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Marco Kunz (Ed.

Catátstrofe y violencia
Acontecimiento histórico,
ft política y productividad cultural
en el mundo hispánico

Ltr


¿Hacia un mercado de la memoria sobre México?
Narcoturismo, narcocrónica, narconovela

Brigitte Adriaensen
Radboud University Nijmegen

En el 2002, el sociólogo chileno Martín Hopenhayn publicó un artículo


titulado «Drogas y violencia: fantasmas de la nueva metrópoli latino-
americana», donde criticó la obsesión con la droga y la violencia en los
estudios sociológicos. Desde su perspectiva, la violencia se había trans-
formado en una obsesión permanente, en una especie de fantasma sobre
el cual cada quien proyectaba sus propios miedos. Después de la caída
de los regímenes dictatoriales en el Cono Sur, y después de las guerras
civiles en Centroamérica, Hopenhayn observa que “ante la ausencia del
fantasma del comunismo o de la revolución, los miedos de la gente se
encarnan en los nuevos elementos que minan la sensación de seguridad
y control” (Hopenhayn 2002: 70), entre los cuales estarían la droga y la
delincuencia como elementos principales. Según la perspectiva de Ho-
penhayn, los medios de comunicación participan activamente en con-
vertir este fantasma de la violencia en un espectáculo, por lo cual se ve
reforzado indirectamente el mismo miedo a la violencia, a la inseguri-
dad y al conciudadano. En una especie de círculo vicioso, el espectáculo
mediático –así como las industrias culturales– incrementan la sensación
de vulnerabilidad y fragilidad entre la población, lo cual se ve reflejado
en los tiempos de oro que viven actualmente compañías de vigilancia,
cercos eléctricos, chaquetas antibalas, puertas blindadas, etc.
Al nivel de la productividad cultural, el crítico mexicano Ignacio Sán-
chez Prado parte del mismo presupuesto sobre el papel perverso del es-
pectáculo de la violencia, para criticar cómo el cine latinoamericano
pone en escena la violencia como trademark de lo latinoamericano. En su
artículo «Amores perros: violencia exótica y miedo neoliberal» (Sánchez
Prado 2005), sostiene incluso que el exotismo de la violencia sería el nue-
vo paradigma exportador de la cultura latinoamericana, después de que
el realismo mágico de autores como Gabriel García Márquez e Isabel
Allende había sido agotado.
Es inevitable subrayar que hoy en día, más de una década después, los
comentarios sobre el carácter básicamente fantasmagórico y distorsiona-
do de la percepción de la violencia necesitan también de un apunte crí-
tico. En efecto, aparte del espectáculo mediático que, sin lugar a dudas,
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se ha montado en los últimos años, en particular bajo el gobierno de Cal-


derón, se maneja actualmente la cifra aproximada de 120.000 muertos y
27.000 desaparecidos en México. Entonces, lo fantasmagórico de la situa-
ción mexicana vuelve a cobrar un nuevo sentido perverso, dado que no
sólo se trata de una proyección de los miedos ante la violencia por parte
de los ciudadanos de la clase media, sino también de una realidad que
durante demasiados años no se ha calibrado en su justa dimensión, por-
que ha sido camuflada por el discurso oficial de los gobernantes de tur-
no, que intentaron relegar la violencia en México a los círculos relaciona-
dos con el narcotráfico (cf. Herrera 2012: 130-133), mientras que hoy en
día sabemos que la violencia ha afectado a grandes partes de la sociedad
mexicana. Hay una violencia expuesta en los medios de comunicación, y
hay otra violencia oculta, una violencia subterránea que por ello no es
menos real. Esto se volvió patente especialmente con los acontecimien-
tos en Ayotzinapa, en noviembre de 2014, cuando el mito de la violencia
como territorio del Otro/narco fue definitivamente destruido: quedó en
evidencia ante el mundo entero que la “guerra contra el narco” implica-
ba también un terrorismo del Estado, y que la complicidad del Estado en
el crimen organizado ya no se podía negar.

¿Cómo definir la violencia en México?

