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1 LOS INICIOS DE LA REPÚBLICA

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3Este famosísimo texto de Nicolás Maquiavelo (1469-1527) fue compuesto entre
41513 y 1519, no de una sola vez, sino en dos fases distintas; Discursos sobre la
5primera década de Tito Livio aparece póstumamente en 1531. La vida y obra de
6Maquiavelo está ligada estrechamente a la acción política que ejerció la familia
7Médicis en Florencia. Omnipresentes en la historia de esta ciudad, los Médicis la
8gobernaron por casi tres siglos, desde 1434 hasta 1737, periodo durante el cual su
9dominio sólo se vio interrumpido por dos breves interludios republicanos, el
10primero entre 1494 y 1512, y el segundo entre 1527 y 1530.
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12La primera de esas interrupciones resultó la más significativa para Maquiavelo, ya
13que fue durante ella cuando sirvió al gobierno republicano: se incorporó como
14secretario de la segunda cancillería en 1498 y salió de ella en 1512, debido
15directamente a la restauración de los Médicis. Luego de esa fecha, y muy a su
16pesar, Maquiavelo no pudo nunca volver a ocupar cargo alguno en el gobierno de
17la ciudad, aun cuando trató de hacerse grato a los Médicis por medio de los más
18diversos recursos, uno de los cuales fue precisamente la escritura de El príncipe.
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20En la obra, el autor, pone de manifiesto que para la consolidación de la república,
21uno los ejes centrales debe ser la lucha entre los plebeyos y los patricios (en
22Roma) no porque considere justo que se deje a cada cual expresar sus opiniones,
23sino porque juzga que dichas luchas fueron la primera causa de la libertad y la
24grandeza de la República, valorándolas por su efecto benéfico para el Estado, y
25no basado en un principio de derecho individual.
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27He decidido llamar a esta ponencia el inicio de la República, porque siento que la
28apuesta del autor versa precisamente por establecer las características que dieron
29origen a la República, citando pueblos antiguos como Esparta o modernos como
30Venecia. Esto es lo que se esbozará a continuación.
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32Hablando, en primer lugar, del nacimiento de las ciudades, el autor expresa que
33todas las ciudades son edificadas o por los hombres nativos del lugar en que se
34erigen o por extranjeros. Las ciudades son fundadas por hombres libres cuando
35algún pueblo, bajo la dirección de un príncipe o por propia iniciativa, es obligado
36por las epidemias, por el hambre o por la guerra a abandonar el país natal y
37buscar un nuevo asentamiento. Tales hombres, o habitan en las ciudades que
38encuentran en los países que conquistan, como hizo Moisés, o las edifican de
39nuevo, como hizo Eneas. La virtud de esos hombres fundadores y la fortuna de la
40ciudad fundada será reconocida en base a la virtud que posean sus principios. La
41virtud se conoce por dos señales: la elección del lugar y la ordenación de las
42leyes. Ya que los hombres obran por necesidad o por libre elección, y vemos que
43hay mayor virtud allí donde la libertad de elección es menor, se ha considerado si
44sería mejor elegir para la edificación de las ciudades lugares estériles, para que
45así los hombres, obligados a ingeniárselas, con menos lugar para el ocio, viviesen
46más unidos, teniendo, por la pobreza del lugar, menos motivos de discordia.
47Elección que será sin duda la más sabia y útil si los hombres estuviesen
48satisfechos de vivir por sí mismos y no anduvieran buscando sojuzgar a otros. Por
49tanto, ya que los hombres no pueden garantizar su seguridad más que con el
50poder, es necesario huir de esa esterilidad de la tierra y asentarse en lugares muy
51fértiles, donde, pudiendo ensancharse, gracias al ubérrimo terreno, puedan
52también defenderse de los asaltantes, y someter a cualquiera que se oponga a su
53grandeza. En cuanto al ocio que pudiera traer consigo la abundancia del lugar, se
54deben ordenar las cosas de modo que las leyes impongan esa necesidad que el
55sitio no impone. Afirma, pues, que es más prudente elección establecerse en
56lugares fértiles, siempre que esa fertilidad se reduzca a los debidos límites,
57mediante las leyes.
