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Reconocido como uno de los lingüistas más destacados del siglo XX, Coseriu
fue investido doctor honoris causa en más de cuarenta ocasiones y recibió
títulos honoríficos de instituciones tan relevantes como la Sociedad
Lingüística de América, el Círculo Lingüístico de Nueva York y la Sociedad
Internacional de Lingüística Románica, de la que fue vicepresidente. En
2001 fue distinguido con la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio.
http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=coseriu-eugenio
André Martinet
(Saint-Albans-des-Villards, 1908) Lingüista francés. Profesor de la
Universidad de Nueva York y de la Sorbona, es autor de importantes
trabajos de lingüística general: La descripción fonológica (1956) y Elementos de
lingüística sincrónica(1968). Ha dirigido las revistas Word (Nueva York) y La
Linguistique (París).
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/martinet.htm
Hades
Hera
Tercera mujer de Zeus y reina del Olimpo, Hera es la diosa del matrimonio y
del parto. Es vengativa con las amantes del marido y con los hijos de Zeus que
ellas generan. Para los griegos, Hera y Zeus simbolizan la unión hombre-
mujer.
Zeus
El hijo menor de Cronos y Rea, es el líder de los dioses que viven en el monte
Olimpo. Él impone la justicia y el orden lanzando relámpagos construidos por
los cíclopes. Zeus tuvo muchas esposas y los asuntos con diosas, ninfas y
humanas.
Afrodita
Hijo de Zeus y Hera, Hefesto nació tan débil y feo que fue jugado por la
madre en el océano. Rescatado por ninfas, se convirtió en un famoso artesano.
Impresionados con su talento, los dioses llevaron a Hefesto al Olimpo y lo
nombraron dios del fuego y de la forja.
Apolo
Ares
Artemis
Hermes
Atenea
El mundo mitológico griego comienza con la pareja Urano y Gaia. Urano (el
cielo) permanecía unido a Gaia (la tierra) en un acto de reproducción
constante. De esa unión nacieron los titanes, que no conseguían salir del
vientre de Gaia. Descontentos con los niños encarcelados, Gaia ayudó a uno
de ellos, Cronos, para castrar a su padre.
Con eso, Urano se separó de Gaia, una metáfora que simboliza el surgimiento
del mundo tras la separación entre el cielo y la tierra.
Cronos reinaba, pero por miedo a perder el poder, se tragó los hijos que tuvo
con Rea Titán. Uno de ellos, Zeus, escapó de ese destino y rescató a sus
hermanos. Zeus derrotó a Cronos en una gran batalla, que dio inicio a la era de
los dioses.
Zeus es la personificación del cielo luminoso (Zeus < *dyews, día/luz del día) y
quien promueve los grandes fenómenos atmosféricos -la lluvia, el granizo, el
rayo, el relámpago, etc.-, con los que se manifiesta especialmente a los humanos.
Tras destronar a su padre Crono, se convierte en el dios más poderoso en el
Olimpo; y, como soberano de los dioses y de los hombres, se encarga de
administrar justicia, resolviendo las querellas y desavenencias surgidas entre
ellos, y de mantener el orden en el mundo y el cumplimiento de los juramentos.
También es dispensador de bienes y de males. Zeus tuvo una amplia
descendencia con diferentes diosas y ninfas. De la titánide Metis, que fue su
primera esposa, tuvo a Atenea; de Leto (Latona), tuvo a Artemis y a Apolo; de su
hermana Deméter (Ceres), a Perséfone (Proserpina); y de Hera (Juno), su tercera
esposa, a Ares (Marte) y a Hefesto (Vulcano); y de la ninfa Maya, a Hermes
(Mercurio).
También engendró numerosos hijos con bellas mortales, los cuales no eran
dioses sino héroes. En muchas de esas seducciones, para conseguir mejor su
objetivo y ocultar su traición a su esposa Hera, Zeus adoptó diversas apariencias
(metamorfosis), de las cuales las más conocidas son éstas: Transformado en
lluvia de oro, sedujo a Danae, hija de Acriso, rey de Argos, a la que éste había
encerrado en una torre de bronce cuando el oráculo de Delfos le anunció que un
hijo de ésta lo mataría. De esa unión nació Perseo. Y, convertido en cisne,
engendró con Leda, hija de Testio, rey de Etolia, que se había convertido en oca
para escapar de él, a la bella Helena, como recoge Homero. A su vez, a Alcmena,
esposa de Anfitrión, rey de Tirinto, la poseyó, mientras éste se encontraba en la
guerra, adoptando su apariencia. Con ella tuvo a Heracles (Hércules). Este es el
argumento de la conocida comedia de Plauto Anfitrión.
Por último, sedujo a Europa, que era hija de Agenor, rey de Fenicia, y poseía
una belleza extraordinaria. Un día en que la joven princesa se encontraba en la
playa solazándose con sus sirvientas, Zeus, para poder acceder a ella, se
metamorfoseó en el más hermoso toro de la manada que pacía en una pradera
que había cerca de donde ellas estaban. Al verlo Europa de lejos, prendada de su
belleza, se acercó a él y, tras perderle el miedo, pues observó que era manso, se
sentó en su lomo, lo que aprovechó éste para salir nadando velozmente por el
mar, con la joven encima, hacia la isla de Creta. Cuando llegaron allí, Zeus
reveló su identidad a Europa y la poseyó cerca de una fuente en Gortina (al sur
de Cnoso) debajo de un plátano, árboles que, desde entonces, tienen el privilegio
de no perder nunca sus hojas. Después Zeus casó a Europa con Asterión, rey de
dicha isla, quien adoptó a los hijos de ambos, Minos, Radamantis y Sarpedón,
pues no los tenía propios.
Pero la pasión de Zeus por la belleza no se limitó sólo a las mujeres. Raptó
también, transformado en águila, según una versión, al joven Ganimedes, hijo de
Troo, rey de Troya, y de Calírroe, que pasaba por ser el más bello de los
mortales, cuando pastoreaba el rebaño de su padre en una de las montañas
próximas a la ciudad de Troya, a quien hizo después copero en el Olimpo,
encargado de escanciar el néctar o vino de los dioses en sus copas durante los
banquetes
A Zeus se lo suele representar con abundante y rizada barba y caballera, igual
que a sus hermanos Poseidón y Hades, y sus principales atributos son: el cetro, el
rayo, con el que fulmina a los mortales, el águila y la encina.
HERA / JUNO
Hera, hermana de Zeus, fue la tercera esposa de éste, después de Metis y de
Temis. El matrimonio se celebró, según la tradición más antigua, en el Jardín de
las Espérides, situado al pie del monte Atlas (al norte de la actual Marruecos), en
donde Hera plantó las manzanas de oro, símbolo mítico de la fertilidad, que le
había entregado Gea (la Tierra) como regalo de boda. Esta diosa protege el
matrimonio y a las mujeres casadas, a las que asiste su hija Ilitía en el momento
del parto. Celosa y vengativa, acosó y persiguió con rencorosa saña a todas las
mujeres seducidas por su esposo e incluso a los hijos engendrados por éste con
ellas, como le sucedió, por ejemplo, a Heracles, que tuvo que superar doce
durísimos trabajos, que le impuso Euristeo, rey de Micenas, instigado por ella.
Otra de las víctimas de sus celos fue Sémele, la cual, hallándose encinta de
Dioniso, engendrado con ella por Zeus, murió fulminada cuando éste se le
acercó, por indicación dolosa de Hera, en todo su esplendor, armado con sus
rayos y rodeado de llamas. También Leto sufrió, pues, estando encinta de
Ártemis y Apolo, fruto igualmente de su unión con Zeus, durante algún tiempo
no pudo dar a luz a éstos, ya que Hera había prohibido que se le diera asilo en
lugar alguno de la tierra. Finalmente, fue acogida en la isla de Delos, en donde
dio a luz a los gemelos asistida, según una versión, por Ártemis, que había nacido
la primera, y no por Ilitia, hija de Zeus y de Hera y encargada de asistir a las
parturientas, pues esta le había prohibido que lo hiciera. Como recompensa, la
isla de Delos quedó fijada entonces al fondo del mar por cuatro columnas,
cambió su antiguo nombre de Ortigia por el de Delos, la Brillante, y le fue
consagrada a Apolo. Hera retrasó, igualmente por celos, el nacimiento de
Heracles, al que había engendrado Zeus con Alcmena adoptando la figura de su
marido Anfitrión, que había partido para la guerra. Por último, Io, otra de las
conquistas de Zeus, a la que éste había transformado en ternera para salvarla de
las iras de su esposa, fue confiada, a petición de ésta, al gigante Argos, que la
vigilaba en todo momento, de forma que nadie podía acercarse a ella sin que
Juno lo supiera, pues estaba dotado de cien ojos, de los que sólo cerraba la mitad
cuando dormía, librándose de él cuando Hermes lo mató, a instancias de Zeus. El
acoso de Herapor celos,, sin embargo, no terminó para Io, pues entonces le envió
un tábano, que le producía continuas picaduras, las cuales la hicieron enloquecer.
Su sufrimiento acabó cuando Zeus hizo que recobrara su forma humana en
Egipto, después de haber recorrido muchos lugares de la tierra huyendo de aquél.
Tampoco Hera aceptó de buen grado no haber sido la elegida en el juicio en el
que Paris hubo de decidir cuál de las tres diosas -Afrodita, Palas Atenea y ella
misma-, era la destinataria de la manzana de oro que la diosa Eris (la Discordia)
había dejado caer en la mesa de los comensales, al final del banquete, el día en
que se celebraban las bodas de Tetis y de Peleo, la cual llevaba la inscripción:
“Para la más bella” (Ver Afrodita). Por esto, en la Guerra de Troya, tanto ella
como Palas Atenea apoyaron a los griegos.
A Hera se la representa, generalmente, con diadema y, a veces, con cetro, por ser
esposa de Zeus, y sus atributos principales son: el pavo real, cuyo plumaje pasaba
por ser la imagen de los ojos de Argos; el cuclillo, pregonero del buen tiempo y
de las vivificantes lluvias primaverales; la granada, símbolo del amor conyugal y
de la fecundidad; y el lirio. En Roma fue asimilada a la diosa Juno, y ella, Júpiter
y Minerva formaron la Tríada Capitolina, cuyo templo se encontraba en la colina
del Capitolio, en donde terminaban los desfiles triunfales con las ofrendas de
parte del botín conseguido en las guerras victoriosas para Roma.
ATENEA / MINERVA
Hija de Zeus y de su primera esposa, Metis -la sabiduría personificada-, hija,
a su vez, de los titanes Océano y Tetis, su gestación y nacimiento fueron
excepcionales. Estando Metis encinta de Atenea, Zeus se la tragó, pues Urano y
Gea le habían vaticinado que, si Metis volvía a engendrar con él un nuevo hijo,
éste lo destronaría. Atenea se acabó de gestar en la cabeza de Zeus y, cuando le
llegó el momento del parto, pidió a Prometeo (según otros, a Hefesto) que se la
hendiera de un golpe de hacha, saliendo entonces de ella la joven Palas Atenea
provista de casco, lanza y coraza y dotada de la inteligencia de su madre. Atenea
es, por tanto, diosa de la guerra y de las artes, de las letras y de la sabiduría, en
general.
Como diosa de la guerra, a diferencia de su hermano Ares, dios también de los
conflictos bélicos, que se complace con las matanzas cruentas, Atenea no ama la
guerra por sí misma, sino en cuanto que puede arrojar resultados favorables a
la polis que ella defiende y siempre que sea hecha conforme a la equidad y la
razón. Así, ayudó a los héroes que se distinguán por su prudencia y buenos
consejos, y por su fuerza y valor, como Heracles, el cual, agradecido, le ofreció
las manzanas de oro de las Hesperides cuando Euristeo se las devolvió; Perseo,
quien, después de matar a la gorgona Medusa, le dio su cabeza, que ella fijó
sobre su escudo redondo y tenía el poder de petrificar a todo el que osaba
mirarla; Jasón, Belerofonte, etc. En la guerra de Troya, Atenea luchó a favor de
los aqueos (por lo del Juicio de Paris), favoreciendo a Diomedes, a Menelao y,
especialmente, a Ulises y a Aquiles. En las disputas o enfrentamientos que tuvo
con otros dioses o héroes, Atenea siempre salió victoriosa, no así Ares, que
perdió en algunos de ellos, uno, con ella misma.
Como diosa de la razón, protegía las asambleas populares y velaba por el
cumplimiento de la ley, la justicia y el orden. También se le atribuía la institución
del antiguo Tribunal del Areópago en Atenas, en el que ella misma participaba
otorgando su voto favorable al acusado, cuando se producía empate en los votos
de los jueces que lo integraban, tal como sucedió con Orestes, según se recoge en
las Euménides, de Esquilo. Atenea fue, así mismo, la inventora del arado y del
rastrillo y enseñó a los hombres la cría y la doma de los caballos y a uncir los
bueyes en el arado para labrar la tierra. Otra invención suya fue el arte de bordar
y de tejer, en los que ella misma destacó, protegiendo, por ello, a las hilanderas y
bordadoras. En la fábula de Aracne, una adición romana del poeta Ovidio en
sus Metamorfosis, posterior al mito griego clásico, la joven lidia Aracne, que
había adquirido gran reputación en el los citados artes, desafió a la diosa a bordar
sendos tapices. Atenea representó en el suyo la escena de su victoria sobre
Poseidón, por la que obtuvo el patronazgo de Atenas, y Aracne, a su vez,
veintiún episodios de los amoríos de los dioses. El trabajo de Aracne fue
perfecto, como reconoció la propia Atenea, a pesar de lo cual se enfureció con
ella por la irrespetuosa elección que había hecho mostrando los devaneos y
transgresiones de los dioses. Aracne reconoció su error y se suicidó; pero Atenea,
apiadada de ella, la convirtió en araña, que pasa la vida tejiendo. Este mito
aparece esbozado en el cuadro Las Hilanderas, de Velázquez.
Atenea permaneció siempre virgen -es la Partenos (Παρθένος, en griego,
parthénos, ‘virgen’), por excelencia-, como su hermanastra Ártemis, y guardó
celosamente su castidad. Fue venerada en muchas ciudades del mundo
griego, pero, de manera especial, en la ciudad de Atenas, cuyo patronazgo le fue
otorgado por los dioses, en el concurso que se celebró para elegir a la divinidad
tutelar de la misma, al hacer surgir de la tierra, tras golpearla con su lanza, un
olivo, don mejor, a juicio de ellos, que el de Poseidón, que había hecho brotar de
la roca de la Acrópolis, con un golpe de su tridente, una fuente de agua salada o
un caballo, según otra versión. Ella fue, pues, según el mito, la introductora del
olivo y del aceite en el Ática. A mediados del siglo V a. C., se le erigió en la
Acrópolis de Atenas, por iniciativa de Pericles, el Partenón, obra cumbre de la
arquitectura griega, llamado así por el apelativo partenos (virgen) de la diosa,
que eclipsó el Hecatompedón, mandado construir en el mismo lugar por
Pisístrato en honor también de Atenea, el cual fue destruido por los persas en la
segunda Guerra Médica. Las obras fueron supervisadas por Fidias, responsable,
además, de su decoración escultórica y autor de la bellísima estatua
crisoelefantina (de oro y de marfil) de Atenea Partenos, que se guardaba en
la naos o cella del templo, la cual vino a sustituir en él la vetusta imagen de Palas
Polias. La Atenea Partenos medía más de doce metros y se la representó con
yelmo ático, adornado con una testa de esfinge y dos grifos; con coraza, en la que
figuraba la cara de la Medusa; con una Victoria en la mano derecha; y con
escudo y lanza, sujetos con la mano izquierda. Dados los ricos materiales de que
estaba hecha, no se ha conservado.
