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teóloga de la Pascua"
Xabier Pikaza: "Murió Jesús, ha resucitado Magdalena"
'Noli me tangere'
"Magdalena es signo de una humanidad que busca amor, que quiere culminar
camino de diálogo afectivo con el mismo Dios del cielo"
Introducción
Empecemos leyendo todo el texto (Jn 20, 11-18) con cuidado, destacando cada uno
de sus rasgos. Quizá podamos distinguir ya desde ahora dos aspectos en María:
(a) Ella es la humanidad fracasada por amor, al final de todos los caminos,
perdida en un jardín sin más flor que la muerte, llorando por la ausencia de su
amado. Destacando algunos de esos rasgos, las visiones posteriores de los
gnósticos dirán que la humanidad en una pobre figura de mujer prostituida, caída
sobre el suelo.
(b) Pero ella es al mismo tiempo la mujer del nuevo amor. No es simplemente
una mujer caída, seducida, condenada al cautiverio, sino que representa a todas las
mujeres y varones que buscan redención de amor sobre la tierra, apareciendo así
como principio de nueva humanidad. Todos somos en esa perspectiva María
Magdalena. Ella es nuestra voz y figura de Pascua.
Siendo una mujer derrotada e impotente, sobre el huerto de una vida que se
vuelve sepultura, María es, al mismo tiempo, una mujer que tiene y busca
amor: signo de la humanidad que, ansiando al Cristo, quiere alcanzar la redención.
No ha escapado como el resto de los discípulos varones, sino que permanece ante
la cruz, con otras mujeres (cf. Mc 14, 27; 15, 40. 47). Ella permanece.
Su amor a Jesús es mayor que la muerte y por eso queda, llorando y deseando
más amor ante un sepulcro vacío.
Necesitamos ocultar los cadáveres, echar sobre ellos más tierra, una piedra más
grande, para así “lavar” nuestra manos y quedar tranquilos. Pues bien, en contra de
eso, Magdalena necesita llorar por el amigo muerto, mantener el recuerdo de su
cadáver. Éste es un amor que dura, un amor que mantiene el recuerdo, que no
quiere olvidar a los amigos muertos. Humanamente hablando, el gesto de
Magdalena parece una locura: no está permitido tomar un cadáver del sepulcro y
llevarlo a la casa o ponerlo en la plaza, para que todos vean al que han matado; no
es posible mantener de esa manera el recuerdo de un muerto… La historia de los
vencedores avanza sobre el olvido de los asesinados (a los que se puede elevar un
hermoso sepulcro para olvidarlos mejor).
Podemos decir que está loca María, pero loca de amor, loca a favor de la vida. Sólo
allí donde alguien ama a Jesús se hace posible la experiencia de la pascua.
Ciertamente, Jesús estaba vivo y verdadero al interior de esta mujer. Pero la verdad
que ella tiene y desea guardar (un cadáver) va a revelarse como fuente y principio
de revelación mucho más honda. Ella tendrá a Jesús de otra manera.
Sólo quien escucha a Jesús cuando le llama de un modo personal sabe de verdad
que existe vida, que hay resurrección. Todo lo demás es presupuesto o
consecuencia. La resurrección es en el fondo encuentro personal de amor,
descubrimiento de Jesús que se ha elevado de la muerte y que nos dice,
llamándonos de un modo íntimo, por nuestro nombre: ¡vive, estoy contigo, sé tu
mismo!
Sigamos leyendo el texto. En gesto que se parece al de Mt 28, 10, María se agarra
a los pies de Jesús, en encuentro afectuoso donde se vinculan adoración
(echarse a los pies), confianza (tocarle) y amor hondo (acariciarle). Ella
pretende eternizar esa actitud: estaría así toda la vida, en actitud de unión profunda,
en donación de corazones. Nada busca, ya no necesita cosa alguna, tiene todo lo
que quiere. La pascua se le hace encuentro permanente de unión con el amado.
No tiene miedo. Por eso, Jesús no tiene que animarle diciendo ¡no temas! (como en
otras ocasiones: Mc 16, 6; Mt 28, 20). Como mujer que ha encontrado su dicha,
como persona que al fin ha llegado a la meta del camino, María puede mantenerse
para siempre en ese gesto de encuentro con su amado. Este es el tiempo de la
dicha, de los ojos que se miran, de las voces que dialogan, de las manos que tocan.
En la línea de algunas formulaciones posteriores de la gnosis, pudiéramos afirmar
que, María ha empezado a vincularse con Jesús resucitado en desposorio místico,
intimista. Ellos representan al ser humano entero: son la díada (o pareja) inicial que
simboliza ya la salvación de los humanos, en el nuevo paraíso de este mundo, sobre
el huerto de la muerte convertido en manantial de vida. Esa perspectiva es buena,
pero debe completarse, como ahora indicaremos.
Esta palabra ¡no me toques! recuerda la fragilidad del tiempo, nos sitúa dentro
del misterio de una pascua que no puede culminar sobre la tierra. No existe en este
mundo amor perfecto, para siempre; todo lo que aquí vamos viviendo sigue abierto
hacia la muerte. Por eso, el encuentro con Jesús ha sido un signo de esperanza en
el camino, no es aún la realidad cumplida.
Entre el Jesús que en un sentido le ha dejado (¡no me toques!) y los discípulos a los
que debe buscar y evangelizar, en clave de pascua, se encuentra ahora María.
Buscaba un cadáver en el huerto; Jesús le ha ofrecido una misión y camino
apasionante de vida.
Ella ha sido la primera: ha tocado a Jesús por un momento sobre el mundo como,
en algún sentido, pueden tocarle o descubrirle todos los creyentes. Pero luego,
María y los discípulos deben saber que Jesús ha subido ya al Padre. No se
encuentra a la mano, de manera externa, sobre el mundo. Por eso no pueden
agarrarle para siempre, no pueden detenerle en nuestra historia.
También aquí encontramos una perspectiva pascual que es contraria a la que ofrece
en aquel tiempo la gnosis espiritualizante. El gnóstico es un hombre que piensa que
ha encontrado plenamente a Jesús sobre la tierra; por eso puede afirmar que ha
culminado su camino y ya no tiene que andar más. Por el contrario, María
Magdalena ha descubierto que la pascua es experiencia de ascenso a lo más alto
y de misión liberadora: es como una luz, un toque de presencia que nos hace
capaces de entender buscar y caminar luego sobre el mundo.