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“Es la hora de hacer el gobierno de todos: un gobierno con actos de justicia, dignidad y soberanía,

un gobierno en el que se exprese la voz de los colombianos, que dé solución a nuestras


necesidades y realice nuestras aspiraciones de patria y libertad.
(…) ya basta de protestas, ya basta de denuncias, ya basta de gritarle a una oligarquía sorda a las
verdades de siempre. Llegó la hora de las afirmaciones”
Álvaro Fayad Delgado
Proclama de Los Robles a Colombia.
Abril 17 de 1985.

En memoria de Amanda, Amelia, América, María, Carmenza, María Eugenia, Marta, Violeta,
Marcela, Irma, Claudia, Natalia y todas las mujeres revolucionarias que con su lucha y temple de
guerreras, sembraron la tierra con semillas de porvenir.

No heredaremos la represión

Cuando aún no había sido superado un pacto excluyente de impunidad compartida entre las
oligarquías de los dos partidos tradicionales conocido como el Frente Nacional, acababa de
fraguarse un escandaloso fraude electoral, apoyado entre otros, por la iglesia Católica a través de
su cardenal Aníbal Muñoz Duque, y la Presidencia de la República le era otorgada al conservador
Misael Pastrana Borrero sobre el General golpista Gustavo Rojas Pinilla quien, bajo su gobierno
dictatorial en 1957 había traído tantos adelantos al país y a la vez coartado toda suerte de
libertades constitucionales, la sociedad empezaba a plantearse la necesidad de llevar a cabo
nuevas y más refrescantes prácticas en el desarrollo de la política colombiana.

El país aún discutía sobre las conveniencias del Concordato de 1973 en respuesta al recién
aprobado Concilio Vaticano II, que si bien suprimía algunas de las más aberrantes disposiciones de
la llamada Ley Concha, estaba lejos de constituirse en un real pacto de conciliación capaz de ubicar
al clero en su debido lugar, para que en vez de favorecer los excesos del partido Conservador e
intervenir negativamente en el desarrollo democrático de Colombia, lograra responder a la falta
de conciencia política del país, que según el texto “Justicia y exigencias cristinas”, resultado de la
Conferencia episcopal de 1973, era la responsable de la perpetuación de una minoría excluyente
en el poder.

El sacerdocio colombiano se dividía entre un catolicismo asfixiante ajeno a los principios


fundamentales del cristianismo y los seguidores de la Golconda, la SAL (Sacerdotes para América
Latina) comprometidos con las luchas de clases, las novedosas propuestas de la teología de la
Liberación, y los llamados curas rebeldes, inspirados en la lucha y prematura muerte de Camilo
Torres Restrepo, empezaban a cuestionar cada vez con mayor firmeza el real compromiso de la
Iglesia Católica con los sectores menos favorecidos de la sociedad y muchos asumían en
consecuencia, el camino de la lucha armada como forma efectiva, según declaraban, de defender
con eficacia su rebaño de las fauces devoradores de un Estado violento y desigual. El continente
era invadido por el boom latinoamericano de las guerrillas marxistas, las autodefensas
campesinas, las organizaciones de obreros y sindicatos, las luchas reivindicadoras de los
proletariados del mundo, se hablaba de la combinación de todas las formas de lucha, y las
juventudes, que devoraban la literatura filosófica y política del momento, asumían el reto de la
transformación social desde sus propios lineamientos conceptuales, espirituales, teóricos y
libertarios.

Mientras la población de varios países del continente padecía el accionar violento o las secuelas de
feroces dictaduras militares, en Colombia, los jóvenes se resistían al pasivo sometimiento nacional
a las disposiciones del amo del norte, a la exclusión política y a la persecución armada contra
rebeldes y campesinos. Las juventudes querían apostarle con su vida y sus ideas a la consolidación
de un nuevo Estado. Y fue en este contexto dinámico y de enormes cambios estructurales, como
un grupo de muchachos idealistas, algunos ya militantes de la guerrilla de las FARC, otros activos
sindicalistas, políticos e ideólogos comprometidos con la ANAPO y descontentos con la realidad
social del país, decidieron unirse a partir del recién fundado movimiento Comuneros y dar inicio a
la guerrilla más popular, creativa y cercana al sentir del pueblo: El M-19.