Para explicar el paso desde la criminalización del narco, de una ‘guerra


contra el narco’, hacia una percepción institucionalizada de la violencia,
conviene referir a la distinción entre la violencia subjetiva y la violencia
sistémica, elaborada por Slavoj Žižek en su libro Violence: Six Sideway
Reflections (2008). Según Žižek, quien retoma esta distinción del sociólo-
go Galtung, a primera vista la violencia subjetiva tiene un origen clara-
mente identificable: un asesino en serie, una banda de narcotraficantes,
un terrorista suicida ‘enloquecido’ que coloca una bomba en un aero-
puerto. Sin embargo, detrás de esta violencia subjetiva, se esconde una
violencia sistémica: lo que Žižek llama las “consecuencias catastróficas
del funcionamiento aparentemente impecable de los sistemas políticos y
económicos actuales” (Žižek 2008: 1, mi traducción).
En cuanto al narcotráfico mexicano, en el curso de los años se percibe
una evolución desde un énfasis en la violencia subjetiva hacia un enfo-
que en la violencia sistémica. En su libro Amexica, Ed Vuliamy nos advir-
tió que “los cárteles no son parodias del capital multinacional – son sus
pioneros, forman parte integral del sistema y aplican las leyes y la lógica
(o mejor dicho: la ausencia de leyes y lógica) en su propio sector empre-
sarial de la misma manera que cualquier otra empresa comercial lo ha-
ría” (Vuliamy 2010: 19; mi traducción). Con la crisis financiera en el
2008, también, el poder económico de estas ‘empresas’ se hizo patente:
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no faltan las voces de los que argumentan que, sin los narcodólares
aparcados en las cuentas bancarias estadounidenses y europeas, la crisis
habría tomado unas dimensiones todavía considerablemente mayores
de las que tuvo. Antonio Maria Costa, el jefe de la Oficina de las Nacio-
nes Unidas contra la Droga y el Delito (UN Office on Drugs and Crime),
afirmó que “interbank loans were funded by money that originated
from the drug trade and other illegal activities” y que “there were signs
that some drugs were rescued that way” (Syal 2009).
En su libro Cruel Modernity, Jean Franco relaciona –sin usar estos térmi-
nos– la dimensión subjetiva con la sistémica de la violencia en México.
Al nivel de la violencia subjetiva, ella se enfoca en lo que llama la cruel-
dad extremada de los ‘crímenes expresivos’, “where the expressive use
of the cadaver has become common practice, a form of macabre theatre
addressed not only to rivals but also to the public” (Franco 2013: 15),
una práctica donde los cuerpos ilustran la lógica de los asesinos (Franco
2013: 21). Por otra parte, esta violencia subjetiva no se puede desconectar
de una violencia sistémica. En la misma línea, Jean Franco menciona las
dictaduras y las guerras civiles de los 70, 80 y 90 en América Latina,
apoyadas de manera más o menos implícita por los Estados Unidos, que
crearon un clima donde el estado de excepción se normalizó, y donde el
uso de la crueldad se naturalizó en el nombre de la seguridad del Estado
(Franco 2013: 6).
Sin embargo, es importante destacar una diferencia crucial: si en los 70 y
80, el contexto político de la guerra fría ofreció un pretexto para la vio-
lencia sistémica, en el caso de la violencia del narcotráfico en México, el
discurso que impera es económico: desde su inicio, los cárteles tienen un
objetivo económico, y no tanto político1. Jean Franco, entre otros críticos,
asoció el narcotráfico con la violencia sistémica en el sentido económico:

A showcase for neoliberal practices pasted onto a corrupt society in which insti-
tutions were already compromised and offered collusion rather than resistance to
the drug trade, it is now a showcase for disaster. (Franco 2013: 215)

El mercado de la memoria sobre/desde México

En su libro Accounting for Violence. The Marketing Memory in Latin Ame-


rica, Ksenija Bilbija and Leigh A. Payne explican la urgencia de reflexio-
nar sobre las consecuencias de la globalización y la mercantilización no
sólo de la violencia, sino también de la memoria. El título de su intro-
ducción, «Time is Money. The Memory Market in Latin America», impli-

1
Para un análisis más detenido que compara la situación mexicana con la argentina, véase Adriaen-
sen (2015a).

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ca un interesante juego de palabras: por un lado, el tiempo vale oro, en


el sentido de que la memoria nos permite recordar el pasado de repre-
sión, y evitarlo en el futuro. Pero la memoria también es una mercancía,
que cada vez más es sujeta a estrategias de marketing globalizadas.
¿Cómo evitar que la lucha por la memoria se convierta en un negocio
rentable, desprovisto de su significado político inicial? ¿Y cómo, por otro
lado, asegurar que la memoria sea perpetuada sin caer en el olvido?
Enseguida podríamos contestar que en el caso de México la memoria es
sólo incipiente, por lo cual más que de hablar de un mercado de la me-
moria, podemos hablar de un mercado de la violencia. Si nos pregunta-
mos, por ejemplo, cuáles son los ‘memory goods’, los productos relacio-
nados con la memoria en México, la respuesta sería ambivalente. Por un
lado, cabría mencionar la productividad cultural a escala transnacional,
más relacionada con la violencia que con la memoria propiamente dicha:
los narcocorridos grabados en L.A., el cine tanto estadounidense como
mexicano (más recientemente, Heli (2013) de Amat Escalante, o la pelícu-
la taquillera, en México, de Luis Estrada, El infierno), las series televisivas
(Narcos, etc.), las narconovelas más vendidas de autores extranjeros
como Javier Pérez-Reverte (La reina del Sur) o nacionales como Élmer
Mendoza. Otro género importante, que sobre todo circula en grabacio-
nes difundidas por la red o en revistas de actualidad mexicanas como
Proceso, son las entrevistas con los sicarios. Las víctimas menos emble-
máticas del narco, sin embargo, no suelen alzar la voz. La labor testi-
monial de alguna manera la cumplen, por un lado, las crónicas que cada
vez más se van centrando en los personajes secundarios de las organiza-
ciones criminales, y en sus víctimas menos visibles (véase, por ejemplo,
la antología Generación Bang, compilada por Juan Pablo Meneses), y, por
otro, lado iniciativas como Nuestra aparente rendición, el portal dirigido
por la escritora catalana Lolita Bosch, o El movimiento por la paz y la justi-
cia, una asociación activista del poeta mexicano Javier Sicilia. Si estas dos
iniciativas se destacan por ofrecer un foro digital y social a las víctimas,
sin embargo, en general llama la atención la circulación relativamente
escasa de testimonios publicados por las víctimas. Críticos como Diana
Palaversich se han quejado en múltiples ocasiones de la falta de carácter
ético de la narcocultura transnacional, donde desde su perspectiva se
privilegia una representación deleitosa de la violencia sin prestar aten-
ción a la dimensión traumática de la memoria. Se suele argumentar que
la ‘comunidad de la memoria’ brilla por su ausencia en dichos produc-
tos culturales. Sin embargo, esta comunidad de memoria es difícil de de-
finir. Una solución sería la de Gabriela Polit Dueñas, quien estudió las
narconovelas producidas por escritores residentes en Medellín y Sinaloa
en su libro Narrating Narcos, tomando como criterio la pertenencia a una
comunidad local, que se sitúa incluso en el epicentro del narcotráfico.
Pero, ¿cómo extendemos este criterio más allá de las novelas producidas
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¿Hacia un mercado de la memoria sobre México?

