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sino que conjuga la realidad completa de lo humanum y lo divinum. Es por eso que, su
humanismo no recae en aquella falsa antinomia sartreana: si Dios no existe entonces el hombre
está condenado a ser libre; ni en aquella de índole pasca liana: el problema de Dios escapa de la
esfera de la reflexión filosófica para caer en el mundo de lo irracional, del sentimiento y de la fe.
Por el contrario, en el humanismo americano Orrego evita caer en los bancos de arena de la
rivalidad entre Dios y el hombre, para colocar la cuestión en una nueva forma: Dios y el hombre
son, de cierta forma, sujetos contrarios que postulan un reconocimiento recíproco.
Para Orrego, nuestra trayectoria histórica, en que se degradan los productos culturales del pasado
para la preparación de una nueva cultura, no sólo nos encamina a constituirnos en un pueblo
continente con el imperativo de formar un estado continente, sino fundamentalmente, a marchar
hacia un humanismo americano por medio de la fusión de estirpes antagónicas, entre el blanco
europeo, el negro africano y el indio americano. Fusión capaz de resolver la encrucijada de la crisis
Elementos del proceso continental
Los capítulos primero y segundo se ocupan de los elementos del proceso histórico
continental; y en ella encuentra a la generación precursora del nuevo destino americano y la
“teoría del espectro antropológico”: se encarga de estudiar la realidad del ser humano a través de
un enfoque holístico. El término tiene origen en el idioma griego y proviene
de anthropos (“hombre” o “humano”) y logos(“conocimiento”).
La conquista trajo factores integracionistas (lengua, raza, historia y credo) pero en lo sustantivo
siempre fue una ínsula. La independencia si bien se consumó bajo la advocación del
enciclopedismo, sin embargo, acaba afirmando un feudalismo despótico y oligárquico, por ello no
fue simple reflejo de acontecimientos europeos. Fue Bolívar, escribe, el que rescató el sentimiento
de unidad hemisférica pero el resultado inmediato fue la traición. Tras la primera guerra mundial
se opera en la conciencia americana el reencuentro de sí misma. Nuestra democracia debe
resultar de la propia realidad intrahistórica, y por ello no es una cuestión de hábito, como sostiene
Tocqueville, sino de ejercicio popular y político. La realidad intrahistórica fundamental de nuestra
América es que constituye un pueblo continente, que debe alcanzar el nivel de un Estado
continente como resultado de la formación de los grandes Estados mundiales.