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59Una vez habiendo escogido el lugar y habiendo establecido las leyes se debe
60formular el interrogante de cuál tipo de gobierno debe regir a la república. En
61cuanto a esto, se pueden encontrar tres tipos: monárquico, aristocrático y popular.
62Los que organizan la ciudad deben inclinarse a una de ellas, según les parezca
63oportuno. Sin embargo, de cada una de ellas, pueden surgir tres formas de
64gobierno que pueden llamarse malas. Porque el principado fácilmente se vuelve
65tiránico, la aristocracia con facilidad evoluciona en oligarquía, y el gobierno popular
66se convierte en licencioso (permisivo) sin dificultad. De modo que si el organizador
67de una república ordena la ciudad según uno de los regímenes buenos, lo hace
68por poco tiempo, porque, irremediablemente, degenerará en su contrario, por la
69semejanza que tienen, en este asunto, la virtud y el vicio. Todas estas formas son
70pestíferas, pues las buenas tienen una vida muy breve y las malas son de por sí
71perversas. De modo que, conociendo este defecto, los legisladores prudentes
72deberán huir de cada una de estas formas en estado puro, eligiendo un tipo de
73gobierno en el que participen los tres modelos. De esta manera se podrá juzgar a
74la República como más firme y más estable, pues cada poder controlaría a los
75otros, mezclándose el principado, la aristocracia y el gobierno popular.
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77En cuanto al tema de la libertad, todas las leyes deben hacerse en pro de la ésta.
78Y para la consecución de ésta, toda ciudad debe arbitrar vías por donde el pueblo
79pueda manifestar sus demandas, sus deseos, donde sean atendidas sus
80ambiciones y más si desean valerse del pueblo en cuestiones importantes.
81Además, los deseos de los pueblos libres raras veces son dañosos a la libertad,
82porque nacen, o de sentirse oprimidos o de sospechar que puedan llegar a estarlo.
83Esas vías no deben estar solamente en pro del pueblo, sino que también en pro
84de aquellos que son partícipes de las otras formas de gobierno (aristocracia). El
85autor cree que los que condenan los tumultos (vías por donde el pueblo puede
86manifestarse) entre los nobles y la plebe atacan lo que fue la causa principal de la
87libertad (citando el caso de Roma) dado que todas las leyes que se hacen en pro
88de la libertad nacen de la desunión entre ambos. No se puede llamar en modo
89alguno, desordenada una república donde existieron tantos ejemplos de virtud,
90porque los buenos ejemplos nacen de la buena educación, la buena educación de
91las buenas leyes, y las buenas leyes de esas diferencias internas que muchos,
92desconsideradamente, condenan, pues quien estudie el buen fin que tuvieron
93encontrará que no engendraron exilios ni violencias en perjuicio del bien común,
94sino leyes y órdenes en beneficio de la libertad pública.
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96¿Pero en qué manos estaría mejor colocada la vigilancia de la esa libertad?
97Observando los propósitos de los nobles y de los plebeyos, veremos en aquéllos
98un gran deseo de dominar, y en éstos tan sólo el deseo de no ser dominados, y
99por consiguiente mayor voluntad de vivir libres, teniendo menos poder que los
100grandes para usurpar Ia libertad. De modo que, si ponemos al pueblo como
101guardián de la libertad, nos veremos razonablemente libres de cuidados, pues, no
102pudiéndola tomar, no permitirá que otro la tome. Por otro lado, los que defienden el
103orden espartano y véneto dicen que los que ponen la vigilancia en manos de los
104poderosos hacen dos cosas buenas: la una, satisfacer más la ambición de los
105nobles, que teniendo más participación en la república, por tener en sus manos
106ese bastón de mando, tienen más razones para contentarse; la otra, que quitan un
107cargo de autoridad de los ánimos inquietos de la plebe, que son causa de infinitas
108disensiones y escándalos en una república y que pueden reducir a la nobleza a
109una desesperación que tendría efectos muy nocivos. Se puede dudar al elegir un
110guardián para la libertad, sin saber qué tipo de hombre es más perjudicial para la
111república, el que desea mantener el honor ya adquirido o el que quiere adquirir el
112que no tiene. Los tumultos son causados la mayoría de las veces por los que
113poseen, pues el miedo de perder genera en ellos las mismas ansias que agitan a
114los que desean adquirir, porque a los hombres no les parece que poseen con
115seguridad lo que tienen si no adquieren algo más. A esto se añade que, teniendo
116mucho, tienen, también mayor poder y operatividad para organizar alteraciones.