por los autores culichis o paisas que ella estudia? En su artículo «¿Cómo
hablar del silencio?», Diana Palaversich toma la posición siguiente:

la mayor parte de los novelistas que abordan el tema narco se muestran fasci-
nados no con las víctimas sino con los asesinos y perpetradores de la violencia.
[…] Es ésta una razón adicional por la cual la novela de Rascón Banda […] con-
trasta radicalmente con este mar de publicaciones que en el fenómeno narco no
leen claves de una tragedia nacional sino materia prima para una novela de ac-
ción. (web)

Es discutible que sólo centrándose en las víctimas se consiga una narra-


ción desde la memoria. Sería preferible no descalificar de antemano las
novelas por su énfasis en los perpetradores, ni por su afinidad con cier-
tos géneros (como la novela de acción). De hecho, la distinción entre víc-
timas y perpetradores en el caso mexicano no se puede hacer de manera
tan tajante, ni tampoco es evidente, como lo mostró Paola Ovalle (2014),
que la exclusión de los perpetradores del proceso de la memoria sea
muy productiva: ¿cómo definirlos, para empezar, con la amplia zona
gris entre legalidad e ilegalidad en el negocio del narcotráfico?

El narco como el Otro

Una perspectiva distinta, que se mantiene lejos de la discusión sobre la


memoria, la encontramos en Narco-Epics. A Global Aesthetics of Sobriety,
donde Hermann Herlinghaus propone una aproximación postcolonial, o
postimperial, al análisis de la representación del narcotráfico en América
Latina. Un elemento clave para entender su postura es la noción del
‘orientalismo’ desarrollada por Edward Saïd en los años 70, quien abogó
por estudiar la ‘formación discursiva’, el conjunto de representaciones
hegemónicas, según la cual el Occidente había representado el Oriente
de forma estereotipada durante siglos a través de sus pinturas, relatos
de viaje, novelas, fotografías, etc. Lo que en realidad propone Herling-
haus es estudiar la cambiante formación discursiva con respecto a los
narcóticos, que podríamos llamar el ‘narcotismo’, que él denomina tam-
bién como el “psychoactive imperialism” (Herlinghaus 2013: 8).
En efecto, los narcóticos inicialmente se valoraron positivamente –desde
los inicios de la conquista hasta finales del siglo XIX– cuando los pode-
res coloniales se dedicaron con fervor a producir, vender y tasar (más
que prohibir) las drogas, incluyendo aquí también las drogas hoy en día
legales, como el alcohol, el tabaco, el café y el azúcar. De hecho, estos
productos funcionaron incluso como motor esencial de la industrializa-
ción en el Occidente, ya que, siempre siguiendo el argumento de Her-
linghaus, sin el café, el azúcar, la teína y la cocaína ésta nunca se habría
podido realizar. A principios del siglo XX, sin embargo, tuvo lugar la
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contrarrevolución psicoactiva, que introdujo la prohibición de varias


drogas e incluso su criminalización, ya que se empezó a ver una contra-
dicción entre aquellas drogas, como el opio o la marihuana, que redu-
cían la eficacia y se asociaban con el delirio y la irracionalidad, por una
parte, y el ritmo acelerado y la eficacia de la sociedad moderna, por otra.
En palabras de Hopenhayn:

Hoy la droga es la bestia negra que para muchos detona lo que el sujeto racionali-
zado y disciplinado del Occidente no puede tolerar […]: desborde anímico, exce-
siva expansividad imaginante, desorden de la razón, resblandecimiento de las
categorías analíticas, merma de la voluntad propia. (Hopenhayn 2002: 7)

