espíritu general de las
Escrituras. Estos creyentes son parte de un cuerpo que es la iglesia local y universal
(ambas: no se puede ser “miembro en abstracto”). Y en este cuerpo uno se desarrolla,
interactúa, pone en práctica las enseñanzas bíblicas, considera al otro mayor que a sí
mismo, se sujeta, carga el peso por otra milla, se despoja, etc.
Esta es la Iglesia que es depositaria de la verdad de Dios y encargada de preservarla,
defenderla, fundamentarla, sostenerla, y darla a conocer al mundo.
Porque el mundo no conoce a Dios, y la Iglesia debe mostrárselo.
La Iglesia, como depositaria de esa verdad absoluta , debe ser como un faro en medio
de la oscuridad. De ella debe esperarse respuesta clara y unívoca a todos los temas y
los interrogantes del ser humano. La Iglesia no puede ser errática en sus conceptos,
porque si la trompeta da un sonido incierto… ¿quién se preparará para la batalla?

El mundo necesita saber ciertísimamente qué dice Dios respecto de los grandes temas
que lo acucian: y la Iglesia debe saber dar respuesta.

En este mismo sentido es que la Iglesia debe desarrollar su función hermenéutica,


sabiendo interpretar los tiempos y la voluntad de Dios para los tiempos, y acercando al
mundo la interpretación de la voz unívoca de Dios para los tiempos cambiantes.

Un caso paradigmático

“En los profetas de Samaria he visto desatinos; profetizaban en nombre de Baal, e


hicieron errar a mi pueblo de Israel. 14Y en los profetas de Jerusalén he visto
torpezas; cometían adulterios, y andaban en mentiras, y fortalecían las manos de los
malos, para que ninguno se convirtiese de su maldad; me fueron todos ellos como
Sodoma, y sus moradores como Gomorra. 15Por tanto, así ha dicho Jehová de los
ejércitos contra aquellos profetas: He aquí que yo les hago comer ajenjos, y les haré
beber agua de hiel; porque de los profetas de Jerusalén salió la
hipocresía sobre toda la tierra.
16
Así ha dicho Jehová de los ejércitos: No escuchéis las palabras de los profetas que
os profetizan; os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su propio
corazón, no de la boca de Jehová. 17Dicen atrevidamente a los que me irritan: Jehová
dijo: Paz tendréis; y a cualquiera que anda tras la obstinación de su corazón, dicen:
No vendrá mal sobre vosotros.” Jeremías 23:13-17

Me llama poderosamente la atención que el Señor advierta a los profetas que por su
desatino, falta de temor y mentiras, no sólo el pueblo de Dios erraba y caminaba por

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caminos equivocados, sino que también desde Jerusalén salía la hipocresía a todo el
pueblo. Si de donde se suponía que debía salir la Palabra de Dios hacia todos, sólo
salían mentiras... ¿Cómo pretender que el resto del pueblo, aquellos que miraban a
Jerusalén para saber qué hacer, supieran cuál era la verdad de Dios?
Lo mismo ocurre en nuestros días. La cuestión es muy seria.
El mundo desfallece, no sabe qué dice Dios respecto de los grandes temas en los que se
debate. No conoce ni siquiera la voz de Dios. No sabe distinguirla de otras voces
engañosas… No sabe, tampoco, si Dios existe y si tiene algo para decir… Y la Iglesia,
mientras tanto, está muda. O quizás no esté muda, quizás hable desatinos… Es para
pensarlo…
“Porque los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo
buscará la ley; porque mensajero es de Jehová de los ejércitos.” Malaquías 2:7

Ahora bien: ¿cómo consigue, la Iglesia, adquirir y desarrollar ese rol profético de cara
al mundo del que estamos hablando? Esta explicación dará lugar al próximo punto:

La Palabra profética más segura

Todos sabemos, y estamos de acuerdo en confirmar que la Biblia es la palabra profética


