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si antes se ha producido la identificación del lector o espectador con algún personaje de la obra. (1949), de Simone de Beauvoir; The Troublesome Helpmate (1966), de Katharine M. Rogers;
Cuando esta identificación se produce, el lector o espectador llega a sentir lo que siente el per- Thinking ahora Women (1968), de Mary Ellmann; y Sexual Politics (1969), de Kate Millet.
sonaje, vive y sufre con él. Pero, en definitiva, sabe que es a otro, al personaje, a quien le su- Merece la pena detenerse en la última de estas obras, la de Millet, pues el impacto que cau-
ceden las cosas y, por tanto, su seguridad personal no resulta amenazada (Paraíso, 1995: 126). só su aparición la convierte en «madre y precursora de todos los trabajos posteriores de la
crítica feminista de la tradición angloamericana» (Moi, 1999: 38).
Millet utiliza ya el concepto de «patriarcado» (gobierno del padre) para describir «la
15. Crítica feminista causa de la opresión de las mujeres» (Selden, 1993: 156). Lo primero que hay que destacar
es que esta obra se enfrentaba a la posición dominante de la crítica literaria del momento,
En los años sesenta, surge el feminismo como una importante fuerza política en el mun- que era la representada por el New Criticism. Y se enfrentaba a esta tendencia sobre todo al
do occidental. Empiezan a formarse los primeros grupos de liberación de la mujer y, poco a defender que era absolutamente necesario atender a los contextos sociales y culturales para
poco, las reivindicaciones feministas entran en el ámbito de la teoría y de la crítica literarias. poder entender auténticamente una obra literaria. Sostenía esta necesidad para poder sacar a
Las dos corrientes principales de la crítica feminista son la anglo-americana y la francesa. En la luz las premisas subyacentes en la obra. En la base de esta defensa está sin duda la doc-
ambos casos queda claro que el objetivo principal de las teorías feministas ha sido siempre trina de Freud. Y es que, para algunos sectores de la crítica feminista, el psicoanálisis freu-
un objetivo político: «tratar de exponer las prácticas machistas para erradicarlas» (Moi, 1999: diano supone una base teórica importante. Aunque —también hay que decirlo— para otros
10). Se trata de defender a las mujeres contrarrestando la opresión machista que las somete. sectores las ideas de Freud resultan nefastas y ofensivas para la mujer. Sobre todo sus ideas
La lucha está orientada, pues, hacia un cambio político y social. Ésta es la máxima priori- acerca de la «envidia del pene» y el «complejo de castración». De todos modos, algunas fe-
dad, aunque luego la acción política se extienda al dominio de la cultura. Y ahí se advierte ministas creen que cuando Freud habla del pene o del falo en sus teorías lo hace con un sig-
el problema principal: saber combinar el compromiso político con una crítica literaria de ca- nificado simbólico, y no biológico: se refiere al poder (Selden, 1993: 167). Lo importante
lidad. El equilibrio, a veces no es fácil de mantener. ahora, en cualquier caso, es que Freud presenta al sujeto humano como una entidad comple-
Precisamente, el hecho de que, en el feminismo, el énfasis se haya puesto sobre todo ja formada por el consciente y el inconsciente. Así, la personalidad, el yo, es el resultado de
en cuestiones políticas ha provocado la frecuente identificación de las mujeres con otros gru- una multiplicidad de estructuras que se entrecruzan, pues desde el inconsciente, ciertos de-
pos oprimidos, como los negros o la clase obrera. Aunque ya Simone de Beauvoir corrigió seos, instintos, miedos, fobias, y también una serie de factores sociales (políticos e ideológi-
este error al recordar que «a diferencia de los negros, las mujeres no son una minoría y, a di- cos) ejercen presión sobre los pensamientos y las acciones del sujeto. Aplicada esta idea a la
ferencia del proletariado, no son un producto de la historia» (Selden, 1993: 157). De todos creación literaria, se entiende que la obra acusa todos estos influjos inconscientes que pesan
modos, lo cierto es que el rechazo de la representación del otro desde una centralidad que se sobre el autor y que, por tanto, a partir de un análisis pormenorizado del texto, esos influjos
presenta a sí misma como hegemónica y legítima, así las prácticas de dominación e imposi- pueden llegar a ser conocidos. Precisamente, Kate Millet rechazaba la jerarquía tradicional