Para testimoniar su profunda gratitud a Atenea, divinidad protectora de la polis y
dispensadora de toda clase de bienes, los atenienses celebraban cada año, a
finales de julio, las Panateneas y, a partir de Pisístraro (siglo Vl a.C.), cada
cuatro años, las Grandes Panateneas, las cuales duraban cinco días y, en ellas,
participaban sólo los ciudadanos del Ática. Consistían en concursos poéticos y
musicales y en juegos atléticos y competiciones ecuestres, similares a los de los
Juegos Panhelénicos, de Olimpia, Delfos, etc. La celebración principal de estas
fiestas era la gran Procesión del peplo -manto de lana de 2 x 1.5 m, destinado a
la estatua de madera de Atenea Políada, que era venerada en el Erecteion, el cual
había sido tejido por jóvenes elegidas del Ática (arréforas) en los nueve meses
anteriores -, la cual partía al amanecer de la puerta Dípylon, atravesaba el Ágora
y, ascendiendo por la vía Panatenaica, llegaba a los Propíleos, traspasados los
cuales, alcanzaba la cumbre de la Acrópolis. Allí, la procesión pasaba por
delante del Partenon y se dirigía hacia el altar de Atenea, que había delante del
Erecteion, en donde las arréforas entregaban el peplo a las ergastinas, que lo
introducían en el Erecteion y se lo ponían a la estatua de Atenea Políada.
Esta procesión la encabezaban la Gran Sacerdotisa de Atenea, las arréforas con
el peplo y las canéforas –jóvenes vírgenes de clase alta, también, que residían en
el templo de Atenea y, en esta procesión, llevaban cestas con flores-, y mujeres
con ofrendas; detrás iban los sacerdotes con los útiles del sacrificio y los
animales destinados al mismo; a continuación, los metecos y los músicos,
seguidos de los ancianos y los jefes del ejército, todos ellos con ramas de olivo;
y, por último, jóvenes con armadura hoplita, a pie, a caballo o en carro, seguidos
de los embajadores de las colonias atenienses y de los vencedores de los juegos y
la masa popular. El festejo terminaba con el sacrifico de cien bueyes
(hecatombe), en las Grandes Panateneas, al menos, cuya carne era consumida en
un gran banquete que cerraba, por la noche, el festival. Dicha procesión fue
representada por Fidias y sus discípulos en el largo friso, excepcional en un
templo dórico, de 160 m, de la galería del Partenón, gran parte del cual puede
admirarse en el British Museum, de Londres.
Los romanos identificaron a Atenea con la diosa Minerva, de origen, al parecer,
etrusco, que integró, junto con Júpiter y Juno, la Tríada capitolina. En Roma, por
tanto, fue protectora de la ciudad, pero, sobre todo, de los artesanos.
Posteriormente, patrocinó la actividad intelectual, principalmente la escolar. Sus
atributos son: el casco, la lanza, el escudo redondo, el olivo y la lechuza, símbolo
de la sabiduría, ya que ve todo en la oscuridad, la cual figuró, por ejemplo, en las
famosas monedas de plata atenienses, que fueron de uso general en la Hélade en
las operaciones comerciales realizadas durante el Imperio marítimo ateniense
(477-431 a. C.). Algunos autores creen que en tiempos antiguos, la propia Atenea
era un mochuelo o una diosa pájaro, en general.
HADES / PLUTÓN
Hades es hijo de Crono y de Rea y hermano, entre otros, de Zeus y de
Poseidón. En el reparto que éstos hicieron del mundo después de la guerra que
sostuvieron los Olímpicos y los Cíclopes contra los Titanes (Titanomaquia) para
destronar a Crono, le correspondió el dominio de los Infiernos, o inframundo,
conocido también como Hades o Tártaro, adonde llegaban las almas de los
muertos que hubieran obtenido sepultura en la tierra. Hades es un dios
despiadado, aunque justo, que no permite a nadie que haya entrado en su reino
volver a la tierra. Sólo lo consiguieron Orfeo, Heracles y Ulises. Él mismo sólo
salió de él para raptar, en Sicilia, a su sobrina Perséfone (Proserpina), a la cual
convirtió en su esposa y fue no menos cruel que él. Los Cíclopes le regalaron un
casco, que lo hacía invisible. Era aborrecido por todos, incluso por los otros
dioses, y pronunciar su nombre podía traer malas consecuencias a los mortales,
por lo que, al referirse a él, utilizaban eufemismos, cel más frecuente era el de
Plutón, “el Rico” (en griego, ploutos = riqueza), con el que se aludía a las
riquezas terrenas y del subsuelo de las que era dueño.
Respecto a las almas de los muertos, éstas eran acompañadas hasta el reino de
Hades por Hermes, quien las dejaba en la puerta del mismo (Erebo), la cual era
guardada por el feroz Can (perro) Cerbero, que tenía tres cabezas (o cincuenta,
según Hesíodo) e impedía que ninguno de los que la hubieran traspasado volviera
a la tierra,). Franqueada ésta, las almas cruzaban el río Flegetonte o, según otra
versión, el Estigia en la barca de Caronte, previo pago de un óbolo, que los
familiares del difunto le habían puesto, después de expirar, debajo de la lengua
para asegurarle dicha travesía (Según la arqueóloga Alicia Arévalo, dicha
moneda, la cual aparece, en sepulturas del mundo romano, fundamentalmente, en
diferentes partes del cuerpo del muerto: bajo la lengua, sobre el tórax o la pelvis,
en la mano, etc., podía ser, más bien, un amuleto o talismán protector del difunto
en la otra vida). Quienes no cruzaban el río vagaban por la orilla de acá del río
durante cien años. Por su parte, las que sí lo conseguían se dirigían al tribunal de
Hades, ubicado en el trivio consagrado a su esposa Perséfone, que se levantaba
delante de su palacio, en el que eran juzgadas por Éaco, Minos y Radamantis, y,
según hubieran sido sus acciones en vida, eran enviadas, por uno de los tres
caminos que confluían allí, a los Campos Asfódelos, especie de Limbo de los
cristianos, o al Tártaro, lugar donde los que en vida habían cometido acciones
impías y actos reprobables sufrían males terribles, o a los Campos Elíseos,
llanuras verdes y floridas, en donde las personas virtuosas y justas y los guerreros
heroicos tenían una existencia regalada.
En las representaciones antiguas, suele figurar como un soberano barbado, de
rostro severo, sentado en su trono, con el perro Cerbero (Cancerbero) a sus pies,
a veces, y más frecuentemente es representado raptando a Perséfone. Por su
apelativo de Plutón, «el Rico», se lo representa a veces sosteniendo un «cuerno
de abundancia».
DEMÉTER / CERES
Deméter, hija de Crono y de Rea y hermana de Zeus, del que tuvo a
Perséfone o Core (Proserpina, entre los romanos), es la Diosa Madre, principio
femenino, por tanto, de la fertilidad universal en toda su extensión. Así, es diosa
de la tierra productiva (a diferencia de Gea, que lo es de la tierra en sentido
genérico), la cual, además de hacer crecer en ella las plantas, enseñó a los
humanos las diferentes técnicas y tareas que entraña el cultivo de las mismas.
Como diosa de la agricultura, los campesinos le ofrecían cada año las primicias
de sus cosechas y la honraban con fiestas anuales, asociándola, muchas veces,
con Dionysos, dios también agrario, introductor de la vid y del vino en el Ática.
Vinculada a los cultos agrarios, de carácter popular, aunque Deméter fue incluida
en el Panteón olímpico, no figura en los poemas de Homero, como tampoco
Dionisos (Baco), quizá por no ser divinidades de la aristocracia. Deméter es,
también, la creadora y protectora del orden social, al haber propiciado que los
humanos abandonaran su primitiva vida salvaje, enseñándoles el aprendizaje y la
práctica de la agricultura, y organizaran su vida en común regida por las leyes
que se fueron dando. Como diosa Madre, Deméter es igualmente protectora de la
infancia y del matrimonio, cuya fecundidad propicia (en sentido genérico, la
diosa del matrimonio es Hera). Debido a esto, en Atenas, las jóvenes pedían a
ella un esposo y las mujeres casadas celebraban en su honor la fiesta de
las Tesmoforias, del 5 al 13 del mes Pyanepsion (nov.), de la que estaban
excluidos los hombres y en la que se alternaban ritos de carácter serio con
celebraciones nocturnas de tipo orgiástico. La leyenda y el culto de Deméter
están estrechamente ligados a los de su hija Perséfone, a la cual raptó su tío
Hades, rey de los Infiernos, para hacerla su esposa, formando en el mito una
pareja inseparable, a la que se le suelen aplicar los mismos epítetos: las Dos
Diosas, las Grandes Diosas, etc.
Deméter y Perséfone fueron veneradas en todo el mundo griego, pero, de manera
muy especial en Eleusis, a unos 25 km. al nordeste de Atenas. El culto allí de
Deméter y Perséfone se remonta, según algunos autores, al siglo XV a. C., en
época micénica. Entonces el rapto de Perséfone debió de ser ya el tema central
del citado mito, creado, sin duda, para explicar la alternancia de las estaciones y
el misterio de la germinación y el ciclo de la vegetación, vinculándolos con la
bajada de aquélla a los Infiernos, en invierno, para reunirse con Hades, su
marido, y con su vuelta al Olimpo, en primavera, para estar con su madre. Al
principio, sin embargo, no debió de tener la importancia que adquirió siglos
después, cuando se incorporó en los Misterios de Eleusis en un momento en que
éstos se habían transformado ya en su espíritu y en su forma, por influencia del
orfismo, para adaptarse al nuevo carácter que se le imprimió a la religión
mistérica de Eleusis, en la que la desaparición del cereal y de la vegetación, en
general, en invierno y su germinación en primavera, se interpretaron,
principalmente, como una metáfora de la desaparición de los humanos del mundo
de los vivos, al morir, y de su resurgimiento posterior a otra forma de vida.
Hesíodo menciona el rapto de Perséfone en su Teogonía, pero donde se
desarrolla en extenso es en el Himno a Deméter, atribuido falsamente a Homero,
el cual debió de ser compuesto no antes del siglo VI a. C. y representa la forma
más antigua conocida de los Misterios eleusinos. Según el citado himno, la
conversión de Perséfone en reina del Inframundo se debió a un plan trazado
previamente por su padre Zeus. Un día en que Perséfone se encontraba con otras
muchachas cortando flores en la llanura de Nysa (de localización incierta), o,
según la tradición romana, en un prado cerca de la ciudad de Henna, en la isla de
Sicilia, se abrió la tierra de repente y surgió de ella su tío Hades en un carro
tirado por corceles negros, quien la raptó, con la anuencia de Zeus, y se la llevó
después a los Infiernos para hacerla su esposa.
Alertada Deméter por los gritos de su hija acudió a socorrerla y, como no la
encontró, recorrió afligida la tierra en su busca durante nueve días y nueve
noches alumbrándose con una antorcha en cada mano, hasta que Helios (el Sol),
que ve todo, le reveló lo que había sucedido. Deméter entonces abandonó,
irritada, el Olimpo y marchó, disfrazada de anciana, a Eleusis, en donde fue
admitida en el palacio de Céleo, quien la nombró nodriza de su hijo pequeño
Demofonte, al que pretendió convertir en dios, paro la imprudente intervención
de su madre lo impidió. Revelada después su identidad, pidió a los habitantes de
Eleusis que le erigieran un templo, cosa que hicieron de inmediato. Después
Deméter se encerró en el templo que se le había erigido y dejó de cumplir sus
funciones divinas. La tierra, entonces, se volvió estéril y no producía frutos, por
lo que los hombres y los animales corrían peligro de morir de inanición. También
los dioses sufrían las consecuencias de ello, ya que, debido a la carestía general,
se vieron interrumpidos los sacrificios que los humanos hacían en su honor.
Zeus, alarmado por todo esto, pidió a Hades que devolviera a Perséfone a su
madre. Pero aquélla había comido unos granos de granada que le había dado su
marido, lo cual le impedía salir del Infierno. Al final, llegaron al acuerdo de que
una tercera parte del año -los meses del invierno en los que la tierra es
improductiva- los pasara Perséfone con su marido en el Hades y el resto -los
meses en los que la tierra es fértil- los pasara con su madre. Satisfecha con esta
decisión, Deméter volvió al Olimpo, después de instaurar los Misterios Eleusinos
y de entregar, según otra tradición, a Triptólemo, hijo también de Céleo, un carro
tirado por serpientes aladas y unas espigas con el encargo de extender su cultivo
por todo el mundo.
Los Misterios de Eleusis fueron, pues, por encima de todo, una experiencia
colectiva de carácter místico, que vivían una sola vez en su vida quienes
conseguían ser incluidos en ellos, a los que debía de marcar muy positivamente
el resto de sus días, especialmente porque los liberaba de incertidumbres y
zozobras respecto a su destino final, como señala, por ejemplo, Cicerón, uno de
los iniciados en ellos: “Mediante los Misterios hemos aprendido no sólo a vivir
con alegría sino a morir con una mayor esperanza.” (De Leg. 2, 14). Anexionada
Eleusis por Atenas, el control de los mismos (que no la dirección, que siempre
correspondió a aquélla) fue ejercido por esta, lo que explica, junto con lo
indicado antes, el gran prestigio que adquirieron dichas celebraciones, el cual se
conservó intacto prácticamente hasta la destrucción del santuario de Eleusis por
Alarico en 394 d. C., unos años después de que Teodosio hubiera prohibido
dicho culto por ser incompatible con el cristianismo, declarado por él religión
oficial del Imperio.
Aparte de los Misterios de Eleusis, otra fiesta importante celebrada en honor de
Deméter y de su hija Perséfone en muchas de las ciudades de la antigua Grecia,
en especial en Atenas, fueron las Tesmoforias, en las cuales sólo podían
participar mujeres casadas con un ciudadano de la polis respectiva. Dichas fiestas
tenían lugar los días 11-13 del mes pianepsión (septiembre-octubre) y, aunque en
ellas se debió de buscar favorecer la fertilidad de las participantes, en los días
previos éstas se abstenían de mantener relaciones sexuales con sus maridos.
Respecto a los ritos o celebraciones concretas que tenían lugar en las
Tesmoforias, no se sabe apenas nada, pues, como vimos en el caso de los
misterios eleusinos, eran celosamente guardados por quienes los celebraban.
El culto de Deméter, asociada a Dionisos, fue también muy importante en Sicilia,
adonde fue llevado por los colonos griegos, especialmente en la ciudad de Enna,
cuyo santuario se convirtió en el centro de dicha religión, rivalizando con el de
Eleusis. De Sicilia pasó a la Campania, colonizada también por los griegos, y de
ésta a Roma, tras una consulta de los Libros Sibilinos realizada por el dictador A.
Postumio en 496 a. C., con motivo de una gran carestía que sufrió la ciudad tras
la expulsión de los reyes etruscos, en donde se erigió, en el monte Aventino, un
templo (Aedes Caereris), dedicado a Ceres, Liber (Baco) y Libera (Proserpina),
agrupación correspondiente a la griega Deméter, Dionisos y Perséfone,
respectivamente. Por el mismo tiempo se creó también en Roma la edilidad
plebeya, vinculada estrechamente al nuevo culto y al templo de Ceres, cuyo
principal cometido era asegurar el reparto gratuito de trigo y aceite (annona) a
los miles de plebeyos empobrecidos que vivían en ella. Las Cerealia, fiestas en
honor de Ceres, se celebraban del 12 al 18 de abril, y el reencuentro de Ceres y
Proserpina se conmemoraba en otra fiesta que tenía lugar en agosto.
Los atributos de Deméter/Ceres son: la espiga, el narciso, flor fúnebre, con la que
se hacían a menudo las coronas ofrecidas a las Dos Diosas, la granada, la
amapola y la adormidera, las cuales se convirtieron en símbolos de la fecundidad
y la renovación, especialmente por la cantidad de semillas que encierra su
cápsula. De los animales, se les sacrifican bueyes y cerdos pequeños, empleados
casi siempre en los ritos de purificación, y, a veces, una cabra. El gallo y la grulla
también les estaban consagrados; pero el verdadero emblema de los Dos Diosas
es la serpiente, animal ctónico por excelencia. A Deméter/Ceres se la representa
de pie o sentada, con una corona de espigas o con un ramo de éstas o una
antorcha en la mano y, a veces, con una serpiente.
