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IGNACE DE LA POTTERIE, S.I.

LA IMPECABILIDAD DEL CRISTIANO SEGÚN 1


JN 3, 6-9
La impecabilidad del cristiano según 1jn 3, 6-9, del libro "La vida según el Espíritu", de
I. de la Potterie y S. Lyonnet, Ediciones Sígueme, Salamanca (1967) 203-224

Exégesis patrística

La exégesis que hacen los padres griegos del pasaje que estudiamos se puede resumir
así: el germen divino es una fuerza interior por cuya acción el alma cesa de estar
sintonizada con el pecado; dejándose conducir por este dinamismo interior el alma se
hace verdaderamente incapaz de hacer el mal. Agustín por su parte, y con él la exégesis
latina, pretende limitar la expresión de Juan a un pecado concreto: la violación de la
caridad. Esta solución es adoptada por algunos de los modernos que insisten en que
Juan hablaría de algún pecado especialmente grave que sería prácticamente imposible
para el cristiano. El P. Galtier, por ejemplo, piensa en cl pecado inveterado, en la
perversión moral que acepta deliberadamente el pecado. Pero estas soluciones no
explican cómo Juan pueda decir ou dynatai amartánein. No basta tampoco con decir
que el texto afirma la incompatibilidad de gracia y pecado. Seria una tautología. Por esta
razón muchos exegetas vuelven a la solución indicada por los Padres griegos.

El defecto de estas soluciones está en no tener en cuenta que Juan es, aquí como
siempre, el heredero de una larga tradición. Hay que colocar la doctrina de la
impecabilidad del cristiano en el contexto de la escatología judeo-cristiana, sin dejar la
tradición sapiencial.

LA IMPECABILIDAD EN LA BIBLIA, EN EL JUDAÍSMO Y EN EL NT

De los textos que vamos a citar se deduce claramente esta doctrina: al fin de los tiempos
el pueblo elegido será un pueblo santo, un pueblo sin pecado; esta santidad, esta
impecabilidad, se deberán a la presencia activa del Espíritu, de la Sabiduría y de la Ley
en el corazón de los elegidos: de aquí sacarán el conocimiento de Dios, la fuerza para no
volver a pecar, la vida.

El Antiguo Testamento

Los profetas hablan del pueblo mesiánico como un pueblo de santos (Is 60, 21; Dan 7,
18; 8, 24) y Ezequiel anunciaba como característica fundamental de los tiempos
mesiánicos la renovación interior efectuada por la abundante efusión del Espíritu en el
corazón de los hombres (36, 27.29).

La tradición sapiencial hace proceder la fuerza contra el pecado de la docilidad a la


Sabiduría y la Ley, presentes en el corazón de los justos (Ecli 24, 30). Y en Prov 9, 6 se
ofrece, como recompensa a los que participan en el banquete de la Sabiduría, el don de
la vida. Los salmos atribuyen la integridad moral a la acción de la Ley, interiorizada en
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el justo (Sal 37, 30-31 y Sal 119, 11). La Palabra de Dios, la ley interior es, pues, la que
da al justo la fuerza para no pecar.

Los apócrifos judíos

La literatura apócrifa presenta la misma doctrina de la impecabilidad por la


interiorización de la Ley. "Mirad que voy a sembrar mi Ley en vuestros corazones, ella
producirá fruto en vosotras" (4 Esd 9, 31). Un texto del libro de los Jubileos, lo mismo
que Juan, considera la impecabilidad como resultado de una nueva naturaleza (5, 21). Y
el libro de Henoch, resumiendo toda esta tradición, vuelve a atribuir este privilegio a la
Sabiduría (6, 8).