Cuando en Colombia algunos políticos reconocidos se reunían en torno al general Valencia Tovar, -
recordado por su acción en Patio Cemento que en 1965 le costó la vida al cura guerrillero Camilo
Torres -, para pedirle asumiera la jefatura nacional tras la crisis de gobierno, no muy lejos de allí y
en torno a un ser mucho más agraciado, empezaba a consolidarse un nuevo sueño revolucionario.
Peggy, quien en ese entonces era la cuñada del gerente de Coca Cola, y se había convertido en la
hija díscola de una oligarquía asfixiante, fue el puente preciso para propiciar el acercamiento entre
Jaime Bateman Cayón, líder de la organización Comuneros, Carlos Pizarro Leongómez y Álvaro
Fayad de las FARC, Eddy Armando un apasionado del arte y de la vida y el médico Carlos Toledo
Plata, representante a la Cámara y Secretario de Agitación de la Anapo.

Álvaro Fayad, quien por ese entonces militaba en las FARC, para evitarse un juicio por deserción le
propuso al Comandante Jacobo Arenas, escribir un libro biográfico sobre su vida y obra en la
guerrilla. El Comandante aceptó complacido, y en una de sus salidas para el desarrollo de su
investigación, Fayad escapó y no regresó jamás. Carlos Pizarro, quien corría el mismo peligro y
consecuente a su modo libre e intempestivo de asumir la vida, decidió, un día cualquiera, echar a
correr, y según cuentan sus amigos, corrió desde la montaña hasta Neiva y de Neiva voló hacia
Bogotá, donde lo esperaban los demás muchachos que irían a conformar la plana mayor del M-19.

A finales de 1973, en la finca Jalisco, propiedad del senador anapista Milton Puentes, se consolidó
definitivamente este proyecto revolucionario, dando una clara identidad política a lo que sería el
Movimiento 19 de Abril, M-19, un irreverente sueño Bolivariano, tejido más con ilusiones juveniles
que con el pragmatismo que, la ardua lucha armada, les enseñaría tiempo después.

Desde sus inicios, el M-19 se planteó como un proyecto urbano, nacionalista y Bolivariano, que
contrario a las ortodoxias que consumían a las guerrillas colombianas con su pobre interpretación
del sentir nacional, intentaba convertirse en una real alternativa de poder capaz de transformar
pesados e incomprensibles dogmas ideológicos en acciones convocantes, frescas y atrevidas.
Líderes de distintas vertientes, confluyeron al encuentro con la historia para tejer una nueva
propuesta de lucha armada dispuesta a ganar espacio nacional a través de una acertada lectura de
la sociedad colombiana y de la realización de osadas acciones político militares que además de
poner en evidencia la fragilidad del establecimiento, les ayudara a ir ganando terreno en el
corazón de las mayorías empobrecidas y marginadas y de importantes sectores de la
intelectualidad y el arte colombianos. El M-19 no tardó en convertirse en el mejor ideal
revolucionario del país y del continente.

Su incursión a la vida nacional debía ser el reflejo de sus ideas y de su afán de protagonismo social
haciendo uso de gran ingenio y creatividad. Por ello, una semana antes de su aparición pública, el
17 de enero de 1974, el movimiento pagó varios avisos de prensa anunciando la llegada de un
novedoso producto: “Parásitos… gusanos? espere M-19”, “Decaimiento… falta de memoria?
Espere, ya llega M-19” . En su primer comunicado público, distribuido en el mismo mes, se
autoproclamaron como un movimiento anapista, hablaron de socialismo a la colombiana en un
lenguaje hasta la fecha desconocido para el país, y dejaron claro que su lucha armada era contra
“el imperialismo norteamericano que sojuzga a nuestros pueblos impidiéndoles su desarrollo
económico y social, contra las oligarquías nacionales, serviles incondicionales del imperialismo,
vendepatrias descaradas y explotadoras insaciables de los campesinos, y contra los altos mandos
militares, perseguidores de obreros, campesinos y estudiantes, guardianes de los intereses del
imperialismo y las oligarquías; el alto clero, obispos y arzobispos que se cuelgan a Cristo en el
pecho y por debajo de la lujosa sotana se les ve la gruesa chequera…”

