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Asesor
IVAN DARÍO TORO JARAMILLO
Doctor en filosofía
Doctor en teología
Declaro que esta tesis no ha sido presentada para optar a un título, ya sea en igual
forma o con variaciones, en esta o cualquier otra universidad” Art 82 Régimen
Discente de Formación Avanzada.
Firma
A Cristo, a Diana y Martín.
AGRADECIMIENTOS
A Cristo, quien me susurra todos los días cómo leer la realidad, la cultura, los textos
y mi propia existencia.
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CONTENIDO
RESUMEN..........................................................................................................................................8
INTRODUCCIÓN ..............................................................................................................................9
a. La Lectura, una mirada filosófica ........................................................................................9
b. Itinerario hermenéutico de Paul Ricœur ......................................................................... 23
c. Los capítulos y la bibliografía ........................................................................................... 27
1. INTERPRETACIÓN Y CULTURA ........................................................................................ 35
1.1. Teoría de la interpretación en Aristóteles ................................................................... 40
1.2. La interpretación de la cultura en el pensamiento contemporáneo ....................... 54
1.3. La escritura y el logos en la tradición occidental ....................................................... 61
2. TEORÍA DE LA LECTURA EN PAUL RICŒUR ................................................................. 78
2.1. El texto ............................................................................................................................. 80
2.2. El discurso ....................................................................................................................... 90
2.3. El mundo.......................................................................................................................... 96
2.4. La interpretación ........................................................................................................... 105
2.5. La lectura ....................................................................................................................... 111
2.6. Referencia y sentido .................................................................................................... 123
2.7. Apropiación ................................................................................................................... 128
2.8. La identidad narrativa .................................................................................................. 133
3. APLICACIONES ................................................................................................................... 142
3.1. Filosofía y exégesis bíblica ......................................................................................... 144
3.1.1. Referencia: polifonía bíblica ......................................................................... 146
3.1.3. Sentido: hacia una hermenéutica de la escucha del lenguaje religioso 152
6
3.2. Psicoanálisis, una interpretación de la cultura......................................................... 156
3.2.1. Referencia: el psicoanálisis como hermenéutica de la cultura ............... 157
3.3. El Olvido que seremos bajo el lente del tiempo narrado en Paul Ricœur........... 170
3.3.1. Referencia: el olvido como acceso a la historia ........................................ 173
CONCLUSIONES......................................................................................................................... 187
BIBLIOGRAFÍA ............................................................................................................................. 195
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RESUMEN
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INTRODUCCIÓN
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En el caso colombiano, Estanislao Zuleta (2010) presentó, en una conferencia
Sobre la lectura, una crítica a la lectura y escritura de textos en la formación
académica, y elaboró un recorrido somero por algunos autores destacando la
importancia de dar con códigos que aparecen en el mismo texto, llegando a la
conclusión que “la literatura como la filosofía imponen un código que hay que definir
y el texto lo define” (2010, p. 13). El pensador colombiano, muestra cómo Cervantes,
Kakfa, Dostoievski, invitan a la paciencia del lector, al trabajo de la lectura y así
lograr salir de la lectura como consumo que busca textos fáciles y conducen al
verdadero conocimiento, al que solo se llega al “dejarse afectar”, al coraje y al valor
de perseverar en la lectura. Zuleta (2010) es un maestro y piensa en la lectura
formativa, en la lectura que conlleva a la interpretación. Sin ser un hermeneuta
propone la lectura como posibilidad de descubrir mundos, de descubrirnos a
nosotros mismos a través de quienes nos precedieron y plasmaron su visión del
mundo en los textos.
El texto nos sale al encuentro no como algo hermético, sino como una invitación al
discurso. Ricœur (1986) entiende que el texto es mediador entre la reflexión y la
comprensión, entre el autor y el lector. Comienza así el “diálogo” entre autor y lector,
provocándose una re-acción en el lector que pretende, “desde su tiempo”,
comprender y explicar lo que allí se dice, llegando incluso a apropiarse del texto
mismo. Porque, en el fondo, para Ricœur, el texto -al igual que el mito, el símbolo,
la metáfora o el signo- no está acabado, sino que requiere de una interpretación que
nos desvele su sentido, el sentido del ser, del yo, y nos permita la comprensión del
mismo. Y esta es tarea que le corresponde a la hermenéutica.
Ahora bien, ¿cómo se lleva a cabo el proceso interpretativo? ¿Cuáles son sus pasos
y qué saberes actualiza? Las respuestas a estas preguntas no escasean a lo largo
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de la historia, especialmente en el ámbito filosófico. Propuestas contemporáneas -
y de gran trascendencia- cuentan con los aportes de Husserl, Heidegger, Dilthey,
Gadamer, Hirsch, Eco, y por supuesto de Paul Ricœur, entre otros (Dominguez
Caparros, 1993). En el presente trabajo será objeto de análisis la propuesta de
Ricœur, no solo por la solidez de su planteamiento, sino por la diversidad de
tendencias que lo integran y el carácter armonizador que preside la actividad de
este pensador francés. Ampliemos la cuestión.
Así, Ricœur, deja ver en muchos momentos, y a veces en fragmentos, su idea sobre
el texto que se pretende desarrollar en esta investigación. Quedan muchas otras
búsquedas por fuera que, incluso Ricœur, alude en sus trabajos. Por ejemplo,
quedan por fuera elementos como la estética de la recepción desarrollada por Hans-
Robert Jauss (1989) e Iser (2000), desde un punto de vista literario con
insinuaciones sobre el mundo del lector o el impacto que causa el texto en el lector.
Otros movimientos como la sociología o la piscología de la lectura donde se miden
elementos relacionados con la comprensión desde el punto de vista cognitivo o
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experiencias particulares de textos que se convierten en “lentes” a través de los que
se pueden mirar las culturas. De este último estudio existe actualmente un
desarrollo importante en Estados Unidos conocido como Crítica literaria, desde los
estudios culturales. Son importantes los aportes de Ángel Rama (2006), Beatriz
Sarlo (2001) y otros que, incluso, se han dedicado a comprender la historia de
algunos pueblos latinoamericanos a través de obras como La María o Cien años de
soledad.
La problemática nos sitúa en una proliferación de textos, como diría Gabriel Zaid en
Los demasiados libros (2010). Existen muchos textos escritos por quienes no hay
leído nada. La crónica, que gana la batalla por las ventas de libros, sobre todo en
América Latina, deja ver la necesidad de contar historias “reales” y enterar a un
público amplio, por ejemplo la experiencia de un secuestro, la vida en un socavón
de una mina, etc. Dichos autores producen textos sin haber leído lo suficiente, sin
referir nada, sin encontrar intertextualidad con otra obra u otro autor y expresan un
mundo que no comprenden. Precisamente esta ausencia de comprensión muestra
el vacío de la lectura, la imposibilidad de comprender y ser comprendido en el
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mundo. En nuestro contexto latinoamericano, fuente de numerosas noticias, el
secuestrado, el futbolista, la modelo, el minero que acaba de salir del socavón, el
político, todos quieren contar su historia aunque nunca hayan leído alguna.
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En Ricœur, la interpretación es el paso que va desde la comprensión ingenua a la
comprensión versada, a través de la explicación, que es la mediación necesaria, y
por tanto esta última se convierte en el “camino obligado” propuesto por la
epistemología con su respectiva contra cara, la ontología, cuyo objeto está del lado
de la comprensión (1986, p. 149). Se encuentra así, en Ricœur, una evolución del
concepto de hermenéutica que trasciende las ciencias humanas hasta permear, hoy
día, las ciencias sociales, diferenciando las primeras, como producciones humanas,
de las segundas, como aquellas que intervienen al ser humano como tal.
Todo deriva en Gadamer (1900-2002), pues es el pensador alemán que, sin duda,
conjuga todas estas perspectivas filosóficas de la hermenéutica y las conduce a un
estatuto epistemológico que marcaría la segunda mitad del siglo XX. Al tomar en
principio la descripción de Heidegger del círculo hermenéutico, sin asumirlo como
precepto para la práctica del comprender, señala que en la interpretación de un
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texto se está actualizando un proyecto, replanteable continuamente con base en lo
que resulte de indagaciones posteriores en el texto. En Verdad y Método (1999),
Gadamer da un giro ontológico en la identificación del ser con el lenguaje: “El ser
que puede llegar a ser comprendido es el lenguaje” (1999, p. 568), y allana el camino
de Ricœur quien va más allá y quiere descubrir un yo que no debe reducirse solo a
sujeto de conocimiento, sino que está abierto a muchas otras experiencias.
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de una arqueología del sujeto, que busca la identificación de las ilusiones de la
conciencia más allá de los intereses o motivaciones escondidas en el texto.
Según Ricœur, un texto, como escritura, es aquello que espera y reclama una
lectura, pero no cualquier lectura: “La lectura es posible porque el texto no está
cerrado en sí mismo, sino abierto a otra cosa; leer es, en toda hipótesis, encadenar
un discurso nuevo al discurso del texto. Este encadenamiento de un discurso con
un discurso denuncia, en la constitución misma del texto, una capacidad original de
reanudación, que es su carácter abierto. La interpretación es el cumplimiento
concreto de este encadenamiento y de esta reanudación” (1986, p. 170).
El presente apartado busca dar cuenta del proceso ricœuriano hacia una
concepción de la lectura como teoría dentro de su trasegar hermenéutico. Mostrar
el itinerario del autor a tratar no es un rodeo innecesario, puesto que el movimiento
a través del cual Ricœur llegó a una elaboración de una teoría de la lectura está en
el centro de su pensamiento y no aparece como un mero accidente. El estrecho
camino recorrido por Ricœur en la hermenéutica contemporánea le ha merecido un
importante lugar en todo tratado sobre esta disciplina. Sin Heidegger, sin Gadamer
y, por supuesto, sin Ricœur, sería imposible dar cuenta del camino que siguió la
filosofía, de la metafísica a la hermenéutica, poniendo la existencia como diálogo
entre ambas.
23
George Reyes (1999) describe la primera de las hermenéuticas, la hermenéutica
romántica de Schleiermacher a Dilthey, como aquella en la que prima “el mundo
detrás del texto”. En un segundo momento Reyes menciona las hermenéuticas
filosóficas y literarias cuyo enfoque está en “el mundo dentro del texto” y, por último,
será considerada la hermenéutica antrópica por el énfasis que se pone en “el mundo
delante del texto”.
En esta etapa de los años 60 a los 90 del siglo XX, denominada por Marcelino Agis
(2006, p. 27) como etapa “hermenéutica”, distingue varios momentos que no
necesariamente obedecen a un camino cronológico sino a los intereses y
preocupaciones propias de un pensador que reflexiona sobre el contexto en el que
desarrolla su obra. Dentro del ámbito hermenéutico se puede apreciar El mundo del
texto, como un pico alto de su producción a través de la obra Du texte à l'action.
Essais d'herméneutique II (1986), y en el que se instaura un elemento nombrado
por él como “la cosa del texto”, en la que se enfoca “la tarea hermenéutica de
reconstruir este doble trabajo del texto la dinámica interna a nivel lingüístico y la
proyección de este en el sujeto (1986, p. 32). Aunque es amplia la dedicación que
hace Ricœur a la hermenéutica textual, el presente trabajo está centrado en el
“texto y autocomprensión del sujeto, que descubre a través del proceso de lectura
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un nuevo proyecto de ser-en-el-mundo” (Agis, 2006, p. 38), abriendo paso a una
última cuestión planteada en su itinerario filosófico y es la filosofía práctica o etapa
ético política. El objetivo, por tanto, es llegar a desarrollar una hermenéutica que
practica Ricœur “en la que el sentido del texto es una conquista del intérprete, quien
se comprende comprendiendo” (Agis, 2006, p. 38), y de esta manera abre la
posibilidad de una teoría de la lectura donde el mundo del lector sea quizá el
principio de la dinámica completa a la que conlleva la lectura como acto y como
lucha.
Bajo el influjo radical de una epistemología de corte positivista Ricœur sale al paso
con su teoría sobre el texto, que empieza siempre por una aclaración de lo que
corresponde al discurso y como discurso. Toda interpretación pasa por la dialéctica
del comprender/explicar, a la cual el autor francés le busca una salida: “Me pareció
que una teoría del discurso, definido como el acto por el cual uno dice algo sobre
algún tema a alguien, podía servir de bisagra entre comprensión y explicación”
(1991, p. 19). A ello se dedica en la primera parte de Du texte à l'action. Essais
d'herméneutique II (1986) e Interpretation theory: discourse and the surplus of
meaning (1976). En el primer escrito trata de la teoría del texto, de la acción y de la
historia, y en el segundo se refiere a la cuestión del discurso cuando establece una
diferencia y distancia entre los actos de habla y el acto de escribir que condicionan
la interpretación, puesto que uno es dicho en un contexto con referentes concretos
y el otro está fijado a través de unos símbolos que lo hacen perenne y están a la
espera de quien los lea y se acerque en búsqueda de una comprensión que rebasa
los límites del mismo texto.
Todo hace parte de un movimiento que hay que atreverse a descubrir. Fue el logos
y fue el mito, o la logomítica (Duch, 2002) la que perseveró y dio continuidad a
nuestra historia, a nuestra cultura. Esta doble tradición nos ha marcado y
determinado profundamente nuestro ser trascendental y nuestra relación con el
lenguaje, es lo que ha trascendido en lo que somos. Si hemos perseverado en
aquello que somos ha sido en estas dos marcas: la filosofía, por una parte, da
cuenta de ello y lo testimonia en el mundo griego que nos trazó una manera de ser
occidentales y, por otra parte, en el cristianismo que recogió la posibilidad de pensar
lo sagrado, lo siempre otro desde nuestras búsquedas antropológicas.
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Así, el primer capítulo prepara el terreno ya que es en nuestros textos, en nuestros
registros donde se ve reflejado todo ello y si es posible interpretar, si es posible
comprender es porque nuestra cultura ha dejado un legado, ha puesto todo en el
papel, en la pieza musical, en el cuadro, en el monumento, en la catedral. La historia
de la cultura es la historia de sus vestigios, de sus huellas que permiten siempre
perseguir algo, quizá la identidad, quizá el futuro, pero siempre en búsqueda de la
esencia, de lo añorado, de lo que no se ve. Es esto que llamamos mundo, lo que se
nos escapa y a la vez queremos recuperar. Por eso decimos “el mundo” griego, el
mundo occidental, el mundo judío, etc., al fin de cuentas un mundo por recuperar,
al que hay que retornar.
Este tercer capítulo tiene como clave la “aplicación”, y quiere ser un aporte al
capítulo de conclusiones. La tesis misma ya es una conclusión, es un trabajo
conclusivo de un esfuerzo académico cuyos frutos se ven reflejados en estos tres
apartados que configuran el tercer capítulo. Este concepto de “aplicación” está en
Gadamer (Verdad y Método, 1999), desde una perspectiva filosófica, y Ricœur lo
retoma y lo transforma en “apropiación”. Se trata, pues, de llevar al plano concreto
la reflexión propuesta en el primer y segundo capítulo. Los tres textos allí expuestos
dan cuenta de elementos de la tradición cultural en la que nos desenvolvemos los
occidentales y que su uso ha convertido en supuesto la tarea de interpretar.
Primero, el texto bíblico. Ricœur dedicó una buena parte de su obra al diálogo entre
filosofía y exégesis bíblica. Como creyente y como pensador de los elementos de la
cultura, el texto bíblico le inquietó mucho y fue esta la fuente de múltiples encuentros
académicos. Es sobre el texto bíblico que hace un primer acercamiento, sobre el
lenguaje religioso y sus implicaciones en una hermenéutica de lo sagrado.
31
Interpretar el texto bíblico sigue siendo un reto multidisciplinar, y a Ricœur tal
cometido no le era ajeno pero sobre todo por lo que la Biblia significa para occidente.
Aunque el texto no trata de la relación sobre Biblia y cultura, si es una reflexión
sobre la posibilidad de comprender el lenguaje religioso, puesto que está en nuestra
tradición y hace parte de nuestras expresiones límite. Aunque es solo un esbozo,
se convierte en aplicación, porque la perspectiva del sentido, de la referencia y de
la apropiación se busca en los textos que han servido de ejemplo.
La segunda parte del tercer capítulo está centrada en el psicoanálisis. Para Ricœur,
el psicoanálisis propuesto por Freud no fue una terapia sino una interpretación de
la cultura. En la misma dinámica del texto anterior, no se trata de un análisis
exhaustivo de una obra sino la búsqueda de unos elementos que permitieran la
comprensión del hoy de la cultura en el trato con sus textos. Aunque lo anterior
seguramente ya podría ser el tema para una nueva Tesis, sin embargo lo que aquí
se busca es mostrar cómo en el ensayo se pueden dar las condiciones de
interpretación propuestas por Ricœur en el segundo capítulo. Se trata de mirar en
la dirección que Freud miró y acercarse a ella lo mejor posible. Si interpretar pasa
por el acto de realizar conjeturas, se espera que esta conjetura sea mejor que
muchas de las que se han hecho sobre Freud a través del lente de Ricœur.
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La última parte del tercer capítulo es una aventura bien justificada desde el ámbito
literario. La obra El olvido que seremos (2006), de Héctor Abad Faciolince, sirve
como referente para buscar el sentido del texto en algo bastante nuestro, muy
propio, muy de contexto, pero al fin y al cabo un texto que permite leer
filosóficamente una narración. No para declarar veracidad, no para un análisis
meramente literario, sino para hacer emerger de la obra lo que de universal tiene.
Este arriesgado apartado pretende mirar en la misma dirección que Ricœur miró las
obras literarias, no porque una obra como la de Abad Faciolince tenga en sí mismo
una conexión con la obra de Ricœur, sino porque al ser fruto de una cultura, de un
momento puntual de un pueblo, por ser una manera de contar una época, se
convierte para nosotros en un elemento que posibilita seguir volviendo sobre la
cultura y haciendo “memoria” de lo que somos. Es la paradoja hecha relato, es la
contradicción a la que nos somete la historia, es el desparpajo de quien se burla de
nuestra capacidad de olvidar. Quizá por gusto o por mera casualidad, se trata del
mismo esfuerzo por hacer conjeturas como una manera de interpretar los textos que
nombran la realidad.
Así, el primer apartado busca el sentido del nombrar a Dios, el segundo del nombrar
un ethos y el tercero la manera de acercarse a una historia particular, a un relato
concreto que involucra una cultura, que da cuenta de un todo, de la forma como
hemos aprendido a relacionarnos con Dios, con nosotros mismos y con los otros.
Una muestra de la manera cómo podemos aprender a interpretar y que nuestro yo
se pasee por mundos que existieron, que quizá llevamos en las entrañas o que nos
invitan a ser de otro modo que el sí mismo no podría hacer sin el acto de leer.
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1. INTERPRETACIÓN Y CULTURA
Cultura es pues, todo aquello que representa un vínculo, una conexión, un salto del
hombre en su quehacer con respecto a la naturaleza hacia un sobreponerse a ella
a través de instrumentos y de símbolos. La cultura es el mundo del hombre, su
hábitat, el ambiente que le permite ser parte de la naturaleza y a la vez la posibilidad
de transformarla (Duch, 2002).
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conocimientos, lo que se conoce como “erudición”, y en parte “cultivo” o “culto”, pero
de sí.
En el ámbito local, algunos autores han realizado una recopilación conceptual del
concepto de cultura y sus múltiples acepciones (Uribe, 2008), con mayor o menos
precisión pero con el deseo de orientar lo que significa la cultura y sus múltiples
dimensiones. Por ejemplo, el trabajo de Eudoro Rodríguez (1981), trata sobre la
fundamentación de una filosofía de la cultura en perspectiva latinoamericana, con
la tesis de que la cultura pertenece al hombre y a través de esta se distancia del
mundo animal. Es el legado histórico, la memoria que da plenitud al hombre pero a
su vez lo que mayor complejidad arroja en términos de interpretación. Es este
sistema simbólico el que ha dado al hombre la posibilidad de adaptación y
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ampliación de su ser en el mundo, de su adaptación al medio ambiente (1981, p.
210).
Con nostalgia, o celo, estos autores buscaron siempre retornar allí donde se iniciaba
el mundo filosófico y más allá del romanticismo, donde toda filosofía ha de volver.