117Más aún, sus maneras descorteses y soberbias encienden en el pecho de los
118desposeídos la ambición de poseer, o para vengarse de ellos despojándolos, o
119para acceder a esas riquezas y honores que ven mal empleados en los otros.
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121Una vez escogidos aquellos que van a ser los guardianes de la libertad, no se les
122puede dar una autoridad más útil y necesaria que la de poder acusar a los
123ciudadanos ante el pueblo o ante cualquier magistrado o consejo si atentasen en
124algo contra la libertad pública. Nada hace tan estable y firme una república como
125ordenar en ella la manera en que estas alteraciones de humores que la agitan
126tengan una salida prevista por la ley. Porque si un ciudadano es perseguido por
127procedimientos legales, aunque se le cause perjuicio, se sigue poco o ningún
128desorden en la república, pues todo se ejecuta sin recurrir ni a fuerzas extranjeras,
129que son las que arruinan las libertades, sino con órdenes y fuerzas públicas, que
130tienen sus límites precisos y que no trascienden a nada que pueda arruinar la
131república. Pero así como estas acusaciones públicas son muy útiles en una
132república, son, en cambio, inútiles y dañinas las calumnias. No puede haber mejor
133método para cerrarle el paso a la calumnia que emplear la acusación pública,
134porque tanto como las acusaciones favorecen a la república las calumnias la
135perjudican. ¿Pero en qué se diferencian? en que las calumnias no tienen
136necesidad de testigos ni de otras pruebas, de modo que cualquiera puede ser
137calumniado por cualquiera, pero no puede, en cambio, ser acusado, porque las
138acusaciones necesitan el apoyo de pruebas verdaderas y de circunstancias que
139demuestren lo fundado de la acusación. Por eso, el que organiza una república
140debe establecer cauces legales para que se pueda acusar públicamente a
141cualquier ciudadano, sin ningún miedo, sin ninguna consideración, y hecho esto y
142observado escrupulosamente, debe castigar duramente a los calumniadores, los
143cuales no pueden quejarse si son castigados.
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145Quien quiera organizar la república no perderá de vista las enemistades entre el
146pueblo y el senado. No perderá de vista esta lucha entre quien quiere poseer y
147quien ya posee. Porque si la quiere organizar deberá considerar si desea que se
148amplíe, como Roma, en cuanto a dominio y poder, o si va a mantenerla dentro de
149los estrechos de la ciudad. Maquiavelo dice que es convencimiento que para
150construir una república muy duradera, el método es ordenarla interiormente como
151Esparta o como Venecia, colocarla en un lugar fuerte y bien defendido, de modo
152que nadie piense que se la puede tomar fácilmente, y, por otro lado, no hacerla tan
153grande que parezca formidable a sus vecinos, y así podrá gozarse en su estado
154por mucho tiempo. Pues por dos razones se hace la guerra a una república: para
155convertirse en su señor o por miedo de que ella te invada. Estas dos razones se
156evitan de la manera indicada, pues siendo casi inexpugnable y organizando bien
157su defensa, raras veces o nunca podrá alguien proponerse conquistarla. Si ella se
158mantiene en sus límites y se ve por experiencia que carece de ambición nadie le
159hará la guerra por miedo, sobre todo si las constituciones o leyes le prohibiesen la
160ampliación. Y no le cabe duda, menciona, que si se pudiera mantener ese
161equilibrio, se encontraría la verdadera vida política y la auténtica quietud de una
162ciudad. Pero como las cosas de los hombres están siempre en movimiento y no
163pueden permanecer estables, es preciso subir o bajar, y la necesidad nos lleva a
164muchas cosas que no hubiéramos alcanzado por la razón, de modo que, si una
165república está organizada de forma apta para mantenerse, pero sin ampliación, y
166la necesidad la obliga a extenderse, en seguida temblarán sus cimientos y Ia
167harán desplomarse en ruinas. Y además, si el cielo le fuese tan benigno que la
168librase de la guerra, esto haría nacer el ocio, que la volvería afeminada o dividida,
169cosas que, juntas o por separado serían causa de su ruina.