El M-19 se constituyó entonces en una guerrilla semiurbana que logró combinar ideológicamente
varias tendencias políticas de la época, integrar fuerzas afines y darle forma a una nueva
propuesta de lucha armada que rompía con los discursos y prácticas de la guerrilla colombiana
emuladora de principios extranjeros. El M-19 era diferente, no era una guerrilla convencional, no
podía serlo, no sólo porque su origen fuera totalmente político y citadino, por así decirlo, y no
simplemente agrario ni resultado de un proceso de estudios políticos en La Habana, como ocurrió
con otras agrupaciones subversivas, sino porque sus filas estaban conformadas por hombres y
mujeres tan agudos como ingeniosos, todos ellos dotados de una asombrosa capacidad natural
para leer e interpretar el país como Jaime Bateman Cayón, tan generosos y altruistas como el
medico Carlos Toledo Plata, tan preparados e inteligentes como Alfonso Jacquin, Andrés
Almarales, Luis Otero, Álvaro Fayad, Antonio Navarro, Otty Patiño, Gerardo Ardila, Israel
Santamaría o Vera Grave, valientes y audaces como Iván Marino Ospina, Ariel Sánchez, Elvencio
Ruiz, Clara Elena Encizo, Carmenza Londoño, Nelly Vivas, Gustavo Arias, Gladis López, Afranio
Parra, Jorge Eduardo y Ariel Carvajalino, Roberto Augusto Montoya, Libardo Parra, Lázaro, Rubén,
Abraham, Santiago o Hipólito Blanco, idealistas y consecuentes como Carlos Pizarro, Irma Franco o
Germán Rojas Niño y otros tantos valientes anónimos que lograron darle una imagen renovada y
carismática al movimiento insurgente latinoamericano.

El Eme era una organización que con ingenio respondía a la frustración de una generación ávida de
cambios, quería hacer política con las armas en coherencia con la voluntad popular, romper el
esquema de la lucha armada y torcerle el cuello con audacia y creatividad al extremismo de
izquierda y a la represión de derecha, y mediante el uso de recursos simbólicos, crear una
identidad nacionalista. Por eso su primera acción de lucha en enero de 1974 fue la sustracción de
la espada del Libertador de la Quinta de Bolívar en Bogotá, intentando reivindicar las palabras que
Simón Bolívar pronunciara en su discurso del 2 de enero de 1814: « No envainaré la espada
mientras la libertad de mi patria no esté completamente asegurada». «La espada libertadora ya
está en manos del pueblo», gritaron los guerrilleros tras el éxito de su acción.

Jaime Bateman Cayón, «el flaco Bateman» o «Pablo», su alías más conocido, fue la cabeza
fundadora del M-19 y quien logró orientar acertadamente la ideología del movimiento conciente
del efecto de sus acciones en el plano social y político, intentando establecer una conexión
efectiva con la gente del común y el país real que a diario sufrían millones de personas, el país vivo
y complejo que los núcleos ultrapolarizados de la sociedad osaban desconocer para imponer su
propia lectura de país. “En su obsesión por conectar la lucha armada con la política y las
inquietudes populares, Bateman fue quien abrió el proceso de «Diálogo Nacional» entre el Estado,
la sociedad y la guerrilla” . Bateman sin duda fue un visionario.

El M-19, bajo la conducción de este singular líder costeño de alma generosa, risa contagiosa e
incomparable estatura revolucionaria, además de ejecutar osadas acciones políticas, empezó a
tomarse los barrios populares de importantes ciudades del país, para en operativos al estilo Robin
Hood, robar a los ricos para repartir alimentos a los pobres, asaltar camiones repartidores de leche
y carros del supermercado Carulla, produciendo cierta mezcla de admiración y desconfianza en las
demás agrupaciones subversivas.

“Bateman fue el primer dirigente guerrillero de extracción marxista en hablar sin tapujos de
negociación, diálogo y paz… También fue el primero en entender que, a esa insurgencia armada de
origen campesino, inspirada en las revoluciones cubana, argelina, china, vietnamita o soviética, y
alimentada de nuestra propia larga historia de guerras civiles y resistencias rurales armadas, había
que darle una proyección política más real e inmediata que la insertara en la sociedad colombiana
de su tiempo… El “flaco” Bateman creó a puro pulso, a fuerza de convicción y personalidad, el
Movimiento 19 de Abril –M-19-, que en febrero de 1974 sorprendió al país con su insólito robo de
la espada de Bolívar , para a través de este acto simbólico recuperar el espíritu del Libertador e
instalarlo en la conciencia de esa Colombia sangrante de la década de los setentas, y con el grito
de «tu espada en pie de lucha, ayer, hoy y siempre» romper el esquema foráneo de revolución y
sellar para siempre lo que sería la ideología del movimiento y destino de la lucha armada
colombiana. La sagaz acción de la espada logró resumir todo el sentido nacionalista que intentó
darle el Eme a la lucha guerrillera.