Greciedad, dirá Kierkegaard (2007), logomítica lo nombrará Duch (2002), la fuente
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griega, dirá Weil (2005), cuando pretendía llegar al centro mismo de todo el
pensamiento griego, o simplemente el mundo griego como se usará en diversos
circuitos académicos. Se puede, incluso, ampliar el término de greciedad hacia el
de helenidad, como lo entenderá Heidegeer, y desde el cual se enfocaba la pregunta
por la filosofía: “¿Qué es eso de filosofía?, si accedemos (einlassen) a una
conversación con el pensar de la helenidad” (Heidegger, 2013, en linea). Hasta el
punto de considerar la pregunta por la filosofía no solo como la posibilidad de un
diálogo con el mundo griego, “conversar con la helenidad”, sino que el mismo modo
de preguntar se considera que es griego: “Pero no sólo aquello que está en cuestión,
la filosofía, es griega según su procedencia, sino también el modo cómo
preguntamos; el modo en el que todavía hoy preguntamos, es griego” (Heidegger,
2013, en linea). Es, al fin y al cabo, el retorno a las fuentes mismas de la filosofía en
términos de lo que una cultura comprende de sí misma, en torno a lo que una cultura
puede llegar a perderse si no recupera sus principios fundantes. Esta cuestión no
quedará abierta, sino que a lo largo del trabajo se irá develando, o por lo menos ese
es uno de los propósitos fundamentales de este primer capítulo: ver cómo en los
griegos y la contemporaneidad esta preocupación por la interpretación ha dejado
una marca en occidente.
Bien vale la pena una tesis sobre Ricœur como lector de Aristóteles pero lo que se
pretende en el presente apartado es vincular el pensamiento del estagirita con
varios de los planteamientos que hace el autor contemporáneo al retornar a sus
textos, especialmente la Poética, Sobre la interpretación y la Física. Sobre esta línea
de trabajo es importante el aporte que realiza, de manera general, Mariana Castillo
(2011) cuando piensa en la influencia que recibe Ricœur en la estructura de la triple
mímesis pensada desde Temps et recit y La metaphora vive especialmente.
También Luz Gloria Cárdenas, en el contexto local se ha ocupado bien de ambos
40
autores, de manera separada y también buscando las influencia del primero en el
pensador francés y rastreando algunos de sus conceptos. La profesora Cárdenas
(2012) propone una mirada a la teoría del lugar propuesta por Aristóteles en su
Física y al libro II de la Retórica, igualmente cuando se propone un rastreo por la
noción de discurso y su incidencia en la configuración del género filosófico y la
retórica que hay detrás (2007, p. 168). De ahí la importancia que se le ha dado a
dicha trayectoria. Por tanto es importante retornar a los planteamientos sobre el
lenguaje que hace Aristóteles que servirán de elemento preparatorio a la noción de
discurso, lectura y escritura que se desarrolla más adelante.
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Habla, además, del sonido (phóné) que corresponde a la percepción acústica de la
lengua (glóssa). Este sustantivo glóssa tiene dos acepciones: la primera es lengua
como órgano y la segunda, como se conoce modernamente, tiene la acepción de
idioma, término derivado probablemente de (glóch-ia) punta, emparentado con
glóches (granos de las espigas) procedentes del contexto vegetal. Es palabra que
significa básicamente la lengua de los hombres y animales en sentido fisiológico
(Homero 3, 332), como órgano del gusto y del habla, como facultad de hablar de los
hombres y de expresar para los animales. En sentido figurado glóssa puede
significar la facultad de hablar, sentencia, máxima, y también idioma, dialecto
(Homero, 19,175). Pero también puede denominar una exposición verbal oscura
que necesita ser aclarada, como lo plantea Aristóteles en la Poética cuando se
refiere a las especies de los nombres: “Todo nombre es usual, o palabra extraña, o
metáfora, o adorno, o inventado, o alargado o abreviado, o alterado” (1974, p. 203).
En cuanto al logos, traducido como discurso en Aristóteles, hay que ser cautos en
su delimitación, puesto que en la tradición griega del siglo V a.C. el término fue
usado indistintamente por todas las ciencias que iniciaban su desarrollo, tales como
gramática, lógica, retórica, psicología y metafísica, teología e incluso matemática.
Según Fries: “Cada ciencia la dotó de un sentido propio dentro de su ámbito, sentido
distinto en cada una, a veces, aun dentro de una misma ciencia, se pueden perfilar
en logos significados no idénticos” (1994, p. 251). De ahí que sea pertinente su
ampliación. Logos viene de la raíz leg, tomada del lenguaje popular, y puede
referirse a juntar, recolectar, narrar, y en otros casos significa palabra, discurso,
lengua, narración. Homero, por ejemplo, la usa en plural y no se diferencia, por lo
que a su sentido se refiere, a las palabras en general. Debido a los pocos o escasos
testimonios de la palabra logos en la antigüedad el término queda limitado a la
significación de discurso; por ejemplo en Jenofonte como el tema de un discurso
(Kranz y Diels, 1968, p. 127).
42
Después se da una revitalización del concepto en Heráclito en los fragmentos 106,
123 y especialmente el 112, al darle una visión ampliada del concepto logos, pues
se trata de una relación entre logos y naturaleza, quizá con atrevimiento, de una
hermenéutica del cosmos al señalar que se trata de un “obrar de acuerdo con la
naturaleza escuchándola” (Mondolfo, 1971, p. 44). Su contemporáneo, Parménides,
va un poco más allá al equiparar el discurso (logos) con el pensamiento (noema) en
el fragmento 8, 50 (Kranz y Diels, 1968, p. 491). Su mayor desarrollo y crítica se va
a dar en Platón que retoma esta tradición y le da el sentido al logos como especie
de oído interno o de pensamiento.
Así, para oradores y filósofos, quienes se sirven del logos a través de los diversos
géneros, como la poesía, los discursos procesales o las disputas filosóficas, logos
es discurso coherente y también es diálogo. Así se impuso como estilo formal de
estos dos tipos de oradores que “en la medida en que por ejemplo en una
conferencia (logoi) habría que convencer al auditorio dubitante del orden (logos) del
mundo, se agudizó la comprensión de las propiedades características de los
distintos nexos verbales (logos) y de su fuerza probatoria (logos), de manera que el
orador que con un discurso (logos) bien articulado era capaz de convencer, lo era
también de cosechar éxitos” (Fries, 1994, p. 255).
45
embargo, lo que propone la escritura es objeto de interpretación, es susceptible de
múltiples miradas o perspectivas.
Lo que sabemos de las afecciones del alma las sabemos por su sonido, por las
palabras, por el lenguaje, por el discurso que aquí se antepone a cualquier
expresión escrita. Según Aristóteles, la escritura da cuenta del sonido, de lo
pronunciado o expresado, del discurso, y esto es realmente nuevo en la historia de
la humanidad. Más adelante, cuando se desarrolle el concepto de escritura, en
Ricœur, se hará un mayor énfasis en este aspecto histórico; sin embargo, cabe decir
aquí que la escritura es más bien reciente en la historia de la humanidad. La
comunicación, a través de otros signos que no fueran escriturales, ya estaba
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presente de diversas formas (Gómez, 1983). Ahora se trata de las señales y hay
que seguir su pista.
Primero fue el discurso y era casi todo, eso está claro en Aristóteles. Quizá hoy se
haya perdido tal ruta, puesto que la escritura lo es todo, pues si existe algo que
valga la pena ser dicho será mediante la escritura con el propósito de que esté
fijada, esté al alcance y al acceso de todos. Si el discurso no es fijado en la escritura
no existe, lo que es evidente en los ámbitos jurídicos y filosóficos regularmente.
Para el pensador griego el discurso no tiene el poder que tiene la escritura, porque
solo se da en un contexto y es objeto de la retórica y la semántica. De lo escrito se
ocupa la poética al ver que entre discurso (oralidad) y escritura (fijación) hay algo
en común: el signo, la señal, el referente, aquello a que se invoca.
La segunda parte del párrafo con el que se inició este apartado continúa así:
“Aquello de lo que esas cosas son signos primordialmente, las afecciones del alma,
son las mismas para todos, y aquello de lo que éstas son semejanzas, las cosas,
también son las mismas” (1988, p. 36), alude a la universalidad del aquello que
quiere representar el signo. Las palabras por tanto, son señales o indicadores de
aquello que está en todos los hombres pero que no son expresadas de la misma
manera, de ahí que interpretar los signos es el punto de partida para comprender lo
que los hombres son y es donde Aristóteles establece una relación de continuidad
y discontinuidad entre el discurso y la experiencia, entre la palabra que nombra y
aquello que es nombrado.
En este comienzo de Sobre la interpretación también trata de los signos del sonido
que son las letras. Por un lado está la voz (phonei) y por el otro los signos (semeia)
escritos (grámmata) en general. El signo entonces es percibido acústicamente y
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ópticamente al convertirse en escritura. Primero es el sonido y después aparecen
letras como signos que a su vez configuran el discurso, de lo que Aristóteles si va a
desarrollar mucho mejor y que atraviesa los textos de la retórica, la poética y la
lógica. El signo, por su parte, no se interpreta, es siempre señal de otra cosa a la
que, por su misma esencia, refiere y remite y que es la que suscita el acto de
interpretar, lo que pasa por el acto mismo de leer. Este trasponerse de un elemento
a otro es lo que hay que seguir; se trata de perseguir la señal, y esto sí que es objeto
de la hermenéutica. Por tanto, ir en la dirección de aquello que refieren los signos
es lo que se conoce como discurso.
El pensador que volvió su mirada sobre el símbolo desde el ámbito filosófico fue
Cassirer, quien retoma la idea del hombre como animal simbólico, para afirmar que
los símbolos permiten "abarcar la totalidad de los fenómenos en los cuales se
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presenta un 'cumplimiento significativo' de lo sensible" (1998, p. 109), y la escritura
es uno de los componentes de la cultura que cabe dentro de dicho modelo de
significación. Es la misma escritura la que saca al sonido de su estado primigenio a
través del lenguaje que “empieza donde termina la relación inmediata con la
impresión sensible y el efecto sensible. El sonido aún no es lenguaje mientras
carezca del momento significativo junto a la voluntad de ‘significación’” (Cassirer,
2003, p. 147).
Ambos, Aristóteles y posteriormente Cassirer, ven el sonido como ese primer acto
del proceso de simbolización que todavía no llega a ser lenguaje: que todavía no es
discurso, que no puede ser objeto de interpretación, que no ha logrado su estatus
sintáctico, y mucho menos semántico, para que pueda entrar a los procesos de
simbolización como objeto de significación. El lenguaje es el que se puede
interpretar porque “hace una verdadera virtud de la necesaria ambigüedad del signo
fonético. Porque justamente esta ambigüedad no permite que el signo siga siendo
un mero signo individual; justamente es esa ambigüedad la que compele al espíritu
a dar el paso decisivo que va de la función concreta del “designar” a la función
general y universalmente válida de la “significación”. En esta función el lenguaje
sale de la envoltura sensible en que hasta ahora aparecía” (Cassirer, 2003, p. 157).
De ahí que, según Aristóteles, “lo propio de este arte (retórica) es reconocer lo
convincente y lo que parece ser convincente” (1999, p. 172), o sea, determinar la
validez de un discurso cuyo propósito será la persuasión. Y es allí donde Racionero
(1995), en la introducción a la Retórica, ve la preocupación del pensador griego por
establecer la relación entre el dominio del arte y la disposición subjetiva propia de
una facultad (dynamis) donde necesariamente se va separando de las propuestas
del Sofista de Platón (Aristóteles, 1999, p. 172). La distinción hecha por Aristóteles
en lo concerniente a “quien dice algo de quien lo escucha” permite dilucidar un
misterio que está más del lado de la subjetividad del oyente que de la preparación
del orador, está más en el uso del lenguaje que en la disposición del que escucha.
Se consagra así un mayor fervor al intérprete que puede distinguir lo aparente de lo
verdadero y aclara la función del arte puesto en discusión: “Entendamos por retórica
la facultad de teorizar lo que es adecuado en cada caso para convencer” (1999, p.
173).
La nota al pie del anterior texto, propuesta por el traductor de la Retórica, tiene como
fin aclarar la disidencia de Aristóteles frente a Platón, y comenta que “la novedad
fundamental de dicha definición reside en el lazo que une la dýnamis o facultad
50
oratoria subjetiva con el sistema de principios y lógicos de la theoría, lo que, en el
límite de una correcta aplicación, terminaría por borrar las fronteras entre téchne y
episteme” (Aristóteles, 1999, p. 174). Se eleva, por tanto, la reflexión sobre el
discurso al ámbito filosófico y donde cada una de las disciplinas implicadas pueden
ocuparse así de distintos ámbitos (especies) de la trama discursiva: poética, retórica
y hermenéutica en la sucesión planteada en la Retórica: “De entre las pruebas por
persuasión, las que pueden obtenerse mediante el discurso son tres especies: unas
residen en el talante del que habla, otras en predisponer al oyente de alguna manera
y, las últimas, en el discurso mismo, merced a lo que éste demuestra o parece
demostrar” (1999, p. 175). Esta puede ser incluso una ruta para el estudio de la
lectura y la escritura en Ricœur, aunque el mismo autor francés comienza por lo que
Aristóteles termina, el discurso, y va posteriormente al oyente, dejando casi en
suspenso el tratamiento sobre el talante del que habla puesto que esto ya ha sido
remarcado suficientemente por la hermenéutica romántica de corte psicosocial.
La retórica, aunque un poco olvidada, es una de las disciplinas que permite ver con
mayor claridad esta unión entre tecné y episteme en el ámbito hermenéutico.
Aristóteles ve en ella la disciplina que se ocupa del pensamiento y le asigna a dicha
capacidad el ocuparse de las partes del discurso, que son: “demostrar, refutar,
despertar pasiones, por ejemplo compasión, temor, ira y otras semejantes, y,
además, amplificar y disminuir” (1974, p. 196), donde los signos forman parte
fundamental del discurso pero también las disposiciones de quien escucha que a
su vez se transforman no solo en sentimiento sino también en idea o pensamiento.
Ambos interlocutores, orador y escucha, se la juegan en una tensión e intercambio
de signos que suscitan a su vez trasformaciones en el otro. Para Aristóteles es un
intercambio en el que “se persuade por la disposición de los oyentes, cuantos éstos
son movidos a una pasión por medio del discurso. Pues no hacemos los mismos
juicios estando tristes que estando alegres, o bien cuando amamos que cuando
odiamos” (1999, p. 177), y esto se puede aplicar incluso a la lectura desde la
51
perspectiva antrópica planteada por Ricœur, puesto que la responsabilidad recae
mucho más en el lector y sus mismas disposiciones que en las intencionalidades
del mismo escritor que nunca serán conocidas en su totalidad.
Lo central es el discurso y las pasiones que este suscita. No se trata del sonido, se
trata de las señales que están expresadas a través del lenguaje y que más que una
interpretación provocan un movimiento. El pensamiento ricœuriano está en sintonía
con el aristotélico en este punto, es la línea trazada por el estagirita que atraviesa
el pensamiento del francés, es la lógica del discurso cuya importancia reside no
simplemente en lo dicho sino en la provocación que se da en quien escucha. Será
tarea de la hermenéutica llevar hasta las últimas consecuencias esta intuición: que
la palabra no termina su obra hasta que no sea escuchada en un proceso que va
del sentido hasta el “ponerse en camino” frente a lo referido a través del discurso.
El siguiente texto puede servir de colofón y quizá abarcar esta simiente aristotélica
que tendrá su acogida en la noción de discurso acogida por Ricœur. He aquí una
perla del libro de Isaías 55, 1-11, en la versión de la Biblia de Jerusalén (1998) cuyo
final deja ver la intencionalidad del orador, la función del discurso:
54
La cultura de occidente es heredera de la tradición de Grecia en todos los campos
del conocimiento; sin embargo, un pensador como Nietzsche, amante del saber
clásico griego, anuncia a manera de sentencia que hemos idolatrado la historicidad,
más no hemos pensado cómo resolver nuestros problemas. “La cultura comienza
precisamente desde el momento en que se sabe tratar lo que está vivo como algo
vivo, y la tarea de quien enseña la cultura comienza con la represión del (interés
histórico) apremiante por todas partes, cuando antes que nada hay que actuar
correctamente, y no ya conocer” (Nietzsche, 1980, p. 75). En ese sentido, “el
hermeneuta es consciente que deja atrás de sí un mundo con su tradición, mundo
de valores, juicios dominantes, fundamentos inquebrantables de toda una tradición
incuestionable hasta entonces consideraciones sobre la historia del mundo”
(Nietzsche, 1980, p. 15). Así pues, se da la apropiación, la asimilación por parte de
una cultura y dicho proceso se convierte asimismo en cultura. Dejar atrás y asumir
nuevas concepciones del mundo hace parte de todo proceso cultural.
55
Bajo esta perspectiva, Nietzsche se opuso a querer interpretar la cultura y sus
problemas que acaecen en el contexto solo desde la nostalgia de un pasado.
Pasado que se llega a idolatrar para sumergirse en un marasmo donde los hombres
viven y padecen conflictos sin el mayor interés de pensarlos y mucho menos de
resolverlos. Es decir, los problemas de los seres humanos siempre han sido los
mismos al igual que sus necesidades. Lo que pretendió y planteó Nietzsche es que
pensar los problemas exclusivamente es competencia de la generación del
contexto. Nietzsche, como amante de la cultura griega, admiró la forma como los
griegos pensaron sus problemas en todas sus dimensiones, pero nunca idolatrando
el historicismo como herencia y tradición en occidente (1980, p. 14).
56
Con Nietzsche se inaugura una nueva forma interpretar la cultura, de concebir el
mundo y con él se sigue que “el mundo sólo nos parece absurdo porque no
responde a nuestras preguntas, pero son nuestras preguntas, y es el hombre,
entonces, el absurdo” (Comte-Sponville, 2005, p. 20). En continuidad con este
pensamiento es Heidegger, como asiduo lector de Nietzsche, quien propuso que la
única herramienta para hablar del mundo es convertir la hermenéutica metódica en
hermenéutica filosófica hasta llegar a definir esta última en una teoría de la
experiencia humana en el mundo; sin olvidar que solo queda el vínculo ontológico
al mundo mediante el lenguaje.
Las libertades alcanzadas o bien reclamadas nos hicieron pensar, como un gran
ejercicio de la modernidad y como un reflejo objetivo de haber alcanzado la mayoría
de edad, que nos podíamos liberar de todo aquello que no cumpliera con los
cánones establecidos por una razón instrumental de medida y cuantificación. Como
pensaba Nietzsche que:
57
Nuestro conocimiento y nuestro sentir son como un punto en el
sistema; como un ojo cuyo poder de visión y campo de visión crece
lentamente y cada vez abarca más terreno. Con esto no se cambia
nada en el mundo real; pero esta constante actividad del ojo lo pone
todo en una continua, creciente y torrencial actividad. Nosotros
vemos nuestras leyes dentro del mundo, y no podemos
considerarlas luego sino como las consecuencias de este mundo en
nosotros (1957, p. 25)
58
La existencia del hombre, su estar aquí, en el mundo, no se refiere solo a un sentido
meramente espacial, sino, y más profundamente, al significado que el hombre
atribuye a dicha espacialidad. Esto es, la existencia del hombre aguarda siempre un
entramado de significaciones que resulta de la relación con las cosas que se
presentan en su existencia. El valor que adquieren las cosas del mundo depende
indiscutiblemente de los referentes de sentido que en el trasegar por la existencia
entretejan los hombres, sin obviar aquellos referentes que tanto la filosofía como la
ciencia han apartado en algunos momentos de la construcción de conocimientos,
fruto de la metafísica.
60
1.3. La escritura y el logos en la tradición occidental
“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era
Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se
hizo nada. Lo que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz de los hombres, y la
luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (Jn 1,1-5). Así comienza el
Evangelio de Juan, quien impregnado del mundo helenístico vincula a Dios con el
logos y lo identifica plenamente como el ser creador. Es pues la palabra (lenguaje)
la que tiene poder para crear mundos y es el mundo el que no ha llegado a ser sino
por ella. Mundo y palabra se necesitan, son parte de esta concepción cultural que
occidente ha asumido como suyo. El mito de Babel se utilizó para explicar la
diversidad de lenguas, por tanto las diferencias culturales como consecuencia del
querer ser igual a Dios. Es pues, el lenguaje el motivo de diferenciación de mundos
y la posibilidad de crear mundos. El mundo cristiano no sería sin esta logomítica o
logocentrismo que ha marcado a occidente. El lenguaje es el que posibilita mundos,
es la arquitectura de signos del alfabeto la que configura un discurso y por tanto una
escritura como portadora del habla de un pueblo concreto, de un mundo concreto.
Sin entrar a decir que lo idiomático es lo que constituye cultura, aunque de manera
extensa puede llegar a identificarse con esta. El logos, pues, es el que crea un
mundo y nombra la realidad.
