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En lo social, Carlos III dispuso leyes contra vagos y mendigos, a los que
enroló al servicio de la Armada española. Dentro del espíritu del Despotismo
Ilustrado (gobierno para el pueblo pero sin el pueblo) se desarrolló una
política de acogida social para huérfanos y ancianos en asilos, así como varias
disposiciones encaminadas a educar al pueblo en las buenas costumbres:
prohibición de portar armas de fuego, del juego en sitios públicos (tan sólo
se permitía la práctica del billar, el ajedrez, las damas y el chaquete). Una de
las medidas más efectivas y de mayor repercusión fueron las medidas
adoptadas en el saneamiento de las ciudades, y en especial en Madrid como
capital del reino, la cual fue empedrada y alumbrada como correspondía a su
rango.
En esta primera etapa de la política interior de Carlos III hubo cambios dentro
del poderoso estamento eclesiástico. Las leyes que se adoptaron tuvieron el
objetivo de limar los privilegios. Entre otras disposiciones se acordaron las
siguientes: que los sacerdotes se restituyesen a sus respectivas iglesias y
domicilios; que los prelados cuidaran de la educación de sus feligreses, tanto
en lo moral como en lo social; se limitó la autoridad de los jueces diocesanos,
prohibiéndoseles juzgar casos civiles sin permiso de las autoridades
seculares; se suprimieron y refundieron gran cantidad de cofradías inútiles;
y por último, se dispuso que todos aquellos bienes donados a la Iglesia por
parte de los legos quedaran sujetos, a perpetuidad, a los impuestos y títulos
regios, en un claro intento de frenar los enormes beneficios fiscales de que
gozaba todo el estamento eclesiástico en España.
Realmente, el motín tuvo unas causas más profundas que la mera revuelta
de una ciudad contra el primer ministro. Desde la llegada de la dinastía
borbónica se venía produciendo una lucha soterrada entre la burguesía y la
nobleza por detentar el poder. Precisamente, era esta última la más
perjudicada con todas las medidas reformistas impuestas. Tanto la nobleza
como el clero vieron perjudicados sus intereses y su independencia
económica y política, por lo que indujeron al pueblo a la revuelta. Hoy en día
se mantiene que hubo un plan organizado que utilizó el pretexto de las
medidas adoptadas por Esquilache para manifestarse y luchar contra la obra
del gobierno, como se demostró por la propagación de la revuelta en otras
ciudades y villas de España. El motín no significó un frenazo a las reformas
ilustradas, pero sí que éstas pasaron a aplicarse con más cautela y tino, pero
siempre con eficacia por el nuevo equipo formado por el sucesor de
Esquilache, elconde de Aranda.
En los demás aspectos del país, las reformas se aceleraron. Para difundir
dichos cambios, surgieron, como ya hemos dicho más arriba, las "Sociedades
Económicas de Amigos del País", que contribuyeron a la realización de los
cambios a través de dos vías: agrupando legalmente a todas las personas
interesadas en la renovación; y constituyendo organismos, dirigidos desde
Madrid, encargados de estudiar los proyectos propuestos. Las medidas de
política agraria se encaminaron a favorecer la división de los latifundios y los
repartos comunales de tierras no cultivados, así como su posterior cercado.
Se permitió cercar olivares y huertas. Se prohibió a los señores expulsar a
los arrendatarios de sus tierras de forma arbitraria. Se dictaron disposiciones
para limitar los privilegios de la Mesta. En el año 1788 se dictó la importante
medida que prohibía el establecimiento de nuevos mayorazgos. La medida
más ambiciosa de este período, y que resaltaba el deseo de la Corona por
aprovechar al máximo las tierras, fue el intento de repoblar Sierra Morena,
para lo cual se permitió el asiento de 6.000 colonos, católicos, flamencos y
alemanes. Para el proyecto fue encargado Pablo de Olavide. La primera
población fue llamada La Carolina, en honor del rey. En el año 1775 se
contaba ya con quince nuevas poblaciones. El proyecto se paralizó al caer en
desgracia su ejecutor, Pablo de Olavide.