“Interpretamos al pueblo cuando recuperamos la espada de Bolívar… Ella constituye un símbolo


que vale más de cien mil armas. Por eso nuestra primera acción consistió en ponerla en manos del
pueblo que lucha por la libertad de su patria” declaró Jaime Bateman Cayón.
Y es bajo ese ideal de lucha bolivariana como empiezan a relacionarse con otras agrupaciones
latinoamericanas, intentando crear una gran fuerza continental. Por ello su escuela militar se
establece con los Tupamaros, estudian en La Habana y sostienen importante vínculos con
agrupaciones subversivas en distintos países de la región. El M-19 es la única guerrilla colombiana
que logra jugar un papel activo en la lucha Sandinista de Nicaragua, sus nexos fueron ampliamente
conocidos en episodios como la toma de la embajada de Nicaragua cuando ese país se encontraba
bajo el régimen Somosista, también lograron compartir secretos y estrategias de la lucha armada,
y generar una relación casi hermanada que hizo posible que el M-19 enviara hombres a la lucha
armada en Nicaragua, y el ejército Sandinista, a su vez, brindara armas y compartiera asesores
militares traídos de distintas partes del mundo.

El M-19 estaba dispuesto ganarse el respaldo popular desde su incursión en la vida nacional, y con
el robo de la espada, ese apoyo se incrementó ostensiblemente; además de reafirmar una
importante y desafiante simbología nacionalista, le otorgó un inmaculado halo de misterio que se
mantuvo intacto durante muchos años respecto al destino de la espada, llegando incluso a
rumorarse que estaba en la tumba de León de Greiff, paseando descaradamente en el baúl de un
Renault 4 por la ciudad, pegada con adhesivo a una elegante mesa de madera en una suntuosa
casa al norte de la capital, o fuera del país, como efectivamente sucedió durante casi diez años,
por lo que tuvo que ser velozmente traída de La Habana para su entrega oficial tras la
desmovilización de sus hombres en 1990.

El Eme en su inició tuvo tantos aciertos como desatinos; en su marcha por el hambre aún bajo la
consigna de movimiento anapista logró una significativa movilización popular que con atino, y
pese a sus equívocos, logró mantener de su lado varios lustros después. La publicación del diario
Mayorías, órgano informativo abanderado de los sectores trabajadores de la Anapo, si bien
despertó una gran simpatía entre la muchachada con sed de revolución, también generó gran
polémica en algunas esferas de la sociedad, tanta que incluso en una reunión política celebrada en
Villa de Leyva, varios dirigentes le solicitaron al General Gustavo Rojas Pinilla ordenará su clausura,
pero él se negó reconociendo abiertamente su simpatía por el M-19. Sin embargo, meses después,
cuando empezaron a evidenciarse fracturas ideológicas al interior de la Anapo Socialista, y del
slogan de lucha del Eme fue excluido el nombre de María Eugenia Rojas, y se produjo el secuestro
y posterior ajusticiamiento de José Raquel Mercado, el movimiento insurgente perdió importante
apoyo nacional, incluso de la misma Anapo.

Bajo la consigna de que la «justicia del pueblo, la hace el pueblo» la guerrilla sometió al presidente
de la C.T.C a un juicio popular, acusándolo de traidor a la clase obrera, a la patria y declarándolo
enemigo del pueblo. En su comunicado del 15 de febrero de 1976, el M-19, aún como brazo
armado del movimiento anapista, convocó a todas las organizaciones populares y gremiales,
religiosas, culturales y estudiantiles, de izquierda y oposición para que promovieran la
participación nacional y la aplicación de la justicia popular revolucionaria contra José Raquel
Mercado. La idea del juicio popular, pretendía que la ciudadanía escribiera en paredes de la ciudad
Sí o No, culpable o inocente para decidir la suerte del secuestrado; para muchos esto fue falso y
fueron los mismos guerrilleros quienes se encargaron de colocar los letreros de Culpable en las
paredes. El 5 de abril circuló a través de su órgano oficial, el veredicto popular: CONDENADO A
MUERTE. Conmutación de la pena a cambio de: 1. Reintegro de los trabajadores despedidos. 2.
Estabilidad laboral. 3. Reproducción de está página en la gran prensa oficial.