Según afirma Derridá (1998), a causa del legado que occidente recibió de Grecia
las sociedades sin escritura alfabética son consideradas como grupos bárbaros,
debido a que desde el logo-centrismo alfabético, que también nos viene dado por la
herencia griega, una sociedad que no sea capaz de articular los signos alfabéticos
o que no posea siquiera alfabeto no ha alcanzado un grado de desarrollo cultural,
ya que la cultura y el desarrollo son medidos en términos de las consideraciones
hechas por el grupo cultural dominante. No obstante, juzgar el desarrollo cultural de
los pueblos de acuerdo con un sistema de representación perteneciente a un grupo
61
social en particular es reducir la complejidad del lenguaje a un etnocentrismo que
violenta las diversas manifestaciones culturales que aunque son distintas y plurales,
no necesariamente tienen un valor inferior hablando en términos de lo que puede
ser considerado o no como lenguaje.
1Platón como amante del logos, palabra que deriva del verbo griego logao, que en sus orígenes se
aplicaba "a poner nombre", en el contexto de los griegos, significaba “entrar en relación con lo divino”,
y para entrar en relación con lo divino solo podría ser a través del logos. Lo divino estaba relacionado
con el alma. Quien tenía la facultad de hablar lo hacía porque había recibido un mensaje de parte de
los dioses. Es así como Sócrates intentó explicar a Fedro: “Puesto que el poder de las palabras se
encuentra en que son capaces de guiar las almas, el que pretenda ser retórico es necesario que
63
del mito de Theuth y Thamus2 que toda forma de escritura atenta contra la inmensa
riqueza de la tradición oral. Más aún, la desvaloración del logos lo vio Platón por
medio de la presencia de la escritura. La aparición de la escritura dificulta según
Platón la experiencia con lo divino, quedando tergiversada la dimensión espiritual
del hombre hasta llegar al punto de valorar ya no las palabras que fundaron a la
cultura sino más bien valorar las palabras que se dejan por escrito. Para Platón, la
distinción entre escritura y oralidad está concertada a través del carácter de
interioridad y exterioridad; es decir, memoria y recordatorio. A la primera la va a
llamar mnéme e hypómnesis a la segunda. Para los griegos participar del logos era
la posibilidad de que el espíritu del hombre se elevara sobre la materia y la
posibilidad de poder conservar la eficacia poética de la vida y del mundo. Como dijo
Sócrates:
sepa, del alma, las formas que tiene, pues tantas y tantas hay, y de tales especies, que de ahí viene
el que unos sean de una manera y otros de otra” (Platón, 1995, p. 312d).
2“En la ciudad de Náucratis (Egipto), uno de los antiguos dioses del lugar al que, por cierto, está
consagrado el pájaro que llaman Ibis. El nombre de aquella divinidad era el de Theuth. Fue este
quien, primero, descubrió el número y el cálculo, y, también, la geometría y la astronomía, y, además,
el juego de damas y el de dados, y, sobre todo, las letras. Por aquel entonces, era rey de todo Egipto
Thamus, que vivía en la gran ciudad de la parte alta del país, que los griegos llaman la Tebas egipcia,
así como a Thamus llaman Ammón. A él vino Theuth, y le mostraba sus artes, diciéndole que
deberían ser entregadas al resto de los egipcios. Pero él le preguntó cuál la utilidad que cada una
tenía, y, conforme se las iba minuciosamente exponiendo, lo aprobaba o desaprobaba, según le
pareciese bien o mal lo que decía. Muchas, según se cuenta, son las observaciones que, a favor o
en contra de cada arte, hizo Thamus a Theuth. Pero, cuando llegaron a lo de las letras, dijo Theuth:
“Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues, se ha inventado
como un fármaco de la memoria y de la sabiduría”, pero él le dijo: ¡Oh artificiosísimo Theuth! A unos
les es dado crear arte, a otros juzgar qué daño o provecho aporta para los que pretenden hacer uso
de él. Ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes
contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan,
al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llagarán al recuerdo desde fuera, a través de
caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos” (Platón, 1995, pp. 317-
319)
64
están ante nosotros como si tuvieran vida; pero, si les pregunta algo,
responden con el más altivo de los silencios. Lo mismo pasa con las
palabras. Podrías llegar a creer como si lo que dicen fueran
pensándolo; pero si alguien pregunta, queriendo aprender de lo que
dicen, apuntan siempre y únicamente a una y la misma cosa. Pero,
eso sí, con que una vez algo haya sido puesto por escrito, las
palabras ruedan por doquier, igual entre los entendidos que como
entre aquellos a los que no les importa en absoluto, sin saber
distinguir a quiénes conviene hablar y a quiénes no (Platón, 1995,
p. 321).
Esto fue lo que ocurrió cuando las culturas consideradas como bárbaras reclamaron
su lugar en el lenguaje y en la escritura. Hubo una trasformación paulatina y Derridá
(1998) lo señala en sus apuntes. Para él, el acto de decir algo con respecto a la
realidad no se reduce a la escritura alfabética. El lenguaje y la escritura rompen
ahora las barreras del logocentrismo para dar paso a un lenguaje que parece no
65
tener ya límites, que ya no goza de la vanidad anterior, que no se sostiene sobre sí
mismo ni reposa en la palabra escrita con una estructura lógica. Ya no hay
barbarismos en el lenguaje, ahora este se sostiene sobre toda la gama de
manifestaciones que se dan en una época donde la metafísica que otorgaba la
autoridad de categorizar lo verdadero y lo falso al lenguaje lógico-discursivo ha
desaparecido.
Se nos ha olvidado que “la realidad no nos es dada como <logos> sino que nos es
ofrecida como <mythos>, como ese horizonte en el que situamos también nuestra
idea de mundo” (Panikkar, 2009, p. 74). Según Derridá también existe una escritura
referente a la cinematografía y la coreografía, pero también una “escritura pictórica,
musical, escultórica, etc. Se podría hablar también de una escritura atlética y con
mayor razón, si se piensa en las técnicas que rigen hoy esos dominios, de una
escritura militar o política” (1998, p. 7). Es importante señalar que lo que plantea el
autor es que asistimos a una secularización de la escritura o a una desacralización
de la escritura, por la proliferación de autores y la carencia de lectores. En este
sentido, Derridá (1998) dirá que la escritura y el libro han muerto. Los libros escritos,
principalmente los considerados sagrados por su interés fundacional de una cultura,
por ejemplo, la Odisea, la Ilíada y la Biblia, han perdido toda la relevancia dada por
la tradición. Desconociéndose que “los textos de una manera particular reivindican
66
el origen de una cultura. Los textos permiten la interpretación y comprensión de una
época y de una historia” (Thiebaut, 2008, p. 67).
El anuncio de la muerte de los libros expresado por Derridá (1998) se refiere a una
analogía que da qué pensar sobre la muerte de la escritura, al hacer referencia a la
caída de la vanidad del habla escrita que había reducido el lenguaje y la escritura
misma; por lo tanto, lo único que se podían leer eran los libros, pero ahora con un
concepto de escritura tan complejo no solo se leen libros escritos con signos
alfabéticos, pues también los ideogramas, las imágenes, la pintura, la escultura, las
manifestaciones culturales, las acciones políticas y hasta el cuerpo se leen, porque
todos hacen parte de un lenguaje tan vasto que encierra en sí la comunicación y
hacen complejo el mundo de la cultura y sus múltiples manifestaciones.
Los libros hacen parte de los diversos modos de los que se ha valido el hombre para
tratar de captar y dar cuenta de la realidad. Es más, la tarea de la escritura es
representar la realidad y la interpretación de lo real ya no se hace solo a partir de
los libros. El sujeto mismo se ha convertido en un libro abierto a la interpretación.
Como diría en sentencia Nietzsche con respecto a la escritura y a la lectura con
sangre: “Cuando lee, conoce todavía el secreto de leer entre líneas; más aún: tiene
una naturaleza tan pródiga, que sigue reflexionando sobre lo que ha leído, tal vez
mucho después de haber dejado el libro. Y todo eso, no para escribir una recensión
u otro libro, sino simplemente por reflexión” (1993, p. 33).
68
la posibilidad de establecer un orden parcial en lo que puede ser considerado como
verdad.
No hay una escritura logocéntrica natural al hombre como se había pensado desde
la Grecia clásica; por otro lado, pensar en el lenguaje y en la lengua, no implica
reducirlos a la escritura alfabética, porque esta última es posterior a ambos. El
mismo Derridá lo dice: “Es la lengua independiente de la escritura: ésta es la verdad
de la naturaleza” (1998, p. 39). Sin embargo, es claro también que la escritura
71
alfabética aún continúa haciendo parte de los modos de representar el lenguaje,
pero ya no desde adentro sino como un afuera, para desnaturalizarlo y obligarlo a
separarse de sí mismo a través de la interpretación, lo que Ricœur dirá que es un
mal necesario, y que aparece bien desarrollado en Sur la traduction (2004). Escribir
es un registro de un discurso que no se volverá a pronunciar pero al que se puede
acceder. La traducción incluso, con sus imperfecciones, es un mal necesario para
trasmitir mundos, para trasmitir el logos de una cultura a otra.
72
El hecho del hombre de trastocar la naturaleza de las cosas es natural, por ello para
Derridá la representación del lenguaje a través de la escritura es un recibir
naturalmente lo que viene de afuera. Es decir, la escritura como hecho vinculado al
lenguaje hace parte del mismo lenguaje, pero a su vez lo desnaturaliza como un
hecho natural de la escritura humana a través de la que se representa el lenguaje y
se interpreta lo que el lenguaje manifiesta de la realidad: “La naturaleza al
desnaturalizarse a sí misma, al separarse de sí misma, recibiendo naturalmente su
afuera en su adentro, es la catástrofe, acontecimiento natural que trastrueca la
naturaleza, o la monstruosidad, separación natural dentro de la naturaleza” (1998,
p. 39).
Las huellas son las que dotan de sentido la concepción que se tiene del mundo, si
no hay huellas no podría haber una representación del lenguaje a través de la
escritura, pues sin las huellas no se tiene nada que representar, y si no se tiene
nada que representar no puede haber una interpretación de la realidad dada a partir
del ejercicio de la escritura. Con esto se sabe que el sentido de la escritura no nace
con las cosas, no nace con la realidad, sino que se construye a partir de las huellas
que lo vivido deja en el hombre. Las huellas son las que alejan el significado del
significante, pues lo vivido implica una manera de vivir las cosas permeada tanto
por un contexto, como por una manera en que las cosas se aparecen y por el
enfoque que el hombre da a lo que se aparece. Derridá lo dice: “La huella es, en
efecto, el origen absoluto del sentido en general. Lo cual equivale a decir, una vez
más, que no hay origen absoluto del sentido en general. La huella es la diferencia
que abre el aparecer y la significación” (1998, p. 63).
74
Ahora bien, si Derridá habla de la escritura como técnica para representar el
lenguaje, ¿por qué habla de huella y no de signo? Se hace evidente que para el
autor francés la huella no deja de lado el modo en que el hombre vivencia la realidad;
es decir, la huella permite el lenguaje en tanto esboza un enfoque particular que no
descuida la cultura y las diversas manifestaciones de la escritura, en cambio el signo
va ligado a un esencialismo que reduce el lenguaje a un intento por manifestar lo
verdadero, en tanto se considera como representación de la realidad, pues “si para
Aristóteles los sonidos emitidos por la voz son los símbolos de los estados del alma
y las palabras escritas los símbolos de las palabras emitidas por la voz, es porque
la voz, productora de los primeros símbolos, tiene una relación de proximidad
esencial e inmediata con el alma” (1998, p. 9).
El signo como parte de la escritura alfabética señala la esencia de las cosa y Derridá
está en contra de los esencialismos logocéntricos reduccionistas, pues para él la
escritura va más allá de los signos lingüísticos, e incluso más allá del habla misma
y de la escritura alfabética, a él no le interesa definir el signo ni establecerlo como
criterio único de la escritura, ya que como señala en su obra: “La voz del fenómeno:
al preguntar ´¿qué es el signo en general?´ se somete la cuestión del signo a un
designio ontológico, se pretende asignar a la significación un lugar, fundamental o
regional, en una ontología. Lo que sería un movimiento clásico. Se sometería el
signo a la verdad, el lenguaje al ser, el habla al pensamiento, y la escritura al habla”
(1998, p. 65).
Es hora de leer no sólo los libros, sino también la escritura no verbal, de comprender
que la interpretación no se da a partir de la escritura alfabética sino también en la
escritura no discursiva. Llegó el momento en que el sentido no está en el signo sino
en lo vivido y manifestado a través del lenguaje y representado por la cultura,
interpretada a su vez desde una mirada que jamás escapa al contexto. Ahora es
importante considerar no solo la relación entre cultura y escritura, entre cultura y
lenguaje sino entre cultura y mundo. La cultura es entendida como mundo y así se
refieren en muchos ámbitos.
77
2. TEORÍA DE LA LECTURA EN PAUL RICŒUR
La triple relación: referencia, apropiación y sentido son los ejes que estructuran y
articulan una teoría de la lectura en Ricœur, si no la más original si se trata de una
79
de las que más impacto genera en estudios literarios, bíblicos y filosóficos en la
actualidad. En un sentido lato se podría decir que la primera parte está dedicada a
explicar dos objetos que intervienen en la lectura: el texto y el lector, con sus
respectivos mundos. La segunda parte estará dedicada al fenómeno que acompaña
dicha relación y la trama que se teje en dicho encuentro. Lo primero aclara los
objetos y lo segundo trata sobre la subjetividad involucrada cuando uno sale al
encuentro del otro.
La ruta que plantea Cárdenas (2007) sobre una teoría de la lectura en Ricœur
funciona más como una intuición que como un desarrollo, puesto que sitúa dicha
teoría en seis disciplinas que nutren su comprensión y ayudan a un mejor desarrollo
de la propuesta hecha por Ricœur al concepto de lectura. La profesora Cárdenas
plantea que la poética, la retórica, la fenomenología, la dialéctica, la estética y la
hermenéutica son disciplinas que contribuyen a la configuración de una teoría de la
lectura, sin embargo no se adopta aquí este planteamiento puesto que la noción de
texto y lector involucran toda una trama en la que dichas disciplinas se ven
involucradas, mucho más si se aclara qué ocurre en la relación entre ambos a lo
que llamamos lectura. Aclarado este panorama es necesario entrar en materia.
2.1. El texto
Partimos de la idea fundante de Ricœur para quien texto es “todo discurso fijado por
la escritura” (Ricœur, 1986, p. 154), y así un texto, como escritura, es aquello que
espera y reclama una lectura. Allí hay ya una dialéctica implícita entre discurso y
escritura que fue tratado con amplitud en Interpretation theory. Discourse and the
surplus of meaning (1976), para distinguir los actos de habla de la escritura como
expresión. Pero es importante definir, en primera instancia, lo que es el texto.
80
En un sentido más amplio que el texto como fijación, Ricœur dirá que “texto no es
sólo una cosa escrita, es una obra, es decir, una totalidad singular” (1972, p. 104),
por tanto si nos preguntamos acerca de la posibilidad de comprender la obra de un
autor, en este caso de Ricœur, tendríamos que confesar que todavía sus textos no
han sido comprendidos en su totalidad ya que su singularidad está todavía por
desplegarse en nuestro ejercicio hermenéutico. Comprender a Ricœur desde
Ricœur, en este sentido, nos pone en el correcto juicio de decir que hemos
comprendido algunos de sus textos pero que su obra queda ampliada a un lector
que no termina en este trabajo y en ninguno de los trabajos. No queda agotada
nuestra preocupación por decir algo que sea tomado por la comunidad académica
como el punto final de la interpretación. Por tanto, expresa Ricœur:
81
Aunque también se puede decir que el texto alude a la unidad más pequeña con la
que contamos en la construcción lingüística, que va desde la frase hasta la
configuración de lo que es el sistema de un autor, lo que se conoce como obra.
Ricœur es incluyente en la noción de texto y amplia el horizonte de comprensión:
“Sin duda un texto puede reducirse a una sola frase, como en los proverbios o en
los aforismos; pero los textos tienen una extensión máxima que puede ir de un
parágrafo a un capítulo, a un libro, a un conjunto de obras elegías, hasta el corpus
de las obras completas de un autor. Llamamos obra la secuencia acabada de
discurso que puede ser considerada como un texto” (Ricœur, 1972, p. 94).
82
Para delimitar bien la categoría texto, en la que muchos literatos y escritores
presentan multiplicidad de concepciones, es importante considerar que no abarca
la totalidad de los géneros o la inabarcable producción literaria de los distintos
idiomas, sino que consiste en la lectura de todo texto, cualesquiera que haya sido
el propósito de su autor, y que tenga la capacidad de provocar una redescripción
del mundo en su lector. Para Valdés, ampliando el concepto propuesto por Ricœur,
el texto “es un campo de contienda donde se encuentra la escritura del lector y el
autor entregado a la lectura” (2000, p. 65). Son todos aquellos textos, literatura por
demás, que cobran una demostrada capacidad de provocar en sus lectores una
revisión y una redescripción del mundo.
83
Lo que defiende Ricœur es que, en relación con el texto, existe una distancia, un
más allá de la obra que supera al autor y todo lo que lo circunda.
El texto posee un rasgo peculiar que lo hace ser algo diverso del
mundo del lector y que lo independiza de la intención del autor. Su
sentido tiende a convertirse en autónomo por relación a la intención
del autor, a la situación inicial de discurso y a su destinatario. Estos
tres elementos constituyen el Sitz-im-Leben (sitio nativo) del texto.
Pero el texto rehúye cualquier restricción, razón que explica por qué
se aleja de aquella intención que movió al autor en el momento de
su creación. El texto apela a una libertad de desenvolvimiento
ulterior que le dará toda su amplitud significativa” (Agis, 1999, p. 54).
De ahí que el texto sea definido por Ricœur como “el soporte de una comunicación
en y para la distancia” (1986, p. 51), donde se supera el vacío histórico y donde se
valida la función hermenéutica del distanciamiento. En esto coincide con Gadamer,
en tanto que lo que hay que salvar es la tradición y no necesariamente la conexión
historiográfica con la fundación del texto. El texto “es el paradigma de la
distanciación en la comunicación; en este sentido, revela un carácter fundamental
de la historicidad misma de la experiencia humana, a saber, que es una
84
comunicación en y por la distancia” (Ricœur, 1986, p. 86). En La Mémoire, l'Histoire,
l'Oubli (2003) se desarrolla toda la propuesta ricœuriana del tiempo en vinculación
con la memoria que da continuidad a los pueblos y allí está el texto como mediación.
Además, el objetivo presentado en el mundo del texto está justificado porque
Ricœur se propone “mostrar que la noción de texto […] exige una renovación de las
dos nociones de explicación e interpretación” (1986, p. 154), en tanto que
explicación no es un asunto solo de las ciencias naturales sino de las ciencias del
espíritu.
En tanto que distancia el texto expresa un mundo que se aproxima al lector, así
ocurre con un contexto lejano en tiempo y lugar para quienes leen y el texto da esa
proximidad. Es el texto el que invita a “interpretar una proposición de mundo, de un
mundo que puede ser habitado por nosotros y donde proyectamos nuestras
posibilidades más propias” (Agis, 1999, p. 54).
El despliegue del mundo del texto se hace realidad en el mundo que el texto expresa
y que Ricœur llama la cosa del texto, esa referencia que se efectúa en la cercanía
con este. Este aspecto será desarrollado más adelante. Y ni qué decir del mundo
del lector que se abre precisamente a través del texto. Sin el instrumento del texto,
dicho mundo no se puede abrir. Esta es la estructura lógica que despliega el acto
de leer, sin el mundo del texto no se abre el mundo del lector y no se da el proceso
de la lectura. De manera contundente, Ricœur expresa que “el discurso y la obra
discursiva como mediación de la comprensión de uno mismo” (1986, p. 114), y no
es solo mediación, se podría decir, puesto que es la posibilidad de comprender y
comprender-se delante de este mismo texto. “Si el sujeto es llamado a
comprenderse delante del texto es en la medida en que no está cerrado sobre sí
mismo, sino abierto al mundo que redescribe y rehace” el texto (1986, p. 168).
85
La lectura será esa posibilidad de apertura, de ahí que Ricœur propone la escucha
como elemento fundamental de la lectura. Sin una disposición, sin una escucha, no
es posible el acto de leer. Es en el diálogo lector y texto que el texto va siendo, se
va configurando. Aquí la cuestión epistemológica entra a jugar un papel significativo
en la noción de texto ricœuriana, puesto que la existencia del texto está dada por el
encuentro con el lector. Texto sin lector es un texto inexistente, puesto que es el
destinatario el que completa y afirma la aparición del texto. La oralidad tiene un
referente inmediato en el auditorio pero el texto se hace presente por la referencia
que es el lector.