más segura.
En este sentido, es menester que la Iglesia se compenetre profundamente en el estudio
de la Palabra de Dios, en el estudio de la teología, y en la actualización de su mensaje
para el aquí y ahora de nuestra sociedad latinoamericana
El presupuesto sobre el que se basamenta esta postura, tiene que ver con la seguridad de
que la Biblia tiene TODAS las respuestas, para TODOS los tiempos.
La iglesia no puede aparecer errática en sus respuestas hacia el mundo, porque la Biblia
no lo es. Contemporizar con un mundo siempre cambiante no es la solución. La única
solución es el estudio honesto y sesudo, para llegar a la respuesta que sea lo más
ajustada al espíritu general de las Sagradas Escrituras, para de esta forma, ser realmente
profética para el mundo.
Porque, digámoslo claramente: cuando las Sagradas Escrituras aconsejan que sin
profecía el pueblo se desenfrena, se está refiriendo exactamente a esta profecía más
segura a la que nos referíamos más arriba, esto es a la Palabra escrita, las Escrituras, la
Biblia. El ministerio profético por excelencia al que haremos bien en atender con toda
seriedad es la exposición de la Palabra de Dios sin mácula, sin añadidos, y sin
distorsiones.
Para esto, no obstante, se necesita estar preparado, y esta preparación proviene de pasar
horas con el Señor, en su presencia, buscando su rostro. En el mismo texto que
citábamos más arriba lo explica:

Porque ¿quién estuvo en el secreto de Jehová, y vio, y oyó su palabra? ¿Quién estuvo
atento a su palabra, y la oyó” Jeremías 23:18

Habría sido necesario que esos profetas dejaran de lado sus desatinos y estuviesen en el
secreto de Dios, en ese lugar escondido e íntimo, de tal modo de no solamente escuchar
la palabra que él tiene para decir, sino, como dice metafóricamente, también verla.
Si no es así, podría ocurrir lo que relata otro pasaje de Jeremías:

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Los sacerdotes no dijeron: ¿Dónde está Jehová? y los que tenían la ley no me
conocieron; y los pastores se rebelaron contra mí, y los profetas profetizaron en
nombre de Baal, y anduvieron tras lo que no aprovecha.” Jeremías 2:8

La Iglesia debe despertar, es decir, cada uno de nosotros debe despertar, a la realidad
de que el mundo está necesitado de Palabra de Dios. No podemos permanecer
entretenidos en nuestras cuestiones o cómodamente abrigados y lejos de esta necesidad.
Para poder satisfacerla correctamente, debemos darnos a la tarea de conocer a Dios, y
proseguir en conocerle, mediante la oración sistemática y constante, pero además
mediante el estudio serio y sistemático de la Palabra de Dios y de la Teología. Sólo así
sabremos lo que Dios tiene para decirnos y podremos además cumplir con el rol
profético que Dios nos encomienda.
¿Qué debemos, pues, estudiar? Obviamente, la Palabra de Dios, y con esta premisa
accedemos al próximo punto.

Sola Scriptura

Esta verdad que debemos trazar correctamente, conocer fehacientemente, y exponer


ante el mundo con gracia y exactitud, está anclada, firmemente, en la Biblia, la Palabra
de Dios.

Nuestros antepasados, los reformadores, advirtieron la necesidad imperiosa de volver


a la Palabra de Dios. En su época, las tradiciones, el magisterio de la Iglesia, la
autoridad de sínodos y papas había socavado de tal forma la autoridad bíblica, que ya
nadie reconocía la necesidad de leerla y conocerla.

El principio de Sola Scriptura (sólo la escritura) afirma: sólo la palabra escrita de Dios
es la autoridad final en materia de fe, doctrina y moral. Por esto mismo, la tradición y
toda autoridad humana, aun las eclesiásticas, se relativizan. Al decir “relativiza” no se
está diciendo “anulan”, sino que ellas se supeditan, necesariamente, a la Palabra de
Dios.

Las modas, las opiniones, las corrientes de pensamiento, por más que tengan rótulo de
sabiduría, si no pasan el filtro de la “sola scriptura” carecen absolutamente de valor
alguno. Sin embargo, no estamos abogando por la abolición de todas las exégesis, del
caudal de pensamiento de prolíficos escritores cristianos, estudiosos, biblistas,
predicadores, etc. Estamos anclando todo ese caudal a la Palabra de Dios y sólo a ella,
anclaje sin el cual no servirán, consiguientemente, de mucho.
Lutero, frente a la Dieta de Worms (1521) que estaba juzgándolo, dice:

“Mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios. Si no se me demuestra por las


Escrituras y por razones claras (no acepto la autoridad de concilios y papas pues se
contradicen), no puedo, ni quiero, retractarme de nada, porque ir en contra de la
conciencia es tan peligroso como errado. No puedo hacer otra cosa. Que Dios me
ayude. Amén.”