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171Por tanto, concluye, como no se puede mantener el equilibrio ni quedar
172indefinidamente en el justo medio, es preciso, al establecer la república, tomar el
173partido más honorable, y organizarla de modo que, cuando la necesidad la
174obligue a engrandecerse, pueda hacerlo, y sea capaz de conservar lo gue
175conquista. En ello, hay que tolerar aquellas enemistades entre el pueblo y el
176senado, considerándolas como un inconveniente necesario para alcanzar la
177grandeza (como la grandeza romana).
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179En cuanto a la organización de la república es preciso, en primera instancia, que
180sea uno solo el que organice o el que la reforme totalmente. Porque no conviene
181que sean muchos los encargados de organizar una cosa, porque las diversas
182opiniones impedirían esclarecer lo que sería bueno para ella, una vez que esto se
183ha establecido no será fácil que se aparten de ahí. Para quien desee organizar la
184república, es imprescindible estar sólo en el poder, como Rómulo una vez que
185mató a su hermano Remo.
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187Para que el éxito de la república esté garantizado se debe hacer uso de la religión,
188porque como menciona el autor “Donde hay religión fácilmente se pueden
189introducir las armas, pero donde existen las armas y no la religión, con dificultad
190se puede introducir esta”. Porque la religión se cuenta entre las primeras causas
191de la felicidad de una ciudad como Roma. Porque ella produjo buenas
192costumbres, las buenas costumbres engendraron buena fortuna, y de la buena
193fortuna, nació el feliz éxito de sus empresas. Porque a través de la religión se
194puede controlar al otro; impulsarle a hacer cosas que cree poco probables, solo
195por el miedo que genera el poder ser castigado por divinidades que son
196superiores. Por ejemplo, el fin de la religión en la guerra era que los soldados
197confiasen, y de esta confianza casi siempre nace la victoria. Pues creían a partir
198de augurios que vencerían. La religión no solo servía para reorganizar la ciudad
199sino para aplacar el poder que estaba adquiriendo la plebe en el gobierno. Los que
200estén a la cabeza de una república o un reino deben, pues, mantener las bases de
201la religión, y hecho esto, les será fácil mantenerse unidos.
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203Para mantener tal unión, es necesario que quien organice la ciudad esté pendiente
204de los asuntos que conciernen a la corrupción. Pues un pueblo corrompido que ha
205alcanzado la libertad muy difícilmente se mantendrá libre. Porque es muy difícil
206mantener un gobierno libre en una ciudad corrupta. Para evitar la corrupción se
207hace necesario dejar el poder en manos de un solo hombre como Cleómenes o
208como Rómulo. Y para mantener este orden se hace necesario que después de
209que un príncipe excelente gobierne, pueda venir uno débil y luego de ese uno
210fuerte como el primero, porque si viniera otro igual de débil que el anterior el reino
211no se sostendría. Pero si sucede que el reino tiene príncipes virtuosos
212consecutivos obtendrían extraordinarios resultados y logros grandiosos. Como fue
213el caso de Filipo de Macedonia y Alejandro Magno que conquistaron el mundo.
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217Bibliografía
218Maquiavelo (2009). Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Madrid:
219Alianza

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