En este sentido el texto no es uno solo, porque la multiplicidad del mismo está dada
por la inabarcable totalidad de los géneros o la inabarcable producción literaria de
los distintos idiomas, y consiste también en la lectura de todo texto, cualesquiera
que haya sido el propósito de su autor y que tenga la capacidad de provocar una
redescripción del mundo en su lector. En la misma dirección dirá Ricœur que la
lectura linda con la lucha, con ese primer y tenso acercamiento que presenta toda
lectura. Son todos aquellos textos, literatura por demás, que cobran una demostrada
capacidad de provocar en sus lectores una revisión y una redescripción del mundo
y esto no se da sin una puesta en tensión.
87
Ricœur no dogmatiza con la idea de texto, aunque su hermenéutica esté referida a
él, más bien se abstiene de ciertas posturas que absolutizan el texto por encima de
la referencia. El texto es medio y canal en tanto que refiere algo que va mucho más
allá de su imprescindible lugar, no necesariamente se aboga por una dependencia
del texto. La religión cristiana, y no solo ella, habla de una fundación por la palabra
y no solamente por el texto. El fundamentalismo viene del argumento por el cual se
expresa que sin texto no hay referencia, y esto sería desconocer la tradición que es
la que da sentido y sostiene la materialidad del texto. Sin este la referencia no puede
llegar a ser, pero quedarse con él y no ir más allá sería negar la posibilidad de seguir
la flecha a la cual señala el mismo texto.
Ya el texto es un dato con el que se puede contar y en el que la intención del decir
expresada a través de un discurso aparece aquí estático, la oralidad pasa a un
segundo plano y no hay nada más que interpretar que el legado material. Existe,
pues, una ruptura y Ricœur irá más allá: “La liberación del texto respecto de la
oralidad supone una verdadera perturbación tanto de las relaciones entre el
lenguaje y el mundo cuanto de la relación entre el lenguaje y las diversas
subjetividades implicadas, la del autor y la del lector” (1986, p. 156).
El trabajo es mucho más delicado aun cuando se entiende que todo discurso
encuentra una vinculación directa con el mundo, puesto que es lo que está ahí, tiene
una referencia directa, no como en Heidegger donde mundo solo es a partir de la
palabra, sino que la palabra es a partir del mundo (Ricœur, 1986, p. 157), y cuando
aparece la escritura es otro mundo el que aparece, el del texto, dejando de lado el
mundo propuesto por el discurso, y es esta relación con el texto “en la desaparición
del mundo sobre el cual se habla, engendra el cuasimundo de los textos o literatura”
(Ricœur, 1986, p. 157), o sea, un intermundo o el mundo mediático de los textos
que ya no refiere de la misma manera que el discurso, y así “las palabras dejan de
desaparecer ante las cosas; las palabras escritas devienen palabras por sí mismas”
(1986, p. 158), no simplemente aquellas que necesitaban del autor y de las
referencias que este hacía.
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En términos de lo que significa el texto como huella y registro “los textos impresos
alcanzan al hombre en soledad, lejos de las ceremonias que reúnen a la comunidad”
(Ricœur, 1976, p. 42), y dejan huella como cultura material e inmaterial que marca
un camino a quien se deja tocar por ellos. “Lo mismo puede decirse del concepto
de texto, que combina la condición de inscripción con la textura propia de las obras
generadas por las reglas productivas de la composición literaria. Texto significa
discurso, tanto inscrito como elaborado” (Ricœur, 1976, p. 33). Esta disposición de
inscripción deja ver en el texto un elemento fundamental y es la noción de discurso
que sigue en la exposición.
2.2. El discurso
Del griego dianoia y del latin discursus, la noción de discurso atraviesa la tradición
filosófica occidental como traducción del logos de la lógica aristotélico escolástica,
de donde bebe el pensamiento de Ricœur sobre el discurso. Mucho más de
Aristóteles que de Platón, Ricœur alude al hecho del curso (cursus) de un término
a otro por la mediación de la oración, de la locución, o de la frase en tanto que
sonidos vocales reconocido en la escolástica como vox y cuyo significado lo toma
Ricœur como dicción y que no contiene en sí mismo una verdad. De la mano de
Aristóteles, el autor francés apuesta por un discurso enunciativo que se expresa a
través de la oralidad y la escritura. Del primero es al que se hace referencia en el
presente apartado, puesto que del segundo ya se ha hecho el esfuerzo de una
conceptualización siguiendo la tesis de Ricœur.
Estas son algunas de las formas de expresión en filosofía que han configurado la
categoría de discurso y se han convertido en paradigma, solo se hace mención de
ellas puesto que cada una ya requiere un trabajo en sí mismo, y no es el cometido
de la presente investigación: el poema en Parménides y Lucrecio, el diálogo en
Platón y Berkeley, el tratado en las notas magistrales de Aristóteles, la diatriba en
los cínicos, la exhortación y las epístolas en los estoicos, las confesiones en San
Agustín, las glosas, comentarios, cuestiones, disputaciones y sumas en los
escolásticos, la guía en Maimónides, la autobiografía intelectual en Descartes, el
tratado More geométrico en Spinoza, el ensayo en Montaigne, Locke y Hume, los
aforismos en Francis Bacon, Nietzsche y Wittgenstein, los pensamientos en Pascal,
el diario filosófico en Kierkegaard y Marcel, la novela en Unamuno, y muchos otros
posteriores a su filosofía, etc. No significa que los autores nombrados se hayan
limitado a una sola forma de expresión, pero es aquello que caracteriza su particular
forma de hacer filosofía. Lo que sí es importante dejar claro es el vínculo entre forma
y contenido ligado a la expresión filosófica. Sin lugar a dudas dicha relación es muy
estrecha y hay que aclarar que en el caso de los autores mencionados, sus “obras”
se han constituido en un “sistema” en tanto que abarcan diversos modos expresivos
y la cuestión del género no es accidental sino que han optado por aquellos que
mejor encajaban con las formas generales del pensar o con las más vigentes de su
tiempo.
91
Se trata de mencionar algunos casos ya que por fuera quedan muchos; sin
embargo, Bergson (2006) proponía que una idea podía ser expresada de diversas
formas y no existía un necesario vínculo de una idea con una cierta manera de
comunicarla. Se entiende la libertad que proponía Bergson, pero la historia ha
marcado mucho las ideas y las formas en que las ideas se trasmiten en un
determinado contexto. La postura que se asume aquí es la del vínculo, sin que ello
signifique una pérdida de libertad para el filósofo.
En este sentido, discurso es una categoría bastante amplia y dinámica que seguirá
recibiendo múltiples aportes, incluso los de las nuevas tecnologías en las que
muchos pensadores van encontrando nuevas formas de expresión o de discursos
para comunicar una determinada idea. Cuando de leer un filósofo se trata estamos
no solo ante textos sino ante discursos y formas que hacen inagotable el trabajo de
la interpretación. De ahí que en muchos pensadores el pretender reducir su
pensamiento solo a una frase, a una obra o a una etapa sería injusto. Para Ricœur,
y está en Jakobson también, el discurso consiste en que alguien dice algo a alguien
sobre alguna cosa (Ricœur, 1976, p. 1-23). En el caso filosófico esto sí que da qué
pensar, porque ese algo tiene forma o géneros, lo que implica la existencia de una
polifonía: varias voces en un mismo texto.
Más que discurso, que es una categoría bastante utilizada por Ricœur, aparece la
noción de habla o actos de habla para diferenciar la lengua del discurso. En este
sentido la génesis del texto se dar por “esta liberación de la escritura que la pone
en el lugar del habla es el acto de nacimiento del texto” (Ricœur, 1986, p. 156).
Como discurso, un texto debe ser tratado como aquel que encierra en sí mismo
actos de habla que configuran una lengua. En ese sentido “es posible tratar los
92
textos según las reglas de explicación que la lingüística aplica exitosamente a los
sistemas simples de signos que constituye, en la lengua por oposición al habla”
(1986, p. 164), y mientras que la primera pertenece a la lingüística, la segunda está
del lado de la fisiología, la psicología y la sociología. Ambas son pues la materialidad
(habla) y la trascendencia (lengua) del discurso que compone un texto. De ahí que
lo que se interpreta es mucho más que los actos de habla que dependen del
contexto. Se trata más bien de fijar la mirada en la lengua cuyo análisis pasa también
por la comprensión semiótica o estructural. A este respecto Ricœur dirá “que no se
podrían aplicar al texto las leyes que no son válidas más que para la lengua, distinta
del habla” (1986, p. 164).
El texto es, pues, la posibilidad de penetrar un mundo a través del discurso que no
se expresa solo en la tradición oral por quien lo promulgó, sino que está fijado por
quien lo inscribió. Se da separación entre quien lo dice y quien lo escribe, siendo
este último el que propicia la fijación pero siendo el primero el autor del “texto”; la
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tradición oral compromete la escrita, no la abandona ni la deja vacía. “El sentido del
autor se vuelve propiamente una dimensión del texto en la medida en que el autor
no está disponible para ser interrogado. Cuanto el texto ya no responde, tiene
entonces un autor y no a un hablante. El sentido del autor es la contraparte dialéctica
del sentido verbal, y ambos deben ser explicados en relación recíproca” (Ricœur,
1976, p. 30). Se da el diálogo no con el autor sino con el texto que, en términos de
discurso, es ahora lo único con lo que se cuenta y al único que hay que atender,
puesto que es solamente la escritura la que “al liberarse no sólo de su autor y su
auditorio originario, sino también de los límites de la situación dialogal, revela este
destino del discurso como proyección de un mundo” (1976, p. 37), planteando una
universalización del público, puesto que ese “algo” que “alguien” dirige “está ahora
ligado a un soporte material, se vuelve más espiritual en el sentido de que es
liberado de la limitación de la situación frente-a-frente” (1976, p. 31), por las
posibilidades que ofrece el discurso plasmado en la escritura.
Significación es pues el mundo que se abre a través de los textos. Para Ricœur, “el
mundo es el conjunto de referencias abiertas por los textos” (1972, p. 107), esto
cabe perfectamente para la literatura en general. A partir de allí se ha abierto una
serie de horizontes de comprensión en la cultura occidental que se convierten en
verdaderas piezas que sostienen la arquitectura del lenguaje y configuran lo que
llamamos “mundo occidental”. Ricœur ejemplifica dicha cuestión y remite al uso
común de mundo al cual se hace referencia continuamente: “Hablamos del ´mundo´
griego, no para designar lo que fueron las situaciones para aquellos que las vivieron,
sino para designar las referencias no situacionales que sobreviven a la desaparición
de las primeras y que en lo sucesivo son ofrecidas como modos posibles de ser,
como dimensiones simbólicas posibles de nuestro ser en el mundo” (1972, p. 107).
En síntesis, ¿qué se debe pensar de la relación del texto con el habla? (1986, p.
127), Ricœur mismo responde a través del recorrido que hemos hecho: discurso,
esto es lo que hay que pensar y lo que da qué pensar.
95
2.3. El mundo
La reflexión se amplía en la lectura que hace Ricœur del libro de Iser, El acto de
leer (1987). En el texto aparece una fenomenología de la lectura en la que se
describe lo que sucede cuando el lector y la obra nunca vuelven a ser los mismos
después de dicho ejercicio. En este sentido se sigue a Iser, en que la obra es mucho
más que el texto y este presenta una polaridad en tanto que al ser creado el texto
tiene un valor artístico pensado por su autor, pero en términos de la lectura contiene
97
un valor estético como lo expresa el mismo autor: “La obra es más que el texto,
pues solo cobra vida en la concreción y, por su parte, ésta no se halla totalmente
libre de las aptitudes que le introduce el lector, aun cuando tales aptitudes sean
actividades según los condicionamientos del texto. Allí, pues, donde el texto y el
lector convergen, ese es el lugar de la obra literaria y tiene un carácter virtual que
no puede ser reducido ni a la realidad del texto ni a las aptitudes definitorias del
lector” (Iser, 1987, p. 44).
En cuanto mundo del lector, este está ausente en la escritura y el escritor está
ausente en la lectura. “El texto produce así un doble ocultamiento: del lector y del
escritor, y de esta manera sustituye la relación de diálogo que une inmediatamente
la voz de uno con el oído del otro” (Ricœur, 1986, p. 155). El diálogo se efectúa en
ese encuentro, no ya del lector con el autor sino del lector con el texto a través de
la lectura. “En el acto de lectura, el lector mismo, es el agente de referencialidad, es
el lector el que lleva la configuración imaginativa del texto hacia la refiguración
dentro del mundo del lector” (Valdés, 2000, p. 67).
Para defender la autonomía del texto frente al discurso como fijación y la obra como
aquello que escapa al texto mismo Ricœur se pregunta: “¿La diferencia específica,
la fijación por la escritura, no es aquí más importante que el rasgo común a todos
los signos, dar un interior en un exterior?” (1986, p. 1161), y responde de manera
vehemente con el vínculo que existe entre texto y mundo en términos de sustitución
que se convierte en el horizonte de comprensión que abre mundos y “es la clave de
esa otra conmoción […] aquella que afecta la relación del texto con las
subjetividades del autor y del lector” (1986, p. 158), no desde un afuera del texto
sino desde un adentro, puesto que no es posible pensar en la trascendencia del
mismo sino en el despliegue del mundo del texto a través de la lectura. De ahí que
“la constitución del texto como texto, y de la red de textos como literatura autoriza
98
la intercepción de esta doble trascendencia del discurso, hacia un mundo y hacia
otro” (1986, p. 163).
En cuanto el mundo que abre el texto, uno de los modelos importantes de texto es
el mito. Desde el análisis estructural, Ricœur advierte siempre en la necesidad de
una hermenéutica literaria antes de cualquier análisis de sentido de los textos. En
este campo de análisis, “el modelo explicativo llamado estructural no agota el campo
de las actitudes posibles frente a un texto” (1986, p. 164), y que allí en la
composición del mito existe una red de relaciones que se tejen a través de muchas
oraciones particulares y el alcance que tiene este tipo de lenguaje en términos de
significado está dado por la función estructural que cumple el mito. “Lo que se llama
aquí función significante no es en absoluto lo que el mito quiere decir, su alcance
filosófico o existencial, sino la combinación, la disposición de los mitemas, en suma,
la estructura del mito” (1986, p. 166). De ahí que en el análisis estructural “el texto
sólo es texto y la lectura lo habita como texto, en la suspensión de su significado
para nosotros, en la suspensión de toda realización en un habla actual” (1986, p.
167), que encuentra un contexto y público precisos, retoma un mundo y una
referencia a un mundo y una comunidad en particular en la cual el texto se
circunscribe, así “el mundo es el del lector; el sujeto es el lector mismo” (1986, p.
172).
Mundo del texto no es entonces, “la intención del autor, las vivencias del escritor a
las cuales sería posible llegar, sino lo que quiere el texto, lo que quiere decir, para
quien obedece a su exhortación” (Ricœur, 1986, p. 174). Lo que pretende el texto
es vincular al lector con un sentido, mirar en la misma dirección a la que apunta el
texto y desde allí encontrar su sentido. Recordando siempre la premisa que aunque
no exista un único sentido tampoco significa que sean válidos todos los sentidos
posibles o todas las miradas posibles. “El objetivo es el texto mismo; el signo es la
99
semántica profunda destacada por al análisis estructural y la serie de interpretantes
es la cadena de interpretaciones producidas por la comunidad interpretante e
incorporadas a la dinámica del texto, como el trabajo del sentido sobre sí mismo”
(1986, p. 177). Así se evita que las interpretaciones o los múltiples sentidos a los
que alude el texto se conviertan en una babel de sentidos sobre un único texto.
La relación del texto con el mundo, o lo que se ha considerado aquí como el mundo
del texto, pone en evidencia la subjetividad del lector que busca comprender el texto
y termina comprendiéndose a sí mismo ya que la intencionalidad de proyectarse en
el texto queda desplazada por la exposición que hace de sí ante el texto a través de
la lectura. Se abre un mundo que escapa al dominio del lector, no porque no pueda
hacer una lectura de control sino porque la auténtica lectura pasa por estar allí frente
al texto como frente a un espejo que devela mucho más de lo que previamente “es
la cosa del texto la que da al lector su dimensión de subjetividad; la comprensión,
entonces, deja de ser una constitución cuya llave estaría en poder del sujeto. Si se
lleva hasta el final esta sugerencia, debe decirse que la subjetividad del lector no
queda menos en supuesto irrealizada, potencializada, que el mundo mismo
desplegado por el texto” (2008a, p. 179).
De esta paradoja o tensión entre el mundo del autor y el mundo del lector abierta,
ahora, por el mundo del texto, Ricœur sigue al crítico literario americano Weyne
Booth, quien en The rethoric of fiction (2010), tiene como objeto presentar “los
medios de que dispone el autor para tomar control de su lector” (Ricœur, 1985, p.
289), y así es el campo de la retórica el que marca un primer camino a la teoría de
la lectura en tanto que es esta de suma importancia “en la medida en que ésta rige
el arte por el que el orador intenta convencer a su auditorio” (Ricœur, 1985, p. 289).
No queriendo decir con esto que se retorna al deseo romántico de dar con la
psicología del autor, sino que el autor que se toma es el autor implicado pues “es él
100
el que toma la iniciativa ante el desafío que sirve de base a la relación entre escritura
y lectura” (Ricœur, 1985, p. 290). Ricœur justifica este giro en tanto que “la noción
de autor implicado pertenece a la problemática de la comunicación, en la medida en
que está íntimamente ligada a una retórica de la persuasión” (Ricœur, 1985, p. 290),
y solo se abre por el mundo que ya no está dominado por un sujeto que busca
convencer a otro, en el modelo retórico, sino por uno que se abre a la cuestión que
hay que subrayar como “la cosa del texto”, eso que está más allá del texto mismo.
Allí aparece una mediación que solo el texto puede desplegar y solo en él se ven
reflejados los elementos fundamentales de la comunicación puesto que “los
procedimientos retóricos por los que el autor sacrifica su presencia consisten
precisamente en enmascarar el artificio mediante la verosimilitud de una historia
que parece contarse por sí sola y que deja hablar a la vida, que así se llama la
realidad social, el comportamiento individual o el flujo de conciencia” (Ricœur, 1985,
p. 292). En este sentido, el autor -implicado- se ve reflejado en el lector que es el
único sujeto que aparece delante del texto. Es el texto el que crea dos mundos y se
substrae a través del primero, y es precisamente en el texto donde “el autor
presiente su función en la medida en que aprehende intuitivamente la obra como
una totalidad unificada. Espontáneamente, no relaciona sólo esta unificación con
las reglas de composición, sino con las selecciones y con las normas que hacen
precisamente del texto la obra de un enunciador, por lo tanto, una obra introducida
por una persona y no por la naturaleza” (1985, p. 292).
El autor implicado, aunque ya no está allí para explicar nada, “tiene en todo
momento el poder de acceder al conocimiento de otro desde el interior; este
privilegio forma parte de los poderes retóricos de los que está investido el autor
implicado, en virtud del pacto tácito entre el autor y el lector” (1985, p. 294). Es la
magia de la escritura que puede develar misterios a través de una perenne
101
continuidad: va pasando el autor y el texto, y se sigue marcando una ruta a través
de la cual el lector sigue mirando-se y comprendiendo-se. En este sentido el texto
“permite hacer variar la distancia entre el autor implicado y sus personajes, un grado
de complejidad se crea inmediatamente en el lector, complejidad que es la fuente
de su libertad frente a la autoridad que la ficción recibe de su autor” (1985, p. 294).
En el caso de la narrativa la cuestión se hace mucho más evidente que en otro tipo
de géneros, pues “la función de la literatura más corrosiva puede ser la de contribuir
a crear un lector de un nuevo género, un lector a su vez sospechoso, porque la
lectura deja de ser un viaje confiado hecho en compañía de un narrador digno de
confianza, y se convierte en una lucha con el autor implicado, una lucha que lo
reconduce a sí mismo” (Ricœur, 1985, p. 297). Así, la figura del lector se ve
superada y aumentada por la realidad que presenta un otro en el mundo del texto,
y esa es la cosa del texto, llegar a implicar tanto al lector que lo hace suyo en la
medida que la subjetividad va manteniendo un forcejeo con aquello de lo que habla
el texto. Las resistencias que pone el lector hacen parte de esa dinámica propia
expuesta por el texto que consigue incomodar y proponer un mundo distinto, puesto
que el texto es en la medida que su lector permite el despliegue de dicho mundo.
