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NOLAN, Mary, The Transatlantic Century: Europe and

America, 1890-2010, Nueva York, CUP, 2012

(El siglo transatlántico: Europa y los Estados Unidos,


1890-2010)

Capítulo 6: De la Guerra Mundial a la Guerra Fría


Traductor: Nicolás Sillitti

Capítulo 7: Cooperación, competencia, contención


Traductora: María José Valdez

Capítulo 9: El siglo norteamericano se erosiona, 1968-1979


Traductora: Helena Garibotti

Capítulo 10: Conflicto renovado y colapso sorpresivo


Traductora: Agostina Saracino

Capítulo 11: Un Atlántico que se ensancha


Traductor: Alejandro Morin

Revisión Técnica del capítulo 6: María Inés Tato


Revisión Técnica de los capítulos 7, 9, 10 y 11: Paula Seiguer
Edición: Paula Seiguer

1
Capítulo 6. De la Guerra Mundial a la Guerra Fría

La Segunda Guerra Mundial fue total y global en formas en las que su


predecesora no lo había sido a pesar de su nombre: total en la movilización económica y
social requerida de las naciones involucradas tanto como en la muerte y la destrucción
sin precedentes de soldados, ciudades y civiles por toda Europa; global en cuanto a los
objetivos de los beligerantes y el alcance del combate, siendo Europa sólo uno de los
varios teatros de la guerra. La Segunda Guerra Mundial fue una guerra de imperios en
competencia y de visiones contradictorias acerca de la transformación del orden global.
También fue una lucha ideológica, que enfrentó regímenes fascistas contra una
incómoda coalición antifascista de liberales, socialdemócratas y comunistas. La
Segunda Guerra Mundial fue una guerra de aniquilación en la que la Alemania Nazi y
sus colaboradores perpetraron un genocidio contra los judíos de Europa, eliminaron
millones de otros pueblos e individuos juzgados racialmente inferiores y gobernaron a
otros europeos con métodos de ocupación y explotación previamente perfeccionados e
implementados en sus colonias.
La Segunda Guerra Mundial transformó dramáticamente el paisaje político,
social y económico de Europa y reestructuró las relaciones entre Europa y los Estados
Unidos más profunda y permanentemente que la Primera Guerra Mundial. La fortaleza
económica de los Estados Unidos proporcionó la condición necesaria pero no suficiente
para su transformación en una superpotencia; la guerra brindó la ocasión y generó el
propósito de lograrlo. También dio lugar a desafíos a la hegemonía norteamericana por
parte de la mucho más débil Unión Soviética. Señaló el fin de la era de la Europa global
pero no de los esfuerzos de las naciones europeas por conservar sus identidades
distintivas, perseguir políticas domésticas autónomas y jugar un rol en los asuntos
globales. Para comprender estos dramáticos cambios de posguerra es preciso explorar
los orígenes y la naturaleza de la conflagración, debido a que sus eventos clave,
contribuciones y costos civiles y militares variaron enormemente según los diferentes
combatientes, al igual que los sentidos atribuidos a la guerra en ese momento y después.
Mientras las batallas arrasaban Europa y el mundo, tanto las potencias fascistas
como las aliadas planificaban la era de posguerra. La visión de los nazis de un nuevo
orden europeo dominado por Alemania, geográficamente vasto, racialmente
2
estratificado y fuertemente militarizado que serviría de base a la expansión global, llegó
a realizarse parcialmente antes de que fueran derrotados. Los Aliados se esforzaron por
diseñar un orden de posguerra que contradijera al fascismo, estabilizara el capitalismo y
fomentara la cooperación internacional. Pero, ¿cómo imaginaban Gran Bretaña y los
Estados Unidos el orden capitalista de posguerra, el lugar de Europa en él y el futuro de
los imperios coloniales? ¿Los soviéticos preveían la cooperación continua con los
Estados Unidos y Gran Bretaña, o la construcción de un imperio propio?
Hacia el final de la guerra las ciudades habían quedado reducidas a escombros,
las economías habían colapsado y los regímenes colaboracionistas habían caído, pero
aún no estaba clara la forma que adoptarían los regímenes que los habrían de suceder.
Millones habían muerto y otros millones más eran refugiados y estaban en camino a un
futuro lleno de incertidumbres, muy pocos sabían cómo alcanzar la anhelada normalidad
después de tanto horror. En Europa no hubo levantamientos revolucionarios que
sacudieran los devastados Estados y las desorientadas sociedades, como ocurrió entre
1917 y 1920, pero tampoco pudo restaurarse el orden de entreguerras. La comunidad de
intereses forjada durante la guerra entre los Estados Unidos, la Unión Soviética y Gran
Bretaña se desintegró rápidamente. ¿Cómo y por qué esta lábil situación evolucionó
hacia la rígida y confrontativa Guerra Fría que pocos habían anticipado o deseado
durante la contienda pero que hacia fines de 1947 era una firme realidad?

Los Estados Unidos se contienen


La Segunda Guerra Mundial ha sido objeto de innumerables historias,
biografías, memorias, ficciones y filmes, sin embargo cada nación relata de un modo
marcadamente diferente las historias de la guerra, centrándose en distintos eventos
icónicos. Aunque los historiadores etiquetaron insípidamente esta titánica lucha como
Segunda Guerra Mundial, diferentes países prefieren su propia terminología, rica en
demandas políticas e interpretaciones históricas halagadoras. Para los norteamericanos,
la Segunda Guerra Mundial es la “guerra buena”, en la que una nación unida detrás de
una causa políticamente justa luchó con claridad moral y salvó a Europa y a la
civilización occidental. Para los británicos fue la guerra del pueblo, peleada inicialmente
en soledad contra el enemigo nazi por un pueblo que superó las diferencias de clase y
estuvo decidido a construir una sociedad justa más segura en lo económico y social.
Para los rusos fue la “gran guerra patria” en la que la población soviética unida peleó
3
heroicamente por la supervivencia de la patria rusa y por la victoria sobre el fascismo.
Ni en la victoria ni en la derrota los alemanes tuvieron un término para su multifacética
lucha contra lo que definieron como el enemigo judeo-bolchevique y unos Estados
Unidos dominados por judíos, y por el Lebensraum que deseaban. Dadas las diferentes
investiduras de sentidos y perspectivas acerca de la guerra total que comenzó en 1939,
¿cómo negociaron alianzas y aseguraron sus recursos materiales estos diversos
combatientes? ¿Qué tan central fue el rol que desempeñaron los Estados Unidos? La
historia militar cuenta una parte de la historia, pero sólo la trataremos fugazmente
debido a que ha sido exhaustivamente estudiada. Nuestra preocupación principal es la
economía de la guerra y las complejas relaciones políticas entre norteamericanos,
soviéticos y británicos.
La guerra que creó las condiciones para la dominación económica, política y
militar norteamericana de posguerra en gran parte de Europa y del globo comenzó sin la
participación norteamericana. Los Estados Unidos tampoco abandonaron la neutralidad
frente a las rápidas victorias alemanas sobre Polonia en el otoño de 1939 y sobre
Francia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica y Luxemburgo en mayo y junio de
1940. Hacia mediados de 1940 el imperio nazi se extendía desde Varsovia hasta
Ámsterdam, desde Oslo hasta Praga. Los soviéticos anexaron Polonia oriental y
ocuparon los estados bálticos y parte de Rumania, mientras que Italia entró en Albania y
el Egipto controlado por los británicos y se aprestó a invadir Grecia. Para sorpresa de
Hitler, Gran Bretaña rehusó rendirse. Peleó en soledad hasta que Rusia se unió luego de
que los nazis invadieran la Unión Soviética en junio de 1941 y de que los Estados
Unidos se sumaran luego del ataque a Pearl Harbor en diciembre de aquel año.
Al igual que en la Primera Guerra, la neutralidad norteamericana no excluía la
participación económica. El presidente Roosevelt, como gran parte de la población,
culpaba a Alemania de la agresión pero pretendía evitar la guerra mientras alentaba a
Gran Bretaña y a Francia a rearmarse para servir de baluarte contra la expansión nazi.
Después de la caída de Francia, las esperanzas norteamericanas reposaron únicamente
en Gran Bretaña, inaugurando así lo que el Primer Ministro británico Winston Churchill
llamó la “relación especial”. El previo disgusto del gobierno norteamericano respecto de
las políticas monetarias y comerciales del Reino Unido, y la crítica de izquierda del
imperialismo británico dejaron lugar a la celebración de la solidaridad anglo-
norteamericana y ofertas concretas de ayuda. Una modificación de 1939 de la Ley de
4
Neutralidad permitió a los no beligerantes comprar bienes no militares en efectivo y
trasladarlos en sus propios barcos, y Gran Bretaña así lo hizo agotando sus reservas en
moneda extranjera. En marzo de 1941 Roosevelt se impuso al Congreso para terminar
con la política de la Primera Guerra Mundial de ayudar a los Aliados sólo con
préstamos privados en los acuerdos comerciales. Se aprobó la Ley de Préstamo y
Arriendo (Lend-Lease), que habilitaba al presidente a autorizar ayuda a cambio del pago
"en especie o inmuebles, o cualquier otro beneficio directo o indirecto que el presidente
considere satisfactorio”. Bajo este programa, durante la guerra fueron a Inglaterra
68.000 millones de dólares en equipamiento, alimentos, recursos y bienes
semielaborados. Churchill proclamó que la ley era “el acto más magnánimo de la
historia” y muchos norteamericanos han compartido esta visión altruista del programa y
de la “relación especial”. De hecho, ambos eran complejos y conflictivos; sería más
preciso hablar de “cooperación competitiva” y de “sociedad ambigua”.1
La Ley de Préstamo y Arriendo fue un acto de amplia generosidad aunque, como
insistió Keynes, quien viajó repetidas veces a los Estados Unidos para negociar detalles
en representación del gobierno británico, también fue aprobada “para la defensa de los
Estados Unidos”. La ley le permitió a los Estados Unidos evitar compromisos militares
en Europa, aun cuando el presidente y muchos otros reconocieran el peligro nazi; Gran
Bretaña sería ayudada en su propia lucha y en la proxy war2 de los Estados Unidos. De
igual importancia, fue una gran bendición para la economía norteamericana, a la que
ayudó a salir definitivamente de la gran depresión. Finalmente, esta Ley de Préstamo le
dio al gobierno y a los negocios de orientación internacional la oportunidad de impulsar
su agenda económica. El Tesoro de los Estados Unidos pretendía mantener a Gran
Bretaña en la guerra pero volviéndola cada vez más dependiente de los Estados Unidos
en términos financieros, mientras que el Departamento de Estado buscaba eliminar la
preferencia imperial a la que el Secretario de Estado Cordel Hull describió como el
1
Stephen Broadberry and Peter Howlett, “The United Kingdom: “Victory at all costs””, en Mark Harrison
(ed.), The economics of World War II: Six Great Powers in international Comparison, Cambridge
University Press, 1998, p. 53. David Reynolds, From World War to Cold War, and the International
History of the 1940s, Oxford University Press, 2007, p. 50.
2
El concepto de proxy wars alude a aquellos enfrentamientos en que las potencias utilizan a terceros
como sustitutos en vez de enfrentarse directamente. Estos terceros pueden ser Estados, como en el caso de
la Guerra Indo-Pakistaní de 1971, o facciones dentro de Estados, como el enfrentamiento entre el Frente
Sandinista de Liberación nacional y la Dictadura de Somoza y posteriormente las fuerzas de los Contras
en Nicaragua. El apoyo brindado a los bandos en disputa podía tomar la forma de dinero, armas y/o apoyo
logístico. En las circunstancias de la Guerra Fría, estos enfrentamientos tenían la ventaja de evitar los
riesgos de una confrontación directa entre las superpotencias, a la vez que, por lo general, trasladaban el
conflicto a escenarios del llamado Tercer Mundo. [N. de la T. del Cap. 10]
5
“perjuicio más grande, en términos comerciales” que había presenciado para los
intereses norteamericanos. El artículo VII de la ley estipulaba que Gran Bretaña
abandonaría la preferencia imperial al final de la guerra, abriendo su mercado y el de
sus colonias a los bienes norteamericanos en términos igualitarios. Además, a Gran
Bretaña se le prohibía exportar cualquier mercadería que contuviera materiales incluidos
en la ley, una restricción que empeoró el déficit de su balanza de pagos y, por lo tanto,
su posición económica global. Los Estados Unidos insistían en que Gran Bretaña era
más rica de lo que declaraba y que debía alistar a su imperio para contribuir más con el
esfuerzo de guerra; los británicos pensaban que los norteamericanos querían "dejarlos
completamente desnudos". Mientras que algunos historiadores sostienen que no había
“propósitos egoístas de posguerra" detrás de la Ley de Préstamo y Arriendo, la
dependencia británica respecto de los Estados Unidos era clara para todos, al igual que
las conflictivas visiones del orden económico de posguerra que complicaron no sólo las
negociaciones durante la guerra sino también los preparativos para el orden de
posguerra. Como sostuvo un biógrafo de Keynes, “La reticencia norteamericana a
separar los negocios de los negocios y los negocios de la guerra iba a convertirse en el
principal reclamo de Gran Bretaña contra su aliado de tiempos de guerra”.3
Hitler incluyó a la ampliamente publicitada Ley de Préstamo y Arriendo en sus
cálculos estratégicos. Sus perspectivas sobre el potencial económico y militar
norteamericano habían vacilado extremadamente durante los años de entreguerras. En
Mein Kampf retrató unos Estados Unidos dominado por razas nórdicas, envidiablemente
capaces de manejar su vasto “espacio vital” y potencialmente peligrosas para las
aspiraciones alemanas; después de convertirse en canciller, los descartó por su carácter
de “sociedad mestiza” de razas inferiores y mezcladas con poco potencial militar o
voluntad de luchar en Europa. Después de la reacción norteamericana a la Kristallnacht,
sin embargo, el gobierno y la población alemanes asumieron que los Estados Unidos
podrían eventualmente unirse a Gran Bretaña y Francia. Cuando Hitler invadió Rusia,
anticipaba una rápida victoria que abriría el camino a una vasta colonización alemana
del Este. En el otoño de 1941 proclamó con grandilocuencia: “Aquí en el Este se
repetirá por segunda vez un proceso similar a la conquista de Norteamérica”. El Volga
sería el Mississippi de Alemania y los “inferiores” eslavos serían desalojados o

3
Broadberry y Howlett, “United Kingdom”, p. 53. Robert Sidelsky, John Maynard Keynes 1883-1946:
Economist, Philosopher, Statesman, Nueva York, Penguin, 2003, p. 615.
6
aniquilados como lo habían sido los nativos americanos. En el Lebensraum
recientemente conquistado, Hitler planeaba puentes más grandes que el Golden Gate y
rascacielos que rivalizarían con los de Nueva York. Aunque el ejército alemán ocupó
rápidamente gran parte de la Unión Soviética occidental, tomó millones de prisioneros
del Ejército Rojo y comenzó a matar decenas de miles de judíos, falló en la conquista de
Moscú y Leningrado y se empantanó en una prolongada guerra total que Hitler
pretendía evitar. Para fines de 1941 sus grandiosos planes imperiales parecían cada vez
más fantasiosos y no había victoria a la vista.4
¿Por qué entonces Hitler, junto a sus aliados subordinados Italia, Rumania,
Hungría y Bulgaria, le declaró la guerra a los Estados Unidos tras Pearl Harbor?
Estrategia, ideología, megalomanía y error de cálculo jugaron su rol. Hitler había
decidido invadir la Unión Soviética en junio de 1941 en parte porque esperaba una
rápida victoria que aislaría y desmoralizaría a Gran Bretaña antes de que los Estados
Unidos estuvieran movilizados económicamente y comprometidos militarmente.
Aunque Hitler quería postergar el inevitable conflicto con los Estados Unidos hasta que
la Unión Soviética fuera derrotada, una vez que Japón atacó asumió que el gobierno
norteamericano estaría preocupado peleando en el Pacífico y tendría limitada capacidad
para ayudar a Gran Bretaña y a la Unión Soviética. De igual importancia fue la creciente
paranoia antisemita de los nazis respecto de los Estados Unidos. En la primavera de
1941 los propagandistas racistas nazis Joseph Goebbels y Alfred Rosenberg insistieron
en que los Estados Unidos apoyaban a Gran Bretaña y contemplaban la intervención
sólo porque los judíos habían influenciado a Roosevelt; en verdad, aseguraban, había un
gobierno judío paralelo junto al oficial. Hitler veía la Carta del Atlántico de 1941, que
disponía los derechos y las libertades a las se comprometían Roosevelt y Churchill,
como una virtual declaración de guerra contra la Alemania nazi. Desde fines de 1941 la
propaganda nazi, que caracterizó a Stalin como un “asesino de masas bolchevique” y a
Churchill como el “sepulturero del imperio”, puso la “mayor responsabilidad de la
guerra” en Roosevelt, quien fue acusado de querer expandir el conflicto debido a
problemas domésticos y de estar dispuesto a dejar que los judíos dominaran el mundo.
Cada vez más los nazis proyectaron sus propios objetivos en sus enemigos. Los Estados
Unidos pretendían “alcanzar la dominación mundial” y Roosevelt y los judíos querían
4
Ian Kershaw, Hitler 1936-1945: Nemesis, Nueva York, Norton, 2001, pp. 434-5, Adam Tooze, The
wages of destruction: The making and breaking of the Nazi Economy, Nueva York, Viking 2006, pp. 469-
70. Mark Mazower, Hitler's Empire: How the nazis ruled Europe, Nueva York, Penguin, 2008, p. 125.
7
“exterminar a la Alemania Nacionalsocialista”. Finalmente, Hitler subestimó la
capacidad económica y militar de los Estados Unidos tanto como sobreestimó lo que
Alemania podía producir y extraer de su nuevo imperio.5

Negociando alianzas
La entrada de los Estados Unidos en la guerra europea trajo no sólo una
cooperación intensificada con Gran Bretaña sino también una nueva asociación con la
Unión Soviética. A causa de que los alineamientos de los tiempos de la guerra se
revirtieron rápidamente en la posguerra, las enemistades de la Guerra Fría han sido
releídas en base a una situación que tenía una dinámica diferente; la “relación especial”
con Gran Bretaña es vista como evidente y sencilla, la alianza con la Unión Soviética
como contraria al sentido común y difícil. Aunque algunos historiadores argumentan
que la Unión Soviética no estuvo tan comprometida en la alianza con Gran Bretaña y
Estados Unidos como lo había estado con el pacto Hitler - Stalin, la mayoría están en
desacuerdo. Mientras continúan los debates acerca de si los soviéticos consideraron una
paz por separado con Alemania, incluso los que sostienen que hubo insinuaciones
tempranas aseguran que desaparecieron después de la victoria de Kursk a mediados de
1943. Pese a que los diplomáticos norteamericanos y británicos estacionados en Moscú
se quejaban de la falta de contacto con oficiales y ciudadanos, Roosevelt y Churchill
desarrollaron una relación operativa con Stalin, aunque carente de la camaradería que
compartían los líderes anglo-norteamericanos.
Los temas económicos no dividieron a estadounidenses y soviéticos, como sí lo
hicieron con Gran Bretaña y los Estados Unidos, pero la estrategia militar los enfrentó
de manera persistente, dado que la máxima prioridad de Stalin era un segundo frente en
Francia, Noruega o Finlandia. Los estrategas militares norteamericanos querían una
temprana invasión del continente, pero los británicos, que aspiraban a proteger recursos
y defender intereses imperiales, preferían bloquear a Alemania, atacar a las fuerzas de la
Wehrmacht en el norte de África y luego invadir Italia, esperando que los alemanes
pudieran levantarse contra Hitler. Roosevelt consintió los planes británicos, puesto que
enfrentaba al público norteamericano, un 20 o 30 por ciento del cual deseaba una paz
negociada con Alemania y favorecía concentrar todos los recursos en la Guerra del
5
Phillip Gassert, Amerika im Dritten Reich: Ideologie, Propaganda und Volksgemeinung 1933-45,
Stuttgart, Franz Steiner Verlag, 1997, pp. 325-27, 353. Jeffrey Herf, The Jewish Enemy: Nazi Propaganda
during World War II and the Holocaust, Cambridge, MA, Harvard University Press, 2006, p. 131.
8
Pacífico. Las tropas norteamericanas se unieron a las británicas para derrotar al general
alemán Rommel en el norte de África, pero las fuerzas anglo-norteamericanas
enfrentaron sólo a catorce divisiones del Eje, mientras que el Ejército Rojo enfrentó a
266 en el frente oriental. La distribución desigual de las cargas militares no fue
sustancialmente alterada por la estrategia anglo-norteamericana de bombardear más de
cien pueblos y ciudades alemanas de 1942 a 1945. Persiste la controversia acerca de la
moralidad de seleccionar civiles como objetivos y de la efectividad de los bombardeos
en la disrupción de la producción económica y el esfuerzo de guerra. Churchill y
Roosevelt sostuvieron que los bombardeos fueron un sustituto del segundo frente, pero
los soviéticos no lo vieron como una compensación adecuada por los millones de vidas
perdidas y ciudades, fábricas y granjas destruidas. Además, los beneficios de los
bombardeos llegaron sólo después de que la marea de la guerra hubo bajado.6
Los soviéticos agradecieron la ayuda de la Ley de Préstamo y Arriendo, incluso
aunque sus efectos no empezaron a sentirse hasta 1943. La Unión Soviética, al igual que
Gran Bretaña, recibió una amplia ayuda alimentaria, incluyendo el Spam, el producto
norteamericano por excelencia.7 Hacia el fin de la guerra un sexto de los aviones de
combate y un octavo de los vehículos blindados de combate de la Unión Soviética
provenían de Occidente. En total, la ley equivalió a entre un 4% y un 20% del valor del
rendimiento del sector público soviético. Ayudó a aliviar el caos económico provocado
por la evacuación de las fábricas más allá de los Urales y por la ocupación alemana en
curso. Pero en las enormemente destructivas y costosas batallas entre junio de 1941 y
las victorias soviéticas de Stalingrado en 1942 y Kursk en 1943, la ayuda de los Aliados
no desempeñó un rol significativo. Sin embargo, fue mucho más importante para ayudar
al Ejército Rojo a hacer retroceder a la Wehrmacht hacia Berlín.8
Las alianzas no se negociaron únicamente en la trastienda del poder sino
también en la imaginación pública, y las actitudes populares hacia el otro en los Estados
Unidos y la Unión Soviética fueron notoriamente positivas. En parte esto provino de la
propaganda gubernamental y la cobertura mediática, en parte de un intercambio más
denso de información y productos culturales. Bajo la presión de sus Aliados, Stalin

6
Reynolds, From World War, pp. 56, 57. John Barber y Mark Harrison, The Soviet Home Front, 1941-
45: A Social and Economic History of the USSR in World War II, Londres, Longman, 1991, pp. 32, 34.
7
Spam era el nombre comercial de una popular carne enlatada producida por la empresa norteamericana
Hormel Foods Corporation. [N. de la R. T.]
8
Barber y Harrison, Soviet Home Front, p. 190.
9
permitió una mayor apertura cultural y mostró mayor tolerancia hacia la otrora
prohibida Iglesia Ortodoxa Rusa. La cobertura de la prensa soviética de la “gran
república transoceánica [...] un país al que estamos ligados por una histórica amistad”,
como describió la afectada prosa soviética a los Estados Unidos, fue generosa, y la
ayuda estadounidense era reportada frecuentemente. Los teatros proyectaron cada vez
más películas de Hollywood; una vez más, los soviéticos disfrutaron tocando y
escuchando jazz, y las películas y obras rusas tuvieron personajes norteamericanos
positivos, que eran amistosos hacia la Unión Soviética. Hubo conferencias, crónicas de
viaje y libros sobre los Estados Unidos. Aunque es imposible medir la opinión pública
soviética durante la guerra, hay indicadores de que muchos veían de manera muy
positiva a los norteamericanos y buscaban contactos con ellos cuando fuera posible.
Stalin abrió de mala gana la Unión Soviética a más periodistas, misioneros y marinos
occidentales pero procuró limitar los contactos con los rusos a ocasiones formales por
temor a exponer el atraso soviético. Esas restricciones sólo fueron parcialmente
exitosas, puesto que las subvertían las prostitutas y las llamadas “chicas alegres”, que a
menudo eran estudiantes. Y el 9 de mayo de 1945 hubo una enorme y bulliciosa
manifestación afuera de la embajada norteamericana en Moscú para celebrar la
rendición alemana. Según George Kennan, quien en ese entonces tenía un puesto en la
embajada, “Si uno de nosotros se aventuraba por las calles, era inmediatamente
atrapado, lanzado con entusiasmo al aire y pasado por manos amigables sobre las
cabezas de la multitud para perderse, eventualmente, en una confusa orgía de buenos
sentimientos en algún lugar de los suburbios”.9
Para muchos norteamericanos fue el desempeño militar soviético el que moldeó
una imagen más positiva. El éxito soviético en detener a la Wehrmacht estimuló los
pedidos de ayuda militar y generó una cobertura periodística positiva de la Unión
Soviética, incluso por el editor de Life, Henry Luce, que era incondicionalmente
anticomunista. Las victorias posteriores parecían mostrar que el sistema funcionaba y el
pueblo le era leal. Sin lugar a dudas, los comentaristas norteamericanos discrepaban
acerca de si la Unión Soviética estaba atravesando una regeneración espiritual y podía
estar abierta a la democratización. El sociólogo Pitrim Sorokin llegó a sugerir que la
Unión Soviética y los Estados Unidos, como naciones altamente industrializadas,

9
Alan M Ball, Imagining America: Influence and Images in Twentieth Century Russia, Lanham, MD,
Rowman and Littlefield, 2003, pp. 178-79.
10
compartían afinidades y podían estar convergiendo. La corriente prevaleciente en la
cobertura periodística de la URSS era “sorpresivamente benévola”, como Misión a
Moscú, una película basada en las entusiastas e ingenuas memorias del ex embajador
Joseph Davies sobre su estancia allí en tiempos de la guerra. Fortune y Bussiness Week
escribieron acerca de posibles mercados soviéticos, mientras que Erich Johnston,
presidente de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, esperaba “comerciar y
levantar a Rusia” (el ministro de Relaciones Exteriores Molotov le correspondió
expresando la admiración soviética por la tecnología norteamericana pero enfatizando
su interés por la industria pesada y no por los bienes de consumo que Johnston y otros
esperaban vender). Time, que había hecho a Stalin su Hombre del Año villano en 1940,
le otorgó el mismo título, pero en forma positiva, en 1943. Ese mismo año Life afirmó
que los rusos “se parecen a los norteamericanos, se visten como los norteamericanos y
piensan como los norteamericanos”, y en 1944 el New York Times aseguró a sus lectores
que el “pensamiento marxiano en la Rusia soviética está pasado de moda”.10
One World, el best seller de 1943 de Wendell Willkie, que vendió 800.000
copias en un mes y más de 3 millones hacia 1945, ofreció una imagen más sensata y
realista de la Unión Soviética. En 1942 Roosevelt envió a Willkie, quien había sido
candidato republicano a la presidencia en 1940, a visitar líderes aliados claves como
Stalin y el chino Chiang Kai-shek. Después de dos semanas en Moscú y Yakutsk,
Willkie concluyó que Rusia era una “sociedad efectiva”, que peleaba una “guerra del
pueblo” y resistía “magníficamente” el desafío militar de Hitler. Pasó revista a la muerte
y la destrucción que la Wehrmacht había provocado y admiró la producción de las
fábricas de defensa soviéticas, aunque criticó su pobre organización y su baja
productividad. De sus conversaciones con periodistas, oficiales militares y directores de
fábrica, se quedó con la impresión de su patriotismo y orgullo pero también de su
inflexible compromiso con el marxismo y el Estado soviético. Sabiendo que los
norteamericanos admiraban y temían a la vez a la Unión Soviética, Willkie urgió a los
Estados Unidos a cooperar con Rusia para asegurar la paz y la estabilidad económica.

10
David S. Foglesong, The American Mission and the “Evil Empire”: The crusade for a “free Russia”
since 1881, Cambridge University Press, 2007, pp. 89, 92-97. David Engerman, Modernization from the
other shore: American Intellectuals and the romance of Russian Development, Cambridge, MA, Harvard
University Press, 2003, p. 275. Paul Kennedy, The Rise and Fall of the Great Powers, Nueva York,
Vintage, 1987, p. 371.
11
Al igual que la manifestación del 9 de Mayo en Moscú, la entusiasta recepción del libro
de Willkie sugiere un momento de posibilidad.11

La relación especial
En cierta forma las relaciones entre los Estados Unidos y Gran Bretaña eran más
tensas. Compartían inteligencia y colaboraban en los esfuerzos por desarrollar armas
nucleares, lo que ninguno hizo con la Unión Soviética, sin embargo los estadounidenses
veían a Gran Bretaña como el socio menor en estas áreas al igual que en la economía.
Sintiéndose simultáneamente inferiores y superiores, algunos líderes británicos se
preocuparon por su exclusiva dependencia de los Estados Unidos, aunque se
consideraban más conocedores y experimentados. Durante la campaña conjunta anglo-
norteamericana en el norte de África en 1942, Harold MacMillan, un político
conservador y futuro primer ministro, captó perfectamente esta ambivalencia al
comparar a los británicos con los esclavos griegos y a los norteamericanos con el
Imperio Romano. Encontró en los estadounidenses mucho de lo que los griegos
encontraban en los romanos –grandotes, vulgares, bulliciosos, más vigorosos que
nosotros y también más ociosos, con virtudes más intactas pero también más corruptos.
Debemos operar los Cuarteles Generales de las Fuerzas Aliadas como los esclavos
griegos manejaban las operaciones del Emperador Claudio.12
Las tensiones a nivel gubernamental y militar se combinaron con la “ocupación”
norteamericana de Gran Bretaña. Entre 1942 y 1945 más de tres millones de soldados y
aviadores norteamericanos pasaron por Inglaterra; con anterioridad al desembarco en
Normandía en junio de 1944, más de 1,5 millones estuvieron estacionados allí. Como
los británicos bromearon entonces y después, el problema era que el personal militar
norteamericano estaba “obsesionado con el sexo, sobrerremunerado, sobrealimentado y
aquí”.13 Estos jóvenes, que eran abrumadoramente hombres, eran pagados, vestidos y
alimentados mejor que los soldados y civiles británicos, en realidad mejor de lo que lo
habían sido en su tierra antes de la guerra. Estas “relaciones de abundancia” hicieron de
ellos y de la cultura norteamericana una presencia cotidiana en Gran Bretaña. 14 Para las

11
Wendell Willkie, One World, Nueva York, Simon and Schuster, 1943, pp. 53-80, 100-2.
12
Reynolds, From World War, p. 65.
13
Juego de palabras: "oversexed, overpaid, overfed and over here".
14
David Reynolds, Rich relations: The American Occupation of Britain, 1942-45, Nueva York, Random
House, 1995.
12
jóvenes representaban una excitante alternativa a la monotonía de los tiempos de guerra;
para los jóvenes, competencia social y sexual; para otros, la aterradora o refrescante
ruptura de las tradicionales barreras de clase y de las costumbres sexuales. Abundaron
los conflictos sobre sexo, delito y raza. Los oficiales norteamericanos querían que los
británicos regularan la prostitución, en tanto que el ejército y los líderes civiles
británicos insistían en que se controlara a los soldados. El ejército norteamericano se
negó a permitir a las cortes británicas enjuiciar a sus miembros por acusaciones de
delitos civiles o criminales; los británicos les garantizaron de mala gana
extraterritorialidad, signo tradicional de sumisión colonial. Mientras los estadounidenses
segregaban rígidamente a sus soldados, los británicos criticaron las barreras de color y
dieron la bienvenida a soldados negros, aun cuando intentaron limitar las relaciones
sexuales interraciales. La ocupación estadounidense y la subsiguiente campaña militar
conjunta dejaron a los británicos una imagen clara de la prosperidad norteamericana, de
su poder de consumo y de su fuerza militar, y la creencia de que se asemejaban más a
los norteamericanos que los franceses, los alemanes o los soviéticos. Por su parte, los
estadounidenses acabaron sintiéndose superiores; sólo los soldados negros fueron más
ambivalentes respecto de las virtudes relativas de los Estados Unidos y Gran Bretaña.
Esta primera ocupación norteamericana y las reacciones a ella presagiaban lo que
ocurriría en la posguerra tanto en Italia, Alemania y otros países de Europa occidental
como en Japón y Corea.
Hubo un tema que notablemente causó poco disenso entre los Aliados: cómo
responder o no a las noticias sobre la exterminación de los judíos de Europa. A lo largo
de 1942 circularon por canales diplomáticos, redes judías y la prensa norteamericana y
británica muchos informes acerca del asesinato de más de un millón de judíos en
Polonia y la Unión Soviética. En agosto, Gerhard Riegner, el representante del
Congreso Judío Mundial en Ginebra, transmitió a Londres y Washington un reporte
procedente de Alemania según el cual Hitler planeaba exterminar a todos los judíos
europeos. Aunque hubo manifestaciones de protesta en Nueva York y Londres, buena
parte del público, incluidos los líderes judíos, no entendieron o no quisieron entender lo
que estaba ocurriendo. Los líderes aliados dieron prioridad persistentemente a ganar la
guerra antes que a rescatar a los judíos, considerándolos como dos objetivos en
conflicto. Los Estados Unidos se negaron a alterar las leyes de inmigración; los
británicos restringieron la entrada de judíos en Palestina, y ambos países rechazaron las
13
súplicas judías de bombardear Auschwitz. Los tres gobiernos aliados buscaron limitar la
publicidad sobre el Holocausto y condenaron la barbarie nazi sin advertir la
singularmente horrenda persecución de los judíos.
El antisemitismo popular por un lado y las prioridades políticas por el otro
explican esa reticencia y pasividad frente al genocidio. El Ministro de Información
británico y la Oficina de Información de Guerra de los Estados Unidos no hicieron
públicos los informes del exterminio por temor a incrementar el antisemitismo popular.
Al igual que los soviéticos, temían que las políticas alemanas no fueran impopulares.
Además, luego de las falsas historias sobre atrocidades de la Primera Guerra Mundial,
los oficiales creían que el público rechazaría las denuncias de asesinatos a semejante
escala. Algunos argumentan que la política burocrática explica el fracaso de Roosevelt
en actuar; otros insisten en que era imposible para los Aliados intervenir efectivamente.
Mientras podía hacerse poco en 1941-42, a partir de entonces el bombardeo aliado de
las vías férreas a los campos de exterminio, la presión sobre los aliados y satélites
alemanes, y la publicidad para advertir a los judíos y urgir a otros a ayudar podría haber
limitado significativamente el número de muertos. Sin embargo, para Roosevelt, como
para Churchill, salvar a los judíos era una baja prioridad políticamente inconveniente.
Ambos líderes bregaron por una política de rescate a través de la victoria, pero hacia el
final de la guerra quedaban pocos con vida para ser salvados.

Economías movilizadas
La Segunda Guerra Mundial con sus épicas batallas de tanques y sus
bombardeos generalizados asistió a una mecanización de la guerra ampliamente
mejorada, incluso cuando la lucha “sufrió un radical proceso de desmodernización”
especialmente en el frente oriental.15 Para los Aliados, librar la guerra total entrañó la
negociación constante de planes militares y ayuda económica; para los alemanes, dictar
la estrategia a sus aliados y extraer recursos económicos de los territorios conquistados.
Para ambos bandos, la guerra total requirió una movilización masiva de su frente interno
que reordenó la producción, reubicó la fuerza de trabajo y reestructuró el Estado. Al
igual que en la Primera Guerra Mundial, todos los beligerantes enfrentaron escasez de
mano de obra, municiones, recursos financieros y alimentos. En diferentes Estados la

15
Omer Bartov, Hitler's Army:Soldiers, Nazis and War in the Third Reich, Oxford University Press, 1992,
p. 12.
14
movilización económica puso de manifiesto tanto similitudes generales en los medios
como notables diferencias en las magnitudes y una vez más el número de muertos fue
mucho mayor en las sociedades europeas que en los Estados Unidos. Los Aliados
fueron capaces de superar en producción al Eje y esto fue clave para la victoria, pero las
respectivas contribuciones a ésta de los Estados Unidos, la Unión Soviética y Gran
Bretaña fueron más complejas que el mito y la memoria que de ellas tendría cada bando.
Los Estados y las sociedades experimentaron una militarización sin precedentes.
Hacia fines de los treinta Alemania y la Unión Soviética poseían las fuerzas armadas
más grandes de Europa, pero el ejército británico aumentó de 400.000 efectivos en 1938
a 5 millones en 1944-45, mientras el de los Estados Unidos fue de 190.000 en 1939 a
8,5 millones en 1944-45. Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética
expandieron enormemente su fuerza aérea, al igual que Alemania, pero sólo los Estados
Unidos siguieron adelante con el proyecto de construcción de una armada biocéanica. El
gran Estado alemán, el partido y las burocracias de las SS buscaron coordinar el uso de
recursos públicos y privados y explotar el imperio nazi en rápido crecimiento. Gran
Bretaña y los Estados Unidos expandieron y militarizaron sus gobiernos nacionales. Los
poderes presidenciales norteamericanos se incrementaron formidablemente mientras el
"Dr. Ganar la Guerra" reemplazó al “Dr. New Deal”. Se cerraron programas como la
Administración para el Progreso de Obras Públicas (WPA) y el Cuerpo Civil de
Conservación (CCC), pero el número de empleados públicos se infló de 1 millón en
1940 a cerca de 4 millones en 1945 y el presupuesto federal pasó de 10.100 millones de
dólares a 106.900 millones en el mismo período. El Estado norteamericano había dejado
de ser peculiar en términos del tamaño de su burocracia y ejército. En 1943 y 1944 los
alemanes dedicaron más del 70 por ciento de su PBI al esfuerzo de guerra, comparado
con el aproximadamente 60 por ciento de los soviéticos, el 55 por ciento de los
británicos y sólo el 45 por ciento de los mejores dotados Estados Unidos.16
La mayoría de los Estados financiaron sus disparados gastos militares a través de
ahorros forzosos, racionamiento y el desplazamiento del dinero y la mano de obra fuera
de la agricultura y los bienes de consumo. En Gran Bretaña el consumo descendió 21
por ciento, en la Unión Soviética mucho más al igual que los salarios, que se

16
Peter Clarke: Hope and Glory: Britain 1900-2000, London, Penguin, 2004, p. 200. Stanley Buder,
Capitalizing on Change: A Social History of American Bussiness, Chapel Hill, North Carolina Press,
2009, p. 219, www.usgovernmentspending.com/year1945_0.html#usgs302. Mark Harrison, “The
economics of World War II: An Overview”, en Harrison (ed.), The Economics of World War II, p. 21.
15
desplomaron precipitadamente. El consumo alemán declinó después de 1942, pero los
alemanes evitaron las privaciones extremas, el severo racionamiento, el hambre y la
malnutrición que sufrieron tantos otros europeos, debido a que explotaron severamente
los territorios conquistados por el Nuevo Orden de Hitler. Hay poco acuerdo acerca de
cuánto exactamente obtuvieron los alemanes de su imperio y si esos beneficios explican
el tenaz apoyo al Tercer Reich. Está claro que mientras Gran Bretaña y la Unión
Soviética dependieron totalmente de impuestos para financiar la guerra, Alemania
impuso pagos de ocupación que proveyeron más de un tercio de los ingresos del Estado
y cubrieron cerca de la mitad de los gastos de guerra. Francia, Bélgica y Holanda fueron
las fuentes más lucrativas de ingresos y de mercaderías para vender, mientras que los
territorios conquistados en el Este, donde la lucha continuaba, fracasaron en proveer los
esperados alimentos, combustible y minerales de hierro. La experiencia norteamericana
fue distintiva. El aumento de impuestos fue modesto, el racionamiento limitado y,
aunque hubo escasez de bienes de consumo durable, el consumo en general aumentó.
En comparación con la Depresión, los “estadounidenses nunca la pasaron tan bien”.17
Para los Estados Unidos también fue más sencillo movilizar mano de obra. Los
millones de desocupados afluyeron a las industrias de guerra; cientos de miles de negros
sureños se trasladaron al norte y el oeste, y “Rosie la remachadora”, la icónica mujer
trabajadora de la guerra, construyó aviones y tanques. En Gran Bretaña, mujeres y
desempleados proveyeron personal a las industrias de guerra; en la Unión Soviética
millones de hombres ingresaron al ejército mientras que las mujeres los reemplazaron
en las industrias y la agricultura se convirtió en la reserva de mujeres, niños y personas
mayores. Esta relocalización masiva ocurrió mientras miles de fábricas y millones de
trabajadores eran evacuados al este de los Urales, creando caos en la producción, en el
abastecimiento de alimentos y en las vidas de individuos y familias, sólo resuelto
parcialmente después de 1942. Alemania, que tenía pleno empleo antes de 1939 y
porcentajes más altos de empleo femenino que Gran Bretaña y los Estados Unidos, hizo
uso de más de 11 millones de trabajadores extranjeros en el curso de la guerra; hacia
1944 constituían la mitad de la fuerza de trabajo agrícola y un tercio de la de las
industrias claves de guerra. Algunos fueron reclutados en Italia y los países ocupados de
Europa occidental; la mayoría eran trabajadores forzados, reclutados en el Este,
17
Alan Milward, War, Economy and Society, 1939-41, Berkeley, University of California Press, 1979, pp.
90, 93, 107, 137-138. Hugh Rockoff, “The United States: From Ploughshares to Swords”, en Harrison
(ed.), The Economics of World War II, pp. 84-93.
16
prisioneros de guerra soviéticos y trabajadores esclavos de los campos de concentración.
Pese a la magnitud de la movilización laboral a ambos lados del Atlántico, hubo pocos
de los conflictos de género y de trabajo que habían marcado a la Primera Guerra
Mundial. La enormidad del conflicto, la amarga experiencia previa de la guerra total y
la difusa línea entre el frente interno y el frente de batalla (con la excepción de los
Estados Unidos) hicieron que la producción para la supervivencia y la victoria cobraran
preeminencia.
El frente interno de los Aliados y el Eje se comprometió en el esfuerzo de guerra
con tenacidad y determinación pero con éxito desigual. Aunque la superioridad
industrial no asegura la victoria en todas las guerras, la capacidad de los Aliados para
sobrepasar al Eje en la producción de todo tipo de municiones contribuyó
significativamente a la victoria. En 1944, por ejemplo, los alemanes fabricaron 17.800
tanques, los Aliados 51.500; entre 1941 y 1945 los alemanes fabricaron 18.606 aviones,
los Aliados 84.806.18 La economía de guerra alemana sufrió falta de petróleo, escasez
de mineros, dificultades para que crecieran las economías de los países ocupados de
Europa occidental y la preferencia por la producción de pocas armas de alta calidad en
vez de un gran número de armas más sencillas. El fracaso en derrotar a la Unión
Soviética y las disrupciones de los bombardeos deterioraron la economía de guerra
mucho antes de la invasión anglo-norteamericana.
El éxito económico aliado se atribuye por lo general únicamente a los Estados
Unidos. Después de su derrota en África del Norte, el general alemán Rommel dijo que
“desde la entrada de los Estados Unidos en la guerra ha habido pocas perspectivas de
que alcanzáramos la victoria definitiva”. Los Estados Unidos tenían la mayor economía
del mundo, la mayor capacidad ociosa y el PBI por cápita más alto; hacia 1944
producían el 40 por ciento del armamento mundial y el 60 por ciento del materiél de
guerra de los Aliados. La Unión Soviética, sin embargo, tuvo “un rendimiento
excepcional”. Al especializarse en unas pocas armas de calidad y confiando en la Ley
de Préstamo y Arriendo para camiones, los soviéticos pudieron producir más tanques,
aviones y armas que los alemanes y los británicos. Pese a que el PBI per cápita era sólo
el 29 por ciento del norteamericano y a las dislocaciones de la invasión y la ocupación

18
Kennedy, Rise and Fall of the Great Powers, p. 354.
17
germana, los soviéticos finalmente produjeron la mitad del materiél de guerra de los
estadounidenses.19
Ni los norteamericanos ni los soviéticos podrían haber ganado económica o
militarmente la guerra sin el otro. Sin embargo, reflejando tanto el “ensimismamiento
nacional” como los paradigmas de la guerra fría, la memoria pública soviética se
concentró en los horrores y el heroísmo del frente oriental y en la marcha a Berlín,
mientras que las narrativas norteamericanas apenas mencionan el frente oriental. Los
rusos conmemoran Stalingrado y el sitio mortal de 900 días de Leningrado, los
estadounidenses Pearl Harbor, el Día D y la batalla de las Ardenas. Los norteamericanos
atribuyen la victoria a la ayuda y la invasión de Italia y Francia, ignorando tanto las
victorias iniciales de los soviéticos como la gran cantidad de hombres y municiones que
suministraron. Desde los años '50 en adelante, los estadounidenses expurgaron de la
memoria pública la alianza soviético-norteamericana, demonizaron a los bolcheviques
“asiáticos” y mitificaron las intenciones de la Wehrmacht de manera de exonerarla de su
comprobado involucramiento en el Holocausto.20 Sólo los británicos, que recuerdan
haber resistido en soledad contra la Alemania nazi, reconocieron su dependencia tanto
del dinero estadounidense como de las tropas rusas.