ción ha hecho coincidir al feminismo con el postcolonialismo. que somete el lector al texto y reclama el derecho de los lectores a buscar significados es-
En las vertientes más radicales del feminismo se corre el riesgo, como ha advertido Ra- condidos en la obra, desafiando así a la autoridad del autor (Moi, 1999: 38). Su libro trata
man Selden, «de ir a parar, por un camino diferente, a la misma posición que la ocupada por de demostrar cómo en la vida cultural se desarrolla un proceso de política sexual en el que
los machistas» (1993: 154-155). Y ese mismo riesgo se corre cuando se insiste continua- «el sexo dominante trata de mantener y ejercer su poder sobre el sexo débil» (Moi, 1999: 39-
mente en que sólo una mujer puede hablar de mujeres y, por tanto, escribir sobre ellas. En 40). Se centra así en textos escritos por hombres que presumen de su supremacía sexual y la
cualquier caso, es evidente que el convencimiento de que existen profundas diferencias en- defienden. No será éste el camino que seguirá después la crítica feminista de los años seten-
tre hombres y mujeres en la manera de pensar y de sentir ha sido determinante para el desa- ta y ochenta, que preferirá centrarse en obras literarias escritas por mujeres.
rrollo de gran parte de la crítica feminista. El estudio de la representación de las diferencias Varias feministas, como es el caso de Mary Ellmann, se empeñan en demostrar que,
entre hombre y mujer en la literatura escrita por mujeres recibe el nombre de «ginocrítica». aunque ya no vivimos en una época donde viejos estereotipos como el de que el hombre es
Pero no todo se reduce a esto, pues según Julia Kristeva, existen tres posiciones fundamen- fuerte y activo y la mujer débil y pasiva, estas ideas siguen influyendo en muchos aspectos
tales dentro del feminismo (en Moi, 1999: 26): feminismo liberal (busca la igualdad de de la vida humana, incluidas las actividades intelectuales. Así, por ejemplo, se piensa a me-
derechos entre hombres y mujeres), feminismo radical (pone todo el énfasis en la diferencia nudo que los hombres escriben en un estilo autoritario, mientras que a las mujeres se les deja
entre hombres y mujeres para acabar exaltando la feminidad) y negación de la dicoto- el lenguaje de la sensibilidad.
mía masculino/femenino como oposición entre dos entidades rivales. Una de las vertientes más fértiles de la crítica literaria feminista es la denominada
De todos modos, las teorías feministas que parecen estar más bien encaminadas son «imágenes de la mujer», que surge de una obra colectiva aparecida en 1972: Images of Wo-
aquellas que suponen, para decirlo con Celia Amorós, una «apelación al buen sentido de la men in Fiction: Feminist Perspectives. Todos los ensayos que configuran esta obra vincu-
humanidad» (1997: 377). lan directamente la literatura a la vida con la idea de que se produzca un enriquecimiento
personal en el lector. Es decir, se concibe la lectura como un acto de comunicación entre
el autor y el lector. Y se considera que para que esta comunicación sea realmente eficaz es
15.1. CRÍTICA FEMINISTA ANGLOAMERICANA preciso conocer el mayor número posible de datos sobre la vida del escritor. Esta idea se
extendía al ámbito de la crítica literaria y se consideraba indispensable tener información
Ciertas obras se han convertido en textos clásicos dentro de la crítica feminista, entre sobre el crítico para poder saber desde qué posición hablaba. Y es que, como dice la no-
las que sin duda destacan: Una habitación propia (1927), de Virginia Woolf; El segundo sexo ruega Toril Moi, «uno de los principios básicos de la crítica feminista es que un análisis
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no puede ser nunca neutral» (1999: 10). Es decir, para las teorías feministas, todo crítico
tiene que ser honesto y asumir la responsabilidad de indicar claramente a los lectores cuál do propia de las mujeres. Valdrá la pena detenerse al menos en una de estas obras,
woman in the Attic The Mad-
es su posición respecto de lo que va a decir. Y es que un presupuesto básico de la crítica (La loca del desván), para conocer más de cerca la orientación seguida
feminista es que ninguna crítica es imparcial porque se habla siempre «desde una posición por esta tendencia que acabaría imponiéndose en la crítica feminista.