En definitiva, “sin lector que lo acompañe, no hay acto configurador que actúe en el
texto y sin lector que se lo apropie, no hay mundo desplegado delante del texto”
(Ricœur, 1985, p. 297). En esa dinámica el texto es quien crea un mundo y produce
un lector. Ricœur dirá que “el propio lector es construido, de alguna manera, en y
por el texto” (1985, p.298).
Hay textos que dejan ver de manera clara a ese lector que quieren crear, y generan
una disposición o abren un mundo mucho más complejo donde el autor manda
señales a los lectores. Caso extremo es el de José Antonio Marina en su libro El
vuelo de la inteligencia (2003), donde subraya “literalmente” los acápites que
102
considera importantes y las preguntas y los puntos clave que debe considerar el
lector. No es solo un elemento retórico, es también una manera de direccionar la
lectura y crear mundo propio.
Así visto, el mundo del texto es el que sustituye un mundo al que solo es permitido
acceder por el texto mismo. La completitud del texto está dada por el mundo que se
abre a través de la lectura. “Un texto está inconcluso una segunda vez en el sentido
de que el mundo que propone se define como el correlato intencional de una
secuencia de frases (intencional Satzkorrelate), del que hay que formar un todo para
que ese mundo sea buscado” (Ricœur, 1985, p. 305), y encontrado por el lector. En
la hermenéutica existencial (Bultmann – Heidegger) el texto era uno y distinto del
que proponía el lector, y dicha separación estaba tan marcada de manera que el
texto no permitía la constitución de mundo del lector sino que era el lector quien le
daba al texto su propio mundo y se perdía la referencia, lo cual traía una
consecuencia negativa en la relación texto-lector ya que el equilibrio se mantiene
mientras “el texto aparece así, alternativamente, en falta y en exceso respecto a la
lectura” (Ricœur, 1985, p. 306).
103
Este mundo abierto por el texto que aquí se entiende como el mundo del texto crea
el mundo del lector. “Por una parte, es la autonomía semántica del texto la que
permite la variedad de lectores potenciales y, por así decirlo, crea al público el texto.
Por otro lado, es la respuesta del público la que hace al texto importante y, por lo
tanto, significante” (Ricœur, 1976, p. 31). Esta distinción de ambos mundos, no ya
el de la relación texto-autor sino el del texto-lector, convierte la lectura en la única
mediación posible y la única recepción válida para que el texto posea un carácter,
exponga un mundo que quizá está más allá de la configuración material y aparece
un tercer mundo, el de la lectura. En este sentido “los aquí y los allá del texto pueden
ser referidos tácitamente al aquí y al allá absolutos del lector, merced a la red
espacio-temporal singular a la que tanto el escritor como el lector finalmente
pertenecen y que ambos reconocen” (Ricœur, 1976, p. 35), por el texto, por la
lectura.
Sin embargo, en Ricœur, la noción de mundo es restrictiva en tanto que “el mundo
es el conjunto de referencias abiertas por todo tipo de texto, descriptivo o poético,
que he leído, comprendido y amado” (1976, p. 37), así no se limita la noción de
mundo del texto, sino que los textos mismos son posibilidad de abrir mundos.
Precisamente “es este ensanchamiento de nuestro horizonte existencial lo que nos
permite hablar de las referencias abiertas por el texto o del mundo abierto por las
afirmaciones referenciales de la mayoría de los textos” (1976, p. 37), lo que
configura el mundo, lo que da vida al lector que se proyecta en el proyecto inscrito
que aparece en el mundo referido por el texto.
Entre el mundo del texto y del lector se abre otro mundo que es el de la escritura al
convertirse en mediación. La escritura, por su implicación retórica está incluida en
este mundo del texto. Sin la escritura el texto, como se ha expresado a lo largo del
104
trabajo, no es. Para Ricœur la escritura contiene unas implicaciones, no sólo
retóricas sino poéticas, pues para él “la escritura es comparada con la pintura, cuyas
imágenes se dice, son más débiles y menos reales que los seres vivientes” (1976,
p. 40), y esto le imprime un carácter estético a dicho ejercicio transformando al
escritor en un artista con una función concreta: “La iconicidad es la re-escritura de
la realidad. La escritura, en el sentido limitado de la palabra, es un caso particular
de iconicidad. La inscripción del discurso es las transcripción del mundo, y la
transcripción no es duplicación, sino metamorfosis” (1976, p. 42), que llega a
plantear la problemática misma de la hermenéutica al referirse a su polo
complementario, la lectura. A partir de allí surge una nueva dialéctica:
distanciamiento y apropiación. Es lo que se describirá a continuación y que plantea
la cuestión central a tratar: la función de la referencia, el sentido y la apropiación en
el ejercicio de la lectura de la mano de Ricœur.
2.4. La interpretación
105
lugar de acogida al que yo podría atenerme y donde podría habitar
para llevar dentro de éste a efecto mis más propios pensamientos.
Sin ser un mundo real, este objeto intencional al que el texto apunta
como su horizonte, constituye una primera mediación, en la medida
en que lo que un lector puede apropiarse de él, no es ésa la
intención remota y perdida del autor, sino el mundo del texto ahora
ante el texto (Calvo Martinez, 1991, p. 41).
Esta ruta allanada ha seguido el mismo camino propuesto por Ricœur al estudiar
primero las características del lenguaje como discurso entendido, como
acontecimiento que se realiza temporalmente en el presente, que se remite a un
locutor o sujeto, y que es siempre sobre alguna cosa. Por consiguiente, si todo
discurso se efectúa como acontecimiento, todo discurso es entendido como
significación. El discurso se puede convertir en obra cuando se cuenta con una
secuencia más larga que la frase, es decir, cuando se da una composición sometida
a una codificación (a un género literario) y con una configuración individual (el
estilo). El hecho de que la obra sea una composición supone un trabajo artesanal,
una organización y una estructura del discurso y, por tanto, admite un análisis
estructural o semiótico que hay que develar, que hay que proponer a partir del acto
de leer.
106
Para efectuar una superación del puro análisis inmanente estructuralista del texto,
Ricœur analiza lo que sucede cuando el discurso se pone por escrito, cuando se
convierte en escritura, cuando aparece el texto. En este caso el texto se hace
autónomo respecto a la intención del autor, produciéndose un primer
distanciamiento (entre autor y texto). Gracias a la escritura, el texto se
“descontextualiza” de su autor (mundo psicológico) y de su medio (mundo
sociológico). Lo que se ofrece ahora es el mundo del texto, que se abre al mundo
del lector en un nuevo distanciamiento.
El acto de leer, entonces, consistirá en conectar el mundo del texto y el mundo del
lector, estableciendo una nueva “contextualización”, lo que Gadamer llamaba la
“fusión de horizontes” (Horizontverschmelzung) (1998, p. 111). Por consiguiente, la
hermenéutica no consistirá tanto en conocer el detrás del texto, cuanto el delante
del texto: interpretar sería algo como explicitar el modo de ser-en-el-mundo
desplegado delante del texto. En último término, interpretar es apropiarse una
proposición sobre el mundo, que está delante del texto, como aquello que la obra
despliega, descubre, revela. Comprender es por tanto comprenderse. Es lo que
Ricœur desarrolla en Temps et récit III. Le temps raconté (1985), y que aparece en
el centro de su filosofía reflexiva y expresa aquella disposición del lector que
aparece delante del texto: exponerse a él y recibir de él un sí mismo más amplio,
una propuesta de existencia adecuada a la propuesta que me hace el mundo del
texto.
Así, el mundo del texto y el mundo del lector se convierten en los elementos
diferenciadores del estudio ricœuriano sobre la lectura. Emprender dicho camino
supone un acto de discontinuidad con la tradición hermenéutica contemporánea y
abre nuevas perspectivas de lectura que vinculan la retórica del texto escrito y las
dimensiones mismas de la textualidad expuestas por el autor francés en Temps et
récit III. Le temps raconté (1985) y Du texte à l'action. Essais d'herméneutique II
(1986). De ahí que la búsqueda sea simple en cuanto a la presentación que hace el
autor, pero compleja respecto a las implicaciones que dichas propuestas generan
3 Término introducido por Husserl, en el texto: Las crisis de las ciencias europeas y la fenomenología
trascendental, para referirse al estudio del mundo vivido subjetivamente. Según Husserl es el mundo
de los supuestos o pre-supuestos aceptados por su sujeto y que se constituye en el horizonte no
tenido en cuenta en la investigación fenomenológica. Hay vestigios en algunas consideraciones de
Ortega y Gasset. En Dilthey, padre de la hermenéutica moderna, hay conexiones con dicha reflexión
como filosofía de la vida y bajo el término Erlebnis (Husserl, 1991).
108
en el ámbito mismo del comprender y del recuperar la tarea hermenéutica actual.
En Le conflit des interprétations. Essais d´hermenéutique (1969) el mundo del texto
no se encuentra como tema central de su exposición ya que aunque precede a Du
texte à l'action. Essais d'herméneutique II (1986), es una obra, en su totalidad, bajo
una estructura de carácter fragmentario. En esta obra del año 1969, aunque el tema
sea hermenéutico, están presentes otros elementos como el estructuralismo, el
psicoanálisis, la fenomenología y, desde luego, siempre en diálogo con la
hermenéutica, pero son textos más fronterizos y no se desarrolla allí como tal una
teoría del texto o de la lectura como se busca ahondar en la presente investigación.
Existe una diferencia con el planteamiento de otros autores cuya preocupación está
más del lado del texto que del lector, entre ellos Peirce (1997) y Beuchot (2004),
quienes, respecto a la interpretación de textos, conciben al lector como un
interpretante de signos, mientras que para Ricœur el lector es un “interpretante de
enunciados” (1986, p. 177). En los primeros hay un énfasis en la palabra, en Ricœur
hay una preocupación por la expresión. Así pues, es necesario “despsicologizar
tanto como sea posible nuestra noción de interpretación y referirla al trabajo mismo
que se ejecuta en el texto. De aquí en más, interpretar, para el exégeta, es ponerse
en el sentido indicado por esta relación de interpretación sostenida por el texto”
(1986, p. 177).
Se puede concluir este apartado, entonces, con el vínculo que Ricœur propone
entre hermenéutica y ciencias humanas como posibilidad de sentido, como
posibilidad de comprensión: “A partir de esto, la interpretación, si aún es posible
darle un sentido, ya no será confrontada con un modelo exterior a las ciencias
humanas; estará en debate con un modelo de inteligibilidad que pertenece de
nacimiento, si se puede decir, al dominio de las ciencias humanas y a una ciencia
de punta de este campo: la lingüística” (1986, p. 169).
110
2.5. La lectura
Para fundamentar una teoría de la lectura, Ricœur se pregunta: “¿A qué disciplina
corresponde la teoría de la lectura? ¿A la poética? Sí, en la medida en que la
composición de la obra regula la lectura; no en cuanto entran en juego otros factores
que dependen del tipo de comunicación, que tiene como punto de partida el autor,
y atraviesa la obra, para encontrar su punto de llegada en el lector. En efecto, del
autor parte la estrategia de persuasión que tiene al lector como punto de mira. El
lector responde a esta estrategia de persuasión acompañando la refiguración y
apropiándose de la proposición de mundo del texto” (1985, p. 288). Cárdenas (2007)
dirá que están involucradas seis disciplinas, pero es difícil separar cada rama como
algo distinto y unas están incluidas en otras o imbricadas por la aparición de las que
tienen mayor relevancia en la tradición filosófica y literaria. Así, Ricœur mismo
propone tres disciplinas implicadas en la teoría de la lectura: “Importa, pues,
considerar tres momentos, a los que corresponden tres disciplinas próximas pero
distintas: 1. la estrategia en cuanto fomentada por el autor y dirigida hacia el lector;
2. la inscripción de esta estrategia en la configuración literaria, y 3. la respuesta del
lector considerado, a su vez, ya como sujeto que lee, ya como público receptor”
(1985, p. 288).
Para justificar el por qué en Ricœur se da una teoría de la lectura y no solo unos
lineamientos sobre el acto de leer, es necesario vincular el arte de la interpretación
a los procesos de lectura como lo indica Valdés a la hora de leerlo: “El proceso de
interpretación comienza con la lectura del texto, en la realización de la
referencialidad escindida entre el texto y el mundo, que se realiza gracias a la
suspensión de la referencia de primer grado, la del discurso en su función
111
puramente descriptiva, para que así se pueda lograr la referencia de segundo grado
que causa la reacción creativa en el lector” (Valdés, 2000, p. 66). Pero ante la
pregunta por el significado mismo de la interpretación de textos, aclara que el
conflicto de las interpretaciones pasa por el intento siempre osado de validar
cualquier interpretación por buena que parezca, ya que "si bien es cierto que
siempre hay más de una forma de interpretar un texto, no es cierto que todas las
interpretaciones son iguales" (Ricœur, 1976, p. 79), y no todas son perfectamente
válidas como principio hermenéutico. La tarea de interpretar es, por tanto, la de
“crear sentido”, de producir la mejor inteligibilidad global de un diverso
aparentemente discordante y la generación de dicho sentido se presenta como la
construcción de una cierta forma de conjetura.
Cuando el pensador francés expone su idea sobre las conjeturas relacionadas con
la interpretación cita a Hirsch a manera de paradoja: “No hay reglas para hacer
buenas conjeturas. Pero hay métodos para validar nuestras conjeturas” (1972, p.
105). Así pues, la configuración de sentido descansa sobre la tesis de que, en
cuanto a conjeturas, “una construcción puede decirse más probable que otra, pero
no más verdadera” (1972, p. 105), y en este sentido se adopta una postura más
retórica y poética que lógica del análisis del discurso que ya está fuera del control
del autor y permite entender que “la trayectoria del texto escapa al horizonte finito
vivido por su autor. Lo que el texto significa ahora importa más que lo que el autor
quiso decir cuando lo escribió” (1976, p. 30), y esto no significa que cualquier
interpretación sea válida simplemente porque el texto ahora configurado está más
allá de las posibilidades que ofrece el autor, por ejemplo de poder explicar el texto
y desvirtuar alguna conjetura con pretensiones de verdad. La lectura, por tanto, está
encaminada a efectuar la referencia por medio de la significación. Significación para
el lector, referencia que hay que descubrir en el texto.
112
La expresión “lo que el autor quiso decir”, que es bastante usual en el ámbito
discursivo no aplica de la misma manera cuando de un ejercicio hermenéutico se
trata puesto que la apertura del texto hace pensar que “no está cerrado en sí mismo,
sino abierto a otra cosa; leer es, en toda hipótesis, articular un discurso nuevo al
discurso del texto. Esta articulación de un discurso con un discurso denuncia, en la
constitución misma del texto, una capacidad original de continuación, que es su
carácter abierto. La interpretación es el cumplimiento concreto de esta articulación
y de esta continuación” hecha por el lector (1986, p. 170). Es este último quien saca
al texto de la dependencia que originariamente proponía la hermenéutica romántica
y que sigue vigente en muchos contextos, llámese homilía, conferencia, clase
magistral, etc.
113
Para hallar la significación se necesita de la mediación de los signos, como dirá
Ricœur, efectuar la referencia en búsqueda de la significación, donde “la reflexión
no es nada sin la mediación de los signos y de las obras, la explicación no es nada
si no se incorpora como intermediaria en el proceso de la auto comprensión misma”
(1986, p. 171). La lectura recobra el sentido de la significación y se convierte en
metáfora de la vida misma, de un pensamiento reflexivo que no acaba sobre algo
que deviene. Dirá Ricœur que “es como la ejecución de una partitura musical; marca
la realización, la actualización, de las posibilidades semánticas del texto” (1986, p.
171), y por tanto de la vida que está detrás del lector.
Según Aristóteles (1988, p. 35): “Los sonidos emitidos por la voz son los símbolos
de los estados del alma, y las palabras escritas, los símbolos de las palabras
114
emitidas por el habla” (citado por Ricœur 1986, p. 176), y por tanto la interpretación
“se confunde con la dimensión semántica de la palabra misma: la interpretación es
el discurso mismo, es todo discurso. No obstante, retengo de Aristóteles la idea de
que la interpretación es interpretación mediante el lenguaje antes de ser
interpretación sobre el lenguaje” (Ricœur, 1986, p. 176).
Aunque ya no se cuente con el autor y se cuente con el texto, existe una diferencia
en aquello que reclama uno y otro. El autor reclama eternidad y el texto reclama
lectura. El uno se quiere hacer inmortal, sino ¿para qué escribe? Es para
inmortalizarse en los textos a la manera de Borges, en El inmortal (1996), pero el
texto no reclama otra cosa que un lector a quien interpelar, y es allí donde “el lector
tiene el lugar del interlocutor, como simétricamente la escritura tiene el lugar de la
locución y del hablante. En efecto, la relación escribir – leer no es un caso particular
de la relación hablar- responder” (Ricœur, 1986, p. 155).
Leer es mucho más que una conversación, más que un diálogo, además esquiva el
monólogo en tanto que quien se enfrenta al texto busca decirse cosas tras la cortina
de un texto. Según Ricœur “no basta con decir que la lectura es un diálogo con el
autor a través de su obra; hay que decir que la relación del lector con el libro es de
índole totalmente distinta” (Ricœur, 1986, p. 155): ¿para qué meditar a través de un
texto si solo se puede monologar? ¿Qué sentido tendría dejarse interpelar por él?
¿Por qué seguir sus huellas y mirar en la dirección que pide el texto si el único que
habla es el lector? Se deja de un lado la idea romántica del diálogo y la idea fría del
monólogo. Polarizar así el acto de leer sería matar la misma configuración y
especificidad del acto de leer. Aunque suene cruel y deje ampolla tal afirmación, es
Ricœur el que pone las cosas en su lugar en la relación texto autor: “Leer un libro
es considerar a su autor como ya muerto y al libro como póstumo. En efecto, sólo
cuando el autor está muerto la relación con el libro se hace completa y, de algún
115
modo, perfecta; el autor ya no puede responder; sólo queda leer su obra” (1986, p.
155), y quedar ante él como ante un espejo que permite leer la propia existencia.
“De una parte, la dinámica interna que preside la estructuración de la obra, la otra,
el poder de la obra de proyectarse fuera de ella misma y engendrar un mundo que
será verdaderamente la “cosa” del texto. Dinámica interna y proyección externa
constituyen lo que yo llamo el trabajo del texto. La tarea de la hermenéutica es la de
reconstruir este doble trabajo del texto” (Ricœur, 1986b, p. 32). Lo que hay que
comprender es la cosa del texto y al lector mismo que descubre tal cosa efectuando
la referencia. “Explicar es extraer la estructura, es decir, las relaciones internas de
dependencia que constituyen la estática del texto; interpretar es tomar el camino del
pensamiento abierto por el texto, ponerse en ruta hacia el oriente del texto” (1986,
p. 175).
118
En una de las cuestiones que coincide con Nietzsche, no en relación con su
perspectiva interpretativa sino en el acto mismo de leer, es en la consideración de
la lectura como una lucha. No con el autor a través del texto sino con el texto por
las resistencias que están en el lector mismo. A esta cuestión Ricœur la llamará
dialéctica “por la que la lectura linda con un combate, suscita otra distinta; lo que el
trabajo de lectura revela no es sólo una carencia de determinación, sino también un
exceso de sentido. Todo texto, aunque sea sistemáticamente fragmentario, se
revela inagotable a la lectura, como si, por su carácter ineluctablemente selectivo,
la lectura revelase en el texto un lado no escrito” (1983, p. 308). Evitando así otorgar
muchos más sentidos que los que el texto permite configurar. Las especulaciones
en este sentido son muchas, por ejemplo en el ámbito bíblico la manera como se
hacen conjeturas y se pone sentido en lo que el texto no necesariamente está
expresando ya por la necesidad del predicador, ya por quienes escuchan y sus
necesidades particulares.
La lectura, la buena lectura, para distinguirla de las muchas malas lecturas que
continuamente hacemos “es, pues, aquella que a un tiempo admite cierto grado de
ilusión […] y asume el mentís infligido por el exceso de sentido, el polisemantismo
de la obra, a todos los intentos del lector por adherirse al texto y a sus instrucciones
(Ricœur, 1983, p. 308). De lo que se trata es de liberar al texto de la multiplicidad
de sentidos que surjan en la necesidad del lector. Tiene que ver con las
potencialidades del texto que deben ser comprendidas por el lector y no ir más allá
intentando sacar del texto lo que en su materialidad este no puede expresar. Esta
tensión entre la ilusión del lector y las referencias abiertas por el texto deben
mantener una lucha en la que quizá no se defina un ganador sino la posibilidad de
sentidos y mundos abiertos por el texto y donde el lector mantiene la distancia, y
una “buena distancia respecto a la obra es aquella en que la ilusión se hace,
alternativamente, irresistible e insostenible” (Ricœur, 1983, p. 308), pero que se
mantiene y esto es lo que configura cierta dialéctica del texto y el lector.