Los textos de Qumrán

En los escritos de Qumrán, en los que se nos revela un anhelo escatológico aún más
ardiente, se repite con frecuencia la idea del pueblo sin pecado, y se encuentra en ellos
la misma dualidad de aspectos, la misma contradicción aparente que en los escritos de
Juan: los hijos de la alianza son a la vez pecadores y sin pecado. Sin embargo, lo mismo
que para Juan, las dos series de afirmaciones pertenecen a dos contextos diferentes: ante
Dios, los miembros de la alianza, penetrados de la espiritualidad de los salmos, se saben
pecadores; ante los hijos de las tinieblas, tienen una conciencia vivísima de ser objeto de
la elección divina o, como dicen ellos mismos, "los hijos de su buena voluntad" (1 QH
3, 32-33). Forman la comunidad mesiánica; ésta no puede por menos de ser una
comunidad sin pecado. Se observa, pues, entre los hijos de la alianza una cierta tensión
entre dos aspectos reales.

Al tratar del instrumento de la purificación mesiánica, los textos de Qumrán siguen la


línea de la tradición profética y sapiencial) (l QS 4, 20, 23). Señalan, como característica
de los tiempos mesiánicos, la efusión del Espíritu que actuará por su verdad, enseñando
a los perfectos el conocimiento de Dios y la sabiduría celestial. Este conocimiento, esta
sabiduría, esta verdad tendrán, por consiguiente, una virtud propia de transformación
interior. Lo nuevo que aportan es la equivalencia entre las nociones de verdad, de
conocimiento y de sabiduría, con que se designa el instrumento de purificación
mesiánica.

El Nuevo Testamento

En la carta de Santiago (l, 21) se exhorta a los cristianos a acoger la Palabra implantada
en ellos, porque tiene el poder de salvarles; por ello es calificada como "ley perfecta de
la libertad" (v 25). La primera carta de Pedro declara que los cristianos han sido
regenerados por la Palabra de Dios. Y en la segunda carta (1, 10) se afirma que los
cristianos no pecarán si acrecientan en ellos su vocación. Hay, pues, una continuidad
doctrinal con los escritos de Qumrán: la fuerza para no pecar estriba en la conciencia de
su elección.

Para Pablo (Gál 5, 16) la realidad profunda de la vida cristiana es la presencia del
Espíritu, principio interior de acción y, por consiguiente, signo distintivo de los hijos de
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Dios: "los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rom 8,
14). Los cristianos fieles a la ley del Espíritu poseen en si mismos, con el don del
Espíritu y en él, el principio mismo de la impecabilidad.

En una mirada de conjunto captamos que en el tema de la impecabilidad convergen


distintas líneas de la tradición bíblica y judía. Es un tema escatológico, pues los textos
de los diferentes periodos lo describen como un privilegio de los tiempos mesiánicos.
Esta liberación del pecado que se debe a la elección divina se sitúa en una perspectiva
más bien sapiencia) que cultural: el Espíritu de santidad purificará las almas por la
palabra de la verdad, por la ley interior y por la sabiduría, por el don del conocimiento.

En el Nuevo Testamento se atribuye a Cristo esta acción santificadora para obtener la


victoria sobre el pecado, y lo único que se pide a los hombres es la docilidad y la
sumisión total al dinamismo del Espíritu.

LA IMPECABILIDAD EN LA PRIMERA CARTA DE JUAN

Juan tiene en su primera carta dos afirmaciones aparentemente contradictorias. Por una
parte, el hombre, si dice que está sin pecado, es mentiroso (1, 8.10) ; por otra, se afirma
que el cristiano no peca y no puede pecar. La solución de la antinomia hay que buscarla
en la diferencia temática y en la perspectiva propia de cada contexto. La afirmación del
pecado de los cristianos pertenece a un contexto kerigmático (1, 5). En el kerigma
primitivo ocupaba un lugar esencial el tema del pecado, del que Cristo nos ha rescatado
(cfr. Act 2, 38; 3, 19-26 etc). Es el punto de vista eternamente verdadero de la
predicación pastoral. En cambio, cuando Juan afirma que el cristiano no peca, lo hace
siempre en el contexto teológico de su dualismo escatológico, en el que opone los hijos
de Dios a los hijos del diablo.