LAS VERDADES Y LA VERDAD:

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¿Existe una verdad, o hay muchas verdades igualmente valiosas? ¿Cada uno tiene
derecho a tener su verdad y a vivir de acuerdo con ella?
Vivimos en una época que los estudiosos dieron en llamar “postmodernidad”, es decir,
lo que está después de la modernidad. Ahora bien, hay algunas características distintivas
de este tiempo que me gustaría resaltar porque hacen al tema que nos ocupa: el
relativismo y el pluralismo.

Se llama “relativismo” a la convicción de que la calificación moral de una acción como


buena o mala depende de cada cultura, de cada grupo, o bien de cada persona.
“Pluralismo”, por otra parte, significa que todas las culturas merecen igual respeto,
todas las ideas, las ideologías, las religiones, las posturas filosóficas, las convicciones
morales, las modas, etc., etc. Todas deben y pueden convivir juntas, con igual rango de
autenticidad.

Esto implica que no se reconoce la existencia de una verdad, absoluta, definitiva, única,
superior, objetiva... Todas “las verdades” son válidas juntamente, si le sirven a alguien.
Es decir: yo creo esto, y vos podés creer aquello, y si a vos te hace bien, entonces está
bien. Mi verdad y tu verdad son igualmente aceptables...
Evidentemente, esto lleva al caos total, aunque pareciera que ser “moderno”,
“civilizado”, “educado”, “inteligente”, inclinara a pensar de esta manera: si todas “las
verdades” son igualmente válidas...¿Quién tiene razón? ¿Todos podemos tener razón?
¿Por cuál ley nos regiríamos? ¿Con qué parámetros aceptaríamos algunas cosas y
desecharíamos otras?
Como vemos, el panorama así planteado es por demás peligroso.
El mundo, con discursos de superación y respeto aparente, proclama el pluralismo como
una virtud... Y la Iglesia del Señor, muchas veces, se acomoda a este sentir, y acepta
cualquier cosa a fin de no ser tildada de antigua y retrógrada.
La Biblia dice, sin rodeos, que sólo hay una verdad, que es Jesucristo. Él es la verdad, y
conocer esta verdad nos hace libres. No, conocer todas las verdades y quedarnos con la
que más nos conviene, o hacernos una nueva si queremos y nos hace bien... Conocer a
Jesucristo, que es la única verdad, el único camino, la única vida, esto nos libera... Y
como Jesucristo es la Palabra de Dios encarnada, el logos de Dios, entonces, también su
palabra es verdad. La Biblia, como Palabra infalible, única, de Dios, es también la
verdad. Y no una verdad entre muchas, sino LA VERDAD.
(Ev. De Juan 1:17; 5:33; 8:32; 8:40; 14; 6; 16:13; 17:17; 18; 38; Ef. 1:13; 4:21; 6:14; 2ª
Tes. 2:12; 1ª Tim. 3:15; Heb. 10:26; 1ª Juan 3:19)

Y la Iglesia, nosotros, cada uno y todos, somos depositarios de esta verdad.

La verdad, así planteada y entendida, no es una cosa subjetiva, que cada ser humano se
arma, producto de sus pensamientos, gustos, saberes y pareceres. La verdad es externa
al ser humano. No requiere de nosotros opiniones y cambios: demanda aceptación y
obediencia, porque proviene de Dios, que es la única fuente de verdad.

La iglesia no puede aparecer errática en sus respuestas hacia el mundo, porque la Biblia
no lo es. Contemporizar con un mundo siempre cambiante no es la solución. La única
solución es el estudio honesto y sesudo, para llegar a la respuesta que sea lo más
ajustada al espíritu general de las Sagradas Escrituras, para de esta forma, ser realmente
profética para el mundo.

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El mundo necesita saber ciertísimamente qué dice Dios respecto de los grandes temas
que lo acucian: y la Iglesia debe saber dar respuesta.

No hay tal cosa como muchas verdades, ni tal cosa como “pluralidad”: la verdad es una
sola, y es singular. Es la verdad de Dios, y la iglesia debe anunciarla.
Ahora bien, esto no quiere decir que deba enunciarse cualquier verdad, o una verdad
delineada a la ligera. Como dije antes, es imperativa la formación a nivel teológico, y el
estudio concienzudo.
Tampoco, la verdad, aunque es una, debe ser dogmática y ultra-conservadora: Dios es
actual, y su verdad es actual, firme y misericordiosa.