119
Desde una perspectiva estética, Ricœur es consciente de la tradición de la estética
de la recepción, y en varios pasajes de sus textos hace alusión a ella. Incluso se
nota la influencia de esta porque para él “la teoría estética autoriza una
interpretación de la lectura sensiblemente diferente de la de la retórica de la
persuasión” (1983, p. 309), y entiende que hay tensión entre ambas cuestiones.
Aunque en él está presente este mundo del lector, no todo está del lado del lector y
la retórica del texto que permite efectuar la referencia, es lo que da sentido a dicha
tensión e incluye ambas en la teoría de la lectura, lo estético y lo retórico, ya sea
que entren en tensión, ya sea que exista complemento en ellas.
Desde el punto de vista retórico aparece el autor, desde el punto de vista estético
aparece la primacía del lector, sin embargo lo uno no puede ser sin lo otro. En el
primero se puede decir que “el autor que más respeta al lector no es el que lo
gratifica al precio más bajo […] solo llega a su lector si, por una parte, comparte con
él un repertorio de lo familiar, en cuanto al género literario, al tema, al contexto social
o histórico; y si, por otra, practica una estrategia de pérdida de familiarización
respecto a todas las normas que la lectura cree poder reconocer y adoptar
fácilmente” (Ricœur, 1983, p. 309).
De este modo olvida el lector el elemento estético que ha de ser manejado con
prudencia, puesto que un texto cuya significación esté encerrado en la complejidad
del léxico o en la imposibilidad de un acceso semántico pierde toda su potencialidad.
La teoría de la expresión en filosofía como en literatura tiene esto claro en tanto que
contenido y forma hacen parte de una misma realidad. Zambrano (2005) expresa
que el contenido y la forma hacen parte de una unidad que dice mucho de la época,
el segundo expresa que una sola idea puede expresarse de muchas maneras. Este
120
no es el debate, pero amplía la cuestión de cómo hacer confluir preocupaciones
retóricas y estéticas, aunque este asunto sea mucho más de lo que aquí se está
intentando defender como teoría de la lectura. Mejor seguir con Ricœur que más
que lucha dirá que en la lectura y la escritura hay una actividad en la que la primera
“permite decir que algo sucede en este juego en el que lo que se gana es
proporcional a lo que se pierde” (1983, p. 309). Incluso se puede pensar en una
lucha activa que más bien determine un cierto equilibrio entre las señales
proporcionadas por el texto y la búsqueda de síntesis, que casi siempre está del
lado del lector (1983, p. 310).
Continuando con esta dialéctica del autor y lector, de la retórica a la estética, parece
que la postura de Ricœur con cierto tipo de concepciones psicológicas y
democráticas de la lectura, abre un debate que hoy tendría muchísimos
contradictores, y es que desde la fenomenología pone la lectura en un nivel al que
no todos pueden acceder. No todos los textos están hechos para todos, puede ser
la tesis: “La lectura es un fenómeno social que obedece a ciertos patrones y que,
por lo tanto, sufre de limitaciones específicas. Sin embargo la proposición que dice
que un texto está potencialmente dirigido a cualquiera que sepa leer debe ser
considerada como un límite a cualquier sociología de la lectura” (Ricœur, 1976, p.
31). Aquí, Ricœur da un giro hacia concepciones que van mucho más allá de una
estética de la recepción y estaría del lado de una sociología de la recepción. Incluso,
en la idea de una lectura sincrónica del texto la distancia aparece como rescate del
otro y posibilidad de contemporizar con los genios del pasado. Dice pues, que “la
lectura como φάρμακον, el “remedio” por el cual el sentido del texto es rescatado de
la separación del distanciamiento colocado en una nueva proximidad, proximidad
que suprime y preserva la distancia cultural e incluye la otredad dentro de lo propio”
(Ricœur, 1976, p. 43), y que un tipo de lectura como la filosófica “no es otra cosa
que un intento de hacer productivos la separación y el distanciamiento” (1976, p.
44). Tanto en la diacronía como en la sincronía. La primera porque necesariamente
121
existe un vacío con todo lo que llamamos pasado, el distanciamiento, porque cumple
una función hermenéutica siempre salvable por la posibilidad que ofrece la lectura
de traer el texto hic et nunc.
Ahora, es necesario pasar a explicar los conceptos básicos que dan sentido a la
teoría de la lectura en Ricœur: referencia, sentido y apropiación. Los dos primeros
se dan en el acto mismo de leer, ya que toda lectura persigue un sentido y para
lograrlo debe efectuar la referencia. En cuanto a la apropiación esto es mucho más
que citar un texto. Hoy día sí que hay que advertir los peligros de quienes por leer
un texto se convierten fácilmente a este. Mejor sería decir que solo mediante el acto
de lectura el texto es actualizado, o sea, apropiado, hecho vida en el lector y esto
hace que la lectura vaya más allá de las categorías hermenéuticas, retóricas y
estéticas, antes mencionadas.
Así, la lectura abre la noción del despliegue del mundo hecho por el texto y vivido
como experiencia y Ricœur lo nombra desde la trascendencia del texto puesto que
en su escritura está el abrir mundos y libera de la visibilidad e inmediatez de las
situaciones, incluso de la cotidianidad. Es que la lectura abre a nuevas dimensiones
de ser en el mundo (Ricœur, 1971, p. 533), pues la lectura introduce en “las
variaciones imaginativas del ego, al tiempo que nos recuerda que somos seres
caracterizados por una apertura al mundo y capaces de desarrollar múltiples
potencialidades que también descubrimos a través de los textos” (Agis, 1999, p. 55).
Así, se concluye que el acto de leer en Ricœur es la confrontación del hombre con
un mundo, el desplegado por el texto, y ante el cual él mismo se cuestiona y abre
su propio mundo para ser permeado hasta llegar a “proyectarse uno mismo, sus
propias creencias y sus propios prejuicios; es más bien dejar que la obra y su mundo
amplíen el horizonte de comprensión que tengo de mí mismo” (1975, p. 109)
122
2.6. Referencia y sentido
Para Ricœur “el texto tiene referencia; esta será precisamente la tarea de la lectura
como interpretación: efectuar la referencia” (1986, p. 157). De allí que se justifique
una ampliación sobre la expresión “efectuar la referencia”. Y se añade que también
tiene sentido. Si el texto tiene referencia hay que otorgar o encontrar sentido a
aquello que el texto refiere. Hagamos un rodeo por la etimología del término para
que después se vea reflejado en Ricœur cómo en la lectura se presentan ambos.
En el sentido más latino y propio del término, decimos referencia cuando el texto
reproduce algo y esto, nombrado o no, es lo que Ricœur llama “la cosa del texto”.
Es la relación que se establece entre el nombre y aquello, persona, cosa, propiedad,
que este nombra. No como mímesis y representación, de lo que tanta teoría se ha
elaborado, sino que se entiende el referente como la realidad nombrada, significada
(designada o denotada) por el nombre. Desde el punto de vista hermenéutico, la
referencia es la relación que hay entre la expresión y el referente, mientras que el
sentido es el modo peculiar con que el lenguaje nos presenta un objeto, que se
corresponde con una propiedad determinada que posee el objeto. Un ejemplo sería
“la musa de Don Quijote”, donde la referencia es Dulcinea y el sentido es lo que
moviliza en Don Quijote la bella musa. Según Frege (1971), no toda expresión
nominal tiene referencia, aunque sí sentido. “Don Quijote” es un ejemplo de
expresión dotada de sentido, pero carente de referencia en términos de la realidad.
Referencia es aquello que actúa en la lectura como una flecha, un indicio, una
orientación que funge como una flecha en el acto de leer. Se trata de lo que hay que
125
perseguir en un escrito, hacia donde se dirige o nos dirige el texto, no hacia donde
nosotros queramos ir. Se cumple el dogma hermenéutico que reza que se puede
interpretar de muchas maneras pero no de cualquier manera. El referente, aquello
que permite que se efectúe la referencia, es lo que suscita la inquietud y designa un
camino. Decir que la lectura en Ricœur tiene como segundo objetivo “efectuar la
referencia” significa buscar en la dirección -no necesariamente correcta- a la que
apunta el texto. De ahí la conexión de la lectura con la investigación que mucho se
ha perdido hoy día. No hay, explica Ricœur, lectura inocente o “ingenua” y por tanto
el “vestigio”, la “huella” que se persigue es lo que en definitiva sugiere la lectura en
los procesos de estudio, de aprendizaje. Pero a esto dedicaremos una de las
aplicaciones, sobre la lectura en el ámbito investigativo como aporte de la teoría de
Ricœur.
Uno de los discípulos de Ricœur, el profesor Macelino Agis, intuye que la búsqueda
de sentido es la tarea primordial de la hermenéutica, ya que como el mismo lo
expresa: “Por medio de esta vía supone un encuentro con el ser, o mejor dicho, con
la necesidad de desvelar el sentido del ser” (1999, p. 19). Aunque Ricœur no
absolutiza esta función hermenéutica más bien la amplía al considerar que el
sentido debe estar siempre en relación con la referencia a veces, como postura
epistemológica, oponiéndose a este, ya que para él “el sentido es el qué y la
referencia es el ´sujeto del qué´ del discurso” (1972, p. 106).
127
En relación con las producciones literarias la cuestión tiene una incidencia en el
ámbito interpretativo, ya que “implica que la significación de un texto no está por
detrás del texto, sino ante él. No es algo oculto, sino algo que está descubierto-
abierto. Lo que se da a comprender es lo que apunta hacia un mundo posible,
gracias a las referencias no ostensivas del texto. Los textos hablan de mundos
posibles y de maneras posibles de orientarse en esos mundos” (Ricœur, 1976, p.
107). Estos mundos posibles son los que encontramos como sentido ya que abren
nuevas posibilidades de comprender el mundo y de comprendernos a nosotros
mismos como lectores y dicho sentido toma el carácter de apropiación. Sentido es
sentido de lo propio, de aquello a lo que se pertenece. En la perspectiva
hermenéutica, el sentido aplicado por el lector al texto ya no es lo que le pertenece
al autor, sino lo que deja una impresión y se convierte en producción de sentido
para el lector. Ahora veamos cómo esta doble relación referencia y sentido se ve
enriquecida por la apropiación que es la aplicación de la lectura al mundo del lector.
2.7. Apropiación
Ya se decía arriba que apropiarse es hacer algo propio, hacer suyo algo que, en
términos de la lectura, dejó de pertenecer a otro y está a la espera del lector para
ser tomado como pertenencia. En este sentido hay una relación estrecha con la
tarea hermenéutica, puesto que “no hay interpretación auténtica que no se cumpla
en alguna forma de apropiación -Aneigung-, si por este término entendemos el
proceso por el cual uno hace suyo (eigen) lo que en principio era otro, extraño
(fremd)” (Ricœur, 1972, p. 108). El filósofo amplía el concepto de apropiación en
tanto que “lo que hacemos nuestro, aquello que nos apropiamos para nosotros
mismos, no es una experiencia extraña o una intención distante, sino el horizonte
de un mundo hacia el cual una obra se dirige” (Ricœur, 1972, p. 108).
128
En el caso literario “el lector al hacer el tiempo de la novela su tiempo, lo convierte
en una experiencia propia del tiempo de otros, de un mundo que no es, pero pudiera
ser. Y dentro de esa dialéctica entre el mundo del lector y el mundo del texto, surge
la posibilidad de una comprensión más introspectiva de sí mismo y de su mundo por
parte del lector […] En la medida que comunicamos nuestra interpretación del texto
contribuimos al diálogo o debate sobre el texto posiblemente enriqueciendo la
prefiguración de donde ha partido” (Valdés, 2000, p. 66). Esto pone el elemento
literario en un estrecho vínculo con el pasado, puesto que se trae al presente un
elemento que si bien puede ser fruto de la ficción se hace actual por la aplicación
del lector en el texto. Aplicación, así lo llama Gadamer y en varios de sus textos
Ricœur, nombrará la apropiación de la misma manera donde presenta también sus
dificultades. Para Ricœur el asunto consiste en que “la apropiación de la referencia
ya no encuentra el modelo en la fusión de las conciencias, en la empatía o en la
simpatía. El advenimiento del sentido y de la referencia de un texto al lenguaje es
el advenimiento de un mundo al lenguaje y no el reconocimiento de otra persona”
(1976, p. 108). En términos dialécticos se mantiene siempre la tensión
epistemológica y la noción de apropiación como lo expresa Valdés: “En la
configuración del texto, la dialéctica distingue, de un lado, a la fuerza e insistencia
del lector de apropiarse del texto a su modo y conocimiento, y del otro lado, está la
resistencia que el texto mantiene para no ser reformulado como el discurso del
lector” (2000, p. 67).
Esta dinámica que comienza por el texto, pasando por el mundo del lector, tiene
como propósito llegar a la configuración de la identidad narrativa. La preocupación
de Ricœur por la configuración de esta identidad narrativa está plasmada en varias
de sus obras, muy especialmente en Temps et recit I, II y III, Le conflit des
interprétations. Essais d´hermenéutique II (1969) y La métaphore vive (1975). Sin
embargo, es en los estudios séptimo y octavo de Soi-même comme un autre (1990)
donde Ricœur explora las cuestiones éticas de la identidad narrativa. Comienza
distinguiendo entre mismidad e ipseidad como el núcleo de su “pequeña ética”. El
primer término alude a una noción atemporal, sustancial del yo, que permanece en
el tiempo (lo mismo). En el caso de la ipseidad, que es temporal, y, por tanto,
narrativa es donde se articulan los elementos cognitivos y sentimientos implicados
en los acontecimientos que a su vez se insertan en un tiempo determinado. Es así
como “la identidad narrativa oscilará entre dos límites. Un límite inferior, donde la
133
permanencia en el tiempo expresa la confusión entre idem e ipse, y un límite
superior, donde ipse plantea la cuestión de su identidad sin la ayuda y el apoyo de
idem” (Sí mismo como otro, 1996: 120). Las acciones son el fundamento de la
moralidad en el hombre y por tanto son configuradores de la identidad, es así como
Ricœur ve la identidad narrativa como la base de la identidad moral (1990, p. 320).
134
el sí, narrativamente interpretado, encuentre ser él mismo un sí figurado del cual se
figura como tal o cual” (Ricœur, 1988, p. 304.), y se ofrece como una solución a los
múltiples problemas que aparecen en la búsqueda de identidad personal (1988, p.
299), donde el elemento identitario es fundamental puesto que “la historia narrada
dice el quién de la acción [...] y donde el sí-mismo puede ser refigurado por la
aplicación reflexiva de las configuraciones narrativas” (1985, p. 355).
Esta doble cara de la identidad deja ver la paradoja de la existencia humana como
acontecimiento y como narración, “es la dialéctica deconcordancia discordante del
personaje la que debemos inscribir ahora en la dialéctica de la mismidad y de la
ipseidad” (1990, p. 176). Un ser que es a su vez actor y narrador de la propia historia,
construye su guion en la medida que busca su propia identidad que por esta
135
búsqueda de sentido y configuración, se examina y se purifica “gracias a los efectos
catárticos de los relatos tanto históricos como de ficción transmitidos por nuestra
cultura. La ipseidad es así la de un sí instruido por las obras de la cultura que se ha
aplicado a sí mismo” (Ricœur, 1985, p. 444).
Es, por tanto, la trama lo que da sentido a una historia narrada y esta “es una
representación o imitación (mímesis) de la acción por medio de la construcción de
una trama (mythos)” (1985, p. 77). A una existencia en la tensión permanente de
esta búsqueda de identidad. Comprende Ricœur esta doble posibilidad de la trama
como “mediadora entre el acontecimiento y la historia… nada es acontecimiento
sino contribuye al avance de una historia” (Ricœur, 2000, p. 192). Esta historia
construida por los efectos propios de la narración es a su vez un “cuasitexto” del
proceso integrador que se realiza en el receptor vivo de la historia, que es el mismo
sujeto quien vive y compone su historia, la dinamiza y la estructura, de tal manera
que se configure como un relato insertado en el tiempo. Siguiendo a Aristóteles, se
refiere a la trama como la “disposición de los hechos en sistema” (1995, p. 82).
La historia relatada se convierte en mediación del tiempo como paso y como
permanencia, es así como este decir algo, contar, escribir sobre sí se convierte en
la oportunidad misma de narrar-se y pensar-se a través de lo que se podría llamar
“identidad dialéctica” de la imbricación entre mismidad e ipseidad. “La construcción
de la trama, diremos después responde a la aporía especulativa con un hacer
poético capaz de aclarar la aporía (tal será el sentido de la catarsis aristotélica),
pero no de resolverla teóricamente” (1985, p. 24).
Esta doble vía y tensión entre lo diacrónico y lo sincrónico del relato histórico que
se concreta en una vida narrada se salva por la mediación de la trama que articula
“la diversidad de acontecimientos y la unidad temporal de la historia narrada [...];
entre la pura sucesión y la unidad de la forma temporal” (Ricœur, 1990, p. 140). En
esta dialéctica de buscarse a sí mismo y contar sobre sí, el personaje se abre a la
temporalidad como un todo que a su vez se ve amenazado por lo azaroso de la
existencia, por esa volatilidad del acontecer entre el encuentro y el desencuentro,
por el devenir mismo que deriva en continuidad y discontinuidad, y es allí donde “la
síntesis concordante-discordante hace que la contingencia del acontecimiento
contribuya a la necesidad en cierto sentido retroactiva de la historia de una vida, con
la que se iguala la identidad del personaje. Así el azar se cambia en destino. Y la
identidad del personaje, que podemos decir ‘puesto en trama’, sólo se deja
comprender bajo el signo de esta dialéctica” (Ricœur, 1990, p. 147), del sujeto que
se busca haciendo y se comprende narrando.
Sin la intriga no hay trama, sin la trama no hay narración y por tanto no hay identidad,
van todas implicadas. Según el pensador francés, “la identidad de (este) sujeto no
puede tratarse más que de la identidad en cierto sentido puntual, ahistórica, del ‘yo’
en la diversidad de sus operaciones; esta identidad es la de un ‘mismo’ que escapa
a la alternativa de la permanencia y del cambio en el tiempo, puesto que el cogito
es instantáneo” (Ricœur, 1990, p. 12). El hombre se narra por la necesidad de llegar
a la configuración de su propia identidad y a su vez por la urgente demanda de dar
cuenta del autor de una determinada acción, así se relatan las historias, así se
configura una vida que se aprehende y se comprende en la singularidad de una
unidad temporal a través del relato. La narración, por tanto, lleva consigo el
concepto de acción. Ricœur muestra que la construcción de una trama representa
el modelo de conexión entre acontecimientos más adecuado para integrar en la
permanencia en el tiempo la diversidad, la discontinuidad y el cambio (Ricœur, 1990,
p. 167)
No se trata solo de actuar, sino que la vida también es padecer, también la existencia
es tocada por la enfermedad, el sufrimiento, el accidente y estos acontecimientos
permiten también la búsqueda de una comprensión subjetiva, son la base de un no
obrar o de un obrar: “No atender, dejar hacer, es también dejar que otro haga, a
veces de forma criminal; en cuanto a soportar, es mantenerse uno mismo, de grado
o por fuerza, bajo el poder de obrar de otro [...]; soportar se convierte en padecer,
que linda con sufrir. En este punto, la teoría de la acción se extiende desde los
hombres actuantes a los hombres sufrientes” (Ricœur, 1990, p. 158). No solo se
trata del hombre capaz sino también del incapaz, de ahí que la voz del narrador no
siempre concuerde con la voz del que actúa ya que hay muchas historias que tienen
que ser contadas por otros. Otras identidades se han configurado a partir de relatos
de un tercero que quizá se comprende mejor narrando y reconstruyendo las
biografías de otros. Sin embargo la estructura es la misma ya que “la acción [va a
ser aquí] aquel aspecto del hacer humano que denominamos narración” (Ricœur,
1990, p. 76). E incluso se puede prever, proyectar y recrear vidas a través de las
posibilidades que ofrece la narración. El contar no apunta solo a la descripción sino
a la comprensión y la configuración de un relato, requiere del echar mano de frases
narrativas donde “podemos cambiar la descripción que hacemos de los
acontecimientos pasados en función de lo que sabemos de los futuros” (Ricœur,
1978, p. 91). En este sentido, Ricœur ampliará la cuestión del tiempo como
elemento fundamental de la narración en su obra La Mémoire, l'Histoire, l'Oubli
(2003) en la que se ocupa de la responsabilidad de la historia como un compromiso
que toca a la sociedad en general. Este texto narra y dice quién es quién en la
historia a través de sus diversas estructuras y mecanismos de posibilidad para
contar acerca de los acontecimientos.