conformada por factores culturales, sociales, políticos y personales» (Moi, 1999: 55). Así, Sandra M. Gilbert y Susan Gubar llevan a cabo un minucioso estudio sobre las princi-
resulta necesario que el crítico ofrezca información sobre su vida para dejar bien clara su pales escritoras del siglo xix: Jane Austen, Mary Shelley, las hermanas Briinte (Charlotte y
posición. En este punto, las críticas feministas olvidan un presupuesto básico de la teoría Emily), George Elliot, Elisabeth Barret Browning, Christina Rossetti y Emily Dickinson. El
hermenéutica: nadie puede dar cuenta plenamente de su «horizonte de entendimiento» por- objetivo último perseguido es la elaboración de una teoría sobre la creatividad literaria fe-
que siempre habrá algunos prejuicios, algunas ideas básicas preconcebidas que escapen a menina. Empiezan recordando una situación clave para entender sus argumentos:
su control. Estos prejuicios inconscientes condicionan la interpretación. Y no hay manera
de controlarlos porque, como demostró el psicoanálisis, las motivaciones más fuertes de Así pues, en la cultura patriarcal occidental, el autor del texto es un padre, un progeni-
tor, un procreador, un patriarca estético cuya pluma es un instrumento de poder generativo
nuestra psique suelen ser aquellas que más rigurosamente han sido reprimidas. De modo
igual que su pene. Más aún, el poder de su pluma, como el poder de su pene, no es sólo la ca-
que los prejuicios que pueden ser formulados de manera consciente, muy probablemente pacidad para generar vida, sino el poder de crear una posteridad a la cual reclama su derecho
sean los menos determinantes. [...] (Gilbert/Gubar, 1998: 21).
Como advierte Jonathan Culler, «leer como una mujer es evitar leer como un hom-
bre, identificar las defensas y distorsiones específicas de las lecturas masculinas y pro- Ante esta situación, Sandra Gilbert y Susan Gubar se preguntan:
veer correctivos» (1992: 53). Precisamente los ensayos de Images of Women in Fiction estu-
dian la imagen de la mujer en la literatura desde el presupuesto básico de que esa imagen Porque ¿qué pasa si ese Autor cósmico orgullosamente masculino es el único modelo le-
es una distorsión de la realidad. Se piensa que la literatura sólo ha ofrecido imágenes fal- gítimo para todos los autores terrenales? O, peor aún, ¿qué pasa si el poder generativo mas-
sas de la mujer y que debería ofrecer una imagen real, centrándose en las preocupaciones culino no es sólo el único poder legítimo, sino el único poder que existe? (1998: 22).