Contexto escatológico

Los versículos que estudiamos desarrollan un tema escatológico, como se ve claro al


final del capítulo segundo: ha llegado la última hora, porque han aparecido muchos
anticristos (v 18), que tratan de extraviar a los cristianos (v 26). Éstos deben permanecer
en Cristo, con lo que podrán presentarse ante Él en la Parusía (v 28): subrayemos que es
éste el único pasaje de toda la literatura juanea en que aparece el término técnico
"Parusía" (tan característico de un contexto escatológico).

La sección siguiente (2,29-3,10) forma una unidad literaria cuyo tema se anuncia en el
último versículo: "en esto se conocen los hijos de Dios y los hijos del diablo". Es el
tema de la oposición escatológica de las fuerzas del bien y del mal. Anomía en el v 4 no
tiene el sentido clásico de transgresión de la ley que se le atribuye frecuentemente;
designa el estado de hostilidad escatológica contra el reino mesiánico, contra Cristo,
bajo el dominio de Satán. Las características distintivas de los hijos de Dios son
descritas en los vv 3, 6. 7, 9: se santifican, practican la justicia, no pecan, son incapaces
de pecar. El tema vuelve a repetirse de manera bastante semejante en 5, 18-19. Nos
encontramos de nuevo en el mismo contexto de la oposición escatológica. entre los
hijos de Dios y el mundo malo.
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La escatología juanea

Si el tema de la impecabilidad es escatoló gico, es preciso aclararlo por la escatología


juanea: se puede considerar como lo más característico de ella el doble aspecto de los
bienes de salvación, presentes y futuros a la vez, pero con un marcado acento en su
posesión presente. Las realidades de la salvación están presentes ya en Cristo; el mundo
es ya juzgado por la elección que hace; la victoria sobre ese mundo está ya conseguida;
los hijos de Dios, por su nuevo nacimiento, poseen la vida eterna. Junto a esta
escatología ya realizada hay una tensión hacia el futuro, hacia una manifestación futura
de las realidades ya presentes en Cristo.

Las realidades escatológicas tradicionales que los Sinópticos describen como futuras, se
han hecho para Juan presentes en Cristo: a) la resurrección: "Yo soy la resurrección" (Jn
11, 25); b) el juicio: "ahora es el juicio de este mundo" (Jn 12, 31); c) la sanción del
juicio: Jesús ha vencido al mundo (Jn 16, 33; 1 Jn 5, 4), "aquel que no cree, ya está
juzgado" (Jn, 3, 18), el creyente no es juzgado, posee ya la vida eterna (Jn 3, 36; 6. 47).
Para Juan la vida eterna es la salvación ya poseída. Para los Sinópticos, en cambio, era
un bien futuro.

La impecabilidad, tema escatológico

La impecabilidad es un privilegio de los tiempos últimos, anticipada ya en Cristo; por


esto Juan dice que el hijo de Dios no peca, porque pertenece ya al siglo futuro:
"sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida" (1 Jn 3. 14). Pero el
cristiano está aún en el eón presente: es también pecador. Pertenece a dos mundos: la
luz y al s tinieblas, y por la decisión personal elige uno u otro. Por nuestro pecado
pertenecemos a la iniquidad y somos hijos del diablo; en cuanto practicamos la justicia
y "hacemos la verdad", entramos en la luz (cfr. In 3, 21), nos manifestamos como hijos
de Dios.

Para resolver el problema de la impecabilidad del cristiano hay que considerar un doble
aspecto de la escatología juanea: a) las realidades escatológicas están ya presentes para
Juan, porque están realizadas en la persona y en la obra de Cristo; b) pero se da un
dualismo radical que está señalado por la oposición que Juan establece entre los hijos de
Dios y los hijos del diablo, lo cual expresa una realidad teológica, más profunda: la
coexistencia entre la vida divina y la pertenencia a Satanás. Esta oposición radical se da
abiertamente al fin de los tiempos y es el enfrentamiento de la verdad y la iniquidad la
luz y las tinieblas.

PALABRA DE DIOS E IMPECABILIDAD

Al hablar de la escatología hemos situado la impecabilidad en su fondo histórico; pero


falta por explicar en el campo psicológico y teológico, cómo ha podido Juan presentar la
impecabilidad y las demás realidades de la salvación como ya presentes en Cristo.