Sociedades sufrientes
Así como los norteamericanos han olvidado la contribución soviética a la guerra,
también ignoraron el precio pagado tanto por los europeos victoriosos como por los
vencidos. El total de víctimas ilustra esto descarnadamente. La Unión Soviética perdió
27 millones de habitantes, de los cuales más de 8 millones eran soldados. Esta cifra
asombrosa, que en un inicio no fue públicamente admitida por los líderes soviéticos,
significa que uno de cada ocho soviéticos no sobrevivió a la guerra. Murieron más
soviéticos en el sitio de Leningrado que el número de norteamericanos y británicos
sumados en toda la guerra. Murieron entre 5 y 5,5 millones de alemanes, en su mayoría
soldados. Polonia perdió más de 6 millones, la mayor parte civiles, muchos de los
cuales murieron en campos y guetos. Al menos 1,5 millones de yugoslavos perecieron.

19
Richard Evans, The Third Reich at War, Nueva York, Penguin, p. 2009, p. 468. David Reynolds, “Power
and Superpower: The impact of Two World Wars on America's International Role”, en Warren Kimball
(ed.), America Unbound: World War II and the making of a Superpower, Nueva York:,St Martins, 1992, p.
21. Tooze, Wages, p. 588. Barber y Harrison, Soviet Home Front, p. 180.
20
Ronald D. Smelser y Edward J Davies II, The Myth of the Eastern Front: The Nazi Soviet War in
American Popular Culture, Cambridge University Press, 2008.
18
Los alemanes asesinaron a 6 millones de judíos dentro y fuera de los campos, y
seleccionaron a 3 millones de eslavos y de gitanos romaníes para su exterminio sobre
bases raciales. Francia perdió alrededor de 600.000, Hungría cerca de 500.000 y
Holanda 200.000; en todos los casos la mayoría eran civiles. Gran Bretaña perdió cerca
de 400.000 e Italia alrededor de 30.000, predominando los soldados entre los muertos de
ambos países. Estimaciones sobre los norteamericanos muertos en la guerra varían
desde menos de 300.000 a poco más de 400.000 bajas militares en ambos escenarios de
la guerra.21
La guerra en el Este fue particularmente brutal para todos los civiles, pero la
liberación de Europa Occidental en 1944-45 también implicó bombardeos, luchas,
ocupación militar, y para los civiles, escasez, hambre, malnutrición y muertes. Como
resultado de los bombardeos y las luchas de alemanes y Aliados, las ciudades quedaron
hechas escombros de Stalingrado a Londres, de Hamburgo a Nápoles. Al final de la
guerra alrededor de 30 millones de refugiados y desplazados –civiles, trabajadores
forzados, prisioneros de guerra, alemanes expulsados de Europa del Este y, en mucho
menor número, sobrevivientes de los campos de concentración- estaban en movimiento,
regresando a sus antiguos hogares o buscando uno nuevo.22 Mientras Europa era
liberada desde el este hacia el oeste, los regímenes colaboracionistas de la época de la
guerra cayeron y países como Grecia se sumieron en la guerra civil. Los Estados Unidos
estuvieron libres de las muertes civiles que fueron la marca distintiva de la Segunda
Guerra Mundial.
Las economías apenas funcionaban en gran parte de Europa, en tanto las fábricas
cerraban, el hambre aumentaba y los gobiernos imponían un racionamiento extremo.
Para el final de la guerra el PBI europeo, excluyendo a la Unión Soviética, había
descendido un 25 por ciento. Las pérdidas soviéticas fueron aun mayores. Diecisiete mil
ciudades y 70.000 pueblos y aldeas habían sido destruidos, al igual que 31.000 fábricas,
3.000 pozos de petróleo y más de 1.000 minas de carbón. La agricultura fue devastada
por la muerte de 17 millones de reses, 20 millones de cerdos y 27 millones de cabras y

21
Twentieth Century Atlas. National Death Tolls for the Second World War,
http://users.erols.com/mwhite28/ww2stats.htm. Las estimaciones de muertes varían notablemente. He
usado las cifras ampliamente aceptadas o bien el rango de muertes estimadas.
22
Dirk Hoerder, Cultures in Contact: World Migrations in the Second Millenium, Durham, Duke
University Press, 2002, pp. 478-79.
19
ovejas. La pérdida de 15.800 locomotoras y de 65.000 km de vías férreas paralizó el
transporte.

Imagen de la destrucción de Varsovia.

Económicamente la Unión Soviética fue en verdad el “vencedor derrotado”.


Polonia, Yugoslavia y Hungría perdieron la mitad de su capacidad ferroviaria; Polonia
tres cuartos de sus puentes y Yugoslavia la mitad de sus buques de gran calado y el 40
por ciento de las carretas de sus campesinos. Mientras la Unión Soviética perdió un
cuarto de su stock de capital, Alemania perdió sólo el 13 por ciento. A pesar de su
disposición a colaborar con los nazis, el ingreso nacional de Francia era sólo la mitad de
su nivel de 1938, y todas las reservas monetarias habían fluido hacia Alemania. Gran
Bretaña sufrió menos daño material pero agotó su oro y sus reservas monetarias;

20
exportaba sólo un tercio de lo que lo hacía antes de la guerra y era crecientemente
dependiente de la ayuda estadounidense.23
Algo común a todas las experiencias y memorias europeas fue el costo de la
guerra, en vidas perdidas, familias separadas, esperanzas deshechas, morales
empañadas, política desacreditada, economías devastadas y sociedades desestabilizadas.
El precio pagado por vencedores y vencidos dejó a los europeos con una profunda y
perdurable desconfianza hacia las soluciones militares y las agresiones unilaterales en
su continente (incluso aunque recurrieran a ellas en el mundo no europeo).
La experiencia estadounidense de la guerra fue completamente diferente. Pese a
las muertes y las ásperas batallas, las pérdidas militares fueron tolerables, los civiles
estuvieron a salvo, la depresión terminó y los Estados Unidos emergieron triunfantes.
La economía norteamericana creció el 50 por ciento; sus ciudadanos ganaban más y
consumían más al final de la guerra que al comienzo de la misma. Como remarcó el
economista estadounidense John Kenneth Galbraith, “Nunca en la historia de los
conflictos humanos se ha hablado tanto de sacrificio y se ha hecho tan poco”. Para 1945
los Estados Unidos producían la mitad de los bienes del mundo y poseían la mitad de
las reservas monetarias internacionales. No hubo lucha en suelo norteamericano, ni
bombardeos, ni muertes en masa de civiles, ni ocupación, con todas las tentaciones de la
colaboración. Los norteamericanos se podían ver a sí mismos como liberadores, sin el
estigma del racismo europeo -en tanto se pasara por alto el confinamiento de los
japoneses americanos y la segregación doméstica y en el ejército-. Salieron de la
Segunda Guerra Mundial sin comprender la brecha que separaba su experiencia de la de
los europeos o los asiáticos. La pérdida de un miembro de la familia o del vecindario, la
escuela o el trabajo, es trágica. Pérdidas diecisiete veces más grandes como sufrieron
Polonia o Alemania, o sesenta y cinco veces más grandes, como le ocurrió a los
soviéticos, dejaron profundas y duraderas cicatrices no sólo en los individuos sino en el
conjunto de la sociedad. Perturbaron relaciones de género y generacionales, crearon
masiva escasez de trabajo y feminizaron la fuerza laboral. Dejaron el anhelo de una vida

23
Melvin Leffler, “The Cold War: What Do We Now Know ”, American Historical Review 104, abril de
1999, p. 513. Mark Harrison, “The Soviet Union: The defeated victory”, en Harrison (ed.), The
Economics of World War II, p. 268. Ivan T. Berend, Central and Eastern Europe, 1944-1993: Detour
from Periphery to Periphery, Cambridge University Press, 1996, p. 6. Milward, Economy and Society, p.
333. Kennedy, Rise and Fall of the Great Powers, pp. 366-67.
21
familiar, hogares y trabajos normales, incluso cuando los obstáculos para su realización
eran prácticamente insuperables.24
La muerte era sólo uno de los aspectos del trauma que afligía a Europa al final
de la guerra. La colaboración y la indiferencia frente a la persecución de los judíos y
otras minorías había desacreditado muchas ideologías y movimientos políticos y había
dejado mucha gente moralmente comprometida. A nivel individual y social, los
europeos enfrentaban la incertidumbre política y económica, la dislocación cultural y la
pérdida de identidades claramente definidas. La Segunda Guerra Mundial moldeó
profundamente las actitudes de los europeos hacia la guerra y la paz, el derecho
internacional y la seguridad nacional en formas que los norteamericanos difícilmente
comprendían y que descartaron demasiado fácilmente en las décadas siguientes.
La Segunda Guerra Mundial marcó la desaparición de la era europea a nivel
global. El ascenso simultáneo de la hegemonía estadounidense, como remarcó
acertadamente David Reynolds, no fue simplemente el resultado de un notable
crecimiento económico: “La transformación de los Estados Unidos de potencia a
superpotencia fue mucho más la consecuencia de la Segunda Guerra Mundial”.25
Resultó no sólo de la destructiva guerra civil europea y del precio que los aliados
norteamericanos pagaron por derrotar al nazismo; provino también de la persecución
norteamericana de su propio interés y de una nueva visión global que comenzó cuando
los Aliados planificaron la paz mucho antes de que la victoria estuviera asegurada.

Preparándose para la paz


Las visiones del orden de posguerra eran de alcance global, pero su diseño fue
un proyecto anglo-norteamericano. Ambos Estados estaban decididos a evitar la
repetición de Versalles, un rebrote de la depresión y la continuidad de sus legados de
comercio internacional disminuido, inseguridad social y económica, y una economía
mundial segmentada en bloques cerrados monetaria y comercialmente. Debía asegurarse
el involucramiento norteamericano en los asuntos económicos y políticos europeos y
debían construirse nuevas barreras contra nuevas agresiones. Desde 1941, los políticos,

24
Kennedy, Rise and Fall of The Great Powers, p. 368. Melvin P. Leffler, For the Soul of Mankind: The
United States, the Soviet Union and the Cold War, Nueva York, Hill and Wang, 2007, p. 40. Reynolds,
“Power and Superpower,” p. 30. William I. Hitchock, The Bitter Road to Freedom: The Human Cost of
Allied Victory in World War II Europe, Nueva York, Free Press, 2008, p. 132.
25
Reynolds, “Power and Superpower”, p. 30.
22
los intelectuales y la prensa británica y norteamericana llamaron a fortalecer el derecho
internacional, a expandir derechos y libertades, a construir instituciones multilaterales y
a modificar el laissez-faire. Muchos insistían en que la prosperidad económica era parte
esencial de la seguridad colectiva. Sin embargo, el compromiso compartido acerca de
estos objetivos de gran alcance ocultaba una multiplicidad de desacuerdos que
emergieron cuando los Estados Unidos y Gran Bretaña dispusieron los principios del
orden de posguerra en la Carta del Atlántico, establecieron las Naciones Unidas y
desarrollaron una nueva arquitectura para el sistema financiero global en Breton Woods.
La Carta del Atlántico, bosquejada por Churchill y Roosevelt en agosto de 1941,
marcó el primer esfuerzo por definir aquello por lo que peleaba Gran Bretaña, por qué
los neutrales Estados Unidos la apoyaban y a qué debería parecerse el orden de
posguerra. Ningún país quería anexar territorio o alterar las fronteras; ambos estaban
comprometidos con el “derecho de todos los pueblos a elegir la forma de gobierno bajo
la cual vivirán”. La derrota de la tiranía nazi era el objetivo inmediato; el desarme y “un
sistema amplio y permanente de seguridad general” los de más largo plazo. La Carta
clamaba por el libre comercio, una economía global abierta e igual acceso para todos a
los recursos naturales y al comercio para asegurar la prosperidad económica. De manera
notable sostenía que los derechos pertenecían tanto a los individuos como a las naciones
y enumeraba los económicos, los sociales y los políticos. Bregaba por mejorar las
normas laborales, el bienestar social y la seguridad del empleo. Esto era necesario para
asegurar que “todos los hombres del mundo puedan vivir sus vidas libres del temor y la
necesidad”.26
La Carta del Atlántico era una declaración ambiciosa y amplia de un posible
orden de posguerra liberal democrático y capitalista. Elizabeth Borgwardt argumenta
que su combinación de idealismo wilsoniano, las Cuatro Libertades de Roosevelt27 y el
libre comercio marcó el primer paso en el esfuerzo de los Estados Unidos por
desarrollar un “New Deal para el mundo”. Sin embargo, la autoría no fue sólo
estadounidense, ya que Churchill agregó algunos de los pasajes potencialmente más
radicales sobre el derecho a las necesidades básicas satisfechas y sobre derechos para
todos. No queda claro si esto reflejaba el llamado europeo a la reforma social de
posguerra o eran florituras retóricas de Churchill. En cualquier caso, su inclusión le dio
26
Carta del Atlántico, www.internet-esq/ussaugusta/atlantic1.htm
27
Libertad de expresión, libertad de culto, derecho a la cobertura de las necesidades básicas y derecho a
vivir en paz. [N. de la R. T.]
23
al documento un potencial radical no intencional a la vez que subrayó sus
ambigüedades. ¿Los súbditos coloniales gozarían de autodeterminación? ¿Gran Bretaña
y los Estados Unidos asegurarían realmente el acceso igualitario al comercio y los
recursos o solo, como sugería el documento, “con el debido respeto por sus obligaciones
existentes”? ¿Podrían reconciliarse los derechos económicos y la seguridad social con el
librecambio? Estos temas fueron debatidos no sólo durante la guerra sino también
mucho después. En el ínterin, la Carta del Atlántico permaneció, en palabras de
Churchill, “no como una ley” sino como “un destino”.28 El Eje no lanzó ninguna
contradeclaración, aunque Mussolini urgió a Hitler a clarificar que no estaba llevando
adelante una guerra colonial sino más bien construyendo un Nuevo Orden en Europa.29
Los Estados Unidos y Gran Bretaña, sin embargo, continuaron construyendo
instituciones multilaterales que le dieron sustancia a algunos de estos principios y
fueron equívocas respecto de otros. Estas instituciones, al mismo tiempo, comprometían
a los Estados Unidos a involucrarse internacionalmente y servían a sus intereses
nacionales.
La más conocida es las Naciones Unidas, que fue la sucesora de la difunta y
poco efectiva Sociedad de Naciones y cobró forma en las declaraciones y las reuniones
de tiempos de guerra. En enero de 1942 la Declaración de las Naciones Unidas respaldó
la Carta del Atlántico y comprometió a los signatarios a continuar la guerra con todos
los recursos posibles. Los Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña y China
firmaron, como lo hicieron cinco naciones de la Commonwealth británica, incluyendo
India, nueve estados centroamericanos, todos sometidos a la influencia norteamericana,
y ocho gobiernos europeos en el exilio, de Bélgica a Yugoslavia. Sudamérica, Medio
Oriente y África estuvieron ausentes, aunque Irán, Perú, Turquía y Venezuela aprobaron
más tarde el documento. En agosto de 1944 los Cuatro Grandes –los Estados Unidos,
Gran Bretaña, la URSS y China- bosquejaron la Carta de las Naciones Unidas en la
conferencia de Dumbarton Oaks en Washington. La organización propuesta se parecía
mucho a la criticada Sociedad de Naciones, no contenía explícitamente el lenguaje de
los derechos humanos y no asumía compromisos respecto de la descolonización. Las
referencias a los derechos humanos se reinsertaron en la conferencia fundacional de las
Naciones Unidas, realizada en San Francisco en junio de 1945, pero sólo después de que
28
Elizabeth Borgwardt, A New Deal for The World: America's Vision for Human Rights, Cambridge, MA,
Harvard University Press, 2005, p. 45.
29
Mazower, Hitler's Empire, p. 316.
24
se hubieran garantizado las prerrogativas de la soberanía nacional y el poder de veto de
los miembros permanentes del Consejo de Seguridad.
Las deficiencias de las Naciones Unidas eran múltiples. Roosevelt, que
aseguraba no ser un idealista wilsoniano, quería una nueva organización global y un
mundo en el que los Cuatro Gendarmes -los Estados Unidos, Gran Bretaña, la URSS y
China- dominarían y mantendrían la paz. Churchill prefería consejos regionales y el
foco en Europa antes que una organización global. Las Naciones Unidas carecían de
mecanismos efectivos de aplicación para asegurar la paz o proteger los derechos
humanos individuales porque ninguna nación deseaba ver su soberanía recortada.
Aunque los poderes dominantes hablaban con entusiasmo de su compromiso con los
derechos económicos y sociales, los consideraban secundarios respecto de los políticos
y legales. Además, las novatas Naciones Unidas carecían de recursos para disminuir la
pobreza. Incondicionalmente antiimperialista, Roosevelt quería transformar a las
colonias en fideicomisos, que serían conducidos gradualmente a la independencia por
los grandes poderes. Churchill se oponía a la descolonización de manera global, como
muchos que miraban a la Commonwealth como un modelo para las Naciones Unidas.
Las Naciones Unidas se enraizaban no solamente en las ideas estadounidenses sino
también en las de aquellos pensadores y hombres de Estado británicos como Alfred
Zimmern y Jan Smuts, que querían una organización internacional que preservara la
influencia británica, cimentara el liderazgo global norteamericano y reconciliase la
libertad y el imperio.
Los Estados Unidos y Gran Bretaña veían a la estabilidad económica como un
requisito previo para la seguridad colectiva y los treintas habían enseñado que la
cooperación multinacional era esencial para reemplazar al desacreditado patrón oro. Los
Estados Unidos y Gran Bretaña entonces reunieron delegados de cuarenta y seis países
en Bretton Woods, New Hampshire, en julio de 1944 para discutir un nuevo conjunto de
instituciones que regulara los intercambios monetarios globales y los flujos de capital.
Pero el sistema de Bretton Woods, como fue llamado, fue efectivamente obra de dos
hombres, Keynes y el director del Tesoro norteamericano Harry Dexter White.
Respondía a personalidades contrastantes y a visiones en competencia pero igualmente
grandes. Keynes tenía una educación de élite y era un intelectual y un economista
teórico de prominencia pública, que se movía con comodidad en los círculos
académicos, gubernamentales y artísticos. White, hijo de inmigrantes educado en
25
Harvard, era un economista del New Deal, que dominaba complejos problemas
económicos y los popularizaba pero que no tenía nada del carisma de Keynes. Ambos
estaban comprometidos en la solución multilateral de temas monetarios y esperaban que
hubiera disponibilidad de sumas sustanciales para la reconstrucción, la estabilización de
precios de las materias primas y el gasto contracíclico.
Ambos abordaban estos problemas sistémicos de la economía desde perspectivas
muy diferentes, que reflejaban las posiciones diametralmente opuestas de sus países.
Keynes representaba a una Gran Bretaña debilitada y a la defensiva, que quería proteger
el área esterlina; White, hablando en nombre de unos Estados Unidos prósperos y
confiados, quería “proyectar el poder y la responsabilidad norteamericana más allá de
las dos Américas”. White ambicionaba asegurar la participación soviética, Keynes era
indiferente. Keynes favorecía una Unión Internacional de Compensación, financiada
con 26.000 millones de dólares, que tendría su propio dinero bancario, el Bancor, del
cual sus miembros podrían retirar fondos generosamente. White favorecía un Fondo
Monetario Internacional (FMI) con una quinta parte y derechos de préstamo restrictivos.
White, que aspiraba al predominio permanente de los Estados Unidos en la toma de
decisiones, favorecía un directorio fuerte e intervencionista para el FMI; Keynes
prefería un directorio más débil y con más libertad de acción a discreción de las
naciones.
El Departamento de Estado y los negocios orientados internacionalmente,
deseosos de avanzar hacia una economía global abierta, querían monedas de conversión
inmediata y se oponían a las restricciones a los flujos de capital; los británicos,
anticipándose a los problemas de la posguerra, favorecieron restricciones en ambas
áreas. Los norteamericanos creían que el libre comercio era el prerrequisito para el
pleno empleo; los británicos veían al pleno empleo como una precondición para la
liberalización de los intercambios. White y los norteamericanos negociaron el nuevo
sistema con una falange de abogados y “mentalidad empresarial”. Keynes y el gobierno
británico creían que “Gran Bretaña ha hecho sacrificios mucho más grandes por la causa
común que los Estados Unidos y que esta asimetría debía ser rectificada como una
cuestión de justicia”. Los Estados Unidos rechazaron categóricamente la idea de la
“deuda moral” y tenían el poder económico y político para imponer su perspectiva.30

30
Sidelsky, John Maynard Keynes, pp. 695-96, 756, itálicas en el original.
26
Harry Dexter White y John Maynard Keynes.

La institución clave de Bretton Woods era el FMI, diseñado esencialmente como


White la había concebido. Cada miembro estableció el valor de su moneda en términos
de oro o dólar y prometió mantenerlo dentro del 1 por ciento de ese valor. Este patrón
oro de intercambio convirtió al dólar en el eje del sistema financiero global, ocupando la
posición que antes había detentado la libra esterlina. Gran Bretaña obtuvo algunas
concesiones respecto del control del flujo de capitales, un tema clave para los países que

27
buscaban estabilizar el empleo y financiar el bienestar social. Se fundó un Banco de
Reconstrucción y Desarrollo, más tarde rebautizado como Banco Mundial, que sin
embargo permaneció inactivo durante la primera década o incluso más. El tema
polémico del libre comercio absoluto permaneció irresuelto.
Bretton Woods, argumentó Henry Clay del Banco de Inglaterra, fue “el mayor
golpe a Gran Bretaña después de la guerra”.31 Algunos analistas posteriores lo vieron
como la clave para asegurar el triunfo en la posguerra de la versión norteamericana del
capitalismo abierto internacional por sobre las ideas europeas del capitalismo nacional.
Ciertamente, tanto el simbolismo de efectuar todas las reuniones fundamentales en suelo
estadounidense como la sustancia de las instituciones creadas mostraban que el poder
financiero había cruzado el Atlántico y que los Estados Unidos habían asumido el rol
hegemónico que habían rechazado en la década de 1920. Como veremos, de todas
formas fue más fácil para los Estados Unidos diseñar el sistema que deseaba antes que
aplicar sus reglas a la complicada realidad económica de las décadas de posguerra.
Aunque los soviéticos asistieron a la conferencia de Bretton Woods, quizás porque
esperaban un nuevo préstamo de posguerra, en diciembre de 1945 Stalin decidió no
unirse al nuevo sistema, argumentando que ya que los Estados Unidos habían rechazado
los créditos, la participación soviética podría ser vista como debilidad.

Diseñando la Europa de posguerra


Los Estados Unidos dominaron los aspectos globales de los preparativos para la
paz pero tuvieron que enfrentar a la Unión Soviética y a Gran Bretaña en la
planificación del orden europeo de posguerra. Estaban en discusión temas de soberanía
nacional y autodeterminación, fronteras territoriales y constituciones, responsabilidades
de guerra e indemnizaciones, y la legitimidad de las esferas de influencia. En Teherán a
fines de 1943, por ejemplo, Stalin argumentó enfáticamente en favor de un segundo
frente y se mostró preocupado por la seguridad de posguerra. Los Tres Grandes
acordaron que la frontera soviética podía correrse hacia el Oeste, incorporando los
estados bálticos, Besarabia y partes de Polonia. No se permitiría ningún régimen o
confederación que amenazara los intereses de la seguridad soviética en Europa central y
los Balcanes. Como es usual, la definición de la seguridad nacional era capciosa y vaga,
y no se especificaron las constituciones internas admitidas para los Estados que

31
Sidelsky, John Maynard Keynes, p. 767.
28
limitaban con la Unión Soviética. En octubre de 1944 Churchill y Stalin, que valoraban
las tradicionales esferas de influencia en oposición a la preferencia de Roosevelt por
unas vagas y poco definidas, se encontraron en Moscú y marcaron el ritmo del infame
acuerdo de porcentajes. Rusia tendría el 90 por ciento de influencia en Rumania, Gran
Bretaña 90 por ciento en Grecia, Rusia el 75 por ciento en Bulgaria, mientras en
Hungría y Yugoslavia se repartirían un 50 y 50. Churchill vio esto como una manera de
defender los intereses británicos en el Mediterráneo y de obtener carta blanca contra la
creciente influencia comunista en Grecia. Si Roosevelt era crítico de este toma y daca
en el sudeste europeo, tenía menos reparos en violar la idea clave de la
autodeterminación de la Carta del Atlántico en lo concerniente a las colonias. En febrero
de 1945 en Yalta los Estados Unidos acordaron un “sistema estratégico de
fideicomisos” según el cual ellos y otras naciones podían reclamar la administración
colonial de algunas áreas como vitales estratégicamente, estacionar ejércitos en ellas y
gobernarlas sin ninguna supervisión de las Naciones Unidas. Además, Churchill y Stalin
ultimaron detalles acerca de la entrada de Rusia a la Guerra del Pacífico una vez que
Hitler fuera vencido y arreglaron sus diferencias acerca de la estructura de las Naciones
Unidas.
En Yalta los tres líderes firmaron la Declaración de la Europa Liberada,
prometiendo promover gobiernos representativos en los Estados recientemente
liberados, pero, al igual que otras declaraciones de propósitos morales y principios
liberales de los tiempos bélicos, no tenía mecanismos de aplicación. Simultáneamente,
la cuestión polaca estaba siendo resuelta en los hechos sobre el terreno más que a través
de negociaciones. A lo largo de la guerra Polonia fue altamente visible y polémica en
parte porque los soviéticos, después de ser atacados por los alemanes dos veces en 25
años, concebían a una Polonia fuerte y amigable como vital para su seguridad. Para los
estadounidenses Polonia simbolizaba la autodeterminación wilsoniana, para Gran
Bretaña la causa de la guerra en 1939. Durante la contienda los conservadores polacos
de Londres, que dirigían el gobierno en el exilio, y los polacos de Lublin, apoyados por
la Unión Soviética, compitieron por el reconocimiento como el gobierno legítimo de un
Estado por reconstituirse. Los Tres Grandes no resolvieron nada antes de que el Ejército
Rojo ocupara Polonia e instalara a los polacos de Lublin en el poder a fines de 1944. En
Yalta, Stalin y Churchill acordaron mover las fronteras rusas y soviéticas hacia el oeste

29
y reconocieron al gobierno provisional de Lublin a la vez que le urgieron la inclusión de
algunos polacos de Londres.
Sobre la cuestión más vital y espinosa del destino de la Alemania de posguerra
se hicieron pocos progresos. Roosevelt, Churchill y Stalin habían acordado luchar hasta
que Alemania se rindiese incondicionalmente, pero las frecuentes discusiones acerca de
la conveniencia de desmembrar políticamente a Alemania no produjeron planes
concretos. Tampoco estaba claro cómo prevenir futuras agresiones militares alemanas.
Stalin demandaba reparaciones a Alemania mientras que Churchill se oponía
incondicionalmente, y no hubo acuerdo entre los líderes ni dentro de cada gobierno
nacional acerca de si desmantelar las minas y las industrias pesadas del Ruhr y del
Sarre, como había propuesto el Secretario del Tesoro de los Estados Unidos
Morgenthau, o mantener a Alemania económicamente unificada. Sí se acordó una
ocupación de Alemania por las tres potencias al final de la guerra, ampliada para incluir
a Francia una vez que fue liberada y que De Gaulle tomó el poder.
Muchos han condenado a Yalta como una traición a Polonia y a los principios
anglo-norteamericanos, como un trágico resultado de las ilusiones de Roosevelt sobre
Stalin o de la rápida declinación de su salud. Eso implica asumir que las intenciones de
Stalin fueron inalterables, máximamente expansivas y conocibles, antes que cambiantes,
flexibles y opacas, materia acerca de la cual los historiadores permanecen
profundamente divididos. Además, Yalta confirmó esencialmente lo que se había
acordado con anterioridad, y con el Ejército Rojo ocupando Polonia y moviéndose hacia
el Oeste Roosevelt no tenía influencia para obtener concesiones. Más importante, en
Yalta como antes la mayor prioridad era derrotar a Alemania y luego a Japón. Para
conseguirlo, Roosevelt y Churchill se hicieron concesiones mutuas y a Stalin, como él
hizo con ellos, pese a las suspicacias mutuas, a las diferentes expectativas acerca de la
cooperación de posguerra y a serios desacuerdos sustantivos acerca de la
autodeterminación en Europa del Este y las colonias. Después de la rendición alemana,
las cuestiones irresueltas acerca de Alemania y de Europa del Este se desenvolverían en
un nuevo contexto de desconfianza y conflictos crecientes entre los Estados Unidos y la
Unión Soviética y con un nuevo conjunto de características. ¿Cómo fue que su
resolución impulsó a Europa y a los Estados Unidos a la Guerra Fría?

30
La alianza se desarma
Los Aliados de la guerra, que celebraron triunfalmente la derrota del fascismo el
8 de mayo de 1945, se convirtieron en los enemigos de la Guerra Fría al cabo de unos
pocos años tumultuosos. La Europa liberada y la Alemania conquistada fueron divididas
en rígidas esferas de influencia soviética y norteamericana, y se montó el escenario para
una competencia multifacética y para conflictos políticos, económicos y culturales. La
Guerra Fría, término acuñado por Bernard Baruch y popularizado por el periodista
norteamericano Walter Lippmann, proporcionó el contexto definitorio y el drama
central de la historia transatlántica e intraeuropea de las siguientes cuatro décadas.
La Guerra Fría que cobró forma a fines de la década de 1940, ¿fue un resultado
inevitable o contingente? El historiador estadounidense John Gaddis está convencido de
que “en tanto Stalin estuviera gobernando la Unión Soviética, una guerra fría era
inevitable”. Era una lucha entre el bien y el mal y Stalin era un romántico ideológico.
Sin embargo, el movimiento de la Unión Soviética desde la Entente hacia la Guerra Fría
pasando por la distensión, y el giro de los Estados Unidos desde la cooperación hasta la
contención no eran inevitables, aún si las ambiciones, acciones y reacciones de cada
superpotencia hicieron crecientemente probable la confrontación. Norman Naimark cree
que Stalin “no tenía un plan firme para la Europa de posguerra, ni siquiera lo que hoy
podríamos llamar una 'hoja de ruta'”; era demasiado oportunista y demasiado inclinado
a lo táctico. Los historiadores europeos Csaba Bekes y Geoffrey Roberts argumentan
que Stalin quería hacer socialista a Europa del Este por medios pacíficos y esperaba
seguir cooperando con los Estados Unidos y Gran Bretaña. Tampoco puede atribuirse
exclusivamente la responsabilidad a las intenciones e intervenciones de una u otra de las
superpotencias. La Guerra Fría fue producto de una combinación, cuyos orígenes yacen
en errores de percepción y oportunidades perdidas, visiones globales en conflicto y
definiciones amplias de la seguridad nacional, sistemas sociales en competencia y
situaciones económicas de posguerra diametralmente opuestas. Según Melvyn Leffler,
las situaciones de posguerra “crearon riesgos que Truman y Stalin no pudieron aceptar y
oportunidades que no pudieron resistir [...] [ninguno] controlaba los hechos”.32
Aunque la Guerra Fría no comenzó definitivamente hasta 1947, la relación entre
los Tres Grandes comenzó a desgastarse entre mediados y fines de 1945. La alianza de
32
John Lewis Gaddis, We Now Know: Rethinking Cold War History, Oxford University Press, 1997, p.
292. Norman Naimark, “Stalin and Europe in the Postwar Period, 1945–1953: Issues and Problems,”
citado en Leffler, For the Soul, p. 53. Leffler, For the Soul, pp. 57–58.
31
los tiempos de la guerra se construyó sobre personalidades y cálculos políticos y
militares, pero Roosevelt, que estaba más comprometido con la cooperación de
posguerra, murió en abril. A mediados de mayo Churchill, siempre más ambivalente
acerca de Rusia, instruyó a los estrategas militares británicos a considerar la “Operación
Impensable”, un ataque anglo-norteamericano contra Rusia para obtener un mejor
acuerdo sobre Polonia. Sus generales rechazaron el plan por “fantástico [...] e
imposible”. Churchill fue derrotado en las elecciones de julio pero el nuevo gobierno
laborista de Clement Attlee era anticomunista y receloso de los soviéticos. De suma
importancia, el nuevo presidente estadounidense, Harry Truman, no tenía experiencia en
política exterior, estaba menos comprometido con la cooperación e inmediatamente
adoptó una línea dura. En abril dejó estupefacto al Ministro de Relaciones Exteriores,
Molotov, con su tono confrontativo y su reprimenda para “cumplir lo acordado” (o eso
es lo que Truman declaró en sus memorias; las actas de la reunión de Molotov la
describen como cordial a pesar de los desacuerdos sobre Polonia). Para fines del año
Truman afirmó: "Estoy cansado de malcriar a los soviéticos." A esa altura Truman no
deseaba una Guerra Fría pero su punto de vista reflejaba una creencia en “la pureza
norteamericana” y “una extendida noción de la seguridad de los Estados Unidos”. Y la
opinión pública estadounidense se volvió una vez más contra la Unión Soviética.
Mientras una encuesta de la revista Fortune de enero de 1945 mostraba que los
norteamericanos estaban más preocupados por el desempleo y una futura depresión,
hacia fines del verano Rusia aparecía como la segunda fuente de preocupación después
del desempleo. A fines de 1945 Stalin no deseaba terminar la cooperación con los
Estados Unidos y Gran Bretaña ni la división de Europa pero, como notó Lloyd
Gardner, ni él ni los líderes occidentales “podían armonizar sus pretensiones acerca de
la cooperación internacional con una política de 'control'”.33
El control tomó formas variadas y creó resentimientos y conflictos. La ayuda de
posguerra era uno de ellos. El 9 de mayo los Estados Unidos terminaron el Préstamo y
Arriendo para Gran Bretaña y la Unión Soviética, haciendo regresar sus barcos en
medio del océano. Ambas naciones protestaron enérgicamente pero sólo lograron

33
Reynolds, From World War, p. 250. Geoffrey Roberts, Stalin’s Wars: From World War to Cold
War, 1939–1952, New Haven, Yale University Press, 2006, p. 268. William Taubman, Stalin’s American
Policy from Entente to Détente to Cold War, NuevaYork, W. W. Norton,1982, p. 127. Lloyd Gardner,
Architects of Illusion: Men and Ideas in American Foreign Policy, 1941–1949, Chicago, Quadrangle,
1970, p. 58. Lloyd Gardner, Spheres of Influence: The Great Powers Partition Europe from Munich to
Yalta, Chicago, Ivan R. Dee, 1993, p. 261.
32
conseguir una extensión hasta la rendición de Japón en agosto. Ninguna recibió la ayuda
que creía merecer por sus sacrificios durante la guerra y sólo Gran Bretaña estuvo en
condiciones de negociar un préstamo de posguerra. Los Estados Unidos y Gran Bretaña
rehusaron dejar que los soviéticos tomaran reparaciones de la zona del Ruhr bajo
control británico. Los Estados Unidos desarrollaron, testearon y utilizaron la bomba
atómica sin consultar a su aliado soviético. Si los Estados Unidos utilizaron armas
nucleares en Hiroshima y Nagasaki para acelerar el fin de la guerra y evitar una
invasión de Japón o para mantener a los soviéticos fuera de la Guerra del Pacífico o para
conseguir ambos objetivos, los soviéticos se sintieron amenazados y extorsionados. El
arsenal nuclear norteamericano presagiaba un nuevo tipo de guerra, disminuía el poder
relativo de los soviéticos y sugería que los Estados Unidos no se retirarían al
aislamiento. En 1945-46 los Estados Unidos rechazaron propuestas de control
internacional de armas nucleares de largo alcance, ofreciendo únicamente el Plan
Baruch, que los soviéticos consideraron “un monopolio velado para los Estados
Unidos”. En respuesta, la Unión Soviética aceleró los trabajos en su propia bomba y
defendió el control de armas y el desarme.34
El control fue imaginado y disputado en términos territoriales. Los problemas
comenzaron en áreas que eran parte de la esfera de influencia británica y de interés tanto
para los soviéticos como para el Imperio Británico. La Unión Soviética presionó a
Turquía para establecer un control conjunto ruso-turco de los estrechos del Mar Negro,
asegurando de este modo el acceso soviético al Mediterráneo. Simultáneamente, los
soviéticos mantuvieron tropas en el norte de Irán, pese a que ellos y los británicos
habían prometido terminar la ocupación dentro de los seis meses posteriores al final de
la guerra. Los soviéticos buscaban concesiones de petróleo similares a las que habían
conseguido los británicos y a las que los norteamericanos estaban negociando; también
consideraron la posible incorporación de territorio iraní al Azerbaiyán soviético. En
ambos casos, los soviéticos presionaron, los norteamericanos protestaron y los
soviéticos dieron marcha atrás. En mayo de 1946 las tropas soviéticas abandonaron Irán
y las conversaciones acerca de la reestructuración del control de los estrechos se fueron
apagando. Las acciones de Stalin sugieren que la cooperación con el Oeste tuvo
prioridad respecto de la expansión en el Medio Oriente. Igualmente, tanto los líderes

34
Michael D. Gordin, Red Cloud at Dawn: Truman, Stalin, and the End of the Atomic Monopoly, Nueva
York, Farrar, Straus, and Giroux, 2009, p. 53.
33
anglo-norteamericanos contemporáneos como muchos historiadores posteriores vieron
el provocativo comportamiento soviético en la periferia de Europa como un indicio de
sus agresivas intenciones en el corazón del continente.
A lo largo de 1945 tanto las acciones soviéticas como las reacciones
norteamericanas en Europa del Este presentaron una imagen combinada. Los
acontecimientos en Polonia, Bulgaria y Rumania le dieron peso a las interpretaciones
más siniestras de los planes soviéticos. A pesar de que Stalin modificó ligeramente la
composición del gobierno polaco dominado por los comunistas, no se realizaron
elecciones libres. Lo mismo ocurrió en Rumania y Bulgaria, que se habían aliado o
cooperado con la Alemania nazi. Checoslovaquia y Hungría tenían genuinos gobiernos
de coalición, con una fuerte pero minoritaria representación comunista, y estaban
comprometidos con el antifascismo, un gobierno más democrático y la reforma social,
especialmente con la reforma agraria. Finlandia resistió exitosamente la presión de
Moscú para convertirse en comunista y aliada, y permaneció neutral. Las respuestas
norteamericanas fueron ambivalentes. Para fines de 1945 los Estados Unidos habían
perdido interés en Polonia y luego de protestar por la situación búlgara reconocieron el
gobierno comunista a fines de ese año. Truman y otros podían bregar por la aplicación
de los principios articulados en la Carta del Atlántico y la Declaración de la Europa
Liberada, pero el Secretario de Estado James Byrnes estaba dispuesto a reconocer a los
soviéticos el control de su esfera si ellos hacían lo mismo con las áreas que los Estados
Unidos consideraban vitales.
Como Stalin les dijo a los comunistas yugoslavos, consideraba diferente a la
Segunda Guerra Mundial porque los vencedores impondrían su sistema social tan lejos
como llegaran sus ejércitos.35 Si esto era realpolitik dura, difícilmente fuera exclusiva
de los soviéticos. Los norteamericanos y los británicos habían excluido a Stalin de
cualquier opinión acerca de la administración de la Italia ocupada, a pesar de que había
pedido intervenir, y este precedente italiano fue luego aplicado a la Francia liberada.
Los Estados Unidos administraron por su cuenta el Japón ocupado. Y Stalin sí honró las
esferas militarizadas de influencia dentro de Europa. Se mantuvo al margen de la Guerra
Civil griega, pese a las súplicas de ayuda de los comunistas griegos contra las fuerzas
superiores de los británicos y de las fuerzas realistas griegas. Desalentó a los partidos

35
"'Long Essay' on Cold War History", de Lloyd Gardner, en www.h-
net.org/~diplo/essays/PDF/Gardner_LongEssay.pdf.
34
comunistas francés e italiano en su lucha por el poder a pesar de que tenían legitimidad
por su liderazgo antifascista, eran apoyados por un quinto del electorado y controlaban
muchos movimientos sindicales.
En el corto plazo, los acontecimientos sobre el terreno fueron contradictorios.
Las acciones y las declaraciones soviéticas y norteamericanas eran vacilantes, los
motivos y las intenciones opacos, y la cooperación y el conflicto parecían
alternativamente probables e imposibles. ¿Podrían los soviéticos mantener la alianza de
la época de la guerra mientras incrementaban el control de Europa del Este? ¿Podrían
los Estados Unidos impulsar con firmeza su versión de la democracia liberal y del
capitalismo de libre mercado y ampliar su definición de seguridad nacional? En el curso
de 1946 y 1947 estas preguntas serían respondidas en maneras que consolidarían la
Guerra Fría.