reales de las mujeres y en sus comportamientos reales porque sólo así se consigue que la
literatura sirva para la vida enriqueciendo a los lectores. Esta defensa del realismo que lle- Y ellas mismas ofrecen la respuesta: lo que ocurre es que esta situación produce «una
va a cabo la crítica feminista angloamericana de principios de los setenta entra en franca enorme ansiedad en generaciones de mujeres que fueron lo bastante presuntuosas»
como para
colisión con las tendencias experimentadoras, preocupadas mucho más por los aspectos atreverse a «probar la pluma» (1998: 22). En definitiva, Gilbert y Gubar demuestran cómo
formales que por ofrecer un contenido que refleje la realidad. De ahí que las feministas se la ideología machista dominante en el siglo xIx concibe la creatividad artística como una cua-
mostraran hostiles frente a toda manifestación literaria de carácter no realista. Pero a la vez lidad específicamente masculina y llaman la atención entonces sobre las dificultades que en-
caían en una contradicción. Pues, por una parte, defendían un realismo a ultranza y, por cuentran las mujeres que quieren escribir en esas circunstancias. Son mujeres que tienen que
otra, postulaban la representación de papeles femeninos ejemplares, mujeres fuertes, im- conformarse con las imágenes de la feminidad creadas por los hombres porque a ellas se les
presionantes. Este último aspecto chocaba con el principio de autenticidad, ya que era ob- niega el derecho a crear sus propias imágenes. Escriben las autoras de
La loca del desván:
vio que había mujeres débiles que dependían por completo de sus maridos y se sometían
totalmente a ellos. Puesto que tanto el patriarcado como sus textos subordinan y aprisionan a las mujeres,
Es fácil criticar hoy este tipo de crítica feminista del movimiento «Images of Women», antes incluso de que puedan probar esa pluma de la que se las aparta con tanto rigor, deben
pero hay que saber reconocerle también su mérito, como hace Toril Moi: escaparse de esos mismos textos masculinos que, al definirlas como «Ceros», les niegan la au-
tonomía para formular alternativas a la autoridad que las ha aprisionado e impedido probar la
pluma (1998: 28).
Para una generación educada en el discurso esteticista y ahistórico de la Nueva Crítica,
la insistencia de las feministas en la naturaleza política de cualquier discurso crítico, y su de- Desde la donna angelicata de los stilnovistas
seo de que se tomen en cuenta los factores históricos y sociológicos, ha debido parecer tanto hasta la Margarita de Goethe y la mujer
innovador como excitante; en gran medida, éstas son las cualidades que las críticas feministas «ángel de la casa» de las novelas del XVIII y del xIx, la mujer ideal es vista como una cria-
actuales se esfuerzan en conservar (1999: 60). tura pasiva y dócil, sin una fuerte personalidad. Una criatura que —especialmente en el caso
de la figura victoriana del ángel de la casa— no busca complacerse a sí misma, sino com-
El modelo de crítica «Imágenes de la mujer», que se centraba en el estudio de estereo- placer a los demás y, sobre todo, a su marido. «Ya se convierta en un objeto de arte o en una
tipos femeninos en obras de autores masculinos, fue perdiendo fuerza y hacia 1975 la críti- santa —dicen Gilbert y Gubar— es la entrega de su yo —de su comodidad personal, sus de-
ca feminista empezó a centrarse en obras escritas por mujeres. Estas obras eran vistas como seos personales o ambos— el acto clave de la bella mujer-ángel, mientras que es precisa-
un grupo aparte. De hecho, ésta fue la tendencia dominante dentro de la crítica feminista an- mente este sacrificio el que la condena a la muerte y al cielo. Porque ser abnegada no es sólo
gloamericana. A finales de los setenta aparecieron tres importantes estudios ya dentro de esta ser noble, es estar muerta» (1998: 40). Así, la mujer-ángel «lleva una existencia póstuma en
línea investigadora: Literary Women (1976), de Ellen Moers; A Literature of Their Own su propia vida» (Gilbert/Gubar, 1998: 40). Gilbert y Gubar señalan cómo además de estas
(1977), de Elaine Showalter; y The Madwoman in the Attic (1979), de Sandra Gilbert y Su- mujeres ángeles existen las mujeres monstruo: aquellas que —como Salomé, Dalila, Medu-
san Gubar. Estas tres obras se han convertido en verdaderos clásicos dentro de la crítica fe- sa— quieren tener su propia personalidad y consiguen seducir a los hombres y robarles su
minista. En ellas queda claro que es la sociedad, y no la biología (como pensaban las segui- energía creadora. Estas mujeres decididas, agresivas incluso, resultan para el hombre mon-
doras del modelo «Images of Women»), lo que conforma una percepción literaria del mun- truosas precisamente por no ser femeninas (Gilbert/Gubar, 1998: 43). Y la literatura satírica
del siglo XVIII se sirve con frecuencia del monstruo femenino y deviene literatura claramen-
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te misógina. La influencia que tuvo esta imagen de la mujer monstruo en la sociedad expli- cluso que tenían que disculparse por atreverse a tomar la pluma. Y las que no se disculpa-
ca, según Gilbert y Gubar, «por qué tantas mujeres reales han expresado aversión (o al me- ban eran automáticamente consideradas locas, o monstruos. Raras, en cualquier caso.