APOLO
Apolo es una deidad de origen oriental presumiblemente, quizás un dios de
los rebaños, como se recoge en el Himno a Hermes. Así se desprendería del
hecho de que el arco con el que se suele representar tanto a él como a su
hermana, Ártemis, fuera un arma utilizada por los asirios, los partos y los escitas,
entre otros, y no así por los griegos, y, por otra parte, del apelativo Licio que se le
aplica a Apolo, el cual, si se toma como gentilicio, informaría de la procedencia
de este dios de Licia, región de Asia Menor, y si es un apelativo derivado de
λύκος (lycos, lobo), aludiría a él como protector de los ganados matando a los
lobos, grandes depredadores de los mismos. En la mitología griega, Apolo figura
como hijo de Zeus y de Leto (Latona), y hermano gemelo de Ártemis. Antes de
dar a luz a estos, Leto tuvo que recorrer diversos lugares de la tierra, hostigada
por la celosa Hera, hasta que llegó a Delos, isla flotante entonces del mar Egeo,
que la acogió (ver Hera). Después del nacimiento de Apolo, la isla quedó fija y
le fue consagrada a él, no estándole permitido a nadie en adelante nacer ni morir
en ella. Cuando Apolo llegó a la adolescencia, se dirigió, por orden de Zeus, a
Delfos, en donde, después de matar a la serpiente Pitón, que guardaba el antiguo
oráculo de Gea y causaba graves daños en la región, instauró otro oráculo, que
llegó a ser el más importantes del mundo antiguo.
Apolo es una de las divinidades olímpicas más multifacéticas. Además de dios
oracular, es el dios de la juventud y de la belleza (de ahí, la expresión: “es un
Apolo”, referida a un joven guapo y esbelto), de la poesía y de la música,
atribuyéndosele el invento de la lira y del arpa, y de las artes, en general, y
director del coro de las nueve Musas (ver Musas), que forman parte de su
séquito y habitan en el cercano monte Parnaso, con el cual participa en las fiestas
de los dioses. A pesar de ser muy bello, muchas de sus aventuras amorosas
resultaron fallidas para él, como le ocurrió con Dafne. En efecto, alcanzado
Apolo por una flecha de oro de Eros, que quiso vengarse de él por haber
bromeado sobre sus habilidades de arquero, se enamoró perdidamente de la ninfa
Dafne, hija del dios-río Peneo, la cual no le correspondió, pues también ella
había sido alcanzada por otra de las flechas de Eros, aunque de plomo, y cuando,
tras una frenética persecución, estaba a punto de darle alcance, Dafne se convirtió
en laurel por intercesión de su padre, el cual fue consagrado a este dios,
confeccionándose después con sus ramas las coronas que se imponían a los
vencedores de los Juegos Píticos.
Apolo es, también, el dios de la luz, y, en época romana, fue asociado con Helios
(el Sol) -de la misma forma que su hermana Diana lo fue con Selene (la Luna)-,
el cual recorría todos los días el cielo, bajo el nombre de Febo, en su carro tirado
por corceles blancos, que arrojaban fuego por la boca. En cierta ocasión, su hijo
Faetón, que se jactaba continuamente de sus orígenes divinos, como sus
compañeros lo pusieran en duda, para demostrárselo, le pidió a su padre, cuando
aún era un niño, conducir un día su carro. Helios accedió, pero, tan pronto como
las débiles manos del niño cogieron las riendas de los caballos, éstos, percibiendo
que aquél no era el auriga habitual, se desbocaron y abandonaron la ruta que
seguían cada día, por lo que, en algún momento, pasaron a ras de tierra
chamuscándolo todo a su paso. (Según este mito, los negros de África
adquirieron entonces el pigmento oscuro de su piel.) Espantado Zeus por el
desastre, lanzó uno de sus rayos a Faetón, que cayó al río Erídano.
Apolo es, así mismo, el dios de la armonía, del orden y la moderación, de la
racionalidad y la perfección, conceptos que aparecen comprendidos en el
término apolíneo, opuesto a dionisíaco (ver Dioniso/Baco). Esto explica que, en
el frontón del lado este del templo de Apolo, figuraran, como señala Pausanias,
los aforismos o máximas Γνῶθι σαυτόν (“Conócete a ti mismo”), a la
izquierda, y Μηδέν άγαν (“Nada en demasía”), a la derecha; y, en las paredes del
pronaos y en las columnas, otros aforismos, hasta 147, como Σοφίαν
ζήτει (“Busca la sabiduría”), Πράττε δίκαια (“Actúa de forma justa”), Ὁμόνοιαν
δίωκε (“Busca la concordia”), Μη άρχε ὑβρίζων (“No gobiernes con
arrogancia”), etc., atribuidos a diferentes sabios griegos. Apolo es, por último, el
dios de las purificaciones, las cuales tuvo que hacer él mismo por sus crímenes, y
posee el arte de sanar, en el que le superaría su hijo Asclepio, dios de la
Medicina; y, en alguno de los mitos griegos, figura incluso pastoreando bueyes,
lo cual se explicaría si, como parece, en tiempos antiguos fue un dios de los
rebaños en la región de Asia Menor.
Apolo suele ser representado como un joven imberbe, de cuerpo esbelto y
atlético, con larga caballera y de una gran belleza, y sus principales atributos son
la corona de laurel y la palma, las cuales se les entregaban como premio en
Grecia y en Roma a los vencedores de cualquier tipo de certamen, la lira, el arco,
las flechas y el carcaj, y también el cuervo u otros pájaros portadores de
presagios, que aluden a su poder adivinatorio.
Santuario de Delfos. Erigido al pie del monte Parnaso en un paraje escarpado de
una belleza impresionante, a 700 m sobre el nivel del mar y a 9,5 km de distancia
del actual puerto de Itea, en el golfo de Corinto, el santuario de Delfos llegó a
ser el más importante, rico e influyente de cuantos se levantaron en todo el
mundo griego gracias a su famoso oráculo, al que iban a consultar todos los años
delegaciones de las diferentes polis del mundo helénico e incluso reyes de
pueblos bárbaros y muchos particulares. Dicho oráculo se venía consultando,
según se cree, desde mediados del segundo milenio a. C., en época micénica,
estando dedicado al principio a Gea (la tierra), una vieja divinidad ctónica, la
cual, según otra tradición, delegó después sus funciones proféticas a su hija
Temis, y, desde finales del siglo IX a. C., pasó a ser regido por Apolo tras matar
al monstruo Pitón, que lo custodiaba, engendro de la propia Gea; pero el
despegue y prosperidad del santuario se produjo después de la primera Guerra
sagrada (595-585 a.C.), librada entre Delfos, que fue apoyada en ella por la
Anfictionía de Antala (organización supraestatal de carácter religioso basada en
un pacto de no agresión, que unía 12 pueblos del nordeste griego y estaba
vinculada al santuario de Deméter en Antela, junto a las Termópilas), y la vecina
ciudad de Crisa, la cual cobraba una exacción a todos los peregrinos que acudían
por mar al Santuario, debiendo, para esto, utilizar su puerto de Cirra (hoy, de
Itea). La guerra terminó con la derrota y destrucción de Crisa, cuyas tierras
pasaron a pertenecer, como terreno sagrado, al santuario de Delfos, que, a partir
de entonces, fue administrado por la citada Anfictionía, la cual, aunque siguió
manteniendo la administración del santuario de Deméter de Antala, fijó su sede
en Delfos y adquirió poco a poco un carácter también político, diferente del
puramente religioso que tenía en sus orígenes. El gran enriquecimiento, poder e
influencia que alcanzó el oráculo de Delfos tras la citada guerra provocaría
después tres guerras sagradas más, desencadenadas, en cierto modo, por los
miembros de la Anfictionía, en las cuales algunas ciudades griegas (Atenas,
Tebas y Esparta, principalmente) compitieron por obtener el control del
santuario, lo cual conllevaba un reconocimiento de supremacía y prestigio sobre
las demás. En la cuarta Guerra sagrada, intervinieron, por un lado, Atenas y
Esparta, que habían formado una coalición para conseguir el control sobre
Santuario de Delfos, y, por otro, Macedonia, la cual había entrado a formar parte
del Consejo de la Anfictionía, en lugar de Fócide, tras obligar a ésta, en la
tercera Guerra sagrada (356-346 a. C.), a devolver al santuario los tesoros de los
que se había apoderado. La guerra terminó con el triunfo de Filipo II en
Queronea (338 a. C.), pasando entonces Macedonia a ejercer la hegemonía sobre
Grecia.
Otro hecho que contribuyó también a dar prestigio y a enriquecer el Santuario de
Delfos fue la institución, en 582 a. C., con carácter panhelénico, de los Juegos
Píticos, consagrados a Apolo, que llegaron a durar ocho días y
comprendían agones atléticos y luctatorios yagones hípicos (carreras de carros y
de caballos), similares a los que tenían lugar en Olimpia, Corinto y Nemea, sedes
igualmente de Juegos panhelénicos, y en Atenas (en las Panateneas), y
concursos de cítara, flauta y de oboe doble (αὐλός, aulós) -los cuales se venían
organizando en él, junto con recitaciones rapsódicas, acompañadas o no por
alguno de dichos instrumentos, desde el siglo VII a. C., al menos-, y
posteriormente concursos dramáticos y poéticos. Las agones hípicos debieron de
realizarse en el hipódromo, situado en la llanura, del cual no se han hallado
restos, como tampoco del primer estadio, en el que se harían los agones
atléticos y luctatorios. Sí se conserva, en cambio, el estadio que se construyó o
remodeló, al menos, en el siglo III a. C., a unos doscientos metros del teatro, por
la parte de atrás del mismo, el cual, a su vez, había sido levantado en el siglo IV
a. C. cerca del templo de Apolo.
El recinto donde estaba ubicado el templo de Apolo fue rodeado en el siglo VI a.
C. con un muro con varias puertas y su pendiente alojaba diversas terrazas, en la
más alta de las cuales se levantaba aquél. Los que acudían a Delfos para
consultar el Oráculo entraban, después de purificarse en la fuente Castalia, por la
puerta principal, situada en la esquina suroriental del recinto. Franqueada ésta,
recorrían la Vía sacra-trayecto serpenteante de unos centenares de metros por el
que se accedía al templo-, la cual estaba flanqueada a un lado y a otro por
los tesoros o pequeñas capillas levantadas por las polis griegas más ricas, donde
guardaban los exvotos y las donaciones hechas al Santuario.
En dicho recorrido, se podía admirar también las numerosas estatuas de mármol
o de bronce erigidas en honor de Apolo y de otros dioses olímpicos y semidioses
o héroes, así como de generales, almirantes y personajes famosos del mundo
griego, fundamentalmente, que aparecían salpicadas por todo el recinto, y
también esculturas de gran valor, regalos de reyes o de ciudades en
agradecimiento a los servicios prestados por el oráculo, como el león de oro
sobre una base de lingotes del mismo mineral de un cuarto de tonelada de peso,
que donó Creso, último rey de Lidia, en el siglo V a. C.; o el trípode con
una niké (victoria), también de oro, que regaló al Santuario Gelón, tirano de
Siracusa, por el triunfo obtenido sobre los cartagineses en la Primera guerra de
Himera (480 a. C.); o la cuádriga de bronce, de la que se conserva sólo el famoso
auriga, costeada por el príncipe siciliano Polizalos, primo de Gelón, ganador de
la carrera de cuadrigas de los Juegos Píticos en el año 475 a.C. Con tales
donaciones, las polis y los reyes que las hacían querían manifestar la piedad y el
agradecimiento a Apolo por las ayudas recibidas, pero, sobre todo, su poderío y
su riqueza.
Tras llegar el consultante al templo de Apolo, hacía la ofrenda del pélamo (torta
de cebada) y pagaba las tasas correspondientes, lo cual le daba derecho a ofrecer,
en el altar que había delante de aquél, un sacrificio, generalmente de una cabra,
que abundaban en la zona, parte de cuya carne se quemaba en honor del dios y la
otra se distribuía entre los asistentes, como sucedía en los sacrificios de animales
en honor de cualquier otro dios. Los sacerdotes deducían, por los movimientos
del animal al ser sacrificado, si el dios estaba dispuesto o no a dar su respuesta.
En caso afirmativo, el consultante era conducido a la sala de espera, subterránea,
contigua al ádyton, el cual contenía el ónfalo (ὀμφαλός, ‘ombligo’), de piedra y
con forma de medio huevo, el trípode de la Pitia o Pitonisa y demás instrumentos
proféticos y, posiblemente, una estatua de Apolo.
El citado ónfalo fue erigido en Delfos por ser el lugar donde se encontraron,
según la leyenda, las dos águilas que Zeus había soltado en los extremos de la
tierra, para saber cuál era el centro de la misma, haciendo que volaran una en la
dirección de la otra. Por ello, Delfos era considerada el centro (el ombligo) de la
Tierra. Teniendo en cuenta, sin embargo, que piedras cónicas de este tipo se
hallaron también en otros centros oraculares de Egipto, Nubia, Fenicia, etc., a
través de las cuales los dioses daban sus respuestas a los consultantes, cabe
pensar que la de Delfos se usó con tal fin en el oráculo primitivo y,
posteriormente, se debió de colocar en el ádyton del templo de Apolo, en el que
la Pitia emitía sus oráculos.
Respecto al nombre de Pitia, deriva de Pitón -serpiente a la que, como dijimos
arriba, mató Apolo antes de fundar en Delfos su oráculo, quien, por lo mismo,
fue invocado también como Apolo Pitio-, el cual debió de imponerse pronto allí
frente al de Sibila, que fue, según una tradición, el nombre de pila de la joven que
gozó allí, primero, de dotes adivinatorias y que terminó generalizándose en otros
centros oraculares, como el de Cumas, en Italia. Cuando había que nombrar
Pitonisa, los sacerdotes del templo elegían a una muchacha de Delfos,
independientemente de su clase social, de vida intachable y que evidenciara, “se
supone”, tener una buena aptitud para entrar en trance en el momento de la
consulta a Apolo. Su nombramiento era vitalicio y se comprometía a vivir en el
Santuario y a guardar una continencia absoluta. Posteriormente, se decidió
nombrar pitonisas, después, quizá, de que alguna de ellas hubiera quebrantado su
compromiso al respecto, a mujeres maduras, tres, incluso, en la época de mayor
apogeo del Santuario. Al principio, las consultas al oráculo se hacían, una sola
vez al año, el día 7 del mes Bisio (marzo-abril), en el que, según la tradición
délfica, nació Apolo; más tarde, en ese día se realizaba, presumiblemente, la
consulta pública delante del templo, a la que se refiere Eurípides (Ion, 420) y que
bien pudiera tener carácter gratuito, mientras que las “de pago” se efectuaban, en
el interior del mismo, el día 7 de los restantes meses, excepto los de invierno, que
Apolo los pasaba en el país de los hiperbóreos, al norte de Tracia, donde no se
conocía la vejez, la enfermedad, ni la guerra. En esos meses, le sustituía en
Delfos el dios Dioniso, el cual volvía a la vida en forma de niño mediante un
sacrificio y una serie de ritos secretos efectuados en el templo de Apolo por
los Hosioi (sacerdotes ayudantes), ejecutando las ménades sus danzas frenéticas
en la altiplanicie del monte Parnaso a la luz de antorchas.
Durante la consulta, la Pitia no era visible al consultante, como señala Plutarco -
quien fue el sacerdote principal (sacerdote-profeta) del oráculo durante algunos
años a finales del siglo I d. C.-, y hacía sus predicciones sentada en un trípode,
colocado sobre una grieta de la que, según algunos autores de los siglos III y IV,
en su mayoría cristianos, que pretendían desacreditar el oráculo y el paganismo,
en general, salían vapores, los cuales, junto con la masticación previa de hojas de
laurel, hacían que aquélla entrara en trance, durante el cual pronunciaba, entre
contorsiones y gestos delirantes, palabras confusas e incoherentes, que le
inspiraba Apolo. Estudios arqueológicos y geológicos recientes, sin embargo,
realizados en el templo de Apolo no han demostrado fehacientemente aún que
hubiera alguna vez allí falla o fisura del terreno por la que salieran dichos gases;
y, por otra parte, masticar hojas de laurel se ha constatado que no produce efectos
alucinógenos, por lo que la Pitia alcanzaría el citado estado de forma natural.