Polarización
Los Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética endurecieron sus
posiciones en 1946, tal como lo ilustran vívidamente el Largo Telegrama de Kennan, el
discurso de la Cortina de Hierro de Churchill y el Telegrama Novikov. George Kennan,
un diplomático de carrera y especialista en la Unión Soviética, que se desempeñó en la
Embajada norteamericana en Moscú a mediados de los años treinta y luego nuevamente
en 1945-46, era profundamente conservador y crítico no sólo de la Unión Soviética sino
también de los Estados Unidos. En febrero de 1946 envió a sus superiores del
Departamento de Estado en Washington su famosa evaluación de 8.000 palabras de la
amenaza soviética, que fue publicada en Foreign Affairs en julio de 1947.
Según Kennan, los líderes soviéticos dominaban a las masas, creían en el cerco
capitalista y no veían posible una coexistencia pacífica permanente con las democracias
capitalistas. Preveían conflictos entre las naciones capitalistas y ataques a la Unión
Soviética. Nada en su comprensión del mundo era objetivo o basado en la experiencia.
“En el fondo de la neurótica visión del mundo del Kremlin de los asuntos
internacionales está el tradicional e instintivo sentido ruso de la inseguridad”.
Xenofobia, inferioridad e inseguridad eran sus atributos culturales atemporales; Kennan
no mencionaba en ninguna parte la experiencia de la Segunda Guerra Mundial. La
distorsionada cosmovisión soviética les hacía temer la penetración extranjera y buscar
el avance del poder soviético a través de una promiscua selección de tácticas. Buscaban
35
expandirse en Irán y Turquía y explotar la inquietud, especialmente en las colonias.
Preferían la autarquía económica y estaban comprometidos en una “industrialización
militar intensiva”. Pretendían subvertir a los Estados Unidos y a las naciones de Europa
occidental no solamente desplegando organizaciones comunistas sino también
infiltrando sindicatos, organizaciones juveniles, clubes femeninos y hasta iglesias.
Creían que “para asegurar el poder soviético, es deseable y necesario quebrantar la
armonía interna de nuestra sociedad, que sea destruida nuestra tradicional forma de
vida, que se quiebre la autoridad internacional de nuestro Estado”.
A pesar de este nefasto análisis, Kennan no abogaba por la guerra ni por la
diplomacia atómica. Más bien, ya que los soviéticos comprendían la lógica de la fuerza,
los Estados Unidos debían acumular suficiente fuerza militar y poder económico para
contener la expansión y la subversión soviéticas. Si los Estados Unidos se mostraban
dispuestos a usar la fuerza, difícilmente tuvieran que hacerlo, ya que la Unión Soviética
era más débil que ellos. La contención debía ser complementada con la autosuperación
norteamericana. Los expertos estadounidenses debían estudiar a la Unión Soviética con
el desapego de los médicos y educar a la opinión pública en consecuencia. De igual
importancia, los norteamericanos debían "resolver los problemas internos de nuestra
propia sociedad, mejorar la autoconfianza, la disciplina, la moral y el espíritu de
comunidad”. Finalmente, los Estados Unidos debían evitar convertirse en “aquellos a
los que estamos copiando”.36
La conceptualización del Largo Telegrama de la Unión Soviética como una
amenaza expansionista y como rival imperial hegemónico con el que no podían
comprometerse fue enormemente influyente. Kennan articuló la nueva política de
contención que los Estados Unidos habrían de implementar en Europa. Para fines de
1946 Clark Clifford y George Elsey, asesores de Truman, retrataron la búsqueda
soviética de la dominación mundial en términos mucho más atemorizantes y urgieron a
los Estados Unidos a combatir en todos los frentes. Truman no hizo público este
informe pero sus perspectivas sobre la Unión Soviética fueron ampliamente aceptadas
por su administración.
Un mes después del Largo Telegrama, Churchill, quien ya no era primer
ministro, dio su discurso de la Cortina de Hierro en Fulton, Missouri, ciudad natal de

36
George Kennan, Long Telegram, www.gwu.edu/~nsarchiv/coldwar/documents/episode-1/kennan.htm.
36
Truman, con la presencia del presidente. Sus líneas citadas con más frecuencia
lamentaban que
Desde Szczecin en el Báltico a Trieste en el Adriático, ha descendido una cortina
de hierro a través del continente. Detrás de aquella línea yacen todas las capitales de los
antiguos Estados de Europa Central y Oriental. Varsovia, Berlín, Praga, Viena, Budapest,
Belgrado, Bucarest y Sofía, todas estas famosas ciudades y su población están situadas en
lo que debo llamar la esfera soviética, y todas están sujetas en una forma u otra no sólo a la
influencia soviética sino también a un control muy alto y, en muchos casos, creciente,
desde Moscú.

La Unión Soviética quería dividir a Alemania y expandirse hacia el oeste, el sur


y el Lejano Oriente. No quería la guerra sino los “frutos de la guerra”. A lo largo de
Europa “Partidos Comunistas o quintas columnas constituyen un desafío creciente y un
peligro para la civilización cristiana”. Las democracias occidentales debían luchar
juntas contra los designios soviéticos en el exterior y las maquinaciones comunistas en
el interior. Churchill estaba igualmente preocupado por fortalecer “una relación especial
entre la Commonwealth y el Imperio Británico y los Estados Unidos”. Tanto la paz
como el éxito de las Naciones Unidas dependían de ello. “Fuerza de la paz” era el título
hoy olvidado del discurso. Aunque el discurso alcanzó fama posteriormente, despertó
relativamente poca atención en su momento, a excepción de la Unión Soviética. Stalin
llamó belicista a Churchill; Izvestia les recordó a los lectores soviéticos que el término
“cortina de hierro” había sido utilizado por primera vez por el Ministro de Propaganda
nazi Goebbels, y los corresponsales occidentales dijeron que los rusos de a pie estaban
aterrados con la posibilidad de una guerra.37
Los soviéticos también tuvieron una visión más crítica de las relaciones con
Gran Bretaña y los Estados Unidos. La prensa habló de crecientes divisiones dentro de
ambas naciones entre las fuerzas realistas y democráticas que estaban dispuestas al
compromiso y las líneas duras que buscaban la dominación del mundo por fuerzas
anglo-norteamericanas. El embajador soviético en Washington, Nikolai Novikov, era
mucho más pesimista. En septiembre de 1946 le envío un telegrama al Ministro de
Relaciones Exteriores Molotov para asesorar a los delegados que asistirían a un
encuentro de cuatro potencias acerca de las cuestiones polémicas de Irán, Turquía y

37
Discurso de la Cortina de Hierro de Winston Churchill,
http://history1900s.about.com/library/weekly/aa082400a.htm. Roberts, Stalin's Wars, pp. 307-8.
37
Europa del Este. El análisis de Novikov se centraba en la política exterior y militar
norteamericana más que en la cultura y la psicología, pero sus conclusiones reflejaban
las de Kennan en la apreciación del otro bando como intransigente y comprometido con
la expansión global. “La política exterior de los Estados Unidos, que refleja las
tendencias imperialistas del capital monopólico estadounidense, está caracterizada [...]
por el empeño por la supremacía mundial". Sus líderes creen que tienen “el derecho de
dirigir el mundo”. Los Estados Unidos buscan “un sistema de bases aéreas y navales
extendido mucho más allá de los límites de los Estados Unidos” y su aumentada
presencia naval en el Mediterráneo Oriental y los Estrechos del Mar Negro “constituyen
una manifestación política y militar contra la Unión Soviética”. Los Estados Unidos
desafiaban los intereses imperiales británicos, especialmente en Medio Oriente, pero no
estaba claro si esto habría de causar roces permanentes entre las dos potencias
capitalistas. Los Estados Unidos habían adoptado una línea dura hacia la Unión
Soviética; Novikov se tomó en serio las ideas acerca de una “tercera guerra” contra la
URSS. No recomendó ninguna política y no está claro cuán ampliamente compartidas
eran sus perspectivas. A fines de 1946, de todas maneras, Stalin ordenó a Molotov
comprometerse a tomar medidas para mantener la cooperación con los Estados
Unidos.38
Estas evaluaciones públicas y privadas están llenas de declaraciones falaces y
simplistas, y de plausibles pero a menudo incorrectas interpretaciones; sin embargo,
reflejan adecuadamente generalizadas ansiedades transatlánticas, inseguridades y
pesimismo. Los errores de percepción y las exageraciones fueron alimentados por las
acciones soviéticas y norteamericanas en 1945 y 1946, y a su vez impulsaron la
dramática polarización que ocurrió en el curso de 1947, mientras la Doctrina Truman, el
Plan Marshall y la Kominform llevaron a la consolidación del orden de la Guerra Fría.

Comienza la Guerra Fría


En marzo de 1947 Truman presentó su doctrina epónima al Congreso; esta
trazaba una nueva política exterior expansionista e intervencionista para los Estados
Unidos en respuesta a la agitación que tenía lugar en el disputado Mediterráneo
Oriental. En febrero de 1947 Gran Bretaña, debilitada financieramente por el costo de la

38
Para el telegrama y el comentarios sobre él, véase “The Soviet Side of the Cold War: A Symposium” ,
Diplomatic History 15/4, octubre de 1991, pp. 523-63.
38
guerra y por los préstamos de posguerra, anunció que cesaría su ayuda a Grecia y
Turquía en seis semanas. Truman argumentó que los Estados Unidos debían ocupar ese
vacío ya que en Grecia “una minoría militante, explotando la necesidad y la miseria
humanas, logró crear caos político” y evitar la recuperación económica. El gobierno
griego pidió ayuda financiera y más asistencia así como la colaboración norteamericana
para usarla efectivamente. Turquía, aunque no sufría una guerra civil, “merece nuestra
atención” y “ayuda financiera [...] para lograr la modernización necesaria para mantener
su integridad nacional”. Ni la Unión Soviética ni el comunismo fueron específicamente
mencionados, pero su presencia se sintió en la invocación de la doctrina del
totalitarismo. Truman no acusó a los soviéticos de intervenir económica, política o
militarmente en Grecia, ya que no lo estaban haciendo, ni habían invadido Turquía,
como algunos norteamericanos temían. La intervención estadounidense era preventiva,
no reactiva; también era unilateral, ya que aunque el discurso de Truman invocó los
principios de las Naciones Unidas, no llamó a su intervención.
La doctrina Truman articuló la retórica y las políticas del intervencionismo
liberal que serían el sello de la política exterior estadounidense a lo largo de la Guerra
Fría. Proporcionó una defensa ideológica de gran alcance a las “naciones libres” contra
los “regímenes totalitarios”, e incluso ofreció una amplia definición de libre y
democrático. Como admitió Truman, el régimen griego había cometido “errores” y él
condenó las “medidas extremistas de la derecha” y de la izquierda. “Aconsejó
tolerancia”, presumiblemente como una política para que siguiera el gobierno griego y
como actitud a adoptar por los Estados Unidos hacia el represivo y antidemocrático
régimen griego. Articulando la teoría del dominó, Truman argumentó que si la Grecia
liberal caía “bajo una minoría armada [...] La confusión y el desorden bien podrían
expandirse por todo Medio Oriente”. Omitió cualquier referencia al petróleo. La
Doctrina Truman mostró la disposición norteamericana a asumir el rol neocolonial
británico, incluso a pesar de que los Estados Unidos criticaban el imperialismo europeo.
La Doctrina Truman, un nombre que resonaba a la Doctrina Monroe, indicaba una
expansión de la reclamada esfera de influencia de los Estados Unidos más allá del
hemisferio occidental. Como Truman señaló, “los pueblos libres del mundo buscan
nuestro apoyo” y “debe ser la política de los Estados Unidos apoyar a los pueblos libres
que resisten los intentos de subyugación de minorías armadas o de presiones del

39
exterior”. La Doctrina Truman proveyó la retórica y los argumentos que los Estados
Unidos desplegaron a medida que proyectaron globalmente su poder después de 1945.39
La respuesta soviética a Truman fue “sorprendentemente débil”. La prensa lo vio
como un indicador del expansionismo norteamericano pero Stalin no se pronunció. Los
líderes del Kremlin pueden haber sido reacios a expresarse debido a que veían la
proclamación de Truman como una venganza por la previa “exploración turca” de
Stalin. La reacción a la siguiente iniciativa norteamericana, el Plan Marshall, fue
bastante diferente.40
Dos años después del final de la guerra, el comercio europeo estaba
quebrantado, florecían los mercados negros, las monedas eran inestables, las fábricas
estaban ociosas y había escasez de todo tipo de bienes. Por consiguiente, en junio de
1947 el Secretario de Estado norteamericano George Marshall dio a conocer una
propuesta de ayuda económica masiva de los Estados Unidos a Europa. Como
argumentó,
Es lógico que los Estados Unidos hagan lo que sea necesario para ayudar a que
el mundo vuelva a una situación económica normal, sin la cual no podría haber
estabilidad política ni paz segura. Nuestra política no está dirigida contra ningún país o
doctrina sino contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos. Su propósito debe
ser el resurgimiento de una economía operativa que permita la emergencia de
condiciones políticas y sociales en las que puedan existir instituciones libres.41
Marshall invitó a todos los países europeos a colaborar en el diseño de planes
para promover la recuperación, mercados nacionales abiertos al comercio y la inversión,
y para alentar la integración económica de Europa. Los Estados Unidos discutieron
primero la propuesta con Gran Bretaña y Francia pero no con la Unión Soviética, y
luego mantuvieron reuniones en París con representantes de más de una docena de
países. Los soviéticos asistieron con una delegación de cien personas pero abandonaron
las reuniones antes de que concluyeran. Los checos, los polacos y los yugoslavos
permanecieron hasta la siguiente ronda pero luego accedieron a la presión de Moscú
para retirarse.

39
Truman Doctrine, www.yale.edu/lawweb/avalon/trudoc.htm. Lloyd Gardner, Three Kings: The Rise of
an American Empire in the Middle East after World War II, Nueva York, New Press, 2009, p. 3.
40
Roberts, Stalin’s Wars, p. 313. Valdislav Zubok y Constantine Pleshakov, Inside the Kremlin’s Cold
War: From Stalin to Khrushchev, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1996, p. 93.
41
“The ‘Marshall Plan’ Speech at Harvard University, June 5, 1947,”
www.oecd.org/document/10/0,3343,en_2649_201185_1876938_1_1_1_1,00.html.
40
¿Por qué los soviéticos rehusaron unirse? Las interpretaciones tradicionales
aducen que la ideología y la paranoia llevaron a Stalin a ver desde el principio en el
Plan Marshall una estrategia de rollback,42 que debilitaría el control soviético en Europa
de Este persuadiendo a algunos estados a unirse o bien ofreciendo ayuda en términos
inaceptables. Trabajos más recientes insisten en que los soviéticos consideraron
seriamente su participación. La prensa soviética, por ejemplo, inicialmente interpretó al
Plan Marshall como una respuesta a los problemas económicos dentro de los Estados
Unidos. De acuerdo con el destacado economista soviético Eugen Varga, los Estados
Unidos necesitaban mercados en el exterior para los productos estadounidenses y sólo
podían crearlos ofreciendo créditos a los europeos. A mediados del verano, sin
embargo, los soviéticos se convencieron de que el Plan Marshall era una extensión de la
Doctrina Truman que llevaría a la interferencia en los asuntos domésticos de los países
de Europa del Este en caso de que se unieran y que los enfrentaría con un bloque
dirigido directamente contra ellos si no lo hacían. “Para Stalin el Plan Marshall fue un
punto de quiebre [...] Indicaba que la cooperación con los norteamericanos ya no era
posible sin poner en riesgo la esfera de influencia soviética en Europa oriental”.43
Marshall negó que este programa estuviera dirigido contra la Unión Soviética.
No obstante, con Francia e Italia en mente, insistió en que la crisis económica y la
pobreza eran un “caldo de cultivo para el comunismo”. Por convicción o por necesidad,
vendió el impopular programa de ayuda al Congreso y a la opinión pública
norteamericana menos sobre bases humanitarias que sobre la idea del propio interés
económico y la seguridad nacional norteamericanos, y temió que el Congreso liquidara
el plan si los soviéticos lo aceptaban. Los primeros ministros británico y francés se
opusieron a la participación soviética, al igual que los principales asesores
norteamericanos. De acuerdo con Kennan, “Se le ofreció el Plan Marshall a la Unión
Soviética con la intención de que fuera rechazado”. Aunque los Estados Unidos
esperaban utilizar el Plan para disminuir la influencia soviética en Europa oriental, dos
historiadores británicos sostienen que “al trabajar tan visiblemente para conseguir este

42
“Rollback” refiere en ciencias políticas a la estrategia de forzar a un adversario a cambiar sus
posiciones políticas, hacerlo retroceder e incluso proceder a su aniquilación por medios bélicos. El
término juega con la imagen de algo que es vuelto a enrollar después de haber sido desplegado, pero las
palabras castellanas "repliegue" o "retroceso" resultarían confusas por cuanto refieren a una acción que
realiza quien se echa atrás en lugar de una llevada a cabo por quien fuerza ese retroceso. Por ello, hemos
preferido dejar el término original. [N. de la T. y la R. T. del Cap. 7]
43
Roberts, Stalin’s Wars, p. 317.
41
objetivo, los Estados Unidos hicieron más o menos inevitable la sovietización de la
región”.44
Por su parte, los soviéticos adoptaron una retórica confrontativa y exacerbaron
las crecientes divisiones dentro de Europa. En septiembre de 1947 establecieron la
Oficina de Información de los Partidos Comunistas y Obreros o Kominform, que
significó el retorno de la Internacional Comunista de entreguerras e incluía no sólo a los
partidos comunistas de Europa Oriental sino también a los de diversos lugares del
mundo. Su jefe era Andrei Zhdanov, cuya feroz aproximación ideológica al mundo se
resumía en la teoría de los dos campos. El mundo estaba dividido entre el campo
imperialista y antidemocrático y el campo antiimperialista y democrático; la
cooperación entre ellos era imposible y la neutralidad inviable. En el encuentro
fundacional, Zhdanov castigó severamente a los partidos comunistas francés e italiano
por su reformismo y los soviéticos subsecuentemente trabajaron para reforzar el control
sobre los gobiernos de Polonia, Bulgaria y Rumania. Tanto los Estados Unidos como la
Unión Soviética abandonaron el compromiso y la negociación.
A lo largo de los dos primeros años de la posguerra, la incapacidad de las cuatro
potencias para resolver la cuestión alemana creó tensiones que exacerbaron y fueron
exacerbadas por otros conflictos. Tanto los soviéticos como los norteamericanos
oscilaron entre aspirar a la unificación económica y a un acuerdo de cooperación
política y preguntarse si la división serviría mejor a sus intereses. En Potsdam crearon
esferas claras de influencia para cada potencia ocupante; a partir de entonces los
Estados Unidos abogaron por la unificación de Alemania porque les preocupaba la
expansión soviética hacia el oeste, mientras que los soviéticos lo hicieron porque aún
esperaban las reparaciones del Ruhr bajo control occidental. Los soviéticos favorecieron
primero la reconstrucción de un Estado centralizado alemán y su unificación económica
posterior, mientras que los británicos y los estadounidenses le dieron prioridad a la
unificación económica y preferían un Estado federal. Todos estaban de acuerdo en la
desmilitarización de Alemania pero no estaban seguros acerca de qué tan lejos llevar la
desnazificación, más allá de los juicios de Nuremberg y de una avalancha de otros
menores. Las cuestiones económicas probaron ser más difíciles de tratar. Los rusos
tomaron reparaciones del Este y constantemente demandaron otras de las zonas

44
Michael Cox y Caroline Kennedy-Pipe, “The Tragedy of American Diplomacy: Rethinking the
Marshall Plan,” Journal of Cold War Studies 7/1, invierno de 2005, pp. 110, 131.
42
occidentales, mientras que los británicos y los norteamericanos veían a las reparaciones
como perjudiciales para la recuperación económica y la democratización. Los británicos
y los norteamericanos abandonaron el Plan Morgenthau, pero se dividieron acerca de
cómo frenar los cárteles y de si castigar o no a las industrias más involucradas en la
guerra y en el Holocausto. Como resultado, dejaron prácticamente intacta la economía
alemana en sus zonas, mientras que los soviéticos expropiaron y colectivizaron
numerosas propiedades agrarias Junker, socializaron algunas industrias y desmantelaron
y trasladaron cientos de fábricas a Rusia. Mientras los soviéticos buscaban reforzar el
poder del partido comunista desde arriba, las potencias occidentales construían
lentamente la democracia desde abajo.
A medida que los conflictos y las sospechas entre los Estados Unidos y Rusia se
intensificaban y que la crisis económica europea se hacía más profunda, los
norteamericanos y los británicos presionaron por la división de Alemania. En los
Estados Unidos algunos responsables de formular políticas favorecieron esto para
contener la amenaza de agresión soviética que percibían, otros para evitar darles
reparaciones a los soviéticos o promover la recuperación económica alemana y el libre
comercio en Europa. El 1° de enero de 1947 Gran Bretaña y los Estados Unidos
fusionaron sus territorios ocupados en la Bizona, transgrediendo así la prohibición de
Yalta de dividir a Alemania, e incorporaron la zona francesa en abril de 1948. Dos
meses más tarde introdujeron una necesaria reforma monetaria en la ahora unificada
zona occidental y anunciaron sus planes de introducir el nuevo marco alemán en sus
sectores de la Berlín ocupada por las cuatro potencias. Esto violaba el acuerdo de
Potsdam y amenazaba el poder soviético en su parte de la ciudad.
Los soviéticos respondieron en julio de 1948 bloqueando Berlín, que estaba
enteramente dentro de su zona. Querían forzar negociaciones, no arriesgarse a la guerra,
pero el bloqueo incrementó los peligros de conflicto. El general Clay, gobernador
militar norteamericano en Alemania, estaba a favor de entrar a Berlín por vía terrestre y
el Consejo Nacional de Seguridad de los Estados Unidos discutió el uso de bombas
atómicas. Afortunadamente, el puente aéreo estadounidense abasteció a Berlín con
comida y carbón mes tras mes a través de vuelos durante las 24 horas que mantuvieron
viva a la ciudad (junto con la capacidad de los berlineses occidentales de comprar
comida en la zona soviética). En mayo de 1949 los soviéticos levantaron el bloqueo. El
puente aéreo de Berlín fue un enorme éxito político y simbólico para los
43
estadounidenses; el bloqueo fue un fiasco para los soviéticos, ya que consolidó la
división de Alemania y aseguró una presencia militar permanente de los Estados Unidos
en el corazón de Europa. Para fines de 1949 se habían establecido la República Federal
Alemana (RFA) y la República Democrática Alemana (RDA) y la Berlín dividida se
estaba convirtiendo en la ciudad icónica de la Guerra Fría. Doce naciones, lideradas por
los Estados Unidos y Gran Bretaña, que incluían a Francia, Canadá, Bélgica y Noruega,
establecieron la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Los soviéticos
inicialmente la vieron como una amenaza más política que militar. Como bromearon
muchos, el propósito de la OTAN era mantener a los Estados Unidos dentro, a los
soviéticos fuera y a los alemanes debajo.
En tanto se consolidaban las divisiones de la Guerra Fría, cada superpotencia
intervino más enérgicamente en su esfera de influencia. En 1947 los soviéticos
amañaron las elecciones y reprimieron a los partidos no comunistas en Hungría; en
febrero de 1948 montaron un golpe comunista en Checoslovaquia; y desde 1949 en
adelante ayudaron a convertir a la RDA en el Estado más estalinista de Europa oriental.
En 1948 los Estados Unidos inyectaron dinero en Italia y Francia para ayudar a derrotar
a los comunistas en las elecciones, mientras que la CIA desarrolló operaciones
especiales en Italia. Mientras que los comunistas estaban sólidamente instalados en el
Este, en el Oeste estaban política y económicamente marginados y en muchos casos
proscriptos. Los estabilizados y conservadores regímenes capitalistas que emergieron en
el Oeste fueron producto no sólo de la acción estadounidense sino también de la no
interferencia soviética.
Los norteamericanos pasaron de la cooperación al conflicto, y la contención fue
la respuesta a las acciones e intenciones reales e imaginadas de los soviéticos, mientras
que éstos actuaron desde la vulnerabilidad y la ideología más que desde la fuerza. Los
soviéticos, como ha argumentado Odd Arne Westad, querían tener su torta y también
comerla; querían cooperar con y recibir ayuda de los Estados Unidos y Gran Bretaña,
pero también controlar Europa del Este, preferentemente a través de medios pacíficos.
Esto creó una política exterior que era “no tan inexplicable en sus partes como
incoherente en su conjunto”.45 La política estadounidense era más coherente, ya que no
era sólo reactiva; reflejaba la nueva visión global norteamericana de la seguridad
nacional y la confiada presunción de que sus intereses y valores debían triunfar. Bajo la

45
Citado en Leffler, For the Soul, p. 53.
44
estela de Pearl Harbor, la guerra aérea y la bomba atómica, los Estados Unidos llegaron
a definir sus intereses nacionales no en términos de protección del hemisferio occidental
sino en términos de una nueva “era aérea global”.46 Para el presidente, el Congreso, el
Consejo de Seguridad Nacional y los medios, Europa occidental y el Mediterráneo
como también Medio Oriente y el este de Asia eran tan centrales para la seguridad
norteamericana como América Central y América del Sur. Sentían que los Estados
Unidos tenían derecho a bases, a influencia política y a una presencia económica en
nuevas áreas a causa de los sacrificios de la guerra, las inseguridades de la posguerra y
un nuevo sentido de su misión global. En ningún lugar reconocieron que los soviéticos
tenían preocupaciones similares respecto de la seguridad, que habían hecho sacrificios
mucho más grandes y que enfrentaban necesidades de reconstrucción mucho mayores.
Los Estados Unidos proclamaron un compromiso con la autodeterminación para todos
pero percibieron una necesidad y un deseo de ocupar el vacío de poder dejado por Gran
Bretaña. Los norteamericanos asumieron que su sistema de valores y el capitalismo
liberal, esencial para aquél, podía y debía convertirse en universal. Europa, las
relaciones transatlánticas y buena parte del resto del mundo vivirían las siguientes
cuatro décadas con la resultante Guerra Fría.

46
Alan K. Hendrickson, “The Map as an ‘Idea’: The Role of Cartographic Imagery during the Second
World War,” The American Cartographer 2/1, 1975, pp. 19–53.
45
Superpotencias jugando al ajedrez: Truman y Stalin, L. G. Illingworth, Daily Mail, febrero 1949.

46
Capítulo 7. Cooperación, competencia, contención

Desde fines de la década de 1940 en adelante la Guerra Fría proporcionó el


contexto geopolítico y el marco discursivo para las relaciones entre Europa y los
Estados Unidos; moldeó y deformó las interacciones económicas, políticas y culturales
transatlánticas; se convirtió en un estilo de vida. La Guerra Fría no era sinónimo de todo
lo que sucedía, pero coloreaba virtualmente todo, desde la carrera armamentística y el
desarrollo económico local y extranjero hasta los debates políticos e intercambios
culturales. Europa no era el único escenario en el que los estadounidenses y los
soviéticos confrontaban, pero allí lo hacían de manera más directa y con la mayor
inversión ideológica, militar y política. La Guerra Fría europea era parte de una guerra
civil euro-norteamericana que comenzó con la Revolución Rusa, pero tenía raíces más
profundas en conflictos de largo plazo acerca de derechos políticos y sociales y visiones
en competencia sobre la igualdad y la justicia.
La Guerra Fría fue un proyecto conjunto norteamericano-soviético, a pesar de
que los Estados Unidos eran, sin lugar a dudas, el poder dominante tanto económica
como militarmente. Ambos estados (o mejor dicho, imperios) promovieron sus
ideologías, defendieron sus intereses de seguridad tanto reales como imaginarios, y
persiguieron sus intereses económicos. Los estados europeos también moldearon la
Guerra Fría al perseguir sus propios intereses y criticar las acciones e ideologías de las
superpotencias. Y el Tercer Mundo ofreció a los Estados Unidos, la Unión Soviética y a
Europa occidental un escenario más para el conflicto y la competencia, que también
influyó en las relaciones transatlánticas.
En las primeras décadas de la Guerra Fría, Europa estaba rígidamente dividida
entre el Oeste capitalista y el Este comunista, pero el carácter y las intenciones de cada
bloque eran poco claras al principio. ¿Iban los estados de Europa occidental a ser socios
o subordinados de los Estados Unidos, y emularían el modelo económico
norteamericano o continuarían desarrollando sus propias variantes del capitalismo?
¿Estaban los soviéticos empeñados en la expansión y la confrontación, y contendrían los
Estados Unidos al comunismo o lo harían retroceder? A pesar de que los imperios
alemán y japonés habían colapsado y los europeos se estaban deshaciendo, la forma del
nuevo orden global continuaba abierta.
47
[…]

Rollback47
Los Estados Unidos avalaban acciones mucho más agresivas que la propaganda
y los embargos, y estas “medidas casi de guerra” desdibujaban la línea entre la
contención y el rollback. De hecho el mismo Kennan, quien había llamado a la "hábil y
atenta aplicación de la fuerza en contra en una serie de puntos geográficos y políticos en
constante cambio", desdibujó esta línea cuando colaboró en la escritura de la directiva
del año 1948 del Consejo Nacional de Seguridad, NSC 10/2, que establecía planes de
medidas militantes encubiertas.48 Desde 1949-51, con la esperanza de iniciar una
sublevación, los Estados Unidos y Gran Bretaña infiltraron grupos insurgentes en
Albania, situada estratégicamente entre Grecia y el estado comunista disidente de
Yugoslavia. Con una intención similar, lanzaron en paracaídas a emigrados rusos,
rumanos, húngaros, checos y polacos detrás de la Cortina de Hierro. En casi todos los
casos estos paramilitares fueron capturados, enjuiciados y sentenciados rápidamente. En
lugar de socavar a dichos regímenes, estas operaciones encubiertas simplemente
alimentaron la paranoia comunista sobre las intenciones norteamericanas y sirvieron
como pretexto para juicios por conspiración y para incrementar gastos militares. El OPC
y su sucesor el PSB49 también se contactaron con grupos anticomunistas de Europa
oriental y de la Unión Soviética, fomentaron la defección y reasentaron refugiados.
Algunos desertores de notoriedad considerable, como Victor Kravchenko, autor de Yo
escogí la libertad, contribuyeron a la causa norteamericana, pero pocos refugiados de
Europa del Este se unieron al Ejército de los Estados Unidos, y los planes de crear un
Cuerpo de Libertad Voluntario de cincuenta divisiones tuvo que ser aplazado, debido a
la falta de apoyo de los refugiados y la oposición de Europa Occidental.
47
“Rollback” refiere -en Ciencia Política- a la estrategia de forzar a un adversario a cambiar sus
posiciones políticas, hacerlo retroceder e incluso proceder a su aniquilación por medios bélicos. El
término juega con la imagen de algo que es vuelto a enrollar después de haber sido desplegado, pero las
palabras castellanas "repliegue" o "retroceso" resultarían confusas por cuanto refieren a una acción que
realiza quien se echa atrás en lugar de una llevada a cabo por quien fuerza ese retroceso. Por ello, hemos
preferido dejar el término original. [N. de la T. y la R. T.]
48
X [George Kennan], “The Sources of Soviet Conduct,” Foreign Affairs, Julio de 1947, pp. 566–82.
49
La Office of Policy Coordination (OPC, Oficina de Coordinación de Políticas) fue creada en el año
1948 con el objetivo de subvertir los regímenes comunistas a través de diversas operaciones psicológicas
encubiertas. Su principal impulsor fue George Kennan. En 1951, bajo la administración Truman, fue
sucedida por el Psycologhical Strategy Board (PSB, Comité de Estrategia Psicológica), quedando la OPC
bajo control de la CIA. [N. de la T.]
48
Mientras los guerreros psicológicos elaboraban planes para subvertir el
comunismo, Paul Nitze y su personal del Departamento de Estado diseñaron en 1950
una directiva de recomendación, la NSC 68, que retrataba a la amenaza soviética en
términos extremos e incluso apocalípticos:
La Unión Soviética, a diferencia de aspirantes previos a la hegemonía, está
animada por una nueva fe fanática, antitética a la nuestra, y busca imponer su autoridad
absoluta sobre el resto del mundo […] Las cuestiones a las que nos enfrentamos son de
capital importancia, e involucran la realización o destrucción no sólo de esta República,
sino de la civilización misma.

Los Estados Unidos no solo debían defender al mundo libre, sino también
“promover un cambio fundamental en la naturaleza del sistema soviético”. La Unión
Soviética era “inevitablemente combativa porque posee y es poseída por un movimiento
revolucionario mundial, porque es la heredera del imperialismo ruso, y porque es una
dictadura totalitaria”. Si bien reconocía que la economía de los Estados Unidos era
cuatro veces más grande que la soviética, la NSC 68 afirmaba que los soviéticos eran
capaces de invadir Europa Occidental, de conquistar zonas de Medio Oriente, y de
dañar objetivos norteamericanos claves. La NSC 68 sobreestimaba considerablemente el
arsenal nuclear soviético, sostenía que la Unión Soviética dedicaba infinitamente más
recursos a las Fuerzas Armadas que los Estados Unidos y Europa Occidental, aunque
observaba, correctamente, que tenía fuerzas convencionales de mayor magnitud.50
La NSC 68 insistía en que, para desalentar a la Unión Soviética, se requerían
nuevos métodos y una vasta ampliación de recursos. El aislacionismo era indeseable en
lo político y contraproducente en lo económico, mientras que un ataque preventivo
contra la Unión Soviética traería una guerra prolongada y destructiva a Europa
Occidental. En lugar de ello, los Estados Unidos debían acopiar rápidamente armas
nucleares y desarrollar su fuerza militar para poder defender sus intereses globales. Los
aliados de la OTAN debían hacer su parte en lo militar y lo económico, si deseaban
eliminar el peligro de la ocupación soviética en cualquier guerra futura. Un rearme
militar podría desviar los recursos de los Estados Unidos del consumo y los programas
internos, pero era imprescindible para consolidar al mundo libre.

50
NSC68, in Ernest R. May, ed., American Cold War Strategy: Interpreting NSC 68, Boston, Bedford/St.
Martins, 1993, pp. 25–26, 29, 34.
49
Kennan y Charles Bohlen, el antiguo embajador de Estados Unidos en Rusia,
consideraban que la NSC 68 era alarmista y provocativa; Truman se resistía a
incrementar masivamente los gastos en defensa; y el documento mismo se mantuvo en
secreto hasta 1975. No obstante, su retórica y su cosmovisión impregnaron los medios y
moldearon profundamente las políticas norteamericanas. Cuando en junio de 1950
Corea del Norte invadió Corea del Sur y los Estados Unidos se sumaron a lo que según
insistían era una empresa inspirada por los soviéticos, el camino quedó allanado para
triplicar el presupuesto de defensa norteamericano y así financiar no sólo la Guerra de
Corea, sino también la carrera armamentística nuclear y el complejo militar-industrial
en expansión. Como más de un defensor de la contención agresiva observó: “Corea nos
salvó”.
La NSC 68 preveía un extenso rearme de Europa occidental y ayuda con el
problema de la balanza de pagos norteamericana; Corea hizo de esto algo imperioso.
Pero los europeos occidentales no estaban entusiasmados, ya que priorizaban el gasto
social por sobre el gasto militar. De igual importancia, temían que la participación de
los Estados Unidos en Corea, un área de poco interés para ellos, incitara a los soviéticos
a actuar de manera agresiva en Europa occidental. Estas críticas alimentaron a su vez
los temores norteamericanos de que Europa Occidental no fuera lo suficientemente
anticomunista ni apoyara del todo a la política exterior norteamericana, y de que pudiera
sucumbir a un neutralismo emocional. Cuando en junio de 1953 Eisenhower llegó a la
presidencia las preocupaciones de Europa Occidental aumentaron, ya que el presidente
y su Secretario de Estado, John Foster Dulles, expusieron una nueva política exterior
que subrayaba “la superioridad estratégica, la disuasión, la contención y un rollback
calculado y prudente” y promovía una “represalia masiva” contra cualquier agresión
soviética. Dulles pronto criticó a la contención por ser una política débil e inmoral, que
abandonaba a 500 millones de europeos orientales. Reclamando una "Política de
Osadía", Dulles amenazó con una represalia masiva si los soviéticos amenazaban a
Europa Occidental, y prometió una ofensiva política para liberar a Europa del Este.51
Sin embargo, la ardiente retórica no se tradujo en acciones. El propósito de la
propaganda, los embargos y las operaciones encubiertas era desatar una sublevación en
Europa Oriental, pero cuando la sublevación ocurrió los Estados Unidos solo ofrecieron
51
Melvyn P. Leffler, For the Soul of Mankind: The United States, the Soviet Union and the Cold War,
Nueva York, Hill and Wang, 2007, p. 133. Gregory Mitrovich, Undermining the Kremlin: America’s
Strategy to Subvert the Soviet Bloc, 1947–1956, Ithaca, Cornell University Press, 2000, pp. 105, 108–9.
50
apoyo verbal. En junio de 1953 trabajadores a lo largo de toda la República
Democrática Alemana salieron a las calles para protestar contra las duras políticas
económicas del régimen, y pronto los descontentos alemanes del este reclamaron la
remoción del liderazgo comunista. A pesar de que los berlineses occidentales los
apoyaron, ni los norteamericanos, ni los franceses, ni los ingleses (todos los cuales
tenían tropas en Berlín occidental) intervinieron, ya que temían que la lucha se
extendiera luego hacia el oeste. Los tanques soviéticos sofocaron la sublevación
rápidamente. Como lo señaló el Alto Comisionado de los Estados Unidos en Alemania,
James Conant, con bastante cinismo, los Estados Unidos querían “mantener la olla del
descontento comunista en el fuego, pero sin que llegue a hervir”.52
La respuesta norteamericana frente a la Revolución Húngara de 1956, mucho
más masiva que la sublevación anterior, fue similar. A medida que la protesta
económica y política aumentaba, estudiantes, trabajadores e intelectuales, tanto
católicos como nacionalistas o socialistas reformistas, se unieron en la demanda de
democratización, un sistema multipartidista, la retirada del Pacto de Varsovia y la no
alineación. El gobierno y los medios de los Estados Unidos elogiaron a los
“combatientes por la libertad” húngaros, y la Radio Europa Libre53 les ofreció estímulo
y consejos tácticos; pero los Estados Unidos no intervinieron de manera abierta ni
encubierta, y las tropas soviéticas sofocaron la revuelta brutalmente. Los Estados
Unidos no habían desarrollado planes para “liberar a las naciones cautivas de Europa
Oriental”, y estaban preocupados por la crisis de Suez. Después de Hungría, el rollback
y la liberación estaban muertos, pero otros dos asuntos continuaron generando
relaciones conflictivas entre los soviéticos, los norteamericanos y los europeos
occidentales: Alemania y las armas nucleares.