El principio de la impecabilidad para Juan es doble: a) el nuevo nacimiento del


cristia no; b) el hecho de que permanece (con una insistencia especial sobre el verbo
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ménehi) en un nuevo estado. Se expresa esto con dos fórmulas complementarias: el


cristiano permanece en Cristo (1 Jn 3. 6), la semilla permanece en él (v 9).

La semilla de la pa labra

¿Cómo debe entenderse esta "semilla" (spérma)? La mayor parte de los autores
modernos la entienden del Espíritu Santo, porque Juan dice en otra parte que hemos
nacido del Espíritu. Pero nunca se compara esta vida de la gracia con una semilla. Otros
han interpretado spérma en el sentido concreto de descendencia, ya sea de Dios en
general, ya sea de Cristo, que es la "semilla" por excelencia; pero esta interpretación
exigiría el artículo (to spérma) como de hecho se encuentra en los textos en los que se
funda (Gál 3, 16; Ap 12, 17; cfr. 1 Jn 5, 18), y a duras penas se adapta al contexto.
Creemos, pues, que hay que volver a la exégesis de la mayoría de los autores antiguos,
para quienes la semilla es la palabra de Dios, imagen familiar a la tradición judía y
cristiana.

Son varios los textos de Juan que confirman la consideración de la semilla como la
palabra de Dios (cfr. Jn 15, 3; 1 Jn 2, 14; 2, 24; 2 Jn 2). Es muy probable que la semilla
que permanece en nosotros, según 1 Jn 3, 9, sea la verdad cristiana la palabra de Dios,
presentada a los nuevos creyentes como objeto de fe y principio de santificación en el
momento del bautismo (cfr 1 Cor 4. 15).

La palabra que "permanece" en nosotros

El término más significativo del v 9 es el verbo ménein, muy característico del estilo de
Juan. En la alegoría de la vid y los sarmientos, que es donde aparece con más
frecuencia, se muestra que el verbo "permanecer" no indica un reposo inerte, sino una
unión vital, por comunicación real de la vida.

Cuando "permanecer" es aplicado a realidades sobrenaturales, se encuentra bajo dos


formas: exhortativa (condicional) y declarativa (absoluta). La primera, al tratar de
realidades impersonales, es decir, cuando no se aplican directamente a Dios o a Cristo,
tiene siempre este objeto: la palabra de Cristo o la caridad (1 Jn 2, 24; Jn 8. 3132; 2 Jn
9). En estos textos las realidades sobrenaturales se hacen depender del cumplimiento de
dos condiciones: permanecer en la palabra y permanecer en la caridad.

En otros textos (1 Jn 2, 14.27; 2 Jn 2), "permanecer" aparece sin ningún


condicionamiento en forma declarativa: expresa una realidad que toca directamente a
las relaciones con Dios o con Cristo. A esta forma pertenece nuestro texto: "quien ha
nacido de Dios no peca, porque la semilla de Dios está en él" (1 Jn 3. 9).

Palabra de Dios e impecabilidad

Del análisis hecho anteriormente podemos deducir tres conclusiones:

a) Juan se sitúa alternativamente en dos puntos de vista: el punto de vista humano,


pastoral, con conciencia de que los cristianos siempre tienen peligro de volver a pecar
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(exhortativo); y el punto de vista divino, de la realidad sobrenatural, de la palabra de


Dios que, de hecho, permanece en nosotros, con su fuerza permanente de santificación
(absoluto). Los dos puntos de vista están yuxtapuestos en nuestro contexto: en el v 6
("el que permanece en Él no peca") esta permanencia se presenta como una condición;
en cambio, en el v 9 ("quien ha nacido de Dios no peca porque la semilla de Dios está
en él") la permanencia se considera desde el punto de vista de la acción divina. Esta
tensión constante entre los dos modos de ver los bienes de salvación concedidos ya por
Dios y amenazados siempre por nuestra inconstancia, es un rasgo fundamental de la
escatología primitiva.