Fue en este período cuando las obras públicas adquirieron un relieve y nivel
jamás alcanzado, tanto cualitativa como cuantitativamente. Se realizaron los
canales Imperial de Aragón y del Manzanares, entre otros muchos. Se
construyeron trescientos veintidós puentes en todo el reino, además del
trazado de caminos y carreteras necesarios para la articulación del comercio
y transportes del interior. Se constituyó un servicio regular y oficial de correos
y de diligencias. La capital del reino fue la más beneficiada en cuanto a
remodelaciones viarias y arquitectónicas; logró un embellecimiento y
dignidad considerable: la Puerta de Alcalá, el Museo del Prado, la Academia
de San Fernando, etc.
Política exterior
El poderío inglés era tan grande que ni las operaciones militares conjuntas,
ni el bloqueo comercial a Inglaterra dieron los resultados apetecidos. Los
ingleses se apoderaron de La Habana y de Manila. La Paz de París, firmada
en el año 1763, cerró temporalmente las hostilidades, y resultó poco
beneficiosa para España, pero aún más desastrosa para Francia. España pudo
recuperar Manila y La Habana y recibir de Francia, como compensación, la
Luisiana. La posición de España en América quedó seriamente dañada y tuvo
que realizar en adelante redoblados esfuerzos contra el expansionismo
británico, cada vez más agresivo y descarado en las posesiones españolas.
Las casi tres décadas que duró el reinado de Carlos III representaron un
paréntesis abierto en medio del proceso continuo de decadencia que venía
padeciendo la monarquía española. Prueba de todo ello fue el rápido declinar
de tanta prosperidad a la muerte de este magnífico rey. Carlos III hizo
penetrar en España los presupuestos y mentalidad que imperaban en la
Europa ilustrada, elevando el nivel del reino al rango de primera potencia.
España pudo mostrar, por última vez, su poderío, no sólo en cuanto a
extensiones territoriales, sino también por el tono cultural y europeo que
imprimieron a sus iniciativas los sucesivos ministros de los que se sirvió.
Carlos III fue el perfecto representante (comparable a sus gloriosos
contemporáneos Federico II de Prusia y José II de Austria) del déspota
benévolo e ilustrado que intentó implantar, en varias ocasiones, reformas
excelentes, pero ajenas y difíciles de arraigar en la sociedad tradicional que
gobernaba. En muchos sentidos, Carlos III fue modelo de los numerosos
liberales españoles que vivirían en los dos siglos posteriores.
La política interior del reinado de Carlos III puede, muy bien, dividirse en dos
etapas separadas por el famoso Motín de Esquilache, acaecido el 23 de marzo
de 1766.
En lo social, Carlos III dispuso leyes contra vagos y mendigos, a los que
enroló al servicio de la Armada española. Dentro del espíritu del Despotismo
Ilustrado (gobierno para el pueblo pero sin el pueblo) se desarrolló una
política de acogida social para huérfanos y ancianos en asilos, así como varias
disposiciones encaminadas a educar al pueblo en las buenas costumbres:
prohibición de portar armas de fuego, del juego en sitios públicos (tan sólo
se permitía la práctica del billar, el ajedrez, las damas y el chaquete). Una de
las medidas más efectivas y de mayor repercusión fueron las medidas
adoptadas en el saneamiento de las ciudades, y en especial en Madrid como
capital del reino, la cual fue empedrada y alumbrada como correspondía a su
rango.
En esta primera etapa de la política interior de Carlos III hubo cambios dentro
del poderoso estamento eclesiástico. Las leyes que se adoptaron tuvieron el
objetivo de limar los privilegios. Entre otras disposiciones se acordaron las
siguientes: que los sacerdotes se restituyesen a sus respectivas iglesias y
domicilios; que los prelados cuidaran de la educación de sus feligreses, tanto
en lo moral como en lo social; se limitó la autoridad de los jueces diocesanos,
prohibiéndoseles juzgar casos civiles sin permiso de las autoridades
seculares; se suprimieron y refundieron gran cantidad de cofradías inútiles;
y por último, se dispuso que todos aquellos bienes donados a la Iglesia por
parte de los legos quedaran sujetos, a perpetuidad, a los impuestos y títulos
regios, en un claro intento de frenar los enormes beneficios fiscales de que
gozaba todo el estamento eclesiástico en España.