[…]

52
Hope M. Harrison, Driving the Soviets up the Wall: Soviet-East German Relations, 1953– 1961,
Princeton University Press, 2003, p. 38.
53
La Radio Europa Libre (Radio Free Europe) fue una emisora emplazada en Munich, fundada en 1949,
que recibía fondos del Congreso norteamericano y la CIA para emitir propaganda destinada a los países
satélites de la Unión Soviética. [N. de la R. T.]
51
La descolonización y un nuevo imperio norteamericano
La Segunda Guerra Mundial frustró los esfuerzos alemanes y japoneses por
establecer un nuevo orden global, pero también debilitó severamente al colonialismo
europeo y acrecentó las ambiciones globales norteamericanas. En 1945 no estaba claro
si los imperios británico, francés, holandés, belga y portugués podrían reconstruirse o si
comenzaría el proceso de descolonización. El mundo más allá de Europa y los Estados
Unidos planteaba una serie de desafíos cambiantes para las relaciones europeo-
norteamericanas. ¿Debían los Estados Unidos promover la descolonización o apoyar los
intereses imperiales de sus aliados europeos? ¿Cómo intentarían moldear el desarrollo
político y económico en Asia, el Medio Oriente, África y Latinoamérica los Estados
Unidos y la Unión Soviética, los dos de los cuales decían ser anticolonialistas? Las
visiones globales contrapuestas de Europa Occidental y los Estados Unidos dominaron
la primera década de la Guerra Fría; posteriormente, la rivalidad soviético-
norteamericana tomó protagonismo cuando ambos estados desataron la guerra, llevaron
a cabo operaciones encubiertas, y emprendieron proyectos de desarrollo en Asia, el
Medio Oriente, y, a partir de fines de la década de 1950 en adelante, en el África
subsahariana y Latinoamérica.
La descolonización fue la primera fuente de desacuerdos. Como lo hemos visto,
la Carta Atlántica de 1941 proclamaba el derecho universal a la libre determinación de
los pueblos. En 1941 Roosevelt desestimó las colonias como remanentes moralmente
inaceptables de una época pasada, e insistió en que Argelia, Indochina y Dakar no
fuesen devueltas a Francia, en que los Países Bajos abandonaran Indonesia y en que
Gran Bretaña se preparara para deshacerse de su vasto imperio. Esta retórica de
altisonante anticolonialismo se basaba tanto en los principios norteamericanos y
wilsonianos como en la visión norteamericana de una economía global abierta, liberal e
integrada, sin los obstáculos del proteccionismo colonial. Sin embargo, Roosevelt
rápidamente atenuó sus proclamas generales en favor de un objetivo más modesto: los
fideicomisos de posguerra, que prepararían a las áreas coloniales para un eventual
autogobierno y, más tarde, para la independencia. En la conferencia fundacional de las
Naciones Unidas en 1944 los fideicomisos se restringieron solo a los mandatos de la
antigua Liga de las Naciones. La necesidad de retener la cooperación de los poderes
coloniales europeos en tiempos de guerra empujó a la política de los Estados Unidos en
una dirección conservadora, como lo hizo también la creencia de posguerra de que, en
52
palabras del Senador Henry Cabot Lodge Jr., “necesitamos [...] que estos países sean
fuertes, y no pueden serlo sin sus colonias”.54 Esta política reflejaba los reclamos en
conflicto que hacían sobre ella la creencia norteamericana en la libertad, el miedo a la
revolución y el racismo. Los formuladores de las políticas norteamericanas se
imaginaban un camino intermedio entre la descolonización inmediata y la perpetuación
indefinida del colonialismo europeo, proponiendo a los cincuenta años de gobierno
norteamericano en Filipinas como modelo.
En la práctica, esta vía intermedia resultó ser esquiva. Las declaraciones en favor
del colonialismo a corto plazo, y relegando la descolonización a un futuro distante
resultaban ofensivas para los movimientos nacionales de liberación en Asia y Medio
Oriente. Pero la retórica norteamericana anticolonialista enajenaba a los aliados
europeos, y eso preocupaba más a los Estados Unidos. De Gaulle estaba decidido a
recuperar los territorios franceses de Indochina y el norte de África, así como a retener
los subsaharianos. Churchill, quien había eximido inmediatamente a Gran Bretaña de
las cláusulas anticolonialistas de la Carta Atlántica, declaró en 1942 que él no se había
convertido en Primer Ministro para “ser responsable de la liquidación del Imperio
Británico”. Un popular eslogan holandés insistía en que “si perdemos las Antillas,
vendrá la ruina”.55
Las contradictorias actitudes norteamericanas dieron lugar a políticas
inconsistentes que, sin embargo, tenían una lógica subyacente, o mejor dicho, lógicas
encontradas. Permitir la descolonización si la amenaza del comunismo era considerada
leve, frustrarla si los gastos económicos para Europa y para la meta de una economía
global capitalista de libre mercado eran grandes. Nunca negar lo deseable de la
independencia colonial a largo plazo, pero diferirla siempre que fuese posible para
mantener a los estados de Europa Occidental como parte crucial de la coalición
anticomunista norteamericana. De este modo, los Estados Unidos se negaron a apoyar a
los holandeses en sus intentos por recuperar Indonesia, donde un gobierno nacionalista
pero no comunista bajo el mando de Sukarno había accedido al poder, y los amenazaron
con retirar la ayuda del Plan Marshall hasta que finalmente los holandeses capitularon.
Apoyaron la independencia de India en 1947; pero también respaldaron a los británicos

54
Wm. Roger Louis and Ronald Robinson, “The Imperialism of Decolonization,” en Journal of Imperial
and Commonwealth History 23/2 (1994), p. 468.
55
John Darwin, After Tamerlane: The Rise and Fall of Global Empires, 1400–2000, Nueva York,
Bloomsbury, 2008, pp. 435 y 439.
53
en sus intentos de retener Malasia -rica en estaño y en caucho- por una década más,
mediante una campaña brutal de contrainsurgencia contra los comunistas locales. Los
Estados Unidos mantuvieron su influencia en el Norte de África asumiendo las esferas
de influencia británicas sobre Grecia y Turquía a través la Doctrina Truman. Por otro
lado, no pusieron objeciones cuando Francia reafirmó sus reclamos coloniales. A lo
largo de fines de la década de 1940 y durante la década de 1950, los Estados Unidos
apoyaron el régimen colonial en el África subsahariana, instando a las potencias
coloniales a promover el desarrollo social y económico. Esto alienó a los africanos, pero
el deseo de quienes formulaban las políticas norteamericanas de conquistar sus
corazones y sus mentes fue superado por la creencia de que los africanos eran incapaces
de gestionar una economía y un Estado, y por el miedo de que una “independencia
prematura” haría de estas naciones una presa fácil para la subversión comunista.
Sin embargo, los Estados Unidos tenían un límite en cuanto al alcance de su
apoyo al colonialismo europeo, como lo demostró la crisis de Suez. Tanto los
contemporáneos como los historiadores están en desacuerdo sobre si la crisis de Suez se
precipitó por la negativa de Eisenhower y Dulles de financiar la Gran Represa de
Asuán; por la nacionalización del canal de Suez que llevó a cabo el presidente de
Egipto, Nasser; por la resolución francesa y británica de aferrarse a su influencia
colonial en la región; o por la predisposición israelí de cooperar con ellos para adquirir
una mayor seguridad. En aras de estas ambiciones de alto vuelo, y convencidos de que
Egipto no podía manejar el canal por su cuenta, Gran Bretaña, Francia e Israel atacaron
Egipto, resueltos a enseñarle una lección a Nasser y quizás hasta derrocarlo. No
consultaron a los estadounidenses, sin embargo, y estos se opusieron con firmeza a la
guerra. Y cuando la presión diplomática sobre sus aliados falló, los Estados Unidos
jugaron la carta económica y se negaron a ayudar a Gran Bretaña con el drenaje de
dólares y la baja de la libra esterlina hasta que los británicos abandonaran la lucha.
Esta crisis redefinió las relaciones entre Europa y los Estados Unidos en
aspectos clave. Lejos de restaurar la influencia británica y francesa en el Medio Oriente,
Suez marcó el final del imperialismo británico allí, a pesar de que Francia continuaría
con su costosa guerra contra el Frente de Liberación Nacional Argelino por otros seis
años antes de retirarse. La debacle de Suez forzó a Gran Bretaña a reconocer que carecía
del poder económico y militar para emprender una política exterior independiente
contra los deseos norteamericanos. Por otra parte, Francia llegó a una conclusión
54
diferente; se tornó recelosa de los Estados Unidos y decidió desarrollar su propio poder
militar y nuclear. Sin embargo, para los Estados Unidos la victoria de Suez no fue
inequívoca. Como ocurrió al mismo tiempo que la Revolución Húngara, esto limitó la
posibilidad norteamericana de una victoria propagandística contra la represión soviética,
dado que Gran Bretaña y Francia estaban involucradas en una intervención militar ilegal
similar. De mayor importancia a largo plazo, el efecto del conflicto fue el de implicar a
los Estados Unidos aun más en el Medio Oriente: en 1957 se proclamó la Doctrina
Eisenhower, que prometía apoyar a los estados democráticos y amantes de la libertad de
la región (que eran pocos); en 1958 se enviaron marines al Líbano y se aumentó el
apoyo a Israel.
El Medio Oriente fue solo una de las áreas en las cuales los Estados Unidos
entraron para llenar lo que percibían como el vacío dejado por la decadencia de la
influencia europea. Luego de la victoria comunista en China los Estados Unidos se
convirtieron en la potencia occidental dominante en el este asiático, dado que eran la
única fuerza de ocupación en el Japón. Con la Doctrina Truman y el establecimiento del
comando naval estadounidense en el Mediterráneo, los Estados Unidos asumieron el
antiguo rol británico de la región. Resueltos a evitar otro Pearl Harbour, consiguieron un
fideicomiso especial sobre las islas del Pacífico que habían estado en manos de los
japoneses o que eran reclamadas por Gran Bretaña y Nueva Zelanda. También
consolidaron sus intereses en Latinoamérica mediante el Tratado de Río de Janeiro de
1947. En 1955, la Organización del Tratado del Sudeste Asiático (SEATO) y el Pacto
de Bagdad intentaron crear contrapartes a la OTAN en áreas que consideraban cruciales
para los intereses estadounidenses. Los Estados Unidos reafirmaron el imperio informal
de libre mercado que habían promovido desde hacía tiempo y también construyeron un
nuevo "imperio de bases". El poder militar estadounidense estaba anclado en ambos
extremos del continente euroasiático, abarcaba a las Américas, y se extendía a través de
islas claves del Pacífico y el Atlántico. Para 1955 los Estados Unidos tenían 450 bases
militares en 36 países.56
El creciente dominio de los Estados Unidos en lo que, acertadamente, ha sido
llamado "el imperialismo de la descolonización" se hizo más evidente en los años 50, en
la medida en que intervinieron en las naciones del Tercer Mundo y heredaron el manto

56
Darwin, After Tamerlane, p. 471. Chalmers Johnson, Sorrows of Empire: Militarism, Secrecy and the
End of the Republic, Nueva York, Metropolitan, 2004, p. 5.
55
colonial europeo en el Medio Oriente e Indochina.57 En ocasiones cooperaban con sus
aliados de Europa Occidental, pero en otras actuaban por su cuenta. En 1953, por
ejemplo, los Estados Unidos junto con Gran Bretaña colaboraron en el derrocamiento
del primer ministro iraní, Mohammed Mossadeq, quien había nacionalizado la industria
petrolera. Esta operación conjunta colocó a Irán firmemente dentro de la órbita
occidental, le dio a los Estados Unidos una participación significativa en sus lucrativos
holdings petroleros, y los llevó un paso más cerca de suplantar a Gran Bretaña como la
mayor potencia de la región. Un año después trabajaron por su cuenta para derrocar a
Jacobo Arbenz, el presidente de Guatemala, quien había implementado una reforma
agraria. En ambos golpes los estadounidenses justificaron con el peligro de una
subversión comunista su deposición de quienes eran gobernantes elegidos
democráticamente, y que no eran comunistas, aunque sus políticas económicas fueran
consideradas una amenaza para intereses económicos occidentales específicos y para la
meta de una economía capitalista global abierta. Cuando los franceses retornados a
Indochina se encontraron envueltos en una lucha prolongada con el Viet Minh liderado
por Ho Chi Minh, los Estados Unidos les suministraron una considerable ayuda militar
y económica. Luego de la derrota francesa en Dien Bien Phu en 1954, los Estados
Unidos asumieron las funciones francesas de promover alternativas conservadoras a las
victoriosas fuerzas nacionalistas comunistas.
Como lo solían hacer, tanto en Vietnam como en otros lugares, los Estados
Unidos no gobernaron directamente, sino que enviaron asesores, brindaron ayuda,
llevaron a cabo operaciones encubiertas, y buscaron autoridades locales que fueran
competentes, honestas, anticomunistas y populares; una tarea para nada fácil. Sin
embargo, los Estados Unidos heredaron los problemas y los escollos de los gobernantes
coloniales anteriores, y los exacerbaron por su exclusiva visión de los países en
términos de la Guerra Fría, y por ser insensibles ante el nacionalismo y el deseo de
neutralidad. Esa tendencia se exacerbó con el crecimiento de los intereses soviéticos en
el Tercer Mundo.

La Unión Soviética y el Tercer Mundo


Stalin había prestado tan poca atención al mundo no europeo después de 1945
como lo había hecho en el período de entreguerras. Su máxima prioridad seguía siendo

57
Louis and Robinson, “Imperialism of Decolonization”.
56
la de edificar el socialismo soviético y crear un círculo de estados amigos (o al menos
subordinados) en Europa central y en los Balcanes. A pesar de su compromiso
ideológico con el anticolonialismo, Stalin no se lanzó a aventuras revolucionarias.
Aunque sí se adentró en Irán y Turquía al terminar la guerra, se retiró rápidamente
frente a la oposición occidental. No alentó a Mao a hacerse con el poder en China, pero
le ofreció grandes préstamos y ayuda técnica una vez que la revolución triunfó.
Tampoco fue el motor detrás de la Guerra de Corea: fue Kim Il Sung, el gobernante de
la República Popular Democrática de Corea, quien se aseguró el apoyo de Stalin y de
Mao; y aunque los soviéticos prestaron su ayuda, se negaron a enviar tropas terrestres.
Krushchev se interesó mucho más por el Tercer Mundo. Impulsado por la ola de
descolonización y motivado por la emergencia de líderes como Nehru en India,
Nkrumah en Ghana y Sukarno en Indonesia, cortejó a las nuevas naciones
independientes. En 1955 recorrió la India, Afganistán y Birmania, y ofreció préstamos a
Egipto y la India. Afganistán obtuvo 3,5 millones de dólares en créditos y los soviéticos
construyeron dos elevadores de granos, un molino de harina y una fábrica de pan. A
esto le siguieron sistemas de irrigación, caminos, tanques de almacenamiento de
petróleo, y un instituto técnico en Kabul. Krushchev le ofreció a Nasser armas y fondos
para financiar la Gran Represa de Asuán, amenazó con atacar a Gran Bretaña y Francia
si la guerra continuaba, y buscó mantener una posición estratégica en el Medio Oriente
de allí en adelante. En 1960 se abrió en Moscú la Universidad Rusa de la Amistad de los
Pueblos, cuya misión era educar estudiantes asiáticos, africanos y latinoamericanos, así
como nuevos institutos para estudiar a África y Latinoamérica.
Las iniciativas de Krushchev generaron una enorme ansiedad al gobierno de
Eisenhower, y enfrentaron a los soviéticos y a los norteamericanos en una competencia
por ejercer su influencia sobre las naciones no-comunistas de Asia y África que se
reunieron en la Conferencia de Bandung en 1955, en la que buscaron fomentar el
comercio y la cooperación sur-sur, y también encontrar una posición independiente
entre ambos bloques. Washington se oponía a la neutralidad en el Tercer Mundo tanto
como en Europa, ya que creía que esto abría a los países a la influencia política
soviética y era moralmente censurable. Aunque los soviéticos estaban preocupados por
la independencia del movimiento de países no alineados, la recibían favorablemente
como un quiebre con el occidente imperialista.

57
En África se dieron enfrentamientos más directos, donde los estadounidenses
continuaron respaldando a las potencias coloniales y, a partir de mediados de la década
de 1950, advirtieron sobre los peligros del colonialismo soviético. El Congo, que se
independizó de Bélgica en 1960 pero pronto se sumió en una guerra civil, fue el primer
campo de batalla. Los norteamericanos, como los belgas, se oponían al nuevo primer
ministro, Patrice Lumumba, ya que lo veían como el equivalente africano de Fidel
Castro. Los Estados Unidos bloquearon la intervención de las Naciones Unidas que
pretendía estabilizar el nuevo gobierno y evitar la secesión de Katanga, rica en
minerales, y discutieron planes para envenenar a Lumumba; los soviéticos enviaron
ayuda económica y militar para apoyar al primer ministro. Sin embargo, ninguna de las
superpotencias controlaba la situación y Lumumba fue asesinado por las fuerzas de
Mobuto, quien gobernaría de manera dictatorial el Congo -rebautizado como Zaire-
entre 1965 y 1990. Al explotar hábilmente el anticomunismo, tuvo el apoyo absoluto de
los Estados Unidos, Francia y Bélgica. Durante el resto de la Guerra Fría, los conflictos
entre la Unión Soviética y los Estados Unidos en y sobre el Tercer Mundo eclipsarían
totalmente a aquellos en Europa, relativamente más estable.

[…]

58
Capítulo 9. El siglo norteamericano se erosiona, 1968-1979

Protestas estudiantiles y huelgas masivas, tropas soviéticas ingresando a Praga y


tropas americanas dejando Saigón, precios de petróleo en aumento y filas interminables
para cargar combustible, inflación en aumento y crecimiento económico en colapso,
control de armas y crisis de misiles renovadas, distensión en Europa y conflictos
calientes de la Guerra Fría en África y Asia. Estos eventos contradictorios de los
tumultuosos fines de los 60 y los años 70 agitaron a las relaciones transatlánticas. El
orden económico de posguerra entró en crisis debido al colapso de Bretton Woods, el
agotamiento del fordismo, y la ineficacia del keynesianismo. El consenso político de la
Guerra Fría se deshilachó, creando tormentosas políticas domésticas y abriendo el
camino tanto para la renegociación de las relaciones Este-Oeste en Europa como para
nuevos movimientos sociales y alianzas transnacionales. Unos Estados Unidos
debilitados y menos seguros de sí mismos buscaron reafirmar su liderazgo en Europa y
el mundo, mientras los europeos occidentales se esforzaban por obtener mayor
autonomía. La hegemonía norteamericana – económica, cultural, militar, y política- se
enfrentaba con desafíos serios por primera vez.
El siglo norteamericano en Europa reposaba sobre cinco pilares. El primero eran
las proezas de la economía americana, encarnadas en la producción masiva fordista, la
innovación tecnológica, una productividad sin igual, y elevados salarios que permitían
el consumo masivo de autos, bienes de consumo durables y la cultura de masas. El
segundo era el indiscutido poder militar norteamericano, tanto convencional como
nuclear, y la presencia de armas norteamericanas y personal norteamericano en toda
Europa Occidental. El tercero era el consenso transatlántico sobre el anticomunismo y
su contención, pero también en torno al keynesianismo y a políticas sociales generosas.
El cuarto pilar era la ampliamente difundida admiración por los valores políticos
norteamericanos, su presencia global y su cultura popular. Finalmente, Europa
Occidental aceptaba, aunque a veces a regañadientes, su rol como un socio menor en un
imperio norteamericano construido en gran medida por invitación, pero complementado
por la presión, las amenazas, y las intervenciones encubiertas norteamericanas cuando
era necesario. ¿Cómo erosionaron los desafíos y las crisis de estos años al poder duro y
blando sobre el cual se había construido la dominación norteamericana de la posguerra?
59
1968: Temas comunes y variaciones nacionales
1968 fue un año de masivas (y, para el período de la posguerra, sin precedentes)
protestas a lo largo de Europa, los Estados Unidos, y áreas del Tercer Mundo que iban
desde Japón y México hasta Turquía y Etiopía. Los estudiantes ocuparon universidades
en ciudades tales como París, Nápoles y Nueva York; se manifestaron y chocaron con la
policía en las calles de Berlín, Praga, Roma, Londres, Chicago y Varsovia. En Europa
los trabajadores organizaron huelgas gigantescas (solo en mayo, 5 millones dejaron el
trabajo en Francia), ocuparon fábricas en Italia y Francia y organizaron sindicatos
clandestinos en España. En la India estallaron insurgencias campesinas radicales, y en
México cientos de manifestantes estudiantiles fueron masacrados por la policía y el
ejército. En Norteamérica hubo disturbios raciales y ocurrió el asesinato de Martin
Luther King y el de Robert Kennedy; en China la destructiva Revolución Cultural de
Mao continuó. A lo largo de los mundos capitalista y comunista, los manifestantes
desafiaron regímenes políticos firmemente enraizados y las categorías políticas
establecidas.
Decir 1968 es referirse también a la oleada más extendida de protestas, nuevos
movimientos políticos, y culturas juveniles que emergieron desde principios de la
década de 1960 hasta principios de los 70: los derechos civiles, el Black Power y los
movimientos antibélicos en los Estados Unidos; el continuo malestar laboral que
comenzó con el “otoño caliente” de Italia de 1969 y continuó por otros dos años; las
oleadas de protestas estudiantiles y la proliferación de instituciones alternativas que
barrieron Alemania Occidental y Berlín Occidental desde mediados de los 60 en
adelante; y el menos conocido pero sostenido desarrollo de nuevas normas culturales y
protestas políticas en lugares como los Países Bajos, Suiza, Bélgica, y Yugoslavia. Todo
esto fue parte de una década de malestar, trastorno, e incertidumbre que algunos
encontraron estimulante, y muchos otros causa de ansiedad, o abominable. Estos
movimientos estaban enraizados en contextos nacionales particulares pero creaban
alianzas transnacionales diferentes de aquellas que los Estados Unidos y la Unión
Soviética habían construido arduamente. Norteamericanos y europeos occidentales
condenaban la guerra de los Estados Unidos en Vietnam; los europeos orientales
denunciaban la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968, y en todas partes

60
estudiantes, trabajadores, e intelectuales recientemente movilizados criticaban a sus
gobiernos como antidemocráticos, antiliberales, e injustos.
Algunos historiadores trazan una marcada distinción entre los movimientos de
protestas de los 60 en Europa Occidental y Oriental, argumentando que los franceses,
italianos, y alemanes occidentales eran ingenuos, utópicos, y egocéntricos, preocupados
sólo por la cultura y estilos de vida, mientras que checos y polacos eran maduros,
realistas, y perseguían metas políticas serias.58 Semejante juicio dicotómico
malinterpreta las metas diversas de movimientos complejos e ignora los lazos entre unos
y otros. A través de Europa y en los Estados Unidos, una generación más joven
promovió nuevas prácticas políticas y culturales. Ni la depresión, ni la Segunda Guerra
Mundial, ni la austeridad de la posguerra formaron parte de su experiencia formativa:
más bien fue el boom de la posguerra el que difundió el consumo y niveles variados de
prosperidad a lo largo de Europa. La riqueza relativa, junto con la democratización en
Europa Occidental y el descongelamiento post-estalinista en el Este, abrieron espacios
para que la juventud desarrollara identidades e intereses distintivos, y para que tanto los
estudiantes como los trabajadores e intelectuales articularan filosas críticas hacia
democracias comunistas y capitalistas por igual.
Los manifestantes de los 60 atacaron no sólo a las élites dirigentes sino también
a la misma estructura de la política. En palabras de un graffiti de mayo del ´68 en
Francia: “No remendar. La estructura está podrida”. El Premier Soviético Leonid
Brezhnev, el jefe de de estado polaco Wladyslav Gomulka, el presidente francés Charles
de Gaulle, el dictador español General Franco, y el presidente de los Estados Unidos
Lyndon Johnson, entre otros, fueron descartados como viejos, conservadores, fuera de
contacto con la realidad, intervencionistas en el exterior y autoritarios en casa. La
Nueva Izquierda era igualmente crítica de los jerárquicos y cautelosos socialdemócratas
y comunistas de la vieja izquierda. Los manifestantes a lo largo de Europa y
Norteamérica compartían una visión antiautoritaria; demandaban una democracia
genuina, sin importar cuán diferentes fuera las definiciones que de ella dieran; y
rechazaban las jerarquías en el trabajo, en la escuela, y en la sociedad. Criticaban la
burocratización creciente de las sociedades de masas, tanto comunistas como
capitalistas, y desafiaban las pretensiones de los expertos de ordenar la economía y la
58
Tony Judt, Postwar: A History of Europe since 1945, Nueva York, Penguin, 2005, pp. 407-12. Paulina
Bren, The Greengrocer and His TV: The Culture of Communism after the 1968 Prague Spring, Ithaca,
Cornell University Press, 2010, pp. 26-27.
61
política. En palabras de un provocativo slogan francés, “La Humanidad no estará feliz
hasta que el último capitalista sea colgado con las tripas del último burócrata”.
Lamentaban la alienación generalizada más que la explotación económica. De acuerdo
con la Declaración de Port Huron de los American Students for a Democratic Society,
“Soledad, extrañamiento, aislamiento describen la vasta distancia entre hombre y
hombre hoy”. Tanto si se concebían a sí mismos como sustitutos de la clase trabajadora,
como en Alemania Occidental y en los Estados Unidos; como aliados de ella, como en
Italia; o como ambos, como en Francia; los estudiantes de 1968 se imaginaban a sí
mismos como agentes cruciales del cambio social. Aunque formaban parte de la cultura
masiva transatlántica de la música, las películas, y los estilos de ropa característicos, la
generación de los 60 sin embargo criticaba tanto el aburrimiento como el despilfarro del
capitalismo consumista y el fracaso de las culturas de consumo socialistas en proveer
alternativas significativas. Estudiantes, trabajadores, e intelectuales condenaban a los
Estados Unidos por haber violado su proclamada libertad, democracia, y
anticolonialismo; y a la Unión Soviética por no haber realizado su promesa de
abundancia e igualitarismo. La generación más joven reprendió a los gobiernos, élites, y
generaciones más viejas por no haberse ocupado de los legados de la esclavitud y el
racismo en Norteamérica; del fascismo, el genocidio, y el colonialismo en Europa
Occidental; y del estalinismo en Europa Oriental.59
Los gobiernos occidentales continuaron advirtiendo sobre la amenaza comunista,
mientras que los comunistas sonaban la alarma sobre la infiltración capitalista, pero la
juventud ya no hacía caso a estas admoniciones. Tampoco apoyaban a la carrera
armamentística, y estimaban a la disuasión nuclear como un desperdicio y un peligro.
Ni el marxismo soviético ni el capitalismo democrático norteamericano ofrecían
ideologías coherentes o políticas prometedoras, y muchos buscaron una tercera vía, ya
fuese una democracia más participativa o descentralizada, o un socialismo de mercado,
nuevos estilos de vida, o una combinación de todos ellos. Insistían en que la gente
necesitaba cambiarse a sí misma para cambiar la sociedad y experimentaban con varias
formas de políticas prefigurativas que buscaban implementar en el presente los valores e
instituciones de un futuro deseado. Existía una disposición a hacer demandas
expansivas, para algunos totalmente escandalosas, al Estado y a la sociedad. “Sean
realistas. Pidan lo imposible”, cantaban los estudiantes franceses, mientras los

59
Para los graffiti, www.bopsecrets.org/CF/graffiti.htm
62
trabajadores en la vasta planta de Fiat Mirafiori insistían “Queremos todo”: salarios más
altos e igualitarios, democratización de los sindicatos y control obrero de la planta de
producción. Estudiantes alemanes, franceses y norteamericanos reclamaban el fin de la
guerra de Vietnam, reformas universitarias de gran alcance, y una libertad personal y
sexual mucho más amplia. Checos y eslovacos exigían libertad de prensa, una
democratización del Estado y del Partido Comunista, y reformas económicas, mientras
que los estudiantes polacos defendían su derecho a criticar el sistema político y celebrar
su legado cultural nacional. Todos querían con impaciencia lograr todas sus demandas
de inmediato. A través de Europa y los Estados Unidos, los manifestantes compartieron
la excitante experiencia de una intensa comunicación, debate, y cooperación, de
solidaridad con manifestantes locales y extranjeros. Había un optimismo generalizado,
sin importar cuán ingenuo parezca en retrospectiva, de que la política, la cultura y la
vida cotidiana podían ser transformadas dramáticamente de maneras que beneficiarían
tanto a la sociedad como al individuo. Uno podía cambiar al mundo y pasarla bien.60
Había, claro está, diferencias significativas entre los movimientos nacionales de
protesta, algunas de las cuales seguían la división Este-Oeste. Los manifestantes en
Praga y Varsovia pedían una democracia parlamentaria multipartidaria y el imperio de
la ley, mientras que otros en París, Berlín, Roma, y Washington detallaban los defectos
de las instituciones liberales, exigiendo formas más participativas y descentralizadas
que darían a la gente mayor voz en la política, en el trabajo y en la educación. La
autogestión era un slogan popular a lo largo del oeste y sur de Europa, pero en Europa
del Este criticar al liberalismo occidental parecía objetable y contraproducente. Cuando
Rudi Dutschke, líder de la Liga Alemana de Estudiantes Socialistas (SDS), y los
estudiantes checos se encontraron en 1968, estaban interesados en los desarrollos en los
países del otro, pero no pudieron forjar un programa común porque las distintas
experiencias de la Guerra Fría habían creado muy diferentes problemas políticos y
aspiraciones. La libertad de expresión se ubicó a la vanguardia de las demandas desde
Varsovia hasta París, pero los europeos del Este le dieron una definición política
tradicional, los europeos del Oeste una más cultural y personal. Los manifestantes

60
Gerd-Rainer Horn, The Spirit of ’68: Rebellion in Western Europe and North America, 1956–1976,
Oxford University Press, 2007, p. 216, www.bopsecrets.org/CF/graffiti.htm. Arthur Marwick, “Youth
Culture and the Cultural Revolution of the Long Sixties,” en Axel Schildt and Detlef Siegfried, eds.,
Between Marx and Coca-Cola: Youth Culture in Changing European Societies, 1960–1980, Nueva York,
Berghahn, 2006, p. 47.
63
europeos del Este enfrentaban la censura y el encarcelamiento cuando decían lo que
pensaban, mientras que los europeos del Oeste y los norteamericanos encontraban las
restricciones más elusivas de aquello que un ensayo famoso de 1965 del filósofo
germano-norteamericano Herbert Marcuse llamaba “tolerancia represiva”. Las protestas
y la libertad de prensa estaban permitidas, pero como la poetisa y pacifista
norteamericana Grace Paley lamentaba, “los líderes elegidos o nombrados de nuestro
país han aplaudido a menudo nuestro ejercicio de estas libertades. Así pudieron luego
(con la conciencia tranquila) llevar a cabo y sostener las horribles guerras contra las
cuales hablábamos y nos convocábamos durante 10 años”.61
La Guerra de Vietnam jugó un rol central en los 60. Los movimientos de
protestas en los Estados Unidos y en Europa Occidental no la veían como una batalla
vital entre comunismo y democracia sino como una lucha entre la liberación nacional y
el imperialismo norteamericano que enfrentaba a países asombrosamente desiguales en
riqueza y armas. La guerra no jugó sin embargo un rol comparable en Europa Oriental,
porque el expansionismo soviético era el problema y el antiimperialismo un slogan
oficial desacreditado. Algunos manifestantes de Europa Occidental consideraban al
Tercer Mundo como un desafío para el primer mundo y un sustituto para el segundo.
Este tercermundismo iba desde un enamoramiento romántico y mal informado con el
maoísmo, a un compromiso continuo con estudiantes africanos y asiáticos en el primer
mundo, y a una sobria insistencia en que los problemas Norte-Sur deberían
descentralizar los problemas Este-Oeste de la Guerra Fría. En Alemania Occidental y
Berlín Occidental, por ejemplo, los estudiantes de principios y mediados de la década de
1960 interactuaron con estudiantes iraníes, congoleses, y sudafricanos, que educaban a
los alemanes sobre sus luchas por la democracia y los derechos civiles, y los incluían en
protestas con tácticas nuevas en torno a estos problemas. Para finales de la década, sin
embargo, emergió una identificación más distante y romántica con China y Cuba.62
Otras diferencias evolucionaron a lo largo de líneas nacionales. En Francia,
España, y Portugal, los trabajadores jugaron un rol prominente en las protestas, mientras
que en Alemania Occidental y en otras partes del norte de Europa organizaron a lo sumo
huelgas modestas. Los trabajadores checos tomaron las calles masivamente sólo

61
Herbert Marcuse, “Repressive Tolerance,” en Robert Paul Wolff, Barrington Moore, Jr., y Herbert
Marcuse, A Critique of Pure Tolerance, Boston, Beacon Press, 1969, pp. 95–137.
62
Quinn Slobodian, Foreign Front: Third World Politics in Sixties West Germany, Durham, Duke
University Press, 2012.
64
después de que los rusos invadieran en agosto de 1968, mientras que los polacos se
mantuvieron inactivos tanto cuando los estudiantes manifestaron como cuando sus
protestas fueron reprimidas. En los Estados Unidos el movimiento obrero y la Nueva
Izquierda tuvieron vehementes desacuerdos en torno de la guerra y los derechos civiles.
Raza y racismo eran centrales en los 60 americanos, pero las sociedades de Europa
Occidental permanecieron relativamente homogéneas: preveían que sus “trabajadores
huéspedes” del Medio Oriente, Asia y África retornarían a casa, y todavía no estaban
lidiando con el multiculturalismo. Los manifestantes polacos y eslovacos eran
orgullosamente nacionalistas, mientras que aquellos en Europa Occidental, agobiados
por un amargo medio siglo de guerras y sus secuelas, cuestionaban al nacionalismo, y
muchos en Norteamérica rechazaban el llamado a una cruzada patriótica contra los
supuestos peligros del comunismo asiático. Los europeos occidentales y orientales
estaban atormentados por las memorias del pasado fascista y estalinista; españoles y
portugueses por un presente dictatorial y cuasifascista (que en Portugal era todavía
colonial). Los norteamericanos, siempre listos para olvidar el pasado, se focalizaban en
el futuro de las relaciones raciales, campañas contra la pobreza y política exterior.
El disenso y la protesta frecuentemente se volvían violentos, a veces a causa de
provocaciones por parte de estudiantes y trabajadores; a veces por la vigilancia policial
represiva, incluso mortal, del Estado; a veces por un círculo vicioso de protesta y
supresión. La peor represión tuvo lugar en Checoslovaquia, donde los soviéticos
mataron a algunas personas, arrestaron a otras muchas, y echaron para atrás todas las
reformas; y en Polonia, donde miles fueron forzados al exilio. En Europa Occidental,
nuevas formas de acción directa expandieron el repertorio de las protestas, pero nuevas
leyes y métodos policiales intensificaron la vigilancia y la violencia estatal. Si bien la
mayor parte de Europa se vio involucrada en 1968, hubo excepciones. En la Unión
Soviética Brezhnev había frenado el disenso intelectual, y luego de que el Estado
aplastó brutalmente la protesta de trabajadores y estudiantes en Novocherkask en 1962,
las calles se mantuvieron tranquilas. Si bien una Nueva Izquierda intelectual emergió en
Gran Bretaña, y Gran Bretaña y Suecia vieron algunas modestas manifestaciones en las
universidades y contra la Guerra de Vietnam, ambos países permanecieron
relativamente tranquilos. Suecia, sin embargo, abrió sus puertas a soldados
norteamericanos que desertaron del ejército. En Grecia la junta de coroneles gobernó
con puño de hierro.
65
[...]

Un nuevo paisaje político


Las victorias a corto plazo de los regímenes establecidos no podían revertir los
cambios culturales y sociales en marcha desde principios de los 60; ni podían restaurar
el status quo ante político. Instituciones contraculturales como las viviendas
comunitarias, las cooperativas de alimentos, las clínicas de salud gratuitas, los jardines
de infantes experimentales, y nuevos periódicos y editoriales proliferaron a través de
Europa Occidental. A veces este circuito alternativo producía nuevas formas de políticas
de izquierda; a veces servía como base desde la cual lanzar la “larga marcha a través de
las instituciones” a la que Dutschke había llamado; y a veces era un escape apolítico. A
medida que emergían nuevos movimientos políticos e ideologías, el atractivo de los ya
establecidos disminuía.
El más publicitado de los nuevos fenómenos políticos fue el terrorismo,
adoptado por pequeñas minorías de izquierdistas que abandonaron la organización de
masas por actos demostrativos brutales con la esperanza de hacer estallar la guerra de
guerrillas urbana. A lo largo de la década de 1970 la Fracción del Ejército Rojo de
Alemania Occidental o banda de Baader-Meinhof atacó las bases militares
norteamericanas, robó tanques y secuestró y asesinó a políticos y hombres de negocios
alemanes. En Italia el terrorismo de izquierda de las Brigadas Rojas, que incluyó el
secuestro y asesinato del líder de la Democracia Cristiana Italiana Aldo Moro en 1978,
fue parejo a la violencia neofascista que indiscriminadamente asesinó a civiles. Para
protestar por las condiciones en Irlanda del Norte, el Ejército Republicano Irlandés llevó
su campaña terrorista a Inglaterra. Por contraste, la organización norteamericana
Weather Underground, un vástago de la SDS, fue de corta duración e hizo un daño
mínimo excepto a sí misma. Si bien estos movimientos terroristas no lograron ninguna
de sus metas y subordinaron cada vez más la política a la supervivencia clandestina,
contribuyeron a una atmósfera de crisis política y pesimismo cultural. Provocaron una
vigilancia estatal masiva y represión contra sí mismos, y en Alemania Occidental contra
el entero circuito alternativo.
De mayor importancia en el largo plazo fueron los nuevos movimientos sociales,
que encajaron incómodamente dentro de las divisiones de partidos tradicionales como
66
Republicanos y Demócratas en los Estados Unidos, Conservadores y Laboristas en Gran
Bretaña, o demócratas cristianos y socialdemócratas en el continente; y trastornaron la
cooperación transatlántica construida sobre ellos. Hacia mediados de la década de 1970
el utopismo y el radicalismo de 1968 se habían evaporado, pero activistas feministas,
ambientalistas y pacifistas a ambos lados del Atlántico desafiaban las ideologías del
crecimiento ilimitado, la adopción de energía y armas nucleares, y la comprensión
basada en el género de lo público y lo privado. En Italia hubo una agitación masiva en
favor de mejoras en las viviendas, y protestas sostenidas por parte de los desocupados.
También emergieron movimientos por los derechos humanos, especialmente en Francia
y en los Estados Unidos, pero sus preocupaciones fueron dirigidas hacia la Unión
Soviética y el Tercer Mundo en vez de hacia sus propias naciones.
Los movimientos antinucleares y verdes eran más grandes, más visibles, y más
radicales en Europa, especialmente en Alemania, que en los Estados Unidos, y tuvieron
un impacto significativo en el desarrollo de la energía nuclear. Para la década de 1980 el
Partido Verde alemán había obtenido una representación parlamentaria significativa.
Los movimientos femeninos enfocados en cuestiones relativas al empoderamiento, la
autonomía, la sexualidad, y los derechos reproductivos emergieron a través del mundo
atlántico, pero el feminismo liberal orientado a la adquisición de derechos dominó en
los Estados Unidos, mientras que los movimientos feministas socialistas tuvieron mayor
peso en varios países europeos. Ya sea exigiendo el derecho al aborto, paga igualitaria,
salarios para las ama de casas, o programas de estudio sobre las mujeres, las feministas
desafiaron las actitudes misóginas y las jerarquías y privilegios materiales dominados
por los hombres. Afirmaron la primacía del género sobre categorías como la clase e
hicieron de lo personal algo político en formas completamente nuevas.
Para complicar el orden posterior a 1968 aún más, el comunismo cambió a
ambos lados de la Cortina de Hierro. Luego de aplastar la Primavera de Praga, Brezhnev
proclamó que
Cada partido comunista es libre de aplicar los principios del marxismo- leninismo
y el socialismo en su propio país, pero no es libre de desviarse de esos principios […] El
debilitamiento de cualquiera de los eslabones en el sistema mundial del socialismo afecta
directamente a todos los países socialistas, que no pueden mirar esto con indiferencia63

63
www.fordham.edu/halsall/mod/1968brezhnev.html. Pravda, 25 de septiembre de 1968.
67
El Ejército Soviético y la Doctrina Brezhnev terminaron con cualquier esperanza
de lograr un “socialismo con un rostro humano,” pero no pudieron generar compromiso
ideológico o entusiasmo por el “socialismo realmente existente,” como se llamaba al
status quo. Los disidentes continuaron escribiendo y hablando en la Unión Soviética, los
trabajadores protestaron en los astilleros de Gdansk en Polonia. El régimen
checoslovaco de “normalización” ofrecía ciudadanía privatizada a cambio de la
inactividad política. A la gente se le prometía la autorrealización a través de una
cantidad mínima de bienes de consumo, una vida laboral relajada, y una casita de
campo. El dirigente disidente Václav Havel desechó a la normalización como “la unión
de una dictadura y una sociedad de consumo" postotalitaria, pero era efectivamente
vendida a checos y eslovacos como un estilo de vida cualitativamente superior al de
Occidente. Los checos repatriados desde Austria o Norteamérica se quejaban
públicamente de que Occidente era demasiado materialista, el ritmo de trabajo
demasiado intenso, la cultura y el entretenimiento demasiado caros. Según muchos
sostenían, en un eco de una visión europea de larga data, Checoslovaquia era, “una
nación espiritualmente más madura que Norteamérica”.64
A mediados y fines de de la década de 1970, los partidos comunistas en Italia,
España, Portugal, y Francia reorientaron sus programas y tácticas en una dirección
reformista y europeísta. El Partido Comunista Italiano (PCI) dirigió el camino hacia el
eurocomunismo, dado que era crítico de la supresión soviética del disenso en Europa
Oriental, estaba debilitado por la defección de trabajadores jóvenes y estudiantes,
temeroso de la renaciente derecha dentro de Italia, y preocupado por el golpe de Estado
de 1973 contra el presidente democráticamente electo de Chile, Salvador Allende,
respaldado por Norteamérica. A principios de los 70 la cabeza del PCI Enrico
Berlinguer propuso un “compromiso histórico” entre comunistas, católicos, y
socialistas. Aunque los comunistas lo previeron inicialmente como un medio para
defender a la democracia e impedir que las clases medias se movieran hacia la derecha,
varios tuvieron la esperanza más tarde de que fomentara una transición hacia el
socialismo democrático. El PCI aceptó a la Comunidad Económica Europea y estuvo de
acuerdo con que Italia continuara en la OTAN. En Portugal y España, los partidos
comunistas anteriormente ilegales promovieron la transición de la dictadura a la
democracia. El eurocomunismo decepcionó a sus arquitectos y partidarios, sin embargo,

64
Bren, Greengrocer and His TV, pp. 186, 197.
68
porque el PCI nunca se unió a una coalición gubernamental, aún cuando tenía un tercio
del voto popular, y fue incapaz de impulsar reformas políticas y sociales substanciales
frente a la oposición demócrata cristiana. Tanto en Portugal como en España los
socialistas sobrepasaron rápidamente a los comunistas una vez que las elecciones se
llevaron a cabo. Para el final de la década el eurocomunismo estaba muerto.
A pesar de su brevedad y fracaso, el esfuerzo por crear un comunismo europeo
genuinamente autónomo fue recibido con extrema hostilidad por los funcionarios de los
Estados Unidos. El embajador norteamericano John Volpe le dijo a la prensa italiana
que los Estados Unidos se oponían incondicionalmente a la participación del PCI en el
gobierno. El Secretario de Estado Henry Kissinger estaba más cómodo con los
regímenes autoritarios de Salazar y Caetano en Portugal que con su sucesor
revolucionario moderado. Para el gobierno de los Estados Unidos el eurocomunismo no
representaba una tercera vía sino el comunismo en un disfraz nuevo e igualmente
peligroso. Muchos, como Kissinger, preferían las divisiones bien definidas de la clásica
Guerra Fría a la flexibilidad y apertura al compromiso. La flexibilidad y el compromiso
que podrían promover un polo europeo en un mundo bipolar, un espacio entre los
bloques, y una autonomía en aumento, eran tan poco bienvenidos en Washington como
en Moscú.65
Las protestas de 1968 y los nuevos movimientos sociales estimularon una
reacción conservadora y el resurgimiento del cristianismo fundamentalista en los
Estados Unidos. Europa también fue escenario de acalorados debates sobre la reforma
universitaria, el divorcio y el aborto, y las cambiantes costumbres sexuales y relaciones
de género. Sin embargo estas controversias nunca tuvieron la amplitud, la acritud y la
longevidad de las guerras culturales norteamericanas. Más aún, los europeos
occidentales se encontraban lidiando pública e intensamente con sus pasados fascistas y
colaboracionistas, por los cuales no podían responsabilizar a la juventud rebelde o a las
mujeres liberadas. Muchos norteamericanos se sintieron amargamente resentidos por la
derrota de su país en Vietnam, y culparon a los que se opusieron a la guerra.