b) Juan sigue aquí, en su concepción dinámica y bíblica de la palabra y de la vida, la


tradición que anunciaba como característica de los tiempos mesiánicos la interioridad de
la Ley y de la Sabiduría, y la fuerza para no volver a pecar como consecuencia de esa
interiorización. De este modo se nace a nueva vida. Por esto nos presenta la palabra de
Dios como una semilla divina que se desarrolla, produce sus frutos. que actúa en
nosotros y nos santifica, si nos dejamos enseñar por ella. La eficacia de la acción divina
explica. en definitiva, la impecabilidad del cristiano y por ello es una consideración
básica para la exégesis de este pasaje.

c) Esta actitud de Juan frente a las realidades sobrenaturales -la vida divina y la palabra
de Dios- y, paralelamente, frente al pecado. puede y debe caracterizarse como una
actitud mística. La mística, en sentido estricto, se define ordinariamente por el
conocimiento experimental de las realidades sobrenaturales. La insistencia sobre el
"conocimiento" en las cartas, el empleo de las fórmulas "nosotros sabemos", "vosotros
sabéis", parecen indicar realmente una experiencia de este tipo. Pero, como observaba el
P. de Guibert, el término puede comprenderse también en un sentido más amplio:
"mística designa el aspecto de pasividad que se halla en toda vida interior". La actitud
mística en la vida de la gracia prestará más atención a la acción divina que al esfuerzo
humano y lo que importa es la docilidad. A esto nos invita Juan (Jn 6, 45).

Siguiendo a Braun y a Charue podemos afirmar que propiamente hablando Juan no nos
ha dejado una moral, sino más bien una mística. Aquí se encuentra en definitiva la
verdadera solución al problema de la impecabilidad. Para Juan el principio interior de la
impecabilidad, considerado objetivamente no es tanto la acción divina en general cuanto
la acción de la Palabra de Dios enseñada por el Espíritu (1 Jn 2, 27). Este principio
exige, por parte del sujeto la docilidad a la palabra la permanencia en la comunión
divina. Este aspecto místico ha sido comprendido muy acertadamente por los Padres
griegos.

Hay una clara relación entre este aspecto místico y el aspecto escatológico de que
hemos hablado anteriormente, y que no podemos olvidar, ya que solamente en la fase
definitiva del Reino será plenamente realizada la impecabilidad de los elegidos: aquí
abajo seguimos siendo pecadores. Pero el privilegio de la impecabilidad del más allá no
nos será concedido como algo absolutamente nuevo y sobreañadido de manera por así
decir extrínseca: nos está ya dado desde ahora en la participación de la vida divina que
tienen los bautizados, en su sumisión a la verdad interior. Y aquí se manifiesta el
alcance de la doctrina juanea para nuestra vida presente: si la "semilla" divina produce
sus frutos en el cristiano. éste no peca en realidad, y cuanto más activa es y cuanto más
se convierte en objeto de experiencia. más se hace realmente incapaz de pecar. En la
medida, pues. que seamos dóciles a la Palabra seremos incapaces de optar por el mal. Y
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en esa misma medida pertenecemos ya a la ciudad futura, en la que "no entrará cosa
impura" (Ap 21, 27).

Conclusión

Para explicar la doctrina de Juan sobre la impecabilidad del cristianismo hemos


recurrido a dos principios de interpretación. El principio escatológico nos permite
colocar a Juan en su contexto histórico, muestra el lugar exacto y el sentido preciso de
la impecabilidad cristiana en las dos grandes fases de la economía de la salvación, y
explica la dialéctica de llamar a los cristianos pecadores e impecables a la vez. Por otra
parte, su doctrina sobre la vida divina y la eficacia de la Palabra de Dios da la
explicación formal de la impecabilidad. Y sobre su mística podemos decir que está
enraizada en su escatología, ya que se centra sobre la persona y la obra del Hijo de Dios,
con quien los últimos tiempos han comenzado.

Condensó: JOSÉ MARÍA PALLARÉS

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