Dicha contrarrevolución psicoactiva constituyó un momento clave en la


formación discursiva de los narcóticos asociados en adelante de manera
sistemática con la Otredad, implicando que América Latina se vería cada
vez más retratada como el Otro inmoral y violento. Se inició la lucha
‘contra las drogas’, y esta lucha se concentró en la producción, más que
en el consumo. La situación actual muestra hasta qué punto ‘the war
against drugs’ ha facilitado a los Estados Unidos un impacto cada vez
mayor en el territorio mexicano, implicando un imperialismo de nuevo
corte “que incluye el combate al tráfico de drogas como un objetivo de
guerra, equiparable al terrorismo o la insurgencia” (González Rodríguez
2009: 10). Según Sergio González Rodríguez,

el gobierno estadounidense, a través de la CIA, lleva adelante ‘actividades’ (ope-


raciones encubiertas) para estimular focos de desestabilización institucional en el
territorio mexicano mediante acciones con el crimen organizado, lo que permite
escenarios reales de combate y adiestramiento de las fuerzas armadas contra gru-
pos antiinstitucionales. […] Varias acciones contra criminales mexicanos en la
guerra del narcotráfico fueron operadas por militares o paramilitares estadouni-
denses armados, lo que contradice la versión oficial del gobierno mexicano al res-
pecto. (González Rodríguez 2009: 24-25)

Hablar de ‘memoria’, que implicaría un ‘duelo’ por la pérdida y la vio-


lencia infringida, resulta algo paradójico, dado que la violencia sigue
siendo un problema actual del cual es difícil tomar distancia. Por ello
mismo, sería más adecuado enfocarse en cómo se representa la violen-
cia, como un problema ya no sólo regional, ni nacional, sino global o
transnacional, aparte de no considerar la violencia por su dimensión
subjetiva –efectuada por unos locos, peligrosos, crueles bárbaros– sino
sistémica. En ese sentido, según Hermann Herlinghaus, resulta crucial
estudiar la producción cultural desde América Latina, donde la violen-
cia no se representa tanto desde la misma lógica del exceso, la locura, la
irracionalidad, sino desde la sobriedad de la experiencia. Esta perspec-
tiva ‘subalterna’ es la que habría que destacar a la hora de estudiar las
'narconarrativas’, y su poética equivaldría a la ‘estética de la sobriedad’:

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That is to say, ‘irrational explosions’ of violence may appear, at first sight, to be


pertaining to the ‘intoxicated’ subject (the ‘brute’ criminal, or the ‘dangerous
South’); however, there is a sphere that is rigorously ‘complementary’ to it, the
sphere of ‘humiliating sobriety’. When narrative projects engage in this comple-
mentarity, asking for the other side of violence, we are dealing with a mode of
aesthetics of sobriety. (Herlinghaus 2013: 41)

Entre los ejemplos de esta estética de la sobriedad, Herlinghaus mencio-


na obras testimoniales (No nacimos pa’semilla, Diario de un narcotraficante),
narcocorridos (de Los Tigres del Norte) y algunas novelas (Nostalgia de la
sombra, de Eduardo Antonio Parra). No son narrativas escritas desde el
exceso, que retoman el sensacionalismo de algunas producciones sobre
América Latina. Al contrario, narran los sucesos con sobriedad, a menu-
do mediante la parataxis y la tragedia irónica. En los textos estudiados
por Herlinghaus, los narradores son víctimas trágicas, inconscientes a
menudo, e involuntarias de una situación más amplia: la violencia sisté-
mica institucionalizada a través de la economía neoliberal y la corrup-
ción política generalizada. Sin embargo, la aproximación de Herlinghaus
suscita nuevas preguntas, que son viejas preguntas dentro del para-
digma postcolonial: ¿cómo determinar cuáles son las narrativas escritas
‘desde abajo’?, ¿qué es la subalternidad? De hecho, en otro artículo,
Marco Kunz (en prensa) demostró que el Diario de un narcotraficante
(1967) de Nacaveva implica una postura enunciativa compleja: no está
claro si Nacaveva escribió un testimonio real o si inventó toda o parte de
la historia. En el mismo sentido, la concepción de los narcocorridos
como productos culturales ‘sobrios’ se podría discutir, especialmente en
su versión actual del Movimiento Alterado, donde predomina más bien
el exceso y el énfasis en la espectacularidad de la violencia. No parece
productivo, en ese sentido, mantener la oposición dicotómica entre la
poética del exceso y la poética de la sobriedad, entre la mirada desde
fuera y la mirada del subalterno. Los papeles y los discursos, en este
conflicto globalizado, están cada vez más confusos, y vienen contamina-
dos los unos por los otros: ¿quién es finalmente víctima, cómplice o per-
petrador? Esto implica que, para entender la formación discursiva sobre
el narcotráfico, es esencial ampliar la perspectiva. En lo que sigue pro-
pongo examinar la figura del turista, primero como fenómeno antropo-
lógico, después como figura en la crónica y personaje en la narconovela,
para pensar cómo la exotización de la violencia en México a la vez se va
propagando y cuestionando en lo que es el mercado de la violencia ac-
tual.