65
Geoff Eley, Forging Democracy: The History of the Left in Europe, 1850–2000, Oxford University
Press, 2002, pp. 409–15. Paul Ginsborg, A History of Contemporary Italy: Society and Politics, 1943–
1988, Londres, Penguin, 1990, pp. 356–57, 373–74, 400–1.
69
Oro, petróleo, y crisis económica
La postura crecientemente independiente y crítica de la Europa occidental hacia
Norteamérica provino no sólo de la política y la cultura sino también de la economía.
Durante los 70 la era del crecimiento sin precedentes y de cualitativa nueva prosperidad
de la posguerra llegó a un punto muerto. Los tipos de cambio fluctuantes, la escalada de
precios del petróleo, la estanflación,66 y las deudas, desestabilizaron a las economías a
través del mundo atlántico, y los tradicionales métodos keynesianos para dirigir la
economía fracasaron. Los modelos fordistas de producción masiva estaban en crisis, y la
charla de los 60 acerca del trabajo significativo cedió el paso a los miedos al desempleo.
Si bien ni Europa ni los Estados Unidos experimentaron nada semejante a la depresión
de la década de1930, la Era de Oro terminó y con ella las expectativas confiadas acerca
de un futuro de pleno empleo, consumo en expansión, y generosos programa sociales.
El tiempo de los problemas económicos se inició en agosto de 1971 cuando el
presidente Richard Nixon y sus asesores decidieron unilateralmente abandonar el
sistema monetario de Bretton Woods, en el cual el dólar y su intercambiabilidad con el
oro eran centrales. Los Estados Unidos habían mantenido por largo tiempo una balanza
de pagos deficitaria debido a los costos de mantener fuerzas militares en todo el mundo,
a las inversiones extranjeras estadounidenses, y a la creciente competencia europea y
japonesa en los mercados de exportación. En 1971 las importaciones excedieron a las
exportaciones y la balanza comercial de los Estados Unidos fue por primera vez
deficitaria. Por más de una década los países extranjeros, preocupados por el valor del
dólar, habían cambiado sus dólares por oro, drenando sustancialmente las reservas de
oro de los Estados Unidos. En vez de responder a estos problemas con medidas
impopulares en el frente interno, como incrementar las tasas de interés, Nixon declaró
que los dólares ya no podían ser intercambiados por oro y estableció un tipo de cambio
flotante para el dólar. Simultáneamente impuso un impuesto del 10% sobre las
importaciones, y un congelamiento de salarios y precios por noventa días. Los aliados
europeos de los Estados Unidos no fueron consultados ni informados anticipadamente.
Los funcionarios norteamericanos rechazaron los pedidos europeos de cooperación en la

66
La palabra "estanflación" (en inglés "stagflation") proviene de la mezcla de "estancamiento" e
"inflación", y se usa para referirse a una situación económica en la que, en un contexto inflacionario, la
economía deja de crecer sin que ceda la inflación. Fue acuñada en 1965 por el político británico Iain
McLeod. [N. de la R. T.]
70
construcción de un nuevo orden financiero internacional, colocando su fe en el libre
comercio y en el libre movimiento de capital.
Las acciones del gobierno de los Estados Unidos reflejaban un creciente disgusto
por políticas de la Comunidad Europea tales como la exclusión de importaciones
agrícolas y los acuerdos especiales de comercio con países como España e Israel. Si
bien algunos funcionarios estaban preocupados por las reacciones extranjeras, el
Secretario del Tesoro John Connally observó: “Así que a los otros países no les gusta.
¿Y qué?”. Los funcionarios de los Estados Unidos les comunicaron a los europeos que
se esperaba que se subordinaran a Norteamérica en su política monetaria. En 1972
Nixon le dijo a sus asesores que los europeos “disfrutan de golpear a los Estados Unidos
[…] los líderes europeos quieren jodernos y nosotros queremos joderlos en el ámbito
económico”. Europa Occidental tenía que elegir entre la competencia constructiva y la
confrontación económica con Norteamérica. Un año después el nuevo Secretario del
Tesoro, Georg Schultz, fue más diplomático pero igualmente insistente en que la
política de los Estados Unidos sería determinada solamente por sus intereses
domésticos.67
La decisión de echar por la borda los acuerdos de Bretton Woods fue un signo
tanto de la debilidad de la economía norteamericana como de la voluntad
norteamericana de actuar audaz y unilateralmente. Un año más tarde los Estados Unidos
levantaron los controles sobre el movimiento de capitales, abriendo el camino a
mercados financieros sin restricciones como los que habían existido en los años de
entreguerras. La Nueva Política Económica de Norteamérica (como Nixon la llamó,
presumiblemente sin saber que Lenin había usado el mismo término en la década de
1920) representaba un claro repudio al liberalismo originado en la posguerra. Los
Estados Unidos se beneficiaron en el corto plazo, pues pudieron ejecutar grandes
déficits sin tener que ajustar su moneda o temer al drenaje de oro. Europa sufrió, dado
que el valor de las monedas como el marco alemán subió y las exportaciones fueron
más caras: esta era la intención de Norteamérica. Pero los Estados Unidos no pudieron
forzar a los europeos occidentales a absorber una cantidad sustancialmente mayor de

67
Diane B. Kunz, Butter and Guns: America’s Cold War Economic Diplomacy, Nueva York, Free Press,
1997, p. 204. Herbert Zimmermann, “Unraveling the Ties that Really Bind: The Dissolution of the
Transatlantic Monetary Order and the European Monetary Cooperation, 1965–1973,” en Matthias Schulz
and Thomas A. Schwartz, eds., The Strained Alliance: United States-European Relations from Nixon to
Carter, Cambridge University Press, 2010, pp. 139, 141.
71
bienes norteamericanos, y los Estados Unidos mantuvieron una balanza comercial
deficitaria en cada año subsiguiente del siglo, a excepción de 1975.
Las tensiones económicas transatlánticas exacerbaron preocupaciones
norteamericanas de larga data en el sentido de que la asociación atlántica se estaba
deshilachando, y llevaron a Kissinger a anunciar el Año de Europa en abril de 1973.
Afirmando las intenciones benévolas de los Estados Unidos, pidió “una nueva Carta
Atlántica” e instó a los europeos occidentales a articular “un conjunto claro de
objetivos comunes” compartidos con los norteamericanos. Hizo notar que “la
Comunidad Europea ha destacado cada vez más su personalidad regional”, mientras que
los Estados Unidos eran responsables por el sistema comercial y financiero global.
“Debemos reconciliar estas dos perspectivas”. Esta proclama no fue bien recibida al
otro lado del Atlántico. La CE, que estaba ocupada integrando a nuevos miembros-
Gran Bretaña, Irlanda, y Dinamarca- encontró prematuro el llamado de Kissinger. Los
franceses consideraron al discurso “imperioso” y dirigido en contra de una Europa
liderada por Francia. El canciller alemán Willy Brandt criticó a Norteamérica por lidiar
con las naciones de Europa occidental bilateralmente ignorando a la CE. Objetó el
término nueva Carta Atlántica, ya que la original había apuntado contra Alemania. El
primer ministro británico Edward Heath afirmó que “que Henry Kissinger anunciara el
Año de Europa sin consultar a ninguno de nosotros era un poco como si yo me parara
entre los leones de Trafalgar Square y anunciara que nos embarcábamos en un año para
salvar a Norteamérica”.68
En vez de revivificar la alianza atlántica, el Año de Europa alentó una mayor
integración europea y condujo a una Declaración sobre la Identidad Europea. La
Cumbre de la Haya de la CE había reconocido en 1969 la necesidad de una mayor
integración económica, pero no tomó ninguna acción concreta. Luego de la decisión de
Washington de 1971, sin embargo, los países de la CE trataron de hacer flotar a sus
monedas conjuntamente dentro de una banda estrecha de tipos de cambio para limitar la
incertidumbre y facilitar el comercio intracomunitario. La “víbora”, como era llamada la
flotación conjunta, no funcionó demasiado bien. Sin embargo, su mismo fracaso,
combinado con el unilateralismo monetario norteamericano, alentó a los países de la CE
a establecer el Sistema Monetario Europeo en 1978. Este fue un paso decisivo a lo largo
68
Henry Kissinger, “Year of Europe Address,” 23de abril de 1973, www.ena.lu/address_given_henry-
kissinger-new-york-23-april-1973–2–9561. Daniel Möckli, “Asserting Europe’s Distinct Identity: The EC
Nine and Kissinger’s Year of Europe,” en Schulz y Schwartz, eds., Strained Alliance, 199–202.
72
del camino que conduciría eventualmente hacia la Unión Europea y el euro, y
difícilmente fue la capitulación que los Estados Unidos habían previsto.
El shock del petróleo de 1973 probó ser igualmente divisivo para las relaciones
transatlánticas, aún cuando también perturbó la cooperación intraeuropea. La estructura
cambiante de la industria del petróleo, la creciente demanda mundial, y las políticas del
Medio Oriente interactuaron para causar la crisis del petróleo. Desde la Segunda Guerra
Mundial el consumo de petróleo estadounidense se había incrementado
considerablemente, y los Estados Unidos tenían que importar hasta un tercio de su
petróleo. Europa hizo una transición progresiva del carbón al petróleo para la industria,
calefacción, y transporte, y ese petróleo venía abrumadoramente del Medio Oriente. A
medida que la demanda crecía, la Organización de los Países Exportadores de Petróleo
(OPEP), fundada en 1961, se volvió más firme en asegurar una “participación” en las
compañías multinacionales de petróleo y una promesa de una eventual propiedad
mayoritaria. Fue la Guerra de Yom Kippur entre Egipto e Israel, sin embargo, y la
decisión norteamericana de ayudar a Israel sin consultar con sus aliados de la OTAN, lo
que llevó a los precios a una espiral ascendente desde un barril a 3 dólares a uno a 11
dólares para enero de 1974, y llevó a la OPEP a imponer un embargo a los Estados
Unidos, los Países Bajos, Portugal y Sudáfrica.
Los norteamericanos respondieron al alza de los precios del combustible, las
largas filas para obtenerlo, y los momentos de escasez con una volátil mezcla de ira,
ansiedad, y pesimismo sobre el futuro de su país, tan dependiente del automóvil. Pero el
gobierno no desarrolló una nueva política energética, ni en 1973 ni después del segundo
shock petrolero en 1979, cuando los precios del petróleo se dispararon a 40 dólares el
barril luego de la revolución iraní. A lo largo de toda Europa Occidental los precios se
elevaron abruptamente, los gobiernos ordenaron domingos sin automóviles y la
ansiedad se propagó, aunque los suministros se mantuvieron relativamente estables.
Resultó enormemente difícil encontrar una respuesta transatlántica común. Los Estados
Unidos y los Países Bajos promovían una postura de mayor confrontación hacia la
OPEP, pero la mayoría de los estados de Europa Occidental querían que Israel se
retirara de Egipto y que la ONU negociara un tratado de paz. También apoyaban los
derechos palestinos. Francia presionó en favor de una respuesta común de la CE a la
crisis, pero otros estados europeos corrieron a proteger sus intereses nacionales, y los
Estados Unidos temían que los estados de Europa Occidental firmaran tratados
73
bilaterales con los países de la OPEP como Irán y Arabia Saudita. A medida que los
Estados Unidos intentaban imponer sus políticas y los estados de Europa Occidental
oscilaban entre la autonomía y los lazos atlánticos, las relaciones en el interior de la CE
y con los Estados Unidos se deterioraron.
Los shocks del petróleo perturbaron además el orden internacional al redistribuir
la riqueza globalmente. Entre 1973 y 1977 las ganancias petroleras de la OPEP se
incrementaron 600 veces hasta llegar a 140.000 millones de dólares, transfiriendo
riqueza desde Europa Occidental, Japón, el Tercer Mundo, y en menor medida desde
los Estados Unidos. La OPEP depositó más de la mitad de esas ganancias de vuelta en
bancos de Europa Occidental y, sobre todo norteamericanos.69 Inundados de estos
petrodólares, los bancos prestaron cada vez mayores cantidades a Europa Oriental y los
países del Tercer Mundo, sobre todo a América Latina. Resultó muy lucrativo en el
corto plazo, pero inviable para la década de 1980, como veremos. La afluencia de
petrodólares también alentó a los Estados Unidos a eliminar toda restricción a los flujos
de capital y a presionar a sus aliados reacios a hacer lo mismo. La importancia creciente
del sector financiero, sobre todo en los Estados Unidos, también fue impulsada por la
crisis estructural que afectó a todas las economías europeas y americanas.

Estanflación y declive del fordismo


A medida que las tasas de crecimiento se desaceleraban a fines de los años 60,
para precipitarse después de 1973, europeos y norteamericanos por igual vieron el
declive como temporario. Para el final de la década era claro que el boom de posguerra
había terminado definitivamente. El crecimiento per cápita del PBI declinó a nivel
mundial del 3.5% en los 60 al 1.8% en los 70. En toda Europa Occidental y en los
Estados Unidos el promedio anual de crecimiento del PBI se desaceleró de entre un
4.4% y un 5.8% a tasas mucho más modestas en el rango del 3% en el mismo período,
mientras que en Gran Bretaña cayó a un 2.3%. Igualmente problemático fue el
incremento simultáneo del desempleo y la inflación, alimentada por los precios
crecientes del petróleo, los productos como el cobre y el caucho, y los alimentos. En
Francia e Italia el índice de precios al consumidor, que había crecido un 3.8% por año
en los 60, se incrementó al 8.8% y 12.2% respectivamente en los 70. En los Estados

69
Judith Stein, Pivotal Decade: How the United States Traded Factories for Finance in the Seventies,
New Haven, Yale University Press, 2010, p. 74. Kunz, Butter and Guns, p. 254.
74
Unidos, el aumento fue del 2.4% al 7%. Sólo Alemania Occidental mantuvo su inflación
bajo control, y su desempleo aumentó solo del 1% a principios de los 70 al 3.2%
después de 1974. Los asuntos marchaban peor en otras partes: el desempleo francés
promedió el 4.8% luego de 1974, el británico el 5.6% y el italiano y norteamericano el
6.7%. La rentabilidad industrial en los países más ricos declinó en un cuarto entre 1968
y 1973; la bolsa de valores de Nueva York perdió la mitad de su valor entre 1972 y
1974/75; y la ciudad de Nueva York, el centro de la economía global, se declaró en
quiebra.70
El término que se usó para describir esta combinación sin precedentes y con
múltiples causas de crecimiento lento, precios en alza, y elevado desempleo, fue
“estanflación”. La hegemonía económica, productividad, innovaciones tecnológicas y
consumo norteamericanos habían ayudado a sostener el boom de la posguerra, pero para
los 70 todos ellos se estaban erosionando. Los Estados Unidos representaban más de un
tercio del PBI mundial en 1950, pero algo menos de un cuarto en 1976, y la cuota
norteamericana en el comercio mundial declinó en un 23% en los años 70. Europa
Occidental estaba recuperándose: su productividad había crecido desde un 50% de la
norteamericana a un 70%, y su comercio crecía más rápidamente, al igual que el de
Japón. Tomemos a los autos como ejemplo. A lo largo del siglo XX, Norteamérica
había dominado la industria automotriz global, pero en 1968 importó más autos de los
que exportó, y Europa Occidental y Japón los fabricaban. Después de que la CE se
expandiera para incluir al Reino Unido, Irlanda, y Dinamarca en 1973, su población y
comercio eran mayores que el de Norteamérica, y su PBI casi igual de grande. La CE se
había convertido, en palabras de Connally, en “un bloque económico rival”. Por
supuesto, los Estados Unidos todavía invertían más en los países de Europa Occidental
que viceversa, pero éstos últimos estaban creciendo más rápido que el primero. Si bien
todavía era la mayor economía mundial, Norteamérica no aceptaba su estatus
disminuido con elegancia. De acuerdo con Peter Peterson, el enviado especial de los
Estados Unidos a la CE, “durante veinticinco años hemos ayudado a estos bastardos
europeos a volver a ponerse de pie y ahora nos toman el pelo”. Si bien Europa

70
Niall Ferguson, “Crisis, What Crisis?” en Niall Ferguson, Charles S. Maier, Erez Manela, and Daniel J.
Sargent, eds., The Shock of the Global, Cambridge, MA, Harvard University Press, 2010, p. 9. Charles S.
Maier, “Malaise,’ en Ferguson et al., eds., Shock of the Global, p. 28. Ivan T. Berend, Europe since the
1980s, Cambridge University Press, 2010, 21. Jeffry A. Frieden, Global Capitalism: Its Fall and Rise in
the Twentieth Century, Nueva York, Norton, 2006, p. 366.
75
Occidental causaba problemas a los Estados Unidos, aquélla tenía sus propios
problemas. La reconstrucción, la modernización, la urbanización, y el
aprovisionamiento de la población con nuevas viviendas y la primera generación de
bienes de consumo duraderos habían creado el largo período de expansión. Cuando
estos procesos únicos llegaron a su fin, también lo hicieron las extraordinarias tasas de
crecimiento y la necesidad de trabajadores extranjeros.71
El crecimiento y la prosperidad de la posguerra habían sido edificados alrededor
de una industria pesada en gran escala, la producción masiva de bienes de consumo
duraderos, y un consumo masivo y bastante uniforme, pero para los 70 el fordismo
estaba en crisis a través de todo el mundo atlántico. Las industrias clásicas de la segunda
revolución industrial, desde el hierro y el acero hasta los autos y aparatos de cocina, no
eran ya fuentes de crecimiento e innovación. Japón y los países recientemente
industrializados como Corea y Taiwán se habían convertido en los mayores productores
de hierro y acero, televisores y máquinas de lavar. En algunas áreas implementaban
métodos fordistas con costos laborales más bajos; en otras implementaban técnicas
pioneras de producción “justo a tiempo” ahorrativas y flexibles.72 El sector
manufacturero se contrajo a ambos lados del Atlántico, y con él los puestos de trabajo
bien pagados, sindicalizados y mayormente masculinos que eran centrales para la
prosperidad de la posguerra. En la Ámsterdam de la década de 1950, por ejemplo, el
40% de la fuerza de trabajo era industrial; hacia mediados de los 70 sólo lo era el 14%.
La región industrial de la Lorena, en el norte de Francia perdió el 28% de sus empleos
en la manufactura. La planta de automóviles de Fiat despidió a 65.000 de sus 165.000
empleados al introducir robots.73 En todo el Ruhr cerraron minas y fábricas. La minería
británica, la fabricación de automóviles de Detroit, el hierro de Pittsburgh, todos
sufrieron la desindustrialización, y el término “cinturón de óxido”74 ingresó en el
vocabulario. La forma de la economía posindustrial o posfordista, sin embargo, no
estaba clara aún.

71
Stein, Pivotal Decade, p. 200. Frieden, Global Capitalism, p. 340. Edward M. Graham, “Transatlantic
Investment by Multinational Firms: A Rivalistic Phenomenon?”, en Journal of Post Keynesian
Economics, 1/1 (1978), p. 95. Zimmermann, “Unravelling the Ties that Really Bind,” p. 136.
72
La producción "just-in-time" o "justo a tiempo" permite reducir costos de almacenamiento y
producción en base a operar sobre pedidos reales en tiempo real. Forma parte de los procesos propios del
método Toyota, o toyotismo, originado en Japón. [N. de la R. T.]
73
Judt, Postwar, p. 459.
74
Se conoce como "cinturón de óxido" (en inglés "rust belt") a la zona del noreste norteamericano más
afectada por el fin de la economía industrial de tipo fordista. [N. de la R. T.]
76
Europa Occidental sobrellevó la crisis relativamente mejor que los Estados
Unidos porque el Estado intervino para apoyar a la industria, la productividad se
mantuvo, el comercio y la inversión por europeos dentro de Europa aumentaron, y el
crecimiento fue más fuerte de lo que sería en los 80. En Alemania occidental había
optimismo sobre el Modell Deutschland. Este eslogan electoral de 1978 del
socialdemócrata Helmut Schmidt reflejaba el orgullo alemán por la fortaleza de sus
exportaciones, trabajo de calidad, y estándares de vida en aumento, pero también por su
particular equilibrio de mercado y Estado, éxito económico e igualación social. En
Francia e Italia el mundo de los negocios experimentaba más ansiedad, y las relaciones
laborales más impugnaciones. La economía británica continuaba fallando, con una
inflación en espiral, y las huelgas se multiplicaban, llegando a su culminación en el
invierno del descontento de 1978-1979. Ni laboristas ni conservadores lograron traer
paz social o recuperación económica. En los Estados Unidos el enojo de las clases
media y trabajadora por la economía, los conflictos entre trabajadores y empresarios, y
la comprensión de que Europa Occidental y Japón eran serios competidores económicos
crearon un sentimiento generalizado de crisis y pérdida de confianza que fue exacerbado
por la derrota norteamericana en la Guerra de Vietnam y el escándalo Watergate.
Mientras los Estados Unidos caían del primer al quinto lugar en los rankings de
estándares de vida, los otrora optimistas norteamericanos llegaron a creer que los años
subsiguientes serían aún peores.75
Sólo Europa Oriental parecía libre de las crisis. El crecimiento se mantuvo fuerte
hasta el final de la década, y el consumo creció mientras los regímenes buscaban
mejorar su legitimidad a través de progresos materiales en lugar de la movilización
política. La Unión Soviética se benefició enormemente de ser un productor de petróleo
y gas natural, y el comercio entre los países del COMECON y Europa Occidental
creció. Los Estados comunistas permanecieron atados al modelo fordista de industria
pesada y producción masiva, y apoyaron el empleo en ellos. Sin embargo, bajo el barniz
de la prosperidad los problemas se avecinaban. Mientras los soviéticos se beneficiaban
con el incremento de los precios del petróleo y sus ventas a Europa Occidental, sus
aliados en Europa Oriental sufrían por tener que pagar a precios de mercado un petróleo
soviético previamente subsidiado. Durante los 60 la Unión Soviética y la República

75
Kunz, Butter and Guns, p. 188. William H. Chafe, The Rise and Fall of the American Century, Oxford
University Press, 2009, p. 229.
77
Democrática Alemana trataron de modernizar su tecnología, y países como
Checoslovaquia y Hungría introdujeron reformas de mercado. Para los 70 las reformas
internas se habían frenado, y los estados socialistas buscaron comprar tecnología de
Occidente. Incapaz de producir bienes manufacturados que las sociedades capitalistas
quisieran comprar, la Unión Soviética exportaba materias primas, pero la mayor parte
de los países de Europa Oriental debieron pedir prestado a los bancos y gobiernos de
Europa Occidental. Incapaces de producir los bienes de consumo que sus poblaciones
demandaban en cantidad suficiente, países como la RDA y Polonia los importaban
desde Occidente. Esto requería aún mayores préstamos de monedas convertibles (las
monedas socialistas como el zloty polaco y el rublo no lo eran). A medida que los países
socialistas compraban más bienes de las sociedades capitalistas, debían pagar mayores
precios a raíz de la inflación y los costos energéticos en aumento. Una vez más, se
recurrió a pedir prestado como solución temporaria. En el transcurso de los 70, las
deudas en moneda fuerte de Europa Oriental se incrementaron de 6.000 millones a
79.000 millones de dólares, y no había un final a la vista para el continuo pedido de
préstamos.76 Los prestatarios socialistas, como los prestadores capitalistas, preferían
focalizarse en los beneficios a corto plazo antes que en los riesgos a largo plazo de
semejantes deudas. Los Estados Unidos y Europa Occidental no podían empapelar sus
innegables problemas cíclicos y estructurales con préstamos. ¿Cómo respondieron?

Keynesianismo, neoliberalismo, y la “crisis de la democracia”


La crisis económica de los 70 reactivó batallas previas entre aquellos que creían
en un liberalismo económico clásico y aquellos que abogaban por una regulación estatal
de la economía. Esta vez, sin embargo, el neoliberalismo estaba en ascenso en vez del
keynesianismo. Mientras las crisis persistían, políticos, economistas y especialistas a
ambos lados del Atlántico se lamentaban de la incapacidad del keynesianismo
tradicional para estimular la demanda, el empleo, y el crecimiento a través del gasto
deficitario. Debatían las ventajas y desventajas del monetarismo, el libre comercio, y la
desregulación de los flujos de capital. En 1975 los jefes de Estado de Francia, Alemania
Occidental, Italia, Japón, Gran Bretaña, y los Estados Unidos se encontraron en
Rambouillet, Francia, para discutir sobre la economía global. La Declaración resultante

76
Ivan T. Berend, Central and Eastern Europe, 1944–1993: Detour from the Periphery to the Periphery,
Cambridge University Press, 1996, p. 223–30.
78
anunciaba su compromiso de combatir el desempleo, la inflación, y los problemas
energéticos, y al mismo tiempo restaurar el crecimiento. Prometieron “lograr el máximo
nivel posible de liberalización del mercado”, incrementar el comercio con los países
socialistas, y “compensar las desordenadas condiciones de mercado, o fluctuaciones
erráticas en los tipos de cambio”. Los países en vías de desarrollo recibirían ayuda para
financiar sus déficits. La Declaración se comprometía a “asegurar para nuestras
economías las fuentes de energía necesarias para su crecimiento,” y a reducir la
dependencia del petróleo extranjero por medio de la conservación y fuentes
alternativas.77 Las economías líderes más Canadá formaron en 1976 el G7, con el fin de
discutir los problemas económicos acuciantes con regularidad.
Era más difícil desarrollar políticas comunes. Los Estados Unidos rechazaron
enfáticamente en 1974 la llamada del G-77 de los países en desarrollo a la ONU
pidiendo un Nuevo Orden Económico Internacional, que regulara los precios de los
productos básicos y las inversiones extranjeras en el Tercer Mundo y diera mayor voz al
Sur global en el FMI y el Banco Mundial. Los europeos occidentales como Brandt, el
primer ministro sueco Olaf Palme, y el canciller austríaco Bruno Kreisky, estaban más
abiertos a estas demandas y más comprometidos con un diálogo Norte- Sur y con las
asistencias al desarrollo. El G7 no pudo ponerse de acuerdo sobre si los países con
superávit comercial como Alemania y Japón debían aceptar más importaciones, o sobre
quién debía rebajar sus tarifas. No había consenso acerca de si la conservación
energética era factible y qué fuentes alternativas eran deseables. Más importante aún, las
naciones diferían en relación a qué rol debían cumplir el mercado y el Estado en la
recuperación económica. Hacia los años 80 los Estados Unidos y Gran Bretaña estaban
adoptando el neoliberalismo con entusiasmo, mientras que los europeos occidentales
buscaban retener elementos clave de sus economías de mercado más coordinadas.
Los Estados Unidos fueron los primeros en alejarse del keynesianismo. Los
economistas rechazaron la estimulación de la demanda en favor de los ajustes
monetaristas de la oferta de dinero, y se focalizaron en apreciaciones microeconómicas
de la elección individual en vez de la regulación macroeconómica. El gobierno no
intentó estimular la inversión, subsidiar la investigación, embarcarse en la conservación
energética o desarrollar programas de empleo. En vez de ello puso su fe en el mercado,

77
Declaración de la Cumbre de Rambouillet de 1975, www.g8.utoronto.ca/summit/1975rambouillet
/communique.htm.
79
abogando por el libre comercio, la desregulación de los flujos de capital, y políticas
impositivas favorables a los ricos. La inflación era vista como el principal problema
económico, no el desempleo. Después de una década de medidas infructuosas para
frenar la inflación, Paul Volker, al frente del Banco de la Reserva Federal
norteamericana, elevó las tasas de interés de casi cero a un 10%. Si bien esto frenó la
inflación, el desempleo se disparó a un 11%, los salarios reales cayeron en un 15% en
los tres años siguientes, y el ingreso medio de una familia declinó en un 10%. 78 Esto
marcó el inicio del orden neoliberal norteamericano, que transferiría el poder de los
trabajadores a los empresarios, incrementaría la desigualdad de ingresos, y encogería al
estado de bienestar. Cuando Margaret Thatcher se convirtió en Primera Ministra en
1979, condujo a Gran Bretaña en una dirección similar. Proclamando su fe en los
individuos y los mercados, e insistiendo en que el Estado no podía frenar el declive
nacional, privatizó las industrias, los transportes y las comunicaciones, promovió al
sector financiero por sobre el manufacturero, atacó a los sindicatos y a las autonomías
gubernamentales locales, y apoyó la desregulación. El keynesianismo estaba muerto en
la tierra nativa de Keynes.
Otros países europeos, sin embargo, no siguieron su ejemplo. La CE, por
ejemplo, cooperaba cada vez más en materia de política monetaria, y en 1975 estableció
el Fondo Europeo de Desarrollo Regional para ayudar a las áreas más pobres. Alemania
y Suecia mantuvieron elementos sustanciales de sus compromisos de posguerra, lo que
implicaba equilibrar los intereses del trabajo y el capital y daba al Estado un rol
significativo en la creación de empleo, manejo de la demanda, formación profesional y
desarrollo regional. A principios de los 70 los socialdemócratas suecos incluso buscaron
radicalizar el modelo corporativista con el Plan Meidner, que proponía emplear un
porcentaje de las ganancias para comprar acciones que serían propiedad de un fondo
administrado por los sindicatos. Desde luego, todos los países continentales
liberalizaron en alguna medida los mercados de capitales y encontraron problemas
manejando la inflación y el desempleo, pero no se volvieron contra los sindicatos o
trataron de disminuir los derechos de los trabajadores. No desecharon al Estado
retóricamente, como lo hicieron los líderes norteamericanos y británicos, ni tampoco
vieron al mercado sin restricciones como la panacea de todos los males económicos.

78
Frieden, Global Capitalism, pp. 372–73. Stein, Pivotal Decade, p. 206.
80
Estos desacuerdos sobre política económica iban en paralelo con otros sobre derechos
sociales.
En 1975 la Comisión Trilateral, compuesta por oficiales gubernamentales,
hombres de negocios, y científicos sociales de Norteamérica, Europa Occidental, y
Japón, publicaron una apreciación alarmista sobre los derechos sociales y el gasto social
en las naciones más ricas. De acuerdo con su ampliamente difundido informe, La Crisis
de la Democracia, los Estados Unidos, Europa Occidental, y Japón se estaban
volviendo “ingobernables” porque demasiados actores sociales hacían demasiadas
demandas. Había demasiada democracia y muy poca disciplina social. Evaluando las
condiciones en Europa, Michel Crozier argumentaba que “los sistemas políticos
europeos estaban recargados de participantes y demandas”. Los gobiernos eran
incapaces de manejar la complejidad resultante del crecimiento económico, la mayor
participación social, el menor control social y el declive de las instituciones
tradicionales como las iglesias, las universidades y el ejército. Más aún, había
“demasiados intelectuales, aspirantes a intelectuales y paraintelectuales” que no creaban
valores cohesivos ni proveían de liderazgo moral. A pesar de esos serios problemas,
argumentaba Crozier, muchas cosas en Europa sí funcionaban, y había menos protestas
y crímenes que en los Estados Unidos.
La opinión de Samuel Huntington sobre los Estados Unidos era
considerablemente más pesimista. Cada vez más norteamericanos hacían más demandas
al gobierno, pero tenían cada vez menos confianza en él. Los gastos gubernamentales en
aumento llevaban a déficits e inflación. El poder de la presidencia se estaba erosionando
y un “exceso de democracia” implicaba que la pericia y la edad eran ignoradas o
desautorizadas. Siempre consciente de la función global de los Estados Unidos,
Huntington argumentaba que el gobierno carecía de la autoridad para imponer a la
población aquellos sacrificios que eran necesarios para que los Estados Unidos pudieran
cumplir con su política exterior y sus necesidades militares. “Un declive en la
gobernabilidad de la democracia en casa,” concluía, “significa un declive en la
influencia de la democracia en el exterior”.79
El discurso de la ingobernabilidad mostraba cuán lejos se había movido el
mundo transatlántico desde los llamamientos a una democracia participativa en los 60 o

79
Michel Crozier, Samuel P. Huntington, and Joji Watanuki, The Crisis of Democracy, Nueva York
University Press, 1975, pp. 12, 31, 113, 106.
81
la súplica de Brant de “atreverse a más democracia” a principios de los 70. Políticos y
académicos ahora hablaban más sobre la seguridad que sobre la igualdad, e instaban a la
gente a ser realista y focalizarse en lo esencial. Pero resultó que estas preocupaciones
compartidas significaban cosas muy diferentes en contextos nacionales diferentes.
A niveles nacionales y de la CE, Europa Occidental continuaba defendiendo el
proyecto social de la posguerra. En 1973 los nueve miembros de la CE se
comprometieron en su determinación “de defender los principios de la democracia
representativa, el imperio de la ley, la justicia social- que es la meta final del progreso
económico- y el respeto por los derechos humanos”. Los estados de Europa Occidental
continuaron gastando una gran proporción del PBI en programas sociales, desde seguros
de salud universales, pensiones y una educación superior gratuita, hasta viviendas
sociales y asignaciones familiares. En Alemania Occidental, por ejemplo, el gasto social
se incrementó de un 26% del PBI en 1966 a un 33% en 1974. Entre principios de los 70
y principios de los 80, el gasto social en los Países Bajos se incrementó desde un 49%
del PBI a un 66%; en Suecia del 45% al 66%. Si bien los gastos de los Estados Unidos
en seguridad social, educación, bienestar, y los pagos de salud para Medicare y
Medicaid aumentaron durante la década de 1970, el gasto social se mantuvo en un
porcentaje del PBI mucho menor que en Europa. Los Estados Unidos continuaron
gastando mucho más en defensa que Europa Occidental; sus programas sociales eran
mucho menos universalistas y sus derechos sociales menos numerosos. ¿Por qué se
amplió una vez más la brecha en la política social transatlántica, que se había estrechado
en las dos primeras décadas de la posguerra?80
La profunda crisis de confianza y el creciente conflicto económico que
sacudieron a los Estados Unidos a partir de Vietnam, el escándalo Watergate y la
renuncia de Nixon no tuvieron contrapartida alguna del otro lado del Atlántico. En
países de Europa Occidental como Suecia y Alemania Occidental, los 70 fueron una
década socialdemócrata; en Italia la reforma social continuó hasta mediados de la
década; y España, Portugal, y Grecia restablecieron gobiernos democráticos. A pesar de
lo críticos que pudieran ser de algunas políticas e instituciones estatales en particular,
los partidos políticos establecidos y los nuevos movimientos sociales en Europa

80
Documento sobre la Identidad Europea publicado por los Nueve Ministros de Relaciones Exteriores el
14 de diciembre de 1973 en Copenhage, www.ena.lu. Das Ende der Zuversicht? Die siebziger Jahre als
Geschichte, ed. por Konrad H. Jarausch, Gotinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 2008, p. 120. Frieden,
Global Capitalism, p. 368.
82
Occidental todavía concebían al Estado como central para el progreso social; mientras
los Estados Unidos y Gran Bretaña se movían en una dirección neoliberal y antiestatista.
Después de 1968 y de los problemas económicos de los 70, Europa Occidental y los
Estados Unidos estaban desarrollando versiones cada vez más diferenciadas de la
sociedad y economía modernas. Llegar a un acuerdo entre los aliados atlánticos en
política exterior no resultó más sencillo.