AFRODITA / VENUS
Afrodita es también una diosa prehelénica de origen oriental, a la que se la
relaciona con la babilónica Ishtar, diosa del amor y de la guerra, de la vida y de la
fertilidad, cuyo culto implicaba la prostitución sagrada, con la sumeria Inanna y
con la fenicia Astarté, entre otras, arquetipo todas ellas de las grandes madres del
Mediterráneo oriental. Su culto se debió de introducir en las islas de Chipre y de
Citera por influencia de los fenicios y desde éstas se extendería después a la
Grecia continental y, a través de las colonizaciones fenicio-púnicas y griegas, por
todo el Mediterráneo occidental. En la mitología griega, Afrodita es hija, según
Homero, de Zeus y de Dione; Hesíodo, en cambio, recoge en su Teogonía (194-
202) que nació de la espuma del mar fecundada por los genitales de Urano al caer
en él tras amputárselos su hijo Crono. Una etimología popular basada en esta
segunda versión hace derivar el nombre Ἀφροδίτη (Afrodita) de la palabra ἀφρός
(aphrós, “espuma”), y el apelativo Anadiomene (“la que ha surgido del mar”),
referido también a ella, refleja esto mismo. Al salir del agua, Afrodita fue
llevada, subida en una concha de madreperla, a la que empujaba el Céfiro, a la
isla de Citera y, después, a la de Chipre -de ahí que fuera denominada
también Citerea y Cipris o Cipria-, las cuales por ello le fueron consagradas, en
donde las Horas, diosas de las estaciones, y las Gracias la vistieron y la
engalanaron antes de partir, en su carro de alabastro tirado por palomas blancas, a
la morada de los Inmortales, en el Olimpo, quienes, cautivados por su belleza, la
acogieron con gran gozo.
Afrodita es la diosa de la belleza y del amor, cuyos hechizos no resiste ningún
dios ni mortal; pero, a diferencia de su hijo el flechador Eros (“erótico” deriva de
él), que la ayuda a veces en sus planes y representa la pasión fogosa y, a veces,
destructiva, Afrodita inspira la sensualidad alegre y los placeres naturales del
sexo. (Ἀφροδισιάζειν era el verbo que empleaban los antiguos griegos para
significar “hacer el amor”; y, en castellano, el adjetivo “afrodisíaco” se aplica a
todo aquello que potencia dichos placeres.) Poco después de entregar Zeus a
Afrodita en matrimonio a Hefesto, dios del Fuego y de la Metalurgia, feo y
contrahecho, ella se prendó de Ares, dios de la guerra, con quien, aprovechando
las frecuentes y prolongadas ausencias de su esposo, se veía a menudo en su
palacio. Una mañana, Helios (el Sol), que todo lo ve, fue a la fragua de Hefesto,
según cuenta Homero (Odisea VIII, 270-363), tras sorprenderlos “unidos en
carnal amor”, para comunicarle el adulterio de su esposa. Hefesto, despechado
por esto, urdió hacer una red invisible e irrompible para vengarse de ellos, la cual
colocaría alrededor del lecho nupcial suspendida del techo, de forma que, cuando
se encontraran yaciendo juntos en él, se accionara, dejándolos inmovilizados.
Logrado su propósito, Hefesto invitó a los demás dioses a su palacio para que
contemplaran a los amantes en semejante postura. Acudieron Poseidón, Hermes
y Apolo (no así las diosas, por pudor), “alzándose entre ellos una inextinguible
risa, al contemplar las artimañas del prudente Hefesto”, risa que se volvió a
suscitar, cuando Hermes le respondió a Apolo, tras preguntárselo, que a él le
gustaría también yacer con la áurea Afrodita, aunque ello le supusiera ser
inmovilizado por fuertes cadenas. Retirada la red a petición de Poseidón,
Afrodita se refugió, avergonzada, en Pafos, en la isla de Chipre, y Ares, en
Tracia, de donde era originario. De los amores de ambos nacieron Harmonía, la
cual se casó después con Cadmo, el fundador de Tebas; Eros (el Deseo), que
acompañaba siempre a su madre (ver Eros); y Deimo (el Terror) y Fobo (el
Temor), los cuales formaban el cortejo de su padre. Otras relaciones adúlteras de
Afrodita fueron con Hermes y con Dioniso, con quienes engendró a
Hermafrodito y a Príapo, respectivamente.
También tuvo como amantes a simples mortales. Uno de ellos fue el príncipe
troyano Anquises, con quien engendró a Eneas, el cual pasa por ser el padre
mítico del pueblo romano y su hijo Julo, el fundador de la gens Iulia (dinastía
Julia) –a la que pertenecieron, como miembros más destacados, Julio César y
Octavio Augusto–, según una leyenda debida a autores griegos, que pretendían
vincular los orígenes de Roma con el pasado legendario de Grecia. En dicha
leyenda, en efecto, recogida en la Eneida de Virgilio, se cuenta que, una vez
tomada Troya por los griegos, Anquises salió indemne de la ciudad en llamas, ya
que había sido elegido por los hados para fundar una “nueva Troya” en el Lacio,
llevando en sus hombros a su padre Anquises y acompañado de su esposa
Creusa, su hijo Ascanio (también conocido como Julo) y algunos compañeros.
Tras un viaje azaroso por el Mediterráneo, llegó al Lacio, donde reinaba Latino,
quien le dio a su hija por esposa (a Creusa la había perdido misteriosamente en el
camino), a pesar de estar prometida a Turno. La guerra entre ambos la terminó
Julo, el cual fundó la ciudad de Alba Longa, que fue metrópoli del Lacio hasta
que asumió el liderazgo del mismo la ciudad de Roma, fundada más tarde por
Rómulo (ver Ares/Marte).
El gran amor, sin embargo, de Afrodita fue Adonis, una divinidad de origen
oriental, cuyo culto se desarrolló especialmente en Siria y, en la época
helenística, se extendió por el Mediterráneo. En el mito de Adonis, narrado, de
forma más extensa, por Ovidio en sus Metamorfosis (VIII, 502-558), se cuenta
que Mirra, hija de Tías, rey de Siria, concibió un amor incestuoso por su padre
infundido por Afrodita, la cual buscó con ello castigar la ofensa que le había
infligido su madre, Cencreis, al decir que su hija, Mirra, era más bella que ella.
Doce noches después de yacer Tías con su hija sin revelarle ésta su identidad,
descubierto el engaño de que había sido objeto, la persiguió airado dispuesto a
matarla. Viendo Mirra que su vida corría un grave e inminente peligro, invocó a
los dioses, los cuales la libraron de él transformándola en un árbol de la mirra.
Pero Mirra estaba encinta, por lo que, a los nueve meses, se abrió la corteza de
dicho árbol y salió de su interior un niño bellísimo, que recibió el nombre de
Adonis. (En nuestra cultura, ha quedado por ello acuñada la expresión “es un
Adonis”, aplicada a un joven bello y apuesto). Cuando Afrodita lo vio, cautivada
por su extraordinaria belleza, lo entregó en secreto a Perséfone (Proserpina) para
que lo criara y se lo devolviera después. Pero ésta se prendó igualmente de él y
se negó a devolvérselo. La disputa surgida al respecto entre ellas obligó a Zeus a
intervenir, quien decidió que Adonis pasara con Perséfone los meses en los que
la tierra no produce frutos; los meses en los que aparecen y germinan las plantas,
con Afrodita; y los restantes, con la que él quisiera de las dos, decantándose por
la última. (Esto y la gestación de Adonis en el interior de un árbol induce a
pensar que, con este mito, se pretendió explicar, en la Antigüedad, el misterio de
la vegetación, tal como ocurre con el de Deméter y su hija Proserpina.) Al llegar
Adonis a la adolescencia, encontrándose un día de caza lo atacó un jabalí, que lo
dejó malherido, al que, según una versión, había azuzado Ares, por celos, pues
llevaba muy a mal el gran amor que Afrodita profesaba a aquél. Informada ésta
de ello, cuando iba a socorrerlo, pisó una espinosa rama de rosal y las gotas de su
sangre que brotaron de su herida tiñeron de rojo las rosas, originariamente
blancas. Pocas horas después murió Adonis dejando sumida a Afrodita en una
profunda tristeza. Este final del mito debió de ser, por lo indicado antes, un
añadido posterior, quizá de época helenística, para completar y embellecer el
mismo.
Afrodita fue también la responsable indirecta de la mítica Guerra de Troya. En
efecto, celebrándose en el monte Pelión la boda de Tetis y de Peleo, Eris (la
Discordia), que no había sido invitada a ella por los Inmortales para “tener la
fiesta en paz”, apareció al final del banquete en forma de nube y dejó caer en la
mesa de los comensales una manzana (manzana de la Discordia), en la que
figuraba la inscripción: “Para la más bella”. Tres diosas -Hera, Palas Atenea y
Afrodita- se la disputaban, por lo que los dioses decidieron enviar a Hermes a
Paris, que pastoreaba los rebaños de su padre Príamo, rey de Troya, y cuya fama
de sabio había llegado hasta el Olimpo, para que le hiciera entrega de dicha
manzana y él, a su vez, se la diera a la que considerase era la más bella de las
tres. La celebración de aquel primer “concurso de belleza” tuvo lugar en el monte
Ida, cerca de Troya, y, para que Paris fallara a su favor, cada una de las bellas le
ofreció un regalo: Hera lo colmaría de riquezas, si era la elegida; Palas Atenea lo
haría invencible en la guerra; y Afrodita le otorgaría el amor de la mujer más
bella del mundo. Algún tiempo después, Paris fue a Esparta a visitar al rey
Menelao, que estaba casado con la bellísima Helena, la cual, nada más verlo,
quedó prendada de él tras ser alcanzada, cabe pensar, por la flecha de oro que le
lanzó Eros (Cupido), el hijo de Afrodita. Su fuga con Paris suscitó la
famosa Guerra de Troya, en la que participaron todos los reyes de Grecia y en la
que Hera y Palas Atenea apoyaron a los griegos por haberse visto postergadas en
el citado juicio (Juicio de Paris), mientras que Afrodita favoreció a los troyanos.
Como diosa surgida del mar, el culto de Afrodita va frecuentemente asociado al
de Poseidón. Fue venerada especialmente en la isla de Chipre, a donde llegó al
poco de nacer, y le fueron construidos templos en numerosos puertos y
promontorios del mundo griego, en algunos de los cuales, como el ubicado en la
acrópolis de Corinto, se practicaba la prostitución ritual con las sacerdotisas de
los mismos. Las fiestas Afrodisias, consagradas a ella, se celebraban por toda
Grecia, pero sobre todo en Atenas y Corinto.
Los romanos asimilaron, hacia el siglo II a. C., Afrodita a Venus, antigua deidad
itálica de escasa relevancia, que protegía los huertos y, especialmente, los
jardines. En el siglo I a. C., sin embargo, Venus alcanzó ya una cierta relevancia
especialmente en Roma con Julio César, sobre todo, quien mandó se construyera
en ella un templo dedicado a Venus genetrix (madre), más grande y suntuoso que
los que Sila y Pompeyo habían erigido antes también en su honor. Dicha
advocación se debía al hecho de que Venus, en la tradición mitológica, era, como
indicamos arriba, madre de Eneas, padre, a su vez, de Julo (también llamado
Ascanio), fundador de la dinastía Julia. Convertido César, después de la Batalla
de Farsalia (48 a. C.), en amo de Roma, él fue, cabe suponer, el más interesado
en que se divulgara en Roma la citada ascendencia divina de la gens Iulia como
eficaz instrumento para asentar su poder político en ella. Algo similar hizo su
sobrino-nieto Octavio Augusto, siendo emperador de Roma, como refleja, por
ejemplo, la bella estatua de Augusto de Prima Porta, en la que el escultor lo
representa algo idealizado, la cual fue hallada en 1863 en la Villa de Livia,
situada cerca dePrima Porta, en Roma. En ella aparece Augusto de pie, con el
manto de general y sosteniendo el bastón de mando consular y con el brazo
derecho levantado en ademán de arengar a sus soldados y vestido con coraza
ricamente decorada, en la que se muestran relieves alusivos a Marte, al Sol en su
cuadriga y a la Aurora, y los de los últimos países conquistados, etc.; y como,
cuando se hace esta estatua para su esposa Livia, posiblemente después de la
muerte de Augusto (14 d. C.), éste había sido ya divinizado, figura en ella (no así
en el original de bronce) con los pies desnudos, igual que los dioses. El Cupido
(hijo de Venus), por último, que aparece a su derecha a lomos de un delfín,
animal marino por excelencia, evoca su origen divino, como descendiente que
era de Venus, cuyo nieto Julo fundó la dinastía Julia. Las fiestas principales en
honor de Venus en Roma se celebraban en el mes de abril, -consagrado, según la
opinión más extendida, a ella, cuyo nombre etrusco era Afru (por Afrodita)-, en
el que la naturaleza, recobrado todo su esplendor, ofrecía sus mejores dones a los
hombres, siendo considerado por ello un mes fausto para el amor y para las
bodas.
En el arte griego, Afrodita fue representada al principio vestida. En el siglo IV a.
C., sin embargo, el escultor ateniense Praxíteles la representó completamente
desnuda, a punto de entrar en el baño (éste debió de ser el pretexto para
“justificar” representarla así), fijando el modelo de Afrodita/Venus desnuda,
que, con algunas variaciones, se esculpió después en el arte helenístico y romano,
así como el de las esculturas y representaciones pictóricas que se hicieron de ella
en el Renacimiento e, incluso, más tarde.
Los atributos de Afrodita/Venus son la concha, la manzana (por lo de la manzana
de la Discordia), la rosa y la anémona, cuyo color rojo pasa también por haberlo
tomado al ser rociada con la sangre de Adonis herido. Sus animales favoritos son
el delfín y las palomas, que tiran de su carro, cuyo color blanco y su vuelo
gracioso eran especialmente atractivos a estas diosas.
ARES / MARTE
Algunos mitógrafos sostienen que el Ares griego era originario de
Tracia [tras el affaire que tuvo con Afrodita, se refugió allí (ver Afrodita)], país
semisalvaje, al norte de Grecia, rico en caballos y habitado por poblaciones
belicosas, en donde se le debió de tributar culto como divinidad guerrera, a la que
es posible se le sacrificaran, como en la vecina Escitia, caballos y otros animales
e incluso hombres. en circunstancias especiales, como sucedió en todas las
religiones del Mediterráneo antiguo. El citado culto sería copiado por los
ciudadanos de las polis griegas limítrofes y, después, se difundiría en otras, si
bien no llegó a arraigar en las creencias religiosas de los helenos. En la antigua
Grecia, en efecto, Ares, a pesar de su condición de olímpico, fue raramente
objeto de culto, en comparación con otros dioses, como evidenciaría, p. e., el
hecho de que se hayan conservado pocos monumentos griegos con
representaciones de él. Sólo las ciudades que hicieron de la guerra su modo de
vida desarrollaron rituales especiales en su honor, como fue el caso de Esparta,
en la que se veneraba una estatua suya, ante la que se inmolaban perros de color
negro antes de salir el ejército para la guerra. También los descendientes de
Cadmo, rey de Tebas, tenían a Ares como antepasado suyo por haberse casado
aquél con Harmonía, hija de Ares y de Afrodita, después de expiar durante ocho
años, en calidad de esclavo suyo, la impiedad que cometió al dar muerte al
dragón, hijo igualmente de Ares, que vigilaba la fuente a la que llegó Cadmo
para proveerse del agua que iba a utilizar en un sacrificio ritual.
En Roma, Ares fue asimilado a Marte, el cual debió de ser una antigua divinidad
itálica de la vegetación y del laboreo del campo, a la que se le dedicó el segundo
día de la semana y el mes de Marzo, en el que la naturaleza recobraba todo su
vigor después del letargo invernal. Esto explicaría que algunas de sus fiestas,
agrupada su mayoría en dicho mes, presenten rasgos agrarios evidentes. Y
siendo los antiguos romanos campesinos y pastores, Marte protegería igualmente
a sus rebaños de ovejas de los ataques del lobo, al cual debieron de otorgarle
pronto poderes mágicos para conjurar su influjo maligno sobre ellos (es lo que se
conoce como efecto apotropaico). En la época clásica, sin embargo, Marte es,
sobre todo, el dios de la guerra, la cual solía reanudarse también en Marzo, y,
como tal, gozó en Roma de una alta consideración, a diferencia de lo que le
ocurriera a Ares entre los griegos, hasta el punto de que en ella fue la divinidad
más venerada, después de Júpiter, en parte porque se lo consideraba padre de
Remo y de Rómulo, fundador mítico, a su vez, de la misma, tal como se recoge
en una leyenda de origen igualmente griego.