140
El acto de leer presenta, por tanto, la apertura al mundo del lector que encuentra en
la vida misma el primero y quizá el más significativo de los textos. Cualquier género
ha de representar y refigurar, desde diversos ángulos la existencia como acontecer
y como texto que permite ser leído. Se trata de salir de la encrucijada antropológica
que sitúa al hombre como un mero acontecimiento biológico y le posibilita una nueva
mirada de sí a través de la lectura que se ha identificado aquí como interpretación.
Ahora, tres miradas, tres posibilidades de leer la cultura, leerse a sí mismo, leer
simplemente, pero leer como acto, como lucha, como acontecer, como
desvelamiento de la propia identidad.
141
3. APLICACIONES
El presente apartado busca ser una puesta en marcha del proyecto ricœuriano en
torno a la lectura. La triple relación: referencia, apropiación y sentido es tenida en
cuenta para el desarrollo del capítulo. Después de trasegar por la tercera parte del
estudio en torno a la lectura desde una mirada conceptual, se trata aquí de caminar
con tres géneros distintos que aparecen en la historia reciente de la lectura. La
metodología surge del mismo esfuerzo por comprender a Ricœur desde Ricœur,
pero también busca dar un paso mayor: comprender otras lecturas, de las muchas
que se han hecho, de textos que contienen su propia impronta y que en nuestro
contexto tienen gran representatividad debido a sus implicaciones en términos
contemporáneos, como son: el deseo, el poder y la memoria.
142
en términos de la cultura, mucho mayor que los esfuerzos que se hacen por descifrar
al individuo desde el psicoanálisis. El pensador francés hace referencia y posibilita
una búsqueda hermenéutica más allá del existir, mucho más cercano a las
estructuras que configuran el mundo y a la vez posibilitan el yo. De ahí que las
figuras del esclavo y del amo se convierten en texto para leer las relaciones que se
dan en diferentes tópicos culturales como producción de sentido y caminos de
reconocimiento del sujeto inmerso en las nuevas configuraciones culturales.
Sin embargo, es el tema del olvido el que más acapara la atención en términos
filosóficos y es allí donde este relato se convierte en una posibilidad de leer nuestra
historia, nuestra memoria y olvido para vehicular mejor la posibilidad de reconstruir
el tiempo histórico en la narración y la misma diferencia que el autor establece con
el valor testimonial que le imprime. En la obra, la realidad supera la ficción, aunque
no se presenta como una pieza sicaresca (literatura sobre violencia urbana), permite
ver el límite donde se busca captar esa delgada línea entre realidad y ficción a través
del lente de Ricœur, examinando así la categoría “olvido” como el delante del texto
143
que se convierte en denuncia y permite ser un espejo de la realidad que muchos
colombianos viven y padecen. Hagamos, pues, dicho recorrido.
Esta aplicación busca dar cuenta de la relación que existe entre filosofía y exégesis
desde una perspectiva hermenéutica. En los trabajos de Ricœur aparece una rica
reflexión en torno a los elementos narrativos y discursivos de la Sagrada Escritura
que permiten un acercamiento de ambas disciplinas a través de los análisis sobre
la metáfora y el símbolo que continuamente aparecen en los libros sagrados. De la
misma manera, asuntos como la poética (Aristóteles, 2006) o la Nueva Retórica
(Perelman, 2006), se convierten en referentes válidos para examinar elementos
discursivos que aparecen en los relatos bíblicos y contribuyen en gran medida al
enriquecimiento de la Sagrada Escritura como texto religioso y paradigmático en la
tradición occidental. Interpretar la Sagrada Escritura es comprender en buena
medida el fundamento de una cultura, de un pueblo, de una porción de mundo.
En este sentido, la Pontificia Comisión Bíblica dirá que “la Biblia no es simplemente
un enunciado de verdades. Es un mensaje dotado de una función de comunicación
en un cierto contexto, un mensaje que comporta un dinamismo de argumentación y
una estrategia retórica” (1993). Dicha estrategia comunicativa se concreta no solo
en el mundo del texto o el mundo del autor, sino en el mundo del lector y es allí
donde una hermenéutica de la escucha (Ricœur) o reflexiva puede abrirse paso en
la manera como leemos los textos sagrados y la dinámica que se produce en quien
se deja guiar por ellos. La transformación interior y la lectura se hacen una sola en
el aporte que hace la filosofía a la exégesis bíblica, aunque en principio haya sido
144
la segunda la que diera el primer paso hacia una interpretación de todo aquello que
llamamos el texto.
La reflexión, por tanto, es más específica en cuanto trata de la relación que existe
entre hermenéutica filosófica y exégesis bíblica. Este propósito no se puede llevar
a cabo sin la premisa de una investigación filosófica que identifica una fe concreta
cuya base es un lenguaje o una modalidad particular de discurso: la Biblia. No es la
fe en abstracto como la trata la fenomenología de la religión desde el aspecto de la
creencia, sino una fe particular, la fe que brota de la lectura de la Sagrada Escritura.
Este concepto de “fe bíblica” es excluyente, porque delimita las religiones que beben
de la Biblia, y es incluyente, porque no es un solo credo el que tiene como fuente a
dicho grupo de textos. La cultura occidental ha considerado dicho texto como fuente
de elementos culturales que trascienden la misma religión.
146
Relación entre la configuración de conjunto del corpus literario y lo que se
podría llamar, correlativamente, el espacio de interpretación abierto por
todas las formas discursivas tomadas en conjunto.
Para Ricœur es significativo, por ejemplo, el planteamiento que hace Gerhard Von
Rad (2009), quien propone la comprensión de la relación entre la forma del discurso
y el contenido teológico. Según Ricœur, en el primer volumen de la Teología del
Antiguo Testamento (1945), Von Rad expresa la indisoluble solidaridad entre
teología y literatura al exponer que “nada se enuncia sobre Dios, sobre el hombre,
sobre sus relaciones, antes no pase por el acto de reunir leyendas, sagas aisladas,
y reordenarlas en secuencias significativas, de manera de constituir un único relato,
centrado en un acontecimiento núcleo, que tiene a la vez un alcance histórico y una
dimensión kerigmática” (Ricœur, 2008b, p. 57). Von Rad considera que los métodos
tradicionales violentan a la Biblia al intentar fundamentar "la fe de Israel por medio
de testimonios situados todos ellos históricamente. Para él, el Antiguo Testamento
es una tradición viva que se fue elaborando al hilo de los acontecimientos. Israel no
dejó nunca de retomar, reinterpretar y completar su ´credo´. Leer el Antiguo
Testamento es rehacer la historia de esos ´credos´” (Aulard, 1992, p. 24)
El ejemplo más significativo está expresado en el relato del credo primitivo que se
lee en Dt 26. Si se comparan las tradiciones que hablan de Dios según el drama
histórico instaurado en los relatos de liberación del Pentateuco con las formas de
relato propuestas por los griegos, se puede ver que la primera no es menos
significativa, es al fin y al cabo una forma narrativa de la historia de la salvación. En
un mismo relato confluyen varias tradiciones y concepciones de Dios: “El Dios del
Éxodo debe convertirse en el Dios del Exilio, para poder seguir siendo el Dios del
futuro y no sólo el Dios de la memoria […] las formas del discurso constituyen en
147
conjunto un sistema circular, y que el contenido teológico de cada una de ellas
recibe su significado de la constelación total” (Ricœur, 2008b, p. 58).
Así, “el lenguaje religioso aparecería entonces como una polifonía, engendrada por
la mencionada circularidad” (Ricœur, 2008b, p. 58). No es posible interpretar los
significados teológicos contenidos en la Sagrada Escritura sin hacer el rodeo de una
explicación estructural de las formas. Sin el paso por el lenguaje no se puede hacer
teología. Teología y lenguaje son dos saberes indisolubles. Que Dios se diga
narrativamente, poéticamente, epistolarmente, significa que la forma dice de aquello
que contiene y habla de una tradición que conserva un mensaje que quizá no se
puede decir de otra manera. Si Dios se dice poéticamente quiere decir que esta
forma discursiva es la manera más apropiada para nombrar a un Dios que utiliza
este canal con un sentido y dicho sentido es irrenunciable. Esta dinámica está dada
para no pasar rápidamente al contenido teológico de la Escritura sin detenernos en
la Escritura misma.
El cristianismo es una religión de la Palabra más que una religión del libro. Aquí, el
lente de Ricœur ayuda con el planteamiento de varias preguntas: un habla ¿no
precede a toda escritura? ¿Jesús no fue, como Sócrates, un predicador y no un
escritor? ¿El cristianismo primitivo no ha visto en él la Palabra hecha carne más que
un hablante de lenguaje humano? Para que dicha dialéctica no parezca un
concordismo (Jesús = Sócrates), para hacer decir a la Escritura lo mismo que la
tradición filosófica expresa, es importante aclarar que al decir Palabra nos estamos
refiriendo a un sentido mucho más amplio que al decir libro, que al texto en cuanto
tal, y es aquello en lo que la comunidad de fe deposita su confianza y se convierte
en alimento y fundamento de la vida del creyente.
149
En esa misma dirección está la pregunta de Jesús al escribano en el evangelio de
Lucas (10,25-28): “¿Cómo lees?” Queriendo dar pie a una discusión sobre la
manera como cada uno lee la Torá y detrás de esta existe un largo trayecto del
habla a la escritura que tampoco corresponde aquí desarrollar en términos
exegéticos. Lo mismo san Pablo y el autor de la epístola a los Hebreos interpretan
el acontecimiento Jesús a la luz de las profecías y de las instituciones de la antigua
alianza. Existe allí todo un sentido de apropiación de las escrituras por parte del
Nuevo Testamento respecto del Antiguo Testamento. No se trata de algo nuevo sino
de rescatar esta dinámica en el contexto mismo de la Biblia. Los mismos títulos
cristológicos están estrechamente ligados a una cultura hebraica y helenística.
Sería difícil entender estos títulos si ellos no vinieran del habla de un grupo o de un
pueblo para quien resulta significativa una denominación. Los estudios acerca del
Jesús histórico, por ejemplo, han vinculado la figura de Jesús a tradiciones
helenísticas con acentos distintos pero con rasgos muy particulares, como el
considerar a Jesús como la sophia divina, o un campesino judío, o un filósofo cínico
itinerante, etc. Las palabras de Jesús y el estudio social de su entorno han llevado
a diversas perspectivas de interpretación en torno a la persona de Jesús vinculado
a las tradiciones -casi siempre orales- del contexto de Palestina en el siglo I. Detrás
de cada uno de estos ejemplos está la idea ricœuriana de “apropiación”, que sería
la manera como un testamento o un autor interpreta una tradición y a la luz de ella
comprende la dinámica de la comunidad a la cual se dirige.
Así, el habla sobre la Escritura considera siempre un volver sobre los dos
testamentos y sobre ambas tradiciones que a su vez sirven de fuente de otras
interpretaciones. Allí existe una situación hermenéutica inadvertida en muchas
ocasiones por quienes van de un lado a otro de la Escritura sin tener en cuenta
dicho juego interpretativo. Para Ricœur, este esquema de discurso contiene un
distanciamiento que va del testimonio que interpreta un testimonio y queda fijado en
150
la huella que es la Escritura. De ahí que el cristianismo rápidamente se abre paso
entre el mundo romano y judío de acuerdo al esquema: proclamación, kerigma y
predicación, cuyos acentos están en el desarrollo de la más primitiva Iglesia y se
comportan como cualquier legado cultural que merece un estudio filosófico atento
debido a la trama que se teje y termina siendo lo que hoy llamamos Iglesia. En
palabras de Ricœur esta cadena sería “la condición de posibilidad de una tradición,
en el sentido fundamental de transmisión de un mensaje” (1986, p. 140), con el que
una comunidad se constituye y de la cual sigue viviendo cada vez que siente la
necesidad de recuperar su norte, de volver al fundamento.
Existe una pregunta sobre la originalidad del texto bíblico respecto a otras formas
de discurso y esta reside en lo que Ricœur llama “el mundo del texto” o “la cosa del
texto”, que entiende como “el mundo que el texto despliega ante sí […] y este mundo
toma distancia con respecto a la realidad cotidiana hacia la que apunta el discurso
ordinario” (1986, p. 140). En este sentido, la lectura de la Biblia no implica en primera
instancia una decisión por parte del lector, sino en dejar que se despliegue el mundo
que allí se expresa (alianza, reino de Dios, vida eterna) por encima de sentimientos
o disposiciones, de la creencia o no creencia. Esto es lo que Ricœur llama la
“objetividad del ser nuevo proyectado por el texto […] poner por encima de todo la
cosa del texto es dejar de plantear el problema de la inspiración de las Escrituras
en términos psicologizantes, como serían entenderla como un insuflar de sentido a
un autor que se proyecta en el texto, él y sus representantes” (1986, p. 141).
153
Lo que podemos decir de la Biblia en general, y aquí podríamos tomar como
aplicación el libro del Génesis, es que si echamos una mirada al tipo de lenguaje
propuesto: el mítico o los lenguajes míticos, a los lenguajes tradicionales simbólicos
que han hablado del mal, vemos que el mal es tanto algo que el ser humano comete
cuanto algo que padece. El mal es paradójico. Tiene una doble cara. Por una parte,
en cuanto estamos en el mundo lo sufrimos, lo padecemos, aún más si añadimos
luego la hipótesis de una voluntad inocente, que entra en el mundo y encuentra el
mal como limitación, como opinión, como contingencia y como ocasión de
imperfección. Por otra parte lo cometemos: por eso no hay mal sin libertad, no hay
mal sin la intervención del ser humano.
Si miramos el relato del mal en la Biblia, en el libro del Génesis, el mal considerado
como simbólico mítico, encontramos que se habla de la entrada del mal al mundo.
La tentación, por la cual Adán toma el fruto prohibido expresa, simbólicamente, toda
la entrada del mal. Ricœur hace de esa página bíblica una página simbólica, poética,
como cualquier otro mito que pueda proceder de Grecia o de Oriente. Y también
puede proceder de Occidente porque la mitología, toda esa mitología
mesoamericana, por ejemplo, incurrió en lo mismo.
No es tan fácil seguir el mal por la libertad. Adán, ¿decidió tomar dicho fruto? No.
Analicemos el lenguaje del mal en la Biblia. Vemos hasta qué punto se establece
una secuencia dramática que va reduciendo responsabilidades a un orden anterior.
Es a Adán a quien se le presenta, por parte de Eva, la invitación a tomar el fruto. Y,
es a Eva a quien se le presenta, por parte de la serpiente, la misma invitación.
Serpiente que en toda la simbología clásica significa lo telúrico, lo terreno, lo menos
elevado, aquello que siempre arrastra hacia abajo. Ricœur concluye que Adán es
responsable tanto de la culpa que comete, cuanto que es, a su vez, víctima de toda
154
una situación a la que el análisis del mito lo remite, hacia la anterioridad, hacia el
malestar (Ricœur et LaCoque, 1998).
Todos los que se han aproximado a la filosofía saben hasta qué punto los problemas
del mal, del pecado y de la concurrencia divina en la acción del ser humano han
desatado literaturas que llegaron hasta nuestros tiempos. El tema se encuentra no
solo en la discusión renacentista sino también en la filosofía española referida al
Concilio de Trento, y también en toda la filosofía posterior. No, no es fácil decir: el
mal por la libertad, la libertad por el mal. Pero Ricœur no escapa a la dificultad que
aparece en la secuencia dramática, que lleva a la comisión del pecado y a la
exclusión del paraíso. Allí aparece la promesa del redentor. El mal es tanto sufrido
cuanto cometido, cierto, pero tiene remisión. El mal no es un destino irreparable.
Pero la respuesta la puede tener el Cantar: “El amor es más fuerte que la muerte”
(8,6). Si bien la sentencia del Génesis daba cuenta de un mal irreparable, ya en el
Cantar se da respuesta al mayor de los males: la muerte. Esta dinámica es la que
propone Ricœur en la necesidad de comparar las tradiciones de las diferentes
formas de discurso así como ocurre en la filosofía en las que muchas de las
cuestiones existenciales van del mito a la novela como ocurre entre existencialistas
o los trabajos de Nietzsche sobre la tragedia griega. Un discurso no explica el otro,
pero lo oxigena y lo saca de un esquema cerrado y sesgado por una única
interpretación.
Así, las distancias que aparecen entre una forma de discurso y otro, necesariamente
han de pasar por la noción de tiempo que está detrás del texto, y se puede aseverar
con el mismo Ricœur que el texto se convierte en “un llamado que es recibido, no
como viniendo de nosotros, sino (para el creyente judío o cristiano) de una Palabra
recogida en las Escrituras y trasmitida por las tradiciones que resultan de ellas,
según una multiplicidad de caminos suscitados por la diversidad primitiva de estas
155
Escrituras, ninguno de los cuales agota la riqueza inextinguible de la Palabra"
(Ricœur, 2008b, p. 204). Estas tradiciones han sido develadas por la filosofía pero
la filosofía no puede llegar hasta los motivos que dieron origen a una determinada
tradición.
La idea que se propone como reflexión final del ensayo, y esto toca muchos
aspectos de la interpretación de la cultura hecha por el psicoanálisis, es si solo tiene
arjé un sujeto que tiene telos. De ahí que la tensión se halla en la exploración que
hace el psicoanálisis del vínculo que existe entre deseo y cultura. En la culpabilidad,
en el malestar civilizado, en el clamor de la guerra, la muda pulsión llega a gritar. Es
allí, en el mundo de la vida, sin querer ahondar en la conocida expresión, en donde
se gesta la tensión y en la cual la filosofía se sirve del psicoanálisis para mirar la
totalidad, ese rayo de luz entre otros, arrojado sobre la experiencia humana. Sin
embargo, su descubrimiento se da en el nivel de los efectos del sentido que produce
161
una comprensión de lo humano inmerso en un contexto y no fuera de él como lo
pretenden muchos en la actualidad: elaborar un mapa del cerebro, una porción de
cada cosa, llegar a la distinción sin alcanzar realmente la amplitud de la
comprensión.
A este nivel se podría decir con Janto, frente a la argucia de Esopo cuando iba a ser
acusado de comerse unos higos por parte de sus compañeros esclavos, como figura
del amo quien expresa que “quien trama un mal contra otro, sin darse cuenta se lo
está haciendo a sí mismo” (Esopo, 1993, p. 191). Esta idea es fundamental para
comprender que, en términos de alteridad, la cultura que genera el respeto hacia el
otro, no es otra cosa que la noción de límite. Pareciera, por prejuicios frente al
psicoanálisis o frente a Freud, que se “patologiza” el comportamiento del yo al ser
mirado por un tú y lo que se encuentra es que no desaparece la noción de límite en
Freud ya que “en los seres pretendidamente normales la dominación sobre el ello
no puede exceder determinados límites. Si las exigencias los sobrepasan, se
produce en el individuo una rebelión o una neurosis, o se le hace infeliz” (1992, p.
138). Por tanto, como cuestión ética, aparecen dos sentimientos de culpabilidad o
imposibilidad, uno el miedo a la autoridad y otro es el temor al super-yo (cultura). El
primero obedece a una renuncia a la satisfacción de los instintos y el segundo
mueve hacia el yo, pues no es posible ocultar al super-yo la persistencia de los
deseos prohibidos.
163
Es necesario, en aras de una mayor comprensión de la noción de cultura como “mal-
estar”, explicar la relación que existe entre la renuncia a los instintos y el sentimiento
de culpabilidad, ya que “la renuncia instintiva es una consecuencia del temor a la
autoridad exterior; se renuncia a satisfacciones para no perder el amor de esta. Una
vez cumplida esa renuncia se han saldado las cuentas con dicha autoridad y ya no
tendría que subsistir ningún sentimiento de culpabilidad” (Freud, 1992, p. 123). Se
deduce, entonces, que no dejará de surgir el sentimiento de culpabilidad, pese a la
renuncia cumplida, acto que refleja la persistencia de la conciencia moral frente a la
instauración del yo en tanto que la renuncia ya no se ve recompensada al no
absolver totalmente al sujeto y la inseguridad del amor aparece por una doble
penalización de la conciencia convertida en pérdida de amor y castigo por la
autoridad exterior expresada en la tensión del sentimiento de culpabilidad,
necesaria para mantener la cultura o para que persevere una cultura religiosa y
neurótica frente a la conciencia moral. Así, el pensar sobre el mal cometido o el mal
padecido en el mundo solo puede ser salvado mediante la voluntad, que no es otra
cosa que el deseo de vivir, la perseverancia en el sujeto por conservar el amor que
lo salva y la lucha por salvar el amor. De esta manera: “La evolución cultural puede
ser definida brevemente como la lucha de la especie humana por la vida” (Freud,
1992, p. 118).