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Turistas sin fronteras: el mercado del narcoturismo

En primer lugar, propongo estudiar el turismo como nuevo mercado de


la violencia en el contexto del narcotráfico. En el libro Accounting for
Violence. The Memory Market in Latin America, tal como en muchos otros
libros sobre la memoria o sobre el turismo en América Latina, es llama-
tiva la ausencia de contribuciones sobre el narcotráfico. Sin embargo,
tanto en Colombia como en México, de forma respectivamente más y
menos elaborada, el turismo que explora el mercado de la violencia o de
la memoria está en auge. Cabe subrayar que sería difícil hablar de un
turismo orientado hacia la conservación ética de la memoria. Más bien
se trata de lo que se suele denominar como thanaturismo o turismo mor-
bo. El thanaturismo es impulsado por el deseo de visitar lugares que
están asociados inherentemente con la muerte. Su relación con la memo-
ria evoca ciertos dilemas sobre la forma en que combina el pasado trau-
mático de la guerra con la dimensión intrínsecamente consumista y liga-
da a la industria del turismo, mientras que su fascinación con escenarios
actuales de calamidades provoca preguntas éticas por su tendencia al
sensacionalismo y al voyeurismo. El narcoturismo en Colombia parece
concentrarse en Medellín e implica una especie de peregrinaje hacia los
restos de Pablo Escobar. En el caso de México, también existen tours ile-
gales en la frontera que más bien están orientados hacia el sensaciona-
lismo que despiertan la violencia y la muerte en sí, lo que Chris Rojek
llamó “fatal attractions” o “black spots,” es decir, atracciones turísticas
que combinan sight seeing y fatalities (Rojek 1993: 136). Es interesante
pensar aquí en la distinción entre ‘black spots’ y ‘lugares de la memoria’,
que podrían usarse para un mismo lugar según la motivación del turista
o del viajero en cuestión. Según un informe publicado en 2011 por el
Grupo Multisistemas de Seguridad Industrial de México (GMSI), una
empresa privada que se dedica a ofrecer seguridad en México, la “in-
dustria del turismo morbo tiene ingresos equivalentes a una cuarta parte
de los generados por los destinos de playa en baja temporada, y el sector
ha crecido como consecuencia de la lucha contra el narcotráfico” (Pereira
Cabrera). En ciudades como Culiacán o Mazatlán (Sinaloa), se ofrecen
los así llamados “narco-tours” por 200 o 250 pesos. Todavía no hay tours
abiertamente anunciados en la red, pero la prensa ha cubierto el fenóme-
no con fascinación. Sabemos que son básicamente taxistas los que im-
provisan de guía turístico, enseñando los lugares más emblemáticos del
narcotráfico. Les muestran a sus clientes las residencias lujosas, a veces
actuales, de los narcotraficantes, ejemplos paradigmáticos del pomposo
estilo “narco-déco.” Otra atracción turística es el restaurante de mariscos
“Las Palmas” en Culiacán, al que una noche, según la leyenda urbana,
entró El Chapo Guzmán, hizo cerrar las puertas, pidió cortésmente a
todos los comensales sus teléfonos celulares y les pagó la cena a cambio

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de no revelar que se encontraba allí. Curiosamente, según los taxistas,


no van tanto turistas de procedencia estadounidense y europea, como en
el caso del turismo colombiano, sino mexicanos de otras partes del país.
Exceptuando la visita a la capilla de Jesús Malverde, el santo patrón de
los narcotraficantes, que por su parte se ha convertido en parada casi
obligatoria de cualquier turista, tanto mexicano como extranjero, que se
asome por la zona. Existe pues un verdadero mercado de la violencia,
donde ésta se ve comodificada, mercantilizada, de forma más o menos
ilegal. Es interesante estudiar este mercado, porque nos dice mucho
sobre el ‘narcotismo’: la fascinación con los grandes capos del narcotrá-
fico, que atraen a un público internacional, igual que las series televisi-
vas como Narcos, y la forma en que este discurso se consagra mediante
las hagiografías de los capos como personajes heroicos, que a la zaga de
Robin Hood ayudan a la población local a deshacerse de la incompeten-
cia y corrupción estatal.