Según ésta, que completa a otra mencionada más arriba (ver Afrodita/Venus),
Procas, sexto sucesor de Ascanio/Julo, legó el trono a su hijo Numítor, pero su
otro hijo, Amulio, lo destronó y, para evitar que algún descendiente suyo le
arrebatara el poder, mató a sus hijos varones y obligó a Rea Silvia, hija de él
también, a hacerse Vestal. (Las Vestales debían permanecer vírgenes mientras
estuvieran al servicio de Vesta.)Pero un día Rea Silvia, cuando paseaba por los
alrededores de Alba Longa, se encontró con un lobo -animal consagrado a Marte-
y, para escapar de aquél, se refugió en una gruta próxima, en donde fue poseída
por el dios, y nueve meses después dio a luz a los gemelos Rómulo y Remo. Tras
el nacimiento de éstos, Rea Silvia, antes de que fuera lapidada por haber
quebrantado su voto de virginidad, puso a los niños en una cesta de mimbre y la
depositó en el río Tíber, quedando prendida, después de recorrer un largo
trayecto sobre sus aguas, en las raíces de una higuera al pie del monte Palatino.
Al oír el llanto de los niños, una loba se acercó a ellos y se los llevó a su guarida,
en donde compartieron su leche con los lobeznos que estaba criando.
Descubiertos algunos días después por Fáustulo, pastor del lugar, se los llevó a su
choza para que terminara de criarlos su esposa, Acca Larentia. Rómulo y Remo
crecieron, pues, entre pastores y, cuando eran adolescentes, hicieron algunas
incursiones de pillaje en los campos de los alrededores. Sorprendido Remo
robando en las tierras de Numítor, fue apresado y entregado a éste para que lo
juzgara, quien, en el momento de hacerlo, dedujo, por la edad del mismo y por el
gran parecido que tenía con Rea Silvia, que aquél era su nieto. Confirmado esto,
Remo y su hermano Rómulo, que había llegado a Alba Longa con un número
importante de pastores armados, mataron a Amulio y repusieron a su abuelo en el
trono. Agradecido Numítor por esta acción, les permitió fundar una ciudad donde
ellos eligieran. El lugar elegido fue el monte Palatino, y, para saber cuál de los
dos hermanos era el designado por los dioses para ser el primer rey de Roma,
decidieron someterse a los augurios, consultando el vuelo de las aves, que fue
entre los romanos el procedimiento habitual para conocer la voluntad de aquéllos
en cualquier empresa importante que se iba a emprender. Remo, situado en la
cima del Aventino, vio pasar seis buitres y Rómulo doce, algo después, desde la
del Palatino. Considerándose, pues, éste vencedor en el augurio, se dispuso a
trazar el perímetro de la ciudad de Roma con un arado tirado por un buey y una
vaca de color blanco, según un rito etrusco. Finalizado éste, Remo cruzó con
gesto de mofa dicho surco sagrado suscitando el enojo de Rómulo, quien
atravesó al instante a su hermano con la espada diciendo: “Así mueran después
todos los que osen franquear las murallas de Roma.”
A raíz de esta leyenda, la loba amamantando gemelos se convirtió después en el
símbolo de Roma y Marte recibió el apelativo de Pater, como Júpiter, y a los
jóvenes, que desempeñaban un papel importante en las legiones, se les llamó
“juventud romulea”, “hijos de la loba” o “hijos de Marte”. Inicialmente, la Lupa
romana fue representada sin los niños; pero, en el año 295 a. C., los hermanos
Ogulnios, en su calidad de ediles curules, propusieron, como recoge T. Livio
en Ab urbe condita X, 23, que se colocaran las figuras de los mismos bajo las
ubres de la Loba Ruminal como si los estuviera amamantando. En el Imperio
Romano, éste fue un tema popular en medallas, monedas, mosaicos, etc. Según
algunos historiadores romanos, los gemelos simbolizaban la raza latina y
la sabina, las cuales, tras mantener ambos pueblos diversos enfrentamientos
entre ellos (el sugerido, p.e., en la leyenda El rapto de las Sabinas) y con otros
del Lacio por hacerse con la hegemonía sobre éste, terminaron fusionándose,
surgiendo así la pujante Roma, que se convertió pocos siglos después en la
capital de uno de los Imperios más grandes de la historia.
Antes de iniciar una batalla, se invocaba a Marte en Roma y, si aquélla resultaba
favorable, se le consagraba parte del botín logrado en ella; en caso de derrota,
ésta se atribuía a su influjo desfavorable, y se intentaba aplacarlo con grandes
sacrificios. Los principales templos de Marte en Roma fueron: el de la Primera
Tríada Capitolina, que compartió con Júpiter y Quirino; el de Mars Gradivus,
cerca de la Puerta Capena, de donde partía el ejército para la guerra; y el de Mars
Ultor (vengador), construido a instancias de Augusto en el Foro después de la
derrota de los asesinos de César. Le estaba consagrado también el Campo de
Marte, una amplia llanura en la orilla izquierda del Tíber, donde se realizaban
ejercicios militares y en el que se le erigió al principio un altar para ofrecerle
sacrificios. De su culto se encargaban los sacerdotes salios (salii), que eran
elegidos entre las familias patricias, encabezados por el Flamen Martialis. Uno
de éstos fue el famoso Publio Cornelio Escipión el Africano.
A Ares/Marte se lo representa normalmente como un guerrero con coraza, casco,
lanza y espada y armado de escudo. Le estaban consagrados varios animales
como el lobo, el buey labrador, el caballo de batalla, los buitres y el pájaro
carpintero.
HERMES / MERCURIO
Hermes, hijo de Zeus y de Maya, hija, a su vez, del titán Atlas y de la ninfa
marina Pléyone, nació en una gruta del monte Cilene, al noreste de la abrupta
Arcadia, en la que el padre de los dioses la visitaba de noche para pasar
inadvertido a los demás dioses y a los hombres mortales, como se recoge en
el Himno a Hermes, atribuido erróneamente a Homero. Fue uno de los últimos
dioses que pasó a integrar el Olimpo y, salvo en la leyenda en la que se narra
cómo robó, a los pocos días de nacer, a su hermanastro Apolo cincuenta vacas de
Admeto, rey de Feras, que pastoreaba en Tesalia, en todas las demás donde
figura desempeña un papel secundario. A pesar de esto, es una de las divinidades
más populares y complejas del panteón griego, realizando o patrocinando
actividades diversas, aparentemente dispares, que pudo realizar por su enorme
talento y la gran movilidad que tenía para desplazarse de un lugar a otro.
Mencionado ya en una tablilla micénica del segundo milenio a. C., Hermes debió
de ser, al principio, una divinidad de la naturaleza, responsable de la fertilidad y
de la buena suerte y protectora de los rebaños, abundantes en su Arcadia natal, o,
como defienden algunos mitógrafos, el dios del viento, lo cual explicaría gran
parte, al menos, de las funciones que desempeña. Así, la invención de la lira y
la siringa por Hermes y su faceta de músico se entienden relacionándolas con los
sonidos que produce el viento cuando sopla con fuerza entre las rocas y los
árboles del bosque. La rapidez, por otra parte, con la que se desplaza merced a
sus alas explica su función de mensajero de los dioses, que le asignó Zeus, y, así
mismo, la protección que da a quienes viajan por tierra o por mar, en especial, a
los mercaderes, propiciando con ello el intercambio provechoso y las ganancias,
en general. Así mismo, como dios del viento, él es quien agita las nubes y
proporciona la lluvia beneficiosa a los humanos, animales y plantas. Finalmente,
se entiende que sea él, también, quien acompañe hasta el Hades a las almas de los
muertos, asimiladas a un soplo, según la concepción antigua. Su carácter original
de dios del viento o divinidad de la naturaleza arcadia desaparecería
gradualmente en las leyendas, terminando por desempeñar, como principal
cometido, el papel de heraldo de los dioses.
Nada más nacer, Hermes dio ya muestras de su gran talento para el engaño y la
invención. Su primer pensamiento, en efecto, fue robarle a Apolo las vacas de
Admeto, que debía pastorear durante un año como castigo por haber matado a los
Cíclopes, por lo que, tras quitarse las bandas de tela con las que estaba envuelto y
saltar de la cuna donde lo había puesto su madre, salió sigilosamente de la gruta
dispuesto a conseguirlo. Franqueado el umbral de ésta, una tortuga que pasaba
por allí le dio la idea de fabricar con su caparazón un instrumento musical, el
cual confeccionó tensando sobre él siete cuerdas de tripa de oveja, después de
descuartizar a aquélla y efectuar el vaciado del mismo. Hermes inventó así
la forminge o lira homérica que dejó en su cuna cubierta con una piel de oveja.
Tras esto, se dirigió a Pieria, en el nordeste de Tesalia, en donde pacía la vacada
de Apolo. Cuando llegó allí, aprovechando un descuido de éste, que estaba
solazándose con el bello Himeneo, nieto de Admeto, le robó cincuenta vacas del
rebaño, y, para confundirlo cuando intentara descubrir su paradero siguiendo sus
huellas, se confeccionó unas grandes sandalias hechas de ramas de mirto y de
tamarindo, que puso bajo sus pies, y a las vacas las hizo caminar hacia atrás,
indicando, por tanto, las marcas de sus pezuñas una dirección contraria a la que
seguían.
Ejerciendo Hermes esta función, Zeus le encargó, por ejemplo, entregar a Paris
la Manzana de la Discordia y anunciarle que había sido elegido para que
dirimiera cuál de las tres diosas que se la disputaban era la merecedora de la
misma. (ver Afrodita/Venus). Por orden suya también, acompañó, dada su
capacidad persuasiva, al anciano Príamo, rey de Troya, hasta la tienda de Aquiles
en el campamento griego, adonde acudió para suplicarle que le devolviera el
cadáver de su hijo Héctor. (ver Aquiles). Secundando igualmente a Zeus en sus
frecuentes amoríos, recibió de manos de éste al recién nacido Dioniso (ver
Dioniso/Baco) y lo entregó al rey de Beocia Atamante y a su esposa Ino, tía de
Dioniso, para que lo criaran disfrazado de niña, pues tenían que evitar que Hera
lo reconociese. Descubierto por ésta el engaño, Hermes lo puso bajo la tutela de
las Ninfas de la lluvia de la boscosa región de Nisa (Asia Menor), quienes lo
criaron convertido en un cabritillo. También él fue el encargado de llevar una
manada de toros a la playa, en Fenicia, para que Zeus pudiera seducir a Europa
(ver Zeus), y dio muerte a Argos, monstruo dotado de cien ojos, al que Hera le
había encomendado vigilar a Io. (ver Hera/Juno). Por otra parte, Hermes salvó a
Zeus en su enfrentamiento contra Tifón, un monstruo espantoso, recuperando y
volviendo a unir a su cuerpo los tendones que éste le había quitado y escondido
en una piel de oso, cuya custodia había confiado a un dragón, viéndose por ello
impedido para proseguir el combate con aquél, y, en la lucha de los dioses
olímpicos contra los Alóadas ‐dos hermanos gemelos gigantes‐, salvó a Ares
sacándolo de la vasija de bronce en la que éstos lo habían metido. También
ayudó, por mandato de los dioses, a héroes como Heracles, Perseo o Ulises,
proporcionándoles los instrumentos necesarios para sus hazañas y aventuras, y a
algunos mortales.
HEFESTO / VULCANO
Hefesto es el dios del fuego, de la metalurgia y la artesanía y protector de
los escultores y los artesanos y de los herreros, en particular, y, a diferencia de
los otros dioses olímpicos, era feo, cojo y contrahecho. Hijo de Zeus y de Hera,
como se recoge en la Ilíada de Homero, fue arrojado por aquel del Olimpo por
haber defendido a su madre en una disputa doméstica suscitada entre el
matrimonio, y, tras un descenso que duró un día, cayó al final del mismo en la
isla de Lemnos, en donde fue recogido, lisiado y cojo por el duro golpe que se
dio al impactar contra el suelo, por los sinties, a quienes se consideraba los más
antiguos forjadores de metal. Según otra tradición, de la que se hace eco Hesíodo
en su Teogonía, Hera engendró a Hefesto sola, despechada con su marido por
haber dado a luz a Atenea, que le había brotado de su cabeza (ver Hera/Juno), y,
cuando vio lo poco agraciado que era, avergonzada de él, lo cogió por un pie y lo
lanzó al mar desde el Olimpo para ocultarlo a la vista de los demás dioses. (En
este caso, no fue Hefesto quien facilitó el citado nacimiento hendiendo la cabeza
de Zeus con un golpe de hacha, sino Prometeo.) El hecho de que en ambas
versiones Hefesto fuera arrojado a la tierra o al mar desde el Olimpo se podría
explicar, en una interpretación naturalista, diciendo que los antiguos griegos
relacionarían muy pronto dicho lanzamiento con el de los rayos que enviaba Zeus
a la tierra a los mortales para castigarlos, los cuales forjaba Hefesto para él. Por
otra parte, su deformación física se justificaría, también, por ser el herrero divino,
al que representaron cojo y deforme dado que los herreros de la Edad del Bronce
solían padecer diversas afecciones debido al arsénico que añadían al plomo para
endurecerlo antes de forjarlo.
En el mar, Hefesto fue recogido por la nereida Tetis, madre de Aquiles, y por la
ninfa oceánica Eurinome, quienes lo cuidaron y atendieron durante nueve años
en una gruta que se abría bajo el nivel del mismo en la isla de Lemnos, en el
transcurso de los cuales hizo para ellas joyas y otros objetos artísticos. Conocida
su habilidad como artesano y herrero por los demás dioses, empezaron a hacerle
cada vez más encargos. A su madre, Hera, le envió como regalo, para vengarse
de ella por haberlo arrojado recién nacido del Olimpo, un trono de oro y de
diamante, que concibió de forma que, cuando se sentase en él, quedara sujeta con
unas cadenas invisibles que nadie podría romper. Caída Hera en la trampa, Zeus
mandó llamar a Hefesto para que la librara de semejante trance, pero no quiso
obedecer. Sí logró convencerlo, en cambio, Dionisos, quien, después de
emborracharlo, lo subió en un asno, a lomos del cual hizo su entrada en el
Olimpo. Recuperado de su embriaguez, Hefesto aceptó liberar a Hera solo si
Zeus le otorgaba como esposa a la bella Afrodita, la cual le engañaría con Ares y
otros (ver Afrodita/Venus).
ASCLEPIO / ESCULAPIO
Asclepio era en la antigua Grecia el dios de la medicina. De las varias
tradiciones que existen sobre su nacimiento, la que recoge, entre otros, el poeta
Píndaro señala que fue hijo de Apolo y de Corónide, hija, a su vez, del rey de
Tesalia Flegias, a la que aquel sedujo y dejó embarazada bajo la forma de un
cisne en las orillas de la laguna Beobea, regresando luego a Delfos. Algunos días
después, un cuervo voló hasta Apolo y le anunció que Corónide le había sido
infiel. Enojado por ello, Apolo maldijo al cuervo mensajero y le cambió el
primigenio color blanco de su plumaje por el negro que llevan desde entonces
todos sus congéneres, y dio muerte a Corónide. Antes, sin embargo, de que su
cuerpo ardiera en la pira, extrajo de este a Esculapio, vivo aún, al cual confió
después al centauro Quirón para que lo instruyese en el arte de la medicina, que
dominaba también Apolo, y en las propiedades de las plantas medicinales.