Realmente, el motín tuvo unas causas más profundas que la mera revuelta
de una ciudad contra el primer ministro. Desde la llegada de la dinastía
borbónica se venía produciendo una lucha soterrada entre la burguesía y la
nobleza por detentar el poder. Precisamente, era esta última la más
perjudicada con todas las medidas reformistas impuestas. Tanto la nobleza
como el clero vieron perjudicados sus intereses y su independencia
económica y política, por lo que indujeron al pueblo a la revuelta. Hoy en día
se mantiene que hubo un plan organizado que utilizó el pretexto de las
medidas adoptadas por Esquilache para manifestarse y luchar contra la obra
del gobierno, como se demostró por la propagación de la revuelta en otras
ciudades y villas de España. El motín no significó un frenazo a las reformas
ilustradas, pero sí que éstas pasaron a aplicarse con más cautela y tino, pero
siempre con eficacia por el nuevo equipo formado por el sucesor de
Esquilache, elconde de Aranda.
En los demás aspectos del país, las reformas se aceleraron. Para difundir
dichos cambios, surgieron, como ya hemos dicho más arriba, las "Sociedades
Económicas de Amigos del País", que contribuyeron a la realización de los
cambios a través de dos vías: agrupando legalmente a todas las personas
interesadas en la renovación; y constituyendo organismos, dirigidos desde
Madrid, encargados de estudiar los proyectos propuestos. Las medidas de
política agraria se encaminaron a favorecer la división de los latifundios y los
repartos comunales de tierras no cultivados, así como su posterior cercado.
Se permitió cercar olivares y huertas. Se prohibió a los señores expulsar a
los arrendatarios de sus tierras de forma arbitraria. Se dictaron disposiciones
para limitar los privilegios de la Mesta. En el año 1788 se dictó la importante
medida que prohibía el establecimiento de nuevos mayorazgos. La medida
más ambiciosa de este período, y que resaltaba el deseo de la Corona por
aprovechar al máximo las tierras, fue el intento de repoblar Sierra Morena,
para lo cual se permitió el asiento de 6.000 colonos, católicos, flamencos y
alemanes. Para el proyecto fue encargado Pablo de Olavide. La primera
población fue llamada La Carolina, en honor del rey. En el año 1775 se
contaba ya con quince nuevas poblaciones. El proyecto se paralizó al caer en
desgracia su ejecutor, Pablo de Olavide.
Fue en este período cuando las obras públicas adquirieron un relieve y nivel
jamás alcanzado, tanto cualitativa como cuantitativamente. Se realizaron los
canales Imperial de Aragón y del Manzanares, entre otros muchos. Se
construyeron trescientos veintidós puentes en todo el reino, además del
trazado de caminos y carreteras necesarios para la articulación del comercio
y transportes del interior. Se constituyó un servicio regular y oficial de correos
y de diligencias. La capital del reino fue la más beneficiada en cuanto a
remodelaciones viarias y arquitectónicas; logró un embellecimiento y
dignidad considerable: la Puerta de Alcalá, el Museo del Prado, la Academia
de San Fernando, etc.
Política exterior
El poderío inglés era tan grande que ni las operaciones militares conjuntas,
ni el bloqueo comercial a Inglaterra dieron los resultados apetecidos. Los
ingleses se apoderaron de La Habana y de Manila. La Paz de París, firmada
en el año 1763, cerró temporalmente las hostilidades, y resultó poco
beneficiosa para España, pero aún más desastrosa para Francia. España pudo
recuperar Manila y La Habana y recibir de Francia, como compensación, la
Luisiana. La posición de España en América quedó seriamente dañada y tuvo
que realizar en adelante redoblados esfuerzos contra el expansionismo
británico, cada vez más agresivo y descarado en las posesiones españolas.