La narcocrónica: el periodista como viajero y como testigo

Igual que el narcoturismo sirve un mercado, lo hace también la narco-


crónica, que no pocas veces perpetúa el mito del gran capo y de México
como el epicentro de la barbarie. Cronistas que escriben para un público
estadounidense, como Ed Vuliamy, John Gibler o Ian Grillo, determinan
en gran medida la forma en que es concebido un país como México, y
posiblemente a su vez incitan al narcoturismo. El éxito comercial de las
crónicas periodísticas no se puede subestimar, ni en Estados Unidos ni
en México mismo. Como señala la periodista Alida Piñón, la editorial
Random House Mondadori cobró entre enero y abril del 2011 nada
menos de 36 millones de pesos mexicanos (convertidos serían unos 1.9
millones de dólares) con sus cinco títulos más populares de aquel año2,
que eran todos de narcoperiodismo. Un recorrido por los títulos de los
reportajes aparecidos (Narcoamérica, Amexica, etc.) confirman los estereo-
tipos, igual que los paratextos con los que éstos se venden. Entre mu-
chos ejemplos, se podría dar el de Midnight in Mexico, escrito por Alfre-
do Corchado, que se promociona de forma siguiente: “A reporter’s jour-
ney through a country’s descent into darkness”. Efectivamente, Heart of
Darkness no está muy alejado, ni tampoco el discurso estereotipado que
se proyecta sobre este México bárbaro, cruel y sanguinario, asociado, en

2
Retomando la información que nos proporciona Diana Palaversich (2012), se trata de: Los señores
del narco (2010) de Anabel Hernández, 60.000 ejemplares vendidos; La reina del Pacífico (2008) de
Julio Scherer, 60.000 ejemplares vendidos; El cartel de Sinaloa (2011) de Diego Enrique Osorno, 30.000
ejemplares vendidos; Historias de muerte y corrupción (2011) de Julio Scherer, 12.000 ejemplares ven-
didos; y Confesión de un sicario (2011) de Juan Carlos Reyna, 10.000 ejemplares vendidos.

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no pocas ocasiones, por cierto, con el pasado azteca como prueba con-
clusiva de su primitividad.
Por otra parte, entre la producción ingente de crónicas y reportajes, tan-
to por parte de periodistas norteamericanos como mexicanos, más o
menos tradicionales, es llamativa la obsesión de distanciarse del ‘turis-
ta’. En la contraportada del libro Narco-América, que sigue la ruta de la
coca desde el sur hasta el norte, se especifica que “[s]us reportajes, he-
chos en el camino, y que conforman la materia prima de este libro, son
historias que muestran el lado no turístico del continente, los dramas
humanos resultado de la corrupción del poder por el dinero ilegal. Son
historias que rebautizan este territorio: bienvenidos a Narcoamérica”
(solapa). Los cronistas quieren reportear los hechos desde dentro: se
sumergen en los bajos fondos, intentan adentrarse en el mundo criminal.
El turista, en cambio, es la figura por excelencia de quien no participa,
del que está afuera, sin entender lo que realmente está pasando.
En su ensayo El hombre sin cabeza, Sergio González Rodríguez tematiza
esta oposición entre el cronista de la violencia narco y el turista despreo-
cupado. Si bien el texto se centra en el fenómeno de las decapitaciones
en el México de Felipe Calderón, el narrador se aleja con frecuencia de
este escenario para recordar en un estilo eminentemente literario sus
recuerdos infantiles en Acapulco:

Mucho tiempo atrás visitamos este hotel con nuestros padres. […] Cuando el
puerto de Acapulco inició su destino turístico medio siglo atrás, comenzó tam-
bién un espectáculo modesto, pero riesgoso, de clavadistas morenos de tanto sol,
la piel brillante por el aceite de coco. Se arrojaban en una caída libre de cuarenta
metros desde aquel peñasco hasta el mar afilado de olas en rebato perpetuo. […]
Los turistas aplaudían el lance y los ayudantes del clavadista en turno recogían
las monedas de regalo. […] El mirador luce muy distinto ahora. En las inmedia-
ciones de La Quebrada la violencia se ha instalado. […] desde tiempo atrás, Aca-
pulco ha dejado de ser un destino favorito de los extranjeros para convertirse en
un puerto al que vienen a disfrutar los viajeros de otros lugares del país. De
Michoacán, de Jalisco, de Colima, de Nayarit, de Sinaloa, o de otras partes en las
que el comercio, el trasiego, los negocios del tráfico de estupefacientes han mejo-
rado la economía. (González Rodríguez 2009: 10)

Es significativo el cambio desde Acapulco como un “destino turístico”,


hacia un “puerto al que vienen a disfrutar los viajeros de otros lugares
del país”, unos viajeros cuya complicidad con el crimen parece impedir
llamarlos turistas. En ese sentido, el turista se asocia con la inocencia,
con el extranjero desentendido de la violencia. Esta imagen del turista
como personaje inocente, ajeno a la violencia y al conflicto se confirma
en una crónica de Alejandro Almazán donde un narco cuenta cómo
ellos, cuando quieren pasar desapercibidos, se visten de turistas:

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¿Hacia un mercado de la memoria sobre México?

Me acuerdo porque durante el día nos vestíamos de turistas. Ya sabes: bermudas,


sandalias y lentes oscuros. Ya en la noche íbamos a donde estaba el faro descom-
puesto que se conoce como el Machorro. (Almazán 2012: 20).