nos ansiedad) durante tanto tiempo hacia sus cuerpos inexorablemente femeninos» (1998: Algunas de estas escritoras — siguen diciendo las autoras de La loca del desván— in-
49). Así lo argumentan estas autoras: tentaron resolver el problema literario que les suponía ser mujeres «presentándose como
hombres», y aunque «la capa de la masculinidad era sin duda un refugio práctico para los
La «muerte» de una misma para convertirse en un objeto de arte: los recortes y acicala- dobles bretes claustrofóbicos de la femineidad», lo cierto es que «disfrazada de hombre, una
mientos, la locura del espejo y la preocupación por los olores y el envejecimiento, con el ca- escritora podía apartarse de los temas menores y las vidas menores que habían limitado a sus
bello que invariablemente es demasiado rizado o lacio, con los cuerpos demasiado delgados o antecesoras» (1998: 79). Pues está claro que las mujeres sólo podían escribir géneros meno-
gruesos, todo ello atestigua los esfuerzos que las mujeres tienen que realizar, no sólo para tra- res como libros para niños, cartas o diarios, y esta limitación tenía que ser superada de al-
tar de ser ángeles, sino para tratar de no convertirse en monstruos femeninos (1998: 49). gún modo. Algunas escritoras del siglo xix consiguieron superarla y tratar en grandes nove-
las «experiencias femeninas centrales desde una perspectiva específicamente femenina» (Gil-
Por una parte, pues, está la idealización masculina de la mujer, y, por otra, el miedo del bert/Gubar, 1998: 86). Y lo hicieron disfrazando sus sueños, diciendo su verdad, pero
hombre a la feminidad. El ángel y el monstruo. Esta dualidad aparece enfrentada en el cuen- disimuladamente, de soslayo. Así lograban aliviar su ansiedad. En definitiva, estas escritoras
to de Grimm «La pequeña Blancanieves», donde encontramos —y hay que recordar que psi- se caracterizan, siempre según Gilbert y Gubar, por ser capaces de revisar, desde dentro, la
coanalistas como Freud y Jung observaron que «los mitos y los cuentos de hadas suelen ex- imagen de la mujer que los autores masculinos han forjado. Es decir, por revisar y recons-
presar e imponer los axiomas de la cultura con mayor precisión que los textos literarios» (Gil- truir la polaridad ángel-monstruo. Y por hacerlo oponiéndose y adaptándose simultáneamen-
bert/Guber, 1998: 51)— a una hermosa joven, pálida, buena, dulce, ingenua, frente a una te a los modelos literarios machistas. Aceptando primero la imagen del espejo literario mas-
malvada bruja. El ángel frente al monstruo. La dualidad que resume la imagen femenina que culino y tratando luego de trascender esa imagen a través de la creación, en sus obras, de
ha quedado arraigada en la tradición artística. Mirándose «en el espejo del texto literario ins- personajes femeninos con los que se identifican y en quienes proyectan su rabia y su ansie-
crito por los hombres» —afirman Gilbert y Gubar—, la mujer vería al principio una especie dad. Personajes «que representan su furia creadora encubierta», personajes «apasionados e
de «máscara» que ocultaba la realidad pero, con el tiempo, terminaría viendo «a una prisio- incluso melodramáticos que representan los impulsos subversivos que sin remedio siente toda
nera enfurecida: ella misma» (1998: 30). Y las escritoras del siglo xtx que estudian Gilbert mujer cuando contempla los males profundamente arraigados del patriarcado» (Gilbert/Gu-
y Gubar se encontraron en la difícil situación de atreverse a tomar la pluma, es decir, a con- bar, 1998: 91). Personajes como la loca, dobles oscuros de sí mismas que se adecuaban a la
vertirse en autores, arriesgándose así a ser consideradas mujeres que se apartaban, equivo- imagen del monstruo femenino que la literatura hecha por hombres había divulgado, pero
cándose, de su modo natural de ser, mujeres sexuadas «contra toda lógica», o sea: monstruos que, a la vez, suponían una revisión de esa imagen, pues la identificación de la autora con el
femeninos (Gilbert/Gubar, 1998: 49). Monstruos femeninos que no contaban con referentes personaje cambiaba ya radicalmente el significado de ese arquetipo literario. Como dicen Gil-