Cuando Asclepio llegó a la adolescencia, alcanzó gran fama por sus curaciones y
llegó incluso a resucitar a muertos (Orión, Hipólito y Tindáreo, entre otros)
utilizando la sangre de la Gorgona extraída de las venas del lado derecho, la cual
le había entregado Atenea y tenía esa propiedad; pero resucitar enfermos iba
contra las leyes de la naturaleza, por lo que Zeus fulminó al osado médico con
uno de sus rayos. Irritado Apolo por ello, mató con sus flechas a los Cíclopes,
forjadores de los rayos de Zeus, lo cual indujo a este a devolver la vida a
Esculapio y a consentir que fuera incluido, después de perder su cuerpo mortal,
entre los inmortales como dios de la medicina, si bien en el Olimpo no alcanzó el
rango de los grandes dioses.
El primer lugar de culto a Asclepio fue una gruta que había cerca de la ciudad
de Tricca, en Tesalia, en la que daba oráculos bajo el símbolo de su principal
atributo, la serpiente. Luego aquel se extendió a Epidauro y posteriormente a
otros muchos lugares del mundo helénico, generalmente boscosos y con fuentes
de aguas, termales en algunos casos, en los que surgieron santuarios, adonde
acudían personas de diversa extracción social para curarse de sus dolencias y
enfermedades. El más famoso y visitado de estos santuarios fue Epidauro, en la
Argólida, al nordeste del Peloponeso. Se desconoce el origen del culto a Asclepio
en este lugar. Las instalaciones más antiguas del recinto datan del siglo VI a.C.,
y, a finales del s. V a. C., se construyó allí, al pie de la acrópolis, un templo en
honor del dios y se crearon las Fiestas asclepieias, que se celebraban cada cuatro
años (unos días después de las Istmias, de Corinto), en las cuales se hacían
concursos musicales y representaciones dramáticas en su espléndido teatro, con
un aforo de unos 14000 espectadores, y competiciones atléticas en el estadio, lo
que evidencia la gran importancia de dicho santuario. El auge del culto al dios de
la medicina en Epidauro se produjo entre comienzos del s. IV a. C. y finales del
s. I a. C., tras la Guerra del Peloponeso y durante todo el período helenístico. En
este santuario (lo mismo que en el de Delos), estaba prohibido nacer y morir.
También fueron famosos los de Pérgamo, Delfos, Atenas, Esmirna, Delos, Cirene
y el de la isla de Cos. Pausanias, en su Ἑλλάδος περιήγησις (Helados periégesis,
Descripción de la Hélade), menciona 63 santuarios de Asclepio, pero debieron
de ser bastantes más. En la Península Ibérica, se descubrieron restos de uno de
ellos en Ampurias. Con el paso del tiempo, muchos de estos santuarios-
balnearios medicinales se asemejaron a ciudades reducidas al construirse en ellos
templos dedicados a otros diose y ampliarse con dependencias más o menos
grandes, según las necesidades y categoría de cada uno de ellos, para poder
hospedar y atender a los peregrinos que iban allí a curarse de sus enfermedades.
En Epidauro, éstos se acomodaban en el Katagogion, integrado por cuatro patios
porticados rodeados de 18 estancias cada uno, de los que sólo se conservan
escasos restos.
Respecto a las prácticas curativas seguidas en los citados santuarios, por la
información que nos ha llegado -bastante escasa por el secretismo, sobre todo,
del que se rodeó, en las civilizaciones antiguas, en general, a los ritos y prácticas
de carácter religioso-, cuando los enfermos llegaban a un santuario –Asclepeion,
en griego Ἀσκληπιεῖον-, ingresarían unos óbolos, según las posibilidades de cada
uno, en la caja del templo y depositarían pasteles en el altar de Zeus, por
ejemplo, y entrañas y la pata derecha de un cerdo, después de sacrificarlo, en el
de Asclepio, tras lo cual, se purificarían con agua de la fuente o del pozo que
había en él o en sus cercanías y, luego, serían conducidos a los pórticos o a las
salas de incubación (Ábaton), en donde se les permitía pernoctar varios días. Los
peregrinos dormían en el suelo o en jergones, asistidos por los sacerdotes del
templo, quienes creaban un clima propicio para el sueño (incubatio), atenuando,
por ejemplo, las luces de la sala, y los inducían a él de forma natural o mediante
sustancias hipnóticas, durante el cual se les aparecía supuestamente el dios y les
indicaba lo que tenían que hacer para recuperar su salud. A juzgar por los
testimonios iconográficos conservados, una serpiente lamía en la incubatio la
parte afectada del enfermo y así éste lograba mejorar. El sueño terapéutico sería,
por tanto, la experiencia más impactante que vivían los enfermos dentro del
santuario y la más deseada por todos. Los encargados de interpretar dicho sueño
eran los sacerdotes -tal como ocurría con los del santuario de Delfos respecto a
las consultas que se hacían en él a Apolo a través de la Pitonisa (ver Apolo)-,
quienes, después de oír contar a los enfermos los sueños o visiones que hubieran
tenido por la noche y de recibir información sobre los síntomas de su
enfermedad, les prescribirían el tratamiento que “Esculapio les había aconsejado
en sueños”, aunque, realmente, sería el que ellos, según sus intuiciones o
conocimientos y la experiencia acumulada anteriormente al respecto,
consideraran podía irles mejor.
Elio Arístides (s. II d.C.), en sus Discursos sagrados, recoge algunas de las curas
recomendadas, al respecto, más frecuentes: severos ayunos, vómitos y
purgaciones, masajes, sacrificios, extracciones de sangre, carreras con los pies
descalzos en invierno, purificaciones, abstención de baños o abluciones en agua
helada, etc. Cabe pensar que, dada la fe con la que los enfermos iban al santuario
y lo fácil que sería sugestionarse con el ambiente que se viviría en él y, por otra
parte, con los exorcismos que, en ocasiones, les harían los médicos-sacerdotes, el
recitado de oraciones e invocaciones, etc., los afectados de
trastornos psicosomáticos serían los que obtendrían los mejores resultados. Los
tratamientos médicos en el santuario eran gratuitos, pero los que conseguían
sanar de sus dolencias solían volver a él para ofrecer a Esculapio un exvoto con
representación de la parte de su cuerpo sanada y arrojar monedas a la fuente
sagrada del mismo.
La medicina tenía, por tanto, una sólida base mágico-religiosa en la Grecia
antigua y, hasta el s. V a. C., la monopolizaron los sacerdotes de los santuarios de
Asclepio. Solo en tiempos de Pericles surgió la medicina laica, la cual rechazaba
las supersticiones, leyendas y creencias populares que señalaban a las fuerzas
sobrenaturales o divinas como causantes de las enfermedades, y pretendía
apoyarse en bases racionales. El primero -o la figura más importante, al menos-,
que convierte la praxis médica en una auténtica profesión fue Hipócrates de Cos
(ca. 460-370 a. C.), cuya familia descendía, según la leyenda, del propio
Asclepio. Su abuelo y su padre ejercieron como asclepíades en el santuario de
dicha isla, lo que contribuiría, sin duda, a despertar en él su interés por la
medicina transmitiéndole los conocimientos básicos de la misma adquiridos en
aquel. También Hipócrates debió de realizar prácticas médicas en él en su
juventud, igualmente como asclepíade, tal como haría, algunos siglos después,
Galeno (130-210 d. C.) -otra de las figuras señeras de la medicina antigua-, en
el Asclepeion de Pérgamo, su ciudad natal. Desde joven, Hipócrates viajó por
diferentes ciudades de Tesalia, Tracia y Mar de Mármara, curando a enfermos y
enriqueciéndose con las enseñanzas de otros colegas, y adquirió una gran
reputación como médico, por todo lo cual muchos autores lo consideran el “padre
de la medicina”.
Hipócrates concebía la medicina clínica como el arte de la observación cuidadosa
y el razonamiento basado en la experiencia, sosteniendo que el cuerpo humano
está compuesto de cuatro sustancias básicas llamadas humores y, cuando estos
se alteraban por los alimentos consumidos habitualmente, por el aire del lugar
donde se vivía, las estaciones, etc., aparecían las enfermedades; pero el cuerpo,
decía él, tiene un poder intrínseco capaz de sanar por sí mismo -“el médico cura;
solo la naturaleza sana”-, por lo que la terapia que aplicaba consistía,
básicamente, en facilitar a las personas enfermas la consecución del equilibrio en
su cuerpo de los citados humores. Para ello, Hipócrates consideraba que el
reposo y la inmovilidad eran de gran importancia; otros remedios eran la ingesta
de plantas medicinales y de los alimentos adecuados (legumbres y frutas, sobre
todo), según la época del año y el lugar donde se viviera, baños de aguas
termales, intervenciones quirúrgicas elementales, etc. Modernamente, se le ha
criticado a Hipócrates especialmente su teoría sobre los humores y la pasividad
de su tratamiento.
En el siglo III a. C., debió de confeccionarse el conocido como Corpus
Hippocraticum -compilación de unas setenta obras médicas de la antigua Grecia
escritas en griego jónico-, que contenía, sin seguir ningún orden concreto,
investigaciones, notas y ensayos filosóficos sobre diversos temas médicos, libros
de texto, etc., de los que no se ha conservado prácticamente nada. Aunque el
citado corpus se atribuyó a Hipócrates, la heterogeneidad de teorías médicas
recogidas en él y el estilo literario hacen pensar que no fue obra suya, al menos
en su totalidad, sino que se debió de confeccionar fundamentalmente con las
aportaciones de sus discípulos de la escuela de Cos y las de otros médicos que
siguieron sus enseñanzas y práctica curativa. Entre estos tratados, figuraba
el Juramento hipocrático -atribuido también a Hipócrates, aunque debió de ser
escrito después de su muerte y fue parcialmente modificado o adaptado hasta
mediados del siglo XIX-, el cual contiene una serie de obligaciones y normas de
carácter ético por las que deben regirse todos los médicos en el ejercicio de su
profesión y que estos se comprometen a cumplir en algunos países realizando,
después de la graduación, una especie de rito de iniciación previo al ingreso en la
práctica de la medicina.
El culto de Asclepio, bajo el nombre de Esculapio, fue también muy popular en
Roma, en la que fue introducido a raíz de una granepidemia de peste que se
declaró en ella en 293 a. C., extendiéndose luego por toda Italia, donde debió de
haber bastantes santuarios médicos dedicados a él, como prueban las muchas
terracotas, relieves e instrumentos quirúrgicos relacionados con este dios
descubiertos en diferentes lugares de la misma. Antes, sin embargo, de que el
culto de Esculapio y la praxis médica de sus santuarios fueran introducidos en
Roma, el dios protector de la salud pública fue su padre Apolo –Apollo
Medicus-, al cual, con ocasión de otra epidemia también de peste declarada en
431 a. C., se le erigió un templo en el Campo de Marte -fuera
del Pomerium, recinto sagrado de la ciudad, por ser una divinidad extranjera-,
después de consultar los Libros Sibilinos, de época de L. Tarquinio el Soberbio
(ca. 534 – 509 a. C.). En la peste de 293 a. C., consultados también estos, se
envió una delegación al Asclepeion de Epidauro y, cuando esta pasó, de regreso,
por delante de la Isla Tiberina, saltó de la nave en que viajaban la serpiente,
símbolo de Asclepio, que habían traído de allí y alcanzó a nado la misma,
interpretándose esto como una prueba inefable de que el dios había elegido aquel
lugar para su nuevo santuario, el cual fue embellecido con revestimientos en
travertino y rodeado con muros, que dieron a la isla la apariencia de un barco al
que se le dotó del correspondiente mástil, representado por el obelisco que se
erigió también en medio de ella. El declive del santuario de Esculapio en Roma
y de todos los demás del Imperio se debió de iniciar tras la promulgación, en
tiempos del emperador Teodosio I, del Edicto de Tesalónica, en 380 d. C., en el
cual se declaró al cristianismo religión oficial del Estado y, como consecuencia
de esto, se persiguió y se hizo desaparecer paulatinamente todo lo que tuviera
carácter pagano. Sobre sus ruinas se levantó en el siglo XI la iglesia de S.
Bartolomé de la Isla y el palacio Pierleoni Caetani, que funcionó como convento
franciscano desde el siglo XVI al XVIII y, con ocasión de una plaga, como
hospital. La isla alberga ahora, en la parte alta, el Hospital de S. Juan de Dios.
A Asclepio se lo representó al principio joven e imberbe, pero después fue
representado como un hombre maduro, con gesto amable y mirada serena, de pie
o sentado en su trono, con abundante barba, larga cabellera y una corona de
laurel, a veces, en alusión a su descendencia de Apolo, apoyando su mano
izquierda en un bastón, en el que figura una serpiente rampante enroscada,
símbolo de vida, ya que todos los años cambia de piel, la cual fue el atributo más
característico de este dios. En los santuarios de Asclepio/Esculapio, serpientes no
venenosas se arrastraban libremente por las habitaciones donde dormían los
enfermos y eran utilizadas (también perros) con fines medicinales por los
sacerdotes de los mismos para lamer sus heridas. Estas serpientes se introducían
en la fundación de cada nuevo Asclepeion. Otro de los animales que le estaban
consagrados fue el gallo -símbolo igualmente de vida al anunciar el día por la
mañana-, como se desprende de las últimas palabras dichas por Sócrates a Critón
antes de expirar tras tomarse la cicuta: “Critón, le debemos un gallo a Asclepio;
págaselo y no descuides este encargo”. (Fedón, 118b). La serpiente, el bastón y
la copa, que contenía la pócima con la que Asclepio curaba a los enfermos, son
actualmente el emblema de la Medicin.
EROS / CUPIDO
Desconocido para Homero, el poeta Hesíodo es el primero que nos habla de
Eros en su Teogonía (vv. 120-122). Según se recoge en esta, Eros surgió
directamente del Caos -igual que Gea, la Tierra, Urano, el Cielo, y Erebo,
el Inframundo-, como una de las fuerzas primigenias de la naturaleza encargada
de asegurar la continuidad de la especie y la cohesión interna del mismo, y, a
diferencia de lo que ocurrirá con los dioses primitivos, carecía de forma, de mito
y de culto. Uno de los lugares en que se sabe era venerado Eros desde tiempo
antiguo como divinidad de la naturaleza, bajo la forma de una piedra negra, fue
Tespis, en Beocia, donde posteriormente se celebraban en su honor, cada cinco
años, las fiestas Erotidias con concursos musicales y gimnásticos. La
personificación de Eros como dios del amor fue posterior, aunque antigua, y, en
calidad de tal, es acompañante habitual y acólito de Afrodita, al que esta recurre
para que intervenga en las conquistas amorosas que ella secunda -como, por
ejemplo, en el enamoramiento de Medea por Jasón en los Argonautas y de Dido
por Eneas en la Eneida-, y también en las que ella o él mismo (ver Apolo y
Dafne) desaprueban, utilizando en el primer caso una flecha de oro, que
despierta en el corazón de quien la recibe una pasión irresistible hacia la persona
amada, y, en el segundo, una de plomo, que produce un fuerte rechazo de esta al
enamorado acosador. Sus efectos, a este respecto, son tales, que nadie, sea un
dios o un mortal, puede eludirlos, como recoge Sófocles en su Antígona: “Eros,
invencible en la batalla,… nadie de ti puede escapar, ni entre los inmortales, ni
entre los humanos, efímeras criaturas” (vv. 525-528). Zeus, en efecto, Apolo y la
propia Afrodita fueron alcanzados por ellas. Aparte de esto, Eros propiciaba el
afecto y la amistad entre los hombres, lo cual explica que su imagen figurara en
los gimnasios, junto con las de Heracles y de Hermes, y que los lacedemonios y
los tebanos, entre otros, le ofrecieran sacrificios antes de las batallas
considerando que el buen resultado de las mismas dependía en gran medida del
valor y de la amistad y compañerismo entre los soldados.