Simultáneamente, el periodista es el que no mira desde la distancia, sino


el que está inmerso en la situación. Si el turista se deleita, de forma des-
preocupada, el periodista se sumerge en situaciones angustiosas. Sufre
la violencia: el miedo y la angustia están omnipresentes en las crónicas,
porque los jóvenes cronistas retratan la microhistoria, es decir, se propo-
nen “narrar lo humano dentro de lo inhumano” (Daniel de la Fuente:
57), entrevistando a los narcos ‘sin éxito’ (Alejandro Almazán) o a los
exiliados caídos en desgracia (Galia García Palafox). Esto permite un úl-
timo apunte sobre los cronistas: si se oponen tanto a la imagen del turis-
ta, es porque va en contra de lo que ellos consideran como su papel
esencial, i.e. transcribir los testimonios de las víctimas del narco. Y es
que en México, a diferencia de lo que ocurrió en los países del Cono Sur,
las víctimas del narco por lo general no son intelectuales de la izquierda,
con un nivel alto de educación. Son gente pobre, achichincles, moteros,
prestanombres, lavadores de la droga, personas iletradas, a menudo,
que le suelen entrar al negocio por motivos económicos. Entre los cronis-
tas, por supuesto, todavía hay una diferencia esencial entre los que van
por la nota roja, los que entrevistan a los grandes capos, pienso en Julio
Scheerer o Sean Penn, y los que van a hablar con los hombres más in-
significantes del narco, como Alejando Almazán («Un narco sin suerte»)
o algunos antropólogos como la canadiense Shaylih Muehlmann.

La narconovela: entre el espectáculo de la violencia y el mercado de la


memoria

También la narconovela, o la novela que versa sobre el narcotráfico, se


inscribe en un mercado; da fe de estas tensiones entre el espectáculo de
la violencia, por una parte, y el género testimonial, por otra. De hecho, la
figura del turista surge en varias novelas relacionadas con el narcotrá-
fico, donde el personaje desencadena una especie de mise en abyme, al
poner en escena el espectáculo de la violencia. En Arrecife de Juan Villo-
ro, se nos cuenta la historia de un grupo de turistas que van a experi-
mentar la violencia en carne propia, en un setting artificial, donde son
secuestrados por un grupo de actores que simulan ser guerrilleros o
narcotraficantes. Es una novela que ilustra de forma ejemplar la teoría
de Herlinghaus, según la cual los estados europeos y estadounidenses
proyectan sus afectos negativos sobre América Latina para catalizar su
propia ansiedad. Habla un personaje de la novela:

231
Brigitte Adriaensen

En todos los periódicos del mundo hay malas noticias sobre México: cuerpos
mutilados, rostros rociados de ácido, cabezas sueltas, una mujer desnuda colgada
de un poste, pilas de cadáveres. Eso provoca pánico. Lo raro es que en lugares
tranquilos hay gente que quiere sentir eso. Están cansados de una vida sin sor-
presas. Si tú quieres, son unos perversos de mierda o son los mismos animales de
siempre. Lo importante es que necesitan la excitación de la cacería, ser persegui-
dos. Si sienten miedo eso significa que están vivos: quieren descansar sintiendo mie-
do. Lo que para nosotros es horrible para ellos es un lujo. El tercer mundo existe
para salvar del aburrimiento a los europeos. Aquí me tienes, dedicado a la para-
noia recreativa. (Villoro 2012: 63)

La figura del turista cobra un significado simbólico, al representar el


consumo de la violencia y la ignorancia casi proverbial de los turistas
(en el caso de la novela: un refugio para mujeres maltratadas que colin-
da con el resort, pero los extranjeros lo desconocen por completo). Como
ya demostré en otra ocasión, también en los cuentos de Villoro, la novela
Fiesta en la madriguera de Juan Pablo Villalobos o 2666 de Roberto Bola-
ño, el personaje del turista sirve para reflexionar sobre la compleja reali-
dad entre violencia, comodificación y la realidad traumática en el país3.
Otro texto que alude a la figura del turista es Campos de amapola antes de
esto. Una novela sobre el narcotráfico en México (2012), de la escritora cata-
lana Lolita Bosch. La autora ha vivido en México durante diez años y es
la directora del portal Nuestra aparente rendición, una de las iniciativas
más destacadas en México de la lucha por la memoria. Su portal fue
creado en el 2010 y recoge testimonios, crónicas y actividades impulsa-
das por las víctimas del crimen organizado. Por su larga estancia en el
país y su papel de activista, Bosch considera México como su casa y se
identifica plenamente con las víctimas. Campos de amapola antes de esto es
un texto polifónico que recoge fotografías y testimonios, muchos proce-
dentes de Nuestra aparente rendición, de madres en busca de sus hijos, de
sicarios y de periodistas, pero también incluye las letras de algunos nar-
cocorridos. Entre toda esta polifonía de voces escuchamos la voz de la
narradora, que utiliza muchos giros idiomáticos propios del norte de
México, y que siempre habla en nombre de México y los mexicanos,
colectivo en el cual ella misma se incluye. En su discurso hay una
apuesta continua de superar la dicotomía entre ‘ellos’, las víctimas del
narcotráfico, y ‘nosotros’, en un intento de desenmascarar el discurso
oficial de Calderón según el cual el mexicano medio no tiene nada que
ver con la violencia ‘subjetiva’ de los narcos. Se detiene largamente en el
miedo que sienten los periodistas, las madres, la población mexicana
ante la intimidación tanto por parte de los narcos como por parte del
Estado. En un relato vacilante, donde la voz intenta expresar la sensa-
ción de incomprensión, a veces de exclusión, pero también de desorien-

3
Véase Adriaensen (2015b) para un análisis más detallado del narcoturismo así como del personaje
del turista en la narconovela.