que los orientaran o a los que enfrentarse en la tradición literaria, que no tenían modelos ni bert y Gubar: «Todas las literatas de los siglos xix y xx que evocan al monstruo femenino
precursores porque éstos pertenecían todos a la «autoridad literaria patriarcal». Esta difícil si- en sus novelas y poemas alteran su significado en virtud de su identificación con él» (1998:
tuación explica claramente por qué su literatura tenía que ser distinta a la hecha por los hom- 93). De modo que la figura de la loca es una especie de estrategia literaria utilizada por las
bres, la única que la tradición les brindaba como modelo. Así destacan Gilbert y Gubar esta escritoras para simular no apartarse del orden machista dominante y poder reivindicar así,
clara conexión: desde dentro mismo de ese orden, un cambio radical. Gilbert y Gubar resumen con claridad
esta situación:
Así pues, la soledad de la artista, sus sentimientos de enajenación de los predecesores
masculinos, emparejada con su necesidad de precursoras y sucesoras hermanadas, su sentido Por supuesto, al proyectar sus impulsos rebeldes, no en sus heroínas, sino en mujeres lo-
urgente de necesitar un público femenino, junto con su miedo al antagonismo de los lectores cas o monstruosas (que son castigadas como les corresponde en el curso de la novela o poe-
masculinos, su timidez condicionada por la cultura ante la autodramatización, su temor a la ma), las autoras dramatizan su propia división, su deseo tanto de aceptar las censuras de la so-
autoridad patriarcal del arte, su ansiedad ante la impropiedad de la invención femenina, todos ciedad patriarcal como de rechazarlas. Sin embargo, lo que significa es que, en la literatura es-
estos fenómenos de «inferiorización» marcan la lucha de la escritora por la autodefinición y crita por mujeres, la loca no es simplemente, como podría serlo en la literatura masculina, una
diferencian sus esfuerzos de creación propia de los de su igual masculino (1998: 64). antagonista o enemiga de la heroína. Más bien suele ser en cierto modo la doble de la autora,
una imagen de su ansiedad y furia. En efecto, mucha de la poesía y novela escrita por muje-
Según Gilbert y Gubar, la socialización patriarcal causa en las mujeres varias enferme- res invoca a esta criatura loca para que las autoras puedan aceptar sus sentimientos inequívo-
dades porque «ser entrenada en la renuncia es casi por necesidad ser entrenada para una mala camente femeninos de fragmentación, su agudo sentimiento de las discrepancias existentes en-
salud, ya que el primer y más grande impulso del animal humano es su propia superviven- tre lo que son y lo que se supone que han de ser (1998: 92).
cia, placer, afirmación» (1998: 68). Basta pensar en la histeria, la anorexia, la agorafobia,
etc., enfermedades debidas a desórdenes nerviosos y consideradas enfermedades femeninas. Se entiende, pues, que tras la corteza de esas obras, tras la superficie se ocultan signi-
A lo largo del siglo xix, las mujeres de clase alta o de clase media-alta pasaron a ser vistas ficados más profundos que tienen un sentido revolucionario. Así lo constatan Gilbert y Gu-
por esencia como seres frágiles, enfermizos. Ellas mismas deseaban dar esa imagen y por eso bar al asegurar que estas escritoras «produjeron obras literarias cuyas concepciones superfi-
ceñían su cuerpo con apretados corsés o bebían vinagre. Era una moda que claramente que- ciales ocultan u oscurecen niveles de significado más profundos, menos accesibles (y menos
da reflejada en la literatura de la época. Y las escritoras mismas podían ser consideradas en- aceptados por la sociedad)», es decir, «cumplieron la difícil tarea de lograr una autoridad li-
fermas de un complejo de inferioridad con respecto a sus homólogos masculinos. Sentían in- teraria verdaderamente femenina adaptándose a las normas literarias patriarcales y trastocán-
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to como sujetos, sino que se identifiquen con la proyección que en ellas hacen de sus deseos
dolas a la vez» (1998: 87). Con esta estrategia antimachista invitaban a descubrir la verdad: como si fueran el Otro, la conciencia inesencial (1997: 383).