Eros, no obstante, fue considerado siempre en la Hélade como una divinidad
menor y su culto en ella fue también reducido. En cambio, los poetas, artistas y
filósofos de la época clásica, sobre todo, lo tomaron como tema importante de
inspiración, personificando él para Sófocles y Eurípides, por ejemplo, el anhelo
amoroso que empuja a quien lo sufre a realizar acciones descontroladas en el
plano amoroso. Para Platón, a su vez, el cual lo hizo hijo de Poro y de Penia y le
erigió una estatua a la entrada de la Academia, Eros es la fuerza que cohesiona el
cosmos y el causante de todas las cosas buenas y bellas entre los humanos y en la
naturaleza en general y quien eleva el alma de las personas hacia el Bien y la
Belleza última, como vemos en su Banquete, en el cual seis de los participantes
en el simposio organizado en casa de Agatón elogian el papel de Eros en esa
línea. En la literatura tardía, Eros -Cupido para los romanos- tiene a su vez
amores con la joven y bellísima Psique, cuya versión más completa nos la ofrece
Apuleyo en su Metamorfosis o El asno de oro (Cap. V del libro cuarto al Cap. III
del libro sexto), de la cual presentamos aquí el siguiente resumen:
Cupido y Psique. Psique era la más joven de las tres hijas que tenía un rey de
Anatolia y poseía una belleza tan extraordinaria, que quienes la veían pasar,
llegados muchos de ellos de otros reinos y ciudades, pensaban que estaban
delante de la misma Afrodita y le ofrecían sacrificios y manjares como si de ella
se tratara. Debido a esto, se dejaron de frecuentar los templos de la diosa,
cayendo poco a poco en el olvido. Celosa por ello Venus e indignada por que
una joven mortal la hubiese desbancado, siendo ella la diosa de la belleza y del
amor, llamó a Cupido y le pidió que la vengara haciendo que Psique se
enamorara del hombre más feo, pobre y despreciable que encontrara en la
tierra. Cupido, sin embargo, cuando la vio, quedó igualmente prendado de su
hermosura y no llevó a cabo el mandato de su madre. Psique, entre tanto, seguía
siendo elogiada y venerada por un número cada vez mayor de admiradores,
pero, como ninguno de ellos, ya fuese de sangre real o de otra condición social,
le había pedido matrimonio, a diferencia de lo que le había sucedido a sus
hermanas, comenzó a sentirse, cada día más, triste y preocupada, al igual que
sus progenitores. Ante esto, su padre decidió ir a consultar el oráculo de Apolo
en Milesia, recibiendo de él la siguiente respuesta: “Viste a tu hija con ropa de
luto, como para enterrarla, y déjala sola sobre una piedra de una alta montaña:
No esperes un yerno de linaje mortal, sino un monstruo cruel y venenoso como
una serpiente, el cual, volando con sus alas, subyuga y enerva a quien alcanza
con sus flechas; el propio Júpiter y los demás dioses lo temen, por ello, y
también los ríos y lagos del infierno.” La respuesta de Apolo no fue interpretada
correctamente por el padre de Psique (en ella se aludía, en realidad, a Cupido),
por lo que, cuando decidió cumplir con lo dispuesto en el oráculo, el recorrido
efectuado por Psique hasta la roca indicada en él resultó sumamente penoso y
triste, especialmente para sus padres y todos los que la acompañaron,
pareciendo que la llevaban viva a enterrar y no a celebrar sus bodas.
5. AGRUPACIONES MENORES
LAS MUSAS
El número de las Ninfas es muy amplio y, según las partes de la naturaleza que
representan, podrían ser clasificadas así:
–Ninfas del elemento acuático, entre las que habría que destacar: las
Oceánicas o ninfas del Océano y del agua salada, en general, las cuales eran
consideradas hijas de Océano, como Calipso, la cual habitaba en la isla de
Ogigia, a donde llegó Ulises en su regreso a su patria Ítaca, reteniéndolo allí
durante diez años ; las 50 hijas de Nereo o Nereidas, que son las ninfas del
Mediterráneo, entre ellas, Tetis, madre de Aquiles, Anfitrite, esposa de Poseidón,
y Galatea, la cual, amada por el gigante Polifemo, fue transformada en río por
este por haber preferido al pastor Acis, a quien aquel dio muerte, por lo mismo,
arrojándole una gran piedra; Néfeles, ninfas de las nubes y las lluvias; y las
Náyades, que son las ninfas del agua dulce de los ríos, lagos, arroyos o pozos y
podían adoptar también el nombre del accidente geográfico concreto con el que
estuvieran especialmente relacionadas: Potámides, ninfas de los arroyos y
riachuelos; Creneas o Crénides, ninfas de las fuentes y pozos; Limnadas, ninfas
de los lagos; Heleades, ninfas de los pantanos y marismas; Pactólides, ninfas
del río Pactolo; Aqueloides, ninfas del río Aqueloo; Pegeas , ninfas de las
cascadas,… Las Náyades, como diosas del agua dulce, facilitaban mediante esta
la fertilidad y el crecimiento de las plantas, los animales y los seres humanos. Por
ello, en las bodas, que se solían celebrar en los ninfeos, como indicamos antes, el
rociado de la novia con agua de los mismos era uno de los ritos más importantes
y, tras aquellas, se las consideraba guardianas del matrimonio. Se creía, por otra
parte, que algunas fuentes tenían poderes oraculares, inspiradores o curativos,
recibidos de las ninfas que las protegían, por lo que muchos se acercaban a beber
el agua de las mismas para adquirir la inspiración profética o poética o para sanar
de sus dolencias.
Ninfas de las montañas y las grutas. Recibían el nombre genérico
de Oréades (en griego, Ὀρειάδες, derivado de ὄρος, ‘montaña’), pero a veces
también el de las montañas que habitaban, como Citerónides, por el monte
Citerón, Ideas, por el monte Ida, y Pelíades, por el Pelión. Las ninfas de las
montañas formaban el cortejo de Ártemis, a la cual acompañaban cuando recorría
estas o iba de caza. Eco era una oréade del monte Helicón y poseía una gran
belleza y facilidad de palabra. Merced a esta, un día en que Zeus se encontraba
solazándose con sus compañeras, cuando vio llegar a Hera, que acudió allí
molesta por las continuas infidelidades de su marido, Eco salió a su encuentro y
la entretuvo con largas y hermosas historias, dando tiempo, así, a aquel y a las
ninfas para ocultarse. Advertido por Hera el engaño del que había sido objeto,
castigó a Eco privándola de la capacidad de articular palabras y permitiéndole
que repitiera solo la última de las que le habían dicho sus
interlocutores. Profundamente apenada por esto, decidió retirarse a una gruta,
con la firme determinación de no volver a salir de ella, situada en un paraje que
solía frecuentar Narciso, hijo del dios Cefiso y de la ninfa Leiríope, el cual
poseía una belleza extraordinaria. Uno de los días que Narciso paseaba cerca de
la gruta donde se ocultaba Eco, cuando esta lo vio pasar, cautivada por su
hermosura lo siguió a distancia, pero, cuando él se percató de su presencia, la
rechazó como había hecho antes con los muchos jóvenes de ambos sexos que lo
habían pretendido. Molesto uno de estos por dicha actitud de Narciso, pidió a los
dioses que le hicieran experimentar a él lo mismo que ellos habían sufrido por su
causa. Némesis (la venganza) fue la encargada de ello. Así, en uno de los paseos
de Narciso por el bosque, le hizo sentir una gran sed de agua, lo que le impulsó a
buscar una fuente donde saciarla. Encontrada esta, cuando se inclinó para beber
agua de la misma, viendo su bella imagen reflejada en ella, la quiso besar y
abrazar, y, como no lo consiguió tras mucho intentarlo, dejó de comer y beber
muriendo allí días después de inanición. En aquel mismo lugar brotó después una
flor, a la que se dio su nombre: narciso.
Eco y Narciso (detalle), de John William Waterhouse, 1903, Walter Art Gallery, Liverpool (Inglaterra).
ESCILA y CARIBDIS
Después de esquivar a las Sirenas, Ulises y sus compañeros de viaje tuvieron
que enfrentarse a Escila y a Caribdis, dos terribles monstruos, también marinos,
que atacaban a los barcos y marineros que cruzaban el Estrecho de Mesina, según
la tradición más generalizada. Escila vivía en una gruta situada en la costa
suroeste de Italia, en la región de Calabria, y Caribdis, en otra que había bajo una
frondosa higuera, en la costa noreste de Sicilia, en la cual absorbía tres veces al
día gran cantidad de agua del mar produciéndose un remolino que succionaba a
los barcos y marineros que pasaban cerca de este, a los que ella vomitaba
después. El hecho de que una y otra se encontraran «a un tiro de flecha» dio
lugar después a la expresión: “Escapar de Escila para caer en Caribdis”,
equivalente a esta otra: «Huir del fuego para caer en las brasas”. Homero
describe a ambos monstruos así, igualmente en la Odisea (XII 74-110): “Y de la
otra parte hay dos cantiles: el uno alcanza el cielo anchuroso con su aguda
cima, y lo envuelve siempre una nube oscura… En la mitad del cantil, hay una
caverna sombría, que mira hacia poniente y el Érebo, hacia donde debéis dirigir,
glorioso Odiseo, la cóncava nave… Dentro de esta habita Escila, que lanza un
gañido terrible. Su voz suena como la de un perrillo pequeño, si bien ella es un
monstruo dañino. Nadie se alegraría al verla, ni aunque fuera un dios. Tiene
doce pies, todos colgantes, y seis cuellos muy largos y, al final de cada uno de
ellos, una espantosa cabeza con tres filas de dientes, espesos y apretados, llenos
de negra muerte. Hasta la mitad de su cuerpo está metida en la caverna hueca,
pero mantiene fuera sus cabezas y allí pesca, buscando ávida en torno al cantil,
delfines y focas y cualquier animal marino mayor que pueda agarrar, los cuales
cría innumerables la bramadora Anfitrite. Jamás los navegantes pueden jactarse
de haber escapado indemnes de ella, porque cada una de sus cabezas arrebata a
un hombre de su oscura nave, si se pone a su alcance. El otro cantil es más bajo,
bien lo verás, Odiseo, pues están tan cerca el uno del otro que incluso con una
flecha alcanzarías al opuesto. En él hay un cabrahígo grande, bien frondoso,
bajo el cual la divina Caribdis absorbe tres veces al día la oscura agua y, otras
tantas, la expulsa de modo espantoso. No te encuentres tú allí, cuando la
absorba, porque no te podría librar de la ruina ni siquiera el que agita la tierra;
mas, acercándote mucho al cantil de Escila, haz pasar con rapidez tu nave,
porque es mucho mejor echar de menos a seis compañeros en la nave que a
todos a la vez”.
EL MINOTAURO
Después de raptar Zeus, metamorfoseado en toro, a la bella Europa, hija de
Agenor, rey de Fenicia, llegó con ella sentada en su lomo nadando por el mar
hasta la isla de Creta, en donde le reveló su identidad y la poseyó debajo de un
plátano cerca de una fuente en Gortina (al sur de Cnossos). Posteriormente Zeus
casó a Europa con Asterión, rey de la isla, quien adoptó a los hijos de ambos,
Minos, Radamantis y Sarpedón, pues no los tenía propios. A la muerte de
Asterión, Minos, para poder acreditar ante sus hermanos y los ciudadanos
cretenses sus derechos al trono, pidió a Poseidón que hiciera salir del mar un
toro, al cual sacrificaría después en su honor. Así lo hizo el dios del mar; pero,
cuando Minos vio el espléndido toro blanco que aquel le había enviado, se olvidó
de la promesa que le había hecho y se lo quedó para su vacada, sacrificando en su
lugar otro de la misma. Poseidón, entonces, enojado con Minos, inspiró a su
esposa Pasifae un amor irresistible al citado toro, que ella satisfizo introducida en
una vaca hueca de madera cubierta con una piel de cuero, la cual había fabricado
para ella Dédalo, habilísimo arquitecto y artesano ateniense, que había emigrado
a Creta y estaba al servicio de Minos. De aquella unión antinatural nació el
Minotauro (o “toro de Minos”), un ser monstruoso con cabeza de toro y cuerpo
de hombre, el cual se alimentaba únicamente de carne humana. Avergonzado y
horrorizado Minos por todo esto, pidió a Dédalo que construyera un edificio para
encerrar en él al Minotauro, el cual fue llamado Laberinto y tenía una estructura
tan intrincada, compuesta de numerosos pasillos y corredores , que provocaba
irremisiblemente la pérdida a quien entraba en él.
MEDUSA
Medusa fue la más conocida y terrible de las tres Gorgonas, hijas de las
divinidades marinas Forcis y Ceto, y, a diferencia de sus hermanas, era mortal.
Las tres vivían en el confín occidental del mundo, no lejos del país de las
Hespérides, al que la tradición mayoritaria situaba cerca de la cordillera del Atlas
en el Norte de África al borde del Océano, el cual rodeaba al mundo. Según el
“Pseudo-Apolodoro” (Bibl. mitol. II, 4,2), “tenían cabezas rodeadas de escamas
de dragón, grandes colmillos como de jabalí, manos broncíneas y alas doradas,
con las que iban de un lugar a otro, y convertían en piedra a quien osara mirarlas
a los ojos”. En otra leyenda, de la que se hace eco Ovidio en
sus Metamorfosis (IV, 784), Medusa era una bella doncella, pero fue castigada
por Atenea transformando sus cabellos en serpientes por rivalizar con su belleza
o por haber tenido relaciones con Poseidón en un templo de ella. Por todo ello,
las tres Gorgonas eran objeto de espanto no solo para los humanos, sino también
para los inmortales. Solo Poseidón, por lo dicho antes, tuvo acceso a Medusa,
con la que engendró al caballo alado Pegaso, y el héroe Perseo, quien, ayudado
por Atenea y Hermes, consiguió darle muerte cortándole la cabeza con una hoz.
(ver Perseo.)
LA ESFINGE
Las esfinges fueron ideadas por los antiguos egipcios, que las representaron
al principio con rostro de varón y cuerpo de león y las consideraron símbolo de la
realeza y de la vida después de la muerte; de ahí, que figuraran en muchas
tumbas en forma de relieve. La escultura más grandiosa y antigua de este tipo es
la Gran Esfinge, la cual fue construida en la necrópolis de Guiza (a unos 20 km
del centro del Cairo) en el s. XXVI a. C., según los egiptólogos, representando
posiblemente su cabeza la del faraón Kefrén, y debió de formar parte del
complejo funerario del mismo, quien se hizo erigir, no lejos de aquella, la Gran
Pirámide, que lleva su nombre, donde fue enterrado. Posteriormente, algunas de
las esfinges tuvieron rostro femenino, como el de la reina-faraón Hatshepsut y el
de Nefertiti, esposa de Akenatón, e incluso de carneros, como las que
flanqueaban la gran avenida que unía el templo de Amón en Karnak y el de
Amón en Lúxor.
En la mitología griega, en cambio, la Esfinge -hija, según Hesíodo, de
la Quimera y de Ortro, perro terrible hermano de Can Cerbero-, era un monstruo
destructivo, al que se la representó con rostro y pecho de mujer, cuerpo de león y
alas de ave, el cual fue enviado por Hera a Tebas como castigo a su rey, Layo,
por haber raptado y violado al joven Crisipo, hijo de Pélope, rey de la polis de
Elis, en cuyo palacio había sido acogido de joven, tras ser desterrado de su
ciudad por sus primos Anfión y Zeto, y nombrado después tutor del mismo, y a
los tebanos, por no haberlo castigado por el rapto de Crisipo, cuando,
muertos los dos usurpadores, regresó a Tebas y asumió el poder en ella. La
Esfinge allí, situada en una roca de las afueras de la ciudad, planteaba a los
viajeros que pasaban por delante enigmas irresolubles, devorándolos después.
Solo Edipo consiguió resolver el suyo, cuando, al preguntarle: “¿Quién tiene voz
y cuatro, dos y tres pies?”, respondió: “El hombre” (quien, en los primeros meses
de vida, va a gatas, luego camina moviendo sus dos pies y, cuando es mayor, lo
hace ayudado por un bastón). La Esfinge, entonces, vencida, se lanzó al vacío y
pereció.
1.- El León de Nemea. Era este una bestia invencible, que causaba numerosos
estragos en el valle de Nemea, especialmente a los habitantes de Bembina. Su
guarida tenía dos accesos, por lo que resultaba muy difícil capturarla. Hércules
empezó por dispararle flechas, pero, al no conseguir matarla con ellas, cerró una
de las salidas de la caverna y la obligó después a entrar en ella. Dentro ambos de
la misma, viendo el león que no podía escapar por la otra salida, se volvió furioso
hacia Heracles para atacarlo, lo que fue aprovechado por este para golpearle
repetidamente el cráneo con su clava, y, cuando lo vio malherido, lo estranguló;
luego lo desolló y se puso su piel sobre los hombros e hizo de su cabeza una
especie de casco.