Después de 64 días de cautiverio, el 19 de abril de 1976, José Raquel Mercado fue ejecutado y está
sangrienta acción se convirtió en el primer crimen de guerra perpetrado por el M-19, que aún
cuando no causó gran impacto social, se trataba de un obrero, y además de uno considerado
traidor, si marcó indefectiblemente lo que sería el desarrollo de la lucha armada en la vida
nacional. «Cuando una organización es grande y prestigiosa no necesita hacer una ejecución»
declaró el comandante de esa organización Israel Santamaría, meses después.

El 9 de abril de 1978, el M-19 irrumpió en la Casa Museo Jorge Eliécer Gaitán, para acusar a la
oligarquía conservadora y liberal del asesinato del caudillo liberal y responsabilizar directamente a
las familias Ospina, Lleras, López y Turbay del magnicidio. En el lugar los guerrilleros dejaron
banderas, consignas en las paredes y algunas flores como sentido homenaje en el 30 aniversario
de la muerte del caudillo. Días después la guerrilla interceptó el bus de la delegación nicaragüense
en los juegos centroamericanos de Medellín, repartieron propaganda y escribieron frases
solidarias con el movimiento Sandinista. El 10 de mayo se tomaron la embajada Nicaragüense,
llenaron sus paredes de consignas y dejaron al embajador con su señora amordazados y atados a
un par de sillas; hecho que aún cuando no tuvo mayor relevancia a nivel de medios de
comunicación, como gesto simbólico y muestra de irreverencia revolucionaria si permitió que su
nombre fuera pronunciado con cierta gracia y simpatía en labios de miembros de otras
organizaciones subversivas en Latinoamérica.

La perfectamente ejecutada acción del robo de las armas del Cantón Norte en 1979, si bien fue
asumido como un juego para el movimiento, que incluso los llevo a escribir en las paredes de la
guarnición militar cosas tan absurdas, como no contaban con nuestra astucia, en realidad se
convirtió en un golpe fulminante, tanto para las FFAA, para el establecimiento como para ellos
mismos, que además de contar entre sus filas con cerca de 300 hombres y ahora con cinco mil
armas que soñaban entregar al pueblo en una gran insurrección armada, los enfrentó en todo su
realismo y crueldad al horror de la guerra. El ejército humillado desató una feroz persecución, que
llevó a muchos inocentes y combatientes a las salas de torturas de los batallones militares y a
buena parte de las cabecillas del movimiento a prisión, muchos de los cuales, tras la realización de
fraudulentos consejos verbales de guerra donde eran los peores criminales de las FFAA quienes los
juzgaban y torturaban, de la caída del vergonzoso estatuto de seguridad y de la Ley de Amnistía
decretada por el presidente Belisario Betancur, recuperaron su libertad retomando la lucha
armada.

El M-19, a través de sus audaces y provocadoras acciones, dejó establecido en la historia nacional
la posibilidad real de dirimir las diferencias a través del diálogo y la negociación. La toma de la
Embajada Dominicana con su posterior solución negociada, al margen de si se produce por
conveniencias de orden diplomático, se constituye en el primer diálogo que logra establecerse en
el país entre oligarquía y guerrilla con unos resultados concretos y de ganancia compartida. Los 17
embajadores fueron liberados sanos y salvos y los guerrilleros que participaron en la toma, con
una fuerte suma de dinero lograron salir del país con todas las garantías a La Habana, Cuba.

En posteriores intentos por buscar el diálogo nacional y alcanzar la paz, si se recorre la memoria
histórica del país, e incluso se accede a las actas firmadas por las comisiones de negociación y
verificación, se evidencia la madurez que paulatinamente, en medio de los estragos y el horror de
la guerra, el M-19 fue alcanzando como organización armada, política y nacionalista, hasta su
reintegro a la vida civil logrando una participación política activa dentro del marco de la legalidad a
partir de la realización de una Asamblea Nacional Constituyente pluralista y democrática que
concluyó en la Constitución de 1991, la carta política más progresiva y social que haya existido en
todo el continente americano.