La Iglesia como comunidad sanadora

En Números 35: 9-28 y Deuteronomio 19:1-13, Moisés legisla sobre las ciudades de
refugio. Debían ser tres ciudades a cada lado del Jordán, seis en total. A ella debían huir
todos los que habían cometido un crimen sin intención.
Los que habían matado deliberadamente, estos no podían refugiarse en las ciudades,
puesto que la ley prescribía aún el “ojo por ojo” para estos casos.
Merecían la muerte, los que podían acudir a refugiarse, pero estaban exculpados por su
falta de intención.
En tiempos del Nuevo Testamento ya no hay ciudades de refugio como las de antaño,
tampoco estamos bajo la ley, sino bajo la gracia: ya no podemos reclamar sangre para
quien haya derramado sangre. Sin embargo, todos somos convictos de pecado. Todos
merecemos la muerte como paga del pecado, pero nuestra culpa ha sido llevada por
Cristo, nuestro sustituto.
Ahora, todos somos invitados a habitar en un lugar seguro, la iglesia.
Ella debe ser el lugar de refugio por excelencia, adonde puedan huir confiados todos los
adoloridos, todos los heridos, todos los trabajados y cansados, para encontrar, no
solamente la salvación eterna, sino también el descanso y la sanidad que necesitan.

Existen, pues, dos modelos de Iglesia: una Iglesia exclusiva, que será la formada por los
que creen ser gente especial, y por eso siempre miran por encima del hombro a todos los
demás, y una Iglesia inclusiva, que será formada por todos aquellos que nunca olvidarán
que huyeron de la muerte segura y merecida por quien se atrevió a morir en su lugar...
Estos nunca perderán de vista de dónde fueron sacados, y con el corazón transformado
esencialmente por la sangre del Cordero, acogen a su lado a todos los iguales,
considerándolos mejores...
Así, pues, esta ‘comunidad de todos los redimidos’ pasa a ser la nueva ciudad de refugio
a la que pueden correr todos los convictos de pecado como en los tiempos bíblicos:
nadie puede tocar a los que están dentro... Mucho menos, los que también están dentro...

Ahora bien, ¿Cómo se realiza esta sanidad? ¿Acaso con sesiones de “sanidad interior”?
Veamos:
“1
Me hizo volver luego a la entrada de la casa; y he aquí aguas que salían de
debajo del umbral de la casa hacia el oriente; porque la fachada de la casa estaba al
oriente, y las aguas descendían de debajo, hacia el lado derecho de la casa, al sur del

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altar. 2Y me sacó por el camino de la puerta del norte, y me hizo dar la vuelta por el
camino exterior, fuera de la puerta, al camino de la que mira al oriente; y vi que las
aguas salían del lado derecho.
3
Y salió el varón hacia el oriente, llevando un cordel en su mano; y midió mil
codos, y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos. 4Midió otros mil, y me hizo
pasar por las aguas hasta las rodillas. Midió luego otros mil, y me hizo pasar por las
aguas hasta los lomos. 5Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque
las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado. 6Y me
dijo: ¿Has visto, hijo de hombre?
Después me llevó, y me hizo volver por la ribera del río.7Y volviendo yo, vi que en la
ribera del río había muchísimos árboles a uno y otro lado. 8Y me dijo: Estas aguas
salen a la región del oriente, y descenderán al Arabá, y entrarán en el mar; y
entradas en el mar, recibirán sanidad las aguas. 9Y toda alma viviente que nadare por
dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber
entrado allá estas aguas, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este río.
10
Y junto a él estarán los pescadores, y desde En-gadi hasta En-eglaim será su
tendedero de redes; y por sus especies serán los peces tan numerosos como los peces
del Mar Grande. 11Sus pantanos y sus lagunas no se sanearán; quedarán para
salinas. 12Y junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles
frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque
sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina.”
Ezequiel 47: 1-12

En esta profecía magnífica del libro de Ezequiel, se nos habla de un templo. Tal como
vemos unos capítulos antes, esta profecía vino al profeta catorce años después de haber
sido llevados cautivos, y, por consiguiente, de haber sido destruido el templo de
Salomón.
En el capítulo 43, vemos que este no era cualquier templo, sino uno magnífico, lleno de
la gloria de Dios:
“1
Me llevó luego a la puerta, a la puerta que mira hacia el oriente; 2y he aquí la gloria
del Dios de Israel, que venía del oriente; y su sonido era como el sonido de muchas
aguas, y la tierra resplandecía a causa de su gloria. 3Y el aspecto de lo que vi era
como una visión, como aquella visión que vi cuando vine para destruir la ciudad; y
las visiones eran como la visión que vi junto al río Quebar; y me postré sobre mi
rostro. 4Y la gloria de Jehová entró en la casa por la vía de la puerta que daba al
oriente. 5Y me alzó el Espíritu y me llevó al atrio interior; y he aquí que la gloria de
Jehová llenó la casa.”