2.- La Hidra de Lerna. El segundo monstruo con el que tuvo que enfrentarse
Heracles fue una serpiente acuática dotada de un cuerpo enorme y de siete
cabezas, seis mortales y la del centro, inmortal, la cual vivía en el lago de Lerna,
en la costa occidental del Peloponeso, y causaba grandes destrozos en los
cultivos y en los rebaños de los alrededores. Para acabar con ella, Hércules llegó
hasta allí subido en un carro conducido por su sobrino Yolao, acompañante suyo
habitual, y, cuando consiguió hacer salir a la Hidra de su madriguera
disparándole flechas, se acercó a ella y la apresó; pero no conseguía matarla, ya
que, por cada cabeza que le cortaba, le crecían dos. A la vista de esto, pidió
ayuda a Yolao, quien, después de incendiar unos árboles cercanos, cogió del
fuego tizones candentes y quemó con ellos las cabezas mortales del monstruo
impidiendo así que se reprodujeran. Heracles, por su parte, cortó la cabeza
inmortal de la Hidea, la enterró y le puso encima una enorme piedra, tras haber
rociado sus flechas con su sangre, que era muy venenosa. Cuando Euristeo supo
cómo había realizado Heracles este trabajo, le dijo que no se le contaría, pues no
lo había superado solo, sino contando con la ayuda de Yolao.
3.- El Jabalí de Erimanto. Como tercer trabajo, Euristeo ordenó a Heracles que
le trajera vivo el gigantesco jabalí que tenía su guarida en el monte Erimanto, en
los confines de la Arcadia y de la Acaya, y asolaba cada día los campos cercanos
bajando de él. Al tener que cazarlo vivo, Heracles corría el riesgo de ser
despedazado por los colmillos del fiero animal en el forcejeo para capturarlo.
Llegado al lugar que solía frecuentar el jabalí, cuando lo vio entre unos
matorrales, lo espantó con grandes gritos y lo persiguió largo tiempo para
cansarlo dándole caza por fin en la cima del monte, cubierta entonces de espesa
nieve; después lo cargó sobre sus hombros y se lo llevó a Euristeo, quien lo
recibió metido en una tinaja por el terror que sintió al verlo.
5.- Las Aves del lago Estínfalo. Estas aves se habían refugiado en otro tiempo,
huyendo de los lobos, en un espeso bosque a orillas del lago Estínfalo, en la
Arcadia, y se habían multiplicado extraordinariamente. Dotadas de pico y zarpas
de cobre y de alas con plumas puntiagudas como flechas, devoraban las cosechas
y los frutos de los alrededores y mataban también a hombres y animales, por lo
que Euristeo le ordenó a Heracles que acabase con aquella plaga. El mayor
problema para él era cómo hacerlas salir de la espesura del bosque. Lo consiguió
haciendo sonar desde lo alto de una montaña cercana unos crótalos de bronce,
obra de Hefesto, que le había proporcionado Atenea, lo cual provocó que ellas,
asustadas e incapaces de soportar el ruido de los mismos, levantaran el vuelo,
circunstancia que aprovechó Heracles para atravesarlas con sus flechas.
6.- La limpieza de los Establos de Augias. Augias era rey de Élide y tenía
numerosos toros en sus establos, los cuales nunca habían sido limpiados. Euristeo
le impuso a Heracles este trabajo de carácter servil, para humillarlo, quien, antes
de emprenderlo, se presentó a Augias y, sin revelarle la orden de Euristeo, le dijo
que sacaría en un solo día todo el estiércol acumulado en ellos a cambio de la
décima parte de su vacada. Augias aceptó el trato, convencido de que Heracles
no lograría su propósito. Para Heracles, en cambio, esto no entrañó dificultad
alguna, pues, tras unir los ríos Alfeo y Penteo, que discurrían próximos, encauzó
su curso hasta los citados establos, consiguiendo así que la corriente sacara fuera
de ellos en poco tiempo el citado estiércol. Realizado este trabajo, Augias no
quiso entregar a Heracles la parte de su ganado que este le exigía, negando la
existencia del compromiso adquirido por él al respecto, y ordenó salir al punto al
héroe de su reino. Euristeo tampoco aceptó el trabajo entre los diez que le había
exigido en un principio, alegando que lo había hecho por salario o con la
promesa de recibirlo, al menos.
8.- Las Yeguas de Diomedes. Diomedes, hijo de Ares y de Cirene, era rey de los
belicosos bistones, en Tracia, y tenía cuatro yeguas (veinte, según otras
versiones), que comían en pesebres de bronce y estaban atadas con cadenas de
hierro por su ferocidad y su fuerza, a las cuales alimentaba con carne humana.
Euristeo mandó a Heracles que se las llevara vivas a Micenas. Llegado este a
Tracia, dio muerte a Diomedes en un enfrentamiento con él, luego troceó su
cuerpo y, una vez que hubo saciado el apetito de aquellas bestias con la carne de
quien las había acostumbrado a este tipo de alimento, consiguió domeñarlas.
Después las llevó a Euristeo, quien las soltó pronto, dirigiéndose entonces estas
al monte Olimpo, donde fueron devoradas por las fieras.
10.- Los Toros de Geríones. Como décimo trabajo, Euristeo mandó a Heracles
que le trajera de la isla de Eritia, situada en el Occidente extremo, los toros de
Geríones, el cual era hijo de Crisaor y de la oceánide Calírroe y tenía un cuerpo
de tres hombres fundidos en el vientre. Dichos toros, que eran de color rojo, los
cuidaba Euritión ayudado por Ortro, monstruoso perro de dos cabezas.
Para llegar allí, Heracles atravesó Europa y pasó por Libia dando muerte en su
camino a muchos animales salvajes y bandoleros que trataron de robarle, y, como
testimonio de su paso por Tartesos, erigió en el peñón de Kalpe (perteneciente a
Europa) y en el de Abila (en África), del estrecho de Gibraltar, sendas columnas,
denominadas por los romanos Columnas de Hércules, las cuales marcaban el fin
del mundo. Según los fenicios, los cuales querían evitarse competidores en el
comercio marítimo, más allá del Estrecho de Gibraltar no había nada (non plus
ultra), excepto el gran Océano (Atlántico) lleno de monstruos y peligros, los
cuales causaban la destrucción a quienes osaban adentrarse en él con sus naves.
Cristóbal Colón desmentiría después dicha creencia al descubrir un nuevo mundo
tras surcar sus naves el citado Océano. Y como los gastos de dicho viaje fueron
sufragados por la reina Isabel de Castilla, las citadas columnas figuraron, por vez
primera en tiempos de su hijo Carlos I, en el escudo español con el lema Plus
Ultra, sin el non, como es lógico. El actual es de 1981.
Ya en Eritia, Heracles pasó la noche en el monte Abas, en donde fue descubierto
y atacado por el perro Ortro, al que dio muerte con su maza, así como a Euritión,
que había acudido en su ayuda. También mató de un flechazo a Gerión, quien,
informado de lo sucedido por Menetes, que apacentaba cerca de allí las vacas de
Helios, había perseguido y alcanzado a Heracles cerca del río
Antemunte. Después este inició su viaje de regreso por las costas de Iberia, la
Galia, Italia y Sicilia, en donde sufrió ataques parecidos a los del viaje de ida, y,
cuando llegó a Micenas, entregó a Euristeo lo que le quedaba del rebaño de
Geríones.
Las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. Cuando Hera se casó con
Zeus, Gea (la Tierra) le entregó como regalo de bodas unas manzanas de oro, que
aquella, encontrándolas maravillosas, mandó sembrar en el Jardín de las
Hespérides, situado, según una versión, al pie del monte Atlas, en el norte de
África, cuya custodia fue confiada por Hera primero a tres ninfas y,
posteriormente, también al dragón Ladón por no fiarse de ellas, el cual era
inmortal y estaba dotado de cien cabezas. Habiendo recibido Heracles el encargo
de Euristeo de traerle tres de las citadas manzanas, en la expedición que organizó
con tal motivo, Prometeo, agradecido por haber sido liberado por él de sus
cadenas en su paso por la cima del Cáucaso, le indicó que solo el gigante Atlas -
que sostenía cerca del mismo la bóvedas celeste sobre sus hombros como castigo
por haber participado en la Gigantomaquia contra Zeus-, podía penetrar en el
Jardín. Según el consejo recibido, cuando Heracles llegó allí, le propuso a Atlas
que entrara en aquel y le cogiera tres manzanas, mientras él sostenía la bóveda
celeste en su lugar. Así lo hizo Atlas, pero, al salir del jardín, le dijo a Heracles
que él mismo llevaría las manzanas a Euristeo. Heracles entonces le pidió que le
permitiera ponerse en sus hombros unas almohadillas para poder soportar una
carga tan pesada, pero, cuando se vio libre de ella, agarró las manzanas que el
gigante había dejado en el suelo y salió corriendo de allí. Según otra versión, fue
Heracles quien entró en el jardín y robó las manzanas después de matar al dragón
Ladón, que las custodiaba. Cuando Euristeo las recibió, no supo qué hacer con
ellas y se las devolvió a Heracles, quien las entregó a Atenea, la cual las restituyó
al Jardín de las Hespérides, único lugar donde debían estar, según ella.
PERSEO
Perseo fue hijo de Zeus y de Dánae, hija, a su vez, de Acrisio, rey de Argos.
Cuando supo por el oráculo de Delfos que, si su hija tenía un niño, este lo
mataría a él después, la encerró en una cámara de paredes de bronce y la hizo
vigilar de día y de noche. Esto, sin embargo, no fue un obstáculo para Zeus, que,
enamorado de ella, la poseyó metamorfoseado en lluvia de oro y nueve meses
después Dánae dio a luz a Perseo, al cual crió en secreto. Enterado Acrisio de la
existencia del niño al oír su llanto, fue adonde estaba Dánae y, no creyéndose su
relato sobre la concepción del mismo, metió a ambos en un cofre y lo arrojó al
mar. Llevado este por las olas a la isla de Séfiros, lo recogió allí el pescador
Dictis, hermano del tirano Polidectes, quien, nada más ver a Dánae , quedó
prendado de su belleza. Pero ni ella ni Perseo, ya adolescente, estaban dispuestos
a secundar los deseos de Polidectes. Así las cosas, un día Perseo, en el curso de
un banquete, prometió a Polidectes que le traería la cabeza de la gorgona
Medusa. Las Gorgonas eran tres monstruos con cabellos de serpientes, que
transformaban en piedra a todo aquel que las miraba de frente, de las cuales sólo
Medusa era mortal. Convencido, pues, Polidectes de que Perseo no superaría la
empresa, para librarse de él y eliminar así uno de los obstáculos que le impedían
acceder a su madre, le pidió que cumpliera con lo prometido.
AQUILES
Fue hijo de Peleo, rey de Ftía (pequeño país de Tesalia), y de la nereida Tetis.
Recién nacido, su madre lo sumergió en las aguas del río Estigia, que volvían
invulnerable la parte del cuerpo bañada en ellas, y, como, al hacerlo, sujetó al
niño por el talón, éste quedó sin mojar, siendo su único punto vulnerable. Aquiles
fue educado por el centauro Quirón, y, cuando llegó a la adolescencia, participó
en la Guerra de Troya, en la que pronto se reveló como el más brillante de los
jefes griegos. En el décimo año de la misma, se negó a combatir con ellos,
irritado contra Agamenón (este es el tema de la Ilíada, de Homero) por haberle
arrebatado a su esclava Briseida, después que éste se hubiera visto obligado a
devolver la suya, Criseida, a su padre Crises, sacerdote de Apolo, el cual, a
petición suya, había provocado una peste devastadora en el ejército griego.
Debido a esto, se sucedieron las derrotas de los griegos, ante lo cual Patroclo,
amigo de Aquiles, le pidió sus armas y los Mirmidones para luchar contra los
troyanos, y, tras conseguir algunos éxitos sobre estos, que lo confundieron con
Aquiles, fue muerto por Héctor. Lleno de ira y de dolor por la muerte de su
amigo entrañable, y sólo por esto, Aquiles volvió al combate, causando
nuevamente grandes estragos en el ejército enemigo y la muerte, entre otros, de
Héctor, cuyo cuerpo arrastró después atado a su carro por los talones alrededor
de la pira funeraria de Patroclo y, luego, por delante de las murallas de Troya.
Recriminada su conducta por los dioses por su falta de respeto a los muertos,
entregó, en una emotiva escena, el cuerpo de Héctor a su padre Príamo, rey de
Troya, para que le rindiera las debidas honras fúnebres. Con ellas concluye
la Ilíada. El final de Troya y la muerte de Aquiles, a manos de Paris, que le
atravesó el talón con una flecha, se narran en otros poemas, algunos de ellos
perdidos.
ULISES
Hijo de Laertes, rey de la isla de Ítaca, y de Anticlea, nieta de Hermes, llegado
a la edad adulta, su padre abdicó en favor de él y, cuando se declaró la guerra de
Troya, partió para esta al frente de doce naves, en la que realizó numerosas
proezas guerreras. Homero atribuye Ulises como principales características la
astucia y una gran fuerza. Él fue quien sugirió construir el caballo de madera, con
el que los griegos lograron, después de diez años de asedio, entrar en Troya y
destruirla. (En la Eneida de Virgilio, libro II, se describe dicha conquista).
Destruida Troya, en el viaje de regreso a Ítaca, Ulises tuvo que afrontar
numerosas aventuras y peligros -provocados por Poseidón, enojado contra él por
haber dejado ciego a su hijo Polifemo-, los cuales se narran en la Odisea, de
Homero, de los que resaltaríamos: 1) el episodio en la caverna del gigante
Polifemo, al que, después de emborracharlo, le quemó con un palo candente el
único ojo que tenía en medio de la frente, como los otros Cíclopes; 2) el
enfrentamiento con los Lestrigones, los cuales hundieron todas sus naves y la
tripulación, excepto la suya; 3) el paso de ésta, indemne, por la isla de las Sirenas
y por el estrecho de Mesina, entre Escila y Caribdis (ver Escila y Caribdis); 4)
el naufragio sufrido tras zarpar de la isla de Trinacria, en el que perecieron los
compañeros que le quedaban; 5) su estancia en la isla de Ogigia, cuyo único
habitante era la ninfa Calipso, que, enamorada de él, lo retuvo allí siete años, y la
posterior en la isla de los Feacios, los cuales le proporcionaron la nave con la
que llegó, por fin, a Ítaca, después de una larga ausencia de ella de veinte años.
En su palacio, adonde llegó disfrazado de mendigo por consejo de Atenea, no lo
reconoció nadie, salvo su viejo perro moribundo Argos. Tampoco lo hizo su
esposa, Penélope, quien, esperando que aquel regresara algún día, había dado
largas a los numerosos pretendientes, instalados en el, diciéndoles que elegiría
esposo cuando terminara el sudario de Laertes, el cual nunca se terminaba, pues
lo que tejía de día lo destejía de noche. Tras manifestarse Ulises a su hijo
Telémaco, este organizó, a instancias suyas, una prueba de tiro con arco, la cual
no consiguió superar ninguno de los arrogantes pretendientes de su madre.
Entonces Ulises, que se encontraba entre ellos con pinta de mendigo harapiento,
solicitó participar en ella, provocando las lógicas carcajadas y rechiflas de ellos.
Empuñado, sin embargo, su viejo arco, la primera flecha propulsada por él se
clavó en el centro mismo de la diana, lo que provocó que todos echaran a correr
al punto despavoridos, conscientes de que el mendigo en cuestión era el propio
Ulises; pero, antes de que consiguieran escapar, fueron alcanzados y muertos por
sus certeros disparos y los de los suyos. De este modo, Ulises recuperó el trono
de Ítaca y a su fiel esposa.
http://temasdeculturaclasica.com/dioses-semidioses-y-heroes-de-la-mitologia-grecorromana/
https://educacion.uncomo.com/articulo/cuales-son-los-principales-dioses-romanos-
45752.html