El respaldo popular que recibió el M-19 hasta el final de sus días como movimiento alzado en
armas y en su etapa de transición y consolidación en la vida democrática, como se demostró en las
urnas, nunca ha sido conquistado por agrupación subversiva alguna en el país. Sin embargo, este
apoyo nunca fue gratuito, el Eme se lo ganó a pulso con sus acciones, aunque también es
igualmente cierto que fueron muchas de ellas las que se lo arrebataron en determinado momento,
aún cuando tiempo después con gestos de sensible reconciliación lograran reconquistar esa
simpatía pérdida.

El 15 de marzo de 1985, una vez superado el ataque a traición por parte del Ejército Nacional al
campamento de Yarumales, de retomar conversaciones con el gobierno en Los Robles en enero de
1985, el M-19 convocó en la Plaza de Bolívar de Bogotá, a un multitudinario acto, conocido como
“Desagravio a la Democracia”. El país entero fue testigo del masivo apoyo que la población le
brindaba al movimiento guerrillero y el oficialismo tuvo que reconocer su enorme y amenazante
capacidad de convocatoria. El Comando Central del M-19, en medio de esa nutrida manifestación,
preguntó al pueblo si deseaban que ellos abandonaran la lucha armada, y el eco de que no lo
hicieran tuvo que haberse sentido en el mismo Palacio Presidencial. El movimiento guerrillero
entonces invitó a participar activamente a toda la población, sin exclusiones de ninguna índole, en
un verdadero proceso de transformación social que les permitiera de verdad ser primero una
genuina fuerza democrática y luego ser gobierno; un gobierno pluralista, abierto a las mayorías y a
las distintas capas que conformaban la nación. El pueblo selló su pacto con el M-19 y el
establecimiento para poderse perpetuar en el poder, entendió que lo debía eliminar. Esto explica
el fatal desenlace en la toma del Palacio de Justicia, donde el miedo venció.

La clase dirigente colombiana, algunas fracciones retardatarias del establecimiento y personas que
otrora fueron simpatizantes del M-19, apoyadas en un falseamiento de la memoria histórica, han
considerado que la toma del Palacio de Justicia ocurrida el 6 de noviembre de 1985, supuso una
mancha imborrable en la historia de la organización, achacándoseles toda la responsabilidad por el
sangriento desenlace. Sin embargo, las evidencias, material probatorio, testimonios,
investigaciones posteriores y una amplia lectura del contexto en el cuál se desarrolló la acción,
demostraría que su operación militar contenía un claro sustento político que si bien reflejó una
absoluta falta de visión y claridad política que los llevó a exponer de forma suicida algunos de sus
mejores cuadros estratégicos ante un poder imposibilitado para sancionar al Presidente como
ellos pretendían, determinó el oscuro camino de sangre y barbarie que desde entonces y desde
antes, pero con mayor nitidez y cinismo después de los hechos, Colombia ha tenido que padecer.
Con la toma del Palacio se quería hacer claridad sobre la ruptura del proceso paz; ante las
versiones oficiales que sin controversia publicaban los medios masivos de comunicación, el Eme
considero de suma trascendencia llevar a cabo una acción que obligara al establecimiento a hacer
públicas las actas de la Comisión de Verificación donde se demostraba la traición del gobierno a
los pactos firmados, denunciar al gobierno por el oscuro manejo que se le daban a nuestros
recursos naturales y la sumisa entrega del Estado a la banca y la dudosa justicia internacional. El
propósito de la toma era enjuiciar públicamente al presidente por traición a través de los
magistrados de la Corte Suprema de Justicia, quienes serían los responsables del veredicto,
denunciar la corrupción del gobierno, y propiciar un nuevo acercamiento, que con mayores
garantías condujera a la creación de un gabinete de paz.