83
Capítulo 10. Conflicto renovado y colapso sorpresivo

A comienzos de 1989 la calma política, tan fría y gris como el clima, se cernía
sobre Europa Oriental; para principios del verano sorprendentes transformaciones
políticas estaban en marcha. En junio una coalición liderada por el sindicato
independiente Solidaridad arrasó en las elecciones polacas y una ronda de
negociaciones estableció la República de Polonia no-comunista encabezada por Lech
Walesa. Luego siguió Hungría, en donde el largamente demandado nuevo entierro de
Imry Nagy, Primer Ministro durante el levantamiento de 1956, llevó a miles a las calles,
y las negociaciones establecieron un gobierno multipartidario. El 9 de noviembre
Alemania Oriental abrió el Muro de Berlín: miles de alemanes occidentales y orientales
cantaron, bailaron y celebraron sobre ese odiado símbolo y el Partido Socialista
Unificado rápidamente dimitió. En noviembre y diciembre la Revolución de Terciopelo
checoslovaca llevó al poder al famoso escritor y disidente Václav Havel. Finalizando el
año, el régimen represivo de Ceauşescu en Rumania fue derrocado por la fuerza; y con
mucho menos escándalo el líder búlgaro Todor Zhivkov renunció y el país comenzó una
vacilante transición hacia la democracia parlamentaria.
Con la excepción de Rumania, los regímenes colapsaron y los Partidos
Comunistas se retiraron, en lugar de resistir en forma violenta los movimientos de
protesta, las demandas de disidentes prominentes o los ejemplos de estados vecinos.
Más importante aún, la Unión Soviética no se opuso a estas revoluciones ni bloqueó la
reunificación de Alemania. Tampoco sobrevivió a las transformaciones: en 1991 el
comunismo colapsó y la multinacional Unión Soviética se disolvió. Las luchas
ideológicas, la geografía política y la competencia económica y cultural que habían
estructurado las relaciones europeo-americanas durante la segunda mitad del siglo XX
se desvanecieron, ante el asombro de participantes y observadores por igual.
¿Cuáles fueron las causas de estas dramáticas transformaciones en Europa,
comparables a las ocurridas entre 1917 y 1920? ¿Fue el colapso del comunismo
inevitable o contingente, resultado de contradicciones estructurales o de las ideas y la
agencia humana? ¿Vencieron los Estados Unidos en la Guerra Fría, como muchos
norteamericanos proclamaron triunfalmente? ¿O solo constituyeron un actor solidario,
84
aunque secundario, en un drama europeo en el cual los soviéticos jugaron el rol
principal? Para responder estas preguntas necesitamos dirigir nuestra atención no solo a
1989, el annus mirabilis, como lo denominó el Papa Juan Pablo II, sino también a la
década precedente.
La década de 1980 comenzó con una renovada hostilidad entre las
superpotencias, la llamada “segunda Guerra Fría”, y con conflictos dentro de Europa y a
través del Atlántico acerca de los euromisiles, las sanciones económicas, y las
intervenciones norteamericanas en el hemisferio sur. A mediados de la década, sin
embargo, se había alcanzado una conciliación parcial entre el Presidente Ronald Reagan
y el Secretario General Mikhail Gorbachov en torno al desarme nuclear. Mientras los
Estados Unidos buscaban reafirmar su dominación sobre la Unión Soviética y dentro de
la Alianza Atlántica, Europa Occidental continuó distendiendo las relaciones con
Europa del Este y profundizando la integración económica y política dentro de una
Comunidad Europea en expansión. Mientras los soviéticos aflojaban su control sobre
Europa Oriental y se embarcaban en reformas internas, los gobiernos del bloque
comunista lidiaban con crisis económicas cada vez más graves. Tanto el Siglo
Norteamericano como la Guerra Fría continuaban erosionándose, pero hasta 1989 nadie
había anticipado el fin de ninguno de los dos.
El colapso del comunismo fue un drama europeo, o más específicamente, de
Europa del Este. Actores y problemas nacionales signaron el derrocamiento de los
regímenes existentes, si bien todos los países comunistas sufrían crisis económicas, un
creciente endeudamiento y una legitimidad decreciente. Estos factores, sin embargo, no
hubiesen llevado por sí solos al derrumbe del comunismo sin el surgimiento de nuevas
ideas y de un nuevo líder carismático. La tan ostentada dureza de Reagan hacia lo que
denominó el “Imperio del Mal”81 es frecuentemente señalada como la causa del fin del
comunismo y de la Guerra Fría; de hecho, retrasó el cambio en Europa del Este. El
“nuevo pensamiento” de Gorbachov, como fue llamado su enfoque político, y su
búsqueda de “un hogar europeo común” crearon el ambiente que posibilitó la
transformación de la URSS y los estados vecinos, aún cuando desencadenaron
consecuencias que él nunca previó. Los Estados Unidos y Europa Occidental se
incorporaron al proceso de construcción de un marco para el orden europeo post Guerra

81
La frase “Imperio del Mal” fue usada por primera vez por el presidente Ronald Reagan para referirse a
la URSS en un discurso pronunciado el 8 de marzo de 1983. [N. de la R. T.]
85
Fría solo cuando las revoluciones de 1989 tuvieron éxito. El lugar de Norteamérica en
este nuevo orden no estaba claro de ninguna manera, porque Europa continuó tomando
el control de su propio destino.

Hacia una segunda Guerra Fría


Los años 80 comenzaron poco auspiciosamente en los Estados Unidos, que
durante una década habían sido sacudidos por crisis económicas, rencorosas divisiones
políticas y encendidas disputas con sus aliados europeos. Las humillaciones de la crisis
de los rehenes en Irán agravaban la amarga derrota de los Estados Unidos en Vietnam;
oficiales de defensa advertían sobre una brecha en la cantidad de misiles que ponía en
peligro la seguridad nacional; e historiadores de gran éxito de ventas como Paul
Kennedy predecían que el poder de los Estados Unidos, como el de todos los imperios
que lo precedieron, inevitablemente declinaría. En esta atmosfera pesimista, Ronald
Reagan fue elegido presidente con una campaña que urgía a los norteamericanos “a
recobrar nuestros sueños… recuperar ese sentido único del destino y el optimismo que
siempre han hecho a Norteamérica diferente de cualquier otro país en el mundo”.82
Prometió revertir la aparente decadencia americana, restaurar la economía, reafirmar el
dominio militar de los Estados Unidos sobre la Unión Soviética y restituir su indiscutido
liderazgo en la Alianza Atlántica. Agresivas políticas económicas neoliberales en casa y
un enérgico anticomunismo en el extranjero fueron los principios fundamentales del
reaganismo.
Reagan no comenzó la segunda Guerra fría. Como vimos, Carter había
incrementado el presupuesto militar, modernizado el armamento nuclear, respondido
agresivamente a la invasión soviética de Afganistán e intentado disciplinar a los
europeos occidentales para que siguieran su ejemplo. La distensión entre las
superpotencias había terminado para cuando asumió Reagan, pero él abrazó con
entusiasmo una postura dura hacia la Unión Soviética y los movimientos de izquierda
en el Tercer Mundo. Convencido de que el poder soviético había crecido en Europa y
fuera de ella, incrementó en un 35% el presupuesto militar durante la primera mitad de
la década con el fin de producir más bombarderos B1, Proyectiles Balísticos
Intercontinentales MX, y submarinos Tridente; y de desarrollar bombarderos

82
Melvyn P. Leffler, For the Soul of Mankind: The United States, the Soviet Union and the Cold War,
Nueva York, Hill and Wang, 2007, p. 345.
86
invisibles.83 Los historiadores discuten si Reagan fue un belicista o un defensor de la
paz a través de la fuerza, si deseaba la supremacía nuclear o el desarme, si aspiraba a
arruinar a la Unión Soviética forzándola a incrementar sus gastos de defensa o creía que
los soviéticos, dados sus problemas económicos, harían concesiones si Norteamérica los
presionaba. Sus declaraciones y acciones, en distintos momentos, permiten sostener
cada una de estas posturas contradictorias. Para los soviéticos y europeos occidentales,
sin embargo, Reagan parecía estar embarcándose en un peligroso camino de
confrontación.
Aunque el Politburó se preocupaba por la retórica y la escalada militar
norteamericanas, no estaba en situación ni de responder de la misma forma ni de hacer
concesiones. Un liderazgo esclerótico, problemas económicos en aumento, y el
agravamiento de la situación en Afganistán alimentaban la paranoia y la parálisis. A
comienzos de la década de 1980 la economía y el gobierno se estancaron mientras la
salud de Brezhnev decaía. Luego de su muerte en 1982, Yuri Andropov, quien
desconfiaba profundamente de las políticas de Reagan, gobernó hasta 1984, cuando su
muerte llevó al poder a otro burócrata anciano, Konstantin Chernenko, por apenas un
año. La negociación e innovación política llegaron solo con la elección de Gorbachov al
frente del Partido Comunista en 1985.
Los aliados de Norteamérica en Europa Occidental también desconfiaban de las
políticas de Reagan, aunque por razones distintas a las de los soviéticos. Europa
Occidental permaneció comprometida con su versión de la distensión, dado que
Alemania Occidental, Francia, Italia y Gran Bretaña habían desarrollado profundos
lazos económicos, culturales y políticos con Polonia, Checoslovaquia, Hungría y la
RDA. Muchos países se habían rehusado a boicotear los Juegos Olímpicos de Moscú o
imponerle sanciones económicas a los soviéticos. La Ostpolitik84 beneficiaba tanto a
Europa Oriental como a la Occidental, y los aliados de Norteamérica no veían razón
para abandonarla porque Reagan prefiriese la contención o la confrontación. La segunda

83
Beth A. Fischer, “United States Foreign Policy under Reagan and Bush,” en Melvyn P. Leffler y Odd
Arne Westad, eds., The Cambridge History of the Cold War, vol. III: Endings, Cambridge University
Press, 2010, pp. 270–71.
84
Se usa el término Ostpolitik (en alemán política del este, o hacia el este) para referirse a la política de
acercamiento y normalización de las relaciones con los países del bloque soviético, incluida Alemania
Oriental, inaugurada por el canciller de la República Federal Alemana, Willy Brandt, a partir de 1969. [N.
de la R.T.]
87
Guerra Fría no había comenzado como un proyecto trasatlántico y no se desarrolló
como tal durante la primera mitad de los años 80.
Cuatro cuestiones estaban en el centro del empeoramiento de las relaciones entre
los Estados Unidos y la Unión Soviética, y al interior de la Alianza Atlántica: los
euromisiles, la Guerra de las Galaxias85, la crisis polaca y las proxy wars86 en el Tercer
Mundo. Ellas plantearon preguntas divisorias sobre la carrera armamentística y el
desarme, la seguridad nacional y las intervenciones militares y económicas. Ellas
ilustran la complejidad de los conflictos de fines de la Guerra Fría y los límites de la
habilidad de las superpotencias para controlar sus esferas de influencia.

[…]

Polonia y las proxy wars


Las intervenciones de las superpotencias en el extranjero probaron ser tan
polémicas como las armas nucleares. El espinoso tema de la intervención soviética en
los asuntos internos de sus países satélites, y de la adecuada respuesta occidental, se
impuso una vez más. De similar relevancia resultó la persistencia de las intervenciones
militares directas de soviéticos y norteamericanos en el Tercer Mundo, al igual que el
apoyo encubierto a distintas facciones que allí se enfrentaban. Como en el pasado, la
Guerra Fría era mucho más caliente y mortal en el hemisferio sur que en Europa. ¿De
qué forma modelaron las intervenciones –y las no intervenciones- las relaciones entre
Europa y los Estados Unidos?
Comencemos con Polonia, el país europeo que parecía presentar la amenaza más
inminente, tanto al inicio como al final de la década. Desde la década de 1950 Polonia
había experimentado repetidas protestas de trabajadores, estudiantes, intelectuales y la

85
La Guerra de las Galaxias (Star Wars) es la forma en que se conoció popularmente la Iniciativa de
Defensa Estratégica, IDE (Strategic Defense Initiative) propuesta por Reagan en marzo de 1983, la cual
proponía utilizar sistemas basados en tierra y en el espacio a fin de defender a los Estados Unidos en el
caso de un ataque nuclear con misiles balísticos intercontinentales [N. de la T.]
86
El concepto de proxy wars (guerras por sustitución, por apoderado, o por representación) alude a
aquellos enfrentamientos en los que las potencias utilizan a terceros como sustitutos, en vez de
enfrentarse directamente. Estos terceros podían ser Estados, como en el caso de la Guerra Indo-Pakistaní
de 1971, o facciones dentro de Estados, como sucedió en Nicaragua con el enfrentamiento entre el Frente
Sandinista de Liberación nacional y la Dictadura de Somoza y posteriormente las fuerzas de los Contras.
El apoyo brindado a los bandos en disputa podía tomar la forma de dinero, armas y/o apoyo logístico. En
las circunstancias de la Guerra Fría, estos enfrentamientos tenían la ventaja de evitar los riesgos de una
confrontación directa entre las potencias nucleares, a la vez que, por lo general, trasladaban el conflicto a
escenarios del llamado Tercer Mundo [N. de la T.]
88
Iglesia Católica, y otra serie de ellas tuvo lugar en 1980-81. La visita del Papa Juan
Pablo II en 1979, en la que urgió a sus connacionales a no transigir con el comunismo,
sentó las bases para las protestas, junto con la cooperación creciente entre los sindicatos
ilegales y los intelectuales disidentes, quienes formaron KOR, el Comité para la
Defensa de los Trabajadores. Sin embargo, fue la incapacidad del régimen para
continuar endeudándose en el extranjero con el fin de sostener el consumo interno y su
decisión de aumentar el precio de la carne lo que desató una oleada de huelgas, la
ocupación de los Astilleros Lenin en Gdansk, y la formación del sindicato no oficial
Solidaridad en el verano de 1980. A pesar de que los manifestantes fueron
deliberadamente cautos –abogando por “una revolución autolimitada”, como la
denominaron sus líderes- el Primer Ministro, General Wojciech Jaruzelski, temió lo
peor y solicitó la intervención soviética. En un primer signo del cambio de la política
soviética respecto al bloque, el Ministro de Defensa soviético respondió, “los mismos
polacos deben resolver la cuestión polaca. No estamos preparados para enviar tropas”.87
La intervención hubiera sido militarmente riesgosa, políticamente dañina y, sobre todo,
demasiado costosa. Jaruzelski se conformó con proclamar la ley marcial en diciembre
de 1981 y arrojar a numerosos prisioneros políticos a la cárcel.
Reagan condenó estas acciones, e inmediatamente impuso sanciones
económicas. Como declaró ante el Consejo de Seguridad Nacional, “deberíamos poner
en cuarentena a los soviéticos y polacos dejándolos sin comercio ni comunicaciones
más allá de sus fronteras”. Los aliados de Europa Occidental deberían ser invitados a
unírsenos o “arriesgarse a una ruptura”.88 Unírseles hubiese implicado no comprar gas
soviético ni proveer insumos para el proyectado gasoducto soviético hacia Europa
Occidental, y tampoco permitirles hacerlo a las subsidiarias europeas de compañías
norteamericanas. El retorno a una política de severas limitaciones comerciales reflejaba
el acérrimo anticomunismo de Reagan, e implicaba pocos riesgos materiales, dado que
los Estados Unidos, a diferencia de Europa Occidental, tenían poco comercio e
inversiones en Europa del Este y ninguna necesidad del gas soviético.

87
Constantine Pleshakov, There is No Freedom without Bread! 1989 and the Civil War that Brought
Down Communism, Nueva York, Farrar, Straus, and Giroux, 2009, p. 122.
88
Douglas Selvage, “Politics of the Lesser Evil: The West, the Polish Crisis and the CSCE Review
Conference in Madrid 1981–3,” en Nuti, ed., Crisis of Détente, p. 42.
89
Huelga del sindicato polaco Solidaridad en el astillero de Gdansk, 1980.

Los gobiernos de Europa Occidental condenaron la ley marcial, y la Comunidad


Europea urgió a Jaruzelski a negociar con la Iglesia y Solidaridad, y a liberar a los
presos políticos, pero ningún estado impuso sanciones. Incluso Thatcher, quien aplaudía
“la audaz estrategia para ganar la Guerra Fría” de Reagan, impulsó leyes en el
Parlamento afirmando que las firmas británicas podían ignorar el llamado de Reagan a
cumplir con las sanciones. Los europeos occidentales se resistieron a las sanciones tanto
por razones económicas como políticas. La crisis petrolera de 1973 había mostrado que
necesitaban fuentes de energía alternativas, y las soviéticas eran las más cercanas y
promisorias. Las sanciones hubiesen puesto en peligro fuentes de trabajo, y los
beneficios de muchas firmas de Europa Occidental que estaban involucradas en el
proyecto del gasoducto o comerciaban e invertían fuertemente en Polonia y la Unión
Soviética. Como el Ministro de Asuntos Exteriores francés le preguntó retóricamente al
Canciller Helmut Schmidt, “¿debemos castigarnos a nosotros mismos con sanciones
solo porque en Europa del Este se producen acontecimientos que uno no puede
aceptar?” Finalmente los aliados, quienes nuevamente no habían sido consultados con
antelación, no vieron razón alguna para poner en riesgo la distensión con acciones
punitivas. Tal como lo señaló un informe del Departamento de Estado de los Estados
90
Unidos en 1982, no solo los gobiernos europeos, sino también “el público continúa
estando firmemente a favor de la distensión”. Los gobiernos de Europa Occidental no
creían que la distensión prolongase artificialmente la vida de los regímenes comunistas
o que la línea dura de Reagan fuese a influenciar la situación polaca. Y cuando
Jaruzelski levantó la ley marcial y liberó a los prisioneros políticos en 1986, fue en
buena medida debido a la presión de Europa Occidental, no a las sanciones, que de
todas formas habían sido levantadas en 1982.89
Soviéticos y norteamericanos continuaron involucrándose en África, Asia y
Latinoamérica. Algunas veces ofrecían ayuda económica y militar a antiguos aliados
capitalistas o comunistas, como Vietnam y Cuba o Egipto y México; en otras ocasiones,
y de manera más problemática, apoyaban regímenes y movimientos cuyas políticas y
prácticas eran más turbias y comprometedoras. Adhiriendo a la lógica de suma cero de
la temprana Guerra Fría, cada superpotencia objetó las intervenciones de la otra
mientras se negaba a discutir las propias. Europa Occidental, por su parte, no deseaba
involucrarse en ninguna de ellas. Afganistán y Nicaragua constituyen destacados
ejemplos de esas polémicas intervenciones.
La invasión soviética de Afganistán en diciembre de 1979 en nombre del débil e
impopular gobierno comunista provocó no solo la fuerte condena de los Estados Unidos
sino además la ayuda encubierta de los norteamericanos a los muyahidines90
anticomunistas e islamistas. De hecho, de acuerdo al ex consejero de Carter Brzezinski,
la ayuda de los Estados Unidos comenzó antes de la invasión y “tuvo el efecto de atraer
a la Unión Soviética hacia la trampa afgana”. Afganistán se tornó rápidamente en el
Vietnam soviético – una guerra agotadora contra guerrillas tenaces que era costosa en
vidas y dinero, al tiempo que profundamente impopular en casa. Encontrar soluciones
negociadas resultó difícil, pero abandonar a un aliado hubiese amenazado la credibilidad
soviética. Los Estados Unidos exigieron reiteradamente que los soviéticos se retirasen,
aunque encontraron escaso apoyo en sus aliados europeos. Si los Estados Unidos habían
tolerado la invasión soviética a Hungría y Checoslovaquia en una región vital para su

89
Prados, How the Cold War Ended, p. 24. Werner Lippert, “Economic Diplomacy and East-West Trade
during the Era of Détente,” en Nuti, ed., Crisis of Détente, p. 196. Marilena Gala, “From INF to SDI:
How Helsinki Reshaped the Transatlantic Dimension of European Security,” en Nuti, ed., Crisis of
Détente, p. 119.
90
Los muyahidines (del árabe "muyahidín", persona que defiende el Islam haciendo la yihad, la guerra
santa) es el nombre que adoptaron los rebeldes musulmanes que, apoyados por los Estados Unidos, se
levantaron en Afganistán contra los gobiernos pro-soviéticos a partir de los años 70. [N. de la R. T.]
91
seguridad y la de Europa, razonaban, seguramente podrían tolerar a los soviéticos en el
marginal Afganistán sin una escalada de la Guerra Fría. Habiendo perdido sus colonias,
los europeos occidentales ya no veían al Tercer Mundo en términos de suma cero.91
Las políticas de los Estados Unidos en Centroamérica no fueron más populares
entre los europeos occidentales. Luego de Vietnam, los Estados Unidos buscaron evitar
el enfrentamiento directo contra movimientos y gobiernos de izquierda, prefiriendo las
proxy wars, que resultaban menos caras y menos controvertidas políticamente.
Insistiendo equivocadamente en que los sandinistas de Nicaragua eran totalitarios y una
amenaza para los Estados Unidos, la administración Reagan financió y proveyó
armamento a los derechistas Contras, que habían respaldado al dictador anterior, y minó
los puertos nicaragüenses, devastando su economía. Nicaragua denunció que la
utilización de minas violaba las leyes de la guerra y ganó el caso en la Corte
Internacional de Justicia de La Haya, pero los Estados Unidos se negaron a reconocer la
jurisdicción de la Corte y a pagar la multa. De acuerdo con la opinión dominante de la
Embajadora norteamericana en la ONU, Jean Kirkpatrick, los regímenes autoritarios
tradicionales promovían la estabilidad y los intereses norteamericanos, mientras que
aquellos totalitarios constituían una amenaza para la seguridad nacional. Dado que
financiar a los Contras era ilegal, los consejeros de Reagan idearon un esquema para
venderle armamento a la República Islámica de Irán (un enemigo proclamado con el
cual los Estados Unidos no tenían ninguna relación diplomática), con el objetivo de
canalizar ayuda y armas a los Contras. Cuando el affaire Irán-Contras se expuso a la luz
pública en 1986 provocó una tormenta de protestas en los Estados Unidos, y se
intensificaron las ya fuertes críticas de los europeos occidentales respecto al apoyo
norteamericano a las fuerzas militares reaccionarias en Nicaragua y a la dictadura
represiva en Guatemala.
Los desacuerdos en torno a Polonia, Afganistán y Centroamérica contribuyeron
significativamente a empeorar las relaciones soviético-norteamericanas, pero no
originaron divisiones fundamentales dentro de la Alianza Atlántica. A pesar de las
críticas gubernamentales y del público en general a las políticas norteamericanas, la
OTAN nunca peligró; Europa Occidental aceptó los euromisiles y la Iniciativa de
Defensa Estratégica (IDE), y Gran Bretaña y Francia se unieron a los Estados Unidos
91
Entrevista a Brzezinski en Le Nouvel Observateur, January 15–21, 1998. John W. Young, “Western
Europe and the End of the Cold War,” en Leffler and Westad, eds., Cambridge History of the Cold War,
III, 291–93.
92
como parte de una fuerza internacional pacificadora en el Líbano. La Guerra Fría
contuvo el disenso entre los aliados, aunque las disputas recurrentes acerca del
significado y valor de la distensión, las formas deseables de la seguridad europea, y la
eficacia de las sanciones estaban llevando a Europa Occidental y Norteamérica en
diferentes direcciones. Lo mismo ocurría con las actitudes divergentes respecto al Sur
global, como era llamado cada vez más frecuentemente el Tercer Mundo. A diferencia
de los norteamericanos y los soviéticos, los europeos occidentales no imponían
automáticamente categorías de la Guerra Fría a conflictos complejos que involucraban
procesos de liberación nacional, reclamos de justicia social y, crecientemente, aspectos
religiosos y culturales. Se oponían a las aventuras militares unilaterales, tanto si se
llevaban a cabo directamente como si se recurría a la utilización de terceros. Entre los
socialdemócratas existía un gran interés por el dialogo Norte-Sur sobre una división más
equitativa de los recursos económicos globales, como lo indicaban instituciones como la
Comisión Independiente sobre Desarrollo Internacional, presidida por Willy Brandt.

Intensificación y final abrupto


En 1983 muchos europeos temieron que la segunda Guerra Fría pudiese
calentarse, e incluso volverse nuclear. En marzo Reagan pronunció su discurso sobre “el
Imperio del Mal” contra la Unión Soviética, a lo que siguió el anunció de la IDE. Para
mediados del verano el Comité Central soviético escribió a sus aliados del pacto de
Varsovia que existía “una desestabilización de todo el sistema de relaciones
interestatales, la escalada de la carrera armamentista y un serio incremento de la
amenaza de guerra”. Dos tercios de la población soviética estaban de acuerdo. A fines
de agosto los soviéticos derribaron el vuelo 007 de Korean Air Lines luego de que
cruzase el espacio aéreo soviético, matando a todos los que estaban a bordo. Los
Estados Unidos se horrorizaron y enfurecieron. En octubre invadieron la pequeña isla
caribeña de Granada para salvarla de la supuesta amenaza del comunismo, una acción
que recibió duras críticas no solo de los soviéticos sino también de los europeos
occidentales, especialmente de los británicos, de quienes Granada había sido colonia. En
ese mismo mes los Estados Unidos desplegaron los euromisiles y abandonaron tanto las
conversaciones sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio como las referidas al
Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START). A principios de noviembre la
OTAN desplegó sus maniobras Able Archer (Arquero Habilidoso), un ejercicio de
93
rutina que, sin embargo, incluyó un nuevo escenario que contemplaba el posible uso de
armas nucleares. El liderazgo soviético pensó que un ataque era inminente; decidido a
evitar una repetición del ataque alemán de 1941, puso a sus armas nucleares en alerta
máxima hasta que el ejercicio concluyó a mediados de noviembre. Reagan estaba
espantado por lo que entendió era una reacción soviética exagerada, pero Robert Gates,
el subdirector de la CIA, admitió que “en la CIA no entendimos realmente cuan
alarmados podrían estar los líderes soviéticos”.92
La línea dura implementada por Reagan hizo que las tensiones se agravaran sin
producir el cambio deseado en la política soviética. A principios de la década de 1980
los líderes soviéticos debatían tres posibles respuestas: mantener la paridad
armamentística; reducir fuerzas unilateralmente y buscar la autosuficiencia estratégica;
y, en tercer lugar, negociar con occidente el desarme mutuo; pero no implementaron
ninguna de estas opciones. El presupuesto militar permaneció estable y no se realizó
ningún esfuerzo por emular el IDE, pero tampoco hubo una reducción unilateral de las
fuerzas nucleares o de las armas convencionales. Reagan pudo haber querido un
interlocutor en el Kremlin, como afirman algunos de sus biógrafos, pero sus políticas de
confrontación y su retórica provocativa hicieron más dificultoso para los soviéticos el
cambiar de política o intentar negociar. Además los Estados Unidos, que tenían pocas
inversiones y comercio con la Unión Soviética, no podían ejercer presión económica.
Luego del aumento progresivo de tensiones en 1983, la segunda Guerra Fría se
desaceleró rápidamente en Europa (pero no en el Tercer Mundo). Reagan lideró la
retirada. En su campaña presidencial de 1984 notó orgullosamente: “amanece en
América nuevamente”. Continuó impulsando sus políticas internas antisindicalistas y
contrarias al estado de bienestar, pero atenuó la retórica de su política internacional,
modernizó la línea directa entre la Casa Blanca y el Kremlin, y propuso prohibir las
armas químicas. Reagan puede haberse sentido amedrentado por la amenaza de guerra
de 1983, o por haber visto la película El día después, un film norteamericano que
mostraba el aspecto de Lawrence, Kansas, luego de un ataque nuclear. O pueden
haberlo impelido a modificar el curso de acción consideraciones prácticas, como la
pérdida de las elecciones legislativas de medio mandato y el escándalo Irán-Contra.

92
Beatrice Heuser, “The Soviet Response to the Euromissiles Crisis,” en Nuti, ed., Crisis of Détente, p.
139. Prados, How the Cold War Ended, p. 59.
94
La línea suave no habría resultado más efectiva que la dura, sin embargo, si no
hubiese llegado al poder en el Kremlin un nuevo líder con ideas renovadas.
Especialistas realistas y neorrealistas en relaciones internacionales argumentan que las
diferencias de poder determinan las respuestas políticas; los problemas económicos en
el interior y la debilidad militar global en relación a los Estados Unidos dictaminaban
que los soviéticos harían concesiones. Pero los soviéticos habían enfrentado la
inferioridad militar y crisis económicas previamente y respondido de manera distinta.
Sin embargo, en 1985 una combinación de agudos problemas económicos, nuevas ideas
desarrolladas por élites más jóvenes, y la elección de Gorbachov como Jefe de Estado
abrieron el camino a una parcial renegociación de las relaciones soviético-
norteamericanas.
Como sus predecesores, Gorbachov era un comunista leal que había completado
toda su educación dentro de la Unión Soviética, y trabajado para ascender dentro de la
jerarquía del partido en Stavropol antes de ser elegido para el Politburó. A diferencia de
ellos, sin embargo, representaba a una generación más joven, que había sido más bien
adolescente que adulta durante la Segunda Guerra Mundial. Poseía una educación en
leyes en vez de en ingeniería, había leído mucho, tanto obras occidentales como
comunistas, y había viajado al Oeste con una mente abierta. Formaba parte de una élite
más joven y occidentalizadora, cuyos miembros se encontraban dispersos en el
establishment académico y gubernamental y deseaban terminar con la autarquía y el
aislamiento político soviéticos, remodelar la política exterior, y adoptar la tecnología
occidental. El “nuevo pensamiento” de este grupo informal modeló profundamente la
perspectiva de Gorbachov en política exterior y nuclear, por una parte, y en los asuntos
internos, por otra. Ambos estaban inextricablemente entrelazados para los reformistas
soviéticos, quienes creían que el gasto militar excesivo y la extralimitación imperial en
Europa del Este y el Tercer Mundo se interponían en el camino de lidiar con el lento
crecimiento económico, la baja productividad y el atraso tecnológico ruso. Ocupémonos
sin embargo primero de la política de seguridad, dado que era la que más directamente
impactaba en las relaciones con los Estados Unidos.
Poco antes de llegar al poder, Gorbachov dio un discurso al parlamento
británico, enfatizando que el problema más urgente que enfrentaba el mundo era “evitar
la guerra nuclear”. Subsecuentemente, aunque no siempre coherentemente, expuso los
cambios necesarios en la política soviética para alcanzar ese fin. Debía desideologizarse
95
la política exterior, es decir que se debía dejar de hablar de dos bandos y de lucha de
clases a escala global, y debían explorase las ideas de seguridad común, como las
propuestas por la Comisión Palme93 y las Conferencias Pugwash sobre Ciencias y
Asuntos Mundiales.94 Los Estados Unidos y la Unión Soviética debían aminorar la
carrera armamentista y la Unión Soviética debía contentarse con buscar suficiente
seguridad antes que paridad. Aunque Gorbachov permaneció estancado en Afganistán
durante toda la década, estuvo de acuerdo con la declaración de Andropov de 1980 en la
que afirmó “la cuota de intervenciones en el extranjero se ha agotado”.95
Los hechos siguieron a las palabras. En 1985 los soviéticos anunciaron una
prohibición unilateral de las pruebas nucleares en un momento en que los Estados
Unidos no estaban dispuestos ni a discutir el tema. Un año después, Reagan y
Gorbachov se encontraron en la célebre cumbre de Reikiavik, en la cual desarrollaron
una relación personal y compartieron su profundo desagrado por las armas nucleares,
aunque fueron incapaces de negociar un acuerdo sobre armas. Gorbachov proponía
reducir a la mitad los misiles balísticos estratégicos y remover todos los misiles de
alcance medio de Europa como un primer paso hacia la eliminación de todas las armas
nucleares. Reagan acordaba en lo general y en la mayoría de los detalles, pero la IDE
constituyó en un obstáculo insalvable. Gorbachov insistía en que debía ser suspendida,
pero Reagan y sus consejeros, muchos de los cuales estaban horrorizados ante la
perspectiva de eliminar todas las armas nucleares, se negaron.96 La cumbre fue un
fracaso, pero Gorbachov se tranquilizó al ver que los Estados Unidos no tenían planes
de guerra.

93
La Comisión Palme es el nombre con que se conoció popularmente a la Comisión Independiente para
los Problemas del Desarme y la Seguridad. Estaba integrada por miembros de 18 países de todo el mundo
y fue creada en 1980 por iniciativa de Olof Palme, líder de la socialdemocracia sueca y Primer Ministro
entre 1969 y1976 y luego entre 1982 y 1986, año en que fue asesinado. [N. de la T.]
94
Las Conferencias de Pugwash son una serie de conferencias internacionales sobre ciencia y asuntos
mundiales creadas a sugerencia de una serie de científicos, filósofos y humanistas, entre los que se
contaban Albert Einstein, Frédéric Joliot-Curie y Bertrand Russell. La primera de ellas tuvo lugar en julio
de 1957 en el pueblo de Pugwash, en Nueva Escocia, Canadá, de ahí su nombre. Posteriormente se han
celebrado en diferente sitios. Sus objetivos más importantes fueron, y siguen siendo, la discusión de
asuntos tales como el desarme nuclear y la responsabilidad social del científico en temas como el
crecimiento demográfico, el deterioro medioambiental y el desarrollo económico del planeta. [N. de la T.]
95
Vladislav M. Zubok, A Failed Empire: The Soviet Union in the Cold War, from Stalin to Gorbachev,
Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2007, p. 267.
96
Memorandum de la Conversación entre el Presidente Ronald Regan y el Secretario General Mijaíl
Gorbachov, Cumbre de Reikiavik ,12 de Octubre de 1986. En Prados, How the Cold War Ended, pp.
215–17.
96
Aunque los norteamericanos permanecieron comprometidos con la IDE, los
soviéticos la entendieron cada vez más como un proyecto fútil que no debía bloquear las
reducciones unilaterales o negociaciones más modestas. En 1987 los Estados Unidos y
la URSS produjeron el Tratado sobre Fuerzas Nucleares Intermedias, bajo cuyos
términos los casi 2.000 SS-20 y más de 800 euromisiles serían retirados de Europa para
1991. Fue menos una victoria para los Estados Unidos que para la población de ambos
bandos que estaba comprometida con la reducción del armamento y de las tensiones.
Los líderes de Europa Occidental, sin embargo, eran ambiguos respeto al tratado, a
pesar de que no afectaba a las armas nucleares francesas e inglesas. Se sentían más
cómodos con un balance de fuerzas en Europa que mantuviera un punto muerto estable,
y nadie podía imaginar ni remotamente en 1987 cuan distinta sería Europa para el
momento en que los misiles fuesen retirados. En 1988 los soviéticos comenzaron a
reducir unilateralmente sus fuerzas convencionales en Europa del Este y a implementar
el START. El primero de febrero de 1989 Gorbachov anunció que se retirarían las
tropas soviéticas restantes de Afganistán.

El Presidente Reagan y el Secretario General soviético Gorbachov en la cumbre de Reikiavik

En algunos aspectos clave la Guerra Fría había terminado incluso antes de que
comenzaran las revoluciones de 1989, y Gorbachov fue mayormente responsable de ello
al remodelar la política de seguridad soviética y reducir unilateralmente el armamento y

97
las tropas.97 Realizó esto buscando no solo una mejor relación con los Estados Unidos
sino también una transformación de la Unión Soviética que la posicionaría en un “hogar
europeo común”. Los sucesos de 1989-91 mostrarían que lo primero era mucho más
fácil de conseguir que lo segundo.

Las raíces de la revolución y el colapso


El rápido surgimiento y desaparición de la segunda Guerra Fría en Europa fue
ante todo un asunto entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, al que Europa del
Este y del Oeste proveyeron teatros de guerra proyectada a la vez que espacios de
ambivalencia gubernamental y protestas y ansiedades populares. La Unión Soviética y
Europa del Este dominaron los eventos de 1989, con Europa Occidental y los Estados
Unidos cumpliendo roles relativamente menores. Lo que se reveló fue una historia de
contradicciones estructurales y de la disminución del atractivo ideológico del
socialismo, de movimientos sociales, élites asustadas y un carismático pero imperfecto
líder soviético, que desató fuerzas que no pudo contener. El carácter eurocéntrico de
1989 es una indicación más de la erosión de la influencia norteamericana.
Los problemas económicos soviéticos y de Europa del Este no fueron la causa
única ni suficiente del colapso del comunismo, pero si fueron causas necesarias. Las
políticas confrontativas y luego conciliatorias de Reagan no tuvieron prácticamente
ninguna influencia en su desarrollo. La estrategia de austeridad rumana y la
competencia sin fin de Alemania del Este con Alemania Occidental, por ejemplo,
estaban enraizadas en políticas nacionales. Los problemas más graves –el
endeudamiento, los desequilibrios comerciales, los atrasos tecnológicos, todos los
cuales habían comenzado en los 70-, eran compartidos por todo el bloque. Las deudas
crecientes eran el síntoma más visible de la crisis y de la creciente dependencia del
Oeste. Polonia, Hungría y la RDA encabezaron la toma de préstamos de bancos de
Europa Occidental y Japón, aunque Rumania y Bulgaria también tenían deudas
considerables. (Los Estados Unidos prestaban poco a esta parte del mundo,
particularmente luego del default mexicano de 1982 y la subsiguiente crisis de la deuda
latinoamericana.) Polonia acumulaba 41.800 millones de dólares de deuda, Hungría
20.300 millones y la RDA 26.500 millones. El total de la deuda era causa de grave
97
Matthew Evangelista, “Explaining the End of the Cold War: Turning Points in Soviet Security Policy,”
en Olav Njølstad, ed., The Last Decade of the Cold War: From Conflict Escalation to Conflict
Transformation, Londres, Frank Cass, 2004, p. 131.
98
preocupación, pero el servicio de la deuda era efectivamente paralizante para países sin
monedas convertibles. Para finales de la década de 1980 consumía hasta el 40% de los
ingresos de divisas fuertes de Hungría, el 45% de Polonia y el 75% de Bulgaria.98 Los
mismos préstamos que eran necesarios para financiar el consumo cotidiano y la
adquisición de nuevas tecnologías amenazaban con inhibir ambas cosas.
A medida que crecían las deudas se contraía la capacidad de pago, dado que los
soviéticos estaban en una posición cada vez más débil para otorgar préstamos o
subsidiar el petróleo y exigían más a cambio a sus vecinos de Europa del Este. En 1974,
por ejemplo, Hungría tuvo que exportar 800 ómnibus para obtener un millón de
toneladas de petróleo soviético; a mediados de los 80 era necesario exportar 4.000
ómnibus para obtener la misma cantidad de petróleo. En 1982 los soviéticos solo
estaban dispuestos a otorgar un préstamo a la RDA si aumentaba su comercio con la
Unión Soviética; en su lugar Alemania del Este se aseguró un préstamo de mil millones
de marcos de la RFA.99
Tanto Europa del Este como la Unión Soviética buscaron incrementar el
comercio con el Oeste, y el comercio al interior del Consejo de Ayuda Mutua
Económica (CAME)100 disminuyó. Hacia finales de la década solo Checoslovaquia y
Bulgaria comerciaban más de la mitad de sus exportaciones al interior del bloque
comunista. Sin embargo, el intercambio con el Oeste no se realizaba en términos
beneficiosos, dado que pocos países del Este producían bienes que los europeos
occidentales deseasen comprar o que pudiesen competir en otras partes del mundo con
los producidos en el este asiático. Yugoslavia, por ejemplo, intentó en vano producir un
automóvil que pudiera exportarse al Oeste. La Unión Soviética estaba algo mejor
posicionada debido a que tenía petróleo, madera y oro para vender, pero ser una
exportadora de bienes primarios difícilmente encajaba con la imagen de una economía
industrial avanzada que se esforzaba en construir.