cómo eran las mujeres, qué sentían en realidad. Aunque hay que tener en cuenta —y así lo
destacan Gilbert y Gubar— que «esconderse tras la fachada del arte, incluso para un proce- De la revuelta estudiantil del Mayo del 68 en París surgió un nuevo feminismo francés
so tan crucial como para desaprender a no hablar, sigue siendo estar escondida, estar re- que creció en un ambiente intelectual muy politizado. En este nuevo feminismo influyeron
cluida: ser secreta es ser convertida en secreto» (1998: 96). De ahí que las imágenes de notoriamente las ideas marxistas y también el psicoanálisis, que fue visto como «una teoría
reclusión y huida sean tan frecuentes en la literatura de las escritoras del siglo xIx. Y es que, emancipadora sobre lo personal y un camino para la exploración del subconsciente, ambos
de hecho, la mayoría de mujeres de la época «eran en cierto sentido prisioneras de las ca- de vital importancia para el análisis de la opresión de la mujer en la sociedad machista» (Moi,
sas de los hombres» (1998: 97). Se entiende así que la ansiedad por los espacios limitados 1999: 106). A diferencia del feminismo angloamericano, el francés presenta un considerable
sea un motivo frecuente en la literatura escrita por mujeres, y que los encarcelamientos y hui- carácter intelectual, pues está imbuido de filosofía europea (Marx, Nietzsche, Heidegger, De-
das sean dominantes (Gilbert/Guber, 1998: 99). También aparecen estos motivos en la lite- rrida, Lacan). Esto ha supuesto alguna dificultad para su divulgación, puesto que se requie-
ratura escrita por hombres pero, según Gilbert y Gubar, el sentido es notoriamente distinto: re una cierta preparación para poder seguir el hilo de las reflexiones desarrolladas. Pero,
los escritores utilizan unas imágenes tradicionales y con fines puramente estéticos o, como como señala Toril Moi, una vez que se consigue entender bien estos trabajos se comprende
mucho, también filosóficos, mientras que las escritoras reflejan las condiciones reales de su en seguida que «la teoría francesa ha contribuido enormemente al debate feminista sobre la
vida (Gilbert/Gubar, 1998: 100). naturaleza de la opresión de la mujer, la elaboración de la diferencia sexual y la especifici-
Este tipo de crítica defendido por Sandra Gilbert y Susan Gubar resulta —como ha de- dad de las relaciones de la mujer con el lenguaje y la literatura» (1999: 106).
nunciado Moril Toi— algo reduccionista porque convierte todo texto escrito por una mujer En general, puede decirse que el feminismo francés posterior a Simone de Beauvoir
en un texto feminista, pues siempre se consigue encontrar —forzando la interpretación— al- —que sigue siendo considerada la madre de las feministas en Francia— no busca la igual-
gún elemento susceptible de ser visto como símbolo contra la opresión machista (1999: 72). dad entre hombres y mujeres, sino que se interesa más por la cuestión de la diferencia. Más
Por otra parte —y Moril Toi lo ha destacado también— no queda explicada en el libro de exactamente: por la especificidad de la mujer.