El M-19, que para ese entonces contaba con un enorme respaldo popular, además de perder
valiosos hombres, perdió terreno político y su presencia en la vida nacional se vio fuertemente
diezmada. Históricamente quedó marcada como una guerrilla, sino homicida, si torpe y engreída,
una guerrilla que poseía más confianza en su propia visión militarista que en su propuesta de paz,
que creía más en la fuerza que en la razón, que prefería otorgarle más poder a las armas que a su
propio discurso político y a su fuerza de convocatoria nacional. Después de esta acción de la cual
ni siquiera el país se recupera 22 años después ocurridos los hechos, el Movimiento entró en una
especie de limbo emocional que los sumió en la soledad y la depresión; los enemigos de la paz
supieron aprovechar la tragedia para señalarlos como una agrupación terrorista y sus amigos y
aliados empezaron a cuestionar severamente su torpeza, argumentando que además de irracional
no admitía justificación alguna, porque con ella, lo que se había logrado era justificar la represión y
la guerra contra el pueblo. «Las acciones aventureras no van a lograr cambios democráticos»
aseguró el Comité Ejecutivo de la Confederación Sindical de Trabajadores de Colombia, CSTC.

Álvaro Fayad, jefe máximo del M-19, nunca logró reponerse de la tragedia, y la culpa por haber
sido el ideólogo de una acción tan ingenua y desproporcional, que costó la vida de sus amigos y
compañeros de lucha, de magistrados que eran objeto de su admiración y de varios civiles
inocentes y la desaparición de los empleados de la Cafetería, lo atormentó hasta el día de su
muerte cuando fue asesinado en marzo de 1986, dos meses antes que sucediera lo mismo con
Gustavo Arias Londoño. Los dos fueron emboscados y fríamente asesinados por agentes del orden
fuera de combate. El eme herido y casi derrotado, logró poco a poco volver a integrar sus filas, sin
embargo, los dolorosos hechos del Palacio, y su fracasado asalto a Cali con el Batallón América, los
enfrentó a su propia vulnerabilidad y entendieron que el pueblo estaba dispuesto a seguir
acompañándolos pero no en el camino de la guerra sino de la paz. Fue así como el 17 de marzo de
1989, después de realizar su última acción política con el secuestro y posterior liberación del
político conservador, Álvaro Gómez Hurtado, dentro de su nueva consigna de “Paz a las Fuerzas
Armadas, guerra a la oligarquía y vida a la nación” el M-19, decidió bajo el gobierno de Virgilio
Barco, dar el paso definitivo y firmar la Cuarta Declaración con la que se estableció la mesa de
trabajo por la paz y la reconciliación nacional, el análisis y la concertación.

Sobre los hostigamientos, las presiones y el asesinato del comandante Afranio Parra y otros
compañeros de lucha armada, ocurridos recién iniciado el proceso de acercamiento con el
gobierno, el Eme se mantuvo firme en su propósito de alcanzar una salida negociada al conflicto, y
el 2 de noviembre de 1989, aún sobre la sangre fresca de los caídos, firmó el Pacto Político por la
Paz y la Democracia.

“En un país despedazado por tantas guerras y fracturado por muchos poderes, alguien tiene que
empezar.- dijo Carlos Pizarro en Santo Domingo, Cauca- Hemos asumido este proceso sabiendo
que nuestro esfuerzo es parcial y que éste es el único camino hacia la paz. Nuestro primer reto es
romper el escepticismo, la incertidumbre y el sentimiento de impotencia de los colombianos.
Dejar las armas se ve como una locura e ingenuidad, sin embargo, elegimos hoy este camino
porque estamos seguros que la gran mayoría de colombianos necesitamos la paz. Y no una paz
cualquiera, no una paz de la intimidación, del silencio o la soledad; necesitamos una país en
movimiento, expresando sus sentimientos, luchando por sus ideales, concertando con libertad la
solución. Esta vez hemos decidido desarmar nuestra estructura militar para dotarnos de mayor
eficacia política. No entregaremos una sola arma al gobierno. Nuestras armas representan una
historia de lucha, de compromiso, de sacrificios, de patrimonio del M-19 y de todos sus
combatientes. Para ellas, hemos acordado un destino digno.

Nuestra victoria no es negociar con el gobierno; nuestra victoria es haber vencido el miedo a dejar
las armas para asumir el riesgo de la paz”.