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¿Hacia un mercado de la memoria sobre México?

tación profunda de los mexicanos ante lo ocurrido, acusa una y otra vez
al Estado por poner en escena esta guerra, y dejar a los mexicanos en
una posición de espectadores de la violencia:

México como escenario. Y nosotros: espectadores, incrédulos, ignorantes, amena-


zados (turistas, viajeros perdidos), estábamos siendo arrojados a un mundo en el
que ya era demasiado tarde. Guerra. Sin fin. (Bosch 2012: 118).

Más adelante añade:

nosotros, turistas desconcertados, viajeros perdidos, seguíamos sin entender


nada. Sin reconocer las brechas, los caminos, las trochas, los senderos. Los umbra-
les salvajes por los que escapar. Por eso probablemente pensamos que era mejor
olvidar lo que ya habíamos visto y move forward” (Bosch 2012: 118).

Por un lado, compara así a los mexicanos con turistas inocentes e incré-
dulos ante lo que ocurre en su propio país. Simultáneamente, la narra-
dora profundiza en la percepción de los narcos como héroes, la fascina-
ción de los mexicanos con ellos, y el papel de la imaginación mediática
en su idealización. Cuando se emite la captura del Güero Palma, un
narco famoso por sus múltiples labores de tortura, dice:

Eso nos pareció: que antes que cualquier otra cosa, el Güero era un hombre triste
que había visto morir a su familia y se sentía de algún modo enterrado con ellos.
Tal y como nos sucede a nosotros cuando perdemos a nuestros seres queridos.
Cuando nos los arrebatan brutalmente. Y que por eso era necesario, casi desespe-
rado, aprender a deducir qué pensaba, qué sentía, quién era. Porque eso tal vez,
eso ojalá, nos serviría para entendernos (uno a uno) a todos nosotros. (Bosch
2012)

Conviene destacar que la recepción de la novela de Bosch no ha sido


muy extensa. Tal vez se deba a su lugar de enunciación que puede pro-
ducir cierta incomodidad: es una novela que asume sin justificarlo ni sin
problematizarlo en ningún momento una voz colectiva, se identifica sin
más con el pueblo mexicano y habla en su lugar. La narradora pretende
mirar adentro de la mente o de la psique del mexicano, y sin el menor
reparo el texto explaya en los pormenores de la memoria del trauma que
vive México, en un texto que según el subtítulo es una novela, pero que
recoge tantos elementos de la actualidad que su cercanía con la crónica
es innegable. Uno se pregunta, por consiguiente, hasta qué punto se tra-
ta realmente de una novela, y si no hubiera sido más justificado usar el
subtítulo de ‘crónica’. De hecho, la confusión suscita ciertas preguntas:
¿se trata aquí de un texto ficcional que intenta imaginar los efectos de la
violencia, o en cambio ese texto pretende narrar la experiencia misma?
¿La imposición de un discurso de la memoria sobre una situación explo-
siva y violenta es posible desde esta fórmula tan ambigua de una narco-

233
Brigitte Adriaensen

novela que es también una narcocrónica, y que no acaba de definir su


posición frente al subalterno?
Como muestra el ejemplo precedente, si queremos estudiar la narcocul-
tura en México, conviene acercarse críticamente al mercado de la vio-
lencia y de la memoria en la producción cultural. De hecho, en México,
más que en los países del Cono Sur, el exotismo de la violencia se ha
comodificado y mercantilizado. Esto nos incita, por un lado, a reconfir-
mar las hipótesis de Martín Hopenhayn, quien ya nos avisaba hace
quince años de que el uso de la violencia espectacular por parte de los
medios y en la competencia política permitía “consensuar medidas de
excepción propias de la ‘tolerancia cero’” (Hopenhayn 2002: 14). El es-
pectáculo permanente de la violencia tiene “un uso político con fines de
control social y también de hegemonía global” (Hopenhayn 2002: 15).
Por otro lado, si Hopenhayn todavía podía sostener que la brecha entre
la percepción del problema de la violencia y su magnitud era abismal,
hoy las cifras ya no permiten sacar la misma conclusión. En esta coyun-
tura mercantil que rodea la violencia, es llamativa el surgimiento de la
figura del turista en la narconarrativa (tanto en la novela como en la cró-
nica) para poner en escena críticamente el mercado de la violencia en
México y para invitarnos a cuestionar su dimensión espectacular.

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