98
Zubok, Failed Empire, p. 326. Ivan T. Berend, Central and Eastern Europe, 1944–1993: Detour from
the Periphery to the Periphery, Cambridge University Press, 1996, pp. 230–31.
99
Stephen Kotkin, “Kiss of Debt,” en Niall Ferguson, Charles S. Maier, Erez Manela, y Daniel J. Sargent,
eds., The Shock of the Global, Cambridge, MA, Harvard University Press, 2010, p. 87. Hans-Hermann
Hertle, “Germany in the Last Decade of the Cold War, 1979–89,” en Njølstad, ed., Last Decade, p. 270.
100
El CAME (o COMECON, por sus siglas en inglés) fue una organización de cooperación económica
formada en torno a la URSS e integrada por diversos países socialistas cuyos objetivos eran el fomento de
las relaciones comerciales entre los estados miembros. Surgió en enero de 1949 en un intento de presentar
una alternativa al denominado Plan Marshall, desarrollado por los Estados Unidos para la reorganización
de la economía europea tras la Segunda Guerra Mundial, y hasta su disolución en 1991 actuó también
como un equivalente de la Comunidad Económica Europea. [N. de la T.]
99
La incapacidad para exportar bienes manufacturados a economías capitalistas
fue, a su vez, el resultado de la ampliación de la brecha tecnológica. Incluso los países
más avanzados de Europa del Este, como la RDA y la Unión Soviética, fracasaron en
desarrollar una industria de la computación propia y las nuevas manufacturas y servicios
que utilizaban las tecnologías de la información. De hecho, carecían incluso de la
infraestructura telefónica desarrollada que aquellas necesitaban. Esas tecnologías eran
cruciales no solo para la producción de nuevos bienes de consumo sino también para la
nueva generación de equipamiento militar. La mayor parte de los regímenes comunistas
se aferraron al “fordismo socialista”101 y a sus ineficientes economías centralmente
dirigidas. Países como Hungría se habían movido en dirección a un sistema socialista de
mercado mixto, pero no les fue mucho mejor debido a las deudas, la escasez de
inversión extranjera y una atención mayor a la reforma política que a la innovación
económica. Europa del Este siguió siendo relativamente marginal respecto a la
crecientemente interconectada economía mundial. Ningún país comunista de Europa
deseaba o podía reprimir masivamente; tampoco eran capaces de revivir sus sistemas
fordistas de producción y conectarlos a la economía global por medio de inversiones
occidentales o de empresas mixtas estatal-privadas, es decir, de implementar el modelo
políticamente autoritario y económicamente híbrido que los chinos desarrollaron luego
del colapso del comunismo en Europa del Este.
Los problemas relativos al comercio, el endeudamiento y la tecnología
empujaron a las economías comunistas a una espiral descendente. Para el conjunto de
Europa Centro-Oriental el crecimiento cayó del 3,9% en 1973 al 1,9% en 1987. Las
economías individualmente consideradas sufrieron mucho más. El crecimiento de
Hungría se frenó por completo a comienzos de los 80, y las economías polaca y
yugoslava de hecho se contrajeron. El crecimiento económico soviético decayó del
4,1% en 1986 al 1,5% en 1989 (y llegó al -12% en 1990). En 1980 el PBI soviético per
cápita representaba solo el 37% del de los Estados Unidos, a mitad de camino entre la
cifra más alta de entre los países comunistas, el 52% de la RDA, y la más baja, el 24%
de Rumania. El crecimiento lento no era un problema exclusivamente comunista; las
tasas de crecimiento promedio no eran mayores en Europa Occidental, pero a los países
de la CE les iba mucho mejor en comparación con los Estados Unidos y Japón, países

101
Charles Maier, Dissolution: The Crisis of Communism and the End of East Germany, Princeton
University Press, 1997, p. 93.
100
que disfrutaban de un auge económico. El PBI per cápita de la RFA representaba el
83% del norteamericano, la mayoría de las naciones estaban en tasas del 70% o
superiores, y solo estaban por debajo de ese número España, con un 64%, y Finlandia,
con un 67%.102
Las economías de Europa del Este subsidiaban fuertemente necesidades básicas
como la vivienda, la salud, la educación y el cuidado de los niños, lo cual disminuía en
algo la brecha respecto a los Estados Unidos, pero no respecto a la Europa Occidental
socialdemócrata, que ofrecía mejores beneficios sociales. El mayor fracaso de los
regímenes comunistas se dio en el sector de los bienes de consumo duraderos. En los 80
los propietarios de televisores, lavarropas y refrigeradores en la RDA casi se
equiparaban a los de Francia, pero los propietarios de automóviles eran muchísimos
menos.103 La RDA, sin embargo, era la décima o undécima mayor economía del mundo
y la más avanzada de Europa del Este. Los bienes de consumo duraderos se
incrementaron más lentamente en el resto de Europa del Este, y eran frecuentemente de
baja calidad; los automóviles y teléfonos eran muy escasos en todas partes.
La Unión Soviética enfrentó problemas adicionales que la debilitaron. Los
precios del petróleo, cuya espectacular subida en los años 70 había apuntalado a la
economía, cayeron de forma igualmente dramática al finalizar la década, permaneciendo
bajos a partir de entonces. La agricultura sufría de baja productividad, y la Unión
Soviética seguía siendo el mayor importador mundial de grano. Los gastos en defensa
oficialmente representaban el 16% del presupuesto estatal, pero se ha estimado que
llegaron a representar el 40% del presupuesto y un 15-20% del PBI. De similar
importancia, los amplios programas sociales, esenciales para la legitimidad del sistema,
eran crecientemente costosos. Y luego estaban las cargas del imperio: préstamos y
subsidios a Europa del Este, y el costo de mantener allí a algunos millones de soldados,
subsidios y arreglos comerciales especiales con Cuba y con Vietnam, y el
financiamiento de movimientos de izquierda en el Tercer Mundo.104

102
Berend, Central and Eastern Europe, 1944–1993, p. 223. Stephen G. Brooks y William C. Wohlforth,
“Economic Constraints and the Turn toward Superpower Cooperation in the 1980s,” en Njølstad, ed.,
Last Decade, p. 96. Maier, Dissolution, p. 94. www.bls.gov/fls/ intl_gdp_capita_gdp_hour.htm#table01.
Las cifras corresponden a 1979.
103
Gerold Ambrosius y William H. Hubbard, A Social and Economic History of Twentieth-Century
Europe, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1989, p. 248.
104
Prados, How the Cold War Ended, pp. 109–10. Zubok, Failed Empire, p. 299. Brooks y Wohlforth,
“Economic Constraints,” pp. 89–91.
101
La multiplicación de las dificultades económicas, sin embargo, no produjo
automáticamente protestas ni la caída del comunismo. La protesta y el disenso, cuando
aparecieron, constituyeron respuestas tanto a la carencia de derechos políticos y libertad
de pensamiento y circulación como a la escasez de bienes de consumo. Pero ¿plantearon
el Acta Final de Helsinki105 y la expansión del movimiento de derechos humanos en
Europa Occidental y Oriental, así como en los Estados Unidos, problemas
fundamentales para los regímenes comunistas? Desde mediados de los años 70 la CE
estaba convencida de que las disposiciones en materia de derechos humanos de los
Acuerdos de Helsinki eran medios útiles para ejercer presión sobre Europa del Este. Los
líderes norteamericanos se habían mostrado ambivalentes respecto al proceso de
Helsinki antes de 1975, pero Carter lo abrazó sin reticencias, y Reagan invocó los
derechos humanos para condenar el accionar comunista y pedir por un mejor trato para
los disidentes. (Sin embargo, no defendió los derechos humanos en Latinoamérica, sino
que apoyó a sus más notorios violadores en Guatemala, Chile y otros sitios.) El
movimiento de derechos humanos de Helsinski, una laxa red de organizaciones no-
gubernamentales occidentales, activistas del Este, organismos gubernamentales como la
Comisión de Derechos Humanos de los Estados Unidos, y las reuniones que
continuaban regularmente a la Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en Europa
(CSCE), publicitaron las normas sobre derechos humanos de Helsinki, monitorearon su
cumplimiento y avergonzaron públicamente a quienes las violaban, sobre todo a la
Unión Soviética.
El impacto de estos esfuerzos en las prácticas de los gobiernos comunistas y en
la emergencia de movimientos disidentes, no obstante, sigue siendo una cuestión en
debate. Hay quienes insisten en que la defensa de los derechos humanos fue clave para
alterar las políticas gubernamentales en Europa del Este y erosionar allí el orden de la
Guerra Fría. Otros postulan en forma más cauta y persuasiva que el proceso de Helsinki
difundió nuevas normas internacionales, pero solo influenció las políticas

105
La Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) o Conferencia de Helsinki tuvo
lugar en Helsinki (Finlandia) a lo largo de varias sesiones entre el 3 de julio de 1973 y la decisiva tercera
sesión del 30 de julio al 1 de agosto de 1975. En ellas participaron los Estados Unidos, Canadá, la Unión
Soviética y todos los países europeos, incluyendo a Turquía y excluyendo a Albania y Andorra. La
reunión culminó con la trascendental Acta Final de la Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en
Europa, conocida también como Acta Final de Helsinki, que fue firmada por 35 países y estableció tres
grandes conjuntos de recomendaciones: 1. Las relativas a la seguridad de Europa; 2. Las relativas a la
cooperación en los ámbitos económicos, tecnológicos, científicos y medioambientales; 3. Las relativas a
la cooperación humanitaria y afines. [N. de la T.]
102
gubernamentales cuando los estados de Europa Occidental demandaron una mejor
conducta en la materia a países como Polonia, a cambio de ayuda concreta. Gorbachov
tuvo que reconocer los derechos humanos cuando buscó un acercamiento con Europa
Occidental, que estaba tan comprometida con ellos. Los derechos humanos
interactuaron con la distensión, detrás de la cual yacían ideas complejas, intereses
económicos y necesidades materiales, para dar forma a los últimos años del orden de la
Guerra Fría en Europa del Este.106
Sin embargo, ni el monitoreo oficial de Helsinki ni la defensa de los derechos
humanos dentro o fuera de Europa del Este pudieron dar pie a movimientos de protesta
sustanciales y exitosos. Podían publicitar y avergonzar, pero no castigar o producir
reformas. A fines de los 70 y comienzos de los 80, los disidentes se movilizaron en
defensa de los derechos humanos en Polonia y Checoslovaquia con Carta 77,107 pero
esos regímenes reprimieron las protestas y continuaron violando los derechos humanos,
como lo hizo la Unión Soviética, que no había anticipado que el tercer conjunto de
recomendaciones del Acta Final de Helsinki sería tomado en serio. A excepción de
Polonia, los movimientos opositores eran minúsculos o inexistentes, mientras que el
monitoreo de los derechos humanos era probablemente más visible en el Oeste que en el
Este. Los disidentes como Havel urgieron al pueblo a “vivir en la verdad” antes que a
demandar derechos políticos y poder. En países como Checoslovaquia, Hungría y la
RDA, pocos apoyaban al gobierno con entusiasmo, pero muchos aceptaban a regímenes
que trataban de proveer más bienes de consumo y espacio para las actividades privadas
mientras demandaban cada vez menos en términos de compromiso ideológico o
participación política. En la mayor parte de Europa del Este, y ciertamente en la Unión
Soviética, la sociedad civil fue menos una causa de 1989 que un producto de este. El
discurso sobre los derechos humanos y su militancia proveyeron una parte del lenguaje
utilizado por los movimientos de protestas que brotaron repentinamente en 1989,
106
Sarah B. Snyder, Human Rights Activism and the End of the Cold War: A Transnational History of the
Helsinki Network, Cambridge University Press, 2011, pp. 11–13. Rosemary Foot, “The Cold War and
Human Rights,” en Leffler and Westad, eds., Cambridge History of the Cold War, III, pp. 445–65. Daniel
C. Thomas, The Helsinki Effect: International Norms, Human Rights and the Demise of Communism,
Princeton University Press, 2001, pp. 220–56.
107
Carta 77 (Charter 77) fue un documento por medio del cual disidentes checoslovacos exigieron al
régimen comunista que se respetasen los tratados internacionales de Derechos Humanos que el mismo
régimen había ratificado. Contó entre sus más notables signatarios al filósofo Jan Patočka, el antiguo
canciller Jiří Hájek y los escritores Ludvík Vaculík, Pavel Kohout y Václav Havel, y fue dada a conocer
en occidente por diarios como Le Monde, The Times y New York Times en los días 6 y 7 de enero de
1977. Es considerada como un importante antecedente de la Revolución de Terciopelo de 1989 [ N. de la
T.]
103
ayudando a modelar los regímenes postcomunistas, aunque esto sucedió más en países
como Checoslovaquia que en aquellos como Rumania y la Federación Rusa.108 Sin
embargo, no fueron la causa principal de la caída del comunismo. Fue el esfuerzo de
Gorbachov por reformar la golpeada economía soviética lo que comenzó la
desintegración del comunismo a lo largo del bloque.

¿Planes racionales o sueños imposibles?


El “nuevo pensamiento” de Gorbachov aspiraba no solo a disminuir los riesgos
de una guerra nuclear sino también a reformar la alicaída economía soviética, y fue el
cambio económico antes que la reforma democrática lo que dominó la agenda de
Gorbachov. De acuerdo con Gorbachov, la perestroika o restructuración demandaba “la
revitalización y desarrollo de los principios del centralismo democrático en la
conducción de la economía nacional… y el estímulo global a la innovación y la empresa
socialista”. Debía combinar “los logros de la revolución científica y tecnológica con una
economía planificada” y “priorizar el desarrollo de la esfera social destinada a satisfacer
cada vez mejor los requerimientos del pueblo soviético de buenas condiciones de vida y
de trabajo”.109 Este era un programa ambicioso, aunque amorfo y contradictorio, que
produjo diversas medidas para acabar con la corrupción económica, aumentar la
productividad, mejorar la disciplina laboral frenando el consumo de alcohol, crear más
autonomía al nivel de la fábrica, e incrementar la inversión en la industria pesada. Todas
estas medidas fueron impuestas desde arriba, muchas fueron impopulares y la mayoría
resultaron desestabilizadoras. Gorbachov buscó introducir elementos de la economía de
mercado, primero como una parte subordinada de la económica planificada, y luego,
hacia finales de 1989, como el principal, pero no el único, regulador económico. En la
medida en que pensadores y políticos occidentales contribuyeron a modelar la
perestroika, los socialdemócratas europeos, como Felipe González de España, fueron
más influyentes que cualquier norteamericano.
La liberalización política fue más lenta y más inconsistente. En 1985-86
Gorbachov designó a varias personas abiertas a las reformas políticas. A raíz del

108
Stephen Kotkin, con la contribución de Jan Gross, Uncivil Society: 1989 and the Implosion of the
Communist Establishment, Nueva York, Modern Library, 2009, xiv. Pleshakov, No Freedom without
Bread, pp. 56–57, 66.
109
Mijaíl Gorbachov, Perestroika, citado en www.historyguide.org/europe/perestroika.html. Consultado
el 13 de junio de 2011.
104
desastre nuclear de Chernóbil en abril de 1986, donde el secreto y la complejidad
burocrática del gobierno impidieron una respuesta efectiva, intensificó la perestroika
con glasnost o transparencia, que permitió una limitada libertad de expresión e
información. En 1987 permitió que los reconocidos disidentes Andrei Sakharov y
Yelena Bonner retornasen a Moscú, y anunció al Comité Central que “la perestroika
solo es posible a través de la democracia”.110 En marzo de 1989 la Unión Soviética tuvo
sus primeras elecciones competitivas para conformar un nuevo cuerpo legislativo. Estos
acontecimientos alentadores tuvieron lugar con escasa presión por parte de los Estados
Unidos o Europa Occidental. Sin embargo, no indicaban la existencia de una tendencia
firme hacia la democratización, dado que el Partido Comunista retuvo su “rol dirigente”,
las elecciones no fueron multipartidarias y Gorbachov impuso muchas reformas
liberales a través del poder autoritario que tenía en tanto Secretario General. Su
intención a lo largo de todo el proceso fue la de revitalizar a la Unión Soviética y
fortalecer la posición de un Partido Comunista reformado dentro de ella, no la de
debilitarlos.
La política internacional debía servir a los fines de la reforma interior
transformando las relaciones con los Estados Unidos y, más importante aún, con Europa
Occidental y los aliados del Pacto de Varsovia. Ya en 1984 Gorbachov había abordado
la idea bastante incipiente de “Europa como nuestro hogar común”, quizá como parte de
un compromiso creciente con valores universales, quizá con la esperanza de sembrar el
disenso entre los Estados Unidos y sus aliados europeos. En el lapso de unos pocos
años, refinó su visión al argumentar que Europa era “nuestro socio fundamental” en el
comercio y la asistencia económica, el intercambio cultural y la seguridad. Como le dijo
Gorbachov al Secretario General del Partico Comunista Italiano en 1988 “pensamos en
nosotros mismos como europeos”.111 En 1988 la CE y la CAME realizaron una
declaración conjunta, sentando las bases para el intercambio y la cooperación
económica. Europa Occidental resultaba atractiva por muchas razones. Continuaba
promoviendo la distensión y proveyendo ayuda. La CE se había convertido en un
gigante económico que sobrepasaba a la Unión Soviética y combinaba la eficiencia y
prosperidad económicas con políticas socialdemócratas de bienestar. Europa Occidental

110
Archie Brown, The Gorbachev Factor, Oxford University Press, p. 166.
111
Marie-Pierre Rey, “Gorbachev’s New Thinking and Europe, 1985–9,” en Frédéric Bozo, Marie-Pierre
Rey, N. Piers Ludlow, y Leopoldo Nuti, eds., Europe and the End of the Cold War: A Reappraisal,
Londres, Routledge, 2008, pp. 28–29.
105
sugería una tercera vía al tiempo que constituía un potencial contrapeso a los Estados
Unidos.
Mientras buscaba estrechar las relaciones con Europa Occidental, Gorbachov
puso más distancia entre la URSS y Europa del Este. A mediados de los años 80 dijo a
sus aliados del Pacto de Varsovia que las relaciones entre ellos debían ser equitativas y
voluntarias, y que cada estado debía ser responsable de su propia situación. Esto
constituía un claro repudio de la Doctrina Brezhnev, que exigía una adhesión estricta al
marxismo-leninismo y justificaba la intervención soviética en caso de desviaciones. Fue
seguido por el retiro en 1988 de medio millón de soldados soviéticos y seis divisiones
de tanques del Este europeo, y la promesa de continuar por ese camino. El Ejército Rojo
se estaba volviendo defensivo. El accionar de Gorbachov reflejaba sus prioridades: la
cooperación con Europa Occidental y la reforma económica interna. Abrazó la lección
aprendida primero con Polonia en 1981 y luego sufrida en carne propia con Afganistán:
las intervenciones militares eran económicamente destructivas y políticamente
contraproducentes en el interior y en el extranjero.112
Los soviéticos contemporáneos, como los historiadores posteriores, difieren
ampliamente en sus apreciaciones sobre las iniciativas de Gorbachov. Algunos
admiraban tanto sus políticas específicas como su evolución del comunismo al
socialismo reformista, y luego de 1989 a la socialdemocracia. Otros lo consideraban
naíf, romántico y mesiánico; otros incluso errático y contradictorio. Todos coinciden en
que Gorbachov no se propuso ser un revolucionario sino más bien el salvador del
comunismo. Sus intentos de reforma crearon inestabilidad e inseguridad, aunque no
lograron mejorar la eficiencia industrial, aumentar los ingresos del Estado o frenar la
corrupción. Él deseaba acabar con la Guerra Fría, pero no con el comunismo ni con la
Unión Soviética, y sin embargo fue el actor esencial en el fin de todos ellos.

Las consecuencias radicales del reformismo


Entre junio y diciembre de 1989 el antiguo orden en Europa Central y del Este
fue dejado de lado. Aparecieron democracias liberales, con regímenes parlamentarios
multipartidarios y gobiernos no-comunistas. Se legalizaron los sindicatos, se estableció
una prensa libre y se introdujo la tolerancia religiosa. Los manifestantes derribaron
112
Archie Brown, “The Gorbachev Revolution and the End of the Cold War,” en Leffler y Westad, eds.,
Cambridge History of the Cold War, III, pp. 253–55. Prados, How the Cold War Ended, p. 189. Leffler,
For the Soul, p. 421.
106
estatuas de Marx y Lenin y los nuevos gobiernos desmantelaron la policía secreta. Los
partidos políticos apenas existían, la sociedad civil era frágil y las visiones de la
economía y de la sociedad deseables eran rudimentarias, sin embargo, en la euforia del
momento, era la magnitud de los cambios lo que impresionaba e inspiraba.
Estas dramáticas transformaciones fueron una respuesta a problemas
económicos de larga data y a la disminución de la legitimidad política. Fueron
provocadas por los sucesos de Polonia, el único país con movimientos de masas
organizados y una sociedad civil desarrollada. Ella proveyó un modelo de protesta y
deliberación – las famosas mesas de negociaciones entre los gobiernos comunistas y
nuevas fuerzas políticas- que otros países adoptaron. En cada caso una combinación de
específicas fuerzas y reivindicaciones locales, y el efecto contagio de los levantamientos
en países vecinos propagó el cambio. Polonia también proveyó el modelo para el
accionar soviético.
Los soviéticos jugaron un papel crucial en los sucesos de las revoluciones de
1989 en virtud de lo que no hicieron. Por principios y pragmatismo, Gorbachov decidió
no intervenir, ni en Polonia cuando Solidaridad ganó las elecciones y Walesa se
transformó en Presidente, ni en la RDA cuando miles de alemanes del este huían hacia
el Oeste a través de Hungría y Checoslovaquia y los manifestantes inundaban las calles.
De hecho, a principios de octubre Gorbachov urgió al Comité Central del Partido
Socialista Unificado de Alemania del Este a iniciar la reforma, argumentando que “es
importante no perder nuestra oportunidad aquí… La vida misma nos castigará si
llegamos tarde”.113 Tampoco se resistió a las transformaciones en Hungría y
Checoslovaquia, países que en el pasado habían sufrido las infames intervenciones
soviéticas. Sin esta moderación, 1989 no hubiese tenido éxito. Gorbachov estaba
agobiado por problemas domésticos, ya que la reforma económica estaba fallando y la
brecha entre las promesas y los logros despertó la ira popular. Los liberales deseaban
más reforma y los neoestalinistas esperaban volver a imponer una línea dura, mientras
las minorías no-rusas demandaban la autonomía o la independencia. Gorbachov también
estaba decidido a no intervenir, y se lo había comunicado a sus pares dentro del
gobierno comunista. Luego de que las fuerzas gubernamentales de Georgia reprimieran
violentamente una manifestación nacionalista en Tiflis en abril de 1989, Gorbachov

113
Grabación de la Conversación entre Mijaíl Gorbachov y los Miembros del Comité Central del
Politiburó, 7 de Octubre de 1989, www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB290/index.htm.
107
prohibió el uso de la fuerza dentro de la Unión Soviética. La masacre de los
manifestantes chinos en la Plaza de Tiananmen en junio de 1989 solo puede haber
reforzado su determinación de no recurrir a esa vía, aunque los mismos dirigentes de la
Alemania del Este se lo recomendasen.
Los Estados Unidos estaban virtualmente ausentes del escenario del este
europeo. Reagan había pedido cambios en Europa del Este, y en un discurso en Berlín
en 1987 demandó “Sr. Gorbachov, tire ese muro abajo”, pero su retórica no tuvo
impacto alguno. En 1989 George H. W. Bush lo sucedió en la presidencia, e
inmediatamente envió a Kissinger en misión secreta a Moscú, con la sugerencia de
cooperar en el manejo de cualquier cambio en Europa Central. Gorbachov rechazó la
propuesta, y los asesores de Bush Dick Cheney, James Baker and Condoleeza Rice,
quienes favorecían una postura más confrontativa, delinearon las políticas sucesivas.
Aunque inicialmente inseguro acerca de cómo reaccionar ante la escalada de disturbios,
en junio de 1989 Bush viajó a Polonia, donde tuvo una tibia recepción, y Hungría,
donde fue recibido con entusiasmo. En ningún de los dos lugares proporcionó la ayuda
económica esperada: esta vez no habría ningún Plan Marshall. La CE aprobó esta
política debido a que Europa Occidental deseaba brindar y controlar la ayuda, y sentía
que Europa del Este no sería capaz de absorber grandes sumas, dada la carencia de
instituciones de mercado. Los polacos, sin embargo, se sintieron ampliamente
decepcionados cuando pidieron 10.000 millones de dólares a los Estados Unidos y
recibieron a cambio solo 100 millones. Los húngaros recibieron aún menos: 25 millones
de dólares de ayuda más voluntarios de los Cuerpos de Paz y un centro cultural. Por
contraste, Egipto, el segundo mayor beneficiario de la ayuda norteamericana, estaba
recibiendo 968 millones de dólares, e Israel más aún.114
En julio Bush asistió a la reunión del G7 en París, donde urgió a los europeos a
reprogramar las enormes deudas de Polonia y Hungría y a proveerlas de ayuda.
Además, bloqueó cualquier sanción contra China por la masacre de Tiananmen,
argumentando que “las relaciones entre los Estados Unidos y China eran demasiado
importantes para la paz mundial”. Desde entonces hasta finales de 1989, los Estados
Unidos permanecieron al margen. Como Bush le dijo a Gorbachov “me he comportado

114
http://usgovinfo.about.com/od/historicdocuments/a/teardownwall.htm. Pleshakov, No Freedom
without Bread, p. 166.
108
de forma tal de no complicarle la vida. Por eso no salté de alegría sobre el Muro de
Berlín”.115 Gorbachov estaba agradecido, dado que ya tenía suficientes complicaciones.
Gorbachov y sus partidarios subestimaron tanto el carácter fundamental de los
cambios en curso en Europa del Este como los costos de la no-intervención. A finales de
1988 Gorbachov había proclamado ante la ONU que “la libertad de elegir es un
principio universal” para todos los pueblos,116 pero no anticipó las elecciones que
realizarían los polacos y húngaros o los lituanos y ucranianos. Imaginó naciones
socialistas reformadas, en las que los Partidos Comunistas continuarían teniendo un rol,
no naciones capitalistas en las cuales los comunistas serían marginalizados o proscritos.
Si optaban por abandonar el Pacto de Varsovia esperaba que se mantuviesen neutrales,
como Finlandia. Previó que la CSCE sería la base para la seguridad pan-europea antes
que la expansión de la OTAN hacia el este. Si la reunificación alemana tenía lugar, sería
la culminación de un lento proceso de integración europea, no su primer acto.117 Nada
sucedió de acuerdo con las expectativas soviéticas, comenzando con los sucesos
alemanes.
El día posterior a la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre, el Canciller
Helmut Kohl ratificó el compromiso de Alemania Occidental con la Alianza Atlántica,
la integración europea y la cooperación franco-alemana. Pocas semanas después, y sin
consultar a sus aliados, pronunció su controvertido Discurso de los Diez Puntos,
prometiendo ayuda a la RDA y llamando a una eventual federación de Alemania
Occidental y Oriental. Gorbachov lo calificó como una imposición, y los líderes de
Europa Occidental, marcados por la experiencia de la Segunda Guerra Mundial,
también reaccionaron con hostilidad. Como Thatcher exclamó durante una reunión de la
CE en diciembre de 1989, “¡Derrotamos a los alemanes dos veces! Y ahora ¡aquí van de
nuevo!”.118 Si la reunificación iba a suceder, Mitterrand quería profundizar la
integración europea como contrapeso, mientras Thatcher esperaba que la OTAN
sirviese al mismo propósito.

115
Pleshakov, No Freedom without Bread, p. 173. Leffler, For the Soul, p. 450.
116
Brown, Gorbachev Factor, p. 225.
117
Zubok, Failed Empire, p. 326. Svetlana Savranskya, “In the Name of Europe: Soviet Withdrawal from
Eastern Europe,” en Bozo, Rey, Ludlow, y Nuti, eds., Europe and the End, pp. 45–46. Prados, How the
Cold War Ended, p. 93.
118
Mary Elise Sarotte, 1989: The Struggle to Create Post-Cold War Europe, Princeton University Press,
2009, p. 82.
109
A continuación tuvo lugar una reunificación acelerada, en gran medida porque
Kohl persuadió a Bush de que era necesaria y viable. Bush y el Secretario de Estado
James Baker habían experimentado la Guerra del Pacífico, no el teatro europeo; veían a
Alemania como un confiable aliado de la Guerra Fría, no como un poder hegemónico
europeo potencialmente peligroso. La contribución más significativa de los Estados
Unidos a las transformaciones de 1989 fue la de legitimar y promover los planes de
Kohl, y de este modo rediseñar el mapa de Europa Central. Luego de muchas
negociaciones, el Tratado Dos más Cuatro fue firmado por las dos Alemanias y las
cuatro potencias de ocupación en septiembre de 1990.119 Unificaba a Alemania del Este
con la del Oeste, reconocía nuevamente a la línea Oder-Neisse como la frontera oriental,
y permitía a la Alemania reunificada incorporarse a la OTAN. Esta no era la solución a
la cuestión alemana que Gorbachov había previsto, pero el hecho de que resultase del
acuerdo entre cuatro potencias y de que los planes para profundizar la integración
europea estuviesen avanzando, incluyendo el desarrollo de una Unión Monetaria
Europea, la hizo más digerible. A ello contribuyó también la promesa de la República
Federal de un préstamo de 12.000 millones de marcos para ayudar a la remoción y
reintegración de las tropas soviéticas en Alemania del Este, y de una línea de crédito
libre de intereses de 3.000 millones de marcos.120
La ayuda prometida no pudo evitar el declive de Gorbachov y la URSS. La
economía cayó en picada, y los nacionalistas en los países bálticos, Armenia, Georgia y
a lo largo de Asia Central, tomaron las calles exigiendo la autonomía o la
independencia. Conservadores de línea dura atacaron a Gorbachov por impulsar
demasiado rápidamente la democratización y mercantilización; los reformistas lo
acusaron de demorarse. Mientras las nacionalidades no-rusas presionaban para lograr su
independencia, muchos rusos insistían en que debía usarse la fuerza para mantener
intacta a la Unión Soviética. Las políticas de Gorbachov se tornaron más erráticas. A
mediados de 1990 lanzó el Programa de 500 Días que llamaba a una rápida
mercantilización y a la privatización de la industria, así como a dar un mayor poder a las
Repúblicas Soviéticas; en el otoño ralentizó las reformas. A fin de año solo el 17% de

119
Las potencias de ocupación eran Francia, Gran Bretaña, los Estados Unidos y la URSS [N. de la T.]
120
Helga Haftendorn, “German Unification and European Integration Are but Two Sides of One Coin:
The FRG, Europe and the Diplomacy of German Unification,” en Bozo, Rey, Ludlow,y Nuti, eds.,
Europe and the End, pp. 136–43. Sarotte, 1989, pp. 192–93.
110
los soviéticos lo apoyaban, contra el 52% del año previo.121 Incluso este porcentaje se
evaporó en 1991, cuando sus opositores dieron un golpe fallido y Letonia, Lituania y
Estonia declararon su independencia, seguidas por Armenia, Georgia, Moldavia y las
repúblicas de Asia Central. Bush había deseado un cambio gradual en la Unión
Soviética más que su desestabilización y precipitado colapso, pero los Estados Unidos
no habían suministrado ayuda en 1989 y, al igual que el G7, no estaban dispuestos a
hacerlo tampoco en 1991, dado el deterioro de la situación. Al finalizar el año
Gorbachov renunció, y las partes restantes de la Unión Soviética se convirtieron en la
Federación Rusa.
Gorbachov había anhelado que la Unión Soviética “retornase a Europa”.
Imaginó una Europa económicamente integrada, comprometida con lo que llamó
“valores universales”, y que se hiciese cargo de su propia seguridad. La reunificación
alemana quebró estas esperanzas, pero también lo hizo el atractivo de Europa
Occidental. Havel simpatizaba inicialmente con la visión de Gorbachov, pero los
húngaros querían unirse a la CE y la OTAN y los polacos permanecieron indecisos.
Muy pronto, todos miraron hacia el oeste. Por su parte, los europeos occidentales
estaban absorbidos en su propio proyecto de integración. Aprobaron las revoluciones de
Europa del Este y se sintieron aliviados al incorporar a una Alemania unificada pero no
tenían idea alguna de cómo deberían evolucionar las relaciones con Europa Central y
del Este o con la antigua Unión Soviética.
Ausentes a lo largo de gran parte de 1989, los Estados Unidos reclamaron sin
embargo su legado, abogando por un nuevo atlantismo en lugar de una Europa que solo
se mirase a sí misma. En diciembre de 1989 el Secretario de Estado Baker pronunció un
discurso en Berlín, el escenario de numerosas proclamaciones americanas sobre sus
ideales de relación con Europa. Llamó a desarrollar “una nueva arquitectura” que
incluyese “viejos cimientos y estructuras”, como la OTAN, y la continuidad de la
construcción de la CE. “Esta arquitectura debería reflejar que la seguridad
norteamericana permanece fuertemente vinculada a la seguridad de Europa política,
militar y económicamente”.122 “Los Estados Unidos”, concluyó, “son y continuarán
siendo un poder europeo”. En las décadas siguientes, sin embargo, el poder
norteamericano en Europa sería sustancialmente redefinido y mermado.
121
Brown, Gorbachev Factor, p. 271.
122
James Baker, “Upheaval in the East,” Dec. 13, 1989, Nytimes.com/1989/12/13/world/ upheaval-east-
excerpts-baker-s-speech-berlin-us-role-europ-s-future.html
111
Capítulo 11. Un Atlántico que se ensancha

El año 1990 marcó el principio no sólo de una nueva década sino también de un
nuevo orden post Guerra Fría. Quizás marcó “el fin de la historia”, según la
frecuentemente citada frase de Francis Fukuyama, por el cual las grandes batallas
ideológicas del siglo XX entre el fascismo, el comunismo y la democracia habían
terminado y el liberalismo aparecía como el triunfador. El capitalismo reinaba
globalmente, la socialdemocracia estaba a la defensiva, y a través del globo ganaban
adherentes las ideas políticas y económicas de derecha. El “Imperio del mal” había
colapsado; el poder militar de los Estados Unidos era indiscutido y no había a la vista
enemigo alguno que viniera a perturbar la nueva pax Americana. Después de una
década de problemas, la economía norteamericana se había recuperado, mientras que
sus contrapartes europea y japonesa languidecían. Europa, toda Europa, parecía madura
para la plena incorporación en un orden global dominado por los Estados Unidos.
Las siguientes dos décadas, sin embargo, fueron menos una historia de
convergencia y cooperación entre Europa y los Estados Unidos que de divergencia, de
desacuerdo y a veces de abierta hostilidad. Económica, política y culturalmente un
orden global multipolar sustituyó el bipolar; sólo en términos militares continuaron los
Estados Unidos reinando supremos y en soledad. A diferencia de finales del siglo XIX y
principios del XX, sin embargo, los polos de poder ya no están localizados sólo en la
región del Atlántico Norte. La globalización, medida en el movimiento de mercancías,
capital, gente, ideas, y productos culturales, ha vuelto a niveles no vistos desde antes de
la Primera Guerra Mundial, pero los Estados Unidos y Europa Occidental ya no están en
el centro de todos los intercambios y redes. La manufactura y las finanzas están
dispersas alrededor del globo y la emergencia de China no es más que el símbolo más
visible de las modificaciones en las relaciones de poder. Los Estados Unidos son otra
vez una nación entre naciones, pese a su gran dificultad en reconocer y aceptar su
disminuido papel.
En 1989 la geografía política y económica de Europa cambió, eliminando las
restricciones a la autonomía europea impuestas por la Guerra Fría. Los europeos han
articulado cada vez más sus propias aspiraciones, desarrollado sus propios proyectos
económicos, políticos, y culturales, y controlado su propio destino. Esto es bien
112
evidente en la proliferación de instituciones y políticas de la Unión Europea y en la
misma expansión de la Unión Europea. Europa, que era una idea compartida sólo por
unos pocos en la primera mitad del siglo XX y que surgió principalmente como una
entidad económica después de 1945, se ha hecho una presencia mucho más visible no
sólo económicamente sino también política, legal y culturalmente – y tanto fuera de
Europa como dentro de ella. La definición de una identidad europea sigue siendo objeto
de impugnación, pero su existencia, junto a afiliaciones nacionales y en oposición con la
identificación con los Estados Unidos o la comunidad atlántica, es indiscutible.
Los estados europeos han mantenido sus particulares variantes del capitalismo, y
a pesar de que han sido modificadas ante las crisis económicas y la globalización, éstas
permanecen en modos cruciales distintas de la forma cada vez más neoliberal que ha
triunfado en los Estados Unidos y el Reino Unido. El modelo social europeo, con sus
diversas políticas sociales, generosos beneficios y cobertura universal, persiste a pesar
de las dudas sobre su viabilidad dentro de Europa, especialmente desde el Reino Unido,
y sobre todo desde los Estados Unidos. En ninguna parte es el abismo transatlántico más
amplio que en las concepciones de la sociedad y los derechos sociales. Los bienes, el
capital y la cultura de masas de Norteamérica siguen fluyendo hacia Europa, pero ya no
despiertan las esperanzas o los miedos de antes. Los debates sobre la americanización
que obsesionaron al siglo XX han terminado, a medida que una Europa con más
confianza en sí misma se define en sus propios términos.
Los Estados Unidos constituyen aún la economía nacional unitaria más grande,
pero su poder económico, medido en términos de manufactura, comercio, e inversión
extranjera, se está erosionando, y sus deudas y déficits crecen rápidamente. Europa ha
alcanzado niveles comparables de consumo privado proporcionando muchos más bienes
públicos que Norteamérica. Los Estados Unidos ya no están en la cresta de la ola de la
innovación tecnológica y la productividad, como lo habían estado en otro tiempo. A lo
largo de gran parte del siglo XX Norteamérica fue el modelo de la modernidad (o uno
de los dos modelos, si se cuenta a la Unión Soviética) frente al cual Europa se midió y
del cual se apropió y adaptó selectivamente los métodos de producción y las técnicas de
gestión, mercancías y tecnologías, publicidad y mercadotecnia. Norteamérica ya no
desempeña aquel papel para los estados europeos.

113
Una nueva Europa
La expansión de la Comunidad Europea hizo la contribución más significativa al
ensanchamiento del Atlántico, ya que se crearon nuevas instituciones, se pusieron en
práctica nuevas políticas, se sumaron nuevos países, y surgió una identidad europea más
robusta. Algunos de estos desarrollos tenían raíces en décadas previas, pero dieron
frutos sólo después de 1989; otros fueron una respuesta a las oportunidades creadas por
el colapso del orden de la Guerra Fría. Hubo una intensificación de la integración
económica europea, se avanzó hacia una mayor cooperación política y la expansión de
la Unión Europea hacia el Este, todo lo cual absorbió la atención de los líderes
europeos, permitió a Europa actuar más autónomamente y la posicionó para desempeñar
un papel mayor en el escenario global. La aceleración de la integración europea había
comenzado en los años 70 en respuesta a la destrucción de Bretton-Woods, las crisis
económicas estructurales y los desacuerdos políticos con los Estados Unidos. Siguió a
mediados de los años 80 con el Acuerdo de Schengen y el Acta Única Europea (AUE).
En 1985, Alemania, Francia y los países del Benelux crearon un territorio sin fronteras
internas dentro del cual la gente podía moverse sin visados o inspecciones de aduana y
pasaportes. Para 2007, todos los miembros de Unión Europea, excepto el Reino Unido,
Irlanda, Chipre, Rumania y Bulgaria, eran parte de este Espacio Schengen. En 1986, el
Acta Única Europea (AUE) comenzó el proceso de crear un mercado interno en el que
los bienes, el capital, la gente y los servicios circularían sin restricciones. También
animó a una mayor cooperación en cuanto a salud laboral y seguridad, investigación y
desarrollo técnico, y protección del medio ambiente.
En 1992 la integración dio otro salto hacia adelante con el Tratado de la Unión
Europea, comúnmente conocido como el Tratado de Maastricht, que completó el
mercado único, abrió el camino para la integración política, y llamó al establecimiento
de una moneda única para 1999. En 1994 la Comunidad Europea fue oficialmente
renombrada como la Unión Europea (UE), y se incorporaron Austria, Finlandia y
Suecia. En 1998 se fundó el Banco Central Europeo, y en 2000 once de los quince
miembros de la Unión Europea adoptaron el euro como moneda común. Para 2010 lo
habían hecho veinticuatro países, incluyendo a tres de Europa del Este, mientras Gran
Bretaña, Dinamarca y Suecia todavía siguen usando sus monedas nacionales. Los
esfuerzos para ratificar una Constitución europea fueron dejados en suspenso cuando los
votantes franceses y holandeses la rechazaron, reflejando una persistente ambivalencia
114
europea sobre cuánta y qué tipos de soberanía debían ser cedidas a instituciones
transnacionales. En 2009, sin embargo, el Tratado de Lisboa proporcionó un marco
legal más exhaustivo para la Unión Europea con la intención de hacerla más
democrática y transparente, así como más eficiente, y de destacar a “Europa como un
actor en el escenario global”.123 Aunque los europeos estaban preocupados por la
negociación de las políticas y las instituciones necesarias para una integración
intensificada, esto no impidió la ampliación, como tantos adujeron en su momento que
ocurriría.
La expansión hacia el este no era una prioridad para la Unión Europea en los
años 90, pero los estados de Europa del Este deseaban desesperadamente la inclusión,
ya que prometía mercados expandidos y el acceso a tecnología y préstamos y
simbolizaría una vuelta a Europa. La CE/UE era atractiva y cercana, mientras que los
Estados Unidos estaban lejos y no mostraban interés. Pero la ampliación resultó lenta,
ya que para sumarse los países de la Europa del Este tenían que alcanzar las condiciones
de estabilidad política, democracia, y una economía de mercado que funcionara, y estar
de acuerdo con los términos de ingreso en la Unión Europea. La República Checa,
Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, Eslovaquia, y Eslovenia junto con Chipre
y Malta sólo se unieron en 2003, mientras que Bulgaria y Rumania se hicieron
miembros en 2005. A medida en que la Unión Europea se movía hacia el Este, asumía
una posición de dominio sobre las economías de la región: era un imperio por
invitación, bastante semejante al que los Estados Unidos habían establecido en Europa
Occidental medio siglo antes.
Estos múltiples cambios sirvieron para tejer más sólidamente la unión de los
estados miembro de la Unión Europea. Como en el cambio de siglo anterior, el grueso
del comercio europeo se daba dentro de Europa, tanto hacia el interior de la Unión
Europea como entre miembros y no miembros de ella. Para los años 90, incluso antes de
la expansión hacia el este, más del 60% del comercio de los quince países miembro de
la Unión Europea se daba con otro miembro, a diferencia del 30% en los años 60. Más
de las dos terceras partes del comercio de la República Checa, Polonia, y Hungría, que
eran candidatas a ingresar en la Unión Europea, se daba con ésta, y la Unión Europea
era responsable de más del 80% de la inversión en Europa del Este. Aunque los bienes
americanos fluyeron hacia Rusia a principios de los años 90, aquel comercio se redujo a

123
http://europa.eu/lisbon_treaty/index_en.htm.
115
mediados de la década debido tanto a la aguda crisis económica rusa como a su
creciente nacionalismo económico. En el comercio transatlántico, Europa era un socio
más importante para Estados Unidos que al revés. Como había ocurrido durante todo el
siglo XX, Europa era responsable por una porción mayor del comercio mundial que los
Estados Unidos, pero ambos eran desafiados por la aparición de China como un actor en
la economía global.124
La inversión directa extranjera siguió fluyendo en ambas direcciones a través del
Atlántico y en volúmenes crecientes, exactamente como había ocurrido antes de la
Primera Guerra Mundial y a partir de los años 60. Los Estados Unidos eran el receptor
más grande de la inversión extranjera directa (ied) de la Unión Europea hasta 2005,
cuando las naciones europeas no pertenecientes a la Unión Europea recibieron el 35%
frente el 33% para Norteamérica y el 23% para Asia. Los Estados Unidos continuaron
siendo el mayor inversionista extranjero en Europa, aunque su dominio no era tan
grande como en el período inmediatamente posterior a 1945. A través de la Política
Europea de Vecindad la Unión Europea estableció o amplió relaciones bilaterales con
países de África del Norte y el Oriente Medio, así como con los estados sucesores de la
Unión Soviética. Aunque adjudicándose un papel global, la Unión Europea se ha
concentrado principalmente en sus relaciones con la región ampliada del Mediterráneo y
los estados linderos con la Federación Rusa. La Unión Europea nunca ha considerado a
Rusia como un potencial miembro o socio de Política de Vecindad. Para la Unión
Europea, Norteamérica era un socio económico entre muchos, más que la fuente
dominante de inversión y comercio que había sido en las dos décadas posteriores a
1945.125
Para 2005, cuando la Unión Europea se amplió a veintisiete miembros, su
población era más grande que la de los Estados Unidos. Aunque su PBI absoluto era
ligeramente más pequeño, si se ajusta el PBI para medir la paridad del poder adquisitivo
la Unión Europea estaba ligeramente por delante de los Estados Unidos. En 2005 cuatro
de sus miembros, Alemania, Francia, el Reino Unido, e Italia, estaban entre las diez
economías más grandes del mundo, mientras que Rusia, después de sufrir un colapso