La primera cuestión gira en torno a la idea lacaniana (Lacan, 1981), como un retorno
a Freud, en relación con la preeminencia de la palabra como instrumento para
desvelar el inconsciente del que afirma su hipótesis fundamental: el inconsciente
está estructurado como un lenguaje, en donde fundamentará su teoría del sujeto
como efecto del significante y, por tanto, como resultado de una escisión radical
entre “el ser y el decir”. Su caracterización de la naturaleza humana se basa en una
distinción de tres registros: el real, el imaginario y el simbólico. En esta
estructuración destaca su concepción del discurso imaginario (en el sentido de
productor de imágenes) del ámbito de lo consciente: la conciencia misma se
produce como una imagen, lo que genera una alienación del sujeto respecto de sus
propios deseos.
Esopo le contestó:
166
cosas, sino de la de un entrometido, el meterse en los asuntos
ajenos (Esopo, 1993, p. 191).
167
Entre los exponentes de la primera tendencia se encuentra Platón, cuya división
tripartita del alma se orienta a hacer inteligibles las tendencias contrapuestas de un
espíritu humano complejo, supedita en una jerarquía ascendente el deseo
(epitimía), al sentimiento (thymós) y este a la razón (logismós). En el alma humana,
igual que en la ciudad justa, la razón ha de dominar sobre los deseos; el deseo que
surge de la parte concupiscible del alma puede tender a lo bueno y a lo malo, por
esto necesita de la moderación o la templanza que le impone la razón (Platón, 1969,
p. 94).
La inquietud radical del ser humano la ejemplifica Platón con el mito del nacimiento
de eros, al que define como carencia y deseo de lo que es bueno y nos hace felices.
Epicureísmo y estoicismo son muestras de las soluciones que las escuelas
filosóficas antiguas aportaron ante la perturbación del ánimo que el deseo
representaba para Platón. Para los estoicos el deseo es una de las pasiones del
alma y, como tal, apetito irracional que se domina viviendo de acuerdo con la
naturaleza; para los epicúreos, el deseo, ansia desmesurada de placer, se modera
mediante un cálculo racional de los placeres, como lo expresaba Epicuro: “De los
deseos, unos son naturales y necesarios y otros naturales y no necesarios, y otros
ni naturales ni necesarios, sino que resultan de una opinión sin sentido” (Epicuro,
1995, p. 96). La mayor parte de la tradición occidental que sigue el dualismo
platónico ve en la contraposición entre deseo y razón la voluntad o el libre albedrío,
esto es, la expresión misma del sentido de la ética, entendida como dominio de las
tendencias capaces de orientarse al bien o al mal, por el buen o mal uso de la
libertad y la razón humanas.
En la Crítica de la razón práctica, Kant define “la facultad de desear como facultad
de ser, por medio de sus representaciones, causa de la realidad de los objetos de
esas representaciones” (1981, p. 76), superando de este modo el dualismo
cartesiano que concebía el deseo como una de las pasiones. Esta definición de Kant
fue criticada y mal interpretada. Pero, aunque es cierto que hay deseos imposibles
de realizar, incluso en este caso la representación de la causalidad subsiste en el
deseo, contrarrestada por otra causalidad. La facultad de desear es concebida por
Kant como propia del ámbito del obrar, y señala los aspectos que mantiene en
común con la voluntad. Ernst Bloch (2007) sitúa el análisis del deseo juntamente
con las nociones de “esperanza” y de lo “todavía no” en el centro de su filosofía y,
siguiendo las tesis fundamentales del marxismo, interpreta su noción desde la
perspectiva general del materialismo histórico, señalando los aspectos que
condicionan al hombre social e históricamente.
169
Ya en Freud el deseo es expresión de la esencia del hombre: en este caso, del
inconsciente a cuyo conocimiento llega el psicoanálisis a través de la interpretación
de los sueños, que define como realización de deseos reprimidos por el inconsciente
(1967, p. 553). Si la cuestión del deseo alienta la vida anímica del sujeto, solo allí
se representa el impulso a ser porque el yo no alcanza a ser el amo en su propia
casa y en consecuencia el psicoanálisis se ubicaría del lado del amor que salva
pero que el hombre no admite como condición propia de la humanidad.
3.3. El Olvido que seremos bajo el lente del tiempo narrado en Paul Ricœur
La mirada que se plantea sobre la obra de Abad Faciolince es un intento por plasmar
o aplicar, como el título de este capítulo lo expresa, el concepto de olvido de Ricœur
a una obra literaria aunque ya se cuenta con algunos trabajos sobre el concepto de
memoria y olvido en la construcción narrativa de la identidad personal como la
lectura que presenta Julia Iribarne (2000, p. 195-214) alrededor de estos dos
tópicos. Lo que se busca aquí, más allá de la teoría del concepto, es rastrear los
recursos literarios que aluden a la memoria y sobre todo a la noción de olvido que
está mucho más arraigada en la construcción cultural que subyace a este tipo de
relatos.
El olvido que seremos (2006) es un texto testimonial donde el autor cuenta la historia
de su familia, su propia historia y el desenlace de la vida de su padre en una muerte
dolorosa que impactó la realidad misma de Medellín y por qué no, la del país entero.
El texto contiene una riqueza grande por las múltiples relaciones que se establecen
con el ambiente que rodea a la familia Abad Faciolince: ciudad, miedo, violencia,
literatura, música, son varios de los tópicos de que trata la obra. Sin embargo, es el
tema del olvido el que más acapara la atención en términos filosóficos y es allí donde
este relato se convierte en una posibilidad de leer nuestra historia, nuestra memoria
y olvido para vehicular mejor la posibilidad de reconstruir el tiempo histórico en la
170
narración y la misma diferencia que el autor establece con el valor testimonial que
le imprime.
La historia parece una fábula, pero para la época de violencia que se narra Medellín
supera cualquier ficción y es en este límite donde buscaremos detenernos y captar
esa delgada línea que traza Héctor Abad Faciolince entre realidad y ficción. Si nos
da la perspicacia y agudeza buscaremos, también, a través del lente de Ricœur,
examinar la categoría “olvido” que no se define si es privada o pública pero que se
convierte en denuncia y permite ser un espejo de la realidad que muchos
colombianos hemos vivido y padecido.
172
3.3.1. Referencia: el olvido como acceso a la historia
Son varios los puntos que podría tratar al abordar la obra desde el punto filosófico
teniendo en cuenta su contenido; sin embargo, en cuanto a la forma hay que decir
que Abad maneja un lenguaje impecable, donde muestra lo imbricado que está en
la textura del idioma, con un léxico de una riqueza sin igual, tan amplio que rescata
palabras de poco uso hoy, pero que hacía poco hicieron parte del habla común. Uno
de los ejemplos se puede traer con las palabras de Fernando Cubides Cipagauta:
173
La idea de trabajar el olvido surge a partir de un poema de Borges que Abad
encontró en la camisa de su padre el día que lo mataron. Este poema que comienza
con aquella frase que da nombre al libro: “Ya somos el olvido que seremos” (Abad,
2006), levanta ampolla en la crítica literaria del país. A esta investigación y escritura
del texto Abad dedicará varios años de trabajo, que terminarán en la publicación de
un libro: Traiciones de la memoria (2009). De estas cuestiones: el olvido, la
desmemoria, lo privado y lo público trata nuestra manera de leer a Abad sin
desconocer que ya en Traiciones de la memoria él hace filosofía, piensa el poema
y lo que hay detrás, como lo expresa: “Una memoria solamente es confiable cuando
es imperfecta, y una aproximación a la precaria verdad humana se construye
solamente con la suma de los recuerdos imprecisos, unidos a la resta de los distintos
olvidos” (Abad, 2009).
Aquí. Hoy.
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Para un análisis del texto, de la narración misma, hay que recurrir a Ricœur, pues
para él este acto de interpretar debe perseguir la identificación del ser del yo que no
debe reducirse solo a un sujeto de conocimiento, sino que está abierto a muchas
otras experiencias. Abad no es solo el que sabe sino el que padeció y sigue
padeciendo aquella realidad que relata y que él mismo dice no recordar muchas
cosas. Si nos dejamos llevar por el mismo camino que recorrió Ricœur por el
estructuralismo, la lingüística y la semiótica, y aunar distintas estrategias
hermenéuticas, incluyendo ideas de Marx, Nietzsche y Freud, podemos afirmar que
hay un carácter escondido y disfrazado del sentido de las cosas que narra Abad.
Asistimos, en El olvido que seremos, a una recuperación de la memoria o quizá del
olvido, a una reapropiación del sujeto y de su conciencia desplegada en el texto. Lo
interesante de la narración, aunque se considera testimonial, coincide con Ricœur
en cuanto que explícitamente se convierte en su propio intérprete y pone de
manifiesto cierta sospecha como una búsqueda plena del sentido que se escapa a
su juicio y a su propia participación.
Siguiendo en la búsqueda de leer a Abad desde Ricœur, encuentro que “la lectura
es posible porque el texto no está cerrado en sí mismo, sino abierto a otra cosa; leer
es, en toda hipótesis, articular un discurso nuevo al discurso del texto. Esta
articulación de un discurso con un discurso denuncia, en la constitución misma del
texto, una capacidad original de continuación, que es su carácter abierto. La
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interpretación es el cumplimiento concreto de esta articulación y de esta
continuación” (Ricœur, 1986, p. 170). De ahí que la lectura como interpretación
posee un carácter de apropiación, donde me veo como en un espejo, puesto que
“la interpretación de un texto se acaba en la interpretación de sí de un sujeto que
desde entonces se comprende mejor, se comprende de otra manera o, incluso,
comienza a comprenderse” (Ricœur, 1986, p. 170), y esto es lo que logra la obra en
mí y en cualquier lector, no acaba, no termina, su función no está determinada por
el autor, sino por el sinnúmero de lectores que se acercan a ella.
Sin embargo, este hecho no justifica el número de lectores que ha tenido la obra y
lo bien acogida por la crítica en cuanto a estilo y profundidad en la trama. Interpretar
El olvido que seremos permite la constitución de nosotros mismos, de la historia de
Colombia, incluso sobre pasando fronteras, ya que el texto salva la distancia cultural
en la fusión de la interpretación del texto con la de uno mismo, por lo que la
dimensión semiológica del texto alcanza una dimensión semántica, donde ya no
solo tiene sentido, por ejemplo, la palabra olvido, sino que cobra significado y ese
significado es lo que representa para el lector el drama que allí se cuenta. Es así
como la urdimbre histórica con el estilo literario terminan siendo inseparables:
semiótica y semántica hacen parte de la misma realidad que toca la realidad misma
del lector.
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gracias a los ojos, pocos o muchos, que alguna vez se detengan en estas letras”
(Abad, 2006, p. 274).
Es fácil caer en la cuenta que mediante la lectura se da, lo que llamaba Gadamer,
la “fusión de horizontes” (1998, p. 111), pues se conecta el mundo del autor con el
nuestro más allá de las incomprensiones de su mundo psicológico o de las
consideraciones de un contexto que, según Ricœur, termina por crear un
distanciamiento. Su mundo es mucho más que el que se plasma en la obra y ella
misma termina por descontextualizarse cuando entra en el mundo del lector. Así, lo
importante, sigo a Ricœur, no consistirá tanto en conocer el detrás del texto, cuanto
el delante del texto: interpretar sería algo como explicitar el modo de ser-en-el-
mundo desplegado a partir de lo que El olvido que seremos provoca en nosotros.
En último término, lo que la obra despliega, descubre, revela y permite comprender
es una realidad que está más allá del texto y que el texto mismo no alcanza a
dominar, que el autor no es capaz de controlar y este es el valor identitario de dicha
lectura: recibir del texto un sí mismo que es mucho más que el autor y que llega a
nosotros trasformando nuestro modo de ver el mundo y de comprender la realidad
más allá de los presupuestos del mismo autor. Pero, ¿qué es en esencia lo que nos
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deja la obra? ¿Cuál es el despliegue del “olvido” que nos vincula y nos involucra con
la misma trama? Trataremos de dilucidar esto en el apartado sobre la memoria y el
olvido.
Parece ser que el hombre fue arrojado al mundo sin un porqué, sólo se tiene certeza
de dos cosas: vida y muerte. La existencia del humano está en inmediaciones de
sentir, experimentar, aprender, conocer. De la misma manera dirige la mirada hacia
un futuro o porvenir, su vida se proyecta en aquello que vendrá, en lo impredecible,
en los acontecimientos que aún no existen, ve su futuro como una esperanza, un
ideal que está abierto para ofrecerle infinitas posibilidades de optar por este o aquel
camino y la segunda certeza obedece a una experiencia irremediable que ejecuta
su acto sin distinción alguna en todos los hombres: la muerte. Es este el destino
inminente y el que convoca en la obra a un desenlace trágico pero real, ¿qué hay
más real que la muerte? Pero la muerte trágica, el asesinato, un “cerebro anulado”
como el de Héctor Abad Gómez, causa mayor asombro porque no fue una muerte
de aquellas que se esperan; sin embargo, ¿hay muertes esperadas o deseadas?
¿Existen muertes ideales o normales? Por supuesto, el curso de la naturaleza
enseña las diversas formas de la muerte donde cuerpo y tiempo llegan a la fatiga,
al límite.
Para los griegos, la suerte tanto de los humanos como de los dioses dependía de la
“moira”, de hecho esta es la esencia de las tragedias griegas cuya validez y
representación se retomó a principios del siglo XX a través de una relectura de los
asuntos competentes a la existencia humana como el hombre, el destino, la muerte,
y permanece en la actualidad como la suerte que le toca a cada quien, como un
encadenamiento cosmológico en una relación de causa-efecto, que desemboca en
inminente final; es decir, parece que en el ser humano el destino se presenta como
si ya todo hubiese sido planeado a través de un mapa genético que, sin un plan
establecido, determina la forma y esencia de la existencia misma.
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modo se pone el cierre del relato al servicio del cierre identitario de la comunidad.
Historia enseñada, historia aprendida, historia celebrada” (Ricœur, 2003, p. 104).
La noción del olvido, sin mirar las cuestiones planteadas desde la neurología, está
en relación con la comprensión de la memoria. Existe una porque existe la otra, si
no tendría otro sentido su evocación; una es condición de la otra. En consecuencia,
se puede decir que los acontecimientos afectan, dejan una impresión, y la marca
afectiva permanece en el espíritu colectivo de los pueblos. Abad mismo lo expresa
183
sobre la escritura como un esfuerzo por vencer el olvido, de ahí que todo intento por
escribir es un intento por hacer memoria y enfrentar el olvido preguntándose por la
razón misma de la escritura: “¿Para qué se escribe? Para nada; o para lo más
simple y esencial: para que se sepa. Para alargar su recuerdo un poco más, antes
de que llegue el olvido definitivo” (Abad, 2006, p. 255).
El olvido que está allí, porque no todo se plasma en una tradición, sea oral o escrita,
designa el carácter desapercibido de la perseverancia del recuerdo, su sustracción
a la vigilancia de la conciencia. Por un lado, se experimenta diariamente la erosión
de la memoria y asociamos esta experiencia a la del envejecimiento, a la cercanía
de la muerte, considerada, según Ricœur, como “tristeza de lo finito” (1983, p. 51).
Por tanto, olvidamos menos de lo que creemos o de lo que tenemos.
Aunque suena paradójico, y en principio parece que todo olvido destruye, el olvido
también preserva, el olvido hace posible la memoria: “Así como la espera de algo
sólo es posible sobre la base del estar a la espera, de igual modo el recuerdo sólo
es posible sobre la base de olvidar y no al revés; porque en la modalidad del olvido,
el haber-sido “abre” primariamente el horizonte […]” (Heidegger, 2000, p. 238). Es
en este sentido que se entiende olvido como recurso inmemorial y no como
inexorable destrucción. El poema Aquí. Hoy. representa ese carácter existencial del
olvido que no puede perderse porque hace parte de la constitución de la memoria.
Cuando el poema habla del olvido que seremos remite a la concepción de destino,
pues ambos están en los extremos y parecen depender el uno del otro. Dicha idea
no ha sido propia de los hombres; los vaticinios y proyecciones les están reservados
a los dioses, los hombres no saben nada del futuro pero se aventuran a dar con
algo que se escapa a los sentidos, a la misma racionalidad. Los dioses, en la
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antigüedad, eran quienes sabían cuál era el destino, ya todo estaba planeado y
dispuesto por ellos, y a través del oráculo lo comunicaban. Otro de los componentes
mediados por el destino es el “azar”, que viene del árabe az-zahr, que significa dado,
juego de dados. Así, olvido y destino, azar o casualidad hacen parte de una
dimensión temporal del hombre que no puede dominar. Dejar huella o no, pasar a
la historia o ser recordado o ignorado por muchos es algo que los hombres anhelan
pero que se escapa a cualquier pronóstico.
Es curioso cómo en el texto Abad evoca a su padre muerto y juzga sus intenciones,
como jugando a poner en la boca de su padre la posibilidad de seguir existiendo o
no para él: “Mi padre tampoco supo, ni quiso saber, cuándo moriría yo. Lo que sí
sabía, y ese, quizá, es otro de nuestros frágiles consuelos, es que yo lo iba a
recordar siempre, y que lucharía por rescatarlo del olvido al menos por unos cuantos
años más, que no sé cuánto duren, con el poder evocador de las palabras” (2006,
p. 273). Anhelo de recuerdo, recuerdo de otros, algo que se pide y que provoca pero
que siempre está al margen de nuestra voluntad.
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Hasta aquí un intento por hacer memoria El olvido que seremos, que se convierte
en una forma de resistir el olvido y dejar huella en la agitada historia de Colombia
de los últimos decenios a finales del milenio pasado. La muerte no parece tener la
última palabra como dice el evangelio, y hacer memoria de las victimas permite que
los sin voz hablen y continúen provocando a otros a vencer la desmemoria colectiva,
la confusión a la que remite el olvido.
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CONCLUSIONES
Cultura, entonces, es una mediación que permanece viva por los símbolos que
encierra y por la vida que se recrea en el registro de sus textos. Los discursos
mismos son la vía de acceso a la cultura. La lengua lo más genuino de la diferencia
cultural y por ella el camino de comprensión y reflexión desde una hermenéutica
que conduzca al ser mismo. Así, los textos son la obra, el objeto que vehicula el
camino de la interpretación, si la Biblia decía que por la Palabra se hizo todo ahora
diremos que por los textos la cultura es y se recrea en la medida en que sus registros
reaparecen para dar cuenta de ella.
Aparece después el mundo del texto, la obra, el registro, el depósito material de los
signos linguísticos, el discurso y todo lo que este conduce. El texto es un dispositivo
de la cultura, ya que permite un acercamiento al análisis estructural del relato;
mediante el lenguaje el texto vincula al hombre a una gramática universal, a un todo
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configurado por las palabras que dan sentido a la oración hasta configurarse en
obra. En el texto emerge “la propia esfera del lenguaje, mediante una transferencia
analógica de las pequeñas unidades de la lengua (fonemas y lexemas) a las
grandes unidades superiores de la frase, como el relato, el folclore y el mito” (1986,
p. 169), y es la materialidad del texto la que provoca el sentido, la que posibilita la
experiencia, la lucha y el ejercicio hermenéutico.
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convierte, así, en el momento crucial de todo análisis. Sobre dicho acto descansa la
capacidad del relato de transfigurar la experiencia del lector” (2009, p. 48).
Puestas las bases del mundo del texto en el cual se proyecta y despliega el discurso,
el tema central de la teoría de la lectura está asentado en la triada referencia,
sentido y apropiación. Estos elementos no son una novedad en la hermenéutica
contemporánea y se podría decir que obedecen a etapas muy puntuales del
pensamiento interpretativo filosófico del siglo XX, sin embargo para Ricœur son
estos elementos los que permiten pensar en la lectura no solo como un acto sino
como una teoría. La referencia, por ejemplo, es la mediación posible entre el hombre
y el mundo (2009, p. 49), el sentido es posible porque es la mediación del hombre
y él mismo (ipseidad) y la apropiación o aplicación es el gran despliegue que hace
la obra cuando es asumida por un sujeto lector que se comprende mejor en el
proceso de lectura. Así, es Ricœur el que recoge una larga tradición
fenomenológica, lingüística y hermenéutica para desarrollar bajo las formas de
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discurso, lo que él ha denominado una teoría de la lectura que no se haya en un
solo texto pero que, desde la noción de texto, abre múltiples miradas al acto de leer,
ni el más inocente de los actos, ni el más ponderado por la cultura.
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