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EL LAPIZ

¿Mi nombre? ¿Qué importa algo como eso en este tipo de mundo?...

Como no me queda mucho tiempo comenzaré a narrar desde el principio como arruiné mi
felicidad en el momento en que decidí despertar mi diferencia.

Nunca, en toda mi vida cuestioné nada, quizás porque fui adoctrinado para no hacerlo… Cada día
era siempre igual al otro en una rutina lo suficientemente fuerte como para matar cualquier
pensamiento o deseo individual.

Cuando niño asistía a la escuela cada semana desde las seis de la mañana hasta las diez de la
noche, luego debía ir a dormir para no ser castigado por el encargado del cuidado de nuestra
sección, a la mañana siguiente la doctrina incansable volvía a comenzar.

A los doce años me liberé de ir a la escuela, mi profesor había decidido que por mis habilidades ya
estaba listo para comenzar a trabajar en la “Oficina administrativa por la comunidad” (OAC).
Inocentemente estaba muy emocionado, casi eufórico, pero ¿De qué? Sonreía con tanta pasión a
pesar de que se me había destinado el empleo que cumpliría hasta el final de mis días, hasta que
ningún avance medico fuese capaz de forzar mi cuerpo, hasta que la igualdad se terminara de
desvanecer.

Pensándolo bien no sé por qué lo hice, tal vez el sistema de condicionamiento no era perfecto
después de todo o quizás la ambición de mi alma fue más fuerte que los valores inculcados.

Cuando tenía poco más de veintiocho años hice el descubrimiento que ahora está a punto de
terminar con mi vida ¿Quién diría que algo tan pequeño pudiese matar a alguien?

Eran las diez de la noche, el trabajo había terminado y


debía llegar pronto a esa pequeña, solitaria y oscura
habitación que me obligaban a llamar hogar para dormir
y esperar dentro del sueño del próximo día. Pero algo
cambió mi rutina por primera vez, no pude dormir, por
más que lo intentase seguía despierto. Sentía dentro del
pensamiento que mi casa me encerraba, la claustrofobia
consumió mi mente y la inundó con el desagradable
insomnio tanto poco común en nuestro mundo.
Entonces en un impulso de rebeldía venido tal vez de un
sutil deseo de libertad me levanté de mi cama y caminé
alrededor de aquellos seis metros cuadrados, de esos seis mil centímetros cuadrados de
independencia, tratando de encontrar entre estos alguna razón que le diese sentido a mi
existencia. Fue mientras cometía el delito que lo noté, una de las mil doscientas baldosas de diez
centímetro cuadrados que forraban el contorno de mi “hogar” estaba levemente fuera de su lugar,
esa pieza era la única diferente en una infinidad de mil doscientos fragmentos exactamente mente
iguales, un simple adorno se atrevía a romper su uniformidad mientras yo, trataba con
desesperación de encerrar mi pensamiento.

Con la curiosidad como guía me acerqué y levanté la pieza para descubrir bajo esta un objeto
desconocido que con facilidad se confundía con la oscuridad.

Mi corazón latía con violencia mientras el sentimiento de la culpa recorría mi espalda convertido
en frío sudor de criminal consiente de sus acciones.

Con el descubrimiento sobre mi temerosa mano izquierda escuché con cuidado las afueras para
saber si alguno de los guardias nocturnos estaba cerca. Con júbilo comprendí que estaba solo y
encendí la solitaria luz amarilla de mi cuarto. Entonces sorprendido conocí que aquello que estaba
escondido era un lápiz, ¡Un lápiz! Jamás había podido ver uno antes, los lápices estaban
prohibidos desde la revolución del xxxx que dio origen a nuestro país, el solo hecho de verlo era de
por si un delito que fácilmente podría costar mi vida. Lo dejé sobre mi cama y con más emoción
que miedo lo analicé; era de color negro, cilíndrico de unos doce centímetros, y su punta sin lugar
a dudas era de grafito, estaba bastante desgastado lo que daba la impresión de que era una
pequeña parte de una olvidada historia. ¡Ah! ¡Como admiré esa pequeña pieza de libertad! Sin
embargo, en ese momento los valores absolutistas que de niño había sido obligado a seguir fueron
más fuertes que mi humanidad.

Pasaron alrededor de cuatro días lápiz seguía allí, en mi habitación, inmóvil, observándome cada
noche con su no mirada expectante por ser utilizado.

Al quinto día me rendí. Llevé a casa una de las hojas destinadas a ser incineradas sin que nadie se
diera cuenta y la dejé junto al descubrimiento, como compañía.

Ambos, el lápiz y el papel, juntos en mi cama mientras mi pensamiento abandonaba el gobierno de


mi alma fueron irresistibles.

Sin conocer la manera correcta los tomé entre mis frías


manos e hice una pequeña raya en aquella hoja
manchada hasta perder su color por la tinta de alguna
máquina. Entonces comencé a crear, y no pude parar,
me volví loco. Día tras día arriesgaba mi vida robando
hojas de mi oficina para poder seguir cultivando mi
imaginación, mi individualidad. Con el tiempo de forma
natural, casi humana cuestioné el mundo y nuestra forma de vivir, estos pensamientos de libertad
me llevaron a idear un plan para escapar de mi triste país, sabía desde niño que más allá de
nuestras fronteras existían países “incivilizados” que no habían hecho contacto alguno con
nosotros desde la revolución, pensé entonces que quizás en aquellos lugares el arte y la expresión
fuesen legales… ¡Ah, cuánto me equivoqué!...
Por años planifiqué la empresa de escapar hasta que el momento llegó el martes 15 de noviembre
del xxxx, falté al trabajo por primera vez en 20 años y llevando como equipaje únicamente unos
papeles y mi lápiz partí.

Esquivé a los guardias, todas las cámaras y a cada persona uniformada que pudiese estar cerca de
mí, hasta que pequeño, temeroso y débil me hallé en frente de los gigantescos e imponentes
muros fronterizos a la espera del cambio de turno de los policías que resguardaban la frontera,
esto me daba un espacio de un minuto y treinta segundos para ser visto solo por las omnipotentes
grabadoras de reconocimiento facial. Esperé y esperé y la hora llegó, corrí entonces con todas mis
fuerzas creyendo dejar atrás el eterno pasado de la opresión, solo para llegar a la muerte de mis
sueños.

Cuando logré escapar puede reconocer al otro lado de las paredes un país exactamente igual y
repetitivo que el mío, pero con otra bandera…

La narración en este punto a alcanzado el presente, escribo esto con la esperanza de que alguien
lo lea y me comprenda en el futuro, voy a enterrar esta nota junto con mi chaqueta y volveré a mi
“hogar” he decidido entregarme, aunque me maten ¿Qué sentido tiene vivir en este tipo de
mundo después de todo?

ANTONIA ALEMÁN

4°MEDIO

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