Si pensamos históricamente, advertiríamos que quizás no se está refiriendo al templo


que vino después del de Salomón, el que se construyó cuando el pueblo regresó de la
cautividad, bajo Zorobabel. Este templo no se parecía ni de lejos al de Salomón, y por
esto el pueblo prorrumpió en llanto al verlo.
Quizás se refiriera al templo de Herodes, magnífico en su
construcción más que los anteriores.
Sin embargo, es mi opinión que este templo al que se refiere la profecía de Ezequiel
tiene un alto contenido simbólico, que nos comprende y que nos abarca, a todos los que
componemos el pueblo de Dios en este y en todos los tiempos.
Nosotros, y ellos, y los que vendrán después de nosotros.

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La gloria de Dios llenando el templo, son su presencia sublime, y un río de vida


fluyendo desde la presencia misma, corriendo entre medio y saliendo hacia el mundo.
El pueblo de Dios, ocupándose del Señor como cosa prioritaria, dándole culto,
cumpliendo su oficio sacerdotal, y Dios, derramándose, prodigándose, llenando los
corazones, sanando, cubriendo necesidades, contestando oraciones, levantando,
limpiando, transformando las vidas, operando milagros, etc.
Veamos otros textos:
17”
Y conoceréis que yo soy Jehová vuestro Dios, que habito en Sion, mi santo
monte; y Jerusalén será santa, y extraños no pasarán más por ella.
18
Sucederá en aquel tiempo, que los montes destilarán mosto, y los collados fluirán
leche, y por todos los arroyos de Judá correrán aguas; y saldrá una fuente de la casa
de Jehová, y regará el valle de Sitim.” Joel 3:17 y 18
“1
En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los
habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia.”
Zacarías 13:1
“8
Acontecerá también en aquel día, que saldrán de Jerusalén aguas vivas, la mitad de
ellas hacia el mar oriental, y la otra mitad hacia el mar occidental, en verano y en
invierno. 9Y Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno
su nombre.” Zacarías 14:8
“4
mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua
que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. 15La mujer le
dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.” Ev.
Juan 4: 14
“37
En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba. 38El que cree en mí, como dice la Escritura, de su
interior correrán ríos de agua viva. 39Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los
que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no
había sido aún glorificado.”Ev. Juan 7:37 y 38
“1
Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que
salía del trono de Dios y del Cordero. 2En medio de la calle de la ciudad, y a uno y
otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes
su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones.”

Esta clase de vida es la prometida a su iglesia. Para que vivamos en ella y por ella, y
para que la transmitamos. Para que dejemos que fluya en medio nuestro y hacia fuera.
Con esta clase de vida habrán de encontrarse los que acudan a la iglesia como a una
ciudad de refugio.

La iglesia, por esto, deberá ser siempre una comunidad sanadora, restauradora,
terapéutica… Nunca lo contrario…

Porque esta clase de vida fluye del trono de la gloria, y está a disposición, y nosotros, su
pueblo, debemos saber administrarla, ministrarla, y vehiculizarla.

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Se logra en la presencia de Dios: y si alcanza para pasar de muerte a vida… ¿Cómo no


será suficiente para sanar de todas las dolencias del alma y el espíritu?
La Iglesia del Señor, nosotros, y los otros, todos, los de antes y los de ahora, tenemos
una responsabilidad tremenda. No podemos mirar para otro lado mientras el mundo se
debate en sus miserias. No podemos hablarle al mundo en un lenguaje que no entiende.
No debemos estar tranquilos al abrigo de la presencia de Dios, ignorando que hay un
valle al que el Señor nos manda a descender, de dolor y de angustia extrema.
La Iglesia debe ser protagonista de la historia, pero no haciendo mera obra social, sino
conociendo más y más a Dios, y sabiendo presentárselo al mundo en palabras y en
acción.
El tiempo de las mega-campañas evangelísticas quizás ya ha pasado: es tiempo de que
cada uno comprenda el rol que le cabe, y se atreva a ser la voz y las manos de Dios para
una creación que marcha hacia su disolución.

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