Gubar y Gilbert una cuestión fundamental: cómo es posible que algunas mujeres pudieran
desarrollar una conciencia feminista en un siglo xix dominado completamente por una ideo-
logía machista que lo impregnaba todo (Moi, 1999: 74). Una respuesta coherente —pero la 16. Teoría Empírica y Teoría de los Polisistemas
da Moril Toi, y no Gubar y Gilbert— es que el creciente interés de la burguesía del siglo xix
por un humanismo liberal como ideología básica hizo que los derechos del individuo fueran HACIA UNA NUEVA ORIENTACIÓN EN LOS ESTUDIOS LITERARIOS
16.1.
cada vez más respetados y, así, cada vez era más difícil argumentar en contra de los intere-
ses de la mujer (Moi, 1999: 75). En la década de 1970, tras un completo dominio del Estructuralismo en el ámbito de
los estudios literarios, empiezan a manifestarse nuevas tendencias que, como señala Montse-
rrat Iglesias Santos, «sustituyen la prioridad y la prevalencia del texto por la noción de sis-
15.2. TEORÍA FEMINISTA FRANCESA tema, concibiendo la literatura como medio de comunicación e institución social» (1994:
309). Durante los años noventa, estas tendencias, de orientación fundamentalmente pragmá-
En 1949 aparece el libro de Simone de Beauvoir El segundo sexo, en el que, como se- tica, se han ido consolidado hasta convertirse en una de las líneas de investigación más fre-
ñala Raman Selden, se concentran «las cuestiones fundamentales del feminismo moderno» cuentadas y con mayores posibilidades. Son en realidad varias las corrientes que suelen agru-
(1993: 153). En realidad, la autora se declara, más que feminista, socialista. Estaba conven- parse bajo el marbete común de «teorías sistémicas» y a veces, como señala José Lambert,
cida de que el socialismo terminaría con la opresión de la mujer. Años después, sin embar- «se ignoran entre sí» (1999: 53), pero destacan sobre todo la denominada Teoría Empírica de
go, se declaraba ya abiertamente feminista y pasaba a formar parte del Movimiento para la la Literatura (Empirische Literaturwissenschaft) y la Teoría de los Polisistemas (Polysystem
Liberación de la Mujer. En realidad, Simone de Beauvoir siempre fue una de las mayores
Theory). En el primer caso, la figura más relevante es Siegfried J. Schmidt, y en el segundo
teóricas del feminismo. Decía que la feminidad es un factor cultural, que no se nace mujer, Itamar Even-Zohar. No existe ningún contacto entre estas dos corrientes, pero tienen en co-
sino que se llega a serlo. Es decir, es la opresión machista la que impone ciertos modelos so- mún el hecho de ser las dos aproximaciones a los estudios literarios que más pormenoriza-
ciales de feminidad y trata de convencer de que sólo esos son los modelos naturales. Lo que damente han desarrollado la noción de sistema literario. Ambas conciben la literatura «como
implica, claro, que la mujer que no se adapte a ellos no es femenina, no es natural. Por eso un sistema socio-cultural y un fenómeno de carácter comunicativo que se define de manera
Simone de Beauvoir rechazó toda noción de naturaleza o esencia de la mujer. Y sin duda funcional, es decir, a través de las relaciones establecidas entre los factores interdependien-
acusaron su influjo quienes, como Kate Millet, establecen la distinción (basada en la socio- tes que conforman el sistema» (Iglesias Santos, 1994: 310). Su preocupación principal con-
género —que es una
logía) entre el sexo —que «se determina de modo biológico» — y el siste en describir y explicar cómo funcionan los textos literarios en la sociedad, en situacio-
«noción psicológica que se refiere a la identidad sexual adquirida culturalmente» — (Selden,
nes reales. De modo que se encuentran en las antípodas de las concepciones idealistas y
1993: 156). atemporales de la literatura. De hecho, no se centran en el análisis de obras consideradas ca-
Con estas palabras resume Celia Amorós la reconstrucción que hace Simone de Beau- nónicas, sino que se preocupan de dar cuenta de las condiciones de producción, distribución,
voir de la condición femenina: consumo e institucionalización de los fenómenos literarios. En este sentido, se acercan a ten-
dencias como el New Historicism y los Cultural Studies, del ámbito anglosajón, que anali-
[...] por encima de variaciones históricas a las que no deja de dedicar su atención, las mujeres
zan la literatura como una actividad socio-cultural. Aunque en el caso de los Estudios Cul-
comparten una situación común: los varones les imponen que no asuman su existencia in rec-

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