Las casi tres décadas que duró el reinado de Carlos III representaron un
paréntesis abierto en medio del proceso continuo de decadencia que venía
padeciendo la monarquía española. Prueba de todo ello fue el rápido declinar
de tanta prosperidad a la muerte de este magnífico rey. Carlos III hizo
penetrar en España los presupuestos y mentalidad que imperaban en la
Europa ilustrada, elevando el nivel del reino al rango de primera potencia.
España pudo mostrar, por última vez, su poderío, no sólo en cuanto a
extensiones territoriales, sino también por el tono cultural y europeo que
imprimieron a sus iniciativas los sucesivos ministros de los que se sirvió.
Carlos III fue el perfecto representante (comparable a sus gloriosos
contemporáneos Federico II de Prusia y José II de Austria) del déspota
benévolo e ilustrado que intentó implantar, en varias ocasiones, reformas
excelentes, pero ajenas y difíciles de arraigar en la sociedad tradicional que
gobernaba. En muchos sentidos, Carlos III fue modelo de los numerosos
liberales españoles que vivirían en los dos siglos posteriores.
La política interior del reinado de Carlos III puede, muy bien, dividirse en dos
etapas separadas por el famoso Motín de Esquilache, acaecido el 23 de marzo
de 1766.
En lo social, Carlos III dispuso leyes contra vagos y mendigos, a los que
enroló al servicio de la Armada española. Dentro del espíritu del Despotismo
Ilustrado (gobierno para el pueblo pero sin el pueblo) se desarrolló una
política de acogida social para huérfanos y ancianos en asilos, así como varias
disposiciones encaminadas a educar al pueblo en las buenas costumbres:
prohibición de portar armas de fuego, del juego en sitios públicos (tan sólo
se permitía la práctica del billar, el ajedrez, las damas y el chaquete). Una de
las medidas más efectivas y de mayor repercusión fueron las medidas
adoptadas en el saneamiento de las ciudades, y en especial en Madrid como
capital del reino, la cual fue empedrada y alumbrada como correspondía a su
rango.
En esta primera etapa de la política interior de Carlos III hubo cambios dentro
del poderoso estamento eclesiástico. Las leyes que se adoptaron tuvieron el
objetivo de limar los privilegios. Entre otras disposiciones se acordaron las
siguientes: que los sacerdotes se restituyesen a sus respectivas iglesias y
domicilios; que los prelados cuidaran de la educación de sus feligreses, tanto
en lo moral como en lo social; se limitó la autoridad de los jueces diocesanos,
prohibiéndoseles juzgar casos civiles sin permiso de las autoridades
seculares; se suprimieron y refundieron gran cantidad de cofradías inútiles;
y por último, se dispuso que todos aquellos bienes donados a la Iglesia por
parte de los legos quedaran sujetos, a perpetuidad, a los impuestos y títulos
regios, en un claro intento de frenar los enormes beneficios fiscales de que
gozaba todo el estamento eclesiástico en España.
Realmente, el motín tuvo unas causas más profundas que la mera revuelta
de una ciudad contra el primer ministro. Desde la llegada de la dinastía
borbónica se venía produciendo una lucha soterrada entre la burguesía y la
nobleza por detentar el poder. Precisamente, era esta última la más
perjudicada con todas las medidas reformistas impuestas. Tanto la nobleza
como el clero vieron perjudicados sus intereses y su independencia
económica y política, por lo que indujeron al pueblo a la revuelta. Hoy en día
se mantiene que hubo un plan organizado que utilizó el pretexto de las
medidas adoptadas por Esquilache para manifestarse y luchar contra la obra
del gobierno, como se demostró por la propagación de la revuelta en otras
ciudades y villas de España. El motín no significó un frenazo a las reformas
ilustradas, pero sí que éstas pasaron a aplicarse con más cautela y tino, pero
siempre con eficacia por el nuevo equipo formado por el sucesor de
Esquilache, elconde de Aranda.