124
Ivan T. Berend, Europe since 1980, Cambridge University Press, 2010, p. 177. Barry Eichengreen,
The European Economy since 1945: Coordinated Capitalism and Beyond, Princeton University Press,
2007, p. 331. Stephen Lovell, The Shadow of War: Russia and the USSR, 1941 to the Present, Oxford,
Wiley-Blackwell, 2010, p. 311.
125
European Union Foreign Direct Investment Yearbook 2007, Luxemburgo, European Commission,
2007, p. 27. Tony Judt, Postwar: A History of Europe since 1945, Nueva York, Penguin, 2005, p. 788.
116
catastrófico en los años 90, estaba en décimo lugar. El PBI norteamericano per cápita
era de 44,362 dólares frente a sólo 27,394 dólares para la Unión Europea entera, pero
esta amplia brecha entre Europa y Norteamérica se daba principalmente por la
incorporación de las conflictivas economías de transición de Europa Central y del Este.
Europa, en suma, devino en un actor económico de primer nivel: pocos hubieran
predicho esto en las primeras décadas posteriores a 1945.126
Para los europeos la ampliación y profundización de la Unión Europea han
suscitado cuestiones polémicas sobre soberanía política, identidad nacional, el déficit
democrático de la Unión Europea, y los costos y beneficios económicos del ingreso de
países de diferentes tamaños y con variados niveles de desarrollo económico y
estabilidad financiera. Para los Estados Unidos la única pregunta era si una
transformada Unión Europea ayudaba o dañaba las relaciones transatlánticas y los
intereses norteamericanos. A mediados de los años 80 los Estados Unidos no tomaban
en serio el Acta Única Europea (AUE), pero una vez que fue ratificada los responsables
de las políticas y la prensa temieron que surgiera una “Europa fortaleza”. Después de
1989 las administraciones norteamericanas consideraron la integración ampliada de un
modo más favorable, viéndola como un camino para que Europa contuviera a una
Alemania reunificada y financiara la reconstrucción en el Este que los Estados Unidos
no podían costear. Aunque el presidente Clinton fracasó en su presión a Europa para
que cesase el comercio con Irán, Cuba y Libia, él y los subsiguientes líderes de los
Estados Unidos se preocuparon menos por los desacuerdos en torno a la política
económica que por aquellos que concernían a cuestiones diplomáticas y militares.
Desde mediados de los años 90 se habló sobre una nueva sociedad económica
euroamericana. En 1995 los Estados Unidos y la Unión Europea firmaron la Nueva
Agenda Transatlántica, una de cuyas cláusulas llamaba a “la promoción de relaciones
económicas y la expansión del comercio mundial [...] y el tendido de puentes entre
nuestras comunidades de negocios, cívicas y académicas a ambos lados del Atlántico”.
Se estableció un Diálogo de Negocios Transatlánticos con el fin de explorar la creación
de un mercado común transatlántico, y en 2007 el presidente de la Comisión Europea,
José Manuel Barroso, la canciller alemana Angela Merkel por parte de la UE, y el
presidente de los Estados Unidos, George Bush, firmaron un Marco para el Avance de
126
http://politicalcalculations.blogspot.com/2007/11/2006-gdp-ppp-eu-vs-us-smackdown.
html. www.earth-policy.org/datacenter/xls/indicator2_2006_2.xls. Eichengreen, European Economy, p.
408.
117
la Integración Económica Transatlántica entre la Unión Europea y los Estados Unidos
de Norteamérica. El incremento en las consultas ha resuelto algunas disputas
económicas, pero no ha solucionado los conflictos sobre aranceles, especialmente los
agrícolas, o sobre derechos de propiedad intelectual, monopolios y alimentos
genéticamente modificados. Una zona franca transatlántica no está aún a la vista, y
mucho menos la integración económica plena. Los Estados Unidos buscan la máxima
apertura de los mercados europeos, pero no desean sacrificar nada de su soberanía.127

127
www.eurunion.org/partner/summit/Summit9712/nta.htm.
http://ec.europa.eu/enterprise/policies/international/cooperating-governments/usa/transatlantic-economic-
council/.
118
Europeos en formación
¿Creó esta proliferación de instituciones de la Unión Europea una cultura y una
identidad europea compartidas, que se agregaron a las nacionales? Las respuestas varían
dentro de y entre los distintos países, pero pueden arriesgarse algunas generalizaciones.
Existen circuitos e intercambios culturales europeos cada vez más robustos, así como
actitudes distintivas y prácticas, que han creado una identidad europea, incluso si ésta es
más débil que las nacionales. La integración económica y los intercambios culturales
dentro de Europa han hecho a Europa menos abierta a influencias norteamericanas que
lo que fue en las primeras décadas de la posguerra.
Muchas fuerzas han contribuido a unas emergentes cultura e identidad europeas.
Están las variedades características del capitalismo europeo, y el modelo social europeo,
del que hablaremos luego. De igual importancia son la experiencia y la memoria de la
Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, que son compartidas por distintos países en
toda Europa, independientemente de lo divergente que hayan sido sus historias de
posguerra. Han cargado a los europeos con la responsabilidad por el genocidio, los
crímenes de guerra y el colaboracionismo, y han animado proyectos nacionales y
transnacionales para lidiar con el pasado. También han hecho que los europeos sean
ambivalentes respecto del nacionalismo, cautelosos sobre el uso de la fuerza y hostiles
al militarismo que había caracterizado a las grandes potencias europeas en la primera
mitad del siglo XX. Los mismos procesos de americanización, sobre todo la difusión de
la cultura popular norteamericana, contribuyeron a hacer a los europeos más parecidos
entre sí. Tanto si adoptaron, rechazaron o redefinieron el rock’n’roll, las películas de
Hollywood, la Coca-Cola o los vaqueros, éstos proporcionaron un conjunto compartido
de productos, experiencias, y referencias. Sin embargo, como hemos visto, incluso en el
punto más alto del Siglo Americano no convirtieron a los países aparentemente más
americanizados, como Alemania, en unos mini-Estados Unidos, ya que los productos y
las ideas también se movieron entre países europeos, y se mueven cada vez más dentro
Europa antes que a través del Atlántico. El turismo intraeuropeo creció
exponencialmente desde los años 60 y ahora incluye también a los países del antiguo
Este comunista. La gente de negocios y los trabajadores se mueven con facilidad a
través de las fronteras, donde encuentran normativas económicas similares, y disfrutan
de los derechos sociales del país en el cual trabajan. Los cambios educativos han
proliferado y el Proceso de Bolonia, comenzado en 1999, está coordinando y
119
estandarizando los planes de estudios y acreditaciones de los sistemas universitarios
nacionales en toda Europa. El objetivo es facilitar el movimiento de estudiantes y
cuerpo de profesores entre universidades de la Unión Europea y prepararlos para
proseguir carreras en cualquier parte de ella. Algunos periódicos nacionales se leen en
toda Europa, y la TV va más allá de las fronteras nacionales. Está el popular Festival de
la Canción de Eurovisión y un amor compartido por el fútbol. Éstos no han suplantado a
las culturas e identidades nacionales o de clase, sino que coexisten con ellas.
Aunque los europeos continúan llegando a los Estados Unidos para estudiar y
trabajar, como lo hicieron en las primeras décadas de la segunda posguerra, ahora lo
hacen crecientemente en otros países europeos. La migración global se ha intensificado
marcadamente desde los años 60, pero en el mundo transatlántico no se parece ni al
éxodo de Europa a los Estados Unidos previo a la Primera Guerra Mundial, ni al flujo a
Norteamérica de refugiados en la entreguerra o la inmediata posguerra. Europa, sobre
todo Europa Occidental y del Norte, se ha convertido en una Meca para migrantes y
personas en busca de asilo. Los europeos extracomunitarios se mueven a Europa
Occidental para conseguir trabajo; las minorías perseguidas como los gitanos buscan
condiciones menos represivas en sitios como Italia y Francia; y los refugiados políticos,
sobre todo los de Medio Oriente, buscan seguridad en países como Suecia y Alemania.
La aplastante mayoría de migrantes, sin embargo, viene de África del Norte, del África
subsahariana, o de las antiguas colonias en Asia y el Caribe. Norteamérica se ha vuelto
otra vez una tierra de inmigración, pero sus migrantes documentados e indocumentados
provienen de manera aplastante de México, América Central y China. Tanto Europa
como Norteamérica se están haciendo mucho más mezcladas racial, étnica, cultural y
religiosamente a medida que la globalización, los conflictos políticos y el cambio
climático atraen o empujan a trabajadores y sus familias a lo largo de nuevos caminos
migratorios.
Pero ni la experiencia de la inmigración intensificada ni los desafíos del
multiculturalismo están acercándolos. Muchos europeos y norteamericanos son
profundamente ambivalentes acerca del carácter cambiante de sus sociedades y de su
dependencia económica de los trabajadores del Sur global, pero sus diferentes historias
imperiales y coloniales, sus concepciones de ciudadanía e identidad nacional y sus
construcciones de raza los conducen a respuestas distintas. Tómese como ejemplo la
preocupación transatlántica por el Islam. Aunque muchos europeos comparten con los
120
norteamericanos una incomodidad en torno de la creciente presencia de musulmanes,
los estados definen lo que se percibe como un problema de manera diferente. Francia
los ve como una amenaza para el compromiso del Estado con la laicidad, con su
rigurosa imposición de la separación entre Iglesia y Estado y la prohibición de símbolos
religiosos en público, sobre todo el velo que cubre el rostro. Los holandeses insisten en
que los musulmanes se niegan a asimilarse a las normas sociales y sexuales, y muchos
alemanes, incluyendo a la canciller Merkel, insisten en que el multiculturalismo ha
fallado, aunque la posibilidad de la ciudadanía para los trabajadores extranjeros sólo
existe desde 2000. En Europa los musulmanes son vistos como un desafío a la identidad
nacional y las normas sociales compartidas; en Norteamérica son vistos como una
amenaza para la seguridad nacional y la identidad cristiana de los Estados Unidos, en la
que muchos insisten a pesar de la separación legal entre Iglesia y Estado.
Europa y Norteamérica comenzaron a divergir en los años 70 y 80 de otras
maneras que dieron forma profundamente a la vida diaria, la política y la concepción de
sí mismos. En primer lugar, mientras que Europa se hizo cada vez más secularizada,
Estados Unidos se movió en la dirección contraria. Tanto la enorme expansión de la
derecha religiosa en Norteamérica como la colonización del lenguaje político, las
políticas y las instituciones por puntos de vista religiosos fundamentalistas se dieron en
las últimas décadas de la Guerra Fría y persistieron más allá. La asistencia regular al
culto permaneció alta; las iglesias evangélicas crecieron a expensas de las más
tradicionales y la religiosidad fue vista como la base necesaria de la moralidad por
predicadores, políticos y la creciente población evangélica. Europa occidental se volvió
el “caso excepcional” en lo que respecta a la religión.128 Aunque muchos países
europeos tienen iglesias estatales, la asistencia regular al culto ha permanecido baja; las
sectas evangélicas son pequeñas y marginales; y el lenguaje de la política permanece
resueltamente secular. La religión ha resucitado con fuerza en algunos países de Europa
del Este, pero no es instrumentalizada para fines políticos tan extensamente como en los
Estados Unidos.
Alemania proporciona un instructivo ejemplo de estas diferencias. En la teoría
constitucional, Iglesia y Estado están más separados en los Estados Unidos que en
Alemania, donde las iglesias reciben fondos federales y la religión se enseña en las

128
Grace Davie, Europe: The Exceptional Case: Parameters of Faith in the Modern World, Londres,
Darton, Longman & Todd, 2002.
121
escuelas. Los Estados Unidos nunca tuvieron un partido político comparable a la
Democracia Cristiana (CDU/CSU), que está oficialmente comprometida con el
cristianismo y tiene lazos cercanos tanto con las iglesias protestantes como con la
católica. En los años 50 y principios de los 60, Alemania parecía tan religiosa como
Norteamérica, si no más. Ambos compartían nutridas iglesias protestantes y católica, y
la religiosidad y la respetabilidad aparecían estrechamente asociadas. En ambos países,
la retórica religiosa fue un elemento clave en el anticomunismo. En Alemania
Occidental, la retórica religiosa también figuró de manera prominente en los ataques de
la Democracia Cristiana contra un americanismo excesivamente materialista y
moralmente laxo.
En décadas recientes Alemania se ha hecho más secular, aun si la membrecía
oficial a las iglesias no ha disminuido significativamente. La religión no impregna la
vida diaria ni penetra tampoco los discursos de los políticos. Quizás lo más importante
es que no ha echado raíces un fundamentalismo de corte católico o protestante. Mientras
que dos tercios de los norteamericanos concurren a la iglesia todas las semanas, sólo lo
hace el 20% de los alemanes occidentales y el 14% de los otrora alemanes orientales. El
lenguaje religioso de los líderes norteamericanos, la generalizada religiosidad de la
sociedad norteamericana, y el cada vez más pronunciado entrelazamiento de Iglesia y
Estado, aun cuando sea proclamada su separación, no encuentran nada homólogo en
Europa. En un artículo de principios de 2003, Der Spiegel expresó un profundo
escepticismo europeo sobre la forma en que el presidente Bush presentaba la unión
entre su cristianismo y su deseo de reordenar la influencia global norteamericana. Temía
– correctamente, como se demostró luego– que el radicalismo de base religiosa de Bush
fuera usado por el vicepresidente Dick Cheney y el Secretario de Defensa Donald
Rumsfeld para una política de poder expansionista, justificada como una misión divina.
Aunque la religión pudiera ser instrumentalizada, reconoció Der Spiegel, ya no se podía
comprender a Norteamérica a menos que uno se la tomara en serio. El artículo, repleto
de fotos de Bush dirigiéndose a cristianos evangélicos delante de una enorme pintura de
Jesús, y de las plegarias previas a las reuniones de gabinete, reveló qué difícil resulta
esta comprensión, ya que las visiones seculares de la sociedad y la política de Europa
distan mucho de aquellas de una Norteamérica religiosamente transformada.129

129
(Sin autor), “Krieg aus Nächstenliebe,” Der Spiegel, Agosto 2003, pp. 91–99.
122
La emergencia de la derecha religiosa y su creciente influencia política en
Norteamérica está relacionada con el contragolpe cultural tras el movimiento por los
derechos civiles, la revolución sexual, la segunda ola del feminismo y la derrota de
Norteamérica en Vietnam. Muchos norteamericanos invocan a la religión para desafiar
las conclusiones de la ciencia en todo, desde la evolución al cambio climático, y para
abogar por valores familiares, definidos en forma conservadora. Las ansiedades de
género se entrelazaron con ansiedades políticas y económicas, y políticos y
movimientos populares soñaron con recrear el orden sexual conservador de los años 50,
desmantelar el Estado de Bienestar, y frenar al big government.130 Atacaron
simultáneamente al keynesianismo, el laicismo, el multiculturalismo, el feminismo, la
homosexualidad y al liberalismo acusado de fomentarlos. Aunque no están libres de
desacuerdos sobre cuestiones de sexualidad, familia y feminismo, las naciones de
Europa Occidental no se vieron arrastradas a guerras culturales en torno de las
cuestiones que demostraron ser tan divisivas en Norteamérica, tales como el aborto, la
enseñanza de la evolución y el matrimonio gay. En los años 70 y 80, las controversias a
menudo amargas en torno al divorcio y el aborto en países como Italia no se vincularon
con ataques contra el Estado de Bienestar o el rechazo de la ciencia moderna. Los
europeos en términos generales terminaron aceptando la liberalización sexual, altos
índices de divorcio y bajos índices de natalidad, aunque la homofobia es un problema
creciente en Europa del Este. No enlazaron sus preocupaciones culturales con el
neoliberalismo, como lo hicieron los norteamericanos. Tanto los europeos como los
norteamericanos insisten en estar comprometidos con las familias y los niños, por
ejemplo, pero como explicó el líder de los demócratas cristianos de Noruega Valgard
Haugland:
Hemos decidido que la crianza de un niño es un verdadero trabajo. Y que este
trabajo proveía valor a la sociedad entera. Y que la sociedad en su conjunto debería pagar
por este valioso servicio. Los norteamericanos hablan de valores familiares. Nosotros

130
Expresión despectiva usada por conservadores contrarios a la intervención estatal para describir al
Estado o a un gobierno considerados en exceso grandes y que se inmiscuyen inapropiadamente en ciertas
áreas de la política pública o del sector privado (también puede ser usado con relación a políticas
gubernamentales que regulen asuntos privados o personales). En los Estados Unidos se emplea también
para designar al gobierno federal acusado de querer controlar a las autoridades locales. [N. del T.]
123
hemos decidido hacer más que hablar: usamos nuestros ingresos fiscales para pagar por los
valores familiares.131

Las películas norteamericanas todavía dominan el mercado europeo; hay


restaurantes de McDonald’s de Madrid a Moscú, y Abercrombie & Fitch ha abierto una
tienda en los Champs Elysées en París. Desde 1989 los europeos orientales han tenido
acceso a todo, desde la comida rápida y la vestimenta a Playboy y programas de TV
norteamericanos. El consumo de masas se extendió en el Este como había ocurrido
antes en el Oeste, pero tomó formas nacionales características y ya no estuvo asociado
principalmente con los Estados Unidos. Desde luego hubo algunas protestas contra los
bienes norteamericanos. Por ejemplo, los agricultores franceses conducidos por José
Bové atacaron y desmantelaron un restaurante de McDonald’s, viéndolo como un
símbolo de los alimentos industrializados y la globalización de los cuales los Estados
Unidos aparecían como el principal responsable. La mayor parte de europeos, sin
embargo, consumían los bienes y la cultura americanos sin el miedo de perder su
identidad nacional que antes había obsesionado a tantos. Por una parte, los europeos
tenían confianza en su capacidad de escoger entre los productos americanos, usarlos de
modos distintos, y adjudicarles sentidos particulares. Por otra parte, los europeos
estaban enriqueciendo sus culturas, ampliando sus cocinas, y cambiando sus hábitos
musicales, de lectura y visión a partir de múltiples fuentes dentro de Europa, a través del
Atlántico, y en Medio Oriente, África y Asia. Como los norteamericanos durante la
mayor parte del siglo XX, los europeos ven al consumo cosmopolita como un modo de
enriquecer sus identidades sin destruir su esencia.132
Si bien los Estados Unidos son un destino turístico favorito para los europeos,
éstos tienen una visión diferenciada de la cultura norteamericana y son cada vez más
críticos de la política norteamericana. Una encuesta de la BBC de 2003 mostró que casi
las dos terceras partes de los entrevistados franceses, rusos y británicos describían a los
norteamericanos en sentido negativo como arrogantes, pero en sentido positivo como
libres. Los británicos y los franceses, pero no los rusos, veían favorablemente a la
música, la TV, las películas y los productos norteamericanos (alimentos aparte), aun si
131
T. E. Reid, The United States of Europe: The New Superpower and the End of American Supremacy,
Nueva York, Penguin, 2004, pp. 152–53.
132
www.bbc.co.uk/bbcfour/documentaries/profile/jose_bove.shtml. Emily S. Rosenberg, “Consumer
Capitalism and the End of the Cold War”, en Melvyn P. Leffler and Odd Arne Westad (eds.), The
Cambridge History of the Cold War, vol. III: Endings, Cambridge University Press, 2010, p. 490.
124
juzgaban a su propio país en general como más cultivado, como lo hicieron los europeos
a lo largo del siglo XX. Mientras que una mayoría de los norteamericanos elogiaba a la
familia tradicional, sólo el 15-20% de los europeos lo hacía. Si bien muchos europeos
disfrutan y aprueban los valores y bienes norteamericanos, sorprendentemente pocos –
sólo el 21% de los rusos, el 15% de los británicos y el 7% de los franceses – quería vivir
allí. (Sin embargo, el 96% de los norteamericanos asume que la mayor parte de quienes
no lo son desearían hacerlo).133
Los europeos ya no ven a Norteamérica como el modelo de la modernidad,
como lo hicieron en las décadas de la segunda posguerra. Un concepto amorfo pero
poderoso del americanismo y los más concretos procesos y productos de la
americanización ya no proporcionan los términos y parámetros con los cuales los
europeos debaten su propio futuro. Los norteamericanos ya no disfrutan más del nivel
sin par de consumo y prosperidad de los años 50 y 60; los hogares europeos han
adquirido hace mucho los mismos electrodomésticos y equipamiento. De hecho, en
partes de Europa éstos son de una calidad más alta y más amigables con el medio
ambiente, y muchos bienes europeos encuentran mercado en los Estados Unidos. La
política, la economía y la vida diaria son vistas en términos de una europeización real e
imaginada. La era de la hegemonía cultural norteamericana en Europa ha terminado.

¿Hacia el neoliberalismo?
A medida que Europa se hizo más integrada económicamente, más coordinada
políticamente y más autónoma culturalmente, ¿convergieron sin embargo las economías
nacionales y la Unión Europea en el modelo económico neoliberal impulsado tan
fuertemente por los Estados Unidos y el Reino Unido? Muchos insistieron en que la
autonomía europea y la americanización, ahora definida como globalización neoliberal,
podían, incluso debían, ir de la mano si Europa iba a crecer. Uno de los slogans
favoritos de Thatcher era “No hay alternativa” – a la liberalización de los mercados, a la
desregulación de la industria y las finanzas, a la privatización de las empresas estatales,
al gobierno reducido y a los presupuestos equilibrados. Los fundamentalistas del
mercado a ambos lados del Atlántico elogiaban los mercados libres, el comercio libre, y
la libre inversión y soñaban con convertir en mercancías no sólo a los bienes, servicios e

133
“What the World Thinks of America” encuesta realizada en mayo-junio de 2003,
http://news.bbc.co.uk/1/shared/spl/hi/porgrammes/wtwta/poll/html/default.stm.
125
instrumentos financieros sino a todo, desde la propiedad intelectual a las necesidades
básicas como el agua. Keynes fue desechado y Hayek abrazado por aquellos que
buscaban imponer el Consenso de Washington, tal como se llamaba a estas
prescripciones políticas, en la Europa Occidental socialdemócrata y el Este antes
comunista, así como en otras zonas del mundo. Los países a ambos lados del Atlántico
liberalizaron sus economías, pero en grados muy diferentes. Tanto las variedades
características del capitalismo europeo como el modelo social europeo han persistido,
aunque con modificaciones.
Los Estados Unidos continuaron abandonando lo que restaba de su producción
industrial en masa fordista, a excepción del reducido sector automotor, y externalizaron
la fabricación de vestimenta, zapatos, electrodomésticos, computadoras, etc. a Asia del
Este y del Sudeste, México, América Central y el Caribe. Aunque los países europeos se
retiraron del carbón, el hierro y el acero, han retenido más industrias. Italia del Norte,
por ejemplo, se volcó a las industrias en pequeña escala, caracterizadas por la
especialización flexible, mientras que Alemania retuvo su tradicional mezcla de
fabricación en serie y pequeñas y medianas empresas descentralizadas que utilizan
mano de obra calificada para producir bienes de calidad. Los que se desarrollaron más
tardíamente, como Finlandia, se hicieron líderes en industrias nuevas, como la telefonía
celular. La industria ha desempeñado un papel sobre todo prominente en Europa del
Este, ya que a partir de mediados de los años 90 las firmas de Europa Occidental
invirtieron con entusiasmo en la modernización de fábricas viejas o en la construcción
de otras nuevas a fin de producir una variedad de bienes de consumo duraderos, usando
trabajo calificado, pero comparativamente barato.134
Europa sí siguió el ejemplo de los Estados Unidos y eliminó todos los controles
en lo que concierne a los flujos de capital. El Acta Única Europea (AUE) puso las bases
para la creación para 1992 de un mercado de la Unión Europea totalmente integrado en
el cual el capital, así como los bienes y el trabajo, se movían sin impedimentos. Esta fue
una ruptura notoria en relación con las prácticas previas, que habían puesto límites a los
flujos de capital, y por ende a la fuga de capitales, con el fin de promover políticas
industriales y sociales específicas a escala nacional. Aunque la Unión Europea eliminó
muchas reglamentaciones sobre finanzas y comercio, los Estados Unidos permanecieron
como la economía más desregulada.

134
Berend, Europe since 1980, pp. 210–13.
126
El sector financiero europeo no se desarrolló en una escala comparable al de los
Estados Unidos, donde las finanzas y los bienes inmuebles dominaron la economía
después del cambio de siglo y los bancos y los fondos de cobertura desarrollaron
vehículos de inversión nuevos, más opacos, y de alto riesgo, como las obligaciones de
deudas garantizadas y los canjes de créditos en mora. Millones de préstamos
hipotecarios de alto riesgo abastecieron de combustible a un boom inmobiliario
norteamericano sin precedentes. Los europeos, a excepción de países como Islandia, se
movieron más tarde y más dubitativamente hacia estos nuevos productos financieros. Si
bien existieron booms inmobiliarios y más tarde bancarrotas en algunos de los países
europeos más neoliberales como Inglaterra, España e Irlanda, los mercados hipotecarios
en la mayor parte de Europa permanecieron más regulados, limitando así los préstamos
hipotecarios más arriesgados. La deuda hipotecaria como un porcentaje de PBI era del
70% en los Estados Unidos en los primeros cinco años del nuevo siglo, una cifra más
alta que en todos los países europeos excepto los Países Bajos y Dinamarca. Los
norteamericanos ahorraban menos y consumían más, a menudo endeudándose para
hacerlo. Si bien las tasas de ahorro europeas disminuyeron en Suecia, el Reino Unido e
Italia, esto no sucedió en Francia y Alemania, las dos economías europeas más grandes.
La deuda hogareña como porcentaje de ingresos disponibles en 2005 fue desde el 18%
en Polonia y 34% en Italia al 70% en Alemania y el 112% en España; en Estados
Unidos era el 132%.135
Los Estados Unidos, por mucho tiempo suspicaces respecto de las empresas
estatales de Europa Occidental, recomendaron una privatización masiva a partir de los
años 80. Aunque el gasto y la planificación anticíclicos habían sido más importantes que
las empresas nacionalizadas en el modelo económico europeo de la posguerra, Gran
Bretaña, Francia e Italia tenían importantes sectores estatales y en todas partes los
servicios y el transporte eran estatales. Esto cambió dramáticamente; solo en los años 90
los gobiernos europeos vendieron un valor de 400.000 millones de dólares en bancos,
fábricas y servicios. Thatcher abrió el camino cuando en los años 80 privatizó British
Airways, British Aerospace y British Telecom así como servicios, ferrocarriles y
alojamiento público. En 1985 rompió la huelga de los mineros y cerró muchas minas
nacionalizadas. El empleo del sector público se contrajo del 27.4% en 1981 al 18.1% en

135
Saskia Sassen, “The Return of Primitive Accumulation”, en George Lawson, Chris Armbruster &
Michael Cox (eds.), The Global 1989, Cambridge University Press, 2011, pp. 68 y 73.
127
2003. El gasto público, que había alcanzado el 45% del PBI en 1980, cayó debajo del
35% en 1990, sólo para elevarse otra vez a entre 35% y 40% durante las siguientes dos
décadas. Las empresas de servicios recién privatizadas no eran más rentables; los
beneficiarios principales fueron los nuevos dueños y los supervisores financieros de la
privatización, no los contribuyentes. Entre 1981 y 1983 el presidente francés Mitterrand
intentó resistir la tendencia neoliberal nacionalizando bancos y corporaciones,
duplicando así el tamaño del sector estatal, pero la fuga de capitales lo llevó a él y a sus
sucesores a invertir el curso y privatizar de nuevo tanto las empresas recién
nacionalizadas como aquellas estatizadas desde hacía mucho tiempo. Italia privatizó
ENI, la empresa petrolera estatal, así como la TV y la radio.136
Reaccionando contra los fracasos de socialismo, los europeos del Este abrazaron
la doctrina de la privatización con mucho más entusiasmo que los europeos
occidentales, pero la privatización efectiva de las economías comunistas demostró ser
difícil. Las firmas pequeñas podían ser entregadas a sus trabajadores con relativa
facilidad, pero era difícil encontrar compradores para las empresas grandes,
tecnológicamente anticuadas y que a menudo producían bienes que nadie quería
comprar. En muchos casos, los antiguos gerentes o antiguos altos oficiales del Partido o
del Estado tomaron las firmas grandes, “robando el Estado”, en palabras de un analista.
Checoslovaquia estableció un sistema de bonos con la intención de permitir a cada
ciudadano comprar acciones en las compañías privatizadas, pero resultó un escándalo, y
la mayor parte de las personas vendió sus bonos para obtener efectivo inmediato.
Polonia y Hungría favorecieron "la terapia de choque" de la privatización rápida que
recomendaban economistas norteamericanos como Jeffrey Sachs, pero pudieron
encontrar pocos compradores a principios de los años 90. Sólo en la Alemania
reunificada el gobierno vendió rápidamente industrias estatales y a precios de remate.
Algunos gobiernos, como el de Rumania, ni siquiera lo intentaron, y mantuvieron más
del 60% de las industrias en manos del Estado.137
En respuesta al crecimiento más lento, el creciente desempleo, la presión de los
negocios, las advertencias de los economistas neoliberales y la globalización, las

136
Jeffry A. Frieden, Global Capitalism: Its Fall and Rise in the Twentieth Century, Nueva York, Norton,
2006, p. 399.
www.ukpublicspending.co.uk/downchart_ukgs.php?year=1900_2010&state=UK&view=1&expand=&un
its=p&fy=20. Cf. Judt, Postwar, p. 541–43.
137
Steven L. Solnick, Stealing the State: Control and Collapse in Soviet Institutions, Cambridge, MA,
Harvard University Press, 1998. Cf. Judt, Postwar, p. 689.
128
economías europeas se movieron hacia una situación de más liberalismo. De todos
modos, no se desarrollaron economías de mercado totalmente liberales, y la fe en el
mercado como el árbitro último de todas las relaciones económicas, sociales, políticas y
personales no triunfó.

[…]

Competencia inconclusa
En vez de convergencia en el modelo neoliberal de los Estados Unidos, ha
habido competencia transatlántica entre variantes diferenciadas europeas y
norteamericanas del capitalismo y de las políticas sociales. Nadie, sin embargo, ha sido
capaz de recobrar la Edad de Oro de los años 50, los 60 y principios de los 70. Los
Estados Unidos no fueron capaces de restaurar su antigua hegemonía; los estados de
Europa Occidental no pudieron revivir el crecimiento y las tasas de empleo de la
recuperación de posguerra y la modernización; y las nuevas economías capitalistas de
Europa del Este no cumplieron con las enormes esperanzas depositadas en ellas. Tras la
crisis financiera de 2008, países a ambos lados del Atlántico afrontaban incrementos en
el déficit y la deuda pública. Se encontraban en un mundo multipolar, que ya no era
dominado por el Atlántico Norte.
Tomemos, por ejemplo, el crecimiento. La economía norteamericana creció
considerablemente más rápido que las europeas en los años 80, pero el crecimiento fue
casi nulo a principios de los 90, se aceleró hasta casi el 5% durante el boom de la
tecnología de la información, y se hundió otra vez durante el crack de 2001 antes de
recuperar un respetable 3% hacia 2005. Entre 1980 y 2000 el crecimiento real del PBI
per cápita promedió el 2.1% en los Estados Unidos a diferencia del 1.9% de los países
de Europa Occidental. Sin embargo, los Estados Unidos no superaron a todas las
economías europeas. Irlanda, España y Portugal, por ejemplo, crecieron sustancialmente
más rápido desde principios de los 90, y Suecia creció a tasas modestamente más altas
desde mediados de los 90. Europa del Este fue un caso especial ya que los intentos post
1989 de liberalización y privatización rápidas redujeron a la mitad la producción
industrial y al tercio el PBI; el desempleo se disparó y el nivel de vida disminuyó. A la
República Checa, Eslovenia, Hungría y Eslovaquia les tomó una década comenzar a
crecer otra vez, y aun más a los Balcanes, Rumania, Bulgaria y Rusia. En general, la
129
expansión económica norteamericana fue estable, aunque no espectacular, ya que el
boom de la alta tecnología que tantos europeos envidiaron fue contrapesado por la
declinación neta en las exportaciones. La historia de éxito dramático en estas décadas no
está en el mundo atlántico sino en China, cuya vasta economía creció en tasas de dos
dígitos desde finales de los 90.138
Los Estados Unidos ganaron terreno en el frente de la productividad. Para los
años 90 la productividad de Europa Occidental y del Norte había llegado al 80-90% de
Norteamérica, pero luego retrocedió al 65-75%. Algunos atribuyen las ganancias
norteamericanas principalmente al sector financiero y a los cambios en el comercio
minorista y mayorista, como el caso de Wal-Mart. Otros creen se debe a la más alta
inversión de los Estados Unidos en investigación y desarrollo en electrónica y espacio
aéreo, a menudo relacionados con la defensa. En contraste las empresas europeas se
concentraron más en microinvenciones y mejoras en las industrias química, de
maquinaria y textil. Muchos gobiernos europeos apoyaron a industrias enfermizas en los
años 80 y principios de los 90 antes de promover a empresas de alta tecnología e
investigación y desarrollo con subsidios y exenciones tributarias.139
El desempleo en los Estados Unidos era mayor que el de Europa durante los
años 70, pero para finales de los 90 el desempleo europeo iba del 7.3% en el Reino
Unido a más del 12% en Italia, mientras que era sólo del 5% en Norteamérica. A partir
de entonces, las tasas de los Estados Unidos permanecieron inferiores a las de Europa
Occidental y del Norte, pero sólo ligeramente. En Europa del Este, sin embargo, el
desempleo promedió el 12-20% a principios de los 90 y ha permanecido en el 10-13%
en Hungría, Polonia y Rusia desde entonces. En algunas áreas de los Balcanes, dos de
cada cinco trabajadores estaban desempleados. Tan perturbador como el número de los
desempleados en Europa era el hecho de que luego del cambio de siglo un gran número
de los desocupados (hasta un tercio en Francia y la mitad en Alemania) lo era a largo
plazo. Los analistas discrepan sobre si las inferiores tasas norteamericanas reflejaban un
modelo económico más robusto o resultaban de porcentajes muy altos de
encarcelamiento, que quitaban del mercado de trabajo a muchas de las personas con

138
Pontusson, Inequality and Prosperity, p. 5; Eichengreen, European Economy, pp. 319–20.
http://Data.worldbank.org/indicator/NY.GDP.MKTP.KD.ZG. Berend, Europe since 1980, pp. 197–99.
Glyn, Capitalism Unleashed, pp. 132–33.
139
Glyn, Capitalism Unleashed, pp. 78–79. Eichengreen, European Economy, pp. 257–61. Berend,
Europe since 1980, p. 169.
130
menor educación y habilidades. Algunos atribuyen las más altas tasas europeas a
beneficios sociales más generosos; otros, a la excesiva regulación que limitaba la
creación de empleo. En Alemania, la reunificación terminó con la posibilidad de empleo
para muchos en la antigua RDA.140
El Consenso de Washington predicaba las virtudes del gobierno restringido, la
deuda pública reducida y el fin del gasto deficitario, y sin embargo las deudas y los
déficits eran comunes a ambos lados del Atlántico, tanto entre países que respaldaban el
neoliberalismo como entre aquellos que lo resistían. La deuda pública de los Estados
Unidos se elevó constantemente como porcentaje de PBI desde alrededor del 40% a
mediados de los años 80 a más del 60% a mediados de los años 90 y permaneció allí, a
excepción de una breve caída hacia el final de la década. Para 2007 la deuda pública
promedió el 58% del PBI en la Unión Europea y el 66% en la Zona Euro, que estaba
ligeramente por encima del 60% prescripto por los criterios del Tratado de Maastricht.
Esto enmascaraba amplias variaciones nacionales: Francia y Alemania rondaban el
promedio, por ejemplo, mientras que Suecia e Irlanda estaban bien por debajo y Grecia
e Italia muy por encima. Hungría y Polonia tenían deudas sustanciales, pero no fue el
caso de muchos países de Europa del Este.141
Los presupuestos gubernamentales equilibrados eran una particular
preocupación de los Estados Unidos, pero rara vez un hecho consumado: Reagan generó
déficits sustanciales, como lo hicieron las presidencias de ambos Bush, y sólo Clinton
logró un superávit. Para 2007 el déficit anual era del 1% del PBI. Los déficits europeos
eran más altos que los de Estados Unidos en los años 80 y lo fueron otra vez a finales de
los 90, pero se mantuvieron más bajos en el período intermedio. La Zona Euro exigía
que los déficits no excediesen el 3% del PBI, pero hasta los países más prósperos y
estables como Alemania y Francia tenían dificultades para cumplir con ese criterio de
manera consistente. En 2007 el déficit promedio de la Unión Europea era del 0.8% del
PBI y para la Zona Euro del 0.6%. Mientras países como Suecia, los Países Bajos,
Finlandia, España, Irlanda y Dinamarca lograban un superávit, Alemania y Francia
tenían modestos déficits, y Grecia, Italia, Portugal, Hungría y Polonia unos más serios.
Si las crisis golpeaban, hasta los gobiernos más neoliberales intervenían para limitar el

140
Pontusson, Inequality and Prosperity, pp. 70 y 72. Berend, Europe since 1980, p. 198.
141
http://epp.eurostat.ec.europa.eu/cache/ITY_PUBLIC/. . ./2-22042010-BP-EN.PDF.
www.usgovernmentspending.com/federal_deficit_chart.html.
131
daño. Por ejemplo, cuando el fondo de cobertura Long Term Capital Management142
colapsó en 1998, la Reserva Federal norteamericana presionó a los bancos para sacarlo
de apuros; en el crack de 2001 se metió otra vez.
Y luego vino la crisis financiera de 2008, que comenzó en Estados Unidos con el
colapso del mercado de préstamos hipotecarios de alto riesgo, se extendió a los bancos y
corredores de bolsa norteamericanos, y luego se trasladó a Europa y a todo el mundo.
Fue seguido por una recesión norteamericana y europea. Para 2009 la deuda de los
Estados Unidos se había disparado al 80% del PBI y el déficit se había elevado al 10%.
En la Unión Europea los déficits promedio eran del 6% del PBI, y la deuda pública
entró en una espiral descontrolada en Irlanda, Islandia y Grecia. Para 2011 la economía
global estaba otra vez en peligro, y esta vez las crisis de deuda en la Zona Euro abrieron
el camino. El crecimiento permaneció estancado, el desempleo siguió escalando, y los
miedos de una década perdida abundaron a ambos lados del Atlántico.143
Como en los años 30 y en los 70, no hay acuerdo alguno sobre cómo manejar la
crisis. En 2008–9, Estados Unidos, Gran Bretaña y varios gobiernos continentales
salvaron a los bancos en una escala sin precedentes. Se habló mucho de una vuelta a
Keynes, pero a medida que los déficits y las deudas seguían creciendo, los políticos a
ambos lados del Atlántico comenzaron a prescribir la austeridad en los hogares y para
países como Grecia e Italia, que estaban en severos apuros financieros. En los Estados
Unidos, el Congreso se rehusó a aumentar los impuestos, a costear proyectos de
infraestructura, o a revivir programas de empleo como el CCC.144 En Europa se ha
hecho más para proteger los empleos, pero los países más prósperos como Alemania se
han mostrado poco dispuestos a considerar la emisión de Eurobonos que podrían
estabilizar a países débiles pero también incrementarían la interdependencia de los
estados en la Zona Euro. Los economistas, los políticos y los especialistas discutieron si
Grecia, y quizás España, Portugal e Italia, entrarían en default, y si el euro podría
sobrevivir.

142
Long-Term Capital Management L.P. (LTCM), fundado en 1994 por John Meriwether, fue un fondo
de inversión libre de carácter especulativo con sede en Connecticut, Estados Unidos. El principal fondo
de inversión libre de la entidad quebró a finales de los 90 pero fue rescatado por otras entidades
financieras bajo la supervisión de la Reserva Federal de Estados Unidos. El fondo cerró a comienzos de
2000. [N. del T.]
143
www.usgovernmentspending.com/federal_debt_chart.html.
144
El Civilian Conservation Corps (CCC) fue un programa de empleo dentro del Plan New Deal de F.
Roosvelt que funcionó entre 1933 y 1942. [Nota del T.]
132
Frente a crisis en aumento y la incertidumbre sobre remedios eficaces, es una
cuestión sin resolver si los estados europeos pueden defender sus políticas sociales. En
Gran Bretaña, el primer ministro David Cameron no tiene siquiera la intención de
intentarlo, y propone en cambio “la Gran Sociedad” en la cual los programas nacionales
han sido recortados y los individuos y las comunidades locales deben ser de alguna
manera facultados para ocuparse de sí mismos. En los Estados Unidos el asalto a los
programas sociales apunta contra Medicaid (seguro de enfermedad), Medicare
(asistencia médica), y la Seguridad Social, pero nada comparable está ocurriendo en el
continente. Como en los años 30, Europa y Norteamérica se han culpado una a la otra
por sus problemas económicos, cada una insistiendo en que la otra no estaba haciendo
lo suficiente o lo correcto. Desde la perspectiva de finales de 2011, el futuro es incierto
a ambos lados del Atlántico, y la prolongada crisis presente no los está acercando.

133

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