Y lo asumieron, y hoy nadie puede desconocer que el M-19 condujo un proceso de negociación
limpio y honesto de casi un año que le demostró a la sociedad colombiana cómo con verdadera
voluntad, transparencia y un genuino compromiso político, era posible conquistar la paz. El Eme
supo responder con seriedad y generosidad al llamado del país y su deseo de incursionar en la vida
política desde la legalidad y ponerle fin a la lucha armada, se mantuvo sobre toda suerte de
agresiones de que fue objeto el proceso, como la orden de arresto en pleno tramite de
negociación, la acción del congreso que terminó por desconocer lo pactado y negar el referéndum,
y el oscuro asesinato de su líder Carlos Pizarro Leongómez, el 26 de abril de 1990, cuando
recientes encuestas sobre las candidaturas presidenciales, demostraban que tenía posibilidades
reales de llegar a ocupar la Presidencia de la República.

Para algunos sectores de la sociedad, el sacrificio en la vida de Pizarro representó el precio por el
perdón, pero no fue así porque el crimen jamás se puede justificar ni la impunidad tolerar, porque
Pizarro era un hombre de paz y de gran valor que le cumplió al país, porque el “perdón”, si es que
es pertinente hablar de perdones, fue ganado por el movimiento, no un regalo de la sociedad y
menos de la oligarquía; y si el país nacional los apoyó, como quedó evidenciado en las elecciones
para la Asamblea Nacional Constituyente, fue porque Colombia pudo reconocer su audacia
política, su sacrificio y sincera entrega en la construcción de un camino de reconciliación nacional.
Los logros alcanzados en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, forjados a partir de las
ideas y el inquebrantable compromiso del M-19 con la sociedad colombiana, nos demostraron que
la concertación era posible, que aún cuando los acuerdos de paz que suscribieron guerrilla y
gobierno nacional, no se cumplieron en su totalidad, la voluntad por buscar alternativas de
afianzamiento democrático fue superior a la muerte, al oscuro deseo de retaliación y al egoísmo
recalcitrante que siempre ha caracterizado a nuestra pobre y perversa dirigencia política.

Si leemos con justicia el papel de la guerrilla M-19 en la historia reciente del país, debemos
reconocer que su paso fue definitivo en la construcción del país que vivimos hoy; fueron muchas
de sus actuaciones las que determinaron para bien o para mal, el derrotero actual, contribuyeron
a despejar loables aspectos de nuestra vida nacional, evidenciaron la crudeza de nuestro aparato
estatal y afectaron positivamente el desarrollo político actual. Enormes esfuerzos y valientes
luchas que hoy parecen desdibujados por la acción criminal de la actual administración, y del
ejercicio brutal que los grupos paramilitares en connivencia con el ejército nacional y bajo el
amparo de gobiernos locales y políticos tradicionales que han sembrado de sangre y odio el país.

El M-19 supo responder a los retos históricos que se le plantearon a través de su lucha político
militar y desde la legalidad como AD-M-19 y a través del destacado ejerció político de varios de sus
miembros como Antonio Navarro, Camilo González, Gustavo Petro, Otty Patiño, Vera Grave,
Germán Rojas y Marcos Chalita entre otros.

Por ello poco sorprende que 17 años después de su desmovilización y desintegración como fuerza
armada, su lucha guerrillera siga siendo traída a la memoria con tanta insistencia. En los debates
del Congreso de la República, su nombre sale a relucir una y otra vez, el Presidente cada que
intenta un ataque bajo a la oposición, saca a relucir el nombre del M-19, en las calles aún se
escuchan consignas, su bandera es ondeada constantemente y el rostro de sus mejores hombres
son expuestos en afiches en cada aniversario o en el desarrollo de manifestaciones o protestas
ciudadanas. En varios sectores juveniles se recrea una y otra vez su historia, se habla de la
necesidad de darle nueva vida reconociendo la vigencia de todos sus planteamientos, de la
necesidad de crear otro M-19, se escriben biografías sobre sus más importantes líderes, y poco a
poco se van consolidando fuerzas sociales que rescatan su lucha, su memoria y sus ideas.

El M-19 es parte viva del sentir nacional. Por eso su memoria, su ejemplo y su lucha seguirán
siendo emulados, aplaudidos y reconocidos, aún sobre las calumnias y el miedo que sigue
despertando entre las oligarquías y los sectores más reaccionarios y excluyentes del país.

“Las mayorías tenemos que ser gobierno”


Movimiento 19 de Abril. M-19

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