En los demás aspectos del país, las reformas se aceleraron. Para difundir
dichos cambios, surgieron, como ya hemos dicho más arriba, las "Sociedades
Económicas de Amigos del País", que contribuyeron a la realización de los
cambios a través de dos vías: agrupando legalmente a todas las personas
interesadas en la renovación; y constituyendo organismos, dirigidos desde
Madrid, encargados de estudiar los proyectos propuestos. Las medidas de
política agraria se encaminaron a favorecer la división de los latifundios y los
repartos comunales de tierras no cultivados, así como su posterior cercado.
Se permitió cercar olivares y huertas. Se prohibió a los señores expulsar a
los arrendatarios de sus tierras de forma arbitraria. Se dictaron disposiciones
para limitar los privilegios de la Mesta. En el año 1788 se dictó la importante
medida que prohibía el establecimiento de nuevos mayorazgos. La medida
más ambiciosa de este período, y que resaltaba el deseo de la Corona por
aprovechar al máximo las tierras, fue el intento de repoblar Sierra Morena,
para lo cual se permitió el asiento de 6.000 colonos, católicos, flamencos y
alemanes. Para el proyecto fue encargado Pablo de Olavide. La primera
población fue llamada La Carolina, en honor del rey. En el año 1775 se
contaba ya con quince nuevas poblaciones. El proyecto se paralizó al caer en
desgracia su ejecutor, Pablo de Olavide.
Fue en este período cuando las obras públicas adquirieron un relieve y nivel
jamás alcanzado, tanto cualitativa como cuantitativamente. Se realizaron los
canales Imperial de Aragón y del Manzanares, entre otros muchos. Se
construyeron trescientos veintidós puentes en todo el reino, además del
trazado de caminos y carreteras necesarios para la articulación del comercio
y transportes del interior. Se constituyó un servicio regular y oficial de correos
y de diligencias. La capital del reino fue la más beneficiada en cuanto a
remodelaciones viarias y arquitectónicas; logró un embellecimiento y
dignidad considerable: la Puerta de Alcalá, el Museo del Prado, la Academia
de San Fernando, etc.
Política exterior
El poderío inglés era tan grande que ni las operaciones militares conjuntas,
ni el bloqueo comercial a Inglaterra dieron los resultados apetecidos. Los
ingleses se apoderaron de La Habana y de Manila. La Paz de París, firmada
en el año 1763, cerró temporalmente las hostilidades, y resultó poco
beneficiosa para España, pero aún más desastrosa para Francia. España pudo
recuperar Manila y La Habana y recibir de Francia, como compensación, la
Luisiana. La posición de España en América quedó seriamente dañada y tuvo
que realizar en adelante redoblados esfuerzos contra el expansionismo
británico, cada vez más agresivo y descarado en las posesiones españolas.
Las casi tres décadas que duró el reinado de Carlos III representaron un
paréntesis abierto en medio del proceso continuo de decadencia que venía
padeciendo la monarquía española. Prueba de todo ello fue el rápido declinar
de tanta prosperidad a la muerte de este magnífico rey. Carlos III hizo
penetrar en España los presupuestos y mentalidad que imperaban en la
Europa ilustrada, elevando el nivel del reino al rango de primera potencia.
España pudo mostrar, por última vez, su poderío, no sólo en cuanto a
extensiones territoriales, sino también por el tono cultural y europeo que
imprimieron a sus iniciativas los sucesivos ministros de los que se sirvió.
Carlos III fue el perfecto representante (comparable a sus gloriosos
contemporáneos Federico II de Prusia y José II de Austria) del déspota
benévolo e ilustrado que intentó implantar, en varias ocasiones, reformas
excelentes, pero ajenas y difíciles de arraigar en la sociedad tradicional que
gobernaba. En muchos sentidos, Carlos III fue modelo de los numerosos
liberales españoles que vivirían en los